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Su falso matrimonio había acabado con un "Sí, quiero". El guapísimo abogado Brett Hamilton había resultado ser un auténtico lord inglés y le había pedido a la secretaria Sunny Robins que fuera su prometida. Todo era una fachada gracias a la que ella conseguiría un lugar donde vivir y él convencería a sus padres de que había encontrado el amor, escapando así del matrimonio que ellos le habían preparado. ¿Conseguiría una pareja tan mal avenida como ellos encontrar lo que realmente andaban buscando: el amor verdadero y duradero?
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Seitenzahl: 155
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Harlequin Books S.A.
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Romance en la oficina, n.º1910 - abril 2017
Título original: Fill-In Fiancee
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9668-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Phillip, si te sirve de consuelo, siempre te ha sentado bien verte rodeado de mujeres –le dijo Brett Hamilton a su hermano. Estaba contento de hablar con él por teléfono, aunque la noticia de que iba a ser padre de otra niña lo había sorprendido–. En realidad da lo mismo que sea un chico o una chica, lo importante es que nazca sano. El destino es el que decide el género, no tú.
–Son mamá y papá los que lo ven como un problema. Les encantan las niñas, pero están ansiosos porque nazca un varón, un heredero. Según su punto de vista no estoy cumpliendo con mi obligación y esperan que tú lo hagas.
Brett no respondió. Había oído aquello mismo demasiadas veces. Toda su familia insistía con cansina vehemencia en que se casara y tuviera hijos. Pero desde su punto de vista aquel empeño en que diera a los Hamilton un heredero del título era algo obsoleto.
–Por cierto, siguen empeñados en que lady Harriet es la candidata perfecta.
–Phillip, acabas de estropearme un día perfecto.
–Lo cierto es que los dos estáis llegando a una edad en la que no estaría de más que considerarais sentar la cabeza.
–Sí, pero no juntos.
–Nuestras familias se complementan perfectamente –le recordó Phillip.
–Lo que estás sugiriendo es que firmemos un acuerdo económico, no que celebremos una boda.
–¿Y qué hay de malo es eso?
–Para mí son cosas completamente diferentes.
–Pero es importante que nos des un heredero.
–Sinceramente, si después de que tú has creado una maravillosa familia con una mujer y cuatro hijas, el problema es que hace falta un niño, renuncio a toda esperanza de que la mentalidad de los Hamilton prospere.
Su hermano suspiró atormentado.
–Deberías oír a papá. Lo primero que me preguntó cuando le dije que íbamos a ser padres fue si era un niño. Carolyn estuvo a punto de caer en una depresión cuando nos dijeron que había que pintar de rosa otra habitación. Me ha dicho que es el último bebé que vamos a tener, así que ahora te toca a ti. Supongo que en la inminente visita que te van a hacer nuestros padres será un tema de conversación recurrente.
Brett cerró los ojos en un gesto de exasperación. Se alegraba de que su hermano no pudiera verlo.
–¿Es ésa una advertencia?
–Sólo te estoy diciendo que te prepares.
Brett no respondió, pero el peso de una responsabilidad que no quería cayó sobre su cabeza. Desde niño lo habían educado para asumir un papel que tenía preasignado. Todo el mundo había dado por hecho que se casaría y lo haría con la persona adecuada. Pero, aunque había crecido como lord Breton, él siempre se había sentido simplemente como Brett.
Al surgirle la oportunidad de trasladarse a América, había visto las puertas hacia su libertad abrirse de par en par.
Durante los meses que había pasado allí había disfrutado de su trabajo como vicepresidente del departamento de exportación en Wintersoft y del anonimato.
Quizás aquella compañía no tuviera la solera de la empresa de su padre, pero le gustaba la idea de crearse su propio futuro.
–¿Y qué me dices de tu vida amorosa? Nuestros padres querrán saber algo. Llevas tiempo sin decir nada. Mamá piensa que tal vez te hayas arrepentido de haber abandonado a lady Harriet, y que puede que quieras volver con ella. Incluso ha sugerido que puede acompañarlos si tú quieres. Al parecer le dijo a mamá que nunca había estado en Boston.
La idea alarmó a Brett.
–Que ni se le ocurra –dijo él.
–¿Por qué no?
–Porque… porque ya tengo novia.
–Repíteme eso –dijo su hermano–. No te he oído bien. Hay mucho ruido ¿Has dicho que tienes una novia?
–Más que eso. Estamos comprometidos.
Hubo unos segundos de silencio.
–¿Y te lo has tenido tan callado? No me lo puedo creer. ¿Cómo eres así?
–No soy de ningún modo –dijo Brett, divertido con la sorpresa de su hermano–. Aún hay más. Estamos viviendo juntos.
–¿Y no se lo has dicho a mamá?
–No estaba preparado para decírselo a nadie aún.
–¿Te das cuenta de que acabas de destrozar los planes que tan cuidadosamente habían elaborado tus padres?
–Puede ser. Pero si lady Harriet decide sorprenderme viniendo aquí, se va a crear una situación muy desagradable.
En aquel preciso instante, apareció Sunny Robins. Al ver que estaba al teléfono decidió dejar sobre la mesa las copias que le había solicitado, sin perturbar a Brett.
Sunny, que tenía los andares más sugerentes de toda la oficina, se acercó contorneándose. Llevaba una vez más aquella deliciosa falda, suficientemente corta para despertar la imaginación de un hombre y suficientemente larga para resultar decente.
Era una muchacha muy atractiva y últimamente se había fijado mucho en ella, aunque sin atreverse a pedirle una cita. Era la secretaria ejecutiva de Grant Lawson.
–Tengo las copias –susurró Sunny.
–Espera –Brett tapó el micrófono para dirigirse a la secretaria.
–No me lo puedo creer –continuó su hermano–. Alguien ha conseguido cazar a mi inalcanzable hermano. Tú que decías que sólo una mujer absolutamente maravillosa podría hacerte sucumbir.
En aquel preciso momento, Sunny se retiró lentamente el pelo de la cara y sonrió de un modo que aceleró el corazón de Brett.
Sus miradas se encontraron y él vio en Sunny algo que no había visto antes: a una mujer «absolutamente maravillosa».
–¿Y de quién se trata? –insistió su hermano–. ¿Qué hace, de dónde es?
–Pues da la casualidad de que la tengo aquí mismo –dijo espontáneamente Brett. Tapó el micrófono–. Sunny, mándale un beso a mi hermano.
Sunny parpadeó confusa.
–¿Perdón?
–Mándale un beso a mi hermano.
–¿Por qué? –preguntó ella.
Brett dibujó aquella sonrisa seductora que utilizaba siempre que quería conseguir algo.
–Mi hermano quiere conocerte. Dile que me encanta mi trabajo y mi vida. Mándale un beso y asegúrale que estoy muy bien aquí.
Le pasó el teléfono.
Ella miró el aparato confusa e indecisa, pero finalmente lo tomó.
–¿Hola? –dijo ella y, tras escuchar unos segundos respondió–. Sí, estoy bien.
Brett sonrió satisfecho y, no pudiendo vencer la tentación de escuchar la conversación, pulsó el botón de conferencia.
–Así que he oído que estáis comprometidos y que vivís juntos –dijo el hermano de Brett.
–¿Qué? –preguntó Sunny alarmada.
Brett apagó el manos libres del teléfono y tomó el auricular rápidamente.
–Sunny no quería que nadie lo supiera aún –dijo Brett en un tono un tanto brusco.
–¿Sunny? ¿Qué nombre es ése? –preguntó su hermano.
–Único, como ella –dijo Brett, mientras le indicaba a ella con la mano que no se marchara. No quería que saliera de allí sin haberle dado una explicación–. Me gustaría que les contaras la situación a nuestros padres.
Phillip se rió.
–Supongo que lo mejor es que se vayan a un hotel.
–Sí, creo que sí.
Se despidieron y Brett finalmente colgó. Durante el final de la conversación no había apartado los ojos de Sunny. Ella se había quedado absolutamente inmóvil, y su rostro lucía una palidez poco habitual. Tenía un gesto desafiante en los ojos.
Quizás aquella espontánea excusa lo había salvado de su familia, pero iba a ponerlo en un aprieto con Sunny.
–Gracias por traer los informes –le dijo.
–Es mi trabajo –dijo ella con un énfasis particular.
–Respecto a lo que acaba de ocurrir… Tengo un pequeño lío familiar y, como has aparecido en el momento adecuado, pensé que quizás podrías ayudarme.
–Tu hermano ha dicho que estábamos viviendo juntos.
Brett se levantó lentamente, tratando de no atemorizar a una ya confusa Sunny.
–Verás, mis padres quieren obligarme a contraer matrimonio con una mujer a la que no quiero. Es encantadora, viene de una buena familia, tiene dinero y contactos, pero no siento nada por ella. Me he inventado la historia de que tengo una novia aquí, en Boston, y he terminado diciendo que vivimos juntos.
–¿Te has inventado todo eso?
–No tenía más remedio, de verdad –hizo un expresivo gesto con las manos–. Mis padres van a venir dentro de muy poco a visitarme, y amenazaban con traerme a lady Harriet.
–¡Cielo santo! –exclamó Sunny, arqueando las cejas en un gesto que a Brett le resultaba delicioso. No parecía segura de haber oído bien, pero le daba la impresión de que había dicho «lady».
Brett suspiró pesadamente.
–Hay algunas cosas que no sabes sobre mí –se aproximó a la puerta y la cerró–. La verdad es que mis padres no son como todo el mundo. En Inglaterra me conocen como lord Breton Hamilton, hijo de lord Arthur y lady Miriam Hamilton. Somos nobles –dijo las dos últimas palabras con auténtico pesar.
Sunny se quedó atónita y paralizada.
–Así que eres rico –dijo ella.
–No lo seré si me desheredan, tal y como me han amenazado.
–Pero no entiendo qué tiene que ver todo eso conmigo y con esa mentira de que estamos viviendo juntos.
El tono de su voz le dio cierta esperanza. Al menos no había hecho una crítica destructiva de su descabellada excusa.
Sus planes iban tomando forma y quizás con su ayuda podrían funcionar.
–Sunny, siéntate, por favor –él le ofreció caballerosamente una silla–. Trataré de explicártelo todo, aunque es un tanto complicado. No le he contado a nadie que soy lord porque prefiero que me traten como Brett Hamilton, un empleado más de esta compañía.
–Me estás pidiendo que te guarde el secreto, ¿verdad?
–Sí.
Sunny sonrió.
–No te preocupes, no voy a ir por ahí diciendo que eres un lord británico. Nadie me creería.
–Gracias –dijo él e, instintivamente, le tocó la mano. Pero la retiró con premura. Bajo aquellas circunstancias no era conveniente que estrecharan demasiado su relación–. Unidas al título hay ciertas responsabilidades. Mi hermano me ha llamado porque el médico le ha dicho que va a tener su cuarta hija. A él y a su esposa no les importa, pero mis padres están impacientes por que nazca un niño, es decir un heredero que lleve el título y el apellido de la familia.
–Ya, uno de esos arcaicos y machistas conceptos.
Brett sintió un instantáneo placer al oír su comentario. Quizás aquella mujer compartía sus mismos puntos de vista.
–Exacto. Me están presionando para que me case y me han elegido a la esposa adecuada. Yo no quiero una relación vacía. Necesito que haya mucho más que mera conveniencia.
Brett notó que la mirada de Sunny se enternecía. Al parecer había tocado un punto sensible.
–Por eso le dije a mi hermano que tenía una novia y luego añadí que vivíamos juntos. En ese instante preciso tú entraste en la habitación y usé tu nombre. Me gustaría saber si querrías considerar la posibilidad de actuar como mi novia durante la visita de mis padres.
Sunny dudó un momento.
–¿Quieres que te acompañe una noche o dos cuando quedes con tus padres?
–La verdad es que estaba pensando en algo más. Les he dicho que estábamos comprometidos.
–No hablas en serio, ¿verdad?
–Me temo que sí.
–Pero es ridículo.
–Lo sé. Sin embargo, el tiempo no se detiene y la semana que viene voy a tener que justificar lo que he contado. Sólo te pido que finjas ser mi novia. Te puedes trasladar temporalmente a mi casa para que parezca que vivimos juntos.
Sunny lo miró atónita y tardó unos segundo en reaccionar.
–A ver si queda algo muy claro: Yo sólo he venido aquí a traer unos informes, no a cambiar mi vida y acabar mudándome a tu casa.
–Sunny, tengo un apartamento con dos habitaciones. Tú tendrías tu propio dormitorio. Mientras mis padres estén en Boston saldremos todas las noches y nos lo pasaremos estupendamente. Será una relación totalmente inocente, te lo prometo.
Sunny lo miró como si se hubiera vuelto completamente loco, pero no podía evitar que una hermosa frase resonara en su mente: «Tengo un apartamento con dos habitaciones».
Sus padres llevaban algún tiempo viviendo con ella y se sentía un tanto apretada en su propia casa, pero no tenía valor para pedirles que se marcharan.
–¿Dónde está ese apartamento? –preguntó repentinamente Sunny–. Porque si está al otro extremo del mío…
–Está en esa zona que Lloyd siempre recomienda a todos sus empleados: los apartamentos Liberty.
Sunny sintió un cosquilleo en el estómago. Si su madre hubiera estado allí habría dicho que era una señal del destino, que los signos mostraban un momento estelar.
–Allí es donde yo vivo.
Brett sonrió.
–Entonces sería fácil que te trasladaras.
–¿Quieres decir que podría mudarme como compañera de apartamento?
–Si eso es lo que quieres, por supuesto.
–La verdad es que mi familia está viviendo conmigo y tengo serios problemas de espacio, así que me vendría bien.
–Sunny, a mi me sobra piso y me gustaría que me ayudaras en esta situación en la que me encuentro. Yo creo que nos podemos llevar bien. Lo único que tendrás que hacer será convencer a mis padres de que eres la mujer de mi vida.
–Haces que parezca muy fácil.
–Puede que no lo sea. Probablemente mis padres vengan predispuestos a rechazarte. Pero me harás un gran favor.
Sunny se estaba dejando convencer. Al parecer los dos tenían algo que el otro necesitaba.
Sin embargo, no podía negar que tenía ciertos reparos. La idea de compartir apartamento con un hombre que exudaba sensualidad y atractivo por cada poro de su piel representaba un peligro. No estaba dispuesta a caer en sus redes, pero sabía que tenía fama de casanova. La decisión no era fácil.
–Sunny, ¿qué puedo hacer para que confíes en mí? –dijo él con vehemencia–. Yo no quiero engañar a mis padres, pero no estoy dispuesto a que interfieran en mi vida. No quiero que mi boda sea un acuerdo material, ni tener un hijo con el único propósito de que herede un título. De verdad, quiero casarme sólo con una mujer a la que ame de verdad.
–Eso ha sido todo un discurso –dijo ella pensativa.
–Así es como me siento –dijo él tomándola de la mano–. De verdad.
–¡Ay, Brett! ¿Cómo puedes ponerme en este aprieto? No estoy segura de que esto esté bien, y puede que me arrepienta de esta locura toda la vida –miró fijamente sus ojos llenos de preocupación–. Pero de acuerdo, lo haré.
Él sonrió aliviado y ella supo en aquel instante que iba a ser complicado no dejar que su increíble atractivo la afectara.
–¿Cuándo quieres que me mude? –preguntó ella.
–La verdad es que estaría bien que nos conociéramos un poco antes de que lleguen mis padres. ¿Qué te parecería mañana?
Carmella López, secretaria de Lloyd Winters, director general de Wintersoft, estaba recogiendo su escritorio cuando Brett Hamilton entró en su despacho con una carpeta en la mano.
–Lloyd me dijo que necesitaba esto. Son sugerencias para el nuevo contrato de exportación.
Carmella tomó la carpeta y miró al ejecutivo. Sin duda era un soltero peligroso para Emily Winters, hija del director general. Cumplía todas las condiciones que su padre buscaba en un marido para ella.
–Muy bien –dijo Carmella–. Se lo haré llegar. Ahora está en una reunión. Me gustaría que me firmaras unos papeles antes de marcharte.
Sacó un enorme taco de hojas escritas y se lo puso delante.
Brett hizo una extraña mueca.
–¿Esto no puede esperar a mañana? He quedado con alguien…
Carmella lo miró sorprendida.
–¡Brett! Nunca antes te había oído ponerle excusas al trabajo.
Él sonrió.
–Lo sé. Pero voy a compartir piso y tengo una cita con mi futura compañera, después del trabajo.
–¿Es una mujer?
Él se ruborizó y pareció sentirse culpable. Carmella continuó interrogándolo.
–¿Resulta que hay alguien en tu vida y no lo sabíamos?
–No, no se trata de eso –dijo él, tratando de fingir indiferencia.
–Brett, te conozco bien, y pareces realmente culpable –aseguró Carmella–. Cuenta.
–No hay nada que contar. Todo es totalmente inocente. Lo que me violenta es que se trata de alguien que trabaja aquí…
–¿Qué?
Él suspiró.
–¡No sé qué me pasa hoy! No hago más que decir una y otra vez lo que no debo. ¡Menos mal que no estoy en el departamento de ventas!
Carmella lo miró intensamente. No iba a dejarlo escapar sin una confesión.
–No quiero que nadie piense mal en la oficina, así que te pediría que no se lo dijeras a nadie –le pidió Brett. Ella hizo una cruz sobre sus labios, prometiendo discreción. Él respiró profundamente antes de responder–. Sunny Robbins va a ser mi compañera de apartamento.
–¡No me lo puedo creer! –dijo Carmella, mirándolo totalmente sorprendida. No sabía que Brett y Sunny tuvieran la más mínima relación y resultaba que iban a compartir casa. Aquello suponía un claro cambio para los planes de Emily de emparejar a Brett con Josie, del departamento de relaciones públicas.
Brett se encogió de hombros.
–Sunny necesitaba un lugar en el que quedarse una temporada y yo necesitaba a alguien que me acompañara mientras mis padres estén aquí –dijo él, mientras procedía a firmar los papeles que tenía delante–. La verdad es que no me gustaría hacerla esperar.
–De acuerdo, puedes firmarlos mañana. Pero antes de irte, dime, ¿cómo, exactamente, va a ayudarte ella?
Él continuó con el siguiente papel.