El castillo de Lindabridis - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

El castillo de Lindabridis E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

El castillo de Lindabridis es una hilarante comedia de enredo de Calderón de la Barca ambientada en un mundo mitológico. La acción de El castillo de Lindabridis ocurre en dos lugares: en la isla con la montaña y la cueva del Fauno y en Babilonia. Lindabridis es de Tartaria, una «provincia que sobre las dos cervices de África y Asia se sienta». Rosicler, el caballero con quien se casa al final, es de Tracia, una región en el nordeste de Grecia. Floriseo, otro pretendiente, es de Persia. El castillo mismo contiene los jardines colgantes orientales entre las almenas y torres medievales mientras que los desafíos medievales finales ocurren en Babilonia.

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Seitenzahl: 102

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Pedro Calderón de la Barca

El castillo de Lindabridis

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: El castillo de Lindabridis.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard

ISBN tapa dura: 978-84-9897-349-5.

ISBN rústica: 978-84-9816-404-6.

ISBN ebook: 978-84-9897-198-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Personajes 8

Jornada primera 9

Jornada segunda 49

Jornada tercera 99

Libros a la carta 149

Brevísima presentación

La vida

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.

Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.

Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.

Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.

Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.

Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.

Esta es un hilarante comedia de enredos ambientada en un mundo mitológico.

Personajes

Acompañamiento de criados

Acompañamiento de damas

Arminda

Claridiana, dama disfrazada de caballero

Coros

Fauno

Febo, galán

Floriseo, galán

Lindabridis, dama

Malandrín, criado

Meridián, galán, hermano de Lindabridis

Rey Licanor

Rosicler, galán

Sirene

Jornada primera

(Dentro Rosicler, Floriseo, Fauno y criados.)

Rosicler ¡Talad de este horizonte

la rústica cerviz!

Floriseo ¡Al valle!

Criado ¡Al monte!

Floriseo ¡A la cumbre!

Criado ¡A lo llano!

Fauno Muchos cobardes sois, pero es en vano

temer yo tanto número de gente;

que mil cobardes no hacen un valiente

para lidiar conmigo.

(Sale Fauno, vestido de pieles y con un bastón grande y nudoso, lo más extraño y feroz que pueda, y tras él don Rosicler con espada desnuda.)

Rosicler Yo solamente, bárbaro, te sigo;

porque tengo tu vida

a mi fama ofrecida,

y he de quitar de este gitano imperio

la esclavitud que todo su hemisferio

padece, a tus rigores enseñado.

Fauno ¿Sabes que soy el Fauno endemoniado,

hijo feroz, como mi ser lo avisa,

de un espíritu y de una pitonisa,

compuesto de hombre, de demonio y fiera,

escándalo del mar y de la esfera,

vivo horror de esta lóbrega montaña

y escollo vivo de esa azul campaña?

Rosicler Sé que son tus prodigios singulares

peligro de estos montes y estos mares.

Fauno Si tanto aliento tienes

que ya lo sabes y a matarme vienes,

atrévete, infelice caballero,

a hacer campo conmigo. Yo te espero

en esta cueva oscura,

donde —partida, no la lumbre pura

del Sol, que hermoso alumbra,

sino la oscuridad, sino la sombra

de la noche importuna,

jeroglífico ya de la Fortuna—

harás campo conmigo.

Rosicler ¿Qué esperas? Ya te sigo.

Fauno Pues ya la infausta boca,

de quien mordaza fue una dura roca,

(Aparte.) está abierta, entra, pues. (Así pretendo

que entren todos tras él, porque, saliendo

yo por la gruta que desotra parte

obró naturaleza sin el arte,

se pierdan todos dentro,

y sea su sepulcro el triste centro

desta bóveda oscura.

Tendrán a un tiempo muerte y sepultura.)

(Vase.)

Rosicler Hoy sabrás que no puedo

ver yo el semblante pálido del miedo.

(Sale don Floriseo.)

Floriseo ¿Dónde vas de esa suerte?

Rosicler A dar al Fauno en esa cueva muerte.

Floriseo Entremos, pues.

Rosicler Yo solo le haré guerra.

Floriseo Sin mí tú no has de entrar.

(Luchan los dos sobre cuál ha de entrar, suenan dentro cajas, clarines y voces, y los dos, al oírlo, se suspenden.)

Voces ¡A tierra, a tierra!

Rosicler ¿Qué repetidas voces

desacordadas suenan y veloces?

Floriseo Tierra dicen, mas es en la montaña,

que a ser la parte que Neptuno baña,

ser bajel era cierto

que aportaba a la paz deste desierto.

Rosicler Pues sea lo que fuere,

déjame entrar.

(Vuelven a luchar.)

Floriseo Sin mí jamás lo espere

osado tu valor; y más si creo

el gran prodigio que en el aire veo.

(Descúbrese el castillo.)

Rosicler ¡Gran maravilla encierra!

¡Santos cielos! ¿Qué es esto?

Voces ¡A tierra, a tierra!

Rosicler Con más causa me admiro

cuando el horror, que no encareces, miro;

pues la estación vacía,

claraboya diáfana del día,

es mar que con asombros

sufre un bajel de piedra, y en sus hombros

a errar tan veloz llega

que sobre golfos de átomos navega.

Floriseo Un castillo eminente

es la proa del cubo de la frente;

ondas de vidrio corre;

árbol mayor es una excelsa torre,

jarcias son las almenas,

de banderolas y estandartes llenas,

popa una cristalina galería,

hermoso espejo en que se toca el día.

El farol es un Sol que en arreboles

duplica rayos, multiplica soles;

y, en fin, todo portento,

es pájaro del mar y pez del viento.

Mas, por dejar la admiración pasmada,

sin plumas vuela, sin escamas nada,

con presunción tan grave

que, atendido mejor, ni es pez ni es ave.

Rosicler ¡Oh tú, ciudad movible,

si eres tu dueño tú o inaccesible

el timón te gobierna o el piloto

que halló camino en rumbo tan remoto,

abate, abate el vuelo,

y déte abrigo este gitano suelo,

si ya el mar no te espera,

que tú tendrás el mar por tu ribera!

Pues quien sulca en el viento,

¿quién duda que en el mar tendrá su asiento?

(Baja el castillo.)

Floriseo A tus voces parece

que el castillo se humilla o se agradece,

pues, posado en la roca

que a la cueva del Fauno abrió la boca,

le deja sepultado,

seguro el monte ya, y a ti vengado.

(Asiéntase en tierra el castillo y abren la puerta.)

Rosicler Un pasmo a otro sucede, pues, abiertas

del castillo veloz las altas puertas,

un escuadrón de ninfas se me ofrece.

Floriseo La isla del Fauno isla del Sol parece.

(Salen todas las damas que puedan, Sirene, Arminda y Lindabridis, vestidas ricamente, y traerá Arminda una rodela, y en ella un cartel.)

Lindabridis Si una mujer peregrina

hallar piedad es posible,

por peregrina y mujer,

en vuestros pechos, decidme,

¿qué tierra es ésta que toco?

¿Qué montes los que se miden

con las estrellas? ¿Qué mares

los que su esmeralda ciñen?

Porque me importa saber,

antes que su arena pise,

qué clima es y quién la habita,

qué tierra es y quién la rige.

Rosicler Huéspeda hermosa del aire,

porque mis voces te obliguen

a pagar también en voces

esa deuda que me pides,

escúchame. Este caduco

homenaje que resiste

embates de mar y viento,

con dos enemigos firme,

es el Cáucaso eminente.

Esta isla, donde asiste

el endemoniado Fauno,

albergue fue oscuro y triste

a quien ese muro ya

de monumento le sirve.

La corona de este imperio

es Menfis, y quien la rige

es el magno Tolomeo,

dueño del alma de Euclides.

Yo soy Rosicler de Tracia,

hermano soy invencible

del caballero del Febo.

El que a tu deidad se rinde

don Floriseo es de Persia.

A tan remotos países

nos trajo ambición de honor;

que éste en nuestros pechos vive.

A vencer vine un prodigio,

a cuya empresa me sigue

Floriseo; que los dos

profesamos las insignes

leyes de caballería;

y si mi intento consigue

vencer la duda, que ya

dentro del alma reside,

con mayor causa diré,

agradecido y humilde,

venciendo mis confusiones,

que a vencer prodigios vine.

Lindabridis Tartaria, aquella provincia

que sobre las dos cervices

de África y Asia se sienta,

rica, hermosa y apacible,

aquélla que dos mitades

del orbe abraza y divide,

línea de plata el Orontes,

pauta de cristal el Tigris,

es mi patria. Hija soy noble

de Brutamonte, felice

rey de Tartaria. Mi nombre,

en ofensa de Floripes,

de Angélica y Bradamante,

es la sin par Lindabridis,

heredera de su imperio,

si el hado no me lo impide;

pues a esta instancia discurro

el orbe. Y porque os admire

el oírme como el verme,

con más atención oídme.

Es de mi patria heredada

costumbre que no apellide

el pueblo príncipe augusto,

ni le adore, ni se humille

al hijo mayor del rey;

que solo hereda y preside

el que él en su testamento

a la hora de morirse

deja en sus hijos nombrado;

que así el imperio consigue

altos reyes, porque todos,

por llegar a preferirse

a sus hermanos, se crían

magnánimos y sutiles,

doctos en ciencias y en armas,

sin que ley tan sola olvide

las hembras, pues no lo es

que el ser mujeres nos quite

la acción de reinar. En fin,

atentos a la sublime

dignidad, yo y Meridián

mi hermano, segundo Ulises,

nos criamos en Tartaria.

Bien os acordáis que dije

que la elección heredaba,

porque el nacer era libre;

pues, rendido Brutamonte,

humano Sol, a su eclipse

—¡oh violencia, qué no postras!

¡oh humanidad, qué no rindes!—

llegó el caso de nombrar

sucesor —¡lance terrible!—

entre mí e Meridián;

y al tiempo que «Herede», dice,

«este imperio...», perdió el habla,

dejando confuso y triste

el reino; y pasando entonces

a mejor vida, pues vive

al lado del Sol, adonde

lucero añadido asiste,

dejó en duda la elección

y en bandos parcial y libre

la plebe que, alborotada,

por las calles se divide

diciendo unos «Meridián

viva» y otros «Lindabridis».

Llegó la pasión a extremos

tales que en guerras civiles

la Tartaria ardió. Ya eran

las campañas apacibles

de Flora selvas de Marte,

pues, variados los matices,

tal vez murieron claveles

los que nacieron jazmines.

Un día que frente a frente

los dos campos se compiten,

haciendo aceros y plumas

de un abril muchos abriles,

delante yo de mi gente,

ocupaba la invencible

espalda a una turca alfana,

que entre el copete y las crines

se ocultaba de tal forma

que, con las ondas que finge,

dio a entender que sus espumas

iba cortando en un cisne.

En otra parte mi hermano

un persa hipogrifo oprime,

tan fiero que, despreciando

su especie, osado y terrible,

se manchó de espuma y sangre;

gustando él que le salpiquen

por desmentirse caballo

con los remiendos de tigre.

Ya con el marcial estruendo

aun no dejaban oírse

lo robusto de las cajas,

lo dulce de los clarines,

cuando mi hermano, arbolando

un blanco estandarte, pide

licencia de hablar; y así

a dos ejércitos dice:

«Tártaros fuertes, si acaso

la cólera se permite

a la razón, y el orgullo

os deja el discurso libre,

paréntesis de la muerte

sean mis voces; oídme.

Lidie la razón primero

que la sinrazón hoy lidie.

Las heredadas costumbres

de este imperio se dirigen

a que su príncipe sea

en letras y armas insigne.

Pues si en mí los dos extremos

de ingenio y valor se miden,

¿por qué me desheredáis

tiranamente insufribles?

Mas porque de mi persona

los méritos se examinen,

rindámonos a un partido

para todos apacible.

Halle mi hermana un esposo

que, si me excede o compite

en valor, ingenio y gala,

desde aquí quiero rendirme

a sus plantas, y que él ciña

la corona que me quiten,

con calidad que, si ella,

en el tiempo que describe

el Sol un círculo entero,

plateando de perfiles

los vellones del Ariete

y las escamas del Piscis,

no le hallare, quede yo

quieto, pacífico y libre

en la posesión. Con esto

vuestros deseos consiguen

a menos riesgo un rey;

y yo cuantos ella envíe

esperaré en Babilonia

para que en entrambas lides

viva, tártaros, quien venza,

pues siempre quien vence vive.»

Dijo Meridián, y yo,

aunque responderle quise,

no pude, porque las voces

entre los aplausos viles

se perdieron. En efecto,