El estoicismo romano - Javier Gomá - E-Book

El estoicismo romano E-Book

Javier Gomá

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¿Cuáles son las claves de una buena vida? El estoicismo es hoy reivindicado como una de las filosofías que mejor ha sabido responder a este interrogante universal. El estoicismo, surgido en la Grecia helenística, se desarrolló ampliamente en la Roma imperial hasta convertirse en uno de los movimientos de mayor influencia cultural, filosófica y social de la Antigüedad tardía. Su planteamiento proponía una vía práctica para alcanzar la felicidad, a través del ejercicio de la virtud y del conocimiento de la razón, que permitieron que estas enseñanzas lograran expandirse en la sociedad romana. Desde entonces, El estoicismo romano no ha dejado de ser un punto de referencia filosófico hasta nuestros días, cuando ha sido reivindicado como un pensamiento fundamental para hacer frente a la adversidad en una época de profundas transformaciones. Entre los representantes cardinales de la escuela estoica encontramos a personajes de diversas extracciones sociales y contextos vitales: desde un emperador, como Marco Aurelio, hasta un esclavo, como Epicteto, o un cónsul y consejero imperial, como Séneca. Sus obras también son muy variadas y singulares, desde las cartas, los tratados y las tragedias de Séneca, al singular diario íntimo de Marco Aurelio, las Meditaciones, pasando por el Manual de Epicteto, basado en las notas a vuelapluma de su alumno Arriano. Este volumen, a cargo de tres reconocidos expertos en filosofía antigua y su recepción actual, analiza la vida y el pensamiento de las tres figuras fundamentales del estoicismo romano, y permite comprender por qué sus enseñanzas siguen siendo hoy tan relevantes.

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EL ESTOICISMO ROMANO

© del texto: Javier Gomá, Carlos García Gual

y David Hernández de la Fuente, 2024

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: marzo de 2024

ISBN: 978-84-19558-60-2

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ePub: booqlab

Arpa

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

SUMARIO

SÉNECA

Javier Gomá

EPICTETO

Carlos García Gual

MARCO AURELIO

David Hernández de la Fuente

SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA

SÉNECA

Javier Gomá

Una semblanza inicial de Séneca, en la que simplemente se pongan juntos sus méritos más sobresalientes, bastará para que salte a la vista de cualquiera el carácter extraordinario de su figura.

Séneca fue el político más eminente de su tiempo; uno de los ciudadanos más ricos del Imperio; el orador más brillante de toda la historia romana con Cicerón; el único escritor que, en la extensa literatura latina, cultivó a la vez la prosa y el verso; autor de las únicas tragedias latinas que conservamos; maestro del estilo que revolucionó la prosa latina y dio lugar al posclasicismo en la literatura; el filósofo con más nombre del pensamiento latino hasta san Agustín; educador de un rey, Nerón, como Aristóteles lo había sido de Alejandro Magno; principal teórico del Imperio como forma política, y, finalmente, el primer hispano de fama universal.

Cada uno de estos diez méritos por separado hacen de Séneca alguien muy notable; juntos, lo convierten en un gigante.

La posteridad europea ha conservado su recuerdo hasta hoy. Los cristianos lo consideraron suyo —«Seneca saepe noster», escribió Tertuliano— y se inventaron una correspondencia de trece cartas entre Séneca y su contemporáneo judío, san Pablo, que todavía san Agustín tomó por auténtica. San Jerónimo, autor de De viris illustribus, le dedicó una biografía. Un milenio después, Petrarca le dirigió una de sus Cartas familiares (XXIV 5), declarándole su admiración y tomándolo como modelo, aunque también afeándole algunas de sus contradicciones. Montaigne se declaró partidario acérrimo en «Defensa de Séneca y de Plutarco» (Ensayos II, 32). Diderot compuso al final de su vida Ensayo sobre la vida de Séneca (1778), obra rebosante de devoción hacia el héroe romano; Nietzsche, cuyo estilo tanto recuerda al de Séneca, lo incluye en su lista personalísima de escritores «imposibles»: «Séneca o el torero de la virtud», lo llama probablemente aludiendo a sus raíces hispánicas (Crepúsculo de los ídolos, «Incursiones de un intempestivo»).

Si Séneca dejó una impronta duradera en la posteridad europea, en nuestro país llegó incluso a confundirse con la esencia misma de España, haciendo del senequismo la entraña de una supuesta españolidad. En el Barroco, Quevedo había propiciado el retorno del pensamiento al estoicismo y, entre todos los miembros de la escuela, Séneca era su preferido: tradujo sus Epístolas, redactó otras en la cárcel imitando su estilo y compuso tratados que adoptan a Séneca como mediador entre el paganismo y el cristianismo. Con todo, fue el noventayochista Ganivet, en Idearium español (1897), quien se atrevió a identificar a Séneca con el alma española: «Séneca —dice Ganivet— no es un español hijo de España por azar: es español por esencia». Ahora bien, ni siquiera él inventó lo español, sino que lo encontró inventado: «Solo tuvo que recogerlo y darle forma perenne —sigue el granadino—, obrando como obran los verdaderos hombres de genio». El pensamiento vivo de Séneca, título de María Zambrano aparecido en 1944, que se abre citando a Ganivet, parece compartir su tesis sobre el senequismo esencial de España, secundada después por Salvador de Madariaga y Menéndez Pidal.

La cuestión de la españolidad de Séneca fue abordada por Américo Castro, pero solo para negarla con sus gotas de sarcasmo. Había sentado en La realidad histórica de España (1952) el siguiente presupuesto historiográfico: los españoles son el resultado del entrecruzamiento de tres castas de creyentes, a saber, cristianos, judíos e islámicos. Por tanto, «no había aún españoles en la Hispania romana ni en la visigótica» y «solo una alucinación, explicable por una especie de psicosis colectiva, pudo hacer de Séneca y de su filosofía un fenómeno español». Castro remata su enmienda a la totalidad con esta pintoresca comparación: «La idea de un senequismo español equivaldría a llamar maya a la poesía de Rubén Darío».

CUATRO ENTORNOS

Para comprender rectamente la polifacética figura de Séneca, es preciso antes situarla en su entorno, o más bien, sus entornos, que son cuatro.

En primer lugar, el histórico: la familia Julio-Claudia. Séneca nace durante el reinado del primer miembro de esta familia imperial y muere durante el del último.

Durante la República el poder estaba dividido entre los dos cónsules y otras magistraturas, por un lado, y, por otro, el Senado, controlado por unas seiscientas familias. La separación de poderes garantizaba las libertades republicanas. Tras el asesinato de Julio César y la toma del poder por Augusto, la soberanía se concentra en una sola de esas familias senatoriales, con exclusión de todas las demás, la familia Julio-Claudia, de la cual salieron cinco emperadores: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Dada la dudosa legitimidad política del trono que ocupaban, los cinco tendieron a degradar las funciones del Senado, sospechoso de nostalgias republicanas. En el Principado, las decisiones eran tomadas no por el Senado, sino por el emperador y su círculo de amigos, en torno a los cuales se formó una corte. La familia que se había adueñado del Estado exigía la adhesión incondicional de familias aristocráticas y senadores, quienes, temiendo ser acusados de traición, prodigaban adulaciones al emperador y practicaban el culto a su personalidad.

El principal problema del Imperio era la sucesión en el trono, como ocurre siempre en las monarquías militares, en las que no suele estar reglada y la ambigüedad resultante alienta la ambición de muchos candidatos en pugna. Durante la dinastía Julio-Claudia, al menos un principio fue respetado: el emperador debía pertenecer a dicha familia. Pero la transmisión no era automática y, a veces, tras intrigas y conspiraciones palaciegas, debía intervenir la guardia pretoriana para, sin más formalidades, proclamar públicamente al nuevo emperador por ovación. Pese a esas turbulencias domésticas, durante dicha dinastía se completaron casi enteramente los límites geográficos del Imperio romano, de modo que la política general y militar del emperador no será a partir de entonces tanto extender esos límites como defenderlos.

El segundo entorno es el literario. Con Julio César y Augusto maduró el período clásico o la edad de oro de la literatura latina, donde descuellan nombres como Cicerón, Virgilio, Horacio, Tito Livio, Ovidio y otros.

En la segunda mitad del siglo i d. C., a partir de Nerón, advino en Roma un segundo florecimiento literario: el llamado período posclásico. Séneca se sitúa al principio de ese período, Tácito y Juvenal, al final. Los posclásicos son los primeros escritores latinos que disponen de unos modelos en su lengua, los clásicos mencionados, que, por su reconocida perfección, son dignos de imitar y son estudiados por los niños en la escuela. Ahora se impone la convicción de que, en el fondo, la cultura griega y la romana son una y la misma, la cultura grecorromana, que se expresa en dos lenguas. Las Vidas paralelas de Plutarco, compuestas por entonces, confirman la conciencia de esta identidad unitaria. Por cierto, entre los posclásicos abundan los de origen hispánico: además de Séneca, el geógrafo Pomponio Mela, el agrónomo Columela y el retórico Quintiliano, entre los prosistas, y entre los versificadores, Lucano, poeta épico, y Marcial, autor de epigramas.

El entorno literario señala la dirección a esa forma de literatura que es la filosofía. El helenismo, iniciado con la muerte de Alejandro en el 323 a. C., ya no reposa en la antigua polis,la ciudad-Estado, como en la cultura anterior, sino que se identifica, por arriba, con los nuevos reinos creados, y, por abajo, con los individuos, anhelantes de felicidad. Ahora bien, la felicidad no es un tema reservado a unos iniciados, los miembros de una academia (como los platónicos o los aristotélicos), sino que incumbe a todo el mundo. Por consiguiente, la filosofía helenística trasciende los estrechos muros de los profesionales de la filosofía y se abre a la ciudadanía general.

Mapa del Imperio romano

Las dos principales escuelas filosóficas del helenismo, el epicureísmo y el estoicismo, tienen el objetivo común de definir la felicidad del sabio, aunque lo hacen de manera diferente. Los seguidores de Epicuro veneran al fundador carismático y sacralizan su doctrina, considerada canónica ya desde su nacimiento, que por esa razón no evoluciona a lo largo de los siglos. En cambio, el fundador del estoicismo, Zenón, es solo uno más de la escuela, y la doctrina estoica es una creación colectiva que va variando en cada época: Estoa antigua, media, romana. En Roma, el estoicismo se introdujo a partir del siglo ii a. C. y gozó de tanta respetabilidad que fue incorporado a los planes de instrucción general del romano. Panecio y Posidonio todavía escribían en griego. Será Cicerón quien, al exponer la doctrina de la escuela en Sobre los deberes y Sobre los fines de lo bueno y de lo malo, vierta la jerga del estoicismo al latín, como Lucrecio lo había hecho antes con la del epicureísmo. Cuando, durante el posclasicismo, Séneca escriba filosofía estoica, lo hará con más libertad de pensamiento que si fuera epicúreo y, además, podrá partir de la traducción de conceptos ya realizada por Cicerón para mejorarla y dotarla de mayor naturalidad.

El cuarto y último entorno es el familiar: la familia Anneo. Padre y madre de Séneca pertenecían a la clase de propietarios agrícolas de la actual Córdoba, en la Hispania romana. Su padre, devoto de Cicerón, publicó libros escolares de retórica y una historia de Roma. La familia Anneo se trasladó a esta última ciudad a los pocos años de nacer Séneca. Los tres hermanos, con el padre, conformaron un clan unidísimo: sus miembros se ayudaron unos a otros para abrirse camino en la poderosa capital. El hermano mayor, Anneo Novato, luego llamado Galión, ascendió rápidamente en la carrera honorífica y llegó a senador y cónsul, y antes, siendo procónsul en Acaya (nombre que entonces recibía una parte de Grecia), un día interrogó en persona a Pablo de Tarso, acusado por la comunidad judía de predicar la adoración a Dios fuera de la ley, según cuentan los Hechos de los Apóstoles (18, 11-13). Su hermano menor, Mela, padre del poeta Lucano, colmó su «desmesurada ambición» (en palabras de Tácito) amasando una inmensa fortuna por matrimonio y administrando la hacienda imperial.

Los tres hermanos del clan, complaciendo a su padre, hombre ambicioso admirado y querido por sus hijos, fueron grandes triunfadores en la vida y acumularon un inmenso prestigio familiar. Y eso que el clan hubo de superar tres lastres de partida compendiados en estos tres términos: novus, eques y provincialis. La familia Anneo era novus porque ninguno de sus antepasados había ocupado altas magistraturas ni entrado en el Senado; era eques, lo que quiere decir que pertenecía a la clase de los caballeros, inferior a la senatorial, y, al proceder de una provincia de Hispania, era provincialis, por lo que estaba en desventaja frente a italianos y romanos para competir por los mayores honores.

A despecho de estos tres lastres, el clan superó a todos los competidores y alcanzó la cima. Aunque al final, como se verá más adelante, sufrió un cruel cambio de fortuna.

Una vez examinados los cuatro entornos —histórico, literario, filosófico y familiar—, se está en mejores condiciones de comprender la figura única de Séneca. Lo que sigue es una exposición de las cuatro grandes etapas de su vida y de su obra.

ORADOR Y CORTESANO: HASTA EL EXILIO

Séneca nació en Córdoba entre el 2 a. C. y el 2 d. C. Aquí, para simplificar, se le tomará como riguroso contemporáneo de Cristo, nacido con el cambio de era. Cuando en el 14 d. C. Augusto murió y Tiberio heredó el Imperio, Séneca ya estaba en Roma estudiando filosofía en el círculo de los Sextios, una escuela romana de inspiración estoica que hablaba y escribía en griego. Allí recibió lecciones de Quinto Sextio, del pitagórico-órfico Soción, de Papirio Fabiano y de Átalo, su verdadero maestro, a quien cita muchas veces en sus obras.

Con veinticinco años, Séneca partió a Egipto con sus tíos —la hermana de su madre y su marido, Galerio, prefecto de la región—. Permaneció seis años allí y escribió tratados geográficos y etnográficos que se han perdido. Oyó al filósofo Queremón y quizá también al gran Filón de Alejandría, judío y teólogo místico entonces en su apogeo. La estancia en Egipto se interrumpió bruscamente cuando, en el año 31, cayó en desgracia el valido de Tiberio, Sejano, y Galerio, tío de Séneca, fue cesado.

En el decenio siguiente en Roma (31-41), Séneca saborea por primera vez las mieles de la gloria, pese a que, por sus seis años fuera de la Urbe, inició su cursus honorum con retraso en comparación con sus coetáneos. En los últimos años de Tiberio, ascendió con rapidez por la escala social y ya en el 33 es nombrado cuestor, lo que implicaba su entrada automática en el Senado. Por desgracia, apenas se dispone de fuentes sobre los primeros cuarenta años de la biografía de Séneca, ya que no se conservan sus libros de esta época, los que después escribió solo hablan del mundo interior y nada del exterior, y los historiadores romanos —Tácito, Salustio y Dion Casio— circunscriben su narración mayoritariamente a sus años políticos. Con todo, de los pocos y fragmentarios datos que han llegado a nosotros se infiere que Séneca, a lo largo de esa década prodigiosa, ganó fama y vasto reconocimiento social por tres títulos distintos: los de filósofo dotado de un estilo propio, orador de brillantes discursos y hábil cortesano.

Respecto a su condición de filósofo, hay que situar una parte de su obra filosófica no conservada probablemente en estos años treinta: Sobre la forma del mundo, Sobre los deberes, Sobre el matrimonio y Sobre los remedios de la fortuna, así como también la biografía de su amado progenitor, Sobre la vida de mi padre. Como orador de discursos, el segundo de sus títulos, dice Suetonio que era «el que entonces más gustaba». Tampoco se ha conservado ninguno de esos discursos jurídicos o políticos que fueron tan apreciados por sus contemporáneos. Como hombre de mundo, su tercer y último título, nos consta que agradaba a las clases altas y aristocráticas por su conversación elevada, ingeniosa, noble y cortés. Anudó valiosos vínculos con la familia reinante y cautivó en particular a las tres hermanas de Calígula (entre ellas, Julia Livila y Agripina).

Ahora bien, ese mismo éxito social tan deslumbrante estuvo a punto de costarle la vida, y no una, sino dos veces, a manos de dos emperadores distintos.

Cuenta Dion Casio que Calígula, en uno de esos accesos de locura criminal tan frecuentes en él tras subir al poder en el año 37, ordenó matar a Séneca solo porque en su presencia había defendido una causa demasiado brillantemente. Al final, lo indultó por consejo de una de sus amantes, quien le informó de que estaba enfermo y no tardaría en morir. En el 41 Calígula fue asesinado y el tartamudo Claudio lo sustituyó al frente del Imperio. Ese mismo año, instigado por Mesalina, su tercera esposa, Claudio acusa a Séneca de mantener relaciones adúlteras con Julia Livila, una de las hermanas de Calígula, y lo condena a morir. No se sabe qué fundamento podría tener este hecho (era delictivo mantener relaciones amorosas con un miembro de la familia imperial, la Julio-Claudia), pero cabe suponer que probablemente Séneca fue víctima de alguna intriga de palacio en la que se dejó involucrar. Con todo, la pena capital le fue conmutada por la de destierro en la isla de Córcega.

Pocos días antes de partir al exilio, murió un hijo pequeño de Séneca, aunque las fuentes no nos dicen si ya estaba casado ni, si lo estaba, con quién.

EL EXILIO: SIETE AÑOS DE UN FILÓSOFOEN CÓRCEGA

Córcega era entonces una isla inhóspita y solitaria destinada al castigo de los condenados políticos. Séneca, expulsado de Roma, sin trabajo y sin familia, se entretuvo estudiando y cultivando la escritura en prosa y en verso. Una de las cuestiones que siguen abiertas sobre la obra de Séneca es su datación. En lo que se refiere a la prosa, parece que deben adscribirse a este aislamiento en Córcega al menos dos de las tres consolaciones. También varios de sus ensayos, denominados comúnmente diálogos.

Séneca es autor de tres consolaciones, que siempre se dirigen a una persona concreta: a Marcia, una matrona romana cuyo hijo había muerto tres años antes; a su propia madre Helvia, confortándola de la separación de su hijo por el exilio, y a Polibio, liberto del círculo de Claudio que había perdido a un hermano. El género de la consolación tiene por objeto aliviar al destinatario del dolor que siente por un mal que ha padecido.

Debo apresurarme a decir que las tres consolaciones de Séneca son obras filosóficamente fallidas, más propias de retórico que de filósofo. Esto no quiere decir que no se lean con gusto, pues están bellamente escritas, pero se percibe enseguida que su autor escoge los argumentos más ingeniosos, más efectistas, no los más verdaderos. Se le ve interesado en demostrar su dominio del arte oratorio, su maestría en la composición del discurso, no tanto en conocer intelectualmente el asunto. El planteamiento filosófico es tosco, falso y por momentos deshonesto. Su tesis filosófica podría resumirse así: no hay mal que lamentar mientras vivimos, porque la vida misma de los mortales ya es un mal y su muerte, en cambio, un bien, y, como desde el principio conocemos lo que nos espera, no ocurre nada realmente nuevo ni imprevisto cuando nuestro destino se consuma, por lo que no tenemos derecho a indignarnos ni quejarnos nunca, por grande que sea la desgracia que hayamos padecido.

Ilustremos esta tesis con unos pasajes de su primera consolación, la que tiene como destinataria a Marcia, consternada por la muerte de su hijito. Le dice Séneca a la madre:

¿Qué necesidad hay de llorar cada parte? La vida entera es digna de llanto. […] Has nacido mortal, has parido mortales. Tú, un cuerpo enfermizo y deleznable, presa constante de achaques, ¿esperaste con una materia tan endeble engendrar algo resistente y perdurable? (55)

No le parece inoportuno a Séneca cantar alabanzas a la muerte ante la madre en luto. Primer ejemplo:

¡Qué ignorantes de sus propias desgracias aquellos para quienes la muerte no merece ser alabada ni deseada como el mejor hallazgo de la naturaleza! (73)

Otro más:

Los bienes humanos se tambalean y desaparecen, y no hay en nuestra vida una época tan expuesta y delicada como la que más nos gusta y, por esto, la muerte es de desear, incluso para los más dichosos, porque en tan gran mudanza y confusión de todo nada hay seguro si no es lo que ya ha pasado. (78)

De lo cual nuestro filósofo deduce, como Segismundo, que lo mejor es no haber nacido o, si ha tenido uno la desgracia de nacer, lo segundo mejor es morir pronto:

Nada hay tan engañoso como la vida del hombre, nada tan traicionero: nadie, por Hércules, la hubiera aceptado si no fuera que se otorga a quienes la desconocen. Así pues, si la dicha mayor es no nacer, la más parecida, creo yo, es ser devueltos rápidamente a nuestro primitivo estado tras cumplir con una vida corta. (78)