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En El escondido y la tapada de Calderón de la Barca don César ama a Lisarda pero rechazado por ésta galantea con Celia. Cierto día tras ver a Lisarda pasear con un hombre sale a su encuentro y lo mata y resulta que éste es el hermano de Celia. Abrumado, huye de Madrid con su criado, Mosquito, pero una carta de Celia le obliga a volver. Ella le ofrece su casa para esconderse. Al mismo tiempo regresa de la guerra don Félix, hermano de Celia, alertado por un amigo de que el honor de su hermana puede estar en entredicho. Por su parte, don Juan, prometido de Lisarda, pide ayuda a don Félix para vengar la muerte del hermano de ésta. Don Félix acepta pero se confunde de hombre, tiene que huir de la justicia y se lleva a Celia consigo a otra casa para esconderse. De esta manera César y Mosquito quedan encerrados en una habitación secreta de la casa. La casa es alquilada ese día por el padre de Lisarda, que lleva a su hija y al prometido a vivir en ella. Al intentar escapar César, allí escondido, y al acudir Celia, tapada, en su ayuda provocan una serie de enredos.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
El escondido y la tapada
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El escondido y la tapada.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-282-8.
ISBN rústica: 978-84-9816-410-7.
ISBN ebook: 978-84-9897-225-2.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 51
Jornada tercera 101
Libros a la carta 147
Pedro Calderón de la Barca. (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621, se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
En esta comedia de enredo Don César ama a Lisarda pero rechazado por ésta galantea con Celia. Cierto día tras ver a Celia pasear con un hombre sale a su encuentro, lo mata y resulta que éste es el hermano de Lisarda. Abrumado, huye, pero una carta de Celia le obliga a volver. Ella le ofrece su casa para esconderse y entonces regresa de la guerra don Félix, hermano de Celia, alertado por un amigo de que el honor de su hermana puede estar en entredicho..
Don César, galán
Don Félix, galán
Don Juan, galán
Don Diego, viejo
Octavio, viejo
Otáñez, escudero
Mosquito, gracioso
Castaño, gracioso
Gonzalo, cochero
Lisarda, dama
Celia, dama
Beatriz, criada
Inés, criada
Dos alguaciles
Escribano
Tres Criados
(Salen haciendo algún ruido don César y Mosquito, vestidos de camino, con botas y espuelas.)
César Pues no podemos entrar
en Madrid, hasta que sea
de noche ya, ata las mulas
a esos troncos; y sobre esta
tejida alfombra de flores
que bordó la primavera,
entre estos estanques donde
la Casa del Campo ostenta
tanta variedad podemos
esperar a que anochezca.
Mosquito Ya están las mulas atadas;
y aun fuera más justo que ellas
nos ataran a nosotros.
César ¿Por qué?
Mosquito Porque son más cuerdas.
César Luego ¿los dos somos locos?
Mosquito Concedo la consecuencia;
mas con una distinción.
César ¿Cuál?
Mosquito Tú por naturaleza,
y yo por concomitancia;
que es por lo que se me pega
de andar contigo.
César ¿Aquí, pues,
qué hay que locura sea?
Mosquito ¡Cuerpo de Cristo conmigo!
Habrá tres meses apenas
que salimos de Madrid,
por haber dejado en ella
muerto a un noble caballero,
que era hermano, por más señas,
de una de aquellas dos damas
que a un mismo tiempo festejas,
y por celos de la otra;
que, como autor de comedias,
tienes en tu compañía
segunda dama y primera.
Pasamos a Portugal
y, porque en una estafeta
nos vino un pliego —que yo
aun no sé lo que contenga—
sin mirar inconvenientes,
dimos a Madrid la vuelta;
y dices que ¿qué locura
hay aquí? ¿No consideras
que no hay alcalde de corte
que no esté echando centellas
por aquella boca, y que
juran que hemos de ver puestas,
tú la cabeza a tus plantas,
las plantas yo a otras cabezas?
César Confieso que dices bien
en que mi vida se arriesga
hoy en Madrid, pero donde
mi vida trae una pena
misma, habiendo de morir
en Lisboa de una ausencia
o en Madrid de mis desdichas,
ya que dos muertes me cercan
y que me dan a escoger
el modo de morir, deja
que muera contento donde
Lisarda hermosa lo vea.
Mosquito Yo, aunque el martirologio
romano aquí me trajeran,
para que escogiera muerte
a mi propósito, fuera,
sin agradarme ninguna,
vanísima diligencia,
porque no hay tan bien prendida
muerte que bien me parezca.
¿Qué culpa tengo de que
tú a morir contento vengas
para traerme de reata?
César Pues dime ¿tú qué recelas,
si tú en nada estás culpado
ni te hallaste en la pendencia?
Mosquito Pues si un triunfo matador
arrastra los que se encuentra,
¿un amo matador, dime,
no arrastrará —cosa es cierta—
cualquiera triunfo criado?
César ¡No vi locura más necia!
Mosquito Y esto a una parte, señor,
¿qué razón hay de que sea
tan cerrado tu capricho
que, ya que me traes, no sepa
a qué me traes? Dime, pues,
¿qué es lo que en Madrid intentas?
César Eso te diré, no tanto,
Mosquito, porque lo sepas,
como por descansar yo
con decirlo; que las penas
no tienen otro consuelo
sino el rato que se cuentan;
que, como mujeres son,
le despican con la lengua.
Lisarda, raro milagro,
donde la naturaleza
para modelo compuso
de una hermosura perfecta
la belleza y el ingenio,
haciendo paces en ella,
que hasta allí estaban reñidos
el ingenio y la belleza,
fue —ya lo sabes— del templo
de amor la deidad más bella,
a cuyas aras no hay
vida y alma que no sea
mudo sacrificio. Bien
tantas víctimas lo muestran
como yacen a sus ojos
rendidas, si no sangrientas.
Yo, que entre el mortal consuelo
de sus victorias apenas
la vi cuando con la mía
hizo número y no cuenta,
idolatrando su imagen
viví, sin que mereciera
perdón por el sacrificio
ni mérito por la ofrenda.
Desvalido amante, pues,
de este hermoso hechizo, de esta
hermosa mujer, mi vida
a tanto esplendor atenta,
la Clicie fue de sus rayos
y el imán de sus estrellas.
Viendo, pues, que a todo un Sol
alas fiaba de cera,
y que al generoso vuelo
solo monumento era
el mar de mi llanto, donde
se apagaban sus centellas,
dispuse olvidarla, como,
—¡qué error!— como si estuviera
el olvidarla en la mano
de quien no estuvo el quererla;
y por hacerme en efecto
contraveneno a mis penas,
venciendo amor con amor,
puse los ojos en Celia;
Celia, que fuera milagro
de hermosura, si no fuera
porque Lisarda se alzó
con todo el imperio della.
Si donde amé fui infelice,
y los afectos se truecan,
donde no amé ¿qué sería?
Saca tú la consecuencia.
¡Oh Amor! Si te llaman dios,
¿cómo de Dios desemejas
tanto que los fingimientos
y no las verdades premias?
O deja, Amor, de ser dios,
o de ser ingrato deja;
porque decir dios e ingrato
o suena mal o no suena.
De Celia en fin admitido,
estaba siempre con Celia
como extranjero mi amor,
dejando a Lisarda bella
acá en lo mejor del alma,
donde adorada estuviera,
cierto lugar reservado.
Escucha de qué manera.
Tiene un príncipe, un señor
lejos de sí un gran palacio
y en el suntuoso espacio
cerrado el cuarto mejor.
Éste se guarda en rigor;
y, aunque igual huésped por él
pase, el alcaide fiel
dice: «Este cuarto oportuno
es de mi rey, y ninguno
ha de aposentarse en él».
Así el alma toda, que era
el palacio de mi amor,
dejó a Lisarda el mejor
cuarto, aunque no le viviera.
Éste guarda de manera
el corazón, que nombró
su alcaide que, aunque hospedó
dentro a Celia, considero
que fue en otro cuarto; pero
en el de Lisarda no.
De aquella, pues, despreciado
y favorecido de esta,
engañado en ésta el gusto
con la memoria de aquélla,
neutral estaba mi vida,
cuando en esta competencia
sucedió que don Alonso,
hermano infeliz de aquella
bellísima ingratitud,
que no ablandaron mis quejas,
a Celia sirvió. ¿Habrá dicho
algún hombre que es la fuerza
de los celos tal que, donde
no hubo amor, haber pudiera
celos? Sí; porque los celos
son un género de ofensa
que se hace a quien se dan,
y no es menester que sean
hijos de Amor; que tal vez
el pundonor los engendra;
si bien estos dos linajes
son con una diferencia,
que el alma en los del amor
anda por saber la pena,
y en los del pundonor anda
el alma por no saberla.
Dígolo porque mil veces,
aunque vi acciones y señas
solo de parte de él, yo
cuidé poco de entenderlas
hasta que, saliendo un día
de la hermosa primavera
Celia al parque, don Alonso
al parque bajó con Celia.
Yo, que en el sitio esperaba,
y le vi venir con ella,
por ella y por él no pude
disimular más, sin mengua
de mi valor; y, llegando
a los dos, pronuncié apenas
la primera razón cuando
Celia dijo: «Seáis, don César,
bien venido; que os deseo,
porque con vuestra presencia
me dejará don Alonso,
ya que a hacerlo no le fuerzan
tantos desengaños». Él,
mal pensada la respuesta,
dijo... Mas no sé qué dijo;
que nunca un noble se acuerda
de palabras que el enojo
pronuncia desde la lengua
a las espadas; mas luego
sacamos los dos las nuestras.
De una estocada cayó
en el suelo. Entonces Celia,
confundida con la gente
que acudía a la pendencia,
pudo, sin ser conocida,
dar a su casa la vuelta,
y yo libre fui a tomar
en la Encarnación iglesia,
donde estuve hasta que fuimos
a Portugal. Todas estas
cosas sabes. Desde aquí
las que no sabes empiezan.
Estando, pues, en Lisboa,
recibí por la estafeta
de Celia una carta, en que
dice... Mas la carta es ésta.
(Lee.) «Si no estuviera satisfecha de que vos
lo estáis de la poca culpa que tuve en
vuestra desgracia, fuera mi vida la
segunda que hubiérades quitado. Mi
hermano, como sabéis, está ausente; y
no podéis tener retraimiento mejor que
mi casa; que en ella no os han de buscar.
Y así, para tratar más cerca de vuestros
negocios, os podéis venir a ella, donde
estaréis secreto como deseáis, si no
servido como merecéis.» Celia
Esta carta me ha obligado
a que hoy a Madrid me venga;
pues no hay retraimiento donde
seguro un hombre estar pueda,
Mosquito, como una casa
particular; y desde ella
podré de noche salir