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Leonid Nikoláievich Andreiev (Леонид Николаевич Андреев; 1871-1919) fue un escritor y dramaturgo ruso que lideró el movimiento del expresionismo en la literatura de su país. Estuvo activo en la época entre la Revolución de 1905 y la Revolución de Octubre de 1917.
Fue uno de los más prolíficos escritores rusos, produciendo cuentos, bosquejos, dramas, etc., de forma constante. Su primera colección de relatos apareció en 1901 y vendió un cuarto de millón de ejemplares en poco tiempo.
Idealista y rebelde, pasó sus últimos años en la pobreza, y su muerte prematura por una enfermedad cardíaca pudo haber sido favorecida por su angustia a causa de los resultados de la Revolución Bolchevique.
La novela de Andreiev, El diario de Satanás, escrita en 1919 y publicada póstumamente, narra cómo el Príncipe del Mal, tras decidir pasar cuatro meses en el mundo terrenal disfrazado de un estadounidense adinerado, descubre la fragilidad de la carne y, al mismo tiempo, la maldad del mundo. A veces, más malvada y fascinante que la maldad misma.
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Veröffentlichungsjahr: 2025
SÍMBOLOS y MITOS
LEONID ANDREIEV
EL DIARIO DE SATANÁS
Edizioni Aurora Boreale
Título: El diario de Satanás
Autor: Leonid Andreiev
Serie editorial: Símbolos y Mitos
La traducción ha sido hecha por Eduardo Ugarte Blasco (1924)
ISBN: 979-12-5504-730-8
Edizioni Aurora Boreale
© 2025 Edizioni Aurora Boreale
Via del Fiordaliso 14 - 59100 Prato - Italia
www.auroraboreale-edizioni.com
Reservados todos los derechos
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR
Leonid Nikoláievich Andreiev (Леонид Николаевич Андреев; 1871-1919) fue un escritor y dramaturgo ruso que lideró el movimiento del expresionismo en la literatura de su país. Estuvo activo en la época entre la Revolución de 1905 y la Revolución de Octubre de 1917.
Nació en Oriol el 9 de Agosto de 1871, en el seno de una familia de clase media. Originalmente estudió derecho en Moscú y San Petersburgo, pero abandonó su poco remuneradora práctica para seguir la carrera literaria. Fue reportero para un periódico moscovita, cubriendo la actividad judicial, función que cumplió rutinariamente sin llamar la atención desde el punto de vista literario.
Su primer relato publicado fue Sobre un estudiante pobre, una narración basada en sus propias experiencias. Sin embargo, hasta que Máximo Gorki lo descubrió por unos relatos aparecidos en el Mensajero de Moscú (Moskovski véstnik) y en otras publicaciones, no empezó realmente la carrera de Andreiev.
Desde entonces hasta su muerte, fue uno de los más prolíficos escritores rusos, produciendo cuentos, bosquejos, dramas, etc., de forma constante. Su primera colección de relatos apareció en 1901 y vendió un cuarto de millón de ejemplares en poco tiempo. Fue aclamado como una nueva estrella en Rusia, donde su nombre pronto se hizo famoso. Publicó su narración corta En la niebla en 1902. Aunque empezó dentro de la tradición rusa, pronto sorprendió a sus lectores por sus excentricidades, las cuales crecieron aún más que su fama. Sus dos historias más conocidas son probablemente Risa roja (1904) y Los siete ahorcados (1908). Entre sus obras más conocidas de temática religiosa figuran los dramas simbolistas El que recibe las bofetadas y Anatema.
Idealista y rebelde, pasó sus últimos años en la pobreza, y su muerte prematura por una enfermedad cardíaca (ocurrida en Mustamäki, Finlandia - hoy en la región rusa de Leningrado - el 12 de Septiembre de 1919) pudo haber sido favorecida por su angustia a causa de los resultados de la Revolución Bolchevique. A diferencia de su amigo Máximo Gorki, Andreiev no consiguió adaptarse al nuevo orden político. Desde su casa en Finlandia, donde se exilió, dirigió al mundo manifiestos contrarios a los excesos bolcheviques.
Aparte de sus escritos de carácter político, publicó poco a partir de 1914. Un drama, Las tristezas de Bélgica, fue escrito al inicio de la Primera Guerra Mundial para celebrar el heroísmo de los belgas contra el ejército invasor alemán. Se estrenó en los Estados Unidos, al igual que La vida del hombre (1917), El rapto de las sabinas (1922), El que recibe las bofetadas (1922) y Anatema (1923).
Pobre asesino, una adaptación de su relato El pensamiento, escrita por Pavel Kohout, se estrenó en Broadway en 1976. En cine, el argentino Boris Hardy dirigió una cuidada versión cinematográfica de El que recibe las bofetadas, con Narciso Ibáñez Menta en el papel protagónico, estrenada en 1947.
La novela de Andreiev, El diario de Satanás, escrita en 1919 y publicada póstumamente, narra cómo el Príncipe del Mal, tras decidir pasar cuatro meses en el mundo terrenal disfrazado de un estadounidense adinerado, descubre la fragilidad de la carne y, al mismo tiempo, la maldad del mundo. A veces, más malvada y fascinante que la maldad misma.
Nicola Bizzi
Florencia, 9 de Agosto de 2025.
Il'ja Efimovič Repin: Retrato de Leonid Andreiev, 1904
(Moscú, Galería Tretiakov)
EL DIARIO DE SATANAS
I
18 de Enero de 1914
A bordo del Atlante
Hace exactamente diez días que me he humanizado y que vivo una vida terrestre.
Mi soledad es muy grande. Amigos no los necesito, pero sí hablar de mí mismo, y no tengo con quién. Los pensamientos solos no bastan, y éstos tampoco aparecen completamente claros, precisos, límpidos hasta que se los expresa con la palabra. Hay que alinearlos como soldados y palos del telégrafo, preparar una vía, echar los puentes y viaductos, construir las pendientes y las curvas, establecer paradas en determinados puntos, y sólo entonces se aclara todo.
Parece que a este trabajo de galeotos lo llamáis vosotros lógica o concatenación de las ideas y es obligatorio para los que pretenden ser inteligentes. Para todos los demás no, y los pensamientos andan errantes al azar.
Este trabajo es lento, difícil, desconcertante para quien está habituado a comprender todo con un... no sé cómo llamarlo...: con un relámpago único y con él mismo expresarlo. No en balde los pensadores son unos infelices que, si resultan honrados y no engañan durante las construcciones, son considerados por vosotros como verdaderos ingenieros y acaban en el manicomio.
Más de una vez sus muros amarillos se han cruzado en Mi camino, y también más de una vez su puerta se Me abrió hospitalariamente, y eso que llevo tan sólo unos cuantos días en la tierra.
Sí. Es extraordinariamente difícil y pone los nervios de punta. Aquí me tenéis, ahora, que para explicar un pensamiento pequeño y común, por la insuficiencia de vuestras palabras y de la lógica, estoy obligado a echar a perder, a estropear hojas y más hojas de este magnífico papel de a bordo...
¿Y cuánto no será necesario para expresar alguna cosa grandiosa o sobrenatural?
He de decirte en seguida, para dejarte, ¡oh mi terrestre lector!, con la boca abierta de par en par, que lo sobrenatural es inexpresable en tu lenguaje de alaridos. Si no Me crees, haz una visita a los huéspedes del manicomio más cercano y escúchalos: todos ellos han aprendido algo, lo han querido expresar..., y oye cómo silban y cómo dan vueltas en el vacío las ruedas de estas locomotoras panza arriba. Observa con cuánta dificultad tratan de disimular en sus semblantes el estupor y la maravilla.
Te veo ya dispuesto a importunarme con preguntas, ahora que sabes que soy Satanás humanizado. ¡Resulta tan interesante! ¿De dónde vengo?
¿Qué régimen existe en el Infierno?
¿Existe la inmortalidad del alma, y cuáles son los precios del carbón fosil en la última cotización de la Bolsa infernal? Desgraciadamente, querido lector, con la mayor buena voluntad, aun en el caso que estuviera de mi parte, Yo no sería capaz de satisfacer tu legítima curiosidad. Podría hilvanar una de esas cómicas historietas de diablos cornudos y velludos que tanto agradan a tu mísera fantasía, pero de esas ya tienes de sobra; además, no quiero mentir tan burda y rutinariamente. Ya te diré mentiras en otra ocasión, cuando menos te lo pienses, y esto será más interesante para los dos.
Pero en realidad, ¿qué puedo referirte, si hasta mi nombre es inexpresable en tu lengua! Tú me has puesto Satanás, y Yo acepto este nombre, como aceptaría cualquier otro, ¡Vaya por Satanás!
Pero mi verdadero nombre suena del todo distinto, completamente distinto. Tiene un sonido deshumano que en manera alguna puedo Yo meterlo en tu angosto oído sin desgarrarte el cerebro. En fin, sea: me llamo Satanás y nada más.
¿Eres tú, mi querido amigo, culpable de esto, que en tu pequeña mente haya tan poca comprensión?Tu mente es como un talego de mendigo donde sólo hay un pedazo de pan seco; mientras que aquí se pide algo más que el pan.
Sólo tienes dos concepciones de la existencia: la Vida y la Muerte—¿cómo sería posible explicarte la tercera, y cómo podría asirla para ti?—. Ahora Yo soy un hombre como tú. En mi cabeza tengo un cerebro humano, mi boca pronuncia neciamente tus palabras, todas rebuscadas, y por lo tanto no puedo contarte cosas sobrenaturales.
Si te dijese que no existen diablos te engañaría; pero si te dijese que los hay te engañaría igual mente... Ves cómo todo esto es difícil? ¡Absurdo, amigo mío! Pero tampoco de mi humanización, en los diez días que hace dió principio mi vida to'rrestre, tengo gran cosa que contarte.
Olvida, ante todo, tus caros diablos peludos, cornudos y alados, que respiran fuego, transforman en oro los cacharros de barro y los viejos en jóvenes seductores; y habiendo hecho esto y habiendo arrojado por la borda muchas necedades en un instante, penetra a través del escenario y observa: cuando nosotros queremos aparecer sobre la tierra tenemos que humanizarros. Por qué es así lo sabrás después de tu muerte, y por ahora sábelo bien: en la actualidad soy un hombre como tú y no se advierte mi olor a cabrón maloliente. Puedes estrecharme tranquilamente la mano sin temor de que te clave las uñas.
Me las corto, como tú.
¡Pero cómo ha sucedido todo esto? Muy sencillamente. Cuando quise verir a la tierra busqué un americano conveniente como presa y envoltura, mister Henry Wunderhood, de treinta y ocho años, millardario; lo maté... Claro que de noche y sin testigos. Pero no puedes delatarme a los tribunales a pesar de mi confesión, puesto que.el americano vive, y ambos, con una reverencia de estimación, te saludan: Yo y Wunderhood. El me ha dejado en arriendo el local vacío, ¿comprendes?, y aun no todo: ¡que el diablo le lleve! Desgraciadamente, no puedo volver. atrás sino por el camino que conduce a tu liberación: a través de la Muerte.
Ya sabes lo esencial. Pues aunque pudieras comprender algo más, el querer hablar de ello con tus palabras es como intentar meter una montaña en el bolsillo del chaleco o secar el Niágara con un dedal. Figúrate, mi querido rey de la naturaleza, que quisieras acercarte a la hormiga y que por un milagro o una brujería te volvieras hormiga; una verdadera, minúscula hormiga que arrastra los granos: sólo entonces podrías medir en algún modo el abismo que separa lo que soy Yo ahora de lo que fuí en el pasado... No, todavía más: era el sonido, y me he vuelto el signo de la nota en el papel... No, todavía más, todavía más...: ningún parangón te dirá este atroz abismo, del cual Yo mismo no alcanzo el fondo. ¿Es que acaso lo tiene? Piensa un poco. ¡Durante dos días, después de nuestra salida de Nueva York, he estado sufriendo el mareo! ¡Te parece a ti esto bufo, tú que estás acostumbrado a revolcarte en tus propias inmundicias! Pues bien: Yo, Yo... también me he sublevado. Pero no lo creía bufo. Tan sólo sonreí una vez cuando pensé que aquél no era Yo, sino Wunderhood, y he dicho: Tambaléate, Wunderhood, tambaléate!» Queda todavía una pregunta a la que esperas una respuesta: por qué haya venido Yo a la tierra, decidiéndome a un cambio tan poco ventajoso: de Satanás omnipotente, inmortal, señor y fuerte», cambiarme en hombre como tú. Estoy cansado de buscar palabras que no existen y te responderé en inglés, en francés, en italiano, en alemán, en una lengua que entendamos los dos bien: comenzaba..a aburrirme en el infierno, y he venido a la tierra para mentir y recitar.
El aburrimiento sabes lo que es, la mentira la conoces de sobra, y de la recitación te pueden dar una idea tus teatros y tus ilustres actores. Quizá tú mismo tengas tu miajita de recitación en el Parlamento, o en casa, o en la iglesia, y podrás comprender algo del goce que se experimenta recitando. Si todavía conservas en la mente la tabla de multiplicar, multiplica este éxtasis, este placer por cualquiera gran cifra, y el resultado será mi goce.
No, todavía más: imagina que es la onda del océano, eso es, esta que diviso a través del cristal, y que quiere levantar a nuestro ATLANTE... Pero no ceso de buscar palabras y comparaciones. Es que tengo, sencillamente, ganas de recitar. En este momento aun soy un artista desconocido, un modesto debutante; pero tengo la esperanza de llegar a ser no menos célebre que tu Harrich o tu Olridge cuan do recite lo que deseo. Soy orgulloso, lleno de amor propio y hasta quizá vanidoso... Tú conoces bien qué sea la vanidad; tú, que deseas hasta las alabanzas y los aplausos de los tontos. Después, pienso temerariamente que soy genial—¡Satanás es conocido por su temeridad!—y, ahí tienes, se me ha hecho insoportable el infierno, donde toda esa canalla peluda y cornuda recita y miente casi tan bien como Yo. Los laureles infernales no me bastan, en los cuales, con perspicacia, descubro bajas Hisonjas y bufonadas poco comunes. Pero de ti he oído decir, mi terrestre amigo, que eres inteligente, bastante honesto, incrédulo en cierto modo, sensible a los problemas del arte eterno, y que recitas y mientes tan mal hasta el punto de ser capaz de apreciar en mucho una recitación de otro: no en balde en tu mundo abundan los grandes.
Y aquí estoy, ¿comprendes? Mi escenario será la tierra, y la decoración más próxima, Roma, adonde Me dirijo, la Ciudad Eterna», como la llamáis vosotros con vuestra profunda comprensión de la eternidad y de las demás cosas sencillas. Aun no tengo formada una compañía—¿quieres acaso tomar parte?—, pero tengo fe en que el Destino o el Acaso, al que de aquí en adelante estoy sujeto, como todos en vuestro mundo terrestre, apreciará mis desinteresadas intenciones y Me enviará al encuentro dignos compañeros... ¡Es tan fecunda en talentos la vieja Europa! Confío también que encontraré en esta Europa espectadores lo suficiente sensibles por quienes valga la pena transformarse la cara y cambiar las mórbidas zapatillas infernales por los pesados coturnos. Para decir verdad, primero pensé ir a Oriente, donde, no sin éxito, tentó ya fortuna alguno de mis... compatriotas; pero Oriente es demasiado confiado y muy dispuesto a la coreografía, como también al veneno; sus dioses son deformes, huelen todavía a bestias atigradas; sus tinieblas y sus fuegos son bárbaramente groseros y demasiado vistosos para que valga la pena que un artista fino, como lo soy Yo, se aventure en un tan hediondo y estrecho teatro de saltimbanquis.
¡Oh amigo mío!, soy de tal modo vanidoso, que este diario comienza no sin una secreta intención de deslumbrarte..., a pesar de mi pobreza como buscador de palabras y metáforas. Espero que no hagas uso de mi franqueza, cesando de creerme.
¿Quedan aún más cosas por decir? De la representación no conozco exactamente el desarrollo.
Lo improvisará el mismo empresario que escogerá los actores—el Destino y Yo tendré una parte modesta, en principio: seré el hombre que ha empezado a amar tanto a los hombres que les quiere dar todo, alma y dinero. Espero que no habrás olvidado que soy millardario. Tengo tres mil millones. Verdad que son suficientes para producir una recitación de efecto?
Ahora, todavía un detalle, para terminar estas páginas: Conmigo viaja y comparte el destino cierto Erwin Toppy, mi secretario; es un personaje muy estimable, con chaquet y chistera, con una nariz péndulo semejante a una pera descomunal y con cara afeitada como un pastor. No Me maravillaría et encontrarle en el bolsillo un breviario. Toppy ha venido a la tierra desde el más allá, es decir, del infierno; como Yo, se ha humanizado, con un éxito discreto. El muy tunante es completamente insensible a los cabeceos del buque. Claro que hasta para el mareo se requiere cierta inteligencia y mi buen Toppy es tonto de remate, hasta para aquí en la tierra. Además es muy tosco. Ya Me voy arrepintiendo de no haber elegido, de nuestra rica reserva, una bestia algo mejor; pero me sedujo su honradez y cierto conocimiento que tiene de la tierra. Era más agradable emprender este paseo con un compañero experto.
Hace ya tiempo tomó forma humana, y fué penetrado hasta tal punto de la idea religiosa que, ¡pásmate!, entró en un convento de frailes franciscanos y allí vivió hasta la vejez; murió bajo el nombre de fray Vicente. Sus restos han sido objeto de adoración por parte de los fieles. ¡No fué mala carrera para un diablo tonto! Ahora está en mi compañía, y cuando siente olor a incienso se le alegra el corazón. Verás cómo le tomas cariño.
Y por ahora basta. Anda, amigo mío. Quiero estar solo. Me irrita tu imagen reflejada sobre esta pared y quiero quedarme solo, o por lo menos con este Wunderhood que Me ha cedido su local estafándome.El mar está tranquilo. Ya no sufro náuseas como en los malditos días pasados; pero hay algo que me da miedo... Sí, tengo miedo. Probablemente me atemorizan estas tinieblas que vosotros llamáis noche y que se ciernen ahora sobre el océano.
Aquí al menos hay la claridad de la lámpara; pero más allá de esta sutil pared reina una obscuridad espantosa, contra la cual mis ojos resultan completamente impotentes. Estos estupidísimos espejos que no hacen mas que brillar, facultad que pierden también en la obscuridad, no valen para nada. Claro que llegaré a acostumbrarme hasta a la obscuridad. Me he habituado ya a muchas cosas; pero ahora me hace daño, me da miedo pensar que con una vuelta a la llave... me envolverían estas ciegas y siempre dispuestas tinieblas.
¿De dónde vienen ellas?
¡Qué valientes sois vosotros! Con esos pequeños y turbios espejos no veis nada, y decís sencillamente: «¿Está obscuro?, pues hay que encender la luz. Después apagáis vosotros mismos, y os quedáis dormidos. He observado con cierto estupor y frialdad estas valentías y... Me he entusiasmado.
Es posible que para conocer el miedo sea necesaria una inteligencia demasiado vasta, como la mía.
Tú, Wunderhood, no eres tan cobarde; siempre has tenido fama de hombre experto y probado.
Sólo hay un momento de mi humanización que no puedo recordar sin horror: aquel en que sentí latir por primera vez mi corazón. Esta palpitación precisa, sonora, constante, que habla de la vida y de la muerte, Me ha dejado estupefacto, causán dome un miedo y una agitación jamás sentidos.
Vosotros colocáis contadores por todas partes en la electricidad, el agua, los coches de punto—; ¿pero cómo podéis llevar en vuestro pecho uno parecido, que hace desaparecer con la rapidez de un prestidigitador los instantes de la vida? En el primer momento quise gritar y pensé volver, allí ad precipicio, quedándome hasta que estuviese avezado a la nueva vida; pero después eché una mirada a Toppy. Este bobo, apenas acabado de nacer se limpiaba tranquilamente la chistera con la manga de la levita.
Entonces le grité como un energúmeno: —¡Toppy, el cepillo!
Y nos cepillamos los dos, y el contador de mi pecho contaba los segundos que transcurrían en la operación, y parece que contó algunos de más.
Después, escuchando el aburrido tic—tac he comenzado a pensar: ¡No me dará tiempo!» ¿Para qué no me dará tiempo? Yo mismo no lo sabía; pero durante dos días enteros me entregué locamente a beber, a comer y hasta a dormir: ¡no es verdad que duerme el contador mientras estoy echado como una masa inerte y duermo?
Ya no me apresuro más. Sé que tendré tiempo, mis segundos Me parecen inextinguibles; pero mi contador está trastornado por alguna cosa y alborota como un soldado borracho que bata un tambor. ¡Pero cómo!... ¡Los minutos que anota ahóra han de considerarse igualmente grandes? Entondes esto es una estafa. Yo protesto como ciudadano honrado de los Estados Unidos y como comerciante.
No Me encuentro bien. Ahora no rechazaría un amigo: probablemente son una gran cosa los amigos. ¡Ah, en todo el universo Me encuentro solo!
7 de Febrero de 1914
Roma. Hotel Internacional
Me enfurezco cada vez que Me toca coger el bastón de guardia y poner orden en mi cabeza: ¡los hechos, a la derecha; las ideas, a la izquierda! ¡Paso libre a Su Majestad la Conciencia, que ya apenas cojea con sus dos muletas!
Pero no hay más remedio; si no, tendrían os la revolución, el clamor, la confusión, el caos. Por lo tanto, ¡orden, señores hechos y señoras ideas!
Doy comienzo.
Noche. Obscuridad. El aire es suave y tibio. Huele bien. Toppy olfatea con delectación, diciendo que esto es Italia.
Nuestro tren corre impetuoso y se acerca a Roma; estamos tumbados sobre los blandos cojines, cuando... ¡crac!..., y se va todo al diablo. ¿Es que se ha vuelto loco el tren? No, ha descarrilado. Sin rubor confieso—¡no soy un héroe!—que se apoderó de Mí el terror. La electricidad se apagó, y cuando con gran dificultad salí del ángulo obscuro adonde fuí lanzado no pude recordar por dónde estaba la salida.
' Por todas partes tabiques, ángulos, algo que golpea, se agita contra Mí. ¡Y todo esto en la obscuridad! De improviso me encuentro bajo las piernas un cadáver; le piso en la mismísima cara; después supe que se trataba de mi camarero Jorge, muerto del choque.
Grité, y Me socorrió mi invulnerable Toppy, cogiéndome de una mano y sacándome a través de la ventanilla abierta, pues las puertas estaban todas obstruídas por los escombros.
Salté a tierra, pero Toppy no estaba allí; mis rodillas comenzaron a temblar. Se sentía la respiración de Toppy como un gemido, pero él no aparecía. Me puse a dar grandes gritos. Al poco rato, he aquí que sale de una ventanilla: —¿Por qué grita? Estoy buscando nuestros sombreros y la cartera de usted.
En resumen, no pasó mucho hasta que Me entregó el sombrero, y luego salió él fuera con su chistera y mi cartera. Yo exclamé, sonriendo: n —¡Hombre, te has olvidado del paraguas!
Pero aquel viejo bufón no se dió cuenta de mi chanza y respondió con seriedad: ; —No lo llevábamos. ¿Sabe? Nuestro Jorge ha muerto y el cocinero también.
¡Entonces, aquella carroña que no sentía que pateaban su cara era Jorge! De nuevo se apoderó el miedo de Mí cuando a poco oí levantarse gemidos, lamentos, gritos salvajes, aullidos, todos los sonidos que salen de la garganta de un valiente cuando se ve perdido. Durante unos instantes permanecí como sordo, sin oír nada. Los vagones prendieron fuego, aparecieron las llamas y el humo, los heridos comenzaron a aullar más fuerte.
Sin esperar a que terminara el asado, la emprendí a correr por los campos, como loco. ¡Vaya carrera!
Afortunadamente, la ligera pendiente de las colinas es muy a propósito para este género de deporte; Yo me revelé como un corredor no de los peores.
Cuando, sin aliento, Me eché sobre una pequeña elevación del terreno, ya no se oía ni veía nada; tan sólo llegaban las lejanas pisadas de Toppy, quedado atrás.
¡Pero qué atroz cosa es ésta, el corazón!
Se me subió a la garganta de tal manera que tenía la sensación de poderlo escupir. Retorciéndome por la falta de respiración, apoyé tiernamente la cara contra la tierra: estaba fresca, sosa y tranquila; Me agradó; casi me devolvió la respiración; el corazón volvió a su sitio; Me sentí mejor. Y allá en lo alto seguían tranquilas las estrellas... ¡Pero qué podrá turbar a las estrellas?
En tan bellísimo festín, la tierra, amamantada de tinieblas, Me pareció una encantadora desconocida bajo un antifaz negro (Noto que Me he expresado regularmente, y tú, lector, debes estar contento: ¡mi estilo y mis modales se perfeccionan!). Di un beso a Toppy en el sincipucio—Yo beso en el sincipucio a todas las personas que amo—y le dije: —Te has humanizado muy bien, Toppy. Posees mi estimación. ¿Qué hacemos ahora? ¡Es ése el resplandor de Roma? ¡Qué lejos' — Sí, es Roma confirmó Toppy, y alzó una mano. Escuchad, ¡silban!
¡Llegaban de la locomotora silbidos largos y lastimeros, como pidiendo auxilio.
—Silban—he dicho riendo.
—Silban—repitió Toppy sonriendo secamente.
El no sabe reír.
De nuevo Me sentí mal.
La fiebre y una angustia extraña me producían escalofríos y un temblor en la misma raíz de la lengua. Me turbaba el recuerdo de aquella carroña pisoteada y hubiera querido sacudirme como un perro después del baño. Hazte cargo: era la primera vez que Yo veía y sentía tu cadáver, mi querido lector; y dispénsame: la verdad, no me gustó.
¿Por qué no ha protestado, por qué no dijo nada cuando le pisé la cara? Jorge tenía una cara joven, hermosa, que llevaba con dignidad. Piensa que también tu cara será pisoteada por algún pie y no podrás decir ni pío.
Relatemos con orden. No nos dirigimos a Roma, sino que nos pusimos a buscar algún refugio más cercano.
' Anduvimos mucho. Nos cansamos. De buena gana hubiéramos bebido—¡ah con qué ansias deseábamos beber! —. Y ahora permite que haga la presentación de mi amigo el signor Tomás Magnus y de su bellísima, encantadora hija María.
Al principio no era mas que una lucecilla apenas visible, que atraía al caminante fatigado. De cerca era una casita solitaria que descollaba en la espesura de los altos cipreses y otros árboles. Sólo estaba iluminada una ventana; las demás tenían las persianas cerradas. Un recinto de piedra, una cancela de hierro, un portal pesado.
Y el silencio. A primera vista todo esto parecía algo sospechoso. Toppy golpeó la puerta: silencio, Después de largo rato golpeé Yo también: silencio.
Finalmente, una voz áspera preguntó, a través de la puerta de hierro: —¿Quién sois y qué queréis?