El cuaderno de Celia - Elena Fortún - E-Book
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El cuaderno de Celia E-Book

Elena Fortún

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Beschreibung

Celia dejó olvidado en el convento de las clarisas de Pinto uno de sus cuadernos a los nueve años de edad. De allí se lo envían de vuelta cuando ya es mayor. Es el diario de los treinta días que pasó compartiendo la clausura de las monjas antes de recibir la eucaristía por primera vez. Decide compartir con sus lectores las vivencias de ese mes de aprendizaje espiritual bajo la protección de sor Inés. Esta es la historia de este libro según Celia, narradora adulta que no sabemos dónde está. Sin embargo, la sabia y paciente sor Inés es en realidad trasunto de la escritora argentina Inés Field, a quien Elena Fortún conoció en el exilio, responsable del encuentro de la autora con una espiritualidad ansiada durante toda la vida y que no encontraba en el dogmatismo religioso español. La relación de amistad y amor entre ambas tuvo una profunda dimensión espiritual reflejada en este volumen con el que Fortún también buscó congraciarse con la censura franquista a su regreso del exilio.

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EL CUADERNO DE CELIA

Elena Fortún

EL CUADERNO

DE CELIA

ILUSTRACIONES DEMARIANO ZARAGÜETA

Introducción deNuriaCapdevila-Argüelles

Prólogo dePalomaGómezBorrero

BIBLIOTECA ELENA FORTÚN

Directoras:

Nuria Capdevila-Argüelles y María Jesús Fraga

© Herederos deElena Fortún

© Prólogo: Herederos de Paloma Gómez Borrero

©Introducción: Nuria Capdevila-Argüelles

©Ilustraciones: Herederos de Mariano Zaragüeta

© 2017.Editorial Renacimiento

www.editorialrenacimiento.com

POLÍGONO NAVE EXPO, 17•41907VALENCINA DE LA CONCEPCIÓN (SEVILLA)

tel.: (+34) 955998232•[email protected]

Diseño de cubierta:Alfonso Meléndez, sobre una ilustración de Jessie Willcox Smith

ISBN:978-84-17266-02-8

PRÓLOGO

Para miles de niños de mi generación, Celia ha sido una compañera de vida. Más que leer, devoraba sus libros con los que fui creciendo identificándome con ella, con su hermano Cuchifritín, con su amigo Paquito…

En casa se hablaba de todos como parte de la familia… una familia «invisible» cuya visita se espera con ilusión.

Cada libro de Elena Fortún contándonos las aventuras de Celia nos traía una enorme alegría porque Celia era… ¡la niña de todos!

El cuaderno de Celia publicado en 1947 nos cuenta, a través del diario que escribe en su cuaderno, su experiencia durante un mes en el convento de clarisas donde se prepara para la primera comunión. El libro está imbuido de espiritualidad ingenua y profunda. Cada capítulo es una meditación en el que la sonrisa se mezcla con la emoción ofreciéndonos una lección de amor.

Decía Oscar Wilde que la mejor forma de hacer buenos a los niños es haciéndolos felices, y la pequeña Celia en ese mes que convive con las monjas, cuya priora es su tía sor Catalina, es feliz, derramando bondad.

El cuaderno de Celia descubre a grandes y chicos las enseñanzas del evangelio, la vida de Jesús, algunas parábolas… a través de la lógica infantil, de la imaginación y la fantasía de Celia, con una sencillez y una bondad que raya en el misticismo.

La primera comunión de Celia creo que debería de ser de obligada lectura en los colegios sobre todo para los niños que se preparan a recibir la eucaristía.

Inculca altruismo, tolerancia, caridad, misericordia. Sor Inés, la monja joven a la que la superiora del convento confía el cuidado de Celia, se encarga de dirigirla espiritualmente. Dialoga con ella, la mima, le da tanto cariño que para la niña su celda, la capilla, el convento son lugares encantados donde los colores son más brillantes, el aire es más suave y Celia es feliz.

En su magnífico libro sobre Elena Fortún, María Jesús Fraga identificó a sor Inés en la mejor amiga de la autora, la argentina Inés Field, su mentora espiritual, la que le descubrirá un universo místico… «Comprenderás leyendo El cuaderno de Celia hasta qué punto estoy saturada de fe y cómo ha calado en mí la doctrina católica» confiesa Elena Fortún en una de las cartas que escribe a Mercedes Hernández.

La comunicación personal con Dios se advierte en numerosos episodios de este libro, que no es solo una delicia, sino que sirve a grandes y pequeños para meditar sonriendo.

Entre las páginas del diario, una de las más hermosas es la narración de sor Inés de la última cena. Esa noche Celia recordará lo que la monja le ha contado; lo meditará y con su fe de niña «se arrodilla sobre las losas de mármol blanco, pasa entre la palangana de cobre y el jarro y besa los pies de Jesús».

Sor Inés –escribe en su cuaderno– ¡He besado los pies del Señor!

Celia va desengranando con su mirada de niña pasajes evangélicos… Pone su granito de ternura y consuelo en la Pasión de Jesús: «¡Si yo hubiera estado allí… no le habrían matado a Jesús! ¡No, no y no… no le habrían matado!», percibe los momentos de dolor y de compasión que en el camino del calvario protagonizan la Verónica, las mujeres de Jerusalén… A su manera, Celia relata los pasajes evangélicos más emblemáticos envolviéndolos en dulzura y espiritualidad.

Más que leyendo, saboreando El cuaderno de Celia, me vino a la memoria Teresa de Jesús. Estoy convencida de que Celia podría haber encontrado, al igual que Teresa, a Jesús y como Teresa, al preguntarle quién era, Jesús le hubiese podido responder como hizo a la santa de Ávila…

Soy… ¡Jesús de Celia!

PALOMA GÓMEZ BORRERO

PALOMA GÓMEZ BORRERO, IN MEMORIAM

Cuando le pedimos a Paloma Gómez Borrero que participara en la colección Biblioteca Elena Fortún regalándonos un prólogo para El cuaderno de Celia, no lo dudó: ella, lectora infantil de la serie, se sentiría feliz de poner su «granito de arena» en la tarea de recuperar la obra de Elena Fortún, «una gran mujer». Corría diciembre del año 2015. Compartimos más de un inolvidable desayuno de trabajo hablando a fondo de Celia y Elena Fortún. Su curiosidad de periodista era insaciable. En otoño del 2016, tuvimos la suerte de contar con ella en la celebración del Día de las Bibliotecas. La Biblioteca Retiro de Madrid pasó a llamarse Biblioteca Retiro Elena Fortún y Paloma vivió el acto con gran alegría.

Nos dio su prólogo para este volumen a finales de enero de este año 2017, escrito a mano, no sin antes leérselo por teléfono a María Jesús Fraga con voz emocionada y una modestia admirable en una persona acostumbrada a moverse a sus anchas en cometidos de mucha mayor envergadura. Le habría encantado ver el libro publicado. Lo dedicamos, no puede ser de otro modo, a su memoria.

NURIA CAPDEVILA-ARGÜELLES

MARÍA JESÚS FRAGA

INTRODUCCIÓN

«Porque resulta que yo soy un sepulcro blanqueado. Buena por fuera, y por dentro… ¡Ni siquiera sabía yo cómo era por dentro!».

El cuaderno de Celia

TrasCelia institutriz en América le llega el turno a El cuaderno de Celia. Cuando Elena Fortún lo redacta, es una escritora exiliada que aún no considera el regreso a España pero que mantiene vínculos con la patria lejana gracias al continuado éxito de ventas de sus libros y a la consolidación del personaje de Celia y su familia en la memoria colectiva. Celia es ya un clásico y ha engullido a su creadora. Para entonces solamente queda Mila por aparecer como personaje de envergadura protagónica. El público ya conoce las aventuras de Cuchifritín y también del personaje de Matonkikí, la niña fea, bizca y ceceante, hermanastra de Miss Fly y Pili, las mellizas primas carnales de Celia, Cuchifritín, Patita y Mila, e hijas de la tía Cecilia, a quien Celia debe el nombre, hermana de la madre de Celia, como sor Catalina de Siena, la superiora del convento en el que transcurre El cuaderno de Celia.

Antes de desarrollar la voz y el personaje de la andariega Mila, antes de casar y callar a Celia, justo después de contar su experiencia en el exilio, en 1947 llegó a los lectores El cuaderno de Celia, volumen escrito para y por sor Inés, trasunto de Inés Field, último gran amor de Elena Fortún y responsable del regreso de la escritora a la religiosidad activa, al rezo y a la comunicación con lo divino que, en estas páginas, Fortún desea presentar inmerso en lo terrenal a través del vivir cotidiano en un convento, para ayudar al alma perdida que no se conoce y no sabe cómo es por dentro aunque lleve, como en el caso de la autora, años buscándose a través de la escritura y la actividad literaria. Al final del capítulo «Celia descubre la paciencia» se cuela un yo que no es el de la niña de nueve años sino el de la autora que vive el final de su vida en estado de penitencia y arrepentimiento. No es Celia adulta quien no sabe cómo es por dentro y se juzga duramente como «sepulcro blanqueado». Es Elena Fortún.

La autora rescata al comienzo del libro un elemento clave de la vida de Celia y de la suya propia: el cuaderno que siempre acompaña el vivir, como el Dios con el que Fortún se reencuentra al final de su vida, exiliada en Buenos Aires. Una Celia adulta recibe el cuaderno que olvidó de niña en el convento de las clarisas de Pinto. Se refiere la autora al convento de Nuestra Señora de la Asunción que pertenece a la orden de las clarisas capuchinas o «Las monjas de Pinto», como fueron conocidas popularmente, de marcado carácter contemplativo y origen franciscano. Celia quebranta la severa clausura de la orden durante un mes y vive con las hermanas en el convento mientras se prepara para recibir la primera comunión, rito clave de socialización femenina durante la dictadura, como nos recuerda Adelaida García Morales en su novela El Sur. De la Celia que recibe un antiguo cuaderno no sabemos nada, ni dónde vive, ni con quién, si está en España o aún exiliada. Fortún decide dejar suspendida la caracterización de su creación más importante en este volumen y, en su lugar, nos presenta a una niña de nueve años que descubre la fe y que parece no tener mucho que ver con la pequeñuela que sacaba de quicio a Miss Nelly y a las monjas del colegio a pesar de que, al igual que aquella niña, también esta Celia «de trenza apretada» y hábito servirá a la autora de vehículo de exploración tanto de su mundo interior como del que le rodea. La simbiosis profunda que llegó a tener la autora con su saga adquiere en este volumen una dimensión muy peculiar.

La indiscutible espiritualidad del libro no está exenta de ciento pragmatismo. Y es que Fortún escribe este tomo para congraciarse con la censura española. Así lo admite en la correspondencia con Carmen Laforet, que empieza en 1947 y concluye en 1952, año de la muerte de Fortún:

Parece que una de las cosas que indignan a las monjitas de España es la falta de religiosidad que parecen revelar mis libros. Bueno, ahora verán. Quiero hacer algo místico pero no ñoño, y hasta con un poquito de gracia conventual, sin asomo de burla. Necesitaré las licencias eclesiásticas. No sé si esos señores encontrarán algo que no esté completamente en el dogma. Es posible… A veces me pongo a escribir, a escribir, y se me va el pensamiento en un arrobo que tal vez está fuera de la Iglesia… ¡Qué difícil!1.

Ante esta dificultad, la autora escribe el prólogo «El cuaderno que olvidé» antes de los treinta capítulos para cada una de las jornadas y las enseñanzas que preceden el día en que Celia recibe la eucaristía vestida de novicia, con toca, capa y hábito. En este prólogo, se confiesa ese yo indeterminado que no sabe cómo es. En su particular mea culpa, se acusa de su «necesidad de papel rayado» para dar dirección a la vida y el caminar de la existencia representada en «mis renglones indecisos», necesitados, ellos y la vida «de aquella mano pequeña, áspera y roja de fregar baldosas viejas, pero enérgica, animosa y fiel, de sor Inés». De sor Inés, compañera inseparable de Celia en estas páginas y trasunto de la escritora argentina Inés Field, dice Celia que «[s]i se hubiera apoyado en mi hombro en los momentos difíciles, como en aquellos días del convento, es posible que yo no hubiera sido tan tontuela ni me habría pegado tantos coscorrones con la vida…». Inés Field, espiritual y pragmática, que no creía en una religiosidad plagada de dogma y castigo sino en una que de verdad enriqueciese la vida humana e iluminase el camino, habría considerado el juicio extremo. En la escritora española exiliada encontró una discípula necesitada del mensaje de religiosidad que ella le traía, reconfortante para un espíritu como el de Elena, derrotado, inteligente, emocional y necesitado de amor. Y entre ellas surgió, de hecho, una bella historia de amor.

El cuaderno de Celia o «El cuaderno que olvidé», como reza el título del capítulo introductorio de este volumen fue, escribe Celia, «pergeñado» cuando tenía nueve años. Tiene «tapas de hule y hojas rayadas», no lisas, porque, escribe Celia «yo no sé escribir más que en papel rayado», «una pésima condición» de la que avergonzarse y que confesar, admitiendo de paso las limitaciones de un alma que «no puede caminar sola. Como un ciego, necesita un bastón para tantear el suelo que pisa». Es esta una muy particular captatio benevolentiae puesta por la autora en boca de su personaje: los cómicos pasajes de Celia en el colegio en los que Elena Fortún trataba con su humor característico los asuntos religiosos han dejado de tener gracia en 1947, no solamente por la censura sino también por el dolor del exilio y la asunción de la derrota de sus ideales vitales y del proyecto de emancipación que vivió desde mediados los años veinte hasta la guerra civil.

Sin embargo, es de justicia afirmar que Celia no tiene nada de «tontuela». Nada que reprocharle a su adolescencia de madrecita ni a sus aventuras en el exilio. Su conducta fue intachable. Fortún pone en boca de su personaje su propia subjetividad real y su experiencia vital en ese capítulo-prólogo, como ya lo hiciera en Celia madrecita, Celia en la revolución y Celia institutriz, textos en los que va dejando caer retazos de sí fundiéndose con su personaje a medida que lo silencia y a medida que se rinde a la soledad del final de la vida. Si este volumen catorce de la serie Celia y su mundo aparece repetidamente mencionado en las cartas que escribe Elena Fortún a Carmen Laforet, esta derrota representa la conciencia desde la que la escritora mayor se comunica con la joven para la que quiere un destino mejor que el suyo. En este contexto también aparecen los coscorrones que se han dado mujeres que pertenecerían por edad a la misma generación del personaje de Celia y de la escritora Carmen Laforet, quien creció leyendo las aventuras de Celia niña. Intercambian en las cartas opiniones sobre amigas que tienen en común, cercanas generacionalmente a Laforet. Se trata de la escritora Carmen Conde y de la psiquiatra y médica Fernanda Monasterio. De ellas escribe Fortún:

Creo que al hablar de Fernanda y C. C. te decía que tenían valor frente a la vida. ¿Ves qué fácil es equivocar los adjetivos? Lo que tienen es audacia. Yo las he visto vencer obstáculos algunas veces, pero también las he visto darse coscorrones sin resultado.

Definitivamente, Fortún desea que su joven amiga y escritora novel Carmen Laforet se de los menos coscorrones posibles y es perfectamente consciente de que eso no será fácil pues distinguir el obstáculo del coscorrón en esa España intolerante con la disidencia femenina requiere mucha energía y fuerza. La joven Carmen, a su vez, disfruta del libro: «Recibí El cuaderno de Celia y era como estar contigo. Como si tú me explicaras las cosas con ese gracejo maravilloso que tienes». Con anterioridad, al decidir mandarle el libro a su querida Carmen resume para ella sus ideas sobre espiritualidad apuntando también a las razones por las cuales al final de su vida escribe este libro con su «austera cordura» de convento y la presencia de ese dios fortaleza que habita en sor Inés y que Fortún hubiese deseado para sí a lo largo de toda la vida. Obstáculos, audacia y coscorrones sin duda le habrían resultado más llevaderos con esa presencia a su lado. No habiendo podido vivir toda la vida con Inés, ni con la joven Carmen Laforet, sintiéndose cercana a Carmen Conde y a Fernanda Monasterio pero con la lejanía otorgada por la juventud de ellas, la conclusión es clara y con gran amor se lo escribe a Laforet:

Sí, querida mía, aunque te parezca extraño es preciso pertenecer a una religión, y sujetarse a sus dogmas. De otra manera no hay nada estable en la conciencia. Enseña a rezar a tus hijitas. Diles que hay un Dios que es su padre y se ocupa de ellas, y que un ángel se queda a la cabecera de su cama mientras duermen, y las cubre con sus alas. Ello es bonito como un cuento y es además el símbolo de una gran verdad.

Y la Celia de estas páginas explora símbolos de verdades que siente más grandes que ella y que espera sean reconfortantes para quienes las lean, dentro o fuera de la religiosidad.

NURIA CAPDEVILA-ARGÜELLES

1. Este epistolario ha sido recientemente publicado con el título de De corazón y alma (1947-1952) (Madrid: Fundación Banco de Santander, 2017).

EL CUADERNO DE CELIA

EL CUADERNO QUE OLVIDÉ

Aúltima hora se me olvidó meterlo en la maleta.

Es un cuaderno con tapas de hule y hojas rayadas.

Siempre me han gustado mucho los cuadernos con rayas.

Una vez tuve un cuaderno sin rayar que me dio un terrible disgusto porque quise rayarlo yo. Regla y lápiz se me empujaban en todos los espacios.

Fue un fracaso. Las rayas salieron torcidas y los espacios desiguales. Estropeé el cuaderno y lo guardé.

¡Siempre que lo veía se me apretaba el corazón! ¡Qué lástima de cuaderno! En él pudieron escribirse tantas cosas bonitas…, y por mi culpa no se escribirían nunca.

Para acabar con el remordimiento decidí arrancarle las hojas estropeadas y dárselo a alguien que supiera escribir sin torcerse.

Porque yo no sé escribir más que en papel rayado.

Es esto, según he podido averiguar, una pésima condición. ¡Vergüenza me da confesarlo! Mi alma no puede caminar sola. Como un ciego, necesita un bastón para tantear el suelo que pisa.

Pero íbamos a que del convento de clarisas de Pinto me han enviado un paquete que ha resultado ser el cuaderno aquel que escribí en mi niñez durante el mes que pasé en el convento, preparándome para hacer mi primera comunión.

Era superiora una hermana de mamá, que se llamaba sor Catalina de Siena, y fueron aquellos días para mí de tan maravilloso y sobrehumano vivir, que el cuaderno entero (luego de enmiendas y tachaduras, de hacer o deshacer diálogos y de pergeñar menos mal lo mal pergeñado) lo transcribo aquí, para que otras niñas de nueve años, como yo tenía entonces, puedan vivirlos conmigo.