El beato Juan Huguet y otros 4235 sacerdotes, mártires del siglo XX en España - Feliciano Rodríguez Gutiérrez - E-Book

El beato Juan Huguet y otros 4235 sacerdotes, mártires del siglo XX en España E-Book

Feliciano Rodríguez Gutiérrez

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Este es el primer libro sobre los 4.235 sacerdotes y seminaristas mártires del siglo XX en España. Pequeña, pero hermosa y precisa herramienta para conocer una gran historia. Una de las mayores persecuciones padecidas por la Iglesia aconteció en este país hace noventa años. Arrancó legal en 1931 y explotó sangrienta en la revolución de 1934-1939. La cifra total de mártires, contando también monjas, frailes y laicos, no baja de los 10.000. El libro narra la vida y martirio de tres sacerdotes, que representan a todos: Juan Huguet, de 23 años, cura desde hacía un mes y primer mártir de Menorca; Enrique Boix, salvajemente asesinado a los 36 años en Valencia; y Lázaro San Martín, de 64 años, veterano párroco en pequeños pueblos de Asturias. Y ofrece en primicia un panorama general de los obispos, sacerdotes y seminaristas mártires: su distribución geográfica; los 383 ya beatificados y los 2.358 en proceso. Los mártires del siglo XX son testigos admirables de la causa del Dios de la misericordia y del perdón en el siglo más carente de piedad y más violento de la historia.

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Feliciano Rodríguez Gutiérrez

El beato Juan Huguet y otros 4.235 sacerdotes, mártires del siglo XX en España

Colección

Mártires del siglo XX

nº 9

Dirigida por Juan A. Martínez Camino

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2023

© Óleos de Nati Cañada

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 115

Esta obra ha sido publicada con la colaboración del Instituto de Estudios Históricos de la Universidad CEU San Pablo

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

Imágenes de los beatos: es.catholic.net, archive.is y leforumcatholique.org

ISBN: 978-84-1339-138-0

ISBN EPUB: 978-84-1339-471-8

Depósito Legal: M-1798-2023

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN. UNA NUBE INGENTE DE TESTIGOS

I. JUAN HUGUET CARDONA (1913-1936): «¡NO ESCUPO!... ¡VIVA CRISTO REY!»

La Iglesia de Menorca a principios del siglo XX

Primeros años de Juan y ambiente familiar

Seminarista en Ciutadella

Peregrino en Roma

Deseos de santidad

Pedagogía martirial

Ordenación sacerdotal

«Cristo lo es todo en todos». Su primera misa

Oscuros nubarrones

Numerosos mártires en Menorca

«O escupes o te mato»

En casa de sus padres

«No puedo apartar de mi mente al joven sacerdote que yo maté»

La gracia del martirio

II. ENRIQUE BOIX LLISO (1900-1937): UN VERGONZANTE PACTO DE SILENCIO

La revolución en España y en Valencia

El marquesado de Llombai

Los primeros años

Sacerdote de Jesucristo

Cura de los jóvenes

Vientos revolucionarios

Un pueblo envenenado

Espectáculo martirial

Pacto de silencio

Los testimonios

El carbón enriquecido

III. LÁZARO SAN MARTÍN CAMINO (1872-1936): CUARENTA AÑOS CURA DE PUEBLO

IV. LOS 4.235 SACERDOTES MÁRTIRES

Número de mártires por diócesis

El mapa del martirio del clero secular (1934-1939)

Los 383 santos y beatos: 9 obispos, 353 sacerdotes y 21 seminaristas

Los 2.358 siervos de Dios, en proceso de beatificación

Bibliografía

Sobre el beato Juan Huguet, Enrique Boix y Lázaro San Martín

Sobre la persecución y el martirio en España, en el siglo XX

Sobre los sacerdotes mártires y la persecución, por diócesis

Colección

Mártires del siglo XX

PRÓLOGO

En el siglo XX la Iglesia católica fue perseguida en España como casi nunca en su historia1. La persecución, que comenzó en 1931, tuvo su explosión sangrienta durante la revolución de los años 1934 al 1939. En estos años los revolucionarios socialistas, comunistas y anarquistas asesinaron a 4.235 sacerdotes y seminaristas. La cifra total de los muertos por causa de su fe católica no bajará de los 10.000. Pero este libro se centra en el grupo más numeroso de ellos: el de los sacerdotes y seminaristas.

No había ningún libro que tratara de los 4.235 sacerdotes mártires del siglo XX en España. Se habla de ellos en muchas obras sobre la persecución. Pero en ninguna de modo exclusivo y sintético como aquí se hace. Para llenar este hueco y ofrecer una herramienta fácil de utilizar en la divulgación de esa gran historia, este pequeño libro se presenta como una piedra preciosa de cuatro caras.

Tres caras de la joya brillan, cada una, con la luz propia de la vida de un sacerdote mártir. Constituyen el centro de la obra. Los elegidos podrían haber sido otros muchos. Juan Huguet, Enrique Boix y Lázaro San Martín no destacan sobre los otros por nada demasiado especial. Sin embargo, ellos pueden representarlos a todos. En cada mártir están de algún modo todos los demás. Porque es una misma la sinrazón persecutoria que se ceba en cada uno de ellos. Pero, sobre todo, una misma es la Gracia del martirio por la que todos son unidos al sacrificio redentor del Salvador.

Juan tenía sólo 23 años, es de los sacerdotes mártires más jóvenes, acababa de ser ordenado; fue beatificado en 2013 y era venerado en su tierra de Menorca como mártir desde el momento mismo de su muerte. Enrique había nacido con el siglo; a sus 36 años ya era un cura bastante hecho; su terrible martirio permaneció casi oculto hasta hace poco, pero su causa de canonización está en Roma, con otros mártires de Valencia. Lázaro era un sacerdote benemérito, había cumplido ya cuarenta años de ministerio pastoral en tres pueblos pequeños de Asturias, cuando, a los 64 años, fue martirizado en la playa de Gijón.

La cuarta cara de esta joya brilla algo menos, pero es también de gran valor. No refleja la luz de biografías martiriales concretas. Sin embargo, ofrece por primera vez el panorama global de los 4.235 sacerdotes mártires: cómo se distribuyen por diócesis; los 383 que han sido ya reconocidos canónicamente como mártires y los 2.358 que están en proceso de canonización. La obra se cierra con un elenco de libros muy útil para ir conociendo más de cerca, diócesis por diócesis, a todos los obispos, sacerdotes y seminaristas mártires.

Mil gracias al padre Feliciano Rodríguez, autor del libro. El lector notará enseguida que es un gran enamorado de los mártires y del sacerdocio. Aceptó de muy buen grado la propuesta que un servidor le hizo de encargarse de este volumen de la colección «Mártires del siglo XX». Se trataba precisamente de eso: de sacerdotes, y de sacerdotes mártires. Y luego asumió también con generosidad otras sugerencias sobre la estructura de la obra, así como la inclusión de la bibliografía.

Los mártires del siglo XX son testigos admirables de la gran causa del Dios de la misericordia y del perdón en el siglo más carente de piedad y más violento de la historia. Quiera el Señor que este hermoso libro contribuya a difundir su testimonio. Será luz que alumbre la fe y un futuro mejor.

Juan Antonio Martínez Camino

Madrid, 6 de noviembre de 2022

Memoria de todos los santos y beatos

mártires del siglo XX en España

INTRODUCCIÓN. UNA NUBE INGENTE DE TESTIGOS

Los mártires de la persecución religiosa de los años treinta en España se cuentan por miles. Aunque es difícil dar cifras exactas, se calcula que no fueron menos de 10.000, si incluimos a los seglares. Resulta relativamente fácil contabilizar los mártires religiosos que, según las estimaciones más fiables, fueron 12 obispos, 4.235 sacerdotes y seminaristas, 2.370 religiosos y 296 monjas2. En total unos 7.000, a los que hay que añadir, como decimos, los laicos que, aunque el número es más difícil de calcular, ciertamente no fueron menos de 3.000. Estas cifras demuestran que estamos ante una de las más sangrientas persecuciones religiosas de toda la historia.

La intención de las fuerzas republicanas y comunistas fue la eliminación total de la Iglesia católica. Expresiones como «La Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo. Sus bienes han de ser expropiados» y otras muchas similares, fueron frecuentes en la prensa de izquierdas desde la implantación de la Segunda República, en 1931. Además, en mítines y en múltiples manifestaciones populares, se alimentaba en el pueblo el odio a todo lo religioso, sirviéndose sin ningún escrúpulo, de calumnias, mentiras o burlas sarcásticas contra los curas y los frailes. De hecho, la primera gran quema de conventos acaece el 11 de mayo de 1931, quedando desde ese momento muy tensas y problematizadas las relaciones entre República e Iglesia. En honor a la verdad hay que decir que la Iglesia en España, desde el mismo momento de su proclamación, no solo acató la República respetuosamente, sino que se brindó, incluso, a una positiva colaboración. Así lo reconoce el mismo Pío XI, en la carta Dilectissima Nobis de 1933, preocupado por las nuevas leyes laicistas y por las revueltas antirreligiosas que se estaban produciendo. Y en el mismo sentido se expresará el cardenal Gomá en la famosa «Carta colectiva» de episcopado español, escrita en plena contienda para informar al episcopado universal de la terrible persecución que, sin precedentes en su historia, padecía la Iglesia en España. Aunque fue redactada por el cardenal Gomá, la firmaron en 1937 la inmensa mayoría de los obispos.

Esta venenosa siembra de desprecio y odio a lo religioso produjo los amargos frutos que se podían esperar. Las turbas insurgentes acusaban con desprecio y encono a la Iglesia y al clero de ser los culpables de todos los males que inveteradamente venían pesando sobre el pueblo indefenso. Subyacía el prejuicio marxista de que la religión es el «opio del pueblo», que también alimentaba la voracidad de muchos dirigentes políticos. De hecho, la etapa republicana iniciaba su andadura con una pretensión innegociable: la implantación del laicismo y la desaparición de la religión. El entonces ministro de la guerra, Manuel Azaña, llegó a decir en el Congreso el 13 de octubre del 31, la famosa frase «España ha dejado de ser católica».

Aunque la acción exterminadora de lo religioso fue virulenta y rápida incluso desde antes de la guerra, fue, sin embargo, especialmente devastadora en los primeros meses de la misma, es decir, en toda la segunda mitad del año 36. A partir de entonces, «el clérigo que no había escapado a zona nacional, o estaba muerto o estaba oculto»3.

El grupo de los sacerdotes diocesanos, que es el más numeroso, es al que queremos prestar especial atención en estas páginas. Resulta sorprendente la clara pretensión de terminar con ellos, como si de un sector vital para la vida de la Iglesia se tratara. Y en esto, efectivamente, el instinto asesino de los enemigos de la Iglesia, acertaba. Centrarse con especial interés en la eliminación sistemática de los curas, evidencia la dañina intención de eliminar la Iglesia: matando a los curas se destruía su estructura básica, que se articula en las parroquias.

Lo habitual entre los sacerdotes diocesanos era vivir solos o con algún familiar, en la correspondiente casa rectoral, ya fuesen párrocos, coadjutores o sencillamente adscritos a la parroquia. En este grupo hay mártires de todas las edades, aunque abundan los jóvenes. Y las formas de martirio son sorprendentemente variadas y muchas de ellas de una crueldad tal, que sería muy difícil de imaginar previamente, y hasta avergüenza describirlas4. Por eso, cuando se rastrean los hechos de esta persecución y se pormenorizan detalles, la conmoción sobrecoge el corazón, a la vez que se eleva espontánea la acción de gracias a Dios por este precioso tesoro de amor y perdón que tiene la Iglesia. Los mártires son la prueba cierta de que el Amor tiene la última palabra, de que el Amor, a pesar de tanto mal y de tanto sufrimiento, al final siempre triunfa.

Es significativo que los sacerdotes diocesanos constituyan el grupo más perseguido, por encima incluso de los sacerdotes religiosos, teniendo en cuenta que la vida en comunidad de los religiosos podría facilitar mucho los asesinatos en grupos numerosos. Puede pensarse que a los curas se les perseguía como objetivo prioritario, casi de manera instintiva. Como de ordinario vivían solos, era necesario buscarlos y perseguirlos en su domicilio, o en los lugares donde tuvieron que esconderse. Y se les martirizaba de ordinario solos (muchas veces, como decimos, con verdadera saña, incluso con sadismo), o bien incluidos en grupos indiscriminados de mártires de todo tipo de fieles. Está demostrado que era muy común la presencia de clérigos maniatados en los repletos camiones de la muerte5.

Desde el primer momento la Iglesia de España se preocupó porque no se perdiese el precioso recuerdo de sus mártires. Ya la primera Conferencia de obispos Metropolitanos celebrada tras la guerra, determinó nombrar una Comisión encargada, entre otras cosas, de recoger todo el material posible para poder recrear, con la mayor fidelidad posible, la verdad de lo sucedido. La Comisión debería encargarse también de publicar una monografía con el recuerdo de cada martirio y el relato de los hechos6. Casi todas las órdenes y congregaciones religiosas recabaron datos y testimonios orales y escritos de los testigos directos para promover los procesos canónicos de beatificación, algunos de los cuales llegaron enseguida a Roma. Como es sabido, y por razones de prudencia, en 1964 san Pablo VI interrumpió el examen de estas causas hasta que las condiciones sociopolíticas de España fuesen más adecuadas. Eso ocurrió durante el pontificado de Juan Pablo II, quien no sólo permitió que se reabriesen ya las causas, sino que en su carta Tertio Millennio Adveniente alentó e impulsó a toda la Iglesia a reconocer a los mártires como una de sus mayores riquezas7.

Este impulso que el papa hizo con motivo del Gran Jubileo del año 2000, fue decisivo para reavivar el entusiasmo por los mártires. Diócesis y congregaciones volvieron a retomar las frenadas causas con renovada ilusión.

Hoy podemos agradecer a las diferentes diócesis su meritoria labor de seguir promoviendo la glorificación de tantos sacerdotes diocesanos que dieron su vida por amor a Aquel cuya Sangre ofrecían cada día en el altar de sus parroquias. Son muchos los que ya han sido proclamados beatos, y muchos más los que esperan ese justo reconocimiento. De todo ello damos detallada cuenta en el último capítulo.

Que nadie piense que la Iglesia recoge la memoria de sus mártires con pretensiones distintas a las de promover la verdad, el perdón y el amor. Los mártires no acusan a nadie, ni a nadie condenan. Murieron todos perdonando y sin odio. Es deber de la Iglesia mostrar al Pueblo de Dios el ejemplar modo de vivir y de morir de sus mejores hijos. Ellos nos hacen un bien superior, pues nos recuerdan con la persuasión de los hechos y de la sangre, que el amor de Dios y su gracia valen más que la vida; y que esta vida temporal no es sino una preparación para la eterna y definitiva.

Esta gran «nube de testigos» es tesoro y gloria de la Iglesia y precioso signo de esperanza. Por eso, a todos ellos los miramos «con gozo en nuestros ojos, y los besamos y abrazamos con el más santo e insaciable afecto; pues son ilustres por la fama de su nombre y gloriosos por los méritos de su fe y valor». Y con admirado reconocimiento les decimos: «Rechazasteis con firmeza al mundo, ofrecisteis a Dios magnífico espectáculo y disteis a los hermanos ejemplo para seguirlo (…) Vuestras manos puras acostumbradas solo a obras santas, se han resistido a sacrificar sacrílegamente; vuestras bocas, santificadas con el manjar del cielo, han rehusado, después de recibir el cuerpo y la sangre del Señor, mancharse con las abominables viandas ofrecidas a los ídolos (…) Vuestra frente, sellada con el signo de Dios, no ha podido ser ceñida con la corona del diablo, sino quese reservó para la diadema del Señor. ¡Oh, con qué afectuoso gozo os acoge la madre Iglesia, al veros volver del combate! (…). En todos vosotros se da la misma pureza de corazón, la misma entereza de una fe firme»8.