El consumo del Vellón - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

El consumo del Vellón E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

El consumo del vellón (1660), auto sacramental atribuido a Pedro Calderón de la Barca, despierta interés, no tanto por su espectacularidad escénica, como por la complejidad de sus alusiones bíblicas, históricas y hasta crematísticas, pues el motivo argumental que lo sustenta es la política monetaria de los monarcas de la Casa de Austria. La presente edición aborda la consideración de la obra en su doble vertiente de texto literario y espectacular. El estudio se completa con una lista de variantes de todos los testimonios conservados (seis en total) y un apéndice en que se indexan las anotaciones incluidas en el texto del auto.

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Seitenzahl: 242

Veröffentlichungsjahr: 2018

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EL CONSUMO DEL VELLÓN

 

 

COLECCIÓN PARNASEO

33

 

Colección dirigida por

José Luis Canet

 

Coordinación

Julio Alonso Asenjo

Rafael Beltrán

Marta Haro Cortés

Nel Diago Moncholí

Evangelina Rodríguez

Josep Lluís Sirera

EL CONSUMO DEL VELLÓN

Introducción, edición y notas de

Carlos Castellano Gasch

 

©

De esta edición:

Publicacions de la Universitat de València,

Carlos Castellano Gasch

Diciembre de 2017

I.S.B.N.: 978-84-9134-256-4

Diseño de la cubierta:

Celso Hernández de la Figuera y José Luis Canet

Imagen de la portada:

Descripción: Moneda de vellón de 8 maravedíes (Sevilla, 1661)

Imagen propiedad de WikiMoneda ©

En <http://www.wikimoneda.com/fiche.php?id=7295> [Consulta: 30/10/2017]

Maquetación:

Héctor H. Gassó

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Parnaseo

http://parnaseo.uv.es

 

Este volumen se incluye dentro del Proyecto de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad, referencia FFI2014-51781-P

ÍNDICE

ESTUDIO INTRODUCTORIO

1.Circunstancias externas. Autoría, fecha de composición y representación del auto

1.1.La autoría de El consumo del vellón

1.2.Composición y representación del auto. El consumo del vellón a la luz de la política monetaria de los Austrias: la moneda de vellón castellana en los siglos XVI y XVII

2.La estructura compositiva de El consumo del vellón

3.Sinopsis métrica

4.La dramaturgia de El consumo del vellón: notas sobre el espacio escénico, la técnica actoral y la indumentaria de los personajes

5.Estudio textual del auto El consumo del vellón

5.1.La panorámica textual: manuscritos

5.2.Las relaciones textuales

5.3.Estema final propuesto

EL CONSUMO DEL VELLÓN

LISTA DE VARIANTES DEEL CONSUMO DEL VELLÓN

ÍNDICE DE NOTAS DEL AUTO

ABREVIATURAS DE LOS AUTOS CALDERONIANOS

BIBLIOGRAFÍA

Estudio introductorio

1. Circunstancias externas. Autoría, fecha de composición y representación del auto

1.1. La autoría de El consumo del vellón

Aunque se haya atribuido a Pedro Calderón de la Barca, la autoría del auto El consumo del vellón es ciertamente controvertida. No hay referencias a esta pieza en ninguno de los documentos que Cristóbal Pérez Pastor publicó en 1905 para la biografía de don Pedro, ni tampoco entre los documentos del Corpus de Madrid extraídos por John E. Varey y Norman D. Shergold del Archivo Municipal. De hecho, si tenemos en cuenta que cuatro testimonios conservados del auto (a los que en nuestro estudio textual atribuimos las siglas EG, N1, N2 y R, los cuales conforman la familia [X1]) incluyen una anotación final referida a la convocatoria de Cortes castellanas en 1660, ello significaría que, como auto de circunstancias, El consumo del vellón debería haberse representado en tal año o, en todo caso, en la fiesta del Corpus siguiente; cuando lo cierto es que en 1660 se escenificaron El lirio y la azucena y El diablo mudo, y en 1661, Primer refugio del hombre y probática piscina y Primer blasón católico de España (o El primer blasón del Austria).

Pero, además, resulta significativo que el propio Calderón no incluya el auto en la lista elaborada por él mismo por orden real y presentada a Carlos II por don Francisco de Marañón, secretario de Antonio Benavides y Bazán, Patriarca de las Indias;1 ni que otra lista de fines del XVII, la remitida por el poeta al Duque de Veragua junto con una carta del 24 de junio de 1680 —conocida a través de su primera publicación por Gaspar Agustín de Lara en su Obelisco fúnebre2(1684)—, aluda a la composición de El consumo del vellón por parte del dramaturgo. Finalmente, tampoco aparece mencionado en la tabla de autos publicada en la Primera parte de comedias (1685) de Juan de Vera Tassis y Villarroel.3

En las primeras décadas del siglo XVIII, Juan Isidro Fajardo, caballero de Calatrava, regidor de la Corte, gentilhombre de Su Majestad, consejero y secretario de Decretos, oficial de la secretaría del despacho universal de Hacienda y académico, se encargó de investigar el estado de los manuscritos de los autos calderonianos y su impresión a petición de la Villa de Madrid, que pretendía hacer valer su derecho sobre las obras del poeta madrileño, dado que se venían imprimiendo sin licencia y sus originales andaban sin paradero. Fruto de ello es la Disertación sobre los Autos Sacramentales de Don Pedro Calderón de la Barca,4 donde Fajardo se hace eco de la publicación de setenta y dos autos calderonianos impresos por Pedro de Pando y Mier en Madrid, en 1717, en la imprenta de Manuel Ruiz de Murga, y entre los cuales no figura El consumo del vellón. Sin embargo, Fajardo reconoce que dicho auto (al que titula precisamente La nueva moneda y Junta de Cortes del año de 1660 o El consumo del vellón) se encuentra, junto con otros quince, «entre los [autos] curiosos con el nombre de don Pedro Calderón» e, incluso, que «los comediantes los han representado con su nombre y algunos creen sean de don Pedro».5 Evidentemente, dado que El consumo del vellón no aparece publicado en las seis partes de los Autos sacramentales alegóricos y historiales de Pando, tampoco figurará en la edición de Juan Fernández de Apontes, de 1760, que toma aquellas como modelo.

Entrada la centuria, Francisco Medèl del Castillo, en su Índice general (1735),6 no da cuenta de la existencia de ningún auto titulado La nueva moneda y Junta de Cortes ni El consumo del vellón. De igual manera procede, a fines de siglo, Vicente García de la Huerta, autor de un Catálogo alfabético de las Comedias, Tragedias, Autos, Zarzuelas, Entremeses y otras obras correspondientes al Teatro Español (1785).7 Y otra lista del XVIII, contenida en una colección de volúmenes de autos manuscritos propiedad de la Cofradía de actores de Nuestra Señora de la Novena (actualmente, en el Museo Nacional del Teatro), recoge, a dos columnas, una «Tabla De los autos Sacramentales que escriuió D[o]n Pe. Cald[erón]» (fols. 2r y 2v del tomo décimo de la colección, once de la primitiva), en la que tampoco se cita El consumo del vellón.8

En el siglo XIX, Joaquín de Arteaga no incluyó El consumo del vellón en su Índice alfabético de comedias, tragedias y demás piezas del teatro español (ca. 1839);9 si bien el bibliógrafo e historiador Cayetano de la Barrera y Leirado, en su Catálogo bibliográfico y biográfico del teatro antiguo español (1860), sí señaló que la séptima y octava parte de los Autos sacramentales de Calderón habían sido recogidas por Juan Isidro Fajardo y estaban por entonces en posesión del erudito Bartolomé J. Gallardo.10 Y ya en el siglo XX cuando numerosos estudiosos del teatro áureo español han dedicado sus investigaciones a fijar las fechas de composición y representación de los autos calderonianos, Jenaro Alenda cuestionó la autoría de Calderón sobre El consumo del vellón y refirió igualmente su existencia manuscrita en la Parte séptima de autos de Calderón, en posesión del bibliófilo José Sancho Rayón a comienzos de la centuria.11 Por su parte, Ángel Valbuena Prat, en su estudio de clasificación y análisis de los autos calderonianos, lo considera de dudosa atribución y se hace eco de la opinión de Alenda de que no parece obra del eminente autor a quien se atribuye.12 Alexander A. Parker, en su tabla cronológica de autos del poeta madrileño, ignora la pieza que nos ocupa y se limita a consignar los dramas calderonianos estrenados en el Corpus de Madrid de 1660.13 Y en su Manual bibliográfico, Kurt y Roswitha Reichenberger consideran El consumo del vellón auto supuestamente calderoniano, cuestionando así que surgiese de la pluma de Pedro Calderón.14

Finalmente, algunos editores de los autos publicados en el seno del proyecto «Autos sacramentales completos de Calderón» del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra, han estudiado los problemas de autoría que ciertos autos entrañan.15 Y, siguiendo a Arellano en su edición de El gran duque de Gandía, podemos afirmar que El consumo del vellón no es ajeno a lo que un espectador aurisecular esperaba encontrar en un auto sacramental del siglo XVII (independientemente de que su autor fuese o no Calderón de la Barca), a saber, rasgos estilísticos y de construcción como paralelismos (vv. 702-705, vv. 728-733, vv. 873-877 y vv. 902-905), patetismo expresivo (vv. 483-489, v. 786-788, vv. 1269-1277, v. 1299 y vv. 1326-1327), imágenes y metáforas basadas en la naturaleza y los cuatro elementos (vv. 346-349, vv. 362-369, v. 432, vv. 762-785, v. 866 y vv. 1208-1212), la técnica de las etimologías (vv. 1066-1068), el empleo de motivos que se repiten en otros dramas alegóricos (bien de Calderón,16 bien de otros dramaturgos)17 y hasta coincidencias léxicas.18 También, en cuanto a la imbricación de los planos historial y alegórico, debe reconocerse que en El consumo (si bien su título no alude al componente historial,19 que es, según Arellano, concepto tan significativo para Calderón que la etiqueta «alegóricos y historiales» aparece en el título de la única colección de autos autorizada por el poeta en vida) está perfectamente lograda e, igualmente, que la redención del género humano a través de la Eucaristía y la presencia de la Hostia en el cierre apoteósico de la obra se corresponde con el modelo dramático perfeccionado por Calderón a lo largo de su producción sacramental.

Sin embargo, y como contrapartida, el manejo de la métrica de El consumo del vellón resulta extraño —y hasta caótico, a tenor de la variada alternancia de metros— en relación con la organización de otros autos calderonianos de madurez. En efecto, no se advierten en él funciones estructurales en este sentido, porque los cambios métricos son en ocasiones arbitrarios y, en consecuencia, no pueden ser tenidos en cuenta para una segmentación del texto en cuadros. Lo mismo ocurre con su extensión: no es significativo para determinar la autoría el número de versos que la pieza posee (tiene 1341), pero sí nos lo parece la considerable extensión de los monólogos de Mundo y Culpa, que, además de repetir ciertos motivos del Génesis (la caída del género humano), recrearse en otros (el diluvio universal) y contar con alguna incoherencia entre las referencias bíblicas (vv. 738-740), parecen responder más bien al lucimiento poético del autor que a una función dramática en el seno de la obra. Y no menos extraña es, por último, la simplicidad de la escenificación; pues, dejando de lado la salida de Culpa a escena (v. 670 acot.), apenas hay en El consumo aprovechamiento del espacio escénico (si, teóricamente, desde 1647 los autos precisaban cuatro carros, en este, con dos sería acaso suficiente) ni del escenario (por el inmovilismo de los personajes).20

Así pues, ¿es El consumo del vellón de Pedro Calderón, según se consigna en los seis testimonios conservados de la obra? De acuerdo con las razones aducidas, considerando además circunstancias externas como las representaciones del Corpus madrileño de 1660, o que no figure en las listas de autos atribuidos a don Pedro, lo más lógico es cuestionar la autoría calderoniana y considerarlo, pues creemos que es la opción más acertada, un auto sacramental apócrifo.

1.2.Composición y representación del auto. El consumo del vellón a la luz de la política monetaria de los Austrias: la moneda de vellón castellana en los siglos XVI y XVII 21

Para entender los motivos que dieron lugar a la composición de El consumo del vellón, además de para concretar la fecha de su escritura y posible puesta en escena, hay que situar el auto en un contexto específico: la política monetaria de la Casa de Austria y, en concreto, la del rey Felipe IV. El punto de partida, sin embargo, sería el reinado de los Reyes Católicos y, exactamente, la pragmática de Medina del Campo, de 13 de junio de 1497, por la que Isabel y Fernando emprendieron una ordenación racional del numerario que aspiraba a unificar los reinos de España bajo una moneda común, superar las deficiencias del sistema medieval heredado de Enrique IV y adecuar la moneda castellana para hacerla competitiva frente a las divisas europeas.

Los tres metales que conformaban el sistema monetario de los Reyes Católicos eran el oro, en que se acuñaba la granada (conocida prontamente como ducado) y el excelente; la plata, para la acuñación del real, medio real, cuartos y octavos; y el cobre, con que se fabricaba el vellón y las blancas. Los reyes pretendían con esta reforma, entre otras cosas, asentar las monedas de menor valor para los pequeños intercambios del comercio interior, desmonetizar las piezas aún circulantes del reinado anterior y evitar las falsificaciones y el uso de monedas extranjeras en sus reinos.22

Tanto Carlos I como Felipe II mantuvieron el sistema establecido por sus antecesores, con ciertas modificaciones: el Emperador promovió la acuñación de una nueva moneda de oro (el escudo) para sufragar su expedición militar en Túnez (1535), la cual acabaría desplazando al antiguo ducado; y, para subsanar las deficiencias del sistema monetario de sus abuelos, tomó distintas medidas basadas en la modificación de la moneda de vellón: en 1520, ordenó la emisión de dos nuevos valores de vellón para los cuartos y los ochavos; en 1525, promovió la acuñación de moneda de vellón rico, que se prohibió en 1537; y en 1548, autorizó su emisión conforme a lo estipulado en la pragmática de Medina, pero, ante el aumento del precio del cobre, determinó en 1552 reducir su ley (esto es, los granos de plata contenidos en la moneda) a petición de las Cortes de Castilla.

Bajo el reinado de Felipe II netaria del siglo se xvi; trata de la pragmática del 23 de noviembre de 1566 (conocida como de la «Nueva Estampa»), por la cual el monarca, por un lado, incrementó el valor del escudo sobre el del real; y, por otro, decretó la creación de una moneda de vellón rico de la que se debían labrar piezas de ocho y medio (cuartillos), cuatro (cuartos) y dos maravedíes (ochavos). En esta maniobra política, por la que se desajustaron los valores intrínseco y extrínseco de la moneda, se encuentra el origen de la inflación que conocerá la moneda de vellón castellana en el siglo siguiente; en cualquier caso, lo que movía al rey era conseguir, para financiar sus campañas militares, dinero rápido a través de la concesión de licencias de acuñación y emisión de moneda y del señoreaje.23

Esta acuñación de vellón rico satisfizo la demanda del mercado castellano hasta al menos 1580, década en que la insuficiencia de cobre de pequeño valor llevó al rey —a petición de las Cortes— a permitir la emisión de piezas de cuatro y dos maravedíes y de blancas. Las consecuencias de esta decisión serían, primeramente, un exceso de moneda de vellón en el mercado y, en segundo lugar, el inicio de la languidez del comercio interno de Castilla, pues, al ser el vellón casi la única moneda circulante, empezó a desplazar a la plata y a alejarla de la circulación.

En los últimos años de su reinado, a fin de obtener nuevos ingresos y evitar la quiebra de las arcas del Estado, Felipe II decidió, por la pragmática de 31 de diciembre de 1596, emitir moneda de vellón con un valor nominal muy superior al intrínseco. La ganancia la pretendía obtener a través de la supresión de la liga de plata de las monedas. Pero, ante las protestas, acabó derogando un mes después su fábrica y estipuló que las nuevas monedas tuvieran un grano de plata. Sea como fuere, este arbitrio al que recurrió el monarca sentaba las bases para una medida que habían de llevar al extremo sus sucesores en el trono.

Porque, en efecto, Felipe III consolidó al llegar al trono en 1598 el recurso de alterar el valor de la moneda y acuñar vellón masivamente para financiar sus campañas militares.24 E incorporó, asimismo, una nueva técnica: el resello de la moneda. Así, entre las primeras medidas tomadas por el monarca y su valido, el duque de Lerma, está, para mantener los esfuerzos bélicos en Flandes y los primeros intentos contra Inglaterra, la pragmática de 13 de junio de 1602, por la cual se ordenaba acuñar moneda de vellón pobre, sin plata, y con un peso reducido a la mitad con respecto a las emisiones anteriores. En septiembre de 1603, se ordenaba a la población entregar la moneda de vellón antigua25 en las cecas, para que fueran reselladas de acuerdo al valor y peso establecidos en la pragmática del año anterior: duplicando el valor de las piezas de cuatro, dos y un maravedíes.

Consecuencias de esta política inflacionista, además de un cuantioso y rápido beneficio para las cuentas del erario público, fueron: la sobreabundancia de vellón; la desconfianza del pueblo en el poder emisor de la moneda, por permitir su sobrevaloración; el aumento de precio de los productos básicos; la fuga de metales preciosos (la plata); y la falsificación de moneda, tanto dentro como fuera del reino. Y, aunque no pocas voces clamaron contra esta política,26 Felipe III hizo oídos sordos a tales peticiones hasta que, viendo cuán perjudicial era para la estabilidad del reino el excedente de vellón (acrecentado, a su vez, por la falsificación), promulgó la Real Cédula de 22 de noviembre de 1608, por la que se comprometía a no batir más moneda de vellón durante veinte años.

No obstante, la pausa en las emisiones no duró tanto como el monarca prometiera. El país vivió una etapa de relativa paz por unos años (se había alcanzado un acuerdo con Inglaterra en 1604 y firmado la tregua de Amberes con los holandeses en 1609; las relaciones con Francia se calmaron en 1610, tras la muerte del monarca galo), durante los cuales España gozó de una hegemonía indiscutible en el seno de Europa. Pero no se acometió ninguna reforma económica por parte de la Corona, sino que, entre 1617 y 1619, el rey regresó a la política de inflación y a la batida de moneda de vellón (toda de cobre) para reiniciar la actividad bélica, esta vez contra el ducado de Saboya y la república de Venecia para defender sus intereses sobre el ducado de Monferrato.

Aunque las Cortes cedieron a sus pretensiones, Felipe III no acuñó la cantidad de vellón acordada, sino que la sextuplicó, conque los representantes de la asamblea castellana protestaron y solicitaron el cese de las labores de batida. Entonces decidieron que, en adelante, para otorgar al monarca una autorización de tal calibre, no solo bastaría el voto de los representantes en Cortes, sino la ratificación de las ciudades mismas y de sus procuradores (se ponía así freno al soborno y chantaje político habitual en la época del duque de Lerma). Por Real Cédula de 28 de junio de 1619, el rey se comprometía, nuevamente, a no fabricar vellón por veinte años y, transcurridos estos, las monedas contarían con el componente de plata que dictaban las leyes de Castilla.

Mas poco duró la orden expedida: a la caída de Lerma, la política belicista del consejero real Baltasar de Zúñiga y Velasco se concretó en la orden de 13 de marzo de 1621, orientada a la emisión de vellón como medio de sostenimiento exterior y hacendístico de la monarquía austriaca. Dieciocho días después moría el rey y Castilla entraba en un periodo de inflación que se prolongaría hasta 1626.

Felipe IV ascendía al trono con apenas dieciséis años y tomaba las riendas de un país cuya Hacienda pública tenía las arcas prácticamente vacías. Pero, aun así, optó por imitar a su progenitor y la acuñación masiva de vellón sería también la base de su política monetaria. En su reinado, no obstante, se pueden distinguir tres etapas, según la estrategia monetaria del rey y su valido, el conde duque de Olivares, etapas que se imbrican con la puesta en marcha de diversos intentos de reforma (1627, 1642 y 1651) y periodos de deflación.

1- Entre 1626 y 1636: acuñación intensa de vellón

En sus primeros años de regencia, don Felipe perseveró en una política ininterrumpida de emisión de vellón (hasta 1626), movido por las necesidades en el exterior (intervenciones en Alemania y los Países Bajos y hostilidades con Francia e Inglaterra). Consciente, sin embargo, de las nefastas consecuencias de esta estrategia inflacionista, decidió, tras los triunfos militares de 1625 (rendición de Breda, intento fallido de los ingleses por tomar Cádiz y expulsión de los holandeses de la colonia de Salvador de Bahía) acceder a las peticiones de las Cortes y prohibir, el 7 de febrero de 1626, la labra de moneda de vellón por veinte años. Simultáneamente, aprovechando el periodo de relativa paz internacional (la firma del tratado de Monzón con Francia en mayo de 1626), accedió a la creación de las Diputaciones para el consumo del vellón,27 en marzo de 1627. Se trataba, básicamente, de crear una compañía bancaria que iría rebajando progresivamente el valor del vellón acuñado tras 1602, hasta reducirlo a su valor intrínseco. Ni las Cortes ni la propia Corona confiaban demasiado en el éxito de las Diputaciones, las cuales, a partir de 1628, dejaron de servir al propósito con que fueron fundadas para realizar cambios de moneda y préstamos. Fue entonces cuando Felipe IV optó por una medida que tampoco le convencía demasiado: la deflación, hecha efectiva a través de la Real Cédula de 7 de agosto de 1628.28

2- Entre 1636 y 1660: alteración del valor de la moneda mediante el resello

En una segunda etapa de su reinado, Felipe IV optará por un nuevo recurso para obtener ingresos, una vez agotado el de la emisión intensiva de moneda. Se trata de un procedimiento de que ya se había servido su predecesor: el incremento del valor nominal de la moneda a través del resello; estrategia inflacionista que derivó, una vez más, en el aumento del premio y de precios, si bien se llevó adelante para costear la política exterior (guerra con Francia en 1635, sublevación de Cataluña y Portugal en 1640 y enfrentamientos con Inglaterra en los años cincuenta).

A su vez, durante estos veinticinco años de reinado es posible establecer una subdivisión en tres ciclos, durante los cuales la economía castellana alterna entre periodos de inflación y deflación (u otros intentos de reforma).

a. De 1636 a 1643

En un escenario europeo convulso, con frentes en Italia, Alemania, Países Bajos y Francia, la política hacendística de la monarquía vira hacia una economía de guerra asentada en el aumento de la presión fiscal. Así, la Real Cédula de 11 de marzo de 1636 triplicaba el valor de las monedas de vellón acuñadas antes de 1602, tanto la calderilla acuñada antes de 1597 (con plata) como las que lo habían sido entre ese año y 1602 (sin metal precioso). La orden derivó en la inquietud de los propietarios y en el alza de precios y del premio entre 1636 y 1638; razón por la que se promulgó la pragmática de 29 de enero de 1638, ordenando consumir y fundir todo el vellón (excepto el que había sido resellado), desmonetización que pretendía hacer aflorar el metal precioso y ponerlo en circulación. Aunque, en realidad, los efectos de este intento de reforma fueron prácticamente nulos y el volumen de vellón consumido fue escaso (entre otras causas, porque la colaboración de villas y ciudades fue más bien limitada).

A la caída de la fortificación rosellonesa de Salces a manos de los franceses y la derrota naval de las Dunas contra los holandeses (ambas en 1639), se sumaron las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640. Y, entonces, la Corona recurrió de nuevo a la inflación para afrontar sus obligaciones militares. Las Cortes autorizaron la variación del valor del vellón y, por Real Cédula de 11 de febrero de 1641, se resellaban y aumentaba el valor de las monedas de cuatro a seis maravedíes y se ordenaba consumir el vellón batido antes de 1602. En octubre de ese mismo año, se mandaba asimismo resellar las monedas acuñadas tras 1602 triplicando su valor (las de cuatro pasaban a doce y las de dos, a seis maravedíes).

El volumen de moneda resellada generó cuantiosos beneficios a la Corona; como contrapartida, se acentuó el desbarajuste y confusión derivadas de la equiparación en el resello del valor nominal de monedas, algunas de las cuales contaban con una significativa porción de plata y otras, que eran de puro cobre; y, al tiempo, se disparó el nivel del premio y de los precios entre 1641 y 1642. La medida tomada para atajar estos males fue, en efecto, la deflación, acaecida el 31 de agosto de 1642, así como la modificación del valor de la plata y la acuñación de una nueva especie de vellón. Con estas decisiones se pretendía reducir el vellón circulante y forzar a los particulares a poner su plata en circulación; pero, dado que estos prefirieron seguir atesorándola y comerciar con el escaso vellón, las autoridades idearon una nueva reforma: la Real Cédula de 23 de diciembre de 1642, que disponía el aumento del valor del metal precioso, refrendada por la de 20 de enero de 1643, en la que se establecía la creación de dos tipos de moneda de plata: las piezas de valor reducido, para el mercado interno, y un numerario de plata de calidad, para el comercio internacional.

Este intento de reforma fue, sin embargo, un fracaso, pues los castellanos no se atrevieron a sacar su plata a la circulación y continuaron realizando sus intercambios con vellón, aun cuando estaba fuertemente desprestigiado. Por ello, y en vista de que los gastos para la guerra en Europa eran apremiantes, se buscó otra solución: la alteración del valor de la calderilla acuñada antes de 1597, que pasaba a mudar su valor de dos y un maravedíes a ocho y cuatro, respectivamente (pragmática de 12 de marzo de 1643).

b. De 1651 a 1652

En lo que resta de la década de los años cuarenta del seiscientos español, la economía castellana reflejará las consecuencias de la política practicada desde 1636, a saber, el incremento del premio sobre la plata, el descrédito y la inestabilidad del vellón como moneda de intercambio y el aumento del valor de la calderilla. Los Consejos de Hacienda y de Castilla no se ponían de acuerdo en qué medidas tomar para soliviantar los males financieros del reino y, a comienzos de los cincuenta, la Corona se decantó por otro plan inflacionista: la pragmática de 11 de noviembre de 1651, reafirmada por la de 25 de junio de 1652, que estipulaba cuadruplicar el valor nominal de la moneda con el resello, de modo que las piezas de dos y un maravedíes pasaban a ocho y cuatro, respectivamente. Felipe IV pretendía así recabar fondos para derrotar a Francia, una vez que habían acabado la guerra de los Treinta Años en Alemania y la guerra de Flandes con la Paz de Westfalia (octubre de 1648).

La contrapartida a los beneficios obtenidos (unos once millones de ducados) fueron, entre otros, la subida de los precios, problemas de abastecimiento en algunas ciudades andaluzas y la práctica retirada del metal precioso de la circulación. Ante tales perjuicios, la previsible deflación se decretó a 25 de junio de 1652: se ordenaba que las piezas de vellón grueso retornaran a su valor anterior a noviembre de 1651 (de ocho y cuatro maravedíes a dos y uno), las labradas con valor de dos pasaban a un maravedí y solamente la calderilla mantenía el valor nominal que tenía desde marzo de 1643, ocho y cuatro maravedíes.

A continuación, se pensaba aplicar nuevas medidas: rebajar el valor intrínseco del vellón circulante para desmonetizarlo después; dejar solo en circulación el vellón con componente argénteo (o sea, la calderilla); mantener los ochavos recientemente acuñados, aunque reduciendo su valor; y acuñar toda la plata procedente de América. Pero estas no tuvieron los efectos esperados, porque los particulares no entregaron el vellón grueso y la monarquía hubo entonces de seguir permitiendo su circulación. Esta es una de las ordenanzas de la Real Cédula de 14 de noviembre de 1652, como también la retirada de la calderilla, la reducción del precio de los productos, la rebaja en el importe de los pagos que se hiciesen en plata en vez de en vellón y la modificación del valor de la moneda de oro para revalorizar la plata. En fin, más intentos de reforma que tampoco dieron el resultado esperado (ni los particulares entregaron la calderilla para su fundición, ni la plata retornó a la circulación).

c. De 1654 a 1659

A mediados de la década de los cincuenta del siglo XVII, el gobierno se sirvió otra vez de la moneda como instrumento de financiación de la guerra. Por pragmática de 21 de octubre de 1654, se permitía de nuevo la circulación de la calderilla, que debía ser resellada y retornaba al valor anterior a su desmonetización. Los beneficios de esta operación ascendieron a unos dos millones de ducados, aunque, en realidad, buena parte de la población castellana se mostró reacia a acatar la orden y prefirió seguir usando su moneda sin resellar antes que entregar la mitad de su valor a la Corona.

Desde 1655, además, la situación internacional se complica para la Casa de Austria y el rey, ante las tensiones entre España y Francia e Inglaterra, recurre nuevamente a la alteración del valor del vellón: el 24 de septiembre de 1658 ordenó fundir el vellón grueso y emplear su pasta para labrar una nueva moneda con valor de ocho maravedíes; pero, en vista del rechazo de los particulares, el 30 de octubre de ese mismo año hubo de reducir el valor de las nuevas piezas a la mitad. Aun así, la operación tuvo un éxito estéril, pues los propietarios siguieron sin llevar su numerario a las cecas y la solución a los problemas de descrédito del vellón y el aumento del premio fue, una vez más, la deflación: el 6 de mayo de 1659 se ordenaba reducir el vellón grueso a la mitad de su valor, a dos y un maravedíes, si bien los castellanos prefirieron sufrir la pérdida de la mitad de su dinero antes que cambiarlo por bonos sin valor ni crédito.

3- Entre 1660 y 1665: emisión de nuevas monedas con liga de plata

En sus últimos cinco años de gobierno, Felipe IV adoptó una nueva estrategia inflacionista: en lugar de aumentar el valor de la moneda circulante, decidió que se fundiría para labrar una nueva con un valor nominal más elevado que el intrínseco. Con esta táctica iba a financiar la guerra de Portugal, una vez firmado el fin del conflicto con Francia a través de la Paz de los Pirineos (noviembre de 1659).



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