El cuidado de las plantas de interior - Carles Herrera - E-Book

El cuidado de las plantas de interior E-Book

Carles Herrera

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Beschreibung

Cómo cuidar las plantas de interior es un completo manual sobre las necesidades de las plantas que tenemos en nuestro hogar. Explica de forma amena cuándo y cómo debemos efectuar el riego, la poda y el trasplante, cómo combatir las plagas, cómo reproducir nuevas plantas a partir de las que ya tenemos, los trucos para que broten con vigor y qué hacer con ellas para que no sufran cuando nos vamos de vacaciones.

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El cuidado de las plantas de interior

© Carles Herrera, 2013. © de esta edición: RBA Libros, S.A., 2013. Av. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.www.rbalibros.com

Todas las ilustraciones de este libro son de Eduard Herrera. Diseño de la cubierta: juliafont.com. Fotografía de la cubierta: AJJ Estudi.

Primera edición: abril de 2013.

REF.: OEBO959 ISBN: 9788490566916

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

CONTENIDO

¿Qué es una planta de interior?

LOS CUIDADOS BÁSICOS

Un diálogo con nuestras plantas

Ubicación

Nutrición

El riego

Limpieza y saneamiento

La poda

El trasplante

ENFERMEDADES Y PARÁSITOS

Enfermedades por descuido

Parásitos

LA REPRODUCCIÓN

Cómo se reproducen las plantas

LAS PLANTAS MÁS RESISTENTES

Escoger la planta

Plantas de interior para principiantes

LAS ORQUÍDEAS

Unas plantas fascinantes

Los cuidados básicos de las orquídeas

Las orquídeas más resistentes

CÓMO CUIDAR DE LAS PLANTAS EN VACACIONES

Durante nuestra ausencia

De vuelta a casa

APÉNDICES

Preguntas y respuestas

Para saber más

¿Qué es una planta de interior?

Hace ya mucho tiempo que convivimos con ellas; las tenemos en una estantería de casa o de la oficina, en un pequeño lugar que es suyo desde quién sabe cuándo, un lugar donde, a menudo, han pasado desapercibidas durante años. Siempre hay quien les regala un chorrito de agua, quien las limpia de hojas mustias, quien les remueve un poco la tierra. Incluso hay quien se entretiene a pasar por sus hojas un paño empapado en cerveza hasta dejarlas bien brillantes (¿habrá leído bien el lector?, pues sí: ¡cerveza!, un viejo recurso del que hablamos en este libro). Y ellas apenas piden nada más: con esto les basta para vivir. Las plantas de interior a menudo son fuertes, casi invencibles, y nos dan una lección de modestia y de supervivencia. Las conocemos bien: son los ficus, la palmera del salón, el tronco del Brasil, el potus de toda la vida y tantas otras, que nos regalan su verde presencia, siempre tan cotidianas, discretas y silenciosas. Un retazo de vida en un rincón de nuestro hogar.

Son para nosotros tan familiares, y estamos tan acostumbrados a compartir nuestros espacios vitales con ellas, que en ningún momento nos hemos parado a pensar que estas plantas humildes, que nosotros llamamos de interior, en realidad conservan en sus genes la impronta de un hábitat natural exótico, absolutamente fértil y frondoso, a menudo tropical, muy distinto al nuestro.

Efectivamente, en este libro hablamos de plantas que proceden de lugares cuyo clima es mucho más cálido que el que nosotros habitamos, y que en realidad no podrían sobrevivir en el ambiente contrastado y demasiado fresco de nuestras latitudes. Por eso, se han adaptado a nuestros hogares, o mejor dicho, las hemos adaptado —y adoptado—, gracias a que, para nuestro propio bienestar, procuramos mantener en casa un ambiente siempre cálido y estable. El mismo ambiente, precisamente, un tanto luminoso, bastante húmedo, más bien caliente y tan constante como sea posible, que necesitan las plantas procedentes de los ambientes tropicales.

Por eso estas plantas pueden ser felices en nuestras casas. ¿Quién sabe? Quizá son tan felices como lo somos nosotros con ellas, cuando disfrutamos cuidándolas, viéndolas florecer, plantando sus esquejes y ayudándolas a crecer con todo su esplendor.

Pero, insistimos: que se llamen plantas de interior es, en realidad, una quimera. Porque las plantas de interior no existen como tales, porque no existen plantas que hayan decidido plantarse dentro de un edificio, ni serían jamás capaces de vivir así por ellas mismas. Por tanto, tampoco hay ninguna clasificación científica que defina de este modo a ningún grupo de plantas. Somos nosotros quien las clasificamos de esta forma, con esta nomenclatura artificial y paradójica, y lo hacemos para apropiarnos de ellas, porque queremos disfrutar de cerca de su presencia exuberante y pletórica de vida.

Para tranquilizar al lector, y por suerte para el planeta, debemos aclarar que estas plantas que nos regalan, o que compramos en los viveros, centros de jardinería y floristerías no proceden de su hábitat natural; si así fuera, en poco tiempo, y a nuestro ritmo actual de con-sumo, acabaríamos con la mayoría de las especies que decoran los interiores. La mayoría de plantas disponibles en el mercado se multiplican a millones en laboratorios y crecen en invernaderos, donde se procura que reciban todos los cuidados necesarios para que lleguen en perfectas condiciones a nuestros hogares.

Además de impedir que acabemos con las especies, el proceso de reproducción que se lleva a cabo en los viveros consigue, por una parte, que todas las plantas sean exactamente iguales, y por otro —y he aquí lo más importante—, que estén totalmente libres de cualquier virus o enemigos genéticos, hecho que les dota de más defensas y, por tanto, de una mayor resistencia.

Por eso están siempre ahí, acompañándonos en nuestros quehaceres cotidianos, porque muchas de ellas son extraordinariamente fuertes y requieren pocos cuidados. Pero eso no significa que sean imbatibles ante las condiciones adversas y que puedan sobrevivir ignoradas y desatendidas en cualquier rincón de nuestro hogar. Las plantas son seres vivos y de nosotros dependerá su bienestar.

En este libro proporcionamos las claves para que las plantas que tenemos en casa crezcan sanas y felices. Hablamos de plantas muy resistentes y bien conocidas, ideales para principiantes, y también de muchas otras más delicadas, como las orquídeas, tan gratificantes de cuidar. Explicamos sus claves, no solo para que sigan siendo elementos decorativos para nuestro hogar; también, para verlas con otros ojos, para aprender más sobre ellas, y para amarlas.

LOS CUIDADOS BÁSICOS

Un diálogo con nuestras plantas

El cultivo de las plantas de interior está cada vez más extendido, y gracias a ello, cada vez poseemos más conocimientos sobre ellas. Sin embargo, también está muy extendida la idea de que muchas de estas plantas son difíciles de cuidar —nada más lejos de la realidad, como veremos en este manual—. Debido a este tópico, mucha gente tiende a tratar a sus plantas como a un objeto de decoración cualquiera; se limitan a regarlas de vez en cuando y al morir, las sustituyen por otras. Así lo confirman las estadísticas: cada año mueren o se estropean más del 30% de las plantas de interior por no recibir las atenciones básicas adecuadas.

Debemos partir de la idea de que, en realidad, los ambientes de interior no son el medio idóneo para ninguna planta. Por más hibridaciones, selecciones y tratamientos que hayan recibido en laboratorios y viveros para adaptarlas a nuestras casas, su verdadero medio es su hábitat natural de origen, y somos nosotros quienes las forzamos a adaptarse a nuestro modo de vivir. Si bien es cierto que hay un gran número de plantas que se aclimatan y que se pueden cultivar sin problemas en el hogar, otras solo admiten sus condiciones ambientales durante algún tiempo. Y muchas otras plantas viven unos pocos días, ya sea por falta como por exceso de atenciones.

Para evitar que sigan malviviendo y muriendo irremediablemente, debemos mentalizarnos de que las plantas son seres vivos y, por tanto, debemos respetarlas y cuidarlas como tales. Solo así disfrutaremos plenamente de ellas.

No es tan complicado como parece. Si intentamos comprenderlas como llegamos a comprender cualquier animal de compañía, tendremos planta para rato. Ellas tienen su propio lenguaje y con él nos comunican su estado en todo momento. Si dedicamos un poco de tiempo a su observación, reconoceremos con facilidad sus necesidades en cuanto a la luz, riego, humedad, alimentación y limpieza. También mediante la observación, detectaremos fácilmente los síntomas de cualquier patología o estado de malestar, y bastará con deducir las causas para corregirlas y evitar males mayores.

A continuación detallamos los aspectos básicos para su cuidado: ubicación, nutrición, riego, poda, trasplante, reproducción, solución de problemas y enfermedades, etc. También describimos algunas plantas, las más fuertes, para animar a los principiantes a iniciarse en su cultivo y a descubrir así todo un mundo vivo. Porque mediante el conocimiento no solo podremos cuidar mejor de nuestras plantas, sino que también nos permitirá comprenderlas, y con ello, disfutarlas.

Ubicación

En el centro de jardinería, vivero o floristería, la planta que hemos adquirido ha sido cuidada con esmero para que llegue a nuestras manos en perfecto estado. Se trata de un ser vivo sensible a los cambios y vulnerable ante cualquier desequilibrio, de modo que una vez llegue a nuestro hogar, debemos seguir atendiéndola como se merece, proporcionándole todo lo necesario para que el cambio de ubicación le perjudique lo mínimo posible. El lugar donde vivirá a partir de ahora deberá reunir las siguientes características:

Escogeremos un espacio muy luminoso, ya sea mediante luz natural o artificial, pero debemos evitar a toda costa que los rayos de sol incidan directamente sobre la planta. Si la situamos ante una ventana, balcón o galería, conviene que los cristales dispongan de una cortina o visillo que tamice los rayos solares. Una vez al mes debemos girar la planta un cuarto de círculo, para que reciba luz por igual en todas sus hojas —si no lo hacemos así, es posible que la planta se gire por ella misma en busca de la luz, pierda su forma natural y crezca desgarbada—. Por regla general, todas las plantas deben disponer de un mínimo de diez horas diarias de luz, bien sea natural o artificial.Evitaremos las corrientes de aire. En realidad, lo que perjudica a la planta no son las corrientes por sí mismas, sino los cambios bruscos de temperatura. Por ejemplo, si la dejamos expuesta al aire que entra por una ventana, y este es mucho más frío que el ambiente del interior, la planta puede sufrir un shock. En cambio, si el aire que crea las corrientes es de la misma temperatura que la del hogar, este no afectará negativamente a las plantas.Evitaremos las fuentes de calor o de frío, por el mismo motivo antes apuntado: para evitar que las plantas sufran contrastes de temperatura. También debemos evitar colocarlas cerca de los radiadores, puesto que estos resecan la atmósfera.En el caso de plantas con hojas delicadas o con flores, las alejaremos de los animales de compañía y también las mantendremos fuera del alcance de los niños.También alejaremos de animales y de niños las plantas de interior tóxicas como la poinsettia, la dieffembachia y los ficus. En realidad, su nivel de toxicidad es muy bajo y solo afectan a la salud en caso de ingerirlas en gran cantidad. Los efectos de su intoxicación son dolor de barriga y vómitos. El contacto con su savia también puede ser urticante para algunas personas.Sus hojas no deben tocar los muebles, paredes o ventanas, ya que esto puede provocar heridas muy perjudiciales para la planta.Las plantas de flor necesitan una atención especial, ya que existen diversos elementos relacionados con el lugar donde están ubicadas que pueden afectar a la floración. Por ejemplo, la proximidad a fuentes de calor o de frío, estar en contacto con fruta fresca o la incidencia de los rayos solares, son factores que aceleran la floración.A pesar de la opinión popular, dormir cerca de las plantas no es en absoluto perjudicial para nuestra salud, ya que el oxígeno que consumen por la noche es mínimo. Esta ubicación, en realidad, tiene más puntos de ser peligroso para ellas, porque muchos dormitorios no son lo suficientemente luminosos y ventilados como para asegurar su bienestar.

Nutrición

El crecimiento de las plantas, como el de cualquier ser vivo, es la consecuencia de la división de sus células, que se multiplican y aumentan de tamaño. De la misma manera que los seres humanos, las plantas necesitan más cuidados cuando son pequeñas, y su madurez depende en gran medida de cómo se desarrolló su infancia. Si no reciben las debidas atenciones en los primeros tiempos, pueden crecer y desarrollarse mal, con el consiguiente perjuicio en las flores y en los frutos. Así pues, para que las plantas crezcan sanas, deben estar bien alimentadas desde su nacimiento.

La nutrición es el proceso biológico por el cual la planta absorbe los productos necesarios para su alimentación y los transforma en su propia materia viva. Estos elementos proceden del medio que le rodea (tierra, agua, aire, otra planta, etc.) y son de dos clases: los macroelementos y los microelementos.

Los macroelementos componen el 6% de la materia vegetal viva. Unos, como el nitrógeno, el fósforo y el azufre, componen las proteínas, sustancias fundamentales de los tejidos vegetales; otros, como el magnesio, forman parte de la clorofila. El potasio, el calcio, el sodio y otros elementos realizan diversas funciones, pero, esencialmente, mantienen el equilibrio químico dentro de la planta.Los microelementos representan una parte insignificante del peso de la planta, pero no por ello son menos indispensables que los anteriores, pues su carencia puede provocar alteraciones en el desarrollo vegetal. Entre ellos se encuentran: boro, hierro, cinc, manganeso, cobre, molibdeno, cloro y cobalto.

¿Cómo adquiere la planta los elementos nutritivos?

La mayoría de vegetales se proveen de nutrientes solubles a partir del suelo, por medio de sus raíces, y del aire, utilizando sus órganos aéreos: el tallo y las hojas.

LOS ABONOS

Los abonos o fertilizantes aportan, junto al agua, los nutrientes que precisan las plantas. Tenemos a nuestro alcance una amplia variedad de preparados, que se clasifican en dos grandes tipos de abonos: los abonos químicos o minerales y los abonos orgánicos. En ambos casos es importante que sigamos cuidadosamente las instrucciones del envase. Puesto que, generalmente, las plantas de interior se cultivan en recipientes pequeños, la cantidad de tierra disponible para las raíces es pequeña y eso significa que debemos abonar en cantidades pequeñas, pero con una mayor frecuencia.

Los abonos químicos

Lo forman sustancias de origen mineral, producidas bien por la industria química, bien por la explotación de yacimientos naturales. Existen en el mercado muchas variedades de abonos químicos, que se denominan según sus componentes principales: nitrógeno, fósforo y potasio (NPK). Así, existen abonos nitrogenados, fosfatados y potásicos. También hay abonos compuestos, formados por dos o más nutrientes principales (nitrógeno, fósforo y potasio), además de alguno de los cuatro nutrientes secundarios (calcio, magnesio, sodio y azufre) o de los micronutrientes (boro, cobalto, cobre, hierro, manganeso, molibdeno y zinc), esenciales para el crecimiento de las plantas.

No todas las plantas necesitan la misma composición, ya que las de hoja verde necesitan un abono rico en nitrógeno, las de flores y frutos requieren una composición rica en fósforo y potasio y las acidófilas (plantas que necesitan un suelo ácido para vivir, como la azalea) precisan un compuesto rico en potasio, además de hierro. En el envase del abono, además de indicar para qué tipo de planta es idóneo, el fabricante nos apunta el porcentaje de cada elemento de su composición química.

También hay una gran variedad de presentaciones: en polvo, en pastilla, granulado, en barritas, líquido, líquido foliar… Los más habituales son el abono sólido y el abono líquido.

¿Cómo se aplica el abono sólido?

La planta asimila este tipo de abono lentamente. Se debe aplicar después del riego y como máximo una vez al mes. Para saber la cantidad a suministrar, seguiremos las indicaciones del envase. Sin embargo, este tipo de abono no es aconsejable para las plantas de interior, porque en ellas casi siempre procuraremos mantener la tierra húmeda y esto provoca que el abono se deshaga antes de tiempo.

¿Cómo se aplica el abono líquido?

Este tipo de abono, que se asimila de inmediato, es sin duda el más adecuado para las plantas de interior. Para aplicarlo, debemos seguir escrupulosamente los consejos del fabricante. Diluiremos el producto en el agua de riego las veces que sea necesario y si nos aconsejan verter una sola dosis, así lo haremos, pues si nos pasamos podríamos provocar quemaduras en la planta. En el momento de abonar, el sustrato siempre debe estar húmedo. No aplicaremos jamás el abono sin diluir sobre la tierra seca, puesto que corremos el riesgo de quemar las raíces y, si así fuera, la planta ya no se recuperaría.

En la mayoría de los casos, para las plantas de interior, no es necesario comprar un abono específico. Bastará con adquirir uno para hoja verde, rico en nitrógeno, que servirá para todas las plantas sin floración, y otro específico, rico en fósforo y potasio, para las plantas de flor —incluidas las orquídeas—. Tampoco es necesario abonar en cada riego. Durante los meses de agosto y de diciembre las plantas descansan, por lo que no es necesario abonarlas.

Los abonos orgánicos

El abono orgánico es de procedencia animal o vegetal, y principalmente procede de los excrementos de animales —caballo, vaca, conejo, pingüino, gaviota, lombrices, etc.—. Habitualmente son conocidos como estiércol, guano o humus. Para las plantas de interior utilizaremos, preferentemente, el guano, porque los demás suelen desprender olores desagradables.

Abonos caseros, sencillos y económicos

Tenemos en casa mil y una oportunidades de conseguir abonos orgánicos, utilizando los residuos que producimos habitualmente:

La tierra de las plantas de interior se enriquece enormemente si la mezclamos con cáscaras de huevo machacadas. Son poderosos fertilizantes naturales, ricos en calcio y, además, muy baratos.El té es también un formidable abono: al menos una vez al año, podemos esparcir el contenido de una bolsita por planta mediana sobre la tierra. Además de los nutrientes que le proporciona, la planta también se beneficia del aporte de materia orgánica que representa el contenido de cada bolsa.Otros abonos sorprendentes son las sobras del desayuno —leche, café con leche, cacao e infusiones—, que representan, en pequeñas cantidades, un gran aporte vitamínico para las plantas. Los podemos verter directamente sobre la tierra, pero sin pasarnos.Es posible decir, por una vez, que el tabaco es beneficioso (para las plantas): cada tres meses, aproximadamente, podemos esparcir el contenido de dos cigarrillos sobre la tierra de cada maceta. Esto dará fortaleza a nuestras plantas. La ceniza del tabaco es también un formidable abono, si se utiliza con moderación (el exceso puede ser perjudicial).

RECUERDE QUE…

Las plantas necesitan alimentarse a menudo. El sustrato suele contener todos los minerales que necesitan, pero en la mayoría de los casos estos minerales se encuentran de forma sólida y la planta solo los puede asimilar en su forma soluble. Por ello debemos suministrarle el nutriente en forma de abono, preferentemente en su presentación líquida. Lo añadiremos al agua de riego de forma asidua (cada dos riegos), sobre todo en época de crecimiento (primavera y verano).

El riego

El mal uso del riego, ya sea por falta como por exceso, es sin duda alguna la principal causa de que la mayoría de las plantas de interior se estropeen y de que muchas de ellas acaben muriendo. Según estadísticas realizadas por la Oficina Holandesa de la Planta y la Flor, el 80% de las plantas de interior tienen problemas de salud por culpa del riego, generalmente por la tendencia que tenemos a regar más de la cuenta. Con el riego asiduo y excesivo, el agua arrastra hacia el exterior los minerales disponibles para el alimento de la planta y le impide disfrutar de ellos. Peor aún: si el sustrato retiene la humedad en exceso, esto provoca que se pudran las raíces y por tanto que la planta se asfixie hasta quedar tocada de muerte.

Por supuesto, la falta de riego también puede ser mortal, pero si bien el exceso de agua muchas veces no tiene remedio, las plantas suelen tener más resistencia a la sequía, e incluso cuando las encontramos totalmente secas, a menudo queda un atisbo de verde esperanza y es posible hacerlas renacer. Por eso, con el riego siempre suele ser mejor quedarse corto que excederse.

¿Con qué periodicidad debemos regar?

Es imposible confeccionar un calendario de riego, ya que este depende de muchos factores: del tipo de tierra, del tipo de planta, de su ubicación, de la temperatura, de la humedad ambiental, de si está sola o acompañada de otras plantas (puesto que las plantas juntas crean un pequeño microclima donde se abastecen de humedad las unas a las otras), etcétera.

Por regla general, entre mediados de septiembre y hasta mediados de abril las plantas de interior ralentizan su crecimiento y no consumen casi agua, por lo que basta con humedecer la tierra. En cambio, entre mediados de abril y mediados de septiembre las plantas consumen gran cantidad de agua porque deben contrarrestar las altas temperaturas de la época, a la vez que deben asegurar el consumo