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Veröffentlichungsjahr: 1913
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El criticón
Baltasar Gracián
Índice
Cubierta
Portada
Preliminares
El criticón
PRÓLOGO
PRIMERA PARTE. EN LA PRIMAVERA DE LA NIÑEZ Y EN EL ESTÍO DE LA JUVENTUD
SEGUNDA PARTE. JUICIOSA CORTESANA FILOSOFÍA EN EL OTOÑO DE LA VARONIL EDAD
TERCERA PARTE. EN EL INVIERNO DE LA VEJEZ
Acerca de esta edición
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El Padre Baltasar Gracián y Morales nació en Belmonte, aldea de la ciudad de Calatayud, el 8 de Enero de 1601, de casa y familia infanzona. Tuvo por hermanos al P. Felipe Gracián, Clérigo Menor, Asistente de su Religión en Roma; al P. Fr. Pedro Gracián, Trinitario, que murió en la flor de su edad; al P. Fr. Raimundo Gracián, Carmelita Descalzo. Varones todos religiosos y literatos, como se ve en su Arte de Ingenio y Agudeza, Disc. 20, 13, 32 y 53. En el 25 dice que el se crió en Toledo en casa de su tío el Licenciado Antonio Gracián. Enseñó en la Compañía de Jesús letras humanas, filosofía y teología con el crédito que puede suponerse.
Exacto religioso, celoso en los cargos de su profesión, grande orador, sabio filósofo, discreto, ingenioso y agudo sobre todo encarecimiento. Tan dulce y suave en el numen poético como en la ciencia y en la práctica del gobierno.
Tuvo por íntimos amigos á Manuel de Salinas, á Francisco Andrés de Ustarroz, el Solitario, y al famoso anticuario oscense Vincencio Juan de Lastanosa, el cual, según testimonio de su hijo Vincencio Antonio, publicó en Huesca las obras de Gracián contra la voluntad de su autor.
Fué Rector del Colegio de Tarragona y murió en el de Tarazona el 6 de Diciembre de 1658, de edad de cincuenta y ocho años.
Al pie del retrato del P. Gracián, que se hallaba en el claustro del Colegio de los PP. Jesuitas de Calatayud, y que hoy posee D. Félix Sanz de Larrea y reproducimos en esta edición, se lee:
”P. Balthasar Gracian ut iam ab ortu emineret in Bellomonte natus est prope Bilbilim, confinis Martiali patria, proximus ingenio, ut profunderet adhuc xristianas argutias Bilbilis, quae poene exhausta videbatur in aethnicis. Ergo augens natale ingenium innato acumine, scripsit Artem ingenii et arte fecit scibile, quod scibiles facit artes. Scripsit item Artem prudentiae et á se ipso artem didicit. Scripsit Oraculum et voces suas protulit. Scripsit Disertum ut se ipsum describeret Et ut scriberet Heroem heroica patravit. Haec et alia eius scripta Mecenates Reges habuerunt, Iudicem admirationem, Lectorem Mundum, Tipographum Aeternitatem. Philippus 4ª saepe illius argutias inter prandium versabat, ne deficerent sales regiis dapibus. Sed qui plausus excitaverat calamo, deditus Missionibus excitavit planctus verbo, excitaturus desiderium in morte, qua raptus est 6 Decemb. 1658, sed aliquando extinctus aeternum lucebit.„
Las obras de Gracián son:
1. El Criticón. Primera Parte en la Primavera de la Niñez y en el Estío de la Juventud. En Madrid 1650. Publicólo antes D. Vincencio Juan de Lastanosa, amigo del autor, como escribe D. Vincencio Antonio de Lastanosa, hijo de aquel insigne literato y anticuario, en su manuscrito Habilitación de las Musas. Lo mismo hizo con la segunda y tercera partes.
2. El Criticón. Segunda Parte. Juiciosa y cortesana Filosofía en el Otoño de la Varonil edad. En Huesca por Juan Nogués, 1653.
3. El Criticón. Tercera Parte. En el Invierno de la Vejez. En Huesca 1653.
Las tres partes de El Criticón se imprimieron en dos tomos en Madrid 1664 por Pablo de Val y en Barcelona el mismo año por Antonio Lacavallería.
4. El Héroe. En Madrid 1630. En Huesca publicado por Lastanosa en 1637.
5. Agudeza y Arte de Ingenio. Imprimióse en Huesca dos veces, años de 1648 y 1649.
6. El Discreto. Publicólo Lastanosa en Hueca 1645. Se reimprimió en Bruselas, 1665.
7. El Político Don Fernando el Católico, publicado por Lastanosa en Zaragoza, año de 1640.
8. Oráculo Manual y Arte de Prudencia, sacado de los Aforismos de las Obras de Lorenzo Gracián. Diólo á luz Lastanosa en Huesca, año de 1647, edición que se desconoce; hay otra anterior á la de Madrid de 1653.
9. Meditaciones varias para antes y después de la Sagrada Comunión, que salieron con el nombre de su autor, siendo Catedrático de Escritura, con el título de Comulgatorio y se imprimió en Zaragoza el 1655.
10. Máximas del P. Baltasar Gracián con respuestas á los Críticos del Hombre Universal, que se estampo en París.
11. El Varón Atento, de que hace mención el autor en el Arte de Ingenio y en el Discreto.
12. Selvas de todo el año en verso, que se publicaron por primera vez con las demás obras en Barcelona, 1734.
13. Diversos Poemas, que corren divididos.
Juntas todas estas obras se publicaron más tarde varias veces dentro y fuera de España, entre ellas en Madrid por Pablo de Val, en dos tomos, año 1664, Barcelona 1664, Amberes 1725, Barcelona 1757, Madrid 1773.
En todas ellas, en vez de su propio nombre Baltasar, salió el de Lorenzo Gracián, no se sabe la causa. Tal vez lo puso su editor Lastanosa, ya que las publicaba á disgusto de la modestia de su autor y aludiendo á S. Lorenzo, natural de Huesca.
Bien definió el vulgo el que lo definió: ”El vulgo no es otra cosa, que una sinagoga de ignorantes presumidos y que hablan más de las cosas, cuanto menos las entienden.„ Y no miréis al vestido ni á los zapatos para tener á uno por del vulgo. ”Aunque sea un príncipe, en no sabiendo las cosas y queriéndose meter á hablar dellas, á dar su voto en lo que no sabe ni tiene, al punto se declara hombre vulgar y plebeyo„. De estos hombres vulgares, que pasan por sabios y sónlo á veces en otros cosas, escribió el mismo autor: ”Si dan en alabar á uno, si una vez cobra fama, aunque se eche después á dormir, él ha de ser un gran hombre. Aunque ensarte después cien mil disparates, dicen que son sutilezas y que es la primera cosa del mundo. Todo es que den en celebrarle. Y por el contrario, á otros, que estarán muy despiertos, haciendo cosas grandes, dicen que duermen y que nada saben„.
Esto último le sucedió al autor de los renglones aquí citados, al satírico más hondo que ha criado España, al ignorado Baltasar Gracián. Por nebuloso e incomprensible se le califica, aunque ingenioso y sutil. Sin que yo ni nadie alcance á casar estos dos extremos de ingenioso e incomprensible, de sutil y nebuloso. Porque si la sutileza y el ingenio no sirven para ver y hacer ver claramente las cosas, sino antes para verlas y hacerlas incomprensibles y nebulosas, son una bien triste cualidad.
Lo que hay es que tan excelso ingenio como el de Gracián vuela muy alto para el vulgo, y el vulgo, según la definición que de él mismo hemos visto, abraza á más personajes, no solo personillas, de lo que parece.
Yo apuesto que, si aquí asiento que Quevedo es mucho menos hondo, más superficial, menos filósofo que Gracián, los más de mis lectores lo echarán á exageración. Perdonen esos lectores, por muchos que sean, que les meta en la docena de ese vulgo y que me atreva á apuntarles, con todo el respeto que les debo, pero con toda la sinceridad que no menos les debo á ellos y me debo á mí mismo, que juzgan de Gracián y de Quevedo por lo que han oído, no por propio juicio: lo cual es cabalmente lo propio del vulgo.
¿Que alaban, que desalaban? ”Hablaba uno por boca de ganso y otro murmuraba con hocico de puerco„, repetiré con el mismo Gracián. El cual, como escondido jesuíta, que escribía en su rincón, sin meter la bulla que Quevedo, es para mí, sin quitarle nada á Quevedo, más grande que él; aunque para el vulgo fuera uno de los que dormían y sólo era sonado por su Agudeza y Arte de ingenio. El vulgo trompeteó esta obra de arte filosófico y no entendió ni pregonó El Criticón, obra de filosofía artística. En la una se muestra filósofo tratando acerca de la retórica y del arte, en la otra se muestra artista y escritor consumado tratando acerca de la más honda filosofía.
Quevedo, dice Farinelli, es inferior á Gracián en la profundidad, en la energía, en la originalidad del pensamiento filosófico. Quevedo tiene ideas geniales, que parecen y desaparecen como relámpagos. Gracián tiene ideas completas, fijas, duraderas. Quevedo toca sin penetrar, lleva consigo gran parte de la ciencia escolástica, se apoya con preferencia en otras autoridades, sacrifica voluntariamente su propio juicio, su razón y su lógica, sofoca el escepticismo al nacer en su ánimo, apenas se le pone la infalible e indiscutible tradición católica. No conoce ni regla ni sistema. Tiene menor capacidad y firmeza de pensamiento que Gracián y á la vez menos gusto. En Quevedo hay exuberancia de fantasía, en Gracián de reflexión. Quevedo es más poeta, Gracián más filósofo.
Hago mio el juicio que él mismo da de Quevedo, en el cual se verá como escribía el filósofo aragonés: ”Acertó á sacar unas (hojas) de tal calidad, que al mismo punto los circunstantes las apetecieron y unos las mascaban, otros las molían y estaban todo el día sin parar, aplicando el polvo á las narices. —Basta, dijo: que estas hojas de Quevedo son como las del tabaco, de más vicio que provecho, más para reir que para aprovechar. „
Las hojas de El Criticón ni las han apetecido ni menos mascado las gentes vulgares: son más para aprovechar y llorar, que para reir y enviciar las narices. Schopenhauer, que buscaba el provecho y el lloro, no el vicio ni la risa, fué el primero que las alabó y de ellas se aprovechó. Los españoles ”abrazan todos los estranjeros, pero no estiman los propios„ . Bien ha sido menester venga un alemán á descubrirnos al vulgo de los españoles lo que no sabíamos apreciar.
Gracias que en el correr de los siglos el vulgo se hunde e hinca el pico para siempre jamás y los que verdaderamente entienden, por poquísimos que sean, con el andar de la Historia van haciéndose muchos y sus escritos siguen hablando á las nuevas generaciones. Es el triunfo, que el tiempo da á la verdad, encargándose á la vez de ir tapando la boca al vulgacho, harto de oirle vocear necedades los pocos días que de vida le concede.
Alcanza el mal sino hasta á los más esclarecidos ingenios. Pocos tan desconocidos y olvidados como el gran filósofo aragonés, con ser bien pocos los que en España y aun, fuera de ella puedan serle comparados. Fué demasiado hombre para un tiempo en que el ingenio español había bastardeado en ingeniosidad de bambolla, de palabrería huera, de burbujas de jabón. El culteranismo, el gongorismo carcomía y tranzaba el recio y frondoso árbol de la literatura.
Cada hombre es, en la mitad por lo menos, hijo de su tiempo. Gracián, arrastrado por la ley de naturaleza, también iba á serlo. Metióse á retórico, como los demás; pero, como no era cual los demás, sin dejar de ser de su tiempo, sobrepujó á todos y, en vez del culteranismo palabrero y hueco, sin sustancia, su obra retórica ensalzo lo único de bueno y verdadero, que en aquella desviación del gusto literario yacía sin echarlo nadie de ver, la Agudeza y Arte de ingenio. Dote, ciertamente del arte de escribir; pero que los tiempos aquellos le hicieron creer á Gracián era la única ó principal. En esto estuvo el error, que para mí más ha de atribuirse á su siglo, que al autor mismo. Todos le reconocieron como un maestro; aunque su escuela distaba tanto de la Góngora como el alma del cuerpo, la sustancia del accidente, el concepto de la palabra: era la escuela conceptista, de la ingeniosidad del pensamiento, harto diferente de la fantasmagórica del retruécano, del puro juego de palabras, de la extravagancia de la metáfora.
Aun en su yerro fué grande.
Pusiéronle en las nubes y, cuando quiso aplicar su penetración, erudición, experiencia y maravillosas dotes de pensador á una obra honda de crítica moral, ya nadie le entendió. Andaban á pájaros y no vieron al gran filósofo, la cabeza baja, la mano en la mejilla. Hablaba como sabio á necios. El gusto se desvahaba en nubes sin sustancia.
Medio siglo después llegó el seudo-clasicismo de Francia con su regla y compás, con su tijera, hecha á recortar los evónimos y boneteros de los jardines de Versalles. Al cesto fueron de un golpe cuantos libros se habían escrito y leído en España durante dos centurias, por no compasarse con tan menguado compás y regla. A vueltas iban también los feos y raquíticos tomos de El Criticón, infamemente salidos de las prensas de Huesca y que no había leído nadie.
Pero en sonando que suene una vez la voz del ingenio, tarde ó temprano recude de una u otra parte. Esta vez recudió de Alemania. Cristiano Enrico Postel en su epístola De linguae Hispanae difficultate, elegantia et utilitate, llamaba á fines del siglo XVII á Gracián ”unicus„, ”summus„, anadiendo: ”Huius viri sunt libri, quibus in eo genere orbis terrarum nil maius vidit. In stylo enim illo nemo tersior, in phrasibus nemo uberior, in metaphoris nemo iudiciosior, in maiestate nemo sublimior, in allusionibus nemo felicior.„ En Alemania cayó la semilla de El Criticón como en tierra bien aparejada y dió sus frutos en los grandes pensadores que la ilustraron. Ha tratado este asunto Karl Borinski en su obra Baltasar Gracián und die Hofliteratur in Deutschland, Halle 1894. Obra que además dió pie al gran erudito italiano y devotísimo de las cosas españolas Arturo Farinelli para escribir en la Revista crítica de historia y literatura españolas, portuguesas e hispano-americanas (año I, n. 2) un estudio crítico sobre Gracián, tan acabado, que harto mejor partido fuera haberlo puesto aquí en lugar de este malaliñado prólogo. Tomémosle al menos sus últimas palabras.
”No ha sido gloria pequeña de Gracián la de haber cautivado, en el atormentadísimo siglo que ahora baja al sepulcro, el corazón y la fantasía de Schopenhauer, el grande escudriñador pesimista de las quimeras humanas. Ni Gracián siquiera, el jesuíta solitario, apartado siempre de los torbellinos del mundo, destilando de su cerebro y de la sabiduría de sus libros favoritos la ciencia de la vida, la ciencia del hombre, que expuso con sagacidad deslumbradora en breves tratados y en la alegoría verdaderamente inmortal de El Criticón, el moralista agudo y amargo, convencido de la vanidad inmensa de todas las cosas humanas, ni Gracián, digo, hubiera soñado, aun en los más halagadores sueños, llegar á tal punto con sus doctrinas y fecundar, á la distancia de dos siglos, la ciencia y la experiencia de otros geniales pensadores.„
”¿Puede llegar á más nuestra desdicha?, decía Feijóo en 1751. O por mejor decir, puede llegar á más nuestro oprobio, que el que los mismos extranjeros nos den en rostro con la desestimación de nuestros escogidos autores?„—Si, había que responderle. La desdicha de los españoles del siglo XX llega más allá. Sin el menor sonrojo han oído á los sabios alemanes e italianos, ingleses y franceses echárselo en cara, se han encogido de hombros y no han pensado en abrir El Criticón, de Gracián. Y hablo no de la plebe: para la plebe no son las obras de los grandes pensadores. ¿Cuántas personas cultas, cuántos literatos lo han leído? Cada uno de mis lectores sabe de sí. ¡Qué extraño es nos vengan después con que no ha habido pensamiento ni pensadores en España! No ha faltado quien ha dicho sobre el particular la última palabra de la desidia española: ¡Rarezas de Schopenhauer! Así se ha respondido á la frase aquella del famoso filósofo alemán, escribiendo á Keil en 1832: ”Mi escritor favorito es este filosófico Gracián. He leído todas sus obras. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo. De buena gana lo traduciría, si hallara un editor para imprimirlo.„
Las fuentes de donde bebió Gracián fueron tantas, que enzarzada tarea echará sobre sí el que emprenda comentarlo. Hombre de variadísima lectura, escudriñó en su lengua original los grandes pensadores griegos y romanos, el enjambre de políticos y moralistas, que se dieron en España durante los siglos XVI y XVII y, sobre todo, los más famosos entre los italianos. Aprovechóse de Platón, Aristóteles, Plutarco, Luciano, Tácito, Marcial y Séneca, entre los clásicos; de Guevara, Fox Morcillo (Regni Regisque institutione, 1556), Ginés de Sepúlveda (De Regno et Regis officiis, 1571 ), Juan de Torres (Filosofía moral de príncipes, 1576), Alonso de Barros (Filosofía cortesana moralizada, 1587), C. de Bobadilla (Política para corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de guerra, 1597), M. de Carvalho (Espejos de Príncipes y Ministros, 1598), Juan Márquez (El Gobernador cristiano, 1612), Juan de Salazar (Política española, 1619), Francisco de Barreda (El mejor Príncipe Trajano Augusto, 1622), Claudio Clemente (Machiavellismus iugulatus, 1637), Diego Niseno (El gran padre de los creyentes Abrahan, El Político del cielo, 1636-8), Mariana (De Rege), Agustín de Rojas (Buen repúblico), Jose Micheli Márquez (Deleite y amargura de las dos cortes, celestial y terrena, 1642), Quevedo, Antonio López de Vega, Pedro Fernández de Navarrete, Juan Eusebio Nieremberg, Vera y Zúñiga, Padilla Manrique (Idea de nobles y sus desempeños en aforismos, 1637-44), Antonio Pérez (Norte de príncipes, Aforismos), Saavedra Fajardo, Alonso de Ledesma, etc., etc., de entre los españoles; del Petrarca, Boscan, Maquiavelo, Alciato, Giovio, Doni, Guicciardini, Bentivoglio, Birago, Siri, y, sobre todo, de Malvezzi, Botero y Boccalini, entre los italianos.
Pero ”el mejor libro del mundo es el mismo mundo„, decía el mismo Gracián. Sus amigos Ustarroz, Lastanosa, Manuel de Salinas, llevábanle libros, que nunca hartaban su sed de leer; empero el hondo conocimiento del mundo, que supo pintar como nadie, los desengaños de la vida, la infelicidad humana en los vaivenes de la fortuna y hasta en sus más soterradas raíces, los disparates de los hombres, el reinado de la injusticia señoreándolo todo, la verdadera sabiduría, que desprecia los bienes aparentes y se yergue armada de valor y ceñido el corazón de santa saña para pelear oponiendo la milicia á la malicia, sin dejarse vencer á vista del poder del mal, todo eso no lo aprendió Gracián en los libros, que en los libros nadie lo aprendió; sino en las misiones á que á veces se dedicó, en la soledad y apartamiento á tiempos de los hombres, en la viva penetración de su poderosa inteligencia, en la nobleza y reciura aragonesa de su corazón.
Y en esto se parece á Nietzsche, más bien que á los grandes pesimistas Spinoza, Leopardi, Schopenhauer y Hartmann, de cuya filosofía dice con razón Farinelli ser la de Gracián el primer eslabón de la cadena. No se abate ni se somete y rinde el fiero aragonés á la resignación ni al quietismo, no quiere sufrir ni tolerar tan triste destino; sino que salta colérico, afila sus armas y se lanza denodado á la lucha de la vida, porque sabe que sólo el héroe, el esforzado combatiente, alcanza la victoria.
¿Cómo el hombre tiene que acometer á sus enemigos en la vida, cuáles cualidades del ánimo y del entendimiento tiene que desarrollar con preferencia, en cuál manera debe guiar su frágil navecilla en este borrascoso mar para llegar seguro al puerto, al sosiego deseado, á la quietud y al descanso? Tal es el problema, en cuya solución empeñó Gracián su pluma, intentando formar el varón perfecto y acabado, que se levante sobre el vulgo, discreto en el pensar, ingenioso en el decir, héroe en el obrar.
Si realismo es llevar al arte lo que hay de hecho en la realidad, aunque tamizado por el cerebro del artista, Gracián nada tiene de artista realista. No trae nada de fuera; lo saca de dentro, de su poderosa imaginación. Todos son símbolos, virtudes, vicios, cualidades personificadas, ya en personajes históricos, ya en puramente fantásticos. Las escenas en que tercian estos personajes simbólicos no son menos hijas de la fantasía de Gracián. Con todo es tal la preñez de realidad y de vida, que en la cabeza de este filósofo y artista soberano engendra personajes y escenas de pura fantasía, que bullen y hablan como si fueran personas de carne y hueso, solo que condensan los vicios, las virtudes, los conceptos abstractos, como no pudieran condensarlos los personajes reales. Es artista, no de fuera adentro, como los realistas; sino de dentro á fuera, como los verdaderos filósofos.
Pero para Platón lo únicamente real son las ideas, de las cuales los hombres y las cosas son puras sombras, que de ellas participan y por ellas son y viven, como viven y son las sombras por reflejar los seres reales. Los personajes de Gracián no son otros que las ideas platónicas y en este sentido más reales que los de los artistas realistas. No son condensaciones teatrales, muñecos tiesos, movidos siempre por resorte y torpe, esquinudamente, porque no parece han salido de la condensación de las cualidades de los seres vivos en un seco concepto; sino que metidos esos seres en la fragua del ingenio filosófico de Gracián, han brotado de ella en su primitiva forma de ideas platónicas, anteriores á la realidad.
Este simbolismo lo aprendió Gracián, según me sospecho, en la Cárcel de Amor, sobre todo, en Guzmán de Alfarache, donde hizo alguna vez primoroso alarde del genero Mateo Alemán. Por eso llamó al escritor sevillano el escritor aragonés ”el mejor y más clásico español„ .
Es Gracián el continuador de Seneca, de Mateo Alemán y de Quevedo, como satírico moralista; pero diferenciase de todos ellos por haber buscado más en lo hondo, sacando como personajes de su obra las puras ideas platónicas y dádoles con todo eso vida en un diálogo tan vivo y real como el Guzmán de Alfarache, obra de filósofo realista de fuera adentro. Tan variado y ligero es Gracián en su Criticón, como en sus Sueños es Quevedo, tan sentencioso y dogmático como en sus Epístolas Séneca. Gana á Séneca en lo ceñido, escultural y hondo de los dictámenes, á Mateo Alemán en el mismo realismo al modo dicho, á Quevedo en lo macizo, sistemático y escéptico de las doctrinas, á todos tres en la profundidad filosófica.
Óigase el juicio de Menéndez y Pelayo: ”Talento de estilista de primer orden, maleado por la decadencia literaria, pero así y todo, el segundo de aquel siglo en originalidad de invenciones fantástico-alegóricas, en estro satírico, en alcance moral, en bizarría de expresiones nuevas y pintorescas, en humorismo profundo y de ley, en vida y movimiento y efervescencia continua, de imaginación tan varia, tan amena, tan prolífica, sobre todo en su Criticón, que verdaderamente maravilla y deslumbra, atando de pies y manos el juicio, sorprendido por las raras ocurrencias y excentricidades del autor, que pudo no tener gusto, pero que derrochó un caudal de ingenio como para ciento.„
Este juicio del maestro me parece atinado, si al llamarle el segundo de su siglo miraba á Cervantes, como al primero de él; pero no, si miraba á Quevedo. Tampoco admito lo del mal gusto ni las excentricidades tratándose de El Criticón, aunque si tratándose de algunas otras de sus obras.
Algo, muy poco, de la falsa bambolla, propia del tiempo, empana alguna que otra vez el mismo Criticón; pero fuera de esto, el estilo es claro y transparente, como no suele serlo en sus obrillas menudas de estilo puramente sentencioso, y el lenguaje tan castizo y rico en modismos y rodeos castellanos como el de Cervantes, Mateo Alemán y Quevedo.
Cuanto á la profundidad de concepción de la obra total, á la fuerza y amargor de la sátira de la sociedad, al escudriñamiento de las almas y al conocimiento del mundo y de la vida, de lo cual nada dice Menéndez y Pelayo, no sólo es para mí El Criticón la obra mas grande escrita en España, pero acaso en el mundo entero.
”Más obran quintas esencias, que fárragos„, decía Gracián, y verdaderamente sus obras son quintas esencias. Gran artista de la palabra, maestro del arte de hablar le creyeron sus contemporáneos, y de hecho El Criticón es un raudal bullente y despeñado, que salta de un solo chorro y corre por entre peñascales sin el menor tropiezo, arrollándolo todo y cual si deslizase por un cauce de arena. Pero no es raudal de retorico desfrenado, no es folla ni soniquete huero; es raudad quintesenciado de acendradísimo oro, donde no huelga una frase ni desdice un pensamiento de la más elevada filosofía. Cada Crisi es un estudio acabado con maestría sin igual y las Crisis Van creciendo en importancia cada vez mayor, y el teatro de la vida humana ensanchándose y las negras tintas, que sombrean las miserias de los hombres ennegreciéndose y ensombreciéndose por momentos. Las más profundas sentencias de los mayores pensadores han desaguado en El Criticón; pero hánse revestido de una tan nueva y desusada forma, hánse concentrado en un tan fuerte elixir, que están desconocidas y nos muestran el poder de aquel asombroso cerebro, que como ningún otro alcanzaba á alquitarar la expresión y dar espíritu á los pensamientos.
Era incapaz un tan hondo filósofo de aderezar una novela, por filosófica que fuese, metiendo en una acción y en unos personajes particulares la filosofía de la vida, como ella verbeneaba en su cabeza; tuvo que vaciar esa filosofía en símbolos condensados, en matrices de novelas, en un cuadro fantasmagórico de tanto alcance, que puede servir de clave á todas las novelas de hechos particulares, que artistas menos preñados de pensamientos y de más vagar que este pensador, verdaderamente volcánico, saben tomar de la realidad y describir despaciosamente.
Torno a repetirlo: Baltasar Gracián es el más grande pensador de la raza hispana y uno de los grandes pensadores de la humanidad. Leed El Criticón y lo veréis.
JULIO CEJADOR.
Si mi pluma fuera tan biencortada como la espada de V. S. es cortadora, aun pareciera escusable la ambición del patrocinio: ya que no llegue á tanto, solicita una muy valiente defensa. Nació con V. S. el valor en su patria Lisboa, creció en el Brasil entre plausibles bravezas y ha campeado en Cataluña entre célebres victorias.
Rechazó V. S. al bravo mariscal de la Mora en los asaltos, que dió á Tarragona por el puesto de San Francisco, que V. S. con su tercio y su valor tan bizarramente defendió. Desalojó después al que llamaban el invencible conde de Arcuhurt, sacándole de las trincheras sobre Lérida acometiendo con su regimiento de la Guarda el fuerte Real, que ocupó y defendió contra el general recelo. Y de esta calidad pudiera referir otras muchas facciones, aconsejadas primero de la prudencia militar de V. S. y ejecutadas después de su gran valor. Emula dél la felicidad, le asistió á V. S. siendo General de la flota para que la condujese España con tanta prosperidad y riqueza Y de aquí se ha ocasionado aquella altercación entre los grandes Ministros, es V. S. mejor para las armadas de mar ó para las de tierra, siendo eminente en todas. Por no hacer sospechosas estas verdades, aunque tan sabidas, con el afecto de amigo, quisiera hablar por boca de algún enemigo; pero ninguno le hallo á V. S. Sólo uno que, para desconocer obligaciones, quiso afectarlo, no pudo. Pues él mismo decía ¡brava cosa! que: "Quisiera decir mal deste hombre y no hallo qué poder decir".
Pero lo que yo más celebro es que, siendo V. S. hombre tan sín embeleco, se haya hecho lugar en la mayor estimación de nuestro siglo.
El cielo la prospere. B. L. D. á V. S. su más apasionado.
LORENZO GRACIAN
Esta filosofía cortesana, el curso de tu vida en un discurso, te presento hoy, lector juicioso, no malicioso. Y aunque el título está ya provocando ceño, espero que todo entendido se ha de dar por desentendido, no sintiendo mal de sí. He procurado juntar lo seco de la filosofía con lo entretenido de la invención, lo picante de la sátira con lo dulce de la épica, por más que el rígido Gracián lo censure, juguete de la traza en su más sutil que provechosa Arte de ingenio. En cada uno de los autores de buen genio he atendido á imitar lo que siempre me agradó, las alegorías de Homero, las ficciones de Esopo, lo doctrinal de Séneca, lo juicioso de Luciano, las descripciones de Apuleyo, las moralidades de Plutarco, los empeños de Eliodoro, las suspensiones del Ariosto, las crisis del Boquelino y las mordacidades de Barclayo. Si lo habré conseguido, siquiera en sombras, tú lo has de juzgar.
Comienzo por la hermosa naturaleza, paso á la primorosa arte y paro en la útil moralidad. He dividido la obra en dos partes, treta de discurrir lo penado, dejando siempre picado el gusto, no molido.
Si esta primera te contentare, te ofrezco luego la segunda, ya dibujada, ya colorida; pero no retocada, y tanto más crítica cuanto son más juiciosas las otras dos edades de quienes se filosofa en ella.
Náufrago Critilo encuentra con Andrenio, que le da prodigiosamente razón de sí
Ya entrambos mundos habian adorado el pie á su universal monarca el católico Filipo. Era ya real corona suya la mayor vuelta, que el sol gira por el uno y otro hemisferio. Brillante círculo, en cuyo cristalino centro yace engastada una pequeña isla ó perla del mar ó esmeralda de la tierra. Dióla nombre augusta emperatriz, para que ella lo fuese de las islas, corona del océano. Sirve, pues, la isla de Santa Elena en la escala de un mundo al otro, de descanso á la portátil Europa y ha sido siempre venta franca, mantenida de la divina próvida clemencia en medio de inmesos golfos á las católicas flotas del Oriente.
Aqui, luchando con las olas, contrastando los vientos y más los desaires de su fortuna, mal sostenido de una tabla, solicitaba puerto un náufrago, monstruo de la naturaleza y de la suerte, cisne en lo ya cano y más en lo canoro, que así exclamaba entre los fatales confines de la vida y de la muerte: ¡Oh vida!. No habias de comenzar; pero, ya que comenzaste, no habias de acabar! No hay cosa más deseada ni más frágil que tú eres y el que una vez te pierde, tarde te recupera: desde hoy te estimaria como á perdida. Madrastra se mostró la naturaleza con el hombre, pues lo que le quitó de conocimiento al nacer, le restituye al morir: alli porque no se perciban los bienes que se reciben, y aqui porque se sientan los males que se conjuran.
¡Oh tirano mil veces de todo el ser humano aquel primero, que con escandalosa temeridad fió su vida en un frágil leño al inconstante elemento. Vestido dicen que tuvo el pecho de aceros, mas yo digo que revestido de hierros. En vano la superior atención separó las naciones con los montes y los mares, si la audacia de los hombres halló puentes para trasegar su malicia. Todo cuanto inventó la industria humana ha sido perniciosamente fatal y en daño de sí misma: la pólvora es un horrible estrago de las vidas, instrumento de su mayor ruina y una nave no es otro que un ataúd anticipado. Pareciale á la muerte teatro angosto de sus tragedias la tierra y buscó modo cómo triunfar en los mares, para que en todos elementos se muriese.
¿Qué otra grada le queda á un desdichado para perecer, después que pisa la tabla de un bajel, cadalso merecido de su atrevimiento? Con razón censuraba el Catón, aun de si mismo, entre las tres necedades de su vida, el haberse embarcado por la mayor. ¡Oh suerte! ¡Oh cielo! ¡Oh fortuna! Aun creeria que soy algo, pues así me persigues y, cuando comienzas, no paras hasta que apuras. Válgame en esta ocasión el valer nada, para repetir de eterno.
De esta suerte heria los aires con suspiros, mientras azotaba las aguas con los brazos, acompañando la industria con minerva. Pareció ir sobrepujando el riesgo, que á los grandes hombres los mismos peligros ó les temen ó les respetan. La muerte á veces recela el emprenderlos y la fortuna les va guardando los aires. Perdonaron los aspides á Alcides, las tempestades á César, los aceros á Alejandro y las balas á Carlos V. ¡Mas ¡ay!, que, como andan encadenadas las desdichas, unas á otras se introducen y el acabarse una es de ordinario el engendrarse otra mayor. Cuando creyó hallarse en el seguro regazo de aquella madre común, volvió de nuevo á temer que, enfurecidas las olas, le arrebataban para estrellarle en uno de aquellos escollos, duras entrañas de su fortuna. Tántalo de la tierra, huyéndosele de entre las manos, cuando más segura la creía: que un desdichado, no sólo no halla agua en el mar, pero ni tierra en la tierra.
Fluctuando estaba entre uno y otro elemento, equivoco entre la muerte y la vida, hecho victima de su fortuna, cuando un gallardo joven, angel al parecer y mucho más al obrar, alargó sus brazos para recogerle en ellos, amarras de un secreto imán, si no de hierro, asegurándole la dicha con la vida. En saltando en tierra, selló sus labios en el suelo, logrando seguridades, y fijó sus ojos en el cielo, rindiendo agradecimientos. Fuése luego con los brazos abiertos para el restaurador de su vida, queriendo desempeñarse en abrazos y razones. No le respondió palabra el que le obligó con las obras; sólo daba demonstraciones de su gran gozo en lo risueño y de su mucha admiración en lo atónito de el semblante. Repitió abrazos y razones el agradecido náufrago, preguntándole de su salud y fortuna, y á nada respondia el asombrado isleño.
Fuéle variando idiomas de algunos que sabia; mas en vano, pues, desentendido de todo, se remitia á las extraordinarias acciones, no cesando de mirarle y de admirarle, alternando estremos de espanto y de alegría.
Dudara con razón el más atento ser inculto parto de aquellas selvas, si no desmintieran la sospecha lo inhabitado de la isla, lo rubio y tendido de su cabello, lo perfilado de su rostro, que todo lo sobrescribia europeo. Del traje no se podian rastrear indicios, pues era sola la librea de su inocencia.
Discurrió más el discreto náufrago, si acaso viviria destituido de aquellos dos criados del alma, el uno de traer y el otro de llevar recados, el oir y el hablar. Desengañóle presto la experiencia, pues al menor ruido prestaba atenciones prontas, sobre el imitar con tanta propiedad los bramidos de las fieras y los cantos de las aves, que parecia entenderse mejor con los brutos, que con las personas: tanto pueden la costumbre y la crianza. Entre aquellas bárbaras acciones rayaba como en vislumbres la vivacidad de su espiritu, trabajando el alma, por mostrarse: que donde no media el artificio, toda se pervierte la naturaleza.
Crecia en ambos á la par el deseo de saberse las fortunas y las vidas; pero advirtió el entendido náufrago que la falta de un común idioma les tiranizaba esta fruición. Es el hablar efecto grande de la racionalidad: que quien no discurre, no conversa. Habla, dijo el filósofo, para que te conozca. Comunícase el alma noblemente, produciendo conceptuosas imágenes de si en la mente del que oye, que es propiamente el conversar. No están presentes los que no se tratan, ni ausentes los que por escrito se comunican. Viven los sabios varones ya pasados y nos hablan cada dia en sus eternos escritos, iluminando perenemente los venideros. Participa el hablar de lo necesario y de lo gustoso. Que siempre atendió la sabia naturaleza á hermanar ambas cosas en todas las funciones de la vida. Consíguense con la conversación á lo gustoso y á lo presto, las importantes noticias y es el hablar atajo único para el saber. Hablando los sabios engendran otros y por la conversación se conduce al ánimo la sabiduria dulcemente.
De aqui es que las personas no pueden estar sin algún idioma común para la necesidad y para el gusto. Que aun dos niños arrojados de industria en una isla, se inventaron lenguaje para comunicarse y entenderse. De suerte que es la noble conversación hija del discurso, madre del saber, desahogo del alma, comercio de los corazones, vínculo de la amistad, pasto del contento y ocupación de personas.
Conociendo esto el advertido náufrago, emprendió luego el enseñar á hablar al inculto joven, y púdolo conseguir fácilmente favoreciéndole la docilidad y el deseo. Comenzó por los nombres de ambos, proponiéndole el suyo, que era el de Critilo, y imponiéndole á él el de Andrenio, que llenaron bien el uno en lo juicioso y el otro en lo humano. El deseo de sacar á luz tanto concepto por toda la vida repasado y la curiosidad de saber tanta verdad ignorada picaban la docilidad de Andrenio.
Ya comenzaba á pronunciar, ya preguntaba y respondia, probábase á razonar ayudándose de palabras y de acciones. Y tal vez lo que comenzaba la lengua lo acababa de exprimir el gesto. Fuéle dando noticias de su vida á centones y á remiendos, tanto más extraña cuanto menos entendida. Y muchas veces se achacaba al no acabar de percibir lo que no se acababa de creer. Mas, cuando ya pudo hablar seguidamente y con igual copia de palabras á la grandeza de sus sentimientos, obligado de las vivas instancias de Critilo y ayudado de su industria, comenzó á satisfacerle de esta suerte:
Yo, dijo, ni sé quién soy ni quién me ha dado el ser, ni para qué me lo dió. ¡Qué de veces y sin voces me lo pregunté á mí mismo, tan necio como curioso! Pues, si el preguntar comienza en el ignorar, mal pudiera yo responderme. Argüiame tal vez, para ver si empeñado me excederia á mi mismo. Duplicábame aun no bien singular, por ver si, apartado de mi ignorancia, podria dar alcance á mis deseos. Tú, Critilo, me preguntas quién yo soy y yo deseo saberlo de ti. Tú eres el primer hombre, que hasta hoy he visto y en ti me hallo retratado más al vivo, que en los mudos cristales de una fuente que muchas veces mi curiosidad solicitaba y mi ignorancia aplaudia. Mas, si quieres saber el material suceso de mi vida, yo te lo referiré, que es más prodigioso que prolijo.
La vez primera que me reconoci y pude hacer concepto de mi mismo, me hallé encerrado dentro de las entrañas de aquel monte, que entre los demás se descuella: que aun entre peñascos debe ser estimada la eminencia. Allí me ministró el primer sustento una de estas, que tú llamas fieras y yo llamaba madre, creyendo siempre ser ella la que me habia parido y dado el ser que tengo: corrido lo refiero de mi mismo.
Muy propio es, dijo Critilo, de la ignorancia pueril el llamar á todos los hombres padres y á todas las mujeres madres. Y del modo que tú hasta una bestia tenias por tal, creyendo la maternidad en la beneficiencia, así el mundo en aquella su ignorante infancia á cualquier criatura su bienhechora llamaba padre y aun le aclamaba Dios.
Asi yo, prosiguió Andrenio, creia madre la que me alimentaba fiera á sus pechos. Me crié entre aquellos sus hijuelos, que yo tenia por hermanos, hecho bruto entre los brutos, ya jugando y ya durmiendo. Dióme leche diversas veces que parió, partiendo conmigo de la caza y de las frutas que para ellos traia. A los principios no sentia tanto aquel penoso encerramiento: antes con las interiores tinieblas del ánimo desmentia las exteriores del cuerpo y con la falta de conocimiento disimulaba la carencia de la luz, si bien algunas veces brujuleaba unas confusas vislumbre, que dispensaba el cielo, á tiempos, por lo más alto de aquella infausta caverna.
Pero llegando á cierto término de crecer y de vivir, me salteó de repente un tan extraordinario impetu de conocimiento, un tan grande golpe de luz y de advertencia, que revolviendo sobre mi, comencé á reconocerme, haciendo una y otra reflexión sobre mi propio ser.
¿Qué es esto?, decia, ¿soy ó no soy? Pero, pues vivo, pues conozco y advierto, ser tengo. Mas si soy, ¿quién soy yo? ¿Quién me ha dado este ser y para qué me lo ha dado? Para estar aquí metido: ¡grande infelicidad seria! ¿Soy bruto como éstos? Pero no, que observo entre ellos y entre mí palpables diferencias: ellos están vestidos de pieles, yo desabrigado, menos favorecido de quien nos dió el ser.
También experimento en mi todo el cuerpo muy de otra suerte proporcionado que en ellos: yo rio y yo lloro, cuando ellos aúllan: yo camino derecho, levantando el rostro hacia lo alto, cuando ellos se mueven torcidos y inclinados hacia el suelo. Todas éstas son bien conocidas diferencias, y todas las observaba mi curiosidad y las conferia mi atención conmigo mismo.
Crecíiel conato de ver y de saber, si en todos natural y grande, en mí, como violentado, insufrible; pero, lo que más me atormentaba era ver que aquellos brutos, mis compañeros, con extraña ligereza trepaban por aquellas hiniestas paredes, entrando y saliendo libremente, siempre que querian, y que para mi fuesen inaccesibles, sintiendo con igual ponderación que aquel gran don de la libertad á mí solo se me negase.
Probé muchas veces á seguir aquellos brutos, arañando los peñascos, que pudieran hablandarse con la sangre que de mis dedos corria. Valíame también de los dientes; pero todo en vano y con daño, pues era cierto el caer en aquel suelo, regado con mis lágrimas y teñido en mi sangre. A mis voces y á mis llantos acudian enternecidas las fieras, cargadas de frutas y de caza, con que se templaba en algo mi sentimiento y me desquitaba en parte de mis penas.
¡Qué de soliloquios hacia tan interiores, que aun este alivio del habla exterior me faltaba! ¡Qué de dificultades y de dudas trabajaban entre si mi observación y mi curiosidad, que todas se resolvian en admiraciones y en penas!
Era para mí un repetido tormento el confuso ruido de esos mares, cuyas olas más rompian en mi corazón, que en estas peñas. ¿Pues qué diré, cuando sentia el horrisono fragor de los nublados y sus truenos? Ellos se resolvian en lluvia, pero mis ojos en llanto. Lo que llegó ya á ser ansia de reventar y agonía de morir era que á tiempos, aunque para mi de tarde en tarde, percibia acá fuera unas voces como la tuya, al comenzar con grande confusión y estruendo; pero después poco á poco más distintas, que naturalmente me alborozaban y se me quedaban muy impresas en el ánimo.
Bien advertia yo que eran muy diferentes de las de los brutos, que de ordinario oia, y el deseo de ver y de saber quién era el que las formaba y no poder conseguirlo, me traia á estremos de morir. Poco era lo que unas y otras veces percibia; pero discurrialo tan mucho como de espacio.
Una cosa puedo asegurarte, en que imagine muchas veces y de mil modos, lo que habria acá fuera, el modo, la disposición, la traza, el sitio, la variedad y máquina de cosas, según lo que yo habia concebido; jamás di en el modo ni atiné con el orden, variedad y grandeza de esta gran fábrica que vemos y admiramos.
¡Qué mucho, dijo Critilo, pues, si aunque todos los entendimientos de los hombres, que ha habido ni habrá, se juntaran antes á trazar esta gran máquina del mundo y se les consultara cómo habia de ser, jamás pudieran atinar á disponerla! ¿Qué digo el universo? la más mínima flor, un mosquito, no supieran formarlo. Sola la infinita sabiduria de aquel supremo Hacedor pudo hallar el modo, el orden y el concierto de tan hermosa y perenne variedad.
Pero, dime, que deseo mucho saberlo de ti y oirtelo contar, ¿cómo pudiste salir de aquella tu penosa cárcel, de aquella supultura anticipada de tu cueva? Y sobre todo, si es posible el exprimirlo, ¿cuál fué el sentimiento de tu admirado espíritu aquella primera vez que llegaste á descubrir, á ver, á gozar y admirar este plausible teatro del universo?
Aguarda, dijo Andrenio, que aquí es menester tomar alimento para relación tan gustosa y peregrina.
El gran teatro del Universo
Luego que el Supremo Artífice tuvo acabada esta gran fábrica del mundo, dicen trató repartirla, alojando en sus estancias sus vivientes. Convocólos todos, desde el elefante hasta el mosquito. Fuéles mostrando los repartimientos y examinando á cada uno, cuál de ellos escogia para su morada y vivienda. Respondió el elefante que él se contentaba con una selva, el caballo con un prado, el águila con una de las regiones del aire, la ballena con un golfo, el cisne con un estanque, el barbo con un río y la rana con un charco.
Llegó el último el primero, digo el hombre y, examinando de su gusto y de su centro, dijo que él no se contentaba con menos que con todo el universo, y aún le parecia poco. Quedaron atónitos los circunstantes de tan exorbitante ambición; aunque no faltó luego un lisonjero que defendió nacer de la grandeza de su ánimo.
Pero la más astuta de todos: Eso no creeré yo, les dijo, sino que procede de la ruindad de su cuerpo. Corta le parece la superficie de la tierra y así penetra y mina sus entrañas en busca del oro y de la plata, para satisfacer en algo su codicia. Ocupa y embaraza el aire con lo empinado de sus edificios, dando algún desahogo á su soberbia. Surca los mares y sonda sus más profundos senos, solicitando las perlas, los ámbares y los corales para adorno de su bizarro desvanecimiento. Obliga todos los elementos á que le tributen cuanto abarcan, el aire sus aves, el mar sus peces, la tierra de sus cazas, el fuego la sazón, para entretener, que no satisfacer su gula. ¡Y aun se queja de que todo es poco! ¡Oh monstruosa codicia de los hombres!
Tomó la mano el soberano Dueño y dijo: Mirad, advertid, sabed que al hombre le he formado yo con mis manos para criado mio y señor vuestro y como rey, que es, pretende señorearlo todo. Pero entiende, oh, hombre, aquí hablando con él, que esto ha de ser con la mente, no con el vientre; como persona, no como bestia. Señor has de ser de todas las cosas criadas, pero no esclavo de ellas; que te sigan, no te arrastren. Todo lo has de ocupar con el conocimiento tuyo y reconocimiento mio: esto es, reconociendo en todas las maravillas criadas las perfecciones divinas y pasando de las criaturas al Criador.
A este grande espectáculo de prodigios, si ordinario para nuestra acostumbrada vulgaridad, extraordinario hoy para Andrenio, sale atónito á lograrlo en contemplaciones, á aplaudirlo en pasmos y á referirlo de esta suerte:
Era el sueño, proseguia, el mismo vulgar refugio de mis penas, especial alivio de mi soledad. A él apelaba de mi continuo tormento y á él estaba entregado una noche, aunque para mí siempre lo era, con más dulzura que otras, presagio infalible de alguna infelicidad cercana.
Y así fué, pues me lo interrumpió un extraordinario ruido que parecia salir de las más profundas entrañas de aquel monte. Conmovióse todo él, temblando aquellas firmes paredes. Bramaba el furioso viento, vomitando en tempestades por la boca de la gruta. Comenzaron á desgajarse con horrible fragor aquellos duros peñascos y á caer con tan espantoso estruendo que parecia quererse venir á la nada toda aquella gran máquina de peñas.
Basta, dijo Critilo, que aun los montes no se libran de la mudanza, expuestos al contraste de un terremoto y sujetos á la violencia de un rayo, contrastando la común estabilidad su firmeza.
Pero sí las mismas peñas temblaban, ¿qué haria yo? prosiguió Andrenio. Todas las partes de mi cuerpo parecieron quererse desencajar también, que hasta el corazón dando saltos, no hice poco en detenerlo. Fuéronme destituyendo los sentidos y halléme perdido de mí mismo, muerto y aun sepultado entre peñas y entre penas.
El tiempo, que duró aquel eclipse del alma, paréntesis de mi vida, ni pude yo percibirlo ni de otro alguno saberlo. Al fin, ni sé cómo, ni sé cuándo, volví poco á poco á recobrarme de tan mortal deliquio. Abrí los ojos á la que comenzaba á abrir el dia.
Día claro, dia grande, dia felicísimo, el mejor de toda mi vida: nótelo bien con piedras y aun con peñascos. Reconocí luego quebrantada mi penosa cárcel, y fué tan indecible mi contento, que al punto comencé á desenterrarme, para nacer de nuevo á todo un mundo en una bien patente ventana, que señoreaba todo aquel espacioso y alegrísimo hemisferio.
Fuí acercándome dudosamente á ella, violentando mis deseos; pero ya asegurado, llegué á asomarme del todo á aquel rasgado balcón del ver y del vivir. Tendí la vista aquella vez primera por este gran teatro de tierra y cielo. Toda el alma, con extraño ímpetu, entre curiosidad y alegría, acudió á los ojos, dejando como destituidos los demás miembros, de suerte, que estuve casi un dia insensible, inmoble y como muerto, cuando más vivo.
Querer yo aquí exprimirte el intenso sentimiento de mi afecto, el conato de mi mente y de mi espíritu, sería emprender cien imposibles juntos; sólo te digo que aún me dura, y durará siempre, el espanto, la admiración, la suspensión y el pasmo que me ocuparon toda el alma.
Bien lo creo, dijo Critilo, que cuando, los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió.
Miraba el cielo, miraba la tierra, miraba el mar y á todo junto, y á cada cosa de por sí: y en cada objeto de éstos me transportaba, sin acertar á salir de él, viendo, observando, advirtiendo, admirando, discurriendo y lográndolo todo con insaciable fruición.
¡Oh, lo que te envidio, exclamó Critilo, tanta felicidad no imaginada! Privilegio único del primer hombre y tuyo llegar á ver con novedad y con advertencia la grandeza, la hermosura, el concierto, la firmeza y la variedad de esta gran máquina criada. Fáltanos la admiración comúnmente á nosotros porque falta la novedad y con ésta la advertencia. Entramos todos en el mundo con los ojos del ánimo cerrados, y cuando los abrimos al conocimiento ya la costumbre de ver las cosas, por maravillosas que sean, no deja lugar á la admiración.
Por eso los varones sabios se valieron siempre de la reflexión, imaginando llegar de nuevo al mundo, reparando en sus prodigios, que cada cosa lo es, admirando sus perfecciones y filosofando artificiosamente.
A la manera que el que paseando por un deliciosísimo jardín, pasó divertido por sus calles, sin reparar en lo artificioso de sus plantas ni en lo vario de sus flores, vuelve atrás, cuando lo advierte, y comienza á gozar otra vez poco á poco y de una en una cada planta y cada flor: así nos acontece á nosotros, que vamos pasando desde el nacer al morir sin reparar en la hermosura y perfección de este universo; pero los varones sabios vuelven atrás, renovando el gusto y contemplando cada cosa con novedad, en el advertir, si no en el ver.
La mayor ventaja mía, ponderaba Andrenio, fué llegar á gozar este colmo de perfecciones á deseo y después de una privación tan violenta.
Felicidad fué tu prisión, dijo Critilo, pues llegaste por ella á gozar todo el bien junto y deseado. Que, cuando las cosas son grandes y á deseo, dos veces se logran. Los mayores prodigios, si son fáciles y á todo querer, se envilecen; el uso libre hace perder el respeto á la más relevante maravilla. Y en el mismo sol fué favor que se ausentase de noche, para que fuese deseado á la mañana. ¡Qué concurso de afectos seria el suyo! ¡Qué tropel de sentimientos! ¡Qué ocupada andaria el alma, repartiendo atenciones y dispensando afectos! Mucho fué no reventar de admiración, de gozo y de conocimiento.
Creo yo, respondió Andrenio, que ocupada el alma en ver y en atender, no tuvo lugar de partirse, y atropellándose unos á otros los objetos, al paso que la entretenian la detenian.
Pero ya en esto los alegres mensajeros de ese gran monarca de la luz que tú llamas sol, coronado augustamente de resplandores, ceñido de la guarda de sus rayos, solicitaban mis ojos á rendirle veneraciones de atención y de admiración. Comenzó á ostentarse por ese gran trono de cristalinas espumas y con una soberana callada majestad se fué señoreando de todo el hemisferio, llenando todas las demás criaturas de su esclarecida presencia. Aquí yo quedé absorto y totalmente enajenado de mí mismo, puesto en él, émulo del aguila más atenta.
¡Oh, qué será, alzó aquí la voz Critilo, aquella inmortal y gloriosa vista de aquel infinito sol divino, aquel llegar á ver su infinitamente perfectísima hermosura! ¡Qué gozo, qué fruición, qué dicha, qué felicidad, qué gloria!
Crecia mi admiración, prosiguió Andrenio, al paso que mi atención desmayaba, porque al que deseé distante, ya le temia cercano. Y aun observé que á ningún otro prodigio se rindió la vista sino á éste, confesándole inaccesible y con razón sólo.
Es el sol, ponderó Critilo, la criatura, que más ostentosamente retrata la majestuosa grandeza del Criador. Llámase sol, porque en su presencia todas las demás lumbreras se retiran; él solo campea. Está en medio de los celestes orbes, como en su centro, corazón del lucimiento y manantial perenne de la luz. Es indefectible, siempre el mismo, único en la belleza. El hace que se vean todas las cosas y no permite ser visto, celando su decoro y recatando su decencia. Influye y concurre con las demás causas á dar el ser á todas las cosas, hasta el hombre mismo. Es afectadamente comunicativo de su luz y de su alegría, esparciéndose por todas partes y penetrando hasta las mismas entrañas de la tierra. Todo lo baña, alegra é ilustra, fecunda y influye. Es igual, pues nace para todos. A nadie ha menester de si abajo y todos le reconocen dependencias: El es al fin criatura de ostentación, el más luciente espejo, en quien las divinas grandezas se representan.
Todo el dia, dijo Andrenio, empleé en él, contemplándolo, ya en si, ya en los reflejos de las aguas, olvidado de mí mismo.
Ahora no me espanto, ponderó Critilo, de lo que dijo aquel otro filósofo, que habia nacido para ver el sol. Dijo bien, aunque le entendieron mal y hicieron burla de sus veras. Quiso decir este sabio que en ese sol material contemplaba él aquel divino, realzadamente filosofando que, si la sombra es tan esclarecida ¿cuál será la verdadera luz de aquella infinita increada belleza?
¡Mas ay!, dijo lamentándose Andrenio, que al uso de acá bajo, la grandeza de mi contento se convirtió presto en un exceso de pesar al ver, digo, al no verle. Trocóse la alegria del nacer en el horror del morir, el trono de la mañana en el túmulo de la noche: sepultóse el sol en las aguas y quedé yo anegado en otro mar de mi llanto. Creí no verle más, con que quedé muriendo; pero volví presto á resucitar entre nuevas admiraciones á un cielo coronado de luminarias, haciendo fiesta á mi contento. Aseguróte que no me fué menos agradable vista ésta; antes más entretenida cuanto más varia.
¡Oh gran saber de Dios!, dijo Critilo, que halló modo cómo hacer hermosa la noche, que no es menos linda que el dia. Impropios nombres la dió la vulgar ignorancia, llamándola fea y desaliñada; no habiendo cosa más brillante y serena. Injúrianla de triste, siendo descanso del trabajo y alivio de nuestras fatigas. Mejor la celebró uno de sabia, ya por lo que se calla, ya por lo que se piensa en ella. Que no sin enseñanza fué celebrada la lechuza en la discreta Atenas por símbolo del saber. No es tanto la noche para que duerman los ignorantes, cuanto para que velen los sabios. Y si el dia ejecuta, la noche previene.
En otra gran fruición y más á lo callado me hallaba muy hallado con la noche, metido en aquel laberinto de las estrellas, unas centelleantes, otras lucientes. Ibalas registrando todas, notando su mucha variedad en la grandeza, puestos, movimientos y colores, saliendo unas y ocultándose otras.
Ideando, dijo Critilo, las humanas, que todas caminan á ponerse.
En lo que yo mucho reparé, dijo Andrenio, fué en su maravillosa disposición. Porque, ya que el Soberano Artífice hermoseó tanto esta artesonada bóveda del mundo con tanto florón y estrella, ¿por qué no las dispuso, decia yo, con orden y concierto, de modo que entretejieran vistosos lazos y formaran primorosas labores? No sé cómo me lo diga ni cómo lo declare.
Ya te entiendo, acudió Critilo: quisieras tú que estuvieran dispuestas en forma, ya de un artificioso recamado, ya de un vistoso jardin, ya de un precioso joyel, repartidas con arte y correspondencia.
Sí, sí, eso mismo. Porque á más de que campearan otro tanto y fuera un espectáculo muy agradable á la vista, brillantísimo artificio, destruia con eso del todo el divino Hacedor aquel necio escrúpulo de haberse hecho acaso y declaraba de todo punto su divina Providencia.
Reparas bien, dijo Critilo; pero advierte que la divina Sabiduría que las formó y las repartió de esta suerte, atendió á otra más importante correspondencia, cual lo es la de sus movimientos y aquel templarse las influencias. Porque has de saber que no hay astro alguno en el cielo, que no tenga su diferente propiedad: así como las yerbas y las plantas de la tierra. Unas de las estrellas causan el calor otras el frío; unas secan, otras humedecen; y de esta suerte alternan otras muchas influencias y con esa esencial correspondencia unas á otras se corrigen y se templan. La otra disposición artificiosa que tú dices fuera afectada y uniforme; quédese para los juguetes del arte y de la humana niñería. De este modo se nos hace cada noche nuevo el cielo y nunca enfada el mirarlo: cada uno proporciona las estrellas como quiere. A más que en esta variedad natural y confusión grave parecen tanto más, que el vulgo las juzga inumerables, y con esto queda como en enigma la suprema asistencia, si bien para los sabios muy clara y entendida.
Celebraba yo mucho aquella gran variedad de colores, dijo Andrenio: unas campean blancas, otras encendidas, doradas y plateadas; sólo eché menos el color verde, siendo el más agradable á la vista.
Es muy terreno, dijo Critilo; quédanse las verduras para la tierra. Acá son las esperanzas, allá la feliz posesión. Es contrario ese color á los ardores celestes, por ser hijo de la humedad corruptible. ¿No reparaste en aquella estrellita, que hace punto en la gran plana del cielo, objeto de los imanes, blanco de sus saetas? Allí el compás de nuestra atención fija la una punta y con la otra va midiendo los círculos que va dando en vueltas, aunque de ordinario rodando nuestra vida.
Confiésote que se me habia pasado por pequeña, dijo Andrenio, á más de que ocupó luego toda mi curiosidad aquella hermosa reina de las estrellas, presidente de la noche, sustituta del sol y no menos admirable, ésa que tú llamas luna. Causóme, si no menos gozo, mucha más admiración con sus uniformes variedades, ya creciente, ya menguante, y poco rato llena.
Es segunda presidente del tiempo, dijo Critilo: tiene á medias el mando con el sol. Si él hace el dia, ella la noche: si el sol cumple los años, ella los meses; calienta el sol y seca de dia la tierra, la luna de noche la refresca y humedece; el sol gobierna los campos, la luna rige los mares: de suerte que son las dos balanzas del tiempo. Pero lo más digno de notarse es que, así como el sol es claro espejo de Dios y de sus divinos atributos, la luna lo es del hombre y de sus humanas imperfecciones: ya crece, ya mengua; ya nace, ya muere; ya está en su lleno, ya en su nada, nunca permaneciendo en un estado. No tiene luz de sí, participa la del sol, eclipsala la tierra, cuando se le interpone. Muestra más sus manchas, cuando está más lucida. Es la infima de los planetas en el puesto y en el ser. Puede más en la tierra que en el cielo. De modo que es mudable, defectuosa, manchada, inferior, pobre, triste, y todo se le origina de la vecindad con la tierra.
Toda esta noche y otras muchas, dijo Andrenio, pasé en tan gustoso desvelo, haciéndome tantos ojos como el cielo mismo, yo por mirarle y él para ser visto. Mas ya los clarines de la aurora, en cantos de las aves, comenzaron á hacer salva á la segunda salida del sol, tocando á despejar estrellas y despertar flores. Volvió él á nacer y yo á vivir con verle. Salúdele con afectos ya más tibios.
Que aun el sol, dijo Critilo, á la segunda vez ya no espanta, ni á la tercera admira.
