El día que cayeron los ángeles - Adrian Ponteprino - E-Book

El día que cayeron los ángeles E-Book

Adrian Ponteprino

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Beschreibung

El día que cayeron los ángeles es una novela que nos sumerge en los mitos antiguos, explorando la historia de los ángeles caídos y los Nephilim desde una perspectiva hermética y mitológica. A través de las páginas de este relato, se nos revela una interpretación única del libro de Enoc, presentando una visión del Edén y los eventos que llevaron a la caída de los ángeles, la creación de los Nephilim, y el catastrófico diluvio que borró las ciudades marcadas por la corrupción. Esta narrativa no solo retrata batallas de proporciones míticas y el ascenso de gigantes, sino que también nos habla de la ambición, la traición y la búsqueda de redención.

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Seitenzahl: 580

Veröffentlichungsjahr: 2024

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ADRIAN PONTEPRINO"El Caminante"

El día que cayeron los ángeles

Ponteprino, Adrian El día que cayeron los ángeles / Adrian Ponteprino. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5051-4

1. Narrativa. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

Capítulo I - “EL HIJO DEL HOMBRE”

Capítulo II - “ENOC EL ESCRIBA”

Capítulo III - “EL EDEN”

Capítulo IV - “RECONOCIMIENTO DEL ERROR”

Capítulo V - “LAS 12 TRIBUS”

Capítulo VI - “REVELACION EN EL HERMON”

Capítulo VII - “TRAS LAS HUELLAS DE ADAN”

Capítulo VIII - “ADAN Y EL REY”

Capítulo IX - “LOS 11 ESTANDARTES”

Capítulo X - “CONFESION DE ADAN”

Capítulo XI - “ENOC DA TESTIMONIO”

Capítulo XII - “UNA ESPERANZA”

Capítulo XIII - “LA LUZ DE GALILEA”

Capítulo XIV - “BAALBEK, CIUDAD GIGANTE”

Capítulo XV - “ENOC EN BAALBEK”

Capítulo XVI - “EL EGO, UN FIEL COMPAÑERO”

Capítulo XVII - “LOS ANGELES PIDEN UNA REMISION”

Capítulo XVIII - “LA MANSIÓN Y EL TRONO DEL ALTISIMO”

Capítulo XIX - “ENOC REGERSA A LA MANSION”

Capítulo XX - “LAS TABILLAS DEL CIELO”

Capítulo XXI - “APOCALIPSIS DE LAS SEMANAS”

Capítulo XXII - “LA ABOMINACION EN EL TEMPLO”

Capítulo XXIII - “ASUNCION DE ENOC”

Capítulo XXIV - “ANUNCIO DE LA CATASTROFE”

Capítulo XXV - “EL SEOL ABRE EL HOCICO”

Capítulo XXVI - “ASARYALYOR ADVIERTE A NOE”

Capítulo XXVII - “AZAZEL EN EL GEHENA”

Capítulo XXVIII - “SEMYAZA ENCADENADO”

Capítulo XXIX - “JUICIO A LOS REYES Y PODEROSOS”

Capítulo XXX - “MONTE HERMON”

Prólogo

Durante muchos años me he dedicado al conocimiento antiguo, hermético, mitológico y profético. Ahora te entrego esta novela basada en el libro de Enoc. Te hago un relato maravilloso desde el Edén, los ángeles caídos, su juramento, la llegada de los Nefilin, hijos que surgieron por la unión de las mujeres y los ángeles caído, la gran batalla en el árido hasta que el diluvio puso fin a tanta intolerancia y desfachatez humana.

Fue tan grande la caída de consciencia de los hombres, de la misma manera en tiempos atlantes todo sucumbió bajo las aguas, el mismo suceso catastrófico sumergió a las ciudades de los gigantes de Balbeck y todo lo que es el valle de Becaa en el Líbano.

Por primera vez, entenderás que el Edén se encontraba frente a la isla de Chipre, hoy sumergida y el diluvio bíblico aconteció en la tierra que hoy conocemos como el Líbano, en su valle más extenso, lugar, donde las tribus edenitas se asentaron y crearon una sociedad que por las trasgresiones de los doscientos ángeles caídos, todo sucumbió.

La misión fallida de los ángeles, seres de altísima vibración provenientes de Venus para guiar el proyecto edénico se vio atrapada por la seducción, adoración, dualidad y ambición de poder. Y todo el conocimiento de los doscientos descendidos generó un cambio muy marcado en la región, llevando a los hombres querer ser como los dioses y gobernar cuantas tierras lejanas pudieran alcanzar su dominio y poder.

Pero Dios eligió un hombre bueno. Uno que estaba destinado a enderezar el rumbo y salvar la vida animal de la región. Nació Noé en las tierras áridas, donde pocas veces llovía.

Te enseñaré que en estos tiempos las profecías también existían y entenderás que el arca de Noé, se poso en el monte Hermón y no en el Ararat, fue esa era el nombre de la ciudad donde el patriarca moró finalmente y formaba parte de la ladera del monte donde los ángeles juraron con un anatema seguir sus planes.

Sumergirte en esta novela con todo Ser y re vivirás tiempos antiguos.

Introducción

Sucedió hace mucho tiempo, cuando del planeta Venus, bajaron a la tierra un Príncipe Serafín llamado Semyaza y un Querubín de nombre Azazel para asistir a los edenitas que partieron del Edén hacia el oriente, buscando nuevas tierras y con la intención de no repetir el primer error suscitado en el Paraíso.

Otros seres de Luz descendieron del mismo planeta que es la estrella matutina de cada mañana y quienes moraban allí, vibraban tan alto que todo lo sabían y los secretos muy profundos. Entre ellos también bajaron otros Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles y Ángeles, en su mayoría, hasta completar un total de doscientos.

Pero todo cambio cuando se sintieron dioses sobre la faz y se llenaron de soberbia cuando fueron idealizados cada uno de ellos, como los seres elevados que eran. Pero la ambición los dominó para su desgracia.

Obraron milagros sobre la tierra y enseñaron artes misteriosas de seducción y combate. En el monte Hermón, en la cima cuyo nombre es el Ardis, se juraron con un anatema y cumplir la nueva misión que ellos se impusieron. La de crear un segundo Edén bajo su supervisión, desobedeciendo así, las órdenes del Cielo.

Conocieron los ángeles desertores a las mujeres y las vieron bellas. Se unieron con las hijas de los hombres y engendraron hijos, los cuales fueron los gigantes sobre la tierra y les pusieron por nombre, Nephilim. También les nacieron hijos deformes, horrorosos y otros tantos que no alcanzaban a vivir.

Se llenaron los ángeles de lujuria, orgullo y vanidad, lo cual les significó la caída y la terrible sentencia de no poder retornar a los cielos de origen.

Hubo un profeta muy amado por Dios cuyo nombre es Henoch, y fue llevado a los Cielos en una carroza de luz y torbellino y profetizó el diluvio como castigo.

Todo el valle del árido se lleno de violencia. Guerra entre los hombres, conflictos entre hombres y gigantes, ódio entre los ángeles caídos y los reyes rebeldes. La tierra del valle y las ciudades de los gigantes del Líbano se condenaron a la destrucción.

Una gran guerra estalló y la tierra tembló, abriendo el Seol y devorando guerreros, animales y la tierra misma.

Noé ya tenía el arca lista y todos ingresaron. Llego el diluvio y todo terminó, porque la avaricia había colmado de gritos el cielo.

Capítulo I

“EL HIJO DEL HOMBRE”

Es el año 4116 a. C. o 1506 después de la Creación, cuando esto sucedió:

Impaciente, nervioso, un tanto alterado y otro histérico, no por ser su naturaleza sino por la seguridad de tan extraño embarazo. Nueve meses que no fueron como otros, por el contrario, a más de uno llamó la atención. El momento esperado era éste, las mil conjeturas que se podían hacer, ya no tenían sentido, sin embargo, dominado por su inconsciente seguía esgrimiendo innumerables teorías mientras transitaba por el mismo camino del comedor, el mismo sendero, hacia un lado y hacia el otro, de norte a sur, turnando su mirada indagatoria hacia esa bendita puerta esperando que se abriera y el suelo mismo que era testigo de su larga espera.

Sin duda aquel día era diferente, no solo por la llegada de un nuevo ser, sino que tras meses de sequía, en pleno medio día, el cielo se cubrió de espesas nubes negras, lo cual, no era lógico que aconteciera. Amenazaba con llover cuando no debía ser así, atentaba una fuerte tormenta cuando ni un aliento soplaba desde hacia meses en la región, pese a todo eso, las nubes cargadas de pesada humedad estaba en lo alto y pronto a caer.

Los gritos de parto habían cesado, tan repentinamente como el mismo trueno en los campos. Un silencio extraño que no comprendió, presagiaba en su ser temeroso el indicio de malas noticias.

Los segundos de espera fueron una eternidad y no resistió más. Con su energía y temperamento que lo caracterizaba, Lamec, sin pedir permiso, ni mediar palabra, entró súbitamente al cuarto y tuvo ante él la respuesta de tan callado nacimiento.

En manos de la partera y sostenido por pañales, todos estaban fascinados, aturdidos y confundidos a la vez por la llegada de esta criatura que Lamec tanto ansiaba recibir.

El recién nacido no era como los suyos. Su piel completamente blanca como la nieve con partes rojas como la flor de rosa. La zona del cuerpo que fuera tocada, permanecía marcada con un tono rozado, siendo señal inequívoca que alguien se atrevió a tocarlo. Ningún niño del árido era así. Jamás un bebé en todos los territorios conocidos se manifestó con semejante presencia que confundía los sentimientos, pasando de la alegría al desconcierto o peor aún, al temor.

Sus pelos no eran ajenos a esa anomalía corporal, también blancos y abundantes, fiel a la más bella lana. Cuando abrió sus ojos pareció iluminar como el sol los corazones de los presentes, grandes y hermosos con un tono claro pero indefinido, marcaban una mirada fija y penetrante difícil de sostenerse en ellos, pues eran ojos de dominio y poder. Toda la habitación se iluminó con su hermosura. Bello pero extraño, Lamec creyó que no era su hijo, sino hijo de un ángel, análogo a los gigantes. Como si todo lo visto no fuera poco, una sorpresa los paralizó al instante. El bebé con su delicadeza enderezó lentamente su columna y quedando erguido por completo para que todos lo vean, o para él, ver a todos. La partera misma temblaba como terremoto de cordillera, esto no podía estar sucediendo, sin embargo, era así.

El niño abrió su boca, su llanto fue tan dulce y conmovedor que, el miedo suscitado fue menguando al escucharse tremenda dulzura. No causaba pena escuchar al varoncito, el temor se reemplazó por alegría y felicidad en todas las mujeres, pero Lamec, se negaba a avanzar tan solo un paso más. En brazos de su madre, el niño llenó de placer a todas las mujeres presentes, aunque lo moraba con desconcierto, pues era muy distinto a todo lo visto hasta entonces.

Lamec fue preso del terror, huyó del lugar y partió en busca de su padre Matusalén. Debía saber que estaba sucediendo.

Abandonó su hogar tan a prisa como pudo, traspasó el campo llamado el árido, un gran valle en la altura de las montañas del Líbano. Su aridez era provocada por la escasez de humedad que desde el mar de Eritrea avanzaba y chocaba del lado occidental de la cadena montañosa, descargando allí la mayor cantidad de precipitaciones y muy poco al lado oriental, atenuado únicamente por los ríos del deshielo de la primavera, dominio indiscutido de los Cedros del Señor, los Cedros del Líbano. Esta era la característica del árido, la región llamada Dundaín, morada de la familia de Lamec y sus antecesores que tanto adoraban a Dios.

Todo era anormal. Una fina pero molesta llovizna se precipitaba en todo su cuerpo. Se podían ver relámpagos y los truenos se escuchaban a lo lejos, más allá de los Cedros del Señor. ¿Qué relación había entre el nacimiento y este evento climatológico que no correspondía para la fecha? ¿Una señal? ¿Un mensaje? Si era así, todo indicaba que buenas, no podían ser las noticias, demasiadas coincidencias para tan especial embarazo y parto de su amada mujer.

Tras mucho correr y mojado llegó a la vivienda de su padre.

Nervioso, trató de explicarle lo que sucedió. Con sus manos Matusalén le exigía que se calmara, no se le entendía una palabra de lo que quería expresar. Completamente exaltado por lo vivido y por la agitación de tan tremenda corrida a través del campo de Dundaín.

Respiró profundamente, por instrucción de su padre, si quería hablar debía tranquilizarse. Respiró reiteradamente y consiguió relajarse.

—¡He traído al mundo un hijo, diferente a los otros! ¡No es como los hombres, sino que se parece a un hijo de los ángeles del cielo! ¡Su naturaleza es diferente y no es como nosotros! ¡Sus ojos son como los rayos del sol y su rostro espléndido, pero en nada se asemeja a mí!

¡Me parece que no es mío sino de los ángeles y temo que se cumpla un prodigio sobre la tierra durante sus días! ¡Hoy no es la excepción, tras meses de sequías, de la nada surgió esta lluvia tan cargada de nubes que parecen el fin del mundo!

¡Te suplico, padre mío que vayas al lado de Enoc, nuestro padre, y que conozcas por él la verdad, porque yo la desconozco y fallezco de miedo por haber traído al mundo un ser que no solo no es mío, sino que me hace temer por los hombres!

Sin más que escuchar y comprendiendo la enorme preocupación de su hijo no podía hacer otra cosa que ir en busca de una respuesta satisfactoria o reveladora. Matusalén salió de su hogar y marchó hacia los confines de la tierra, a la cima de una montaña del Líbano, pues había oído hablar que allí se encontraba, el mismo lugar de donde se podían ver relámpagos centellear con gran furia, motivo suficiente para que ningún mortal se acercara tan solo al pie del mismo, pero los acontecimientos requerían coraje y mucho valor, lo cual dignificó a Matusalén y emprendió su caminar hacia esa gran roca que se elevaba como trono de Dios.

La llovizna aumentó en cantidad y el viento hizo lo suyo, como si el clima jugara en su contra y su voluntad de proseguir, sin embargo y pese al embravecido clima, no desistió y continuó. Su firme decisión estaba poniéndose a prueba una vez más y vencería como siempre.

Al pie de la montaña alzó su mirada y pudo ver tan majestuosa morada del Señor, una gran roca erguida para sostener como columna el cielo. Pese a los estruendos ensordecedores de los truenos, ascendió por un camino desconocido, un sendero que de seguro, lo tenía a su padre como protagonista de tantas ascensiones y bajadas. El viento y la lluvia se empecinaban en golpearle el rostro, como si fuera un insulto o profanación subir, sin embargo, el desafío y el esfuerzo acrecentaron su ímpetu para continuar.

En la cima, los gritos de Matusalén eran continuos ya que no sabía como hallarlo. Acostumbrados los descendientes de Enoc a subir colinas y montañas, no fue tan tortuoso como si lo era para otros. La mejor forma de estar más cerca del cielo y recibir los mensajes que el Altísimo hacía descender para el escriba, era llegando a este lugar tan particular, adorado y temido a la vez.

El mal clima no cesaba, por el contrario, empeoraba y grandes esfuerzo debía hacer para sostenerse en pie. Los vientos le hacían perder el equilibrio reiteradamente, pero continuó buscando por distintos lugares de la cima sin cesar de invocar su nombre

Horas más tarde, sus llamados fueron atendidos. Enoc se presentó ante él saliendo por detrás de una gran roca.

—Padre. He venido a tí a causa de una gran inquietud – Alegre de volver a verlo, lo abrazó muy fuerte y le expuso el interrogante. – Escúchame Padre, le ha nacido un hijo a Lamec, tu nieto, pero no es parecido a él, a tí ni a mí. Su naturaleza no es como la naturaleza de los hombres, su color es más blanco que la nieve y más rojo que la flor de rosa, sus cabellos más blancos que la lana y sus ojos como rayos de sol, que abrió iluminando toda la habitación. Despierta una suerte de admiración y a su vez miedo en todos los que lo han visto y lo cuidan aún.

Lamec está lleno de terror y no cree que sea suyo, sino de algún ángel. He venido a ti para hallar la verdad.

Más que preocupado, Enoc se vio feliz, como cuando una gran noticia llega a oídos de quién la estaba esperando. El escriba del cielo se dispuso a decirle le verdad. Lo tomó de uno de los hombros y le mostró el camino, se dirigieron a una cornisa donde se podía contemplar toda la creación del Señor, a un lado el árido a sus pies, al otro las colosales montañas y los Cedros del Líbano. Enoc extendió su mano izquierda hizo un paneo de todo cuanto se podía ver, para mostrarle y decirle el destino de todo lo que abajo estaba. La vista desde este lugar, como un balcón más allá de la montaña, regalaba una imagen colosal y maravillosa pese al terrible clima imprevisto para esa fecha.

—El Señor cumplirá cosas nuevas sobre la tierra, ya he tenido esa visión y te he hecho conocer que en los tiempos de mi padre Yared, ha habido quienes han transgredido en lo alto del cielo la palabra del Señor. – Mientras le hablaba, extendió su mano para entregarle un objeto desconocido y envuelto en un gran paño de cuero. Sin dejar de prestar atención lo tomó con intriga por su contenido. Enoc continuó.

—Todos ellos cometieron un pecado, transgredieron la ley, se unieron a mujeres y con ellas han cometido el pecado, se han desposado y han tenido hijos, que son los gigantes, dos veces más grande que cualquier hijo de hombre. También les han nacido otros seres de enorme tamaño pero inútil en su capacidad mental, como si ellos fueran los creadores de vida, han engendrado todo tipo de seres. Muchos son los gigantes de hoy en día, otros son una mezcla de hombre y medio animal, pues algunas mujeres no estaban en condiciones de parir tan tremendas criaturas. – No resistiendo, desenvolvió el obsequio y en él, un libro con una tapa muy dura forrada también del mismo material que el envoltorio. Cuatro perforaciones, dos arriba y dos abajo a modo de ojalillo y dos cordeles mantenían unidas sus hojas. No lo abrió, pues la lluvia arreciaba.

—Es por eso, mi querido Matusalén, que habrá una gran ruina sobre toda la tierra. Habrá un agua de diluvio y una gran calamidad durante un año.

Ese niño que ha nacido permanecerá sobre la tierra y sus tres hijos con sus mujeres, serán salvados cuando mueran todos los hombres que estén sobre ella. Se salvarán ellos y sus hijos y otros tantos que los asistirán.

Los ángeles engendraron gigantes sobre la tierra, no de espíritu, sino de carne; por eso habrá un gran castigo sobre el árido y será purificado de toda corrupción. – Matusalén estaba sorprendido por lo que escuchaba, pero también conciente que no era novedad, pues desde niño se lo inculcaron a él y a todos sus familiares.

—Anuncia a Lamec que su hijo, el que ha nacido, es verdaderamente suyo y que le dé por nombre Noé, porque él constituirá una permanencia para vosotros. El y sus hijos serán salvados de la destrucción que llegará sobre la tierra a causa de todo el pecado e injusticia que se cumplirá sobre la tierra en sus días.

Sin más para preguntar, Matusalén se marchó en medio de las tempestades que ya no lo eran tanto. Descendió con sumo cuidado y para cuando llegó a la base, la tormenta cesó bruscamente, el viento que aún gobernaba el lugar, era para disipar las densas nubes y el olor típico a humedad era fácilmente perceptible. Atravesó el campo a paso normal, con las palabras de Enoc, repitiéndose una y otra vez en su cabeza. No había duda que el tiempo había llegado a su fin y las obras de los hombres, también.

Los primeros rayos del sol comenzaron a filtrarse en lo alto, la oscuridad reinante, estaban cediendo ante la luz, comprobándose que aún era el mediodía y no la noche como parecía por tan escasa luminosidad. Alegre Matusalén por los cielos abriéndose en lo alto, como señal que buenas nuevas daría no solo a su hijo Lamec, sino también a toda la familia presente.

Matusalén llegó y habló.

La alegría fue de todos, se celebró como ningún otro nacimiento la llegada de este pequeño niño, su característica albina, única sobre el árido y más allá también. Tan única como el papel que Noé desempeñaría en los próximos años.

El tiempo pasó, Noé creció y Enoc ya tenía la señal para comenzar a predicar la llegada del fin de esta generación sumergida en injusticias y pecados. Enoc, el escriba, inició su peregrinación a todas las comarcas.

Capítulo II

“ENOC EL ESCRIBA”

Es el año 3518 a. C. o 2104 años después de la Creación, cuando esto sucedió.

Estaba Enoc con los suyos, los suficientes para que la Palabra del Cielo fuese transmitida con emoción y a los dispuestos a escuchar. Vestido con ropa ligera por el agobiante calor, el blanco del profeta parecía radiar cada vez que el sol asomaba detrás de la oportuna nube que los cubría del calcinante rayo solar.

Ni una gota de aire corría. Sin embargo, el llamado del escriba del cielo a la cima de la empinada y rocosa colina, era respondido por los seguidores sin importar la tortura del clima. Estos, además de familiares, se mezclaban con otros llegados del gran valle del árido.

Se había hecho una costumbre en los seguidores, imitar al profeta en cuanto a la forma de vestir. Todos exhibían el color blanco en sus prendas, pero la de Enoc, no tenía comparación.

Así se sentían ellos con respecto al resto. Los seguidores de Enoc y su descendencia carecían de maldad y especulación, de arrogancia y doblez de corazón. Por el contrario, éstos, eran motivo de continuas burlas pues se conformaban con poco. Vivían con lo justo y necesario. No necesitaban acumular ganado en exceso o negociar sus hijas con matrimonios espurios sin amor por simple conveniencia. Estaba claro para todos, que una calamidad estaba por llegar, ya sea por el pie del Dios o la cabeza insensata del hombre que no cesaba de crear un nuevo conflicto ni bien culminaba el anterior. En continua lucha tribal vivían los clanes para saquear los bienes y las tierras del otro. Lucha despiadada que parecía no tener fin.

Esta no podía ser la vida. Convencidos unos pocos que la vida debía vivirse y no que esta lo viviera a uno, era necesario un cambio sustancial en todos. Pero la mayoría, no comprendía el mensaje del profeta y por esto, eran marginados y ridiculizados.

Con el tiempo, comprendieron que el hombre no estaba feliz. Insatisfechos los habitantes del árido, volcaban sus energías en vanas contiendas para perecer en gran número. Nada había de honor en la matanza. La vida debía ser otra y los seguidores, poco a poco, se fueron apartando de la muchedumbre y se establecieron en nuevas tierra. Se alejaron del tentador valle y ocuparon tierras próximas a los Cedros del Líbano y Dundaín.

Libro en mano, enseñó lo que estaba escrito en beneficio de quien deseaba escuchar. Cuando en los primeros días habló el Escriba del Cielo, temió que la esperanza muriera por la ignorancia de su pueblo, pero con su esfuerzo y dedicación, tras varios años y con la Palabra partiendo de su boca, encontró oídos dispuestos a escuchar y corazones atentos a buscar una razón de ser. Una vida digna de ser vivida.

Feliz por estar con ellos y satisfecho porque algunos pudieran ver los nuevos cielos y nuevas tierras que pronto surgirían tras la calamidad, se convenció que gran parte de la tarea estaba cumplida. Tarea que no fue fácil llevar a cabo por la continua insensatez del hombre y la soberbia de los vigilantes del cielo que desertaron de las alturas.

Leyó con agrado los últimos versículos del valioso libro. Su voz fuerte hacía que todos escucharan y sintieran su magnética presencia. Sin gritos enfermizos, ni discursos enloquecidos, Enoc, con plácido monólogo transmitía lo que era necesario y oportuno para esta reunión.

Nadie se movía. Sentados en la tierra y habiendo apartado con anterioridad las pequeñas rocas cortantes del lugar, seguían atentamente el prolongado pero útil discurso. Agradecían muy en su interior a la nube que desde lo alto, daba la sombra necesaria para ser más tolerante el agobiante día.

—He aprendido todo con los ángeles del cielo y he comprendido todo lo que vi y lo que escuché – Dijo Enoc mirando a varios de los presentes. Observó que todos seguían muy atentos, tanto como al comienzo y leyó las siguientes palabras:

—Es por los Elegidos que hablo y a causa de ellos pronuncio una parábola. ¡Él saldrá de su mansión! ¡El Santo y el Grande!

¡El Dios del mundo irá desde allí sobre la montaña del Sinaí y aparecerá desde lo alto en los cielos! ¡Los pecadores se atemorizarán, temblarán de terror y un gran temblor sacudirá los extremos de la tierra! – Dejó de leer y por unos instantes volvió a mirar a todos y les dijo:

—¡En verdad les digo que así será! – Ni uno se atrevió a preguntar, hasta que el sagrado libro no se cerrase, no harían pregunta alguna, ni siquiera en sus mentes se atrevían a hacerlo. El propio Matusalén, comprendía la importancia de no interrumpir y solo escuchar y esperar el momento que su padre se dispusiera a dialogar fluidamente con todos. El libro seguía abierto y eso, era autoridad. Volvió a leer las palabras que solo él podía entender.

—¡Las montañas se derrumbarán y las colinas se fundirán como la cera ante la llama! ¡La tierra se incendiará! ¡Todo será consumido por el fuego, la peste y el hambre! ¡Habrá un juicio y pobre del que se encuentre en pecado!

¡El Señor dará la paz a los justos y cuidará a los Elegidos, sobre ellos reposará la clemencia! ¡Todos ellos serán hijos verdaderos de Dios! ¡La descendencia será bendita y por gracia de Dios! – Enoc cerró el libro.

Tomó con sus dos manos el pequeño libro y lo extendió hacia arriba cerrando sus ojos y por unos instantes, quedó en meditación. Delante de él y haciendo un semicírculo, varias decenas de personas, hombres, mujeres y niños lo escucharon atentamente. Su hijo Matusalén, avanzado en edad, más de lo que pudiera llegar la mayoría, también oía sus palabras, como lo hizo siempre pero con mayor devoción que antes, pues el tiempo había llegado a su final y los presentes así lo entendían.

Las palabras sagradas que Enoc había recitado fueron dictadas por los ángeles del cielo al escriba y profeta para dar testimonio y sentencias a esta generación de hombres y mujeres, descarriados, violentos y perversos. Lo instruyeron y le otorgaron la responsabilidad de dar conocimiento del gran pecado cometido por los doscientos ángeles caídos y sus nefastas consecuencias. Ellos, alteraron el normal desarrollo de la evolución humana, degenerándola y cediéndoles más conocimientos de lo que debían adquirir para tan temprana edad evolutiva. El pequeño libro que muy pocos podían leer era el tesoro más preciado de Enoc, incluso, más valioso que el mismo oro, pues era un valor espiritual y no material.

Enoc por mandato de los ángeles del cielo, bajó de la gran montaña, de aquella en que Matusalén lo interrogó alguna vez por el extraño nacimiento en el árido, del hijo de Lamec que tanto alboroto había causado por entonces. Enoc retornó con los suyos para predicar en el extenso y hermoso Líbano y preparar a los Elegidos en la última y más traumática hora del hombre. Debía instruir a los habitantes del árido y hallar entre los hombres y mujeres aquellos Elegidos que se pudieran salvar de la calamidad y para que éstos, colaborasen con Noé prontamente.

La búsqueda de los Elegidos fue más fácil de lo que había imaginado, esta gente justificaba el sacrificio. La humanidad se saturaba en infracciones, muy simple era hallar algunos de buen corazón puesto que los malos y los injustos despuntaban rápidamente en fechorías y mentiras, ellos eran la mayoría y en sus acciones cotidianas se veía la maldad.

Se dispuso a hablar nuevamente ante el importante grupo que escuchaba la Palabra del Cielo y sus recomendaciones. Fue entonces cuando aconteció lo que de aquí en más, sería una constante. La nube que residía por encima de ellos, dándole sombra por tan radiante sol, comenzó a mostrar signos sorprendentes e inexplicables. La nube parecía girar en sí misma y envolviéndose a su vez con velocidad y armonía. Un estruendo de cientos de caballos en lo alto, era testigo de un milagro en el cielo.

Todos sin excepción alzaron la vista y la fijaron en ese extraño evento que los estaba dejando sordos, como si la fuerza de todo un magno ejército en los cielos, se dispusiera a dar batalla contra un enemigo que no se encontraba a la vista y, de existir, se llenaría de horror con solo escuchar su fuerza arrolladora y paralizadora.

El temor era grande en todos y sus rostros reflejaban el miedo y la incertidumbre por lo que les podía suceder. Se encogieron de hombros, algunos se alteraron y se incorporaron para escapar de lo que parecía una amenaza, pero Enoc, por el contrario, se mantenía firme y alegre por el evento que lo tenía acostumbrado.

Las aves del cielo se alejaron de la cima de la colina y fueron a lo alto. Otras atraídas, llegaron con raudo vuelo sumándose al resto y giraron en círculo muy amplio entre la cima y la nube misteriosa, como si ellas estuviesen rodeando y protegiendo al profeta y los elegidos. Aves que eran presas y cazadoras volaban juntas sin el temor de ser devoradas por las implacables águilas del Líbano. Increíble de creer pero era así, tal como sus ojos lo estaban viendo, cientos de aves giraban en el mismo sentido que la gran y sorprendente nube.

Era ya un torbellino, el polvo se alzó y todos cubrieron sus rostros porque la fuerza era muy poderosa. Las ropas se agitaron por el viento que surgió de repente y todos vieron como Enoc, protegía el pequeño libro al igual que una madre abraza a su hijo ante el peligro, pero él sabía, que no había que temer por sus vidas.

Poco a poco el feroz torbellino comenzó a alejarse del sitio y no perdió su forma circular. Para sorpresa de todos, incrementó su velocidad y tomó rumbo a la gran montaña, aquella donde Enoc, vivió por algún tiempo. Esto era más que una señal.

Todos sorprendidos, se limpiaron sus vestimentas pues la tierra los había impregnado de la cabeza a los pies. Si alguno tenía dudas del escriba y de sus palabras sagradas, ya era imposible que en sus mentes albergaran confusión. Sin más para ver, tan solo las aves que continuaban en su vuelo circular sobre ellos, Enoc volvió a hablar.

—Hermanos míos, pronto deberé marcharme por un tiempo más, seré instruido en lo que acontecerá para nuestro tiempo y para los que vendrán en generaciones futuras. Lo que he adquirido no basta y más debo aprender, así ustedes crean que es mucho, en verdad no lo es. – La colina en que Enoc predicaba desde hace varios años, se ubica en el desierto de Dundaín, lugar predilecto del escriba para hablarle a los suyos y hacerles entender que ellos tenían la posibilidad de elevarse espiritualmente con respecto al resto que permanecía abajo, en el árido, con sus actividades mundanas que poco contribuían a sus almas, en un estado salvaje del espíritu.

Nadie los molestaba, muchos metros los distanciaban de la tierra, mucho era el cansancio que generaba llegar a la amplia cima, pero la fatiga se recompensaba con Fe. El premio por ascender, simbolizaba la ruta hacia la luz superior. En lo alto estaban libres de cualquier ataque de los salvajes que se multiplicaban sobre el árido, pues la injusticia era moneda corriente y muy sangrienta.

Rodeado por sus alumnos, todos ellos de cara al sol comenzaron a interrogar al profeta. La nube que les daba sombra ya no estaba y se sintió la necesidad de ella. El calor era demasiado.

—Señor, el abuelo de mi abuelo, muy poco le ha contado sobre el pasado, no obstante reiteradamente me ha dicho: “poco debo contarte de lo que aconteció tiempo atrás y mucho de lo que sucede hoy”. Nunca me explicó el significado de su frase y no estoy seguro de entenderlo. – Enoc aprobó con su cabeza, sabía su respuesta. Quién preguntaba se llamaba Iyasusael.

—No es una frase que exista, sino que la ha dicho por que lo sentía. Mucha razón tiene él y bueno es tomarla como enseñanza.

Tu abuelo poco ha de contarte de lo que pasó, porque en tiempos remotos la humanidad estaba muy cerca de la Creación y todo se encaminaba según lo establecido. Orden y no autoritarismo regía armoniosamente entre los seres carnales, los espirituales y la naturaleza. La vida al comienzo estaba llena de paz y tranquilidad, fue tan así que muchos la consideraron aburrida y un estancamiento en la evolución de la humanidad y de los seres ya en evolución. Fue entonces, cuando la mentira apareció para sacar ventaje del prójimo.

Para sostener la primera mentira se necesitó de otra y luego otra y otra más. Llegó a tal punto que, la Mentira sobrepasó a la Verdad y como bola de nieve creció hasta taparlos a todos. No pudieron vivir en la hermosura de la paz, algunos seres en evolución tentados por Ángeles Caídos cayeron en pecado, pues tomaron el camino más corto y les puedo asegurar que para ellos, hay un abismo de fuego esperando sus almas.

Las intrigas y las disputas surgieron y con ello la guerra, que envolvió a los seres en una edad evolutiva que no debía acontecer. En éste punto, insisten los ángeles del cielo. La muerte violenta fue cotidiana y las historias crecieron más que la firme raíz de la bondad.

—Hasta hoy en día. – Contestó el joven.

—Hasta hoy y seguirá por algún tiempo más.

—Por eso nos cuentas sobre el castigo del árido.

—El pecado, la sangre derramada en estúpidas peleas entre hermanos y los llantos, han llegado hasta el cielo y a oídos de los Buenos Ángeles. El primer Edén fracasó por alterar el normal y planificado esquema de evolución, hubo un perdón hacia los descendientes y poco han aprendido, cayendo por segunda vez en los mismos errores que Eva y Adán, aunque esta pareja primera no lo hizo con mala intención.

—Si el castigo es inminente ¿cómo es la salvación o cómo se debe actuar? – Uno de los presentes de nombre Adnarel quería saber lo que todos se preguntaban en sus mentes, no era la única mujer en querer comprender sobre la forma de salvarse.

—Si en el comienzo existían normas y aprendizajes contrapuestos con las normas y aprendizajes actuales ¿cuál crees que es la correcta? – Sabía respuesta. Una pregunta para que sea respondida por quién interrogaba.

—Ya comprendo. Pero... ¿cómo distinguir quién dice la verdad y quién busca embaucarnos para desorientarnos?

—Tú misma podrás darte cuenta. – Con el gesto de uno de sus dedos, señaló la cima de la colina. – Observa a la naturaleza y hallarás la respuesta a todo, no solo a esta inquietud sino a todas las que puedan surgir.

—Ayúdame a comprender esta. – Insistió la mujer.

—Mira los frutos del árbol y lo sabrás, mira el follaje de la vegetación y los arbustos y lo conocerás. – Señaló hacia arriba y todos miraron. – Mira las nubes que están en el cielo y lo entenderás. Si el fruto es a simple vista comible y su aroma hermoso, es porque no está podrido por dentro.

Si el follaje de la vegetación es espléndidamente verde y frondoso, el árbol es sano desde su raíz, pues tiene de florido lo que tiene de sepultado y esta raíz es el mismo corazón del árbol, bello por sí solo y firme en su crecimiento, entenderás que el suelo nutrió debidamente al árbol. Poco puedes esperar de uno seco.

Si las nubes que están en el cielo son blancas, sabrás que te darán sombra y protegerán del calor abrazante del sol de verano, pero si negro es su color, una tormenta arribará y refugio irás a buscar.

Mira a tu alrededor, el Creador nos da infinitas señales, pero no queremos ver los mensajes sabios que a través de la naturaleza nos da, intercediendo así en nuestro beneficio. Solo debes saber quién habla y que hizo él de su vida. No puedes esperar un buen consejo de quién es un consumado pecador, no puedes esperar paz de quién tiene manchadas las manos con la sangre de su prójimo. No puedes esperar que alguien hable de Dios cuando toda su vida, maldijo por un mal resultado. Mira lo que es él como ejemplo y sus hijos, si es que los tiene, y sabrás si es digno de escuchar o seguir camino.

Siempre observa y escucha, habla si quieres después, pero solo cuando sea conveniente, de lo contrario estás perdiendo tu tiempo con una roca que nada escuchará y nada verá. No existe otra mejor forma de diferenciar a los falsos de los verdaderos.

—Entonces a muy pocos se pueden escuchar. – Confirmó Adnarel.

—Porque se ha alterado la evolución, se quiso adelantar el proceso de aprendizaje de otras tribus que no estaban en condiciones de adquirir nuevos conocimientos, se basaron en el beneficio material y no en el espiritual. Fue un grave error. Primero se debe crecer interiormente y luego por fuera, no puedes tener hermosas ramas con su follaje si primero no hechas raíz profunda. Esto alteró por completo los clanes del árido y pueblos vecinos, no estaban listos para comprender la esencia del espíritu, mucho menos, el poder y la energía que hay dentro de uno mismo. Somos energía en un cuerpo alterable con el tiempo, pero la energía en sí, no se altera, pero si se la comprende, aumenta en magnitud y nos vuelve inmune a las enfermedades psíquicas, además de otros beneficios innumerables.

—Si entonces solo escuchamos a quién nos aconseja bien, como lo haces tú y seguimos los preceptos primeros ¿cómo se puede hallar la salvación si el Creador ha decidido y sentenciado a esta humanidad a perecer en corto tiempo? – Adnarel reformuló su pregunta primera, no había comprendido bien la explicación, pero tenía gran interés en entender.

—Tú me has preguntado antes sobre la salvación, la respuesta ya te la he dado, pero las enseñanzas son tan pocas desde que el Edén cayó, que no se les puede culpar por no comprender, pues yo mismo era como ustedes y pregunté para alejar de mí la ignorancia, solo así se pude llegar a la Verdad olvidada.

Ustedes... – Señalando a todos con su palma a todos, no como un acusador sino para que sintieran la responsabilidad que estaba hablándoles a ellos principalmente y no a los habitantes que seguían en sus actividades cotidianas lejanos a ellos. –...han comprendido todo lo que ven sus ojos, pero no asimilan aun lo que siente el espíritu poderoso que mora en ustedes y ese, es el verdadero Ser que requiere aprendizaje. Cuando se inquieten por la salvación, no deben hacerlo siempre de una forma meramente física, sino espiritual. De acuerdo estoy con ustedes, que la raza no debe extinguirse y por eso deben sobrevivir muchos para que el proyecto de la evolución continúe, pero de nada sirve si sus espíritus siguen contaminados. Esa es la salvación primordial, la del alma, quién debe adquirir conocimiento para la salvación eterna. Si ésta aprende, jamás cae.

—Pero ¿cómo podemos ser eternos si morimos en medio de los Ejércitos del Señor? – Adnarel insistía.

—Ocúpate de cultivar el espíritu en todas sus formas. Cuando tu cuerpo no exista más, solo será como mudar de ropa, pues tu alma no morirá. En un tiempo regresarán a este plano físico, tomarán un nuevo cuerpo en un vientre materno, acorde a la misión y aprendizaje que deban pasar. Morirás y nacerás en la carne tantas veces como sean necesarias. Lo físico siempre será circunstancial, pero el alma que habita en él, suma conocimiento o resta, depende de la intención de cada uno, si buscan crecer o si no buscan nada, solo pasar el momento. A estos últimos nada se le puede exigir, pues nada les importa. Ustedes tienen la posibilidad de estar más cerca de la Verdad y llevar una vida armoniosa y pacífica luego que llegue la Ira del Señor, pues la existencia humana no se extinguirá.

—Pero la escritura ha dicho que todo lo que está sobre la faz de la tierra perecerá. – Otro de sus seguidores tenía dudas, era menor en edad, pero igual de interesado que el resto.

—Todo perecerá, como está escrito, toda obra de los hombres no se mantendrá en pie, ni podrá ser útil para los reyes. Pero unos pocos vivirán en la carne luego de la calamidad.

—¿Esos son los Elegidos?

—Ellos son los elegidos, pero en cierta forma, ellos se eligen así mismos por sus buenas acciones. Algunos serán apartados para que la raza no perezca, de lo contrario, no abría forma de continuar con este plan divino y no habría nuevo cuerpo para reencarnar.

—Semana ha dicho una y otra vez... – Iyasusael pronunció el nombre del ángel más responsable del fracaso humano. El resto de los seguidores reaccionaron al instante con solo escucharlo. Enoc por el contrario, no prejuzgó, no dramatizó con lo dicho por el fiel seguidor y mantuvo su rostro sereno como desde el primer minuto que comenzó a predicar en la colina de Dundaín. El resto, por temor o por simple reacción, murmuraron distintas apreciaciones contra el ángel caído y exhibieron numerosos gestos que iban en desaprobación y muecas de horror. – ...que el Padre Creador nos odia y se arrepiente de habernos creado y por eso nos quiere destruir. No niega sus palabras maestro, pero sostiene que el fin está cerca y la aniquilación total es inminente. También ha dicho que solo la lucha y el control del árido nos podrían dar la oportunidad de sobrevivir.

—Lo que Semana dice son verdades a medias o mentiras atenuantes para justificar lo que él quiere hacer. – El sol estaba en el cenit y el calor se sentía a pleno desde que el torbellino se marchó hacia la enigmática y atrayente montaña. Con el cielo despejado, el celeste maravilloso tapizó de norte a sur y de este a oeste. Ni una nube en lo alto, solo el astro rey y un calor abrasador. – Les haré una pregunta simple. ¿Ustedes como padres, odian a sus hijos? ¿Soportan verlo sufrir? ¿Tomarían su cuchillo bien afilado y lo sepultarían hasta lo más profundo de su corazón?

—¡No! – Todos respondieron lo mismo y con gesto claro de desaprobación y estupor

—Entonces... esa es la respuesta. El padre no puede desearle el mal a ninguno de sus hijos, tampoco lo exterminaría. Si Lucifer, el ángel más bello y brillante que habitó los cielos, desertó, traicionó y combatió a Dios Padre y pese a su actitud no fue aniquilado ¿cómo ustedes pueden ser extinguidos de este proyecto humano? ¡Para nada! El verdadero sentido de hacer perecer todo lo que está sobre la tierra, son las obras materiales y los seres corporales que habitan en él, pero nunca el Alma. Es un derecho divino la vida eterna. ¿Cómo Dios Padre va querer dar por concluida esta tarea que recién comienza? Solo se trata de corregir lo que los mismos hombres y seres en evolución han alterado, por su codicia y por la tentación de los ángeles caídos.

—¿No se puede corregir sobre lo que ya está., educando a las nuevas generaciones?

—¿Se puede enderezar un árbol de 30 metros de alto y bien torcido?

—No.

—Tampoco a esta humanidad en el árido. Se debe comenzar de nuevo y corregir al máximo los errores, pero mientras existan seres como Semana y Azazel, seduciendo y tentando a los hombres, las alteraciones seguirán siendo una realidad. Hay que ser precavidos a sus dulces estímulos.

—Semyaza y Azazel ¿fueron responsables de la caída del Edén, como la tierra para hacer evolucionar a los hombres? – Adnarel estaba muy entusiasmada en conocer la verdad y no iba a permitir que alguna duda sobre lo que aconteció en tiempo atrás sobre el árido y el Edén permaneciera en su mente.

—No, pero el espíritu transgresor fue el mismo. Eva al percibir que el proyecto no era tan satisfactorio como deseaban, pensó acertado hacer unos ajustes al Plan Original. Ese fue un gran error involuntario porque el plan no era de ellos, sino un Plan Supremo que estaba correctamente trazado, solo era cuestión de tiempo y ella fue tentada por otros seres en evolución y aceptó sus propuestas, de la misma forma como ocurre actualmente con Semyaza y Azazel. – Sin que nadie lo dijera, esto era lo que todos querían conocer. La historia del Edén, su tribu y el fracaso, era el tema que más interés despertaba en todos, mucho más que los ángeles caídos. La agitación de los seguidores de Enoc quedó al descubierto por completo cuando Adnarel hizo la tan punzante pregunta y el escriba no ocultaría la verdad de lo acontecido. Todos incluso el profeta, cargaron de enorme emoción la cumbre de la colina de Dundaín, era la historia más atrayente de todas y no todos la conocían, ahora, estaban a punto de saber mucho más de lo que sus oídos escucharon. La boca de Enoc daría las verdaderas palabras de lo sucedido y eran todos conscientes que el Escriba era un elegido de los Santos del Cielo y por consiguiente, el único que podía dar luz a esta historia tan apasionante y traumática a la vez del origen del hombre sobre la tierra. Enoc, continuaba su relato apasionado y verdadero.

—¡Deben comprender este punto central! – Hizo fuerte hincapié en esto. – Cuando mentes superiores establecen un plan divino, saben de su demora en cada etapa. La paciencia es la virtud del sabio y Eva lo transgredió, no por maldad sino por sentir frustración a una tarea que parecía estar mal encaminada, pero no solo Eva se equivocó, fueron muchos más.

—Pero ellos fueron los responsables.

—Sí, fueron responsables y pagaron por su desobediencia inocente. Los conocimientos vertidos fuera del Edén, es decir, a las tribus que existían más allá de las murallas del Edén, aceleraron los procesos de evolución. Si los aprendices del Jardín hubiesen sido seres en avanzado estado de evolución y lo adquirido bien empleado, no hubiesen existido reprimendas mayores. Pero esto no ocurrió, las tribus que circundaban el emplazamiento del Jardín del Edén no tenían ni lo básico para aprender y se degeneraron por completo. Esta fue la primera trasgresión en el Edén, generada por ellos mismos, es decir, desde el interior. Luego llegó la segunda trasgresión con la llegada de Semyaza como Azael y los otros ángeles. Les dieron a las tribus primitivas las herramientas necesarias para utilizarlas con fines violentos y saldar cuentas entre clanes rivales, su estado salvaje era alto y con armas en las manos, solo generaron más destrucción y muerte. El proyecto original nuevamente se alteró con consecuencias nefastas...

—¿Puedes contarnos como fue ese día en que los ángeles bajaron del cielo? – Iyasusael intervino rápidamente. Los corazones de todos parecían agitados, más que emocionados, la necesidad de conocer era mucha y Iyusasel y Adnarel tomaron la iniciativa para interrogar exhaustivamente a Enoc. Por el contrario, el escriba, estaba feliz que sus seguidores tuvieran la intención de conocer el origen de las cosas, de los errores y las virtudes que suscitaron en los comienzos.

—Te lo contaré porque hace bastante tiempo que transcurrió: Los gigantes de hoy, los que se extienden por toda la tierra, fueron y son los hijos de los ángeles caídos y el pecado su razón de vivir. Dos transgresiones hubo, como les he dicho desde los comienzos, pero luego, los se errores multiplicaron como la enfermedad incurable y los gigantes que se diseminaron por todo el árido y más allá también, son resultado final del pecado de los ángeles rebeldes y la falta de amor entre los hombres. – Enoc se dispuso a iniciar la narración que los atraparía por largas horas en la cima, si el sol radiaba fuerte, poco importó, pues el escriba conocía muy bien la historia y ninguno se la perdería. Se acomodaron en sus lugares, levantando un poco de polvo del lugar. En kilómetros a la redonda no se podía ver ningún estanque de agua, lo que mostraba la gran aridez de la región, peor aún en la cima, pero grandes jarras de agua habían llevado los seguidores y bebieron con enorme necesidad, tanto, como la necesidad de saber.

El relato del Escriba del Cielo comenzó con gran entusiasmo, lo que sobrevino, cientos de años atrás, cuando los ángeles eran benditos en el cielo.

Capítulo III

“EL EDEN”

Es el año 5063 a.C. o 559 años después de la Creación cuando esto sucedió.

Aconteció la llegada de los ángeles del cielo a la tierra y sucedió lo que no debía ser.

Azazel, vigilante de lo alto, descendió a la tierra y su luz, su energía vital, se condensó y se materializó en cuerpo humano. Encarnó para cumplir con su sagrada misión y llegar hasta el mismo Paraíso Terrenal.

Los enormes picos montañosos del bello Líbano, estaban a la vista del ángel y como estructúrales columnas, sostenían el cielo celeste desde los cimientos mismos de la madre tierra. Cubierta por abundante nieve y algunas nubes en lo alto, captaba la mirada y atención de Azazel, entre contemplación y fascinación.

Uno de los tantos ángeles, que debía cumplir con la tarea de controlar y supervisar los eventos en el árido, al oriente del Edén y las tierras cercanas al Jardín, al occidente del Líbano, pero era este ángel, quien debía informarse de lo acontecido en el Paraíso, más allá del Líbano occidental, por la península que se incrusta en el gran mar de Eritrea, hasta las tierras extremas de las montañas de Chipre. Comprender los últimos sucesos del Jardín, fuera de él y las consecuencias que esto implicó, con ojos humanos y no, de ángel del Altísimo.

Caminó el ángel desde el Líbano, franqueó el río Éufrates para alcanzar el reino del bello Jardín, pues los ríos Éufrates y Tigris, nacen de las altas montañas del Paraíso, desde la gran península de Chipre y lo atraviesan en toda su extensión con rumbo oriental.

Luego de un tiempo, de caminar y de meditar en su tarea, llegó cerca de los muros externos del Edén y no pudo esconder la gran emoción y alegría por arribar tras semanas, al místico lugar donde las cosas se originaron. Su rostro acusaba enorme felicidad y su cuerpo conmoción por lo que sus ojos veían. El Edén estaba frente a él y la maravilla despuntaba del resto. Contempló por fuera el espléndido lugar que como un oasis en el desierto, se destacaba de los campos mediocremente cultivados alrededor. A kilómetros de distancia, se notaba la exagerada diferencia entre la conciencia de uno y la inconsciencia de otros. No era cualquier lugar ni uno más, era el Paraíso que los ángeles del cielo diseñaron para el hombre y su expansión posterior en la tierra.

Algo salió mal.

El escaso movimiento y el silencio reinaban por completo, dándole al corazón de Azazel una fea impresión que no correspondía al Paraíso Terrenal. El pasto demasiado alto y los cultivos sin cosechar daban señal de un descuido inaceptable para el proyecto divino. El mal olor comenzaba a sentirse en proximidades del muro exterior y eso le causó pena al vigilante del cielo. Así no debía ser.

El Edén tiene un primer muro circular de importante altura, lo suficiente para marcar el territorio, no para los hombres sino para las bestias del campo, pues servían de contención. Este hermoso muro, era de ónice. Una piedra preciosa, veteada como el ágata, de tonos verdes. La piedra, se extraía de los territorios de Havilá, por donde surca el segundo río del Edén.

El ecosistema estaba diseñado con su equilibrio correspondiente, pero demasiada mudez reinaba y eso, inquietaba por completo a Azazel. La emoción del comienzo, se reemplazó por desconcierto y preocupación. Alguien debía haber quedado, sin embargo, parecía lo contrario. Continuó caminando sin temor y atravesó el gran portón principal que comenzaba a cubrirse con hiedras desde su base hasta las bisagras inferiores. No todo el portón estaba cubierto, pero rápidamente iba a estarlo si no se realizaba el mantenimiento correspondiente. La desatención comenzó a evidenciarse apenas llegó al Jardín.

Sabía que Adán, Eva y sus colaboradores se habían marchado del Jardín, pero algo más tenía por saber. Los ángeles tenían la misión de conocer todo lo que aconteció en tan escaso tiempo, en el paraíso y sus alrededores.

Algunos animales carnívoros y feroces se le acercaron, pero no mostró miedo por ellos, pues poseía el poder y la energía para dominarlos y caminó a través de las bestias con total impunidad, pero siguió percibiendo mucha anormalidad. Vio animales muertos y mutilados, no por obra de otros sino, por la acción del hombre. Flechas y cortes profundos daban señal de espadas muy filosas sobre sus cuerpos, un pecado inadmisible, pues estos animales estaban destinados a la proliferación y posterior envío a tierras lejanas, como parte del plan de poblar la tierra luego del cataclismo que originó el Génesis. Esta era otra de las funciones del Edén, no solo expandir el conocimiento de los seres en evolución sino también, repoblar la vida animal y vegetal tan dañada por el hundimiento de todas las tierras del planeta, quedando por consiguiente, sumergidas en mares oscuros, niebla y caos. El Edén era el punto de partida para el verdadero hombre en el mejor estado de conciencia y con el oro interno, cubriendo todos los cuerpos metálicos, pues el curso primitivo reinante, los colocaban en una categoría más apropiada a la de animal intelectual y lo que el ángel veía confirmaba este escalón pobremente evolucionado.

Continuó por el camino de piedras rectangulares, muy bien cortadas y colocadas. Llegó hasta la segunda muralla, hecha con bedelio, piedra que se halla también, en la región de Havilá. Este muro es más alto y al igual que el primero, un gran portón por donde ingresar con el mismo estado de abandono. Doce eran las entradas y doce los caminos principales, una para cada mes del año.

El tamaño de este segundo portón era tal, que con solo verlo, se tenía la impresión de lo maravilloso que era y el centro mismo del Edén, aun superior y majestuoso, se construía en la mente de cualquiera que llegara hasta allí. La altura del portón era igual a un gran árbol centenario y pese a semejante tamaño y peso, muy fácil de abrir. Precisamente calibrada, ambas hojas, se las podían mover con ambas manos y un leve empujón del visitante, accionaba la apertura de las mismas.

Azazel comenzó a desear el lugar, una fuerza extraña lo envolvía con enorme magnetismo. Un deseo peligroso para él y quizás, una desventurada tentación para otras tribus, como los asuritas, un pueblo violento y ambicioso, que había usurpado el Jardín cuando los edenitas se marcharon. Estos hombres proliferaron en la región que baña el tercer río que sale del Edén, dicha región lleva por nombre, Asur.

Azazel, como ángel y enviado del Altísimo, debía controlar e impedir, que todo sentimiento humano lo atrapase.

Los indicios que observaba a cada paso, decían otra cosa de lo que se conocía. La anomalía del lugar no correspondía a lo último que se sabía del Edén y las preguntas surgieron una tras otras en la mente del ángel, sin respuesta visible.

Nada parecía asegurar la presencia de los asuritas. El silencio humano estaba presente, solo los animales parecían ser los dueños del Jardín y eso, era muy mala señal.

Las primeras viviendas estaban a la vista, es decir, entre el segundo y tercer muro de contención. La tercera muralla, que aún faltaba por llegar, era de mayor tamaño y poseía incrustaciones de fino oro, decorando hermosamente el lugar. Ningún movimiento en las casas se percibía, tan solo el vuelo de las aves en el lugar y nada más. Era el mediodía y esto resultaba extraño. Cuando debía ser la hora más fluida de gente debiendo exhibir innumerables actividades. Por el contrario, una parálisis total envolvía la ciudad que circundaba el corazón del Edén y éste, parecía detenido en el tiempo.

Estas casas entre el segundo y tercer muro estaban destinadas a todos los hombres y mujeres que realizaban la mayor cantidad de tareas en los campos, además del aprendizaje espiritual para relacionarse y enseñar a las tribus en evolución más allá del Edén. Estas viviendas en el círculo de tierra intermedio, tenían la suficiente proporción para que todos sus integrantes vivieran cómodamente y nada les faltara. Espacio había para todos y por ello, no se pagaba.

Azazel aceleró su paso porque lo que vio no podía ser. Se acercó a uno de los hogares que lo conducía por el camino elegido y temió por lo que entendió que era a la distancia. Pudo certificar a su pesar lo que intuía a lo lejos, la pintura ya no estaba en los muros y el negro existente era el hollín que la cubría íntegramente. Se asomó sin cautela por la puerta que no existía y apreció que el techo estaba consumido, solo escasos restos sobrevivieron al voraz fuego. Las otras viviendas próximas tenían las mismas características patéticas que jamás pensó hallar en el Edén. Un incendio deliberadamente provocado las destruyó íntegramente. Restos de vegetales y árboles incendiados alrededor daban testimonio de una destrucción cada vez mayor hacia el centro de la ciudad, como si la maldad hubiese traído los infiernos al mismo Edén. Esto, era un verdadero insulto.

No pudo resistir Azazel y su mirada cayó al suelo por tan terrible daño, injustificado y malvado. El Edén, tenía como una de las finalidades primordiales, expandir el amor entre las personas. Partir del hermoso Jardín hasta todas las comarcas vecinas y las lejanas y predicar la paz, el amor, la fraternidad y unión entre los seres y por el contrario, lo que había sido gestado con la más noble y bella intención, estaba consumido por el fuego y la ira de las personas inconsciente.

Fue inevitable el sentimiento de desolación y frustración en el espíritu del ángel. Parado en el camino, dudó continuar. Lo que estaba viendo no era lo que se sabía y todo lo que padeció el Edén, fue en un lapso de tiempo escasamente breve, tanto, que el olor de las maderas consumidas aun reinaba en el lugar.

Levantó su cabeza, esto era la realidad, esto, era la verdad inequívoca que todo había resultado mal. De la desesperanza surgió un sentimiento de furia que no debía fluir en un vigilante del cielo, pero brotó pese al intento de no manifestarlo. Sentimiento oculto o guardado que ya no podía ser reprimido por más que quisiera, pues sus ojos veían y su corazón sufría el fracaso de los hombres en este nuevo amanecer de la humanidad. Su ceño se frunció, al igual que todo su rostro, contraído y endurecido.

Lo último que se sabía era que los asuritas habían marchado contra las tribus de los alrededores del Edén, pero no que hayan entrado al Jardín y le provocaran daño alguno, puesto que Adán no era un ser guerrero, no poseía ejército y no participaría de ninguna contienda armada, no por cobardía, sino porque no era parte de sus principios. Esta, era la misión de los Vigilantes, ponerse al tanto de lo que aconteció en el Jardín del Edén.

El ataque no estaba lejano en el tiempo, las secuelas así lo demostraban y no podía comprender Azazel, por qué las altas jerarquías del cielo habían permitido que la ciudad circunvecina del corazón del Edén pasara por semejante calamidad y fracaso. Si esta era la situación en los barrios periféricos ¿qué era del centro mismo de la ciudad? Pronto lo iba a saber y aceleró sus pasos como su corazón lo estaba haciendo también.

Un tanto agitado se lo veía y no era para menos, era un ángel, que de la luz, se materializó en la carne y todo lo que el hombre gozaba y padecía, lo iba a sentir de igual manera. Debía Azazel, lidiar con este estado corporal y de vencer toda tentación propia del ser humano, confirmar así, su jerarquía celestial.