El buen destierro - Alfredo Staffolani - E-Book

El buen destierro E-Book

Alfredo Staffolani

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"No hay idioma ni forma de hilar todo lo de adentro" dice Manuel, el poeta místico de los basurales, protagonista de "El buen destierro", después de escapar de los abusos de su padre, para buscar la salvación. Y esa voluntad de intentar hilar todo lo de adentro, hacer con la palabra un idioma que dé sentido al mundo, a pesar de lo imposible, como una laica forma de salvación, podría ser también un camino para recorrer todo el teatro de Alfredo Staffolani. Hilar lo de adentro, la razón que reúne a los personajes en escena, que los lleva a conversar, a ir al pasado, a tratar de encontrar un sentido en el presente. La reunión, el tiempo y la memoria son tópicos que vuelven en todas las obras reunidas en este volumen. Personajes a los que el destino de la escena reúne, a veces en la intemperie, en el frío o en el matorral, que recuerdan, se cruzan y saturan la imaginación. Y esa forma de hablar, de pensar, de imaginar en escena, es lo que hace de la dramaturgia de este autor un lenguaje que no se le parece a nada. Un lenguaje pasado por la vida misma, por eso que es la vida cuando se fija en la memoria, que la palabra viene a hilar, como un hilo de salvación. Cynthia Edul

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EL BUEN DESTIERRO

 

 

ALFREDO STAFFOLANI

 

 

 

Índice

CubiertaPortadaEl buen destierroPrimera parte / Una forma del exilioSegunda parte / Saturno se devora a sí mismoLos golpesI/: EntrenamientoII/: El ensayoIII/: El objeto imaginarioUn lugar a dónde irUn documental sobre la vida de nadiePor culpa de la nievePrimer acto. InviernoSegundo acto. Una semana antesTercer actoCuarto actoNotas sobre los textosAgradecimientosSobre el autorCréditos

El buen destierro

EL PADRE, un linyera.

MANUEL, alrededor de 20 años. Su hijo.

ALDO EL GRANDE, bigote herradura. Tiene pelo canoso, largo.

ROBERTO, también tiene el bigote herradura.

 

 

/ Significa el fin de la frase, o una interrupción que continúa en la línea siguiente.

Primera parte / Una forma del exilio

I.

El Desarmadero. Primer Lamento.

/

 

Un basural, restos de cosas de cualquier índole.

 

EL PADRE: Yo debería haberle enseñado a vivir en el campo a mi hijo, que es donde se aprende casi todo. Pero no le enseñé eso, ni le enseñé tantas cosas, y una mañana se ve que no me quiso más, y se fue.

Culpable él que de tan hermoso me volvió loco, y más loco todavía al buscarlo. Ahora recorro mi lugar de punta a punta gritando su nombre/

Vivo en un desarmadero cubierto de chapa, mugre, y todo lo que van dejando: un carburador, algodón todavía húmedo, yerba seca, latas de pintura, uñas de los pies/

Pero toda tristeza, todo dolor te da un ratito para cerrar los ojos y pensar en el mañana, nunca en el ayer, siempre en el mañana. Y yo lo veo a mi hijo en ese mañana, todavía.

Tengo un cuchillo y la ilusión de encontrar /

La luz del día entra temprano, y todo humea y humea. El vapor de basura me deja medio borracho y pareciera que veo sus ojos por encima del chatarrerío como una señal luminosa. Pero no existe idioma que me permita nombrarlo para que vuelva conmigo, parece. No hay idioma ni forma de hilar todo lo de adentro y que organice este pedido de auxilio. Si por lo menos una virgen en algún monolito me escuchara y me trajera, aunque sea la sensación, le pido, le ruego, no tengo nada para ofrecer/

un cuchillo/

mi vida/

nada/

le pido por un segundo que más allá de todos los alambrados que distingo, por encima de todos los puentes y los cables de luz, en el último punto de todo eso, aparezca.

 

 

II.

Tu amor será mi refugio.

/

 

En la galería de una casa de retiro, de noche, los grillos cri cri y los dos únicos residentes: Roberto iluminado por un farol y Aldo El Grande, quien pareciera ser la máxima autoridad. Los dos con una robe de la misma tela. Manuel se pega con la mano en un oído. Está desnudo.

 

MANUEL: Cuando intento dormir aprieto las retinas y veo siluetas de papel con la figura de ustedes: hombrecito hombrecito hombrecito hombrecito/

Pero (se golpea el oído otra vez) agarré un cuaderno que traje/

ALDO EL GRANDE: (Murmurando, a Roberto). ¡Es poeta!

MANUEL: Traje un cuaderno con cosas que escribo. Son pensamientos, garabatos. Nada importante/

ROBERTO: ¿Cómo que nada importan/

MANUEL: Me levanto, voy hacia la llave de luz como un fantasma, la enciendo y sobre el rosario que está colgado veo tres, cuatro zancudos. Los quiero matar con el cuaderno, pero se mueven y/

ROBERTO: Así lo encontré, en alerta, todo picoteado. Le llevé un poco de vino.

MANUEL: (A Aldo). Me serenó. Me hizo bien.

ROBERTO: Y citronela/

MANUEL: (A Roberto). Gracias, amigo.

ROBERTO: Le puse un espiral. La habitación tiene roto el mosquitero.

ALDO EL GRANDE: Si, sí. Roberto. Ocúpese/

ROBERTO: Vamos a buscarte otro lugar/

ALDO EL GRANDE: Bienaventurados los que esperan. O sea, nosotros. Bienaventurados los que/

ROBERTO: Sí. Aleluya. Qué milagro. (A Aldo). Llegó empapado y con los brazos llenos de marcas.

MANUEL: Pero no puedo dormir.

ALDO EL GRANDE: Tranquilo, amigo. Llegaste al lugar indicado.

ROBERTO: Quizás tengas que estar despierto y caminar un poco hasta que venga el sueño otra vez.

MANUEL: Sí, quizás sí.

ROBERTO: Deberías vestirte ahora.

ALDO EL GRANDE: ¡No! Que se quede así, si quiere. No hay obligación. Hijo mío, rey celestial: te esperamos como dos esclavas/

ROBERTO: (Confidente, a Aldo). ¿Entonces usted dice que es un enviado de/

ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto. Contemple el suceso y no me interrumpa/

Aquí te esperamos como dos esclavas/

ROBERTO: Como dos esclavas, tejedoras de/

ALDO EL GRANDE: Misericordia/

ROBERTO: Como dos tejedoras de misericordia… lana a lana. Codo a codo. Oh, Cartero mío del mismísimo Jesús de Nazaret que llegas a esta casa humilde y de piedra para/

MANUEL: (Se mira sin entender del todo, recuerda que sigue desnudo). Mmm. Sí, sí. Perdón.

ALDO EL GRANDE: ¡No se preocupe, mi redentor!

 

Pausa. Manuel se aleja corriendo.

 

ALDO EL GRANDE: (A Roberto, casi susurrando). ¿A dónde va? ¡Atrápelo, Roberto!

ROBERTO: (Va detrás de él). No corras, Manuel.

 

Lo detiene.

 

MANUEL: ¿Acá se puede fumar?

ROBERTO: Claro, claro.

MANUEL: ¿Y esta qué música es?

ROBERTO: Ah, es un aparato de música funcional/

ALDO EL GRANDE: Podemos buscar otro farol y salir a caminar si te molesta/

MANUEL: ¿Se podría subir el volumen?

ALDO EL GRANDE: Sale por los parlantes siempre con la misma frecuencia. Pronto va a cortar, y retoma mañana con canto del primer gallo.

MANUEL: Me gusta esta música funcional.

ROBERTO: Mañana te podría prestar un walkman y escuchar en su interior a todo volumen.

MANUEL: (Se tantea las caderas buscando tabaco). No tengo/

ALDO EL GRANDE: ¿Le dieron algo de comer?

ROBERTO: Dijo que llegó comido.

ALDO EL GRANDE: ¿Tiene hambre?

MANUEL: Comí pollo/

¿Cómo se llama esta música?

ROBERTO: Eso que suena ahora es Vangelis.

ALDO EL GRANDE: ¿Conoce?

ROBERTO: En griego quiere decir pulsera.

ALDO EL GRANDE: Brazalete de Dios. Usted me entiende.

MANUEL: ¿Ellos donde están?

ROBERTO: ¿Quiénes?

MANUEL: Los Pulsera.

ROBERTO: No están acá.

ALDO EL GRANDE: (A Roberto). ¡Debe creer que tenemos coreutas!

ROBERTO: El sonido sale en continuado por unas cintas desde una caja instalada cerca de la oficina de (señala a Aldo, El Grande con la cabeza).

 

Manuel se lleva la mano al pecho, algo conmovido.

 

MANUEL: Es increíble.

ALDO EL GRANDE: Entonces comió.

ROBERTO: Trajo dos pollos frescos en el bolso/

MANUEL: Para compartir. No sé cómo voy a poder agradecer que me hayan recibido.

ALDO EL GRANDE: Es muy amable.

ROBERTO: Pero no comemos animales.

MANUEL: Perdón.

ALDO EL GRANDE: Tampoco crea que vivimos a pan y vino. Entonces es escritor.

MANUEL: ¿Quién?

ROBERTO: ¡Pregunta por tu cuaderno!

MANUEL: Ah, sí. Tengo muchos cuadernos. Pero a este le faltan algunas hojas, ya van a ver. Es más bien el lomo y las tapas. El cuerpo. Traje solamente el cuerpo.

ALDO EL GRANDE: Podríamos conseguirle otro si quiere dejar su testimonio por escrito.

MANUEL: ¿Testimonio?

ROBERTO: Claro, amigo. De tu llegada, de tu experiencia/

MANUEL: Tengo un poco de frío.

ALDO EL GRANDE: Quizás sea mejor que ahora sí se cubra. Está temblando. Roberto, acérquele una frazada.

 

Roberto sale en busca de la frazada.

 

MANUEL: Es el viento fresco, me parece. Ya se me va a pasar. Querría fumar, eso sí.

ALDO EL GRANDE: Voy a armarle un tabaco.

MANUEL: Gracias, señor.

ALDO EL GRANDE: No me llame señor, Manuel.

Mañana sería prudente darle justo recibimiento. Hoy nos agarró discretos con la comida y el vino, y usted debe estar/

Seguramente necesite descansar/

Yo quisiera –quisiéramos, junto a Roberto– que pudiera contarnos un poco más sobre usted/

MANUEL: No tengo mucho para decir.

ALDO EL GRANDE: Cómo fue el viaje/

MANUEL: En una camioneta/

ALDO EL GRANDE: Sobre su viaje en… ¿camioneta/

MANUEL: Trasladaban fardos de pasto y/

ALDO EL GRANDE: ¿Tiene familia? ¿Una María que/

Una madre que/

 

Entra Roberto con la frazada. Se la da. Manuel la sostiene en la mano, pero no se cubre. Aldo y Roberto se miran.

 

ROBERTO: Te voy a llevar a otra habitación que tiene reforzado el mosquitero y/

MANUEL: ¿Puedo dormir con alguno de ustedes?

 

Pausa. Aldo y Roberto levantan la mano al mismo tiempo.

 

ALDO EL GRANDE: Por supuesto. Puede hacer lo que quiera. Quédese tranquilo: Ya verá lo que trae la mañana: el rocío sobre nuestra Santa Rita, el sol colocándose primero sobre la galería y/

MANUEL: (Cierra los ojos, los aprieta con fuerza). Quiero dormirme ahora mismo/

ALDO EL GRANDE: Amontonados en los canteros de atrás los perros chumban y a medida que vaya tomando el desayuno, la casa va a ser puro descubrimiento.

MANUEL: O quizás prefiera quedarme acá escuchando la música del EVangelis.

ROBERTO: ¿Seguro, amigo?

ALDO EL GRANDE: Déjelo que haga lo que necesite. Lo estábamos esperando, hijo mío/

MANUEL: ¿A mí?

ROBERTO: Gracias por haber elegido esta humilde casa de retiro.

MANUEL: Me encanta acá.

ALDO EL GRANDE: Y no se asuste por no dormir: A nosotros la noche no nos gusta, tampoco (le guiña un ojo). Manuel/

MANUEL: Sí/

ALDO EL GRANDE: Esas marcas en los brazos/

MANUEL: Sí/

ALDO EL GRANDE: Las cicatrices/

MANUEL: Sí, Sí/

ROBERTO: Y en las piernas/

MANUEL: (Que se golpea otra vez la oreja). Júrenme que no hay zancudos en el otro cuarto.

ROBERTO: Te lo juro. Ahora vamos a escuchar un rato de música y después te acompaño a la habitación/

ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto. Déjelo que nos cuente. Las cicatrices, decía/

MANUEL: No me duelen. Perdón. No los quisiera molestar.

ALDO EL GRANDE: ¡No vuelva a decir eso!

MANUEL: Pero tengo miedo de dormir solo.

ROBERTO: ¡Vas a dormir conmigo!

ALDO EL GRANDE: ¡Serénese, Roberto!

ROBERTO: Y si estás insomne te asisto.

MANUEL: ¿Y si no me puedo dormir nunca más?

ALDO EL GRANDE: No lo vamos a dejar solo, Manuel.

MANUEL: Quiero un abrigo como el de ustedes.

ROBERTO: Use la frazada.

MANUEL: Perdón. Perdón. (Se cubre con la frazada como si fuera una toalla). Les pido perdó/

ALDO EL GRANDE: (Le hace un gesto con la mano para que no se preocupe por su desnudez). Acá puede andar como quiera.

MANUEL: Yo igualmente traje algo de ropa. No me queda tanto, pero algo traje: un pantalón Adidas, una remera. Había una campera haciendo juego, pero la regalé. Debajo de las costuras tenía olor a humo/

Cuando hacía frío mi papá juntaba madera y papel y prendía un tacho de pintura con todo adentro, y me decía ya está. Quieto ahí. Me pasaba su brazo por la espalda y nos acercábamos al fuego. A medida que los ojos se me iban nublando, él me inventaba un cuento al oído: Un padre y un hijo se iban bien lejos con una escopeta a discutir algunas ideas sobre el amor que los unía, cuando ya no se veía nada de nada hacia atrás, dejaban la escopeta en un árbol, y si alguno de los dos se quedaba sin palabras, el otro corría a buscar la escopeta y le disparaba.

ROBERTO: (Mientras se saca su robe, lo cubre y se cubre con él). Lo compartimos. Estás temblando, amigo.

MANUEL: (Se cubre la cabeza con las manos). Estoy avergonzado.

ALDO EL GRANDE: Llévelo a la cama, Roberto.

ROBERTO: Si no lográs conciliar el sueño, volvemos.

MANUEL: (Solloza muy despacito, casi en silencio). Tengo miedo de no poder dormir nunca más.

ALDO EL GRANDE: Tranquilo, Manuel. Cuando se quiera acordar, ya va a ser un nuevo día.

ROBERTO: Vamos, amigo.

ALDO EL GRANDE: Síganme. Los ilumino.

 

 

III/

Bautismo.

/

Algunos días después. Manuel, con la ayuda de Roberto que lo va guiando de la mano, camina sobre brasas calientes. Muy despacio.

 

MANUEL: (En éxtasis). Ah Ahhh Ahhh Estoy temblando. Mi piel, otra vez mi piel. Oh, mi creador. Qué suave y qué hermosa es mi piel/

ROBERTO: ¿Es el fuego lo que te pone así/

MANUEL: Ssssí, estoy temblando/

Escuchá.

ROBERTO: ¿Qué?

MANUEL: Una nueva forma de Música funcional.

ROBERTO: Es el mismo tema que volvió a empe/

MANUEL: Amigo/

ROBERTO: Qué/

MANUEL: Apretame la mano. Amigo/

ROBERTO: Qué/

MANUEL: A veces rengueás. ¿Tu pierna está bien?

ROBERTO: Avanzá.

 

Roberto le aprieta la mano. Manuel está duro. Se angustia.

 

MANUEL: No puedo. Mejor salgo. Me estoy quemando.

ROBERTO: Necesitamos conocer tu secreto.

MANUEL: Me estoy quemando.

ROBERTO: Avanzá. Cuando llegues al final tengo que tirarte agua en la frente. Es agua bendita.

MANUEL: No puedo, señor mío. No puedo, creador divino. Sabio padre.

 

Roberto lo ayuda a salir, Manuel lloriquea.

 

MANUEL: De camino hacia acá compré una damajuana de vino. Tomé dos litros, el resto lo dejé en mi bolso. Puedo compartirlo con ustedes. Quizás debería haberles dicho. Me encantaría compartirlo con ustedes. Cuando estoy borracho quiero besar a todo el mundo.

ROBERTO: ¿En la boca?

MANUEL: Sí, en la boca.

ROBERTO: ¿Cuánto llevás sin dormir?

MANUEL: Cinco días, pero estoy mejor. Quizás prefiera ejercitarme de otra manera, pierdo el equilibrio porque estoy un poco borracho.

ROBERTO: Este bautismo es una forma de darte la bienvenida/

MANUEL: Me arde/

ROBERTO: El camino de las brasas es un poco radical.

MANUEL: ¡Es tan vergonzoso, tan vergonzoso estar conmigo cuando estoy borracho/

ROBERTO: No me había dado cuenta.

MANUEL: Es el momento en que empiezo a pensar que estoy tan cerca de la verdad. Mi verdad. Eso es lo que quiero decir: Estoy cerca de una verdad que hasta ahora era pura especulación. Ayudame, amigo. Voy a intentarlo de nuevo.

ROBERTO: Quizás haya sido suficiente por hoy.

MANUEL: Tengo los pies como dos carbones.

ROBERTO: ¿Querés un vaso de agua?

 

Manuel se saca el pantalón. Lo tira a las brasas. Levanta los brazos.

 

ROBERTO: ¿Estás bien, amigo?

MANUEL: (Al cielo). …Si pudieras quemar también cada capa de mi piel, cada pensamiento. Si dejaras que ardiera cada milímetro de historia que vive dentro de mi cuerpo. Oh sí, santísimo mío, no sé si soy digno de tu refu/

 

Manuel se queda en pausa.

 

ROBERTO: Seguí, seguí/

MANUEL: …

ROBERTO: ¿Se te fue la sensación?

MANUEL: ¿Qué sensación?

Estoy mareado.

ROBERTO: Tomaste casi dos litros de vino y/

MANUEL: No es eso. ¿Mi pantalón?

ROBERTO: Se lo acabás de entregar al fuego. ¿Querés el mío?

MANUEL: Quiero escribir una carta.

ROBERTO: Podés usar el teléfono.

MANUEL: Quiero escribir una carta a mi Señor.

ROBERTO: ¿No podrías conectar con él en oración como todo el mundo?

MANUEL: Le voy a decir/

También podemos terminar el vino.

ROBERTO: Ya fue suficiente.

MANUEL: Quiero celebrar tu amistad, Roberto.

 

Roberto se acerca bastante. Lo mira fijo. Manuel sonríe.

 

ROBERTO: Te quiero, amigo.

MANUEL: Yo también. Qué alegría que estemos juntos. Acá. Ahora.

ROBERTO: (En voz baja). Podemos ir a tu habitación. Podemos sacarnos la ropa y contemplarnos las quemaduras en silencio.

 

Pausita.

 

MANUEL: No.

Escuchá cómo esta música nos abraza, amigo. Quedémonos acá. Todavía me arden los pies. No puedo caminar/

ROBERTO: Tenés ampollas/

MANUEL: Son las huellas de Cristo en m/

ROBERTO: (Seco). Aleluya. Alabado sea Cristo nuestro Dios.

MANUEL: Amén.

ROBERTO: Amén.

 

Manuel le toma las manos.

 

MANUEL: Amigo, tengo algunos impulsos de/

ROBERTO: (En voz todavía más baja). ¡Sí, a eso me refiero! Vayámonos de acá. Yo también los tengo, Manuel. Claro.

MANUEL: ¿Desde siempre?

ROBERTO: Desde siempre, sí. Desde el primer momento en que te vi.

MANUEL: Perdón.

ROBERTO: No.

MANUEL: Perdón. Sí. Perdón. Este deseo de renunciar/

ROBERTO: (Algo decepcionado). ¿Renunciar?

MANUEL: Sí, a todo. Renunciar a todo. Y a veces este deseo arrastra cualquier cosa, y no puedo descubrir mi verdad mientras pienso en irme. Necesito que me limites, Roberto. Que me obligues a quedarme.

ROBERTO: Se, se/

MANUEL: Voy a confesarte algo.

ROBERTO: …

MANUEL: Agarré de tu habitación una campera de cuero. La usabas cuando salías en la moto a comprar verdura.

ROBERTO: Quedatela. Es tuya.

MANUEL: Me gusta también cómo se cortan el bigote.

ROBERTO: Alguien dejó una vez una revista de motos en la capilla y nos los cortamos con una navaja. Te voy a enseñar a cortártelo así.

 

Manuel lo abraza con torpeza

 

ROBERTO: Despacio, Manuel.

MANUEL: Perdón.

ROBERTO: Quiero regalarte algo.

MANUEL: No creo que lo merezca.

ROBERTO: Es un amuleto. Una imagen.

 

Roberto saca una foto de su bolsillo. Se la enseña con cuidado.

 

ROBERTO: ¿Lo conocés?

MANUEL: No.

ROBERTO: Es Eugene Sandow. Hijo de alemanes. Prusiano. No exhibido como modelo a su fuerza prodigiosa, sino a su aspecto, a su magnífica anatomía. Su imagen es la de un atleta maduro que se contrapone al culto a la belleza clásica de los mártires ambiguos e inocentes, vencidos por una tormenta, o por la hambruna. Sandow es un hombre viril y masculino, que refleja no sólo la fuerza, sino también poder y control, cualidades que nuestra pequeña congregación intenta encontrar para definir a un nuevo hombre. Su cuerpo es considerado como una escultura viva. En esa foto está maquillado con polvo blanco para que su piel adquiera una apariencia de mármol. Cubriendo sus genitales, una hoja de parra. Eso lo pegué yo encima haciendo un collage. Conservala. Eugene será tu guía y tu refugio.

MANUEL: Gracias, amigo. No sé si podré estar a la altura.

ROBERTO: Vas a poder.

 

 

IV/

La música de Dios

/

 

Roberto y Aldo, con algunos aparatos electrónicos: un teclado, un sintetizador. Roberto tiene el torso desnudo y tiene colocadas unas sopapas que se conectan con los instrumentos que maneja Aldo. Roberto se mueve despacio, y cada movimiento produce un sonido, que Aldo captura y manipula con un pequeño teclado MIDI.

 

ALDO EL GRANDE: Cierre los ojos y fije todo su pensamiento en Cristo. Es su latido amplificado el que va a dar las señal necesaria para poder llegar a la conmoción/

ROBERTO: ¿La conmoción?

ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto. Si habla se agita, y me sale por acá cualquier bosta.

ROBERTO: Contemple que soy un hombre maduro y quizás mi corazón ya no responda como antes.

ALDO EL GRANDE: No abuse de su bradicardia, Roberto. Si obtenemos la manera de combinar los latidos con este teclado MIDI, que es lo último de lo último en manipulación sonora, estaríamos revelando el origen de la conmoción electrónica.

ROBERTO: ¿Tengo que hacer algo? Así nomás no me viene el subidón.

ALDO EL GRANDE: (Refunfuña). Espere un segundo.

 

Roberto sigue quieto, Aldo trae una lámina enrollada que despliega como si fuera un mapa. Se pone un auricular en una sola oreja para escucharle los latidos.

 

ALDO EL GRANDE: Cristo come Uomo dei dolori, di nuovo de Pietro Lorenzetti. Mírele las manos en cruz hacia abajo. Y mírele el pecho hacia abajo, como una madre que amamanta. Mírele los pezones cansados y/

ROBERTO: Siglo XIII/

ALDO EL GRANDE: XIV exactamente.

ROBERTO: Cristo nuestro padre, entregado a la crucifixión, sin remedio, los brazos en cruz, los músculos sin fibra/

ALDO EL GRANDE: ¡Sigue en 60/65 latidos por minuto!

A ver. Espere un segundo.

 

Aldo trae una nueva lámina. La extiende, coloca el auricular en una oreja. Roberto, algo desilusionado, sigue ahí.

 

ALDO EL GRANDE: ¿Qué me dice?

ROBERTO: …

ALDO EL GRANDE: ¡Está subiendo! El cadáver de Cristo de Annibale Carracci, Siglo XVI/

¡Sigue subiendo!

ROBERTO: …Los pezones como dos chupetes, el sombreado de las axilas, la boca gruesa todavía seca/

ALDO EL GRANDE: Déjeme que le agregue una base/

¡Roberto, si pudiera escuchar lo que estamos haciendo! Es la música de Dios. Su corazón directamente marcando el beat, una base que se empata con su pulso y llega directamente a la proyección sensible de su cerebro ¡La música necesita de una imagen para sostenerse!

ROBERTO: ¿Y ahora qué hago?

ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto. Siga mirando. Imagine, pero manténgame el beat/

ROBERTO: La herida con sangre sobre el costado de la ingle/

ALDO EL GRANDE: Está bajando.

ROBERTO: La sangre chorreando de las plantas de los pies, una pinza y dos clavos al costado de/

ALDO EL GRANDE: Está al borde del paro cardíaco. No la mire más. No siempre los signos de dolor están asociados al placer, y menos en la historia de Cristo tal cual nos fue contada. No se ponga sensible. Mire para otro lado. Dejémoslo por hoy.

ROBERTO: Yo le prometo que voy a estar alerta a/

ALDO EL GRANDE: Quizás podríamos hacer una última prueba.

 

Aldo, por último trae una revista de música. Roberto se encoge de hombros.

 

ROBERTO: ¿Qué me va a hacer?

ALDO EL GRANDE: (Que abre en una página). ¿Qué me dice?

ROBERTO: No lo conozco.

ALDO EL GRANDE: Ian Guillan, vocalista de Deep Purple. Él encarnó la figura de Jesús en el álbum Jesucristo Superstar a principio de los setenta.

ROBERTO: ¿Eso se puede escuchar?

ALDO EL GRANDE: Bajo el secreto de confesión.

 

Aldo le pasa los auriculares con el tema “I Only Want to Say” de Jesucristo Superstar y le toma la mano para escucharle el pulso.

 

ROBERTO: No puedo conectar con los vocals, ni con las guitarras. Perdón. Quizás, si sólo me hubiera mostrado la foto del cantante/

Me es imposible construir una idea sonora autónoma después de haberlo visto.

ALDO EL GRANDE: Dejemos por hoy. Sí, si.

ROBERTO: Quizás podría hacer estas pruebas con Manuel. Él está muy conmovido con el efecto del techno en su cuerpo. Además es joven y fuerte. Y su corazón podría experimentar/

ALDO EL GRANDE: (Mientras le desenchufa todos los aparatos). No sé qué lo apasiona a ese pequeño salvaje. ¿Ya se confesó?

ROBERTO: ¿A qué se refiere?

ALDO EL GRANDE: ¿Pudo saber si es el enviado?

ROBERTO: No pareciera serlo por ahora/

ALDO EL GRANDE: ¿Entonces? ¡Esto no es orfanato!

ROBERTO: ¿Quizás haya que ser más severo?

ALDO EL GRANDE: Si, si/

ROBERTO: Hasta saber qué lo trajo por acá. Dice que está por descubrir algo.

ALDO EL GRANDE: ¿Y qué escribe en el cuaderno?

ROBERTO: Símbolos, dibujitos.

ALDO EL GRANDE: No debe saber ni leer ni escribir. Vamos a tener que darle un empujón.

ROBERTO: Es difícil acompañar su misterio. El chico es comprador/

ALDO EL GRANDE: Como lo fue Cristo con cada uno de nosotros, y así de idiotas nos dejó. Hay que sacarle la ficha, Roberto.

ROBERTO: Pero/

ALDO EL GRANDE: Ahora necesito silencio. Váyase. Su corazón enfermo me arruinó la buena estrella con que me había despertado.

 

 

V/

La vuelta de Saturno. Segundo lamento.

/

 

EL PADRE: Qué árido es el campo, hostil es la ruta cuando a lo largo/

Silencio y la voluntad del cielo, llueva o sol, siempre su voluntad, y uno, tan impotente, tan desgraciado frente a esa voluntad/

El campo es una porción de tierra, a veces con cosecha, otras veces con árboles seguidos uno junto a otro, y la peor parte, la más amarilla, no crece nada, nada viene después de nada/

Terminé cruzando la lagunas de a pie, y amenacé a cuanto cuervo se me puso delante. No encontré ni la pista de su perfume. Mi hijo se fue para no volver, aunque sigo una ruta sólo por intuición, como si mi paso se acomodara solito en el suyo. Voy a traerlo conmigo, no importa si es ahora o en el pozo del final.

A la madre la elegí apenas había cumplido catorce años. La miré desde lo alto y dije, es ella. Renegrida en el pelo y en el alma. Fue después del colegio que la perseguí: Soy el señor de la estampita que llevas en la billetera, ese que abre los brazos y se le ilumina la cabeza en forma de aureola. Ahora tenés un bebé dentro de mí. Varón, porque va a poder manejar el legado de mi mística, consensuada por toda la sociedad patriarcal desde ahora en adelante. La traje conmigo para que pudiera parir en casa, pero enseguida que Manuel nació, ella agarró su mochila, su campera con alfileres de gancho, y salió corriendo por la maleza para no volver. Manuel creció conmigo, mucho antes de caminar corría y mucho antes de ponerse de pie ya amenazaba con el dedo si algo no le gustaba/

YO le saqué esos hábitos a patadas y pellizcones a mi hijo. Ni bien se le iban formando los músculos ya se los había retorcido. Así empezó todo: Él me desobedecía, y yo iba derechito a sus brazos, y cuando le hacía una pinza descubría lo suave de la piel naciente, el brillo de sus pliegues. Todo eso. Cada vez me volví más injusto y más rápido me le iba al cuerpo. Apenas se despertaba lo sacaba de la cama, lo ataba, lo miraba quieto y pensaba que quería conocer el gusto de cada uno de sus órganos y su boca. Despacio iba probando, y él lloraba hasta que dejaba de llorar.

La noche peor contada fue la del incendio: Yo volvía en el silencio y vi la humareda desde el costado de la ruta. Manuel, que debería tener nueve o diez años, sentado en un tronco, pitaba un cigarrillo y las piernas descansaban sobre el pasto renegrido. La luz de las brazas le iluminó cada una de las partes de su figura de Apolo chiquito. Sobre los hombros tenía la frazada del perro, que también era ceniza. La casa era una pantalla que ardía con toda nuestra historia. Me esperaba con orgullo, sereno, y no hice nada esta vez. No hizo falta. Me senté en el mismo tronco, callado, le robé una pitada, y empezamos a repetir un salmo: Grabáme como un sello sobre tu corazón; lleváme como una marca sobre tu brazo, fuerte es el amor, como la muerte, y tenaz la pasión, como la sepultura.

 

 

VI/

New Order.

/

 

Roberto y Manuel de espaldas a una réplica de Il Bronzino, imagen de Jesucristo en la basílica di Santa Croce, Florencia, Italia

 

ROBERTO: ¡Qué fallida y brutal es mi experiencia cristiana, amigo mío! ¡Qué fanatismo despiadado sobre ese cuerpo perfecto! (Acercándose a su oído, confidente). Sin dudas que es una deformación del original. Cualquiera que leyera las escrituras diría que era un mercachifle, robusto como un árabe, con la nariz enorme. Pero la fe empieza en la imagen. Yo no creo en las personas sino a través de lo que veo. Mi amor está en el mármol sobre el que tornearon el cuerpo, en los pliegues del manto, en cómo fueron pintados los pezones. En todo eso yo descubro a un hombre al que hubiera querido tener al lado mío hasta el final de mi conciencia.

MANUEL: Gran virtud la de haber amado a un hombre de manera tan honesta.

ROBERTO: Y en el cuerpo de él haber amado también a tantos otros/

MANUEL: Mártires/

ROBERTO: (Disimulando). Msmmmmártires. Sí.

 

Manuel lo toma de las manos. Roberto se tensa.

 

MANUEL: Había perdido la confianza en la bondad de las personas.

ROBERTO: Quizás haya frente a tus ojos algo todavía más grande que no estés pudiendo ver.

MANUEL: ¿Qué cosa?

 

Pausa. Roberto lo mira fijo.

 

ROBERTO: Mañana vamos a salir a dar una vuelta en moto. Este es un barrio muy tranquilo. Las casas son todas iguales. No hay edificios altos. Todas las calles llevan la palabra “calle” en su nombre. El río ahora mismo está congelado. Los corredores dan vueltas muy cortas porque más allá de todos los brazos del río no hay conexión con esta parte de la ciudad. Quisiera que te sintieras cómodo/

MANUEL: Solamente me incomoda mi tristeza. Y tengo mojadas las medias. ¿Tendrías un par de medias para prestarme? ¿Qué mes del año es este?

ROBERTO: Enero. Manuel/

Necesito contarte un secreto.

MANUEL: Adelante.

ROBERTO: Tengo una prótesis en la cadera. A veces me muevo con un poco de dificultad.

MANUEL: ¿Te duele al caminar?

ROBERTO: Cuando hay humedad.

MANUEL: ¿Y qué pasó con tu cadera?

 

Roberto se encoge de hombros.

 

ROBERTO: Quizás sea el desgaste natural.

MANUEL: Lo siento/

ROBERTO: Es por eso que ahora ya no puedo hacer deportes.

MANUEL: Te veo bien.

ROBERTO: No lo creo. Lo único que me queda es la palabra. Mi cuerpo es una revelación espantosa para los jóvenes como vos: Su propia relación con la muerte.

MANUEL: …

ROBERTO: Gracias.

MANUEL: …

ROBERTO: Por haber escuchado mi secreto. Ahora quiero saber el tuyo.

 

Pausa.

 

MANUEL: No tengo nada para decir.

ROBERTO: ¿No?

MANUEL: No.

ROBERTO: ¿Y tus cuadernos?

MANUEL: Son diarios.

ROBERTO: ¿Y qué escribís?

MANUEL: Pensamientos.

ROBERTO: Pero sin palabras.

MANUEL: ¿Los viste?

ROBERTO: Mmmm por arriba. ¿Cómo deberían leerse?

MANUEL: Deberías agregarle tu punto de vista.

ROBERTO: ¿Cómo sería?

MANUEL: No lo sé. Yo tampoco sé mi secreto. Pero eso es lo que me mantiene despierto.

ROBERTO: ¿Y no lo querés saber?

MANUEL: Quiero acercarme a una verdad, pero no la quiero conocer.

 

Pausa.

 

ROBERTO: ¿Alguna vez mataste a alguien?

MANUEL: Hay gente que sabe usar los cuchillos. Yo no aprendí. Nunca maté a un hombre.

ROBERTO: ¿Te busca la ley?

MANUEL: No creo.

ROBERTO: ¿Y por qué te escapaste?

MANUEL: No me escapé. Tampoco tenía un lugar fijo donde vivir.

ROBERTO: ¿No tuviste miedo?

MANUEL: Me protege una estampita que le robé a un ciego en el tren. Es una imagen del Santísimo de niño con un ojo grande y el otro chiquito. Una mano sosteniendo la otra como si estuviera esposado y en la etiqueta que dice Scuola San Bartolomeo. La tengo ahora junto a la foto de Eugene Sandow que me regalaste/

ROBERTO: ¿Cuánto tiempo hace que estás despierto?

MANUEL: Más de una sem/

¿Qué es eso?

ROBERTO: Nieve.

MANUEL: ¿Quién la está tirando?

ROBERTO: Dios.

MANUEL: ¿La puedo tocar?

ROBERTO: Sí, claro.

MANUEL: Todo se está cubriendo de eso.

ROBERTO: ¿Nunca habías visto nevar?

MANUEL: No.

ROBERTO: Hasta el lugar más horrible pareciera esconder un poco de poesía.

MANUEL: La nieve cae ahora sobre mis ojos, las tejas de la galería empezaron a cubrirse enteras, las hamacas del jardín parecen ahora moribundos de piel blanca: solamente puedo describir un fenómeno, pero no puedo huir de mi propia melancolía.

ROBERTO: Quizás sea esa tu verdad, Manuel.

MANUEL: Sí, amigo. Estoy cerca.

 

Manuel se pone unos walkman. Da play. Se aísla en su cassette.

 

ROBERTO: (A los gritos). ¿Puedo contemplarte sin hablar?

MANUEL: …

ROBERTO: ¿Querés vino?

MANUEL: …

ROBERTO: O quizás pueda besarte los pies.

MANUEL: …

ROBERTO: No lo formulé como una pregunta. Quizás debiera simplemente hacerlo.

 

Manuel se saca los auriculares.

 

MANUEL: ¿Querías decir algo?

ROBERTO: ¿Quién?

MANUEL: Vos.

ROBERTO: No. Murmuraba un rezo. No sé cómo acompañar tu silencio.

ROBERTO: ¿Qué estabas escuchando?

MANUEL: Música de la Nueva Orden.

ROBERTO: ¿Aldo te la dio?

 

Roberto pone play y escucha unos segundos de la canción.

 

ROBERTO: ¡New Order! Eso que ahora creés que te transporta hacia tu interior, es el techno. La música electrónica de baile.

MANUEL: ¿Qué?

ROBERTO: Una reacción física que toma tus reflejos psicomotrices y te tira de los pulmones hacia el sistema nervioso central.

MANUEL: ¡Estás lleno de conceptos! ¿No te aburre mi ignorancia?

ROBERTO: Los idiotas argumentamos para no estar cara a cara con nuestro deseo.

MANUEL: ¿Qué?

ROBERTO: No importa.

 

 

VII/

Diario primero de Manuel.

/

 

MANUEL: El pelo me creció estas semanas más que de costumbre y creo que se debe a que no tengo que pensar en qué voy a comer, ni cómo conseguir la comida. No veo en los perros una presa de caza, ni pienso en/

Yo sé cómo hacer gemir a los viejos, aunque es horrible cuando estás con uno que no puede acabar y le tenés que sacudir la pija hasta que finalmente se pone colorado y/

A veces para no estar con mi papá me inventaba mapas y llegaba a un lugar que no conocía. Cruzaba varias líneas de trenes, conseguía comida, charlaba con los vagabundos. Pero una noche el tren se detuvo antes de llegar al fin del recorrido, estábamos sobre un puente: de un lado una laguna seca con un caballo tumbado y muerto de hambre, del otro, un cartel de neón que decía Mishelle. Sigiloso me acerqué a un gigante que roncaba, le saqué unas monedas del bolsillo, y antes de rajar a otro vagón, se despertó y me acomodó contra el asiento donde dormía, me sostuvo la parte baja de la cintura con la fuerza de su puño, me sacó las monedas, y me metió una por una en el agujero del culo. El tren arrancó, y a los pocos metros llegamos a una estación clausurada. El tren no iba a andar más. Estaba más golpeado de lo que recuerdo y así de machucado esperé a que alguien me dijera cómo volver. Con las monedas me compré el pasaje que nadie me pidió, tenía el estómago cerrado y estaba muerto de miedo. Llegué mareado y tembleque, mi papá dormía envuelto en una bolsa de arpillera a los pies de una pila de neumáticos. No supe qué llevarme, entonces le apunté a una gallina que picoteaba distraída. Con el cuchillo la desangré en silencio, comí lo bueno, tiré lo malo y más animado miré al soñador a lo lejos y le pedí a Dios que no lo despertara hasta que mi cuerpo se hubiera retirado por completo.

 

 

VIII/

Algo sobre el padre.

/

 

De noche. Una vez más, Aldo El Grande, Roberto, y Manuel iluminados con faroles. Ahora todos llevan bigote herradura.

 

ALDO EL GRANDE: Un hombre.

ROBERTO: Un vagabundo/

ALDO EL GRANDE: Esta tarde un vagabundo estuvo preguntando por usted, Manuel. Yo no dije mucho, pero/

ROBERTO: Del otro lado de la puerta. Alguien que gritaba. Llanto, llanto. Un viejo de voz rota. La voz llegó hasta mi cuarto, que es bastante lejos de la entrada/

MANUEL: No sentí nada. Quizás haya tenido puestos mis auriculares/

ALDO EL GRANDE: No reveló quién era/

MANUEL: Un vagabundo, dijo usted/

ALDO EL GRANDE: Quería verlo.

ROBERTO: Le dijo que no estabas/

ALDO EL GRANDE: Acusé que si era alguien cercano, lo hubiera anunciado a su llegada/

MANUEL: Si, si/

ALDO EL GRANDE: Andrajoso. Cubierto con una frazada. Un pobre mitológico. Lo llamó primero a los gritos desde atrás del portón y luego/

MANUEL: Hizo bien en decirle eso que/

Sí.

ALDO EL GRANDE: ¿Lo conoce?

MANUEL: Sí. Vengo de un lugar donde ocupan casi todas las esquinas. A veces se suben encima de otros haciendo un tótem para cruzar los muros. Ellos, los vagabundos, son un misterio/

ROBERTO: ¿Quién es ese hombre, Manuel?

ALDO EL GRANDE: Estaba semidesnudo. Olía a vino/

MANUEL: Es cierto. Suelen tener parte del cuerpo descubierto, y/

Las frazadas les tapan los brazos, pero dejan exhibir sus genitales negros mientras orinan frente a todos/

ALDO EL GRANDE: Quiero que sepa, Manuel, que aquí hay espacio para su palabra y que su palabra no ocupa en nosotros un pensamiento sobre el tiempo/

ROBERTO: ¿Tenés muchos amigos de nuestra edad, Manuel?

ALDO EL GRANDE: Quizás, usted necesite/

ROBERTO: ¿Tiempo?

MANUEL: El tiempo devora a los vagabundos: expulsados de sus casas, expulsados de sus familias, expulsados de los autos donde se cubren del frío, expulsados del amor. Son pateados, manipulados, usados por los adultos como castigo a los más chicos. Los vagabundos sólo pueden amar a otros vagabundos.

ALDO EL GRANDE: No crea que nosotros le hablamos mal. Ni siquiera lo insultamos. Roberto tuvo miedo/

ROBERTO: No fue miedo, fue/

ALDO EL GRANDE: Estamos acostumbrados a recibir gente y les damos sopa y la sagrada escucha de la confesión. Y también podemos escuchar si hay algo que/

ROBERTO: ¿Cómo fue que llegaste hasta acá, Manuel?

ALDO EL GRANDE: ¿Qué dice su padre de todo esto?

MANUEL: Los vagabundos no tenemos padre. No hay Dios para los vagabundos. No hay imagen de auxilio para los vagabundos. No hay fin. Porque el fin nunca está dado por ellos sino por quien los encuentra muertos. Secos. Fuera del espacio. El problema de los vagabundos es que no tenemos memoria porque la memoria se construye en el espacio.

ALDO EL GRANDE: Manuel, es mi obligación darle cobijo. Acompañarlo en sus contradicciones y sus búsquedas, pero necesito escuchar su verdad. Muéstreme esos cuadernos. Quiero saber qué escribe/

 

Manuel saca un cuaderno del bolsillo, se lo da a Aldo. Aldo lo observa.

 

ALDO EL GRANDE: ¿Y cómo se leería esto?

MANUEL: Como pueda.

ROBERTO: Acá no queremos hacerte mal, amigo.

 

Aldo se encoge de hombros. No entiende lo que ve. Le pasa el cuaderno a Roberto.

 

ROBERTO: No me doy cuenta del signo.

MANUEL: (Que chequea lo que Roberto mira, y toma el cuaderno). Todo lo que yo escriba será interpretado por ustedes como su propia historia/

ALDO EL GRANDE: ¿Qué esconde, Manuel?

MANUEL: Ya le dije a Roberto que desconozco mi secreto. No quiero saber más allá de mi propia sensación. (Deja caer su robe de chambre). ¡Mírenme el cuerpo! Acá está mi verdad. Mi única historia está frente a ustedes. ¿Qué pasó con Vangelis?

 

Silencio. Aldo y Roberto se miran.

 

MANUEL: ¿Por qué dejó de sonar la música funcional?

ALDO EL GRANDE: Estamos pensando en cambiar el disco. Vangelis se nos está volviendo insoportable.

MANUEL: ¿Y no pueden poner el cassette de New Order?

ALDO EL GRANDE: New Order es demasiado grande para un aparato de música funcional.

MANUEL: Lo entiendo.

ALDO EL GRANDE: Quizás debamos estar un tiempo en silencio o cambiar la antena y empezar a escuchar la radio.

MANUEL: Por favor, no. La radio, no. ¡Necesito ir a escuchar el walkman a mi cuarto, entonces! Ahí está mi corazón. Esa es la única forma de estar presente que encuentro por ahora.

 

Manuel sale. Roberto toma su robe del suelo.

 

ALDO EL GRANDE: Pídale los walkman. Nada de techno por ahora. El hombre que vino tenía un cuchillo. Era un salvaje. Tenía un hilo de sangre en la comisura de su boca. Le di la bendición. Le dije que Manuel no estaba, que nunca había venido. Me preguntó quién era. Le dije mi nombre. Aldo, el grande. Representante de Dios en esta casa. Le pedí que no gritara/

ROBERTO: Pero gritó.

ALDO EL GRANDE: Le supliqué que no volviera/

ROBERTO: Pero sigue ahí tirado del otro lado de la puerta. Humea.

ALDO EL GRANDE: Temblando como un perro asustado.

ROBERTO: Ya se va a ir.

ALDO EL GRANDE: No creo que solamente lo busque para devolverlo a su tribu/

Necesitamos saber si estamos frente al mesías, o a un enviado de Satán. Por ahora, todo misterio. ¿Caminó por las brasas?

ROBERTO: Como si lo hiciera a diario.

ALDO EL GRANDE: Entonces hay que ir más a fondo.

ROBERTO: Me cuesta. El chico tiene en el cuerpo una bacteria que activa cada músculo que hasta ahora creía muerto.

ALDO EL GRANDE: Serénese, Roberto.

ROBERTO: Sí, señor. Discúlpeme.

ALDO EL GRANDE: Igualmente lo entiendo. (Baja la voz). Lo estuve observando mientras se paseaba desnudo por la galería, y parece que tuviera la piel untada por la jalea del deseo.

ROBERTO: Sí. Eso exactamente. Mermelada.

ALDO EL GRANDE: Sí.

ROBERTO: Sí. ¿Sabrá pelear?

ALDO EL GRANDE: Si está rodeado de vagabundos debe saber cómo defenderse. Son una plaga. Andan en grupo. Te amenazan, piden comida por la fuerza, haciendo abuso de su pobreza. Por ahora va a ser mejor tenerlo de nuestro lado.

ROBERTO: Entonces nada de música.

ALDO EL GRANDE: Luego le dice que me busque. Necesito hablar con él a solas.

ROBERTO: Así sea. ¿Si me ataca?

ALDO EL GRANDE: Pide ayuda.

ROBERTO: Sí, señor. ¿Si el Señor vuelve?

ALDO EL GRANDE: (Hace un gesto hacia el cielo). Ya volvió resucitado, y aquí nos tiene, todavía de rehenes.

ROBERTO: Me refería al linyera.

ALDO EL GRANDE: Ah, sí, de “ese” linyera. Le tiramos unos panes y que se mantenga quieto. Vaya, ahora.

 

Fin de la primera parte.

Segunda parte/ Saturno se devora a sí mismo

La misma casa de retiro, ahora en el más profundo silencio.

 

I.

La nueva Orden.

/

 

Aldo observa a Manuel, que está echado boca a bajo en uno de los escalones del altar de la Capilla. Manuel no advierte la presencia de Aldo hasta que, como si despertara subrepticiamente de un sueño, lo percibe, y se pone de pie avergonzado.

 

ALDO EL GRANDE: Quédese. Puede quedarse si quiere.

MANUEL: No, No. Yo/

Perdón/

ALDO EL GRANDE: Manuel/

MANUEL: Sí.

ALDO EL GRANDE: Tiene un mapa en el cuerpo trazado por cicatrices.

MANUEL: Pero no me duele.

ALDO EL GRANDE: ¿No/

MANUEL: Le pido perdón por haberme tumbado en su/

ALDO EL GRANDE: No es mío el altar, Manuel.

MANUEL: Oh, claro, si/

ALDO EL GRANDE: Encontró su lugar cerca de Dios. Eso me entusiasma.

MANUEL: Pero esta es la casa de/

ALDO EL GRANDE: Y la suya también.

MANUEL: No creo ser digno de tanta misericordia.

ALDO EL GRANDE: No exagere. Este es su refugio. Y si así lo siente, también será el de cada uno de nosotros.

MANUEL: Dios conserve en su cuerpo tanta sabiduría.

ALDO EL GRANDE: No sea zalamero. Solamente deje que mi blablá sea una forma de música que ingrese en su interior.

MANUEL: Hubo también otras cosas que sonaban a mi alrededor y ahora las borré: los barcos cuando se salen del puerto, el silbido de las chimeneas, la respiración de los gatos antes de morirse de hambre, las carrocerías a medida que se van aplastando, o el portazo de mi mamá el día que/

ALDO EL GRANDE: ¿Ella lo busca?

MANUEL: No quería tener hijos. Ella dijo que una luz la persiguió y se le metió adentro de los pantalones. Incluso supe que la tía Isabel la había perforado con una percha para sacarle la cosa y no hubo caso. Toda lastimada fue al hospital y el médico vio que yo estaba sano y ella sin un solo rasguño. ¡Nada de sangre! Papá la encerró en el baño hasta el momento del parto. Y así nací. Ella abierta de par a par abrazada al inodoro, la tía Isabel sacándome con una sopapa, y un vecino custodiando la puerta para que nadie se asustara. Mamá me dejó todo anotado en un cuaderno el día que se fue. Que no se haga el místico ese mierda que es tu padre, decía. Y como papá no sabe ni leer ni escribir, recién me contaron la historia unos años después. Por suerte ya no soy de mi madre. Ahora soy de todos ustedes. Acá descubrí la música de la Nueva Orden y así me tiene, capturado por completo.

ALDO EL GRANDE: Veo que se entusiasmó con el (le hace un gesto de auriculares) chiqui chiqui.

MANUEL: Pero Roberto me pidió que se los devolviera. Todavía tengo algunos compases en el cuerpo. Cierro los ojos y puedo escuchar los latidos de mi corazón como si fuera la introducción de “Blue Monday”. Aunque no sé por cuánto tiempo.

ALDO EL GRANDE: Le pedí yo que se lo sacara.

MANUEL: …

ALDO EL GRANDE: Manuel/

MANUEL: (Bajando la mirada). Roberto me dijo que quería hablar conmigo.

ALDO EL GRANDE: No tenga miedo. Intento conocerlo un poco más para poder ayudarlo.

MANUEL: Ya me ayudaron un montón.

ALDO EL GRANDE: Manuel/

MANUEL: Sí/

ALDO EL GRANDE: Recién dormía con la frente sobre el presbiterio.

MANUEL: Ah, sí. Apretaba las retinas. Dormir no puedo. Llevo casi veinte días despierto/

Tomé un poco de vino que me quedaba en la damajuana/

Parecía vinagre/

Me acerqué al altar y contemplé la figura magra de Cristo sobre el reflejo que ingresaba desde uno de los ventanales: cada costilla era inyectada por luz blanca, el eco de mis latidos creaban una base y pensé, en este sótano podría pasar cualquier cosa/

ALDO EL GRANDE: ¿Qué sótano, Manuel?

MANUEL: Empecé a temblar, tuve piel de gallina y no pude disimular la erección. Me volteé sobre el presbiterio aplastando con todo mi peso mi pelvis inflada, apoyé una palma sobre la otra y la frente sobre las dos. Estoy muy avergonzado. Perdón.

ALDO EL GRANDE: No me pida perdón. ¿Todavía sigue/

MANUEL: No.

ALDO EL GRANDE: Qué curioso cómo el cuerpo empieza a dar señales.

MANUEL: Ya empiezo a conocer los efectos de la medicina de Cristo.

ALDO EL GRANDE: A todos nos pasó alguna vez, Manuel.

MANUEL: ¿Qué?

ALDO EL GRANDE: Acá todos nos conocemos bastante.

MANUEL: ¿Qué?

ALDO EL GRANDE: Y sepa que yo también soy su amigo.

MANUEL: Lo sé. Gracias. Yo lo siento así.

ALDO EL GRANDE: Y estas cosas nos pasan entre hombres. Más aún sabiendo que empezó a descubrir el techno. Manuel/

MANUEL: Sí.

ALDO EL GRANDE: Todo puede ser más fácil si dejamos que El Padre hable por nosotros.

MANUEL: ¿Qué?

ALDO EL GRANDE: Que desde que llegó fui el primero en celebrar su libertad, su sensibilidad por la música y la naturaleza, el modo en que entregó su corazón a este misterio que es/

MANUEL: Cristo nuestr/

ALDO EL GRANDE: Aleluya.

MANUEL: Alabad/

ALDO EL GRANDE: Am/

MANUEL: Amén.

ALDO EL GRANDE: Pero en mi afán por seguir dándole cobijo, es que quisiera estar un poco más próximo a su causa/

MANUEL: La tiene entre sus manos, mi señor.

 

Pausita.

 

ALDO EL GRANDE: Acérquese, Manuel.

 

Manuel se acerca.

 

ALDO EL GRANDE: ¿Está agitado/

MANUEL: No.

ALDO EL GRANDE: Está temblando.

MANUEL: No.

ALDO EL GRANDE: ¿No?

MANUEL: No.

ALDO EL GRANDE: Mire, Manuel.

 

Aldo baja la mirada hacia su propia bragueta.

 

ALDO EL GRANDE: Mire.

MANUEL: …

ALDO EL GRANDE: Siéntame.

MANUEL: …

ALDO EL GRANDE: Mi dolor es el mismo que el suyo.

MANUEL: …

ALDO EL GRANDE: ¿Lo nota?

 

Manuel se encoge de hombros.

 

ALDO EL GRANDE: Confíe en mí, Manuel/

MANUEL: Sí.

ALDO EL GRANDE: Tiene miedo.

MANUEL: No.

ALDO EL GRANDE: Sea sincero.

MANUEL: Lo soy, amigo. Pero no hay para mí ningún signo de dolor en el relieve de su túnica. Al contrario. Yo creo que es la dicha de nuestra sangre corriendo a toda velocidad desde que nos encontramos. El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre1/

ALDO EL GRANDE: (Resignado). Sí, sí. Es palabra de Dios/

MANUEL: No hay temor, mi señor. Hay sólo agradecimiento.

ALDO EL GRANDE: Manuel, podría yo pedirle algo.

MANUEL: Lo que sea.

ALDO EL GRANDE: ¿Alguna vez imaginó mi cuerpo desnudo?

MANUEL: No, señor.

ALDO EL GRANDE: Y si yo se lo pidiera/

 

Manuel se encoge de hombros. Aldo le tapa los ojos.

 

MANUEL: Ya está.

ALDO EL GRANDE: (Con un nudo en la garganta, sigue sosteniéndole la mano sobre los ojos). ¿Qué imaginó?

MANUEL: Un Dios arrugado en las axilas y en el vientre. Todo su torso sostenido por la columna vertebral como si fuera un crucifijo. Las tetillas rosadas como las de una perra amamantando. Los genitales, un racimo de uvas recién cortadas. Frescas. Un Dios sin pies, que de tan bondadoso, levita, flota.

ALDO EL GRANDE: …Y si yo le diera permiso a establecer contacto con ese cuerpo, ¿Qué haría, Manuel?

MANUEL: Le pediría perdón por haberme dejado contemplarlo en silencio/

ALDO EL GRANDE: No, pero/

MANUEL: Sáqueme la mano de los ojos, por favor.

 

Aldo le saca la mano. Manuel se aleja.

 

ALDO EL GRANDE: Me refería a otro tipo de contac/

 

Manuel se angustia. Se golpea la cabeza con la mano.

 

ALDO EL GRANDE: ¿Está bien, Manuel?

MANUEL: Le pido perdón. Pero no me vuelva a tapar los ojos, por favor.

ALDO EL GRANDE: Dígame, Manuel, ¿qué vino a buscar acá?

MANUEL: No lo sé.

ALDO EL GRANDE: ¿Quién lo manda, Manuel?

MANUEL: Supongo que soy una encomienda de Cristo/

ALDO EL GRANDE: ¿Cómo dice?

MANUEL: Perdón. Yo/

ALDO EL GRANDE: ¿No lo sabe?

MANUEL: (Muy perturbado). No. No debería haber estado en la capilla fuera del horario de Misa.

 

Manuel se aleja. Aldo lo toma del brazo con violencia.

 

ALDO EL GRANDE: Quisiera que me explicara lo de las tetillas y la perra/

MANUEL: Con permiso. Señor. Necesito ir a mi habitación.

ALDO EL GRANDE: Manuel/

 

Manuel se deshace del brazo de Aldo, y sale corriendo. Aldo se queda inquieto. Refunfuñe.

 

ALDO EL GRANDE: (Casi para sí). Si existe castigo, Cristo misericordioso, que caiga sobre el lomo de este enigma que llegó hacia nosotros como una peste negra. ¡Usar metáforas para nombrar un cuerpo maduro no merece otro fin que una muerte dolorosa! Te pido –te ruego– que toda la fiebre que despierta en cada uno de nosotros retorne hacia sus células como un virus agudo que lo termine matando, y que cada una de las heridas que esconde se derramen sobre su pecho lampiño hasta infectar la tierra fértil que le facilitó el alimento.

 

 

II.

La suerte de un pájaro. Tercer Lamento

/

 

EL PADRE: La pesadilla de escuchar su voz, andar como un sonámbulo y creer que se acerca o que se aleja. Pero sigo camino, descubro un auto que me levanta y me lleva hasta el cementerio. Tengo en la bolsa solamente mis frazadas y un pájaro de alimento. Me dejan sobre el portón, y caigo a los pies de la tumba de un señor llamado Rainer. Te recuerdan tu mujer, tu marido, tus hijos y tus deudos.