20 pasos hacia adelante - Jorge Bucay - E-Book

20 pasos hacia adelante E-Book

Jorge Bucay

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Beschreibung

A lo largo de los últimos veinte años, Jorge Bucay ha buscado tanto en el pensamiento de los sabios como en la sabiduría popular de los cuentos mensajes para enseñar y divulgar la manera de enfrentarse a los desafíos de la vida. Enseñar a anticipar el puedo al quiero, para que el deseo no quede condicionado por la fantasía de una limitación de tiempos pasados. Ayudar a quien le lee a darse cuenta de que sus ideas de «no debes» o «no puedes» la mayor parte de las veces no pertenecen más que a un ayer donde posiblemente otro yo anterior, no podía, no sabía o no quería saber. Un tiempo en el que aquellos que fuimos, se quedaban dependiendo del cuidado de algunos y a merced de la decisión de otros.

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Índice

Portadilla

Legales

Introducción

1 / Trabajá en conocerte

2 / Decidí tu libertadI

3 / Abrite al amor

4 / Dejá salir la risa

5 / Aumentá tu capacidad de escuchar

6 / Aprendé a aprender con humildad

7 / Sé cordial siempre

8 / Ordená lo interno y lo externo

9 / Transformate en un buen vendedor

10 / Elegí buenas compañías

Diez pasos más hacia adelante

11 / Actualizá lo que sabés sin prejuicios

12 / Sé creativo

13 / Aprovechá el tiempo

14 / Evitá todas las adicciones y los apegos

15 / Corré solamente riesgos evaluados

16 / Aprendé a negociar lo imprescindible

17 / Igualá sin competir

18 / No le temas al fracaso

19 / Volvé a empezar

20 / No dudes del resultado final

Bucay, Jorge

20 pasos hacia adelante / Jorge Bucay ; coordinado por Mónica Piacentini ; dirigido por Tomás Lambré. - 1a ed. - Buenos Aires : Del Nuevo Extremo, 2013. .

E-Book.

ISBN 978-987-609-396-5

1. Psicología. 2. Superación Personal. I. Piacentini, Mónica, coord. II. Lambré, Tomás, dir.

CDD 158.1

© Jorge Bucay, 1999

© 2010, Editorial del Nuevo Extremo S.A.

A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires,Argentina

Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

e-mail: [email protected]

www.delnuevoextremo.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-609-396-5

Jorge Bucay

20 PASOS

Jorge Bucay

20 PASOS

hacia adelante

INTRODUCCIÓN

DESDE QUE EMPECÉ a escribir para otros, hace más de veinte años, y sobre todo desde que alguien decidió acompañar mi osadía publicando lo que yo escribía, he intentado centrar cada una de mis palabras en aquellas ideas, sugerencias y propuestas que encontré útiles en mi propio camino, y que por esa razón creí que podrían servir de ayuda a otros que transitan por espacios parecidos en su propia búsqueda.

A lo largo de estas dos décadas, intenté hacer en cada libro, en cada artículo y en cada columna, lo mismo que hice durante toda mi vida como profesional de la salud, por un lado, aportar una pequeña lucecita, quizás ingenua o insignificante, con el propósito de ayudar a otros a iluminar las zonas que encuentren oscuras en su camino y, por otro, ofrecer el tipo de ayuda que yo personalmente necesité en muchos momentos difíciles.

Más sorprendido aun que halagado he recibido y aceptado en varias oportunidades la invitación de periódicos de la Argentina, de México y de España, para publicar mi manera y estilo de ver y explicar algunos aspectos de la conducta humana. Muchas de estas columnas semanales son las que, de alguna manera, hicieron de semillas a este libro. He querido en ellas, lo mismo que pretendo aquí: aportar la palabra, la idea o el cuento que nos ayude a renovar la convicción de que lo que sigue puede ser y será mejor. El estímulo que desde afuera de uno mismo sea capaz de actuar como un disparador positivo para cada uno individualmente y, desde allí, para todos en conjunto.

Te propuse tantas cosas, que a fuerza de repetidas, muchas veces ya sabías:

Repasar lo aprendido para compartirlo con los demás.

Pensar en vos para poder después pensar en los demás, adecuadamente.

Anticipar el puedo al quiero, para que el deseo no quede condicionado por la fantasía de una limitación de tiempos pasados, donde posiblemente otro yo anterior no podía, no sabía o no quería saber.

Terminar con el tiempo en el que aquellos que fuimos se quedaban dependiendo del cuidado de algunos y de la decisión de otros.

Y dos cosas, para mí fundamentales:

Te propuse que te ocuparas de sentirte

cada vez más vivo.

Te propuse que trabajaras para volverte

cada vez más sabio.

No creo que necesite contarte cuáles fueron las herramientas que utilicé para ayudarte en estos desafíos, lo sabés. Me he valido de unas pocas ideas propias y de muchas aprendidas; me he valido de centenares de cuentos de todas las épocas y de todas las culturas. Pensamiento vivo y vigente de muchos maestros, enredado, expuesto y oculto en miles de historias, anécdotas y leyendas urbanas, que nos confirman una y otra vez que no estamos solos en nuestro camino, ni en el dolor, ni en las creencias, ni en los temores, ni en los buenos momentos.

Historias y conceptos que nos obligan a nuestra primera conciencia gregaria: no somos los únicos que sentimos el deseo de construirnos vidas cada vez más felices y mucho menos los únicos que tenemos el derecho de intentarlo.

Todo se puede simplificar y todo se puede complicar; y las dos cosas se pueden hacer con intención de ayudar a aclarar o como intento de confundir o esconder un pedazo de la verdad.

Elijo empezar con este cuento como homenaje a la decisión de los que trabajan a favor de que la ayuda sea ayuda y no solamente información inútil. Una manera de agradecer a los que, como yo mismo, deciden siempre no complicar la realidad y un reconocimiento a todos los que generosamente comparten día a día lo poco o mucho que saben, con amor, profesionalidad y vocación de servir.

Hace muchos años, en plena carrera espacial, los Estados Unidos y la Unión Soviética se esforzaban por ser los primeros en llegar a la Luna. La vanidad, el reconocimiento mundial, el prestigio científico y el presupuesto de la NASA y su equivalente ruso estaban en juego.

La tecnología era, por supuesto, la clave.

Tecnología y desarrollo al servicio de cada problema, de cada detalle, de cada situación que con seguridad se iba a presentar o que imprevistamente podía llegar a presentarse; sobre todo de cara a los efectos de la ausencia de gravedad y a los demás factores de la vida en el espacio.

La experiencia significaba dos grandes pasos, comunes a toda exploración científica: primero, hacerlo posible y, segundo, registrarlo todo. Dado que la computación no contaba todavía con microchips, era obviamente esencial que los astronautas efectuaran registros exactos en vivo y por escrito de cada vivencia, situación, problema o descubrimiento. Esto condujo a un problema tan menor en apariencia, que nadie había pensado en él antes de lanzarse al proyecto: sin gravedad, la tinta de los bolígrafos no corre.

Este pequeño punto pareció volverse crucial en aquellos tiempos. El grupo que consiguiera solucionar esta dificultad ganaría, al parecer, la carrera espacial. Nunca antes en toda la historia del mundo la caligrafía había sido tan importante.

El gobierno de los Estados Unidos invirtió millones de dólares en financiar a un grupo de científicos que pensara exclusivamente en este punto. Y al cabo de algunos meses de tarea incansable, los inventores presentaron un proyecto ultrasecreto. Se trataba de un bolígrafo que contenía un mecanismo de minibombeo que desafiaba la fuerza de gravedad.

Este pequeño invento permitió, después de destrabar el primer viaje a la Luna, que toda una generación de jóvenes pudiera escribir grafittis obscenos en los techos de sus aulas y en los baños de todo el mundo.

Los Estados Unidos, en efecto, llegaron primero a la Luna, pero no fue porque los rusos no hubieran podido resolver el tema de la tinta. En la Unión Soviética habían solucionado el problema apenas unas horas después de darse cuenta de la dificultad planteada por la ausencia de gravedad... los científicos rusos simplemente renunciaron a los bolígrafos y decidieron reemplazarlos por lápices.

Sin complicarnos, pero sin perder de vista el objetivo, te propondré en las próximas páginas que nos animemos a dar algunos pasos en la dirección de nuestro crecimiento y autorrealización. Ninguno de estos veinte pasos te será desconocido ni novedoso. Si aparecen aquí es, como siempre, para ordenar lo que ya sabés y, en todo caso, para invitarte a que ratifiques en cada capítulo que aceptás el reto que irremediablemente significa enfrentarse al desafío de volverse uno mismo.

1 / TRABAJÁ EN CONOCERTE

MIENTRAS diagramaba los conceptos y escribía gran parte de los contenidos de este libro cumplí cincuenta y siete años. Casi me sorprendió darme cuenta de lo mucho que me alegró la fecha esta vez. Yo mismo, en otro momento de mi vida, hubiera discutido, como quizás lo hagas vos ahora, el valor del ritual de cumplir años. Hasta no hace tanto yo sostenía que estas «niñerías» son pertinentes y razonables solamente en el mundo infantil de los más pequeños, nuestros hijos o nietos. Para ellos, solía decir yo, el festejo de cumplir un año más se justifica ampliamente si lo pensamos como una mínima compensación anticipada de lo que se avecina con el crecimiento: el desembarco de más responsabilidades, más deberes y cada vez más obligaciones. Pero a nuestra edad, seguía argumentando, esto no parece motivo de ningún festejo.

Nuestro propio lenguaje, a veces tan esclarecedor, parece hacernos saber desde el principio que el día del cumpleaños no trae consigo demasiadas buenas noticias. Desde el vamos, combina en su nombre dos palabras que no en vano nos agobia pronunciar: «cumplir» y «años», como si quisiera condenarnos a envejecer y obedecer haciéndonos olvidar, quizás no tan ingenuamente, lo que sí se debe festejar.

Porque el día del cumpleaños, ese mismísimo día, se festeja nada más y nada menos que un aniversario más del día de nuestro nacimiento (en la mayoría de los idiomas, inglés, francés, catalán, hebreo y chino por nombrar sólo algunos), la palabra que se usa para cumpleaños se puede traducir literalmente como «día del nacimiento» o «día del aniversario».

Decididamente no pretendo empezar ninguna rebeldía lingüística para cambiar el idioma, pero sí quiero conseguir que tomemos conciencia de este hecho más que condicionante para evitar que el peso etimológico de la palabra «cumpleaños» nos arruine la fiesta.

De hecho, sostengo que:

Si nos hemos dado cuenta de que vivir es una cosa deseable y nos sabemos contentos por ello...

Si hemos descubierto que queda mucho por hacer y que lo haremos...

Si podemos sentir más que «muy de vez en cuando» gratitud por despertar cada mañana...

Entonces, tal vez podamos recuperar de corazón el deseo de festejar nuestros cumpleaños, y por qué no, de compartir con otros la alegría de estar vivos un año más.

Y llegados aquí, no será difícil establecer naturalmente esta sana costumbre que recomiendo casi a cada persona que me consulta:

Hacernos en ese día el regalo que más nos gustaría que nos hiciera nuestro amigo más incondicional.

Es muy sugestivo ver cómo muchos vivimos pensando y comprando regalos de cumpleaños para los que queremos y casi nunca lo hacemos con nosotros mismos.

Vuelvo a mi novedosa experiencia.

Quizás por mi mayor conciencia de una vida más que afortunada.

Tal vez por la certeza de sentirme transitando el camino que yo mismo elegí para mí.

Posiblemente por la alegría de que mis años me encuentren embarcado en un nuevo proyecto, el de este libro.

Seguramente por estar asistiendo orgulloso a la madurez de mis dos hijos.

Probablemente por la suma de todo lo dicho y más cosas, este año festejé cumplir 57.

Fiel a lo que enseño, me regalé la última grabación de Rigoletto en las Arenas de Verona y también una más que discreta reunión, a la que me di el gusto de invitar a mis amigos más queridos, a algunos colegas y a muchos compañeros de ruta a los que hacía mucho tiempo que no veía. Allí, brindando con ellos en la fiesta que me había armado para compartir con ellos mi alegría, confirmé lo que sostengo desde hace muchos años: ningún vínculo constructivo con los demás se puede establecer y fortalecer si no se apoya en una buena relación de cada uno consigo mismo. Y este concepto no es más que la mejor expresión de la necesaria cuota de sano egoísmo.

Un camino cuyo último paso coincidirá con la autorrealización, y cuyo primer paso no puede ser otro que el de conocerse, saberse, descubrirse...

Descubrirse, es decir, quitar la cobertura que me impide verme.

Animarme a sacarme las máscaras.

Mostrarme ante mí y ante los demás tal como soy.

Asumir la responsabilidad de todo lo que soy; que incluye todo lo que hago y todo lo que digo.

Conocernos es el primer paso si pretendemos dejar de pedirles a los otros que sean veedores de nuestra vida.

Conocernos es tomarnos el tiempo de mirarnos interiormente, conectar con lo que creemos, con lo que pensamos, con lo que sentimos y con lo que somos, más allá de todo lo que a otros les gustaría.

Conocernos es empezar por el principio. Por la primera de aquellas tres preguntas existenciales que acompañan al hombre desde los tiempos más lejanos y que aparecen en todas y cada una de las culturas ancestrales:

¿Quién soy?

¿Adónde voy?

¿Con quién?

Tres preguntas que, como siempre digo, deben ser contestadas en ese riguroso orden, aunque más no sea para impedir que sea mi rumbo el que determine quién soy y yo acabe volviéndome esclavo de mi camino. Tres preguntas que respondidas en orden, una y otra vez, alcanzarán para evitar que mi compañera, o compañero, de ruta se crea con el derecho o la responsabilidad de decidir por mí el camino a seguir.

Un cuento algo kafkiano nos ayudará en este punto a reírnos de nosotros mismos.

Un hombre viaja en el metro.

Ocupa su mente en el trabajo que le espera en la oficina.

De repente alza la vista y le parece que otro hombre en el asiento de enfrente lo mira fijamente.

En su abstracción ni siquiera nota que lo que ve es solamente su imagen reflejada en un espejo.

—¿De dónde conozco a este tipo? — se pregunta al notar que su rostro le es familiar.

Vuelve a mirar y la imagen, como es obvio, le devuelve la sonrisa.

— Y él también me conoce — se dice en silencio.

Por más que intenta dejar de pensar en esa imagen de la cara familiar, no consigue alejarla de su pensamiento.

El hombre llega a su destino y antes de ponerse de pie para bajar del tren, saluda a su supuesto compañero de viaje con un gesto que, como no podía ser de otra manera, el otro devuelve inmediatamente.

En su trabajo, no puede dejar de preguntarse:

— ¿De dónde conozco yo a ese tipo?

Cómo le gustaría tener una fotografía de ese hombre para poder mostrársela a sus compañeros. Quizás alguno de ellos podría ayudar a identificarlo...

Al finalizar su jornada decide caminar hasta su casa para darse el tiempo de buscar en su memoria.

Una hora más tarde entra en su departamento, todavía sin respuesta. Se ducha, cena, mira la televisión, pero no puede prestar atención.

— ¿Dónde he visto a ese hombre? — se pregunta todavía al acostarse.

A la mañana siguiente se despierta con una sonrisa...

— Ya sé — dice en voz alta, sentándose de golpe en la cama y golpeándose la frente con la palma de su mano— . ¿Cómo no me di cuenta antes?

Ha resuelto el problema que lo tenía interrumpido.

— Lo conozco de la peluquería...!

Si no empezamos por conocernos será imposible saber quiénes somos, reconocernos en nuestros actos y hacernos responsables de cada uno de ellos. Nunca sabremos con claridad cuál es el límite entre el adentro y el afuera.

Si es cierto que queremos conocernos, deberemos aprender a mirarnos con valentía decidiendo simplemente ser, aun a riesgo de perdernos por un rato.

Sólo así podremos lograr que sea nada más que lo interior lo que nos defina. Una tarea de por sí difícil, sobre todo si uno pretende encararla sin aislarse de los demás, sin renunciar a sus grupos de pertenencia social, familiar o laboral. Y que quede claro que esto no significa ignorar a todos ni volverse sordo a sus opiniones, entre otras cosas porque no ignoro que necesitamos de sus miradas para completar nuestra percepción de nosotros mismos, para ver todos esos aspectos que se ocultan en puntos ciegos a nuestra mirada; sólo significa no condenarnos a andar por el mundo preguntando a los demás quiénes somos o cómo deberíamos ser.

¿No deberíamos anticipar lo social a lo individual?

Ahora y aun a riesgo de ser acusado (una vez más) de individualista, sigo sosteniendo que al objetivo del bienestar común le vendría muy bien que cada uno empezara por ocuparse de su propio desarrollo, aunque sólo sea para poder ayudar de la forma más apropiada, más justa y más eficaz al prójimo.

Durante toda la semana el niño había perseguido literalmente al padre por toda la casa con su tablero de ludo debajo del brazo. Quería que el hombre se sentara con él a cumplir su promesa de jugar una partida para estrenar el nuevo tablero que le habían regalado para su cumpleaños.

— Ahora no puedo, Huguito — le había dicho el padre más de una vez— , tendremos que esperar al fin de semana...

Por eso el sábado, apenas se levantó y al ver que su padre estaba sentado al escritorio, Huguito corrió a su cuarto a buscar el tablero todavía sin estrenar.

— Hoy es fin de semana, ¿no, papi? — preguntó el pequeño.

— Sí, hijito — reconoció el padre— , pero ahora tengo que terminar un trabajo atrasado. Pídele a tu madre que juegue contigo...

— No, no — protestó la pulga de seis añitos— . Tú me prometiste...

— Es verdad. Pero en este momento tengo otras cosas más urgentes que atender...

— ¿Y cuándo vas a terminar de atender esas cosas?

— Dentro de dos horas — dijo el padre exagerando, con la intención de desanimarlo.

—Buf!... — dijo el niño, y dándose vuelta salió de la habitación.

La aguja grande había alcanzado a la pequeña justo cuando ésta llegaba al número 12, y eso, según le dijo su madre, significaba que habían pasado exactamente dos horas.

— ¿Jugamos ahora, papi?

— No, hijo. Lo siento. Todavía no he terminado con mis cosas...

—Pero me dijiste dentro de dos horas... Eso es mentir.

— No seas así, Huguito, tengo trabajo pendiente.

El niño ya empezaba a dejar escapar un par de lágrimas, cuando su padre tuvo una idea. Tomó de su escritorio una revista que mostraba en la tapa un colorido mapa del mundo con división política.

— Mira, hijito, te voy a proponer un juego — le dijo, mientras arrancaba la hoja y buscaba en el cajón de su escritorio un par de tijeras.

El hombre hizo varios cortes, transformando la hoja en un montón de papeles de forma irregular.

—Esto es un rompecabezas... Un puzzle, como los llamas tú. El juego consiste en armar el mapa del mundo poniendo cada país en su sitio — dijo el padre— . Cuando termines de armar el mundo, jugaremos al ludo.

El padre sabía que, sin tener idea de cómo se configuraba el planisferio, el niño tardaría más de una hora en armarlo y que eso los llevaría hasta el almuerzo. Después de la siesta quizás podría finalmente sentarse a jugar con su hijo, como se lo había prometido.

Otra vez resoplando, pero intuyendo que si no aceptaba esas condiciones no habría ludo, el jovencito tomó los papeles que su padre le daba y se fue a su cuarto.

Pasaron cinco minutos, quizás seis, cuando Huguito entró en la habitación con el mapa del mundo perfectamente armado.

Cada país en su sitio y toda la hoja pegada con cinta scotch.

— Ya está, papi. ¿Ahora vamos a jugar al ludo?

El padre sonrió, confuso.

— ¿Pero cómo lo hiciste? — preguntó examinando el perfecto resultado— . Si nunca viste un mapa del mundo, ¿cómo lo armaste tan rápido?

— No, papi... Yo nunca había visto un mapa del mundo, como éste... Pero cuando cortabas la hoja, yo me fijé que del otro lado había una foto de un hombre. Entonces, cuando llegué a mi cuarto di vuelta los papelitos y puse una al lado de la otra las partes del señor...

Cuando terminé de armar al hombre, el mundo... se armó solo.

Puede que sea una deformación profesional, pero después de tantos años, estoy convencido de que solamente trabajando con los individuos el cambio que queremos para el mundo se volverá posible.

Será por una deformación profesional, pero me pasa con demasiada frecuencia, tanto hablando con un paciente en mi consulta como contestando a las preguntas de un reportaje; sin darme cuenta me sorprendo hablando de todos cuando yo sólo quería hablar de cada uno. Quizás sea la demostración de que no hay diferencia entre todos y cada uno.

Será por una deformación profesional, pero después de tantos años, sigo creyendo que solamente sabiendo quiénes somos podemos empezar el trabajo de ser mejores para nosotros mismos y para la humanidad.

2 / DECIDÍ TU LIBERTAD