El cordero de Isaías - Pedro Calderón de la Barca - E-Book

El cordero de Isaías E-Book

Pedro Calderón de la Barca

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Beschreibung

El cordero de Isaías pertenece al ciclo de autos sacramentales escritos por Pedro Calderón de la Barca. Esta obra dramatiza el itinerario espiritual de la reina etíope Candaces y el de su favorito Behomud a raíz de los fenómenos sobrenaturales que acompañaron la muerte de Cristo y el principio de la Ley de Gracia.

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Seitenzahl: 71

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Pedro Calderón de la Barca

El cordero de Isaías

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: El cordero de Isaías.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard

ISBN tapa dura: 978-84-1126-120-3.

ISBN rústica: 978-84-9816-032-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-212-2.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Los autos sacramentales 7

Personajes 8

Acto único 9

Libros a la carta 105

Brevísima presentación

La vida

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.

Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.

Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.

Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó. Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre.

En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.

Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.

Los autos sacramentales

Los autos sacramentales son obras religiosas de carácter alegórico representadas sobre todo en España y Portugal durante el Corpus Christi. Este género ocupa un papel muy interesante en la tradición teatral de Occidente, pues coexistió, antes de desaparecer, con una incipiente y cada vez más popular narrativa escénica interesada en los individuos, y en los sucesos mundanos.

Personajes

Behomud

Candaces

Dos Damas

El Cuidado

El Demonio

El Descuido

Filipo, barba

La Fe

La Pitonisa

Pueblo Hebreo

Pueblo Romano

Un Ángel

Acto único

(Dentro, ruido de terremoto, y después de las primeras voces salen por una parte Candaces Reina de Etiopia, y por otra Behomud, vestido a lo indio.)

Unos ¡Qué asombro!

Otros ¡Qué confusión!

Otros ¡Qué sobresalto!

Otros ¡Qué pena!

Otros ¡Qué angustia!

Todos ¡Cielos, piedad!

Los dos ¡Clemencia, cielos, clemencia!

(Salen los dos.)

Behomud ¿Dónde, divina Candaces, 5

vas tan velozmente ciega?

Candaces ¿Dónde quieres, ¡oh Behomud!

que vaya, cuando no deja

el pavor del terremoto

elección para la senda, 10

sino a guarecerme —si es

que contra el cielo hay defensa—,

de las ruinas del poblado,

al páramo de las selvas?

Y ya que en ellas te encuentro, 15

quizá con la causa mesma,

donde el jurado motín

de la intempestiva guerra

de elementos, ya que no

firma paces, nos da treguas 20

para discurrir, pues eres,

sobre ser la confidencia

de mis imperios, humano

oráculo de sus ciencias,

dime, ¿qué natural causa 25

puede ser la que a la media

tarde anticipe la noche,

las cristalinas vidrieras

de sus azules cortinas,

corridas de nubes negras, 30

que obligan al pueblo a que,

bañado en lágrimas tiernas,

música de Dios el llanto,

repita en voces diversas?

(Terremoto.)

Voces y música

(Cantan.) ¡Misericordia, Señor! 35

¡Señor, clemencia, clemencia!

Behomud Si fuera natural causa,

pudiera ser que dijera

que congelados vapores

ya del mar, ya de la tierra, 40

partos de sus huracanes

o embriones de sus Etnas,

habían entupecido

el aire de nubes, y ellas

de terror al orbe, siendo 45

panteón de sus exequias;

mas tan sobrenatural

es, que no alcanzo a entenderla.

Candaces Pues alcanza a discurrilla:

¿qué será que en pardas nieblas 50

de súbito parasismo

el Sol sin tiempo anochezca?

(El terremoto.)

Behomud No sé; que eclipsarse el Sol,

sin que a el eclipse preceda

magna conjunción, en que 55

esté la Luna interpuesta

entre él y la tierra, es causa

que en sí sola se reserva.

Candaces Pues ¿qué será que la Luna,

ya que a él no se mire opuesta, 60

se mire en trémulas sombras

tan menguantemente envuelta

que para luciente es poca

y mucha para sangrienta?

(El terremoto.)

Behomud No sé, si no es que del Sol 65

el mismo crisis padezca.

Candaces ¿Que será que de uno y otro

no se desmande una estrella

que no sea exhalación

que, errante, se desvanezca, 70

o, fija, arroje de sí

o bien crinado cometa,

o bien cometa caudato,

que infaustamente estremezca

pavorosa a quien la juzga 75

nunca afable y siempre adversa?

Behomud No sé, si no es que oprimido

vapor que el aire congela,

con la vecindad del fuego

a helados soplos la encienda. 80

Candaces ¿Qué será que ese aire mismo

tan flechadas iras llueva,

que en inundados raudales

no tan solo los ríos crezca,

mas que los mares rebosen, 85

haciendo que la soberbia

de sus flujos y reflujos

montes y edificios sientan?

(El terremoto.)

Behomud No sé, si ya no es que como

los montes por entreabiertas 90

grutas respiran, y sobre

bóvedas, pozos y cuevas

se fundan los edificios,

el aire, que dentro encierra

la inundación, impaciente, 95

a más no poder, revienta;

a cuyo impulso los polos

caducan, el mar se encrespa,

las montañas se estremecen

y los edificios tiemblan. 100

Y no me preguntes más,

que no he de dar más respuesta

de que no sé qué letargo,

qué contagio, qué epidemia

ha dado al mundo, si ya 105

no es que discurra mi idea,

que algún filósofo diga

del Areópago de Grecia,

que «espira su autor o espira

toda la naturaleza», 110

según toda, en fe de que

son dulces lágrimas tiernas

música de Dios, a un tiempo

repite en voces diversas.

(Voces y Música.)

Voces y música (Cantan.)

¡Misericordia, Señor! 115

¡Señor, clemencia, clemencia!

Candaces Pues ya que tú por vencido

te das a su inteligencia,

acobardado al dudarla,

me he de atrever yo a saberla. 120

Behomud Pues ¿qué discurres?

Candaces Que el Dios

de Israel, cuya suprema

deidad el Oriente adora,

desde que Nicaula, Reina

de Sabá trujo su ley 125

con la augusta descendencia

de Salomón, a Etiopia,

de Palestina, que es esta

región, cuya tez el Sol,

si no la abrasa, la tuesta; 130

y cuya gloriosa estirpe,

hasta hoy en mí se conserva;

que el Dios de Israel, usando

de su suma providencia,

por señales nos avisa 135

aquella línea postrera

en que de nuestros talentos

habemos de darle cuenta,

con que aunque la astrología,

acondicionada ciencia 140

(en quien es de más descanso

el dudarla que el saberla),

melancólica discurra,

amenazando con guerras,

con hambres, con mortandades, 145

pestes, ruinas y tragedias,

yo he de creer que son piedades,

para quien las aprovecha,

viendo que Dios ofendido

de la dormida pereza 150

en que vivimos, piadoso

con sus ruidos nos despierta

para que nos prevengamos;

porque, ¿qué mayor fineza

que reñirnos el amago 155

antes que el golpe nos venga,

bien como el que amenazado,

ya de la arbolada flecha,

ya de la blandida asta,

se halla para la defensa 160

embrazado del escudo.

Díganlo las experiencias

de tantos eclipses, tantos

terremotos y tormentas

como contra los castigos 165

se armaron de las enmiendas,

de que para ejemplo baste

Nínive, cuya sentencia

de muerte en vista, en revista

revocó la penitencia. 170

Y pues el último medio

es el acudir a ella,

acudamos a dos luces

con el ruego y con la deuda.

Ya sabes que es sacro rito 175

de la gran Etiopia nuestra

que la Pascua del Cordero

(que ya, como ves, se acerca)

haya de ofrecer al templo

de Jerusalén (en muestra 180

del homenaje a su ley,

que trajo Sabá de aquella

visita de Salomón)

un cordero por ofrenda;

porque como nuestros templos 185

de diversos dioses eran,

fue bien que no en torpes aras