Nueva oportunidad - Deanna Talcott - E-Book

Nueva oportunidad E-Book

Deanna Talcott

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Beschreibung

¿Primero llega el amor... y después el matrimonio? Él había sido el amor de su vida, pero cuando se marchó a la gran ciudad, los sueños de Claire Dent de compartir con él su futuro se esfumaron en el aire. Ella se había forjado una buena vida en su pueblo y no iba a dejar que el regreso del ahora rico y poderoso Hunter Starnes la afectara... por muy atractivo que fuera. Aquellos doce años habían cambiado a Hunter. En otro tiempo se había alejado de sus raíces y de su amor por Claire. Pero ya no era el hombre que huía de lo que quería... y Claire ya no era la chiquilla que creía en los cuentos de hadas; era una seductora mujer que merecía algo más real: un anillo y la promesa de una familia. ¿Podría el hombre que le había robado los sueños convertirse en la persona que se lo diera todo?

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Seitenzahl: 193

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2005 DeAnna Talcott. Todos los derechos reservados.

NUEVA OPORTUNIDAD, N.º 1976 - Diciembre 2012

Título original: A Ring and a Rainbow

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1265-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Ha dejado de llover –anunció el pequeño de seis años, Hunter Starnes.

A su lado estaba Claire Dent, de cinco años, acurrucada en el porche de atrás de la cabaña de los Starnes y abrazándose las delgadas piernas encogidas hacia el pecho.

Claire fijó su atención en las oscuras nubes que pasaban por encima de sus cabezas. Sus padres habían vuelto a discutir y suponía que ésa era la razón por la que estaban en aquella cabaña alejada de la ciudad hablando con la madre de Hunter.

Había oído cómo su madre decía que su padre había vuelto a perder el trabajo y Claire sabía lo que aquello significaba: la semana siguiente sería su cumpleaños y no podría llevar caramelos al colegio y seguramente tampoco recibiría ningún regalo. Su madre también empezaría a ahorrar en las comidas.

Claire siguió estudiando el cielo. Lo observaba y esperaba.

–Mira –dijo de repente–. Es el arco iris.

–¿Y qué pasa? –dijo Hunter mostrando desinterés–. La última vez vimos uno doble.

–Hunter, ¿tú crees que de verdad hay una jarra llena de oro al final del arco iris?

–No lo sé. Quizá.

–Si encontráramos una jarra llena de oro, ¿qué harías con ella?

–¿Yo? Pues compraría helados para todo el mundo. Y para ti y para mí compraría el más grande de todos. Sólo para nosotros dos.

Claire sonrió.

–Y haríamos una fiesta –dijo ella.

–Sí, con globos y un grupo de música y con todo. Invitaríamos a todo el mundo, incluso a la gruñona señora Harris.

Claire le dirigió una mirada de sorpresa.

–¿Estás todavía enfadado con ella?

Hunter se encogió de hombros.

–No. Yo no quería pisar sus malditas flores, pero era la única pelota de béisbol que teníamos y, como a los otros niños les daba miedo entrar en su patio, lo tuve que hacer yo.

–Eres muy valiente. Yo no lo habría hecho –dijo Claire.

–A veces hay cosas que tienes que hacer. Eso es lo que dice mi padre.

Claire se quedó pensativa unos instantes.

–Si hubiera algo que yo creyera que tuviera hacer sería asegurarme de que mi madre tuviera una casa bonita y que no estuviera siempre llorando. Y haría que mi padre fuera médico o algo así para que la gente lo admirara. Y también que siempre tuviera trabajo.

Hunter la miró con suavidad y ternura. Se bajó de la barandilla del porche y se sentó junto a ella. Con torpeza, dio unos ligeros golpecitos en la rodilla de Claire.

–Claire, tu padre podría ser médico si quisiera. ¿Te acuerdas qué bien le puso los puntos a Rufus cuando lo atropelló el coche?

Claire asintió y volvió a fijar su mirada en el arco iris mientras se preguntaba si algún día sus deseos se harían realidad.

Siempre que estaba con Hunter, pensaba que era la chica más afortunada del mundo. Incluso la semana anterior habían jugado a que se casaban, aunque Hunter le había hecho prometer que no se lo contaría a nadie.

Ella se había puesto un vestido largo de su abuela y Hunter el sombrero de copa que le habían dado en el circo el año anterior. Aunque no podían recordar todas las palabras, Hunter pensó que si decían «hasta que la muerte nos separe», valdría.

Al pensar en ello, de manera impulsiva se inclinó hacia Hunter y lo besó rápidamente en la mejilla.

–¡Claire! –exclamó Hunter–. ¡Deja eso! Las niñas no van por ahí besando a los niños.

–Yo no estaba besando a los niños –se defendió Claire–. Te estaba besando a ti.

Hunter se conformó con la respuesta y se relajó. Los colores del arco iris eran cada vez más fuerte e intensos.

–De acuerdo –dijo él–. Oye, ¿lo quieres encontrar?

–¿El qué?

–El oro al final del arco iris.

–Claro que sí –respondió Claire.

Hunter se levantó rápidamente, bajó los escalones y fue corriendo hacia el bosque.

Claire lo siguió hasta que llegaron a un prado.

–Por allí –señaló Claire.

Pero cuando los dos miraron hacia arriba, el arco iris había empezado a desaparecer.

Corrieron más rápidamente hasta que Claire se quedó sin aliento.

–Espera... –dijo ella–. Ha desaparecido.

–Hemos esperado demasiado tiempo –dijo Hunter–. Quizá lo podremos hacer la próxima vez.

Lo único que podían hacer era volver a la cabaña.

–Estaba segura de que si lo encontrábamos todo el mundo sería feliz –dijo Claire finalmente con los ojos llenos de lágrimas–. Por lo menos mi padre y mi madre.

–¿Sabes una cosa, Claire? –dijo Hunter al llegar a la valla de la cabaña–. Estoy seguro de que si enterráramos un poco de oro, la próxima vez que haya un doble arco iris, habrá más. Mucho más. Y entonces sólo tendríamos que cavar y encontraríamos todo lo que necesitáramos. Podríamos ayudar a todo el mundo.

–¿De verdad?

–Seguro.

Claire se detuvo y lo miró pensativamente.

–¿Hunter? Yo sé dónde podemos conseguir un poco de oro.

–Sí, seguro.

–De verdad, Hunter. Vamos, te lo voy a enseñar.

Saltó la valla y comenzó a caminar con más rapidez.

El coche estaba en la entrada de la cabaña y el bolso de su madre estaba en el asiento delantero. Claire subió al coche. Abrió el pequeño bolsillo del interior del bolso y sacó un anillo.

–Mira, mi madre me lo enseñó esta mañana. Era de mi abuela y es oro auténtico.

–¡Qué bien! Eso nos valdrá. Voy a por una lata y lo enterraremos en el bosque –dijo Hunter sonriendo–. Claire, te lo prometo, tendremos todo lo que siempre hayamos deseado. Vamos a ser ricos y vamos a hacer feliz a todo el mundo.

Claire eligió el lugar más escondido para enterrar la lata. Lo último que se imaginaba era que se estaba metiendo en un lío. En un gran lío.

Capítulo 1

Se suponía que la vida se componía de principios y finales, pero, al recordar sus treinta y cuatro años en Lost Falls, Claire Dent se dio cuenta de que su vida prácticamente carecía de ellos. Tenía la sensación de que todo lo había hecho a medias.

Pero aquel día se producirían algunos cambios.

Si las cosas salían como esperaba, por una vez pondría fin a uno de los capítulos más dolorosos de su vida. Y eso la haría muy feliz.

Abrió la puerta del horno y sintió cómo el calor le golpeaba la cara mientras observaba el pastel de pollo que estaba cocinando. Tenía un aspecto estupendo y el aroma era celestial.

Celestial.

Aquélla era una comparación irónica, especialmente ese día.

Claire había sido vecina de Ella Starnes toda la vida. No se podía creer que aquella contradictoria mujer se hubiera ido para siempre. Simplemente se había desvanecido mientras dormía hacía dos noches.

Y, desde luego, si había alguien que pudiera hacer que los cielos cantaran, ese alguien sería Ella. Seguramente ya estaría allí arriba, dirigiendo algún plan.

La hija mayor de Ella, Beth, había ido a su casa esa mañana para decirle que todos los hijos de Ella iban a volver a casa. En total eran cinco: Beth y sus hermanas, Mindy, Courtney y Lynda, y su hermano Hunter. Todas las chicas se había casado y se habían ido a vivir a otro lugar, aunque todas volvían a casa al menos una vez al año. Claire lo sabía todo sobre sus vidas.

Sin embargo, Hunter, había sido diferente. No había vuelto a casa en los últimos doce años y se rumoreaba que estaba soltero, que era inmensamente rico y que tenía un carácter un tanto extremo y difícil. Hunter era un capitalista arriesgado y su madre solía decir en broma que perdía el dinero de todo el mundo menos el suyo.

A Claire no le podía haber importado menos, pero la idea de la vuelta de Hunter no dejaba de inquietarla.

Era el último hombre de la tierra al que hubiera querido ver después de tantos años, especialmente en aquel momento en que ella sentía tanta tristeza por la muerte de su madre. Los dos habían llevado vidas separadas desde el momento en que Claire se había negado a esperar más la boda que él le había prometido pero que sus planes le habían impedido cumplir. Claire había seguido con sus cosas y había mantenido la cabeza bien alta, aunque sabía que todo el mundo hablaba de cómo Hunter la había dejado plantada.

Pero ella sentía todavía una obligación hacia la familia y además quería ser una buena vecina, así que sacó el pastel de pollo del horno y lo puso encima de la mesa para que pudieran comer algo caliente cuando llegaran. Intentaría evitar a Hunter, aunque le hiciera notar su presencia.

Le haría saber que allí, en Lost Falls, la gente mantenía sus promesas.

Al día siguiente, o quizá al otro, Hunter descubriría que ella había logrado sacarlo de su vida. Primero vería que a Claire ya no la impresionaba él, ni lo que hubiera hecho en la vida, ni todo el dinero que hubiera conseguido. También se aseguraría de que supiera que en ningún momento se había arrepentido de quedarse en Lost Falls. De hecho, conseguiría que él se preguntara por qué se había ido.

Claire sacó el pastel de pollo y miró por la ventana. La ventana de los Starnes estaba justo enfrente de la suya, sólo las separaba una pequeña carretera.

Vio que todavía no habían llegado a casa y que no había ningún coche aparcado en el camino de entrada.

Salió de su casa y se dirigió al porche de los Starnes. Sacó la llave del bolsillo, mientras con la otra mano sostenía el pastel de pollo, y abrió la puerta.

Claire entró de puntillas en la casa. Aunque siempre la habían tratado como parte de la familia, aquel día el silencio sobrecogedor la hizo sentirse como una intrusa.

La taza de café de Ella todavía estaba en la pila, donde la había dejado, y su jersey favorito colgaba del respaldo de una de las sillas. Sus gafas de leer todavía permanecían sobre la mesa de la cocina, al lado del periódico. Parecía como si hubiera estado leyendo y hubiera salido de la habitación para dormir la siesta.

El día anterior, cuando la había llamado el sheriff, Claire había estado pensando en guardar algunas de las cosas, pero finalmente no lo hizo. Sería bueno que los hijos de Ella sintieran la presencia de su madre en la casa. Claire sabía por experiencia lo duro que era perder a una madre y no quería decidir por ellos. Había dejado todo tal y como estaba.

Claire apartó algunas de las medicinas de Ella que había sobre la mesa y puso el pastel de pollo. Se giró y abrió el cajón de la izquierda, donde sabía que podría encontrar un lápiz y un papel.

El lápiz era de la vieja gasolinera de la familia de Hunter. Claire sonrió ligeramente al recordar que se había pasado la mitad de su juventud observando cómo Hunter cambiaba filtros de aceite, ponía gasolina y limpiaba los parabrisas de los coches. Ella, mientras tanto, se inclinaba hacia él y escuchaba sus sueños.

Y nunca, ni en un millón de años, habría pensado que sus sueños no la incluirían. No lo habría pensado nadie. Quizá por eso su separación había conmocionado tanto a las dos familias.

Los sueños que había alimentado en la universidad lo habían absorbido.

–¡Qué bien huele!

Claire se sobresaltó al oír aquella conocida y dulce voz. Se apoyó bruscamente en la pared y, sin darse cuenta, dejó caer el lápiz al suelo.

–Yo...

Hunter permaneció en la puerta, descalzo, sin camisa, con los vaqueros medio caídos. Tenía en la mano una camiseta de algodón blanca y parecía inquieto.

El corazón de Claire latía con fuerza y sintió cómo se le secaba la boca. Aquella presencia inesperada había hecho desaparecer todos los educados y fríos saludos que había estado ensayando.

–Me has asustado –dijo ella.

–No era ésa mi intención –dijo él.

La mirada salvaje de Hunter recorrió todo su cuerpo de arriba abajo.

Claire no se sintió vulnerable ante aquella inspección. De hecho, ni siquiera se ofendió. Ella también lo observó a él del mismo modo.

Estaba exactamente igual que lo recordaba, incluso mejor. Seguía siendo irresistiblemente atractivo y mostraba una virilidad que superaba la media. ¿Por qué no podría ser Hunter un hombre con los hombros encorvados, con gafas y calvo?

Pero eso se lo habría puesto demasiado fácil. A sus treinta y cinco años, Hunter Starnes seguía siendo un hombre erguido, alto y musculoso. Él era todo lo que se le aparecía en sus sueños y en sus noches en vela.

Pero la sorprendió que Hunter pareciera haber crecido en fuerza y en resistencia. Nunca había tenido ese aspecto a los veinte años.

La última década le había dado un aspecto más sexy y atrevido. Su rostro era más ancho y más cuadrado, tenía la frente amplia y lisa y su blanca y perfecta sonrisa producía el efecto de la edad y la experiencia sobre sus mejillas. La curva de su mandíbula y la barbilla estaban cubiertas por una cenicienta barba de dos días. Tenía un aspecto que cualquier mujer habría encontrado irresistible, el aspecto de un niño malo esperando a ser domado.

Cualquier mujer. Ella no.

Después observó su pelo, oscuro, desordenado, pero tan perfectamente cortado que le hizo a Claire darse cuenta de que Hunter cuidaba tanto su imagen como su carrera.

Sus ojos de color avellana, que siempre se habían mostrado alegres y seductores, habían cambiado ligeramente. Eran más profundos y penetrantes. La asustaban y la hacían sentirse inexplicablemente vulnerable, como si él pudiera ver hasta en lo más profundo de su alma.

También pudo percibir tristeza en ellos, una tristeza que no sabía cómo tratar.

Seguía teniendo los dientes más perfectos y más blancos y unos labios suaves y sexys que ella una vez conoció, unos labios seductores y pecaminosos cuando besaban, unos labios que un día le enseñaron la pasión y el fuego que podía existir entre un hombre y una mujer.

Pero esos mismos labios se habían vuelto solemnes y tristes.

Si había algo que le impidiera alcanzar la perfección, era su nariz. La tenía ligeramente torcida por los golpes que había recibido jugando al baloncesto en su último año de instituto.

–De verdad –dijo Hunter–, no era mi intención asustarte.

Hunter adoptó una actitud humilde, de disculpa, mientras entraba en la habitación. Se detuvo en le borde de la mesa de la cocina.

–Todavía no esperaba a las chicas, así que tenía comprobar de dónde provenía el ruido. Tenía que asegurarme de que no había ningún ladrón.

–Perdona. Debería haber llamado. Estoy tan acostumbrada a pasar sin llamar... Pero quería dejar algo de comer para tu familia y os iba a dejar una nota, Hunter.

Hunter miró el papel en blanco con intensidad. Los músculos de su mandíbula se tensaron.

–Gracias –dijo él con brusquedad–. Lo aprecio mucho.

Claire sintió un nudo en la garganta. Si él derramaba una sola lágrima, ella se derrumbaría y entonces acabaría en sus brazos.

–Y... y yo quiero que sepas que echaré muchísimo de menos a tu madre.

Él asintió, cerró los ojos brevemente y respiró con dificultad.

–Gracias, Claire. Supongo que a ti te habrá conmocionado tanto como a nosotros.

–Sí –dijo Claire.

Pero ella sabía que socialmente no merecía compasión. Era simplemente la vecina, no una hija suya, ni siquiera política. Pero Ella Starnes había sido como una madre para ella.

–Yo sabía, como probablemente tú también, que no se había encontrado muy bien últimamente, pero...

–Yo la vi el día de antes. Tenía muy buen aspecto, parecía estar mejor de lo que había estado en todo el invierno. Incluso estuvo hablando de irse de crucero el próximo otoño.

–Desde luego, hasta el año pasado siempre supo cómo disfrutar de la vida –admitió Hunter–. Beth dice que quizá haya sido una bendición el hecho de que se haya ido así de rápido. Nunca hubiera soportado estar enferma o ser una carga.

Claire asintió y pensó durante unos instantes lo extraño que le parecía que pudieran hablar de todo, incluso de la muerte de su madre.

–Ya lo sé. Si algo aprendí de tu madre fue a luchar contra las adversidades. Ella siempre supo estar a la altura de las circunstancias. Nunca dejó que su artritis la desanimara y tenía demasiada fuerza de voluntad como para dejar de sonreír.

Hunter hizo un extraño ruido, como si se estuviera atragantando y no fuera capaz de decir nada.

De manera instintiva, Claire sabía que Hunter no quería llorar o mostrarse débil delante de ella. Así que intentó bromear para aliviarlo.

–Pero, desde luego, tenía algunas manías. Siempre me decía que quitar la nieve del camino de entrada con una pala era un buen ejercicio, que me mantendría joven. Todos los otoños me comparaba una pala nueva y yo siempre le lanzaba una indirecta de que quizá una máquina quitanieves sería mejor...

Hunter se rió y se limpió las lágrimas de los ojos, como si hubiera sido aquella anécdota lo que los había humedecido.

Pero los dos sabían que no era así.

Claire deseaba abrazarlo y decirle lo mucho que lo sentía, pero sabía que no sería una buena idea.

Permanecieron allí en un tenso silencio. Claire se dio cuenta de que debería encontrar cualquier tipo de excusa y marcharse, pero parecía no poder hacerlo. Habían pasado años y unos cuantos minutos más no significarían nada, especialmente si podía compartirlos con Hunter.

–Mira con qué aspecto me has pillado –dijo Hunter cambiando de tema y agitando la camiseta de algodón–. Iba a meterme en la ducha antes de que vinieran las chicas y sus familias.

Se puso la camiseta y la estiró sobre su pecho. Los bíceps de Hunter se movían como si fuera un obrero, no un empresario.

–Aparqué el coche en la calle –dijo él–. Por eso no te habrás dado cuenta de que estaba en casa. Supuse que mis hermanas tendrían muchas cosas de los niños para descargar.

Claire apartó su mirada de la de Hunter para no permitir que él se diera cuenta de la añoranza que no podía controlar. Poco a poco se iba reconciliando con la idea de que probablemente nunca tendría una familia, de que nunca tendría hijos. Pero algunos días le resultaba más fácil que otros.

Cuando Hunter y ella tenían dieciocho años y estaban llenos de esperanzas para el futuro, habían elegido sin pensar algunos nombres de niños. Se preguntaba si él todavía se acordaba: April Michelle para una niña y Tyler Worth para un niño. Claire los había escrito en los márgenes de su cuaderno de espiral y se había imaginado los bebés tan adorables que habrían tenido.

Pero en ese momento sólo tenía unos brazos vacíos.

–Ha sido error mío –dijo ella intentando parecer calmada–. Para serte sincera, Hunter, si hubiera sabido que estabas aquí, no habría entrado. Le habría dado el pastel a alguna de tus hermanas a la entrada de la casa.

Hunter levantó las cejas con sorpresa y la miró fijamente.

–Todavía sigues enfadada, ¿verdad?

Ella lo miró. Consideró la pregunta y se recordó a sí misma que quizá era una mujer afortunada. Se podía haber casado con él hacía diez años y lo habría tenido que aguantar durante todo ese tiempo.

–¿Por qué iba a estar enfadada? Hace doce años que no hablamos. No tenemos nada en común. Tú tienes tu vida en California y yo la mía en Lost Falls. No tenemos nada que decirnos. Simplemente eres una parte más de mi pasado. Toma la llave de la casa de tu madre. Estoy segura de que quieres recuperarla.

Hunter bajó la mirada.

–Quédatela –dijo él.

–Ahora no hay ninguna razón para que me la quede –dijo Claire.

Hunter la miró con una dureza penetrante. Las motas verdes de sus ojos se tornaron pardas.

–Mi madre apreciaba mucho todo lo que hacías por ella, Claire. Tú estabas aquí para ella todos los días, cuando ninguno de nosotros estaba. Nunca lo olvidaremos, a pesar de lo que haya podido pasar entre nosotros.

Claire intentó olvidar la última frase.

–Tus hermanas venían cuando podían. Para ellas era muy difícil vivir tan lejos de casa y a mí no me importaba ocuparme de tu madre cuando podía. Pero ahora ella... se ha ido...y...

Claire intentó no ahogarse con las palabras. Por ella, por Hunter, por lo extraño de la situación. Pero, al irse Ella, los lazos de Claire con la familia Starnes estarían debilitados para siempre.

La repentina sensación de que estaba completamente sola la hizo temblar con un sentimiento de claustrofobia. Pero intentaría no pensar en ello. Había cosas mucho peores que estar sola.

Finalmente habló.

–Supongo que querrás reunir todas las llaves extraviadas, Hunter, o, al menos, cambiar las cerraduras.

Claire le seguía ofreciendo la llave a Hunter, pero él no parecía querer agarrarla.

–Eres como de la familia, Claire.

Claire bajó la mano ligeramente y dejó que sus dedos agarraran con fuerza la llave que sostenían.

Pasó un segundo. Hunter la penetraba con su mirada. Sus ojos no parecían reflejar ninguna sugerencia sexual, simplemente la evaluaban.

–Tienes buen aspecto, Claire. Muy bueno –dijo él.

¿Cómo podía decirle algo así? ¿Por qué no podía ser simplemente educado, darle las gracias y acompañarla a la puerta?

La tensión era sofocante. En ese momento, Hunter Starnes le estaba produciendo una corriente eléctrica por todo su cuerpo que era difícil de aplacar.

–También... quería decirte –dijo ella finalmente– que si necesitas algo...

–¿Hacemos una tregua?

Los párpados de Claire se cerraron involuntariamente y sintió cómo su corazón se revolucionaba.

–Hunter, no...

–Vamos, Claire, esto es ridículo –dijo Hunter mientras se movía hacia ella–. Ni siquiera nos hemos dicho hola. Tú estás en tu lado de la habitación y yo en el mío. Los dos sabemos que no vamos a continuar lo que dejamos, pero al menos podemos ser civilizados.

–Creo que las cosas están mejor así antes de que permitamos que lo otro no nos deje ver con claridad.

Hunter frunció el ceño.

–¿Qué es lo otro? ¿De qué demonios estás hablando?

¿Hacía falta recordarle aquellos besos robados y aquellos descubrimientos íntimos?

–Las hormonas de la adolescencia –dijo ella–, encuentros de adolescentes del peor tipo.

–Vamos, Claire, éramos unos niños.

–¡Exacto! Ahora soy más mayor y más sabia.

–Eres mejor –dijo Hunter.

Claire sabía por el tono de su voz que Hunter le estaba diciendo lo que realmente pensaba y eso la desconcertaba.

–Hunter, no digas eso. No me conoces en absoluto. Ya no.

Hunter dio un paso hacia ella.

–Lo que sí sé es que en todos estos años nunca has decepcionado a mi madre –dijo Hunter dando otro paso hacia ella–. Yo sé que para ella eras maravillosa, Claire. También sé que yo nunca te he olvidado, por muy mal que quedáramos al separarnos.

Claire no quería alabanzas, ni tampoco explicaciones. Sólo había querido hacer lo correcto por Ella, por muy difícil que Hunter se lo hubiera puesto.

–Hunter...

Antes de que pudiera responder, él la rodeó con sus brazos y la llevó hacia su pecho.