El camino del encuentro - Jorge Bucay - E-Book

El camino del encuentro E-Book

Jorge Bucay

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Beschreibung

Asocio la palabra "encuentro" a la idea de descubrimiento, construcción y revelación de un nosotros que adiciona un sorprendente valor a la simple suma aritmética del Tú y Yo. Todo encuentro evoca ternura, ensamble, mutua influencia, trascendencia, responsabilidad y compromiso. Pero también significa la posibilidad de enfrentarse con los más temidos fantasmas, que nos asustan todavía más que la soledad: el rechazo y el abandono. No es la maldad, la inadecuación ni la incompetencia del prójimo lo que hace que un encuentro fracase. Fracaso es la expresión que usamos para decir que el vínculo ha dejado de ser nutritivo para alguno de los dos. (No somos para todos todo el tiempo ni todos son para nosotros todo el tiempo.) Cada uno de los encuentros en nuestra vida son como cada uno de los libros que leimos: una lección de vida que nos conduce a ser quienes somos.

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Índice

Portadilla

Legales

Dedicatoria

Hojas de Ruta

La alegoría del carruaje II

Parte I. Historia

Parte II. Encuentros verticales

Parte III. Encuentros horizontales

Pasaje (Epílogo)

Bucay, Jorge

El camino del encuentro / Jorge Bucay ; coordinado por Mónica Piacentini ; dirigido por Tomás Lambré. - 1a ed. - Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2014.

E-Book.

ISBN 978-987-609-387-3

1. Psicología. 2. Superación Personal. I. Piacentini, Mónica, coord. II. Lambré, Tomás, dir.

CDD 158.1

© Jorge Bucay, 1999

© 2010, Editorial del Nuevo Extremo S.A.

A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires,Argentina

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-609-387-3

Jorge Bucay

El camino del encuentro

Jorge Bucay

El camino del encuentro

A Héctor,

Ioschúa,

Chrystian,

Julia

y Miguel

por haberme enseñado

el amor que conlleva

la amistad.

Hojas de Ruta

Seguramente hay un rumbo

posiblemente

y de muchas maneras

personal y único.

Posiblemente haya un rumbo

seguramente

y de muchas maneras

el mismo para todos.

Hay un rumbo seguro

y de alguna manera posible.

De manera que habrá que encontrar ese rumbo y empezar a recorrerlo.Y posiblemente habrá que arrancar solo y sorprenderse al encontrar, más adelante en el camino, a todos los que seguramente van en la misma dirección.

Este rumbo último, solitario, personal y definitivo, sería bueno no olvidarlo, es nuestro puente hacia los demás, el único punto de conexión que nos une irremediablemente al mundo de lo que es.

Llamemos al destino final como cada uno quiera: felicidad, autorrealización, elevación, iluminación, darse cuenta, paz, éxito, cima, o simplemente final... lo mismo da.Todos sabemos que arribar con bien allí es nuestro desafío.

Habrá quienes se pierdan en el trayecto y se condenen a llegar un poco tarde y habrá también quienes encuentren un atajo y se transformen en expertos guías para los demás.

Algunos de estos guías me han enseñado que hay muchas formas de llegar, infinitos accesos, miles de maneras, decenas de rutas que nos llevan por el rumbo correcto. Caminos que transitaremos uno por uno. Sin embargo, hay algunos caminos que forman parte de todas las rutas trazadas.

Caminos que no se pueden esquivar.

Caminos que habrá que recorrer si uno pretende seguir.

Caminos donde aprenderemos lo que es imprescindible saber para acceder al último tramo.

Para mí estos caminos inevitables son cuatro:

El primero, el camino de la aceptación definitiva de la responsabilidad sobre la propia vida, que yo llamo

El camino de la Autodependencia

El segundo, el camino del descubrimiento del otro, del amor y del sexo, que llamo

El camino del Encuentro

El tercero, el camino de las pérdidas y de los duelos, que llamo

El camino de las Lágrimas

El cuarto y último, el camino de la completud y de la búsqueda del sentido, que llamo

El camino de la Felicidad.

A lo largo de mi propio viaje he vivido consultando los apuntes que otros dejaron de sus viajes y he usado parte de mi tiempo en trazar mis propios mapas del recorrido.

Mis mapas de estos cuatro caminos se constituyeron en estos años en hojas de ruta que me ayudaron a retomar el rumbo cada vez que me perdía.

Quizás estas Hojas de Ruta puedan servir a algunos de los que, como yo, suelen perder el rumbo, y quizás, también, a aquellos que sean capaces de encontrar atajos. De todas maneras, el mapa nunca es el territorio y habrá que ir corrigiendo el recorrido cada vez que nuestra propia experiencia encuentre un error del cartógrafo. Sólo así llegaremos a la cima.

Ojalá nos encontremos allí.

Querrá decir que ustedes han llegado.

Querrá decir que lo conseguí también yo...

La alegoría del carruaje II

Integrados como un todo, mi carruaje, los caballos, el cochero y yo (como me enseñaron a llamarle al pasajero), recorrimos con cierto trabajo el primer tramo del camino. A medida que avanzaba cambiaba el entorno: por momentos árido y desolador, por momentos florido y confortante; cambiaban las condiciones climáticas y el grado de dificultad del sendero: a veces suave y llano, otras áspero y empinado, otras resbaladizo y en pendiente; cambiaban, por fin, mis condiciones anímicas: aquí sereno y optimista, antes triste y cansado, más allá fastidioso y enojado.

Ahora, al final de este tramo, siento que en realidad los únicos cambios importantes eran estos últimos, los internos, como si los de afuera dependieran de estos o simplemente no existieran.

Detenido por un momento a contemplar las huellas dejadas atrás, me siento satisfecho y orgulloso; para bien y para mal, mis triunfos y mis frustraciones me pertenecen.

Sé que una nueva etapa me espera, pero no ignoro que podría dejar que me esperara para siempre sin siquiera sentirme un poco culpable. Nada me obliga a seguir adelante, nada que no sea mi propio deseo de hacerlo.

Miro hacia adelante. El sendero me resulta atractivamente invitante. Desde el comienzo veo que el trayecto está lleno de colores infinitos y formas nuevas que despiertan mi curiosidad.

Mi intuición me dice que también debe estar lleno de peligros y dificultades pero eso no me frena, ya sé que cuento con todos mis recursos y que con ellos será suficiente para enfrentar cada peligro y traspasar cada dificultad. Por otra parte, he aprendido definitivamente que soy vulnerable pero no frágil.

Sumido en el diálogo interno, casi ni me doy cuenta de que he empezado a recorrerlo.

Disfruto mansamente del paisaje... y él, se diría, disfruta de mi paso, a juzgar por su decisión de volverse a cada instante más hermoso.

De pronto, a mi izquierda, por un sendero paralelo al que recorro, percibo una sombra que se mueve por detrás de unos matorrales.

Presto atención. Más adelante, en un claro, veo que es otro carruaje que por su camino avanza en mi misma dirección.

Me sobresalta su belleza: la madera oscura, los bronces brillantes, las ruedas majestuosas, la suavidad de sus formas torneadas y armónicas...

Me doy cuenta de que estoy deslumbrado.

Le pido al cochero que acelere la marcha para ponernos a la par. Los caballos corcovean y desatan el trote. Sin que nadie lo indique, ellos solos van acercando el carruaje al borde izquierdo como para acortar distancias.

El carruaje vecino también es tirado por dos caballos y también tiene un cochero llevando las riendas. Sus caballos y los míos acompasan su trote espontáneamente, como si fueran una sola cuadrilla. Los cocheros parecen haber encontrado un buen momento para descansar porque ambos acaban de acomodarse

en el pescante y con la mirada perdida sostienen relajadamente las riendas dejando que el camino nos lleve.

Estoy tan encantado con la situación que solamente un largo rato después descubro que el otro carruaje también lleva un pasajero. No es que pensara que no lo llevaba, sólo que no lo había visto. Ahora lo descubro y lo miro.Veo que él también me está mirando. Como manera de hacerle saber mi alegría le sonrío y él, desde su ventana, me saluda animadamente con la mano.

Devuelvo el saludo y me animo a susurrarle un tímido “Hola”. Misteriosamente, o quizás no tanto, él escucha y contesta:

—Hola. ¿Vas hacia allá?

—Sí —contesto con una sorprendente (para mí mismo) alegría—. ¿Vamos juntos?

—Claro —me dice—, vamos.

Yo respiro profundo y me siento satisfecho.

En todo el camino recorrido no había encontrado nunca a un compañero de ruta.

Me siento feliz sin saber por qué y, lo más interesante, sin ningún interés especial en saberlo.

Parte I. Historia

Importancia del encuentro en el mundo actual

Padecemos una especie de subdesarrollo emocional que nos impulsa a ciertas conductas autodestructivas, tanto en nuestra vida públicacomo en la privada.

Nos urge encontrar un camino que nos permita hallar una manera de ser más sanos, y esecamino está íntimamente relacionado con el amor y la espiritualidad.

El amor es el mejor símbolo de la salud del hombre,es todo lo opuesto de la agresión, del miedo y de la paranoia, que a su vez representanla patología que nos desune.

CLAUDIO NARANJO

Clan, 1984

Cuando pienso en la palabra encuentro en el sentido en que la cito en todo este libro, la asocio a la idea del descubrimiento, la construcción y la repetitiva revelación de un nosotros que trasciende la estructura del yo. Esta creación del nosotros adiciona un sorprendente valor a la simple suma aritmética del Tú y Yo.

Sin encuentro no hay salud. Sin la existencia de un Nosotros, nuestra vida está vacía aunque nuestra casa, nuestra baulera y nuestra caja de seguridad estén llenas de costosísimas posesiones.

Y sin embargo, el bombardeo mediático nos incentiva a llenar nuestras casas, nuestras bauleras y nuestras cajas de seguridad de estas cosas y nos sugiere que las otras son sentimentales y anticuadas.

Los escépticos intelectuales, ocupantes del lugar del supuesto saber, están siempre dispuestos a ridiculizar y menospreciar a los que seguimos hablando desde el corazón, desde la panza o desde el alma, a aquellos que hablamos más de emociones que de pensamientos, más de espiritualidad que de gloria y más de felicidad que de éxito.

Si alguien habla del amor es un inmaduro, si dice que es feliz es un ingenuo o un frívolo, si es generoso es sospechoso, si es confiado es un tonto y si es optimista es un idiota.Y si acaso apareciera como una mezcla de todo eso, entonces los falsos dueños del conocimiento, asociados involuntarios del consumismo diletante, dirán que es un farsante, un improvisado y poco serio mercachifle (un chanta, como se dice en la Argentina).

Muchos de estos jerarquizados pensadores configuran a veces la peor de las aristocráticas y sofisticadas estirpes de aquellos que se muestran demasiado “evolucionados” como para admitir su propia confusión o infelicidad.

Otros están totalmente atrapados en su identidad y no están dispuestos a salir de su aislamiento por temor a que se descubra su falta de compromiso con el común de la gente.

A casi todos, seguramente, protegidos detrás de las murallas de su vanidad, les resulta difícil aceptar que otros, desde recorridos totalmente diferentes, propongan soluciones también diferentes.

Y sin embargo ya no se puede sostener el desmerecimiento de los vínculos y de la vida emocional. Cada vez más la ciencia aporta datos sobre la importancia que tiene para la preservación y recuperación de la salud el contacto y el fluir de nuestra vida afectiva y lo necesaria que es la vivencia vincular con los otros.

Las investigaciones y los escritos de Carl Rogers,Abraham Maslow, Margaret Mead, Fritz Perls, David Viscott, Melanie Klein, Desmond Morris, y más recientemente Dethlefsen-Dahlke, Buscaglia, Goleman,Watzlawick, Bradshaw, Dyer y Satir, agregados a las impresionantes exploraciones y descubrimientos de Larry Dossey, nos obligan a replantear nuestros primitivos esquemas racionales de causa y efecto que la medicina y la psicología utilizaron tradicionalmente para explicar la salud y la enfermedad.

Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor y en nuestro interior podremos percibir la ansiedad y la inquietud (cuando no el miedo) que despierta un posible encuentro nuevo. ¿Por qué?

En parte, porque todo encuentro evoca una cuota de ternura, de compasión, de ensamble, de mutua influencia, de trascendencia y, por ende, de responsabilidad y compromiso.

Pero también, y sobre todo, porque significa la posibilidad de enfrentarse con los más temidos de todos los fantasmas, quizás los únicos que nos asustan todavía más que el de la soledad: el fantasma del rechazo y el fantasma del abandono.

Por miedo o por condicionamientos, lo cierto es que tenemos una creciente dificultad para encontrarnos con conocidos y desconocidos.

El modelo de pareja o de familia perdurable es, cada vez más, la excepción en lugar de la regla. Las amistades y matrimonios de toda una vida han quedado por lo menos “pasados de moda”.

Los encuentros ocasionales sin involucración y los intercambios sexuales descomprometidos son aceptados sin sorpresa y hasta recomendados por profesionales y legos como símbolo de una supuesta conducta más libre y evolucionada.

El individualismo es presentado como el enemigo del pensamiento social, sobre todo por aquellos mezquinos que en el fondo desprecian las estructuras sociales o se aferran a ellas con una especie de fundamentalismo solidario que legisla lo que no sabe cómo enseñar.

Las estadísticas no son halagadoras. En nuestro país, en el quinquenio 1993-1998 hubo tantos divorcios como casamientos. Casi la mitad de los niños de las grandes ciudades vive en hogares donde está ausente uno de sus padres biológicos, cifra que seguramente irá en ascenso si, como se prevé, dos de cada tres nuevos matrimonios terminará en divorcio.

Y las estadísticas de patología individual no son menos inquietantes: aumentos de índices de depresión en jóvenes y ancianos, crecimiento de las conductas de aislamiento, falta de oferta de grupos de encuentro y menos programas de actividades posibles para personas solas cada año.

Con ayuda o sin ella, las relaciones de pareja son cada vez más conflictivas, las relaciones de padres e hijos cada vez más enfrentadas, las relaciones entre hermanos cada vez menos sólidas, y la relación con nuestros colegas y compañeros de trabajo cada vez más competitiva.

Al decir de Allan Fromme, nuestras ciudades con sus altísimosedificios y su enorme superpoblación son el mayor caldo de cultivo para el aislamiento. No hay lugar más solitario que la ciudad de Nueva York un día de semana a la hora pico, rodeado de veinte millones de seres que también están solos.

Nosotros somos los responsables de resolver y cambiar esta situación para quienes nos siguen y para nosotros mismos.

Pensar y repensar lo complejo de la relación entre dos o más individuos únicos, distintos y autodependientes que deciden construir un vínculo trascendente es el desafío de este camino.

Quienes se animen a recorrerlo deberán estar preparados para soportar las acusaciones de aquellos que todavía no lo han recorrido y de los que nunca lo recorrerán, quienes los tildarán, en el mejor de los casos, de soñadores y sentimentales.

Aprender a vivir en relación con otros es una tarea difícil, se podría decir artesanal, que requiere de técnicas delicadas y específicas que se deben adquirir y practicar antes de utilizarlas adecuadamente, del mismo modo que un cirujano no puede operar después de haber aprobado cirugía, un constructor requiere de entrenamiento antes de levantar un gran edificio y un cheff debe practicar durante años para encontrar la mejor forma de cocinar su plato preferido.

Y esto es, entre otras cosas, porque cada uno de nosotros es un gran enigma y por ende nuestras relaciones son un misterio, gracioso o dramático, pero siempre impredecible.

Leo Buscaglia cuenta de un joven que, decidido a aprender a relacionarse mejor con las jóvenes de su curso universitario, se dirige a una librería y busca bibliografía que lo ayude. En un estante perdido en el fondo de la librería encuentra un libro cuyo título lo atrapa, se llama Desde abrazar hasta amar. El joven compra el grueso volumen y sólo al llegar a la casa se da cuenta de que ha comprado el tomo 2 de una enciclopedia.

Alguna vez escribí (1) que leer un libro era como encontrarse con una persona. Decía yo que había libros sorprendentes y libros aburridos, libros para leer una sola vez y libros a los que uno siempre quisiera volver; libros, al fin, más nutricios que otros.

Hoy, veinte años después, digo lo mismo desde otro lugar:

Encontrarse con otro es como leer un libro.

Bueno, regular, malo, cada encuentro con un otro me nutre, me ayuda, me enseña. No es la maldad, la inadecuación ni la incompetencia del prójimo lo que hace que una relación fracase.

El fracaso, si es que queremos llamarlo así, es la expresión que usamos para decir que el vínculo ha dejado de ser nutritivo para alguno de los dos. (No somos para todos todo el tiempo ni todos son para nosotros todo el tiempo.)

Cada uno de los encuentros en mi vida ha sido como cada libro que leí: una lección de vida que me condujo a ser éste que soy.

El hombre: naturaleza solitaria o vida social

Como se sabe, filosofía significa ante todo preguntas y, a veces, algunas respuestas siempre provisorias, nunca definitivas.

Los filósofos empezaron a pensar modernamente sobre el sentido de la vida en sociedad alrededor del siglo XV, cuando la verdad dejó de ser propiedad exclusiva del pensamiento escolástico y, por tanto, de los hombres ligados a la Iglesia. Cancelado el monopolio y aquietada la persecución del pensamiento ilustrado, cada libre pensador empujó a otros a acordar y a desacordar, a desarrollar o a confrontar las nuevas ideas sociales y políticas. Así se fue configurando un entramado de diferentes posiciones sobre el porqué y el para qué de la relación del hombre con el grupo social en el que se inserta.

La filosofía se vio forzada entonces a plantear la discusión sobre la esencia del ser humano.

Durante los primeros doscientos años de Ilustración, los filósofos parecen acordar que la sociedad y la moral van en contra de la naturaleza humana; porque dicha naturaleza es solitaria, egoísta y anárquica.

Este punto es fundamental, porque a partir de esa idea queda establecido “oficialmente” que si bien la moral está muy bien la sociedad está muy bien y el control está muy bien... nada de eso es natural. Lo natural, advierten la mayoría de los filósofos, es la lucha del individuo por autoabastecerse, el intento de no depender de nadie. La naturaleza humana, se sostiene, sólo se fija en lo que necesita, en lo que le importa, en lo que mezquinamente desea.Todas las demás conductas, sobre todo las “sociales”, son una creación del hombre civilizado y, por lo tanto, antinaturales.

A finales del siglo XVI, Montaigne (1533-1592) ya sostenía que El hombre vive en sociedad porque lo necesita y no porque leagrade hacerlo. Sostiene que si dejáramos al hombre librado a su propio deseo, él preferiría estar solo; cuando el ser humano convive lo hace en un intento de aunar fuerzas para enfrentar la búsqueda de su propio bienestar. A cambio de recibir el apoyo, la ayuda o la fuerza que le dan los otros, el hombre acepta pagar el precio de renunciar a muchos de sus deseos personales. Montaigne propone: Desatemos los lazos que nos atan a los otrosy los que los atan a ellos a nosotros para que cada uno pueda vivir a su modo, y conseguir entonces que su satisfacción dependa de sí mismo.

La idea de la naturaleza independiente dominó la historia de la filosofía moderna signando la búsqueda de la esencia de cada uno: el ser independiente sin ataduras con nadie. Montaigne es el primer filósofo que dice que la dependencia no sirve porque nos ubica en lugares complicados respecto de los demás.

Si Montaigne ponía el acento en desatarnos, en abolir la dependencia, Pascal aporta una mirada analítica: No importa sinos desatamos o no, no se trata de lo que hacemos sino de establecer el porqué lo hacemos. Lo que sucede es que no estamos satisfechos con la vida que llevamos, y entonces nos juntamos para vivir un poco la vida de los otros. Queremos vivir en la vida de los demás y por eso nos esforzamos en que los otros nos acepten.

Según Pascal (1623-1662), esta dependencia es parte de nuestra miseria y deberíamos deshacernos de ella. Él cree que nos quedamos colgados de la vida de los demás justamente porque no estamos llegando a ser lo que deberíamos ser.

La Bruyère (1645-1696), como vimos, cree que el ser humano es ermitaño por naturaleza y que lo social y lo gregario aparecen como creaciones humanas.Y sus ideas establecieron lo siguiente:

Al individuo no le gusta compartir la presa que cazó, pero la comparte porque la sociabilidad se ha vuelto para él una regla que acordamos por una u otra razón. La naturaleza humana no sólo es egoísta, sino más aún insaciable y solitaria.

A partir de esta idea de la esencia solitaria del ser humano, aceptada con más o menos agrado en la época, aparecen dos posturas filosóficas totalmente diferentes: una dice que hay que combatir esa tendencia porque es perjudicial para la sociedad y otra opina que hay que glorificarla y darle más fuerza. Para unos, lo ideal tiene que someterse a lo real; para los otros, lo real debe someterse a lo ideal.

El primer filósofo que dice que hay que combatir la naturaleza solitaria y bárbara del hombre se llamaba Maquiavelo.

Para Maquiavelo (1469-1527), como se sabe, la sociedad era importante como mecanismo de control para refrenar los intereses particulares y personales de la naturaleza humana. La vida sería permanentemente una lucha a muerte donde cada uno trataría de matar al otro para conseguir lo que quiere. Según él, la gran habilidad del ser humano consiste en dominar los intereses personales para conseguir que la sociedad lleve a la superación del individuo como un todo, porque si la sociedad no cumpliera con esa pauta la vida sería una constante rivalidad.

Esta idea, muy conocida, fue retomada por Hobbes (1588-1679) en la famosa frase:“El hombre es el lobo del hombre”, lo cual parece significar que, en tanto depredadores, ante una presa deseada, dos hombres van a pelear a muerte por obtenerla si no son capaces de acordar previamente algo que los condicione a no rivalizar.

Lo que Hobbes decía, y Maquiavelo o Montaigne avalaban, es que nosotros somos esencialmente solitarios, y que la dependencia con los otros surge desde nuestro propio concepto de preservación. Los hombres nos juntamos con los otros porque de alguna manera nos conviene, y si no nos conviniera nos mantendríamos más independientes y aprenderíamos, como dice Pascal, a ser felices solos, a bastarnos con nuestra propia vida.

Estamos en los siglos XV, XVI, épocas de violentas turbulencias sociales y de cuestionamientos políticos al orden vigente. Maquiavelo enseña que si el hombre no estuviera sujeto a reglas y prohibiciones viviría en una guerra perpetua por el poder. Porque es justamente el poder lo que daría la posibilidad de tener lo que el individuo desea esencialmente.

La Rochefoucauld (1613-1680), por su parte, cree que la vida en sociedad es absolutamente imprescindible para poder sobrevivir, y si no existieran las reglas sociales, si se dejara al hombre librado a su naturaleza, la idea de que el hombre es el lobo del hombre (Hobbes) sería confirmada en los hechos permanentemente. Según La Rochefoucauld, no podemos arriesgarnosa dejar que esta naturaleza se manifieste sin censura, por lo cual propone combatirla moralmente, con educación, con pautas. La vida en sociedad, dice La Rochefoucauld, restringe los apetitos inmoderados del hombre y le impone el ideal social:

El yo quiere erigirse en el centro de todo, quiere dominarlo todo, por lo tanto hay que tratar de combatir a ese dominador con reglas sociales que sean suficientemente estrictas y rígidas como para frenarlo, porque de lo contrario esta ambición desmedida de poder, esta sed de dominio, terminarían dominando la historia.

En este punto del planteo aparece el pensamiento de un filósofo más conocido por nosotros: Emanuel Kant (1724-1804). Él dice: El ser humano vive en una insociable sociedad, queriendo decir que la sociedad, lejos de ser una cosa elegida por el ser humano, es una transacción, algo que concretamente hace para poder responder a una necesidad. Según Kant y tal como decía La Bruyère, la naturaleza del ser humano es la soledad, pero agrega que este ser socialmente inepto, egoísta y solitario tiene tres necesidades básicas: sed de poder, sed de bienes materiales y sedde honores.

Kant abre el pensamiento a los que siguen; comparte con Maquiavelo la idea de que el hombre necesita dominar, y con Hobbes la idea de la necesidad de tener posesiones. Lo nuevo en el pensamiento de Kant se vincula con la necesidad del hombre de ser honrado (en el sentido de aplaudido, glorificado, admirado). Es posible que el hombre tenga bienes sin necesidad de que existan los otros; puede tener dominio sobre su heredad, sobre la tierra y sobre los animales sin que existan los demás, pero ¿cómo podría tener honores en soledad? Para tener quien lo honre, necesita de otro.

Así, para Kant, creamos una sociedad para que nos dé el honor que necesitamos porque solos no podemos conseguirlo.

De alguna manera con Kant seguimos manteniendo la idea principal: hay que combatir la naturaleza solitaria del hombre porque de lo contrario la humanidad no puede subsistir.

Como dije antes, hay pensadores que lejos de combatir la naturaleza solitaria del hombre piensan que hay que hacer lo contrario: glorificarla.

Desde Cicerón (106-43 a. C.) (hay que dejarse fluir y ser... ydejar que el otro opine) hasta Diderot (1713-1784) (el interés gobierna la conducta pero hay que dejar que el ideal se someta a lo real), muchos filósofos construyeron planteos provocativos para convencer a sus contemporáneos de dejar que la naturaleza prive sobre el condicionante. Dentro de esta línea quiero referirme sobre todo a dos pensadores muy conocidos e importantes aunque no siempre, creo, bien entendidos: Sade y Nietzsche.

Sade (1740-1814) se preguntaba: ¿Por qué dejar que mis intereses personales y mis propias inclinaciones estén librados a lo que la sociedad me permite o no me permite? ¿Por qué no sentirme a mí mismo libre de salir a procurarme aquello que me gusta? ¿Por qué tengo que condicionar mi placer al permiso del otro? ¿Quién es el otro para decirme qué puedo tener o qué no puedo tener? ¿Por qué no ser realmente como digo que soy y juntarme solamente con aquellos que comparten conmigo mi propia manera de encontrar las cosas que necesito, para juntarnos a disfrutar de ellas sin depender de la aprobación de los otros?

Según Sade, si yo soy esencialmente libre y esencialmente humano, no tengo que depender del permiso del otro. Soy un adulto, y por lo tanto yo mismo soy el que tiene que decidir qué está bien y qué está mal para mí y, a partir de ahí, salir a buscarlo.

Su planteo consiste en aceptar la naturaleza independiente del ser humano en lugar de combatirla para que luego cada uno sea el dueño de su propia vida.

Nietzsche (1844-1900) hablaba del “superhombre” (si elhombre llegara a ser lo mejor de sí mismo, dejaría de depender de los otros). Sostenía que los seres superiores son independientes de los demás para saciar la sed a la que Kant hacía referencia. Para Nietzsche, los bienes, los honores y el poder no se consiguen dependiendo de la mirada bondadosa del otro, ni con la más adecuada inserción social, se consiguen simplemente peleando por conseguirlos y ganando la pelea.

El pensamiento de Nietzsche está muy relacionado con el planteo del anarquismo cuando dice: Mis semejantes son siempremis rivales o mis colaboradores. Es decir, yo tengo un interés, un deseo, una voluntad, y entonces me encuentro con otro que, como tiene mi mismo deseo, tiene dos posibilidades, si hace alianza conmigo, es un colaborador; si decide competir conmigo por la cosa es un rival, si no lo puedo hacer un aliado se volverá un enemigo. De modo que, viviendo entre colaboradores y rivales, o condiciono y manipulo el afuera para que se transforme en un colaborador (Maquiavelo) o directamente rivalizo con el otro y peleo hasta vencerlo.

Pero Nietzsche se pierde cuando descree de toda colaboración. Él considera que la pelea por las cosas es inevitable, y entonces concluye que el mundo es de los fuertes, de aquellos que pelean y ganan la pelea. En relación a esto establece una moral de amos y una moral de corderos. La moral del amo es la de aquel que es fiel a su propia esencia, a su propio deseo. Lamoral de corderos es la de aquellos que se sienten y se saben débiles y entonces se juntan con otros conformándose con la mera supervivencia.

Para Nietzsche, los corderos desarrollan sentimientos “inferiores” como la piedad, la conmiseración y el miedo a estar un día en el lugar del que padece. Para este filósofo, la caridad fun

ciona desde esa moral de corderos. La moral de “superhombre”, como él la llama, será la de alguien que no dependerá de que el otro apruebe o no apruebe, como decía Sade, sino que será leal a sus propios principios más allá de la aprobación o el permiso de los demás.

Cuando Nietzsche habla de la moral del superhombre se refiere a dos cosas: una fundamental: reinar en soledad, y otra alternativa: someter al que se oponga. Puesto en primera persona esto se enuncia así: yo soy solitario, sé lo que quiero, sé adónde voy y no molesto a nadie, pero si te opones, entonces te someto o te destruyo.

Según Nietzsche, la sociedad en la que vive, a la cual llama sociedad burguesa, se ha conformado con la moral de los corderos: proteger a los débiles, encontrar la postura más cómoda y unirse a los demás buscando fuerzas.

Queda claro que Nietzsche se opone a lo que afirmaba Hobbes. Un hobbesiano que leyera a Zaratustra diría que si uno dejara salir su esencia (el superhombre) se dedicaría a destruir a los demás.

Nietzsche dice:

Dejemos que el individuo solo encuentre su lugar y entonces la competencia no surgirá, porque cada uno dejará de estar mirando lo que el otro hace y dejará de querer lo que el otro tiene.

Más allá de la discusión sobre si el control de esta naturaleza solitaria es deseable o indeseable, lo que estos pensadores trataban de demostrar es que, combatiéndola (pensando que el hombre en absoluta libertad terminaría matando al otro) o glorificándola (enarbolando la bandera de que en libertad el hombre viviría sin molestar a nadie), en ambos casos, vivir en sociedad es una conducta aprendida y antinatural.

Desde este razonamiento aparentemente inapelable sólo tengo dos alternativas:

1. Acepto la tendencia solitaria del ser humano a pesar de su insoportable vulnerabilidad, y por ende acato la idea de que por conveniencia debo renunciar a mis necesidades egoístas para poder convivir con los demás de quienes de alguna manera dependo.

2. Sostengo que puedo prescindir de juntarme con los demás y me alineo en la idea de ser autoabastecente, renunciando a la necesidad de quedar colgado de otro que se haga cargo de mí. Concluiré creyendo que, dominando mis inseguridades, no necesito para nada vivir en sociedad.

¿Habrá otra posibilidad?

A comienzos del siglo XVIII aparece Rousseau (1712-1778) para dar vuelta el planteo y revolucionar las ideas que se tenían hasta ese momento. Porque Rousseau es el primero de su época que dice: es cierto que el ser humano se asocia con los otros para cazar, para ser más fuerte, para tener un colaborador en un determinado fin, pero también es cierto que a veces se asocia sin ninguna razón.Y entonces se pregunta: ¿qué otra razón lleva al ser humano a asociarse con otros seres humanos? Y sugiere que dicha razón debe estar en su naturaleza.

A diferencia de los filósofos anteriores, Rousseau concluye entonces que, lejos de ser solitaria, la naturaleza del ser humano es gregaria, social. Para él, lo que antes era visto como naturaleza solitaria y bárbara del hombre forma parte de su alejamiento de la sociedad. Plantea esa manifestación como un resultado posterior en lugar de una condición previa.

Por otro lado, Rousseau dice que el individuo tiene dos amores: el amor propio y el propio amor. Llama amor propio a lo que nosotros llamaríamos hoy vanidad, y propio amor a lo que hoy llamaríamos autoestima.

La vanidad me lleva a conseguir lo que necesito por la utilización de los demás, a utilizar a los otros para congraciarme. Así, quiero los honores (Kant) para sentirme bien, y entonces busco a los demás para que me honren. Pero también me relaciono con los demás por la necesidad de ser considerado por el otro y llenar así nuestra olla de autoestima.

Cuando Rousseau llega a esta idea, la relaciona con la idea aristotélica de que el hombre que no reconoce que necesita la vida en sociedad (o que no vive en sociedad) o es un dios o es una bestia. Esta frase de Aristóteles (384-322 a.C.) ya la había tomado Nietzsche afirmando: entonces seamos dioses, reconozcamos que no necesitamos de los otros. Pero Rousseau afirma: no somos ni bestias ni dioses,somos seres humanos, y por lo tanto necesitamos esencialmente la consideración de los otros. Se refiere entonces al mito de Aristófanes, de Platón (428-348 a.C.). La característica que tiene este personaje es que se siente incompleto y busca bienes, triunfos militares, parejas, tiene hijos y nunca se siente satisfecho, hasta que un día se sienta en una mesa con alguien que le dice:“Eres Aristófanes, yo te conozco”, y cuando el otro le dice esto, Aristófanes se siente por fin completo.

Aristófanes representa aquí la incompletud que sólo se resuelve cuando alguien te describe. Rousseau opina que el ser humano se junta con otros, no por utilidad, sino porque sin los otros se siente mutilado. La gran diferencia con Kant y La Bruyère es que para Rousseau la incompletud es parte de la naturaleza humana.

Rousseau es el primero que dice:

La naturaleza humana consiste en sentirse incompleto en soledad.

Esto es lo opuesto de La Bruyère, quien decía: La naturalezahumana es la soledad y la sociedad surge como una necesidad propia de reconocimiento y valoración, de aplausos, de honores.

Dice Rousseau: El salvaje vive en sí mismo, y cree que no necesita a nadie; el hombre sociable vive en manada y obtiene de los demás protección y reconfirmación de su existencia, aplauso o alabanza. El verdadero ser humano se relaciona porque sólo así tiene sentido su vida.

Esta idea tiene tanta fuerza y es tan revolucionaria en la historia de la filosofía, que empieza a modificar el pensamiento político de su entorno.

Soy incompleto si no tengo al otro, no tiene sentido mi vida si no tengo al otro, no puedo significar mi vida si estoy solo, dice Rousseau.

Las ideas de Rousseau tienen dos derivaciones importantísimas para la historia moral. Una es el pensamiento de Adam Smith (1723-1790), un economista muy ligado a la evolución de la humanidad y los procesos sociales. Él empieza a traer la idea de la necesidad de aprobación diciendo que no nos alcanza solamente con que el otro esté y nos reconozca, necesitamos además que nos apruebe. A tal punto llega esta concepción en su pensamiento, que desarrolla toda su teoría económica afirmando que la búsqueda de la posesión de bienes no es por la riqueza en sí misma, sino porque uno sabe que con las posesiones se gana la simpatía y la aprobación de los otros. En vez de pensar en una sed esencial del hombre, piensa que esto le permite al hombre sentirse más completo.

Adam Smith es el primero en decir que la indiferencia del afuera es tan terrible que puede llegar a matar. La frase:“Lo mato con la indiferencia” está originada en su pensamiento. La mirada del otro es para él una necesidad; no podemos sobrevivir si no hay por lo menos alguien que nos dé su aprobación, y los bienes materiales son exactamente para esto. El sujeto, decía Smith, está incompleto y necesita de los otros para forjarse su identidad.

Como única alternativa para resolver esta dependencia sin colgarse de los demás, propone una posibilidad que estará reservada sólo para algunos: Dios. Si yo no quiero vivir dependiendo de que otro me califique, siempre me queda la posibilidad de creer que Dios es el que me puede dar esta aprobación.

La fe aparece como un recurso que me devuelve la independencia y la fortaleza sobre mí mismo, reconociendo mi necesidad social pero otra vez volviendo a la primera idea de La Bruyère: la soledad. Ahora puedo estar sin nadie, no me importa, El Jefe me va a dar su aprobación y nunca me sentiré solo, inseguro ni incompleto.

La evolución posterior ha dado algunas otras soluciones para este tema: la conciencia, el superyo. La idea moral y ética de los principios no es ni más ni menos que la introyección, la puesta adentro, de la aprobación supuesta de los demás.

Yo me siento completo únicamente si hago las cosas de acuerdo con mi conciencia, de lo contrario me siento mal, insatisfecho.

El superyo, la moral, la ética, la sociedad como una abstracción, en última instancia, son la respuesta a la necesidad de la búsqueda de simpatía y aprobación de los demás.

Georg Hegel (1770-1831), el último pensador de la época, es tan importante y revolucionario que va a influenciar a todos los que le siguen (Freud, Lacan,Adler, Perls, Pichon Rivière, etc.).

Hegel toma las ideas de Rousseau y las desarrolla a niveles inconmensurables. Dicen los que lo han estudiado que el pensamiento de Hegel era tan avanzado para su época que nadie lo entendía. Pasaron muchos años antes de que la humanidad pudiera entender lo que Hegel quería decir.

Todo lo que nosotros sabemos de este pensador es lo que Kojeve escribió en el libro Interpretando a Hegel (muchos dicen que tampoco Kojeve era muy fiel a lo que Hegel decía).

A la idea de Rousseau, Hegel le agregó que la incompletud no se resuelve ni con el reconocimiento, ni con la consideración, ni con la aprobación del otro. Hegel decía que lo que el individuo necesita, no como una cosa aprendida, sino como condición de su humanidad, es mucho más: es la admiración de un otro.

El individuo necesita que haya alguien que lo valore, que lo reconozca, que lo aplauda; no alcanza con que el otro le diga “Eres Aristófanes” (porque cuando Aristófanes recibe esta mirada, no es la mirada de alguien que lo reconoce, es la mirada de alguien que le da el reconocimiento que implica admiración, dice Hegel).

Para él, la continua lucha del ser humano es por conseguir que alguien lo valore, le dé un lugar de importancia. Si no fuera así, se quedaría con esta sensación de incompletud, se sentiría mutilado, no tendría la posibilidad de sentirse satisfecho.

Hegel coincide con Rousseau en que la esencia del ser humano es sociable. Él dice: el ser humano solo y único en el mundo no sería un ser humano, sino un animal.

Estamos en 1780 y, a partir de ahí, el gran planteo hegeliano nos complica porque las cosas empiezan a mezclarse...

Así como en el pensamiento de Nietzsche se basaron algunas ideas políticas, las nazis entre otras, en las ideas de Hegel, su filosofía y el planteo del amo y del esclavo, se apoyaron varias corrientes ideológicas, entre otras, el marxismo y la fundamentación del materialismo dialéctico.

Hegel dice: Siempre que hay dos individuos, cada uno de ellosquiere la admiración del otro; y en esa competencia, uno va a triunfar y el otro no. La historia de la humanidad es la sociabilidad a partir del esquema donde entre dos que se encuentran uno tiende a ser el amo y el otro tiende a ser el esclavo.

No es una idea complicada, miremos la historia de la humanidad y veremos que en realidad siempre hay dos bandos que están peleando por ser el amo y dejar al otro en el lugar del esclavo.Y esto no tiene que ver con conseguir el placer sádico de esclavizar al otro, sino con lograr, dice Hegel, su admiración, conseguir que me idolatre, que me ponga en un lugar superior, el lugar del amo. Hace recordar un poco a Nietzsche, a la moral del superhombre y del cordero, ¿verdad?

Establecido el ganador, todo parece resuelto, pero aquí aparece la paradoja: recordemos que estamos partiendo de la idea de que la completud humana se consigue solamente cuando uno recibe la admiración del otro, y por lo tanto, los que no la reciban quedarán incompletos y perderán su condición mínima de dignidad humana.

En esta batalla entre futuros amos y futuros esclavos, donde estamos compitiendo por ver quién es quién, supongamos que sos el que gana.Vos sos el amo y por ende yo soy el esclavo y lo admito. Ahora, sos un ser humano completo, has conseguido la admiración de alguien, la mía.Yo soy el esclavo y he perdido, vos no me admirás, todo lo contrario, me despreciás.Vas a decir: Yo gané, vos sos el esclavo, vos no sos ni siquiera un ser humano, vos no valés.Y cuando no soy ni siquiera un ser humano completo y soy despreciable... mi admiración deja de servirte. Entonces Hegel dice: El final del camino del amo es irremediablemente el vacío existencial, porque cuando finalmente consigue la admiración que necesita, ésta pierde sentido y la desprecia.