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Esta traducción y edición está basada en el Español Latinoamericano y no en el Español Castellano hablado en España. Quinn, el vampiro guardaespaldas, ha vivido los últimos 200 años como un playboy tratando en vano de olvidar a la única mujer que ha amado: su esposa humana Rose, a quien cree muerta. Pero Rose está muy viva. Ahora ella es un vampiro, ha vivido escondiéndose de Quinn todos estos años, habiendo fingido su muerte para esconderle un terrible secreto… uno que ella sabe que lo llevaría a matarla. Cuando un poderoso y malvado vampiro amenaza con destruir al único descendiente vivo de Rose… y de Quinn… no tiene más remedio que salir de su escondite y pedirle ayuda a Quinn. Mientras Quinn lucha con el impacto de la reaparición de Rose y se reúnen para luchar contra un enemigo en común, reavivan las llamas de su pasado. Pero ¿será suficiente la pasión que se enciende entre ellos para superar el secreto que los separa? SOBRE LA SERIE La serie Vampiros de Scanguards está llena de acción trepidante, escenas de amor ardientes, diálogos ingeniosos y héroes y heroínas fuertes. El vampiro Samson Woodford vive en San Francisco y es dueño de Scanguards, una empresa de seguridad y guardaespaldas que emplea tanto a vampiros como a humanos. Y, con el tiempo, también a algunas brujas. ¡Agrega unos cuantos guardianes y demonios inmortales más tarde en la serie, y ya te harás una idea! Cada libro puede leerse de manera independiente, ya que siempre se centra en una nueva pareja encontrando el amor. Sin embargo, la experiencia es mucho más enriquecedora si los lees en orden. Y, por supuesto, siempre hay algunas bromas recurrentes. Lo entenderás cuando conozcas a Wesley, un aspirante a brujo. ¡Que la disfrutes! Lara Adrian, autora bestseller del New York Times de la serie Midnight Breed: "¡Soy adicta a los libros de Tina Folsom! La serie Vampiros de Scanguards® es de lo más candente que le ha pasado al romance de vampiros. ¡Si te encantan las lecturas rápidas y apasionantes, no te pierdas de esta emocionante serie!" La serie Vampiros de Scanguards lo tiene todo: amor a primera vista, de enemigos a amantes, encuentros divertidos, insta-amor, héroes alfa, parejas predestinadas, guardaespaldas, hermandad, damiselas en apuros, mujeres en peligro, la bella y la bestia, identidades ocultas, almas gemelas, primeros amores, vírgenes, héroes torturados, diferencias de edad, segundas oportunidades, amantes en duelo, regresos del más allá, bebés secretos, playboys, secuestros, de amigos a amantes, salidas del clóset, admiradores secretos, últimos en enterarse, amores no correspondidos, amnesia, realeza, amores prohibidos, gemelos idénticos, y compañeros en la lucha contra el crimen. Vampiros de Scanguards La Mortal Amada de Samson (#1) La Revoltosa de Amaury (#2) La Compañera de Gabriel (#3) El Refugio de Yvette (#4) La Redención de Zane (#5) El Eterno Amor de Quinn (#6) El Hambre de Oliver (#7) La Decisión de Thomas (#8) Mordida Silenciosa (#8 ½) La Identidad de Cain (#9) El Retorno de Luther (#10) La Promesa de Blake (#11) Reencuentro Fatídico (#11 ½) El Anhelo de John (#12) La Tempestad de Ryder (#13) La Conquista de Damian (#14) El Reto de Grayson (#15) El Amor Prohibido de Isabelle (#16) La Pasión de Cooper (#17) La Valentía de Vanessa (#18) Deseo Mortal (Storia breve) Guardianes Invisibles Amante Descubierto (#1) Maestro Desencadenado (#2) Guerrero Desentrañado (#3) Guardián Descarriado (#4) Inmortal Develado (#5) Protector Inigualable (#6) Demonio Desatado (#7)
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Seitenzahl: 437
Veröffentlichungsjahr: 2022
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VAMPIROS DE SCANGUARDS # 6
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
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Orden de Lectura
Sobre el Autor
Quinn, el vampiro guardaespaldas, ha vivido los últimos 200 años como un playboy tratando en vano de olvidar a la única mujer que ha amado: su esposa humana Rose, a quien cree muerta.
Pero Rose está muy viva. Ahora ella es un vampiro, ha vivido escondiéndose de Quinn todos estos años, habiendo fingido su muerte para esconderle un terrible secreto… uno que ella sabe que lo llevaría a matarla.
Cuando un poderoso y malvado vampiro amenaza con destruir al único descendiente vivo de Rose… y de Quinn… no tiene más remedio que salir de su escondite y pedirle ayuda a Quinn. Mientras Quinn lucha con el impacto de la reaparición de Rose y se reúnen para luchar contra un enemigo en común, reavivan las llamas de su pasado. Pero ¿será suficiente la pasión que se enciende entre ellos para superar el secreto que los separa?
* * *
Derechos de Copia © 2021 Tina Folsom
Scanguards® es una marca registrada.
Mirando al calendario, Rose Haverford suspiró profundamente. Incluso sin leer la fecha, habría sabido qué día era. Cada año, lo sentía como si hubiera sido tallado en sus huesos, su cráneo y su piel. Ya unos días antes, la pesadez había comenzado a extenderse por su corazón y la melancolía había agriado su carácter. Pero esta noche, sintió la vieja amargura acumularse en ella de nuevo y mudarse como un pariente no deseado que se queda demasiado tiempo, despertando demasiados recuerdos desagradables.
Durante los últimos dos siglos, había aprendido a lidiar con eso. De hecho, había encontrado una salida que la ayudó a desalojar los dolorosos recuerdos de los eventos que habían moldeado su vida y la habían convertido en lo que era hoy, en lo que siempre sería: una criatura de la noche, hambrienta de sangre humana. Un vampiro.
Cada año, en el aniversario de su transformación, Rose ponía la pluma sobre el papel para escribir una carta que nunca enviaría. El destinatario llevaba mucho tiempo muerto, pero la pérdida seguía siendo tan reciente y dolorosa como siempre.
Querida Charlotte, empezó la carta a su hija.
Ha pasado otro año y todavía te extraño. He cumplido la promesa que te hice a pesar de que nunca pude ser la madre que merecías. Estarías muy orgullosa de tu tatara-tatara-tatara-nieto Blake. Es un joven inteligente, ambicioso y bien educado, y algún día hará algo por sí mismo.
Rose gruñó. Quizás debería tachar esa última oración. Después de todo, solo se estaría mintiendo.
Es un joven inteligente, bien educado y... arrogante y egocéntrico. Cuando establecí el fideicomiso para hacerle la vida más fácil a Blake, nunca imaginé que lo usaría para vivir una vida de excesos en lugar de aprovecharlo para avanzar en su carrera y asentarse. Pero, ¿qué sé yo de los hombres?
Aun así, él es mi sangre, y he jurado proteger a todos y cada uno de mis descendientes. Sin embargo, considerando su estilo de vida, nuestro linaje podría acabar en él. No lo veo asentarse y formar una familia.
Por mis palabras, podrías pensar que no lo amo, mi querida hija, pero lo hago. Es solo que...
Levantó el bolígrafo del papel y suspiró.
...me recuerda demasiado a tu padre, aunque no se parece en nada a él. El cabello y la tez de Blake son oscuros, mientras que Quinn tenía el aspecto más hermoso de toda Inglaterra, tan guapo, tan encantador.
Y al final, tan letal.
Ojalá hubieras conocido a tu padre, pero nunca podría haberme arriesgado a que él lo supiera. Lo entiendes ¿verdad? Él te habría convertido en uno de nosotros y no podía permitir que te privara de una vida normal, ni de la oportunidad de tener hijos y una familia.
Rose reprimió una lágrima involuntaria. Se había prometido a sí misma no llorar, no revolcarse en la autocompasión, pero cada vez que pensaba en Quinn Ralston, el segundo hijo del marqués de Thornton, el hombre al que había amado con tanta pasión, no podía mantener la fría compostura por la que era reconocida. Le conocían como: la vampira más fría de este lado de Mississippi. Sin embargo, sangre caliente corría por sus venas y su corazón latía por sus seres queridos, la familia que había perdido y su único descendiente vivo, su tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-nieto Blake.
A pesar de sus reservas sobre el estilo de vida de Blake, se preocupaba por él. La sangre era más espesa que el agua, y para ella, él era como un hijo, alguien que necesitaba guía.
Planeo seguirlo pronto a la costa oeste. Mis maletas están empacadas. No me queda nada aquí en Chicago desde que Blake decidió mudarse a San...
Con un fuerte golpe, las puertas francesas que conducían a su pequeño jardín detrás de su casa de dos plantas, se abrieron con tanta fuerza que los cristales se rompieron, esparciendo fragmentos de vidrio de colores sobre las alfombras y los muebles de incalculable valor. Pero no había tiempo para preocuparse por detalles tan triviales. Sin perder un segundo, Rose metió la carta sin terminar en una revista de moda que estaba en el escritorio y miró al intruso.
El hombre que ella esperaba no volver a ver nunca más, entró como una ráfaga. Por una vez, le hubiera gustado que fuera cierto el rumor de que los vampiros no podían entrar a una casa sin ser invitados, pero, por desgracia, eso era solo un cuento de hadas.
Con los ojos enrojecidos y los colmillos extendidos para mostrar su intención, Keegan irrumpió en su sala de estar, sus tres matones justo detrás de él. Genial, obviamente el idiota esperaba una pelea y estaba poniendo las cartas a su favor. No era de extrañarse. Porqué se había engañado a sí misma pensando que este hombre era cualquier cosa, menos un malvado. Pero claro, se había acostado con muchos idiotas en su larga vida, y Keegan no era la excepción. Al menos ella finalmente había visto su verdadero carácter y salió rápidamente de esa relación, pero aparentemente él no la dejaría escapar tan fácilmente. Debería haber seguido sus instintos y marcharse la noche anterior.
Muy tarde ahora.
Respiraba eufórico mientras caminaba hacia ella. Furia pura emanaba de sus ojos… ojos que estaban enfocados en ella. Lo había visto mirar a otros así antes, desafortunados que ahora estaban muertos. El instinto le pedía retroceder, pero su orgullo le dictaba que se mantuviera firme. Hacía mucho que había dejado de acobardarse ante los hombres; no empezaría otra vez.
Tan rápido como una bala, su mano rodeó su garganta, y tan fuerte como la soga de un verdugo, la apretó, levantándola.
—¿Dónde diablos está? — él apretó los dientes rechinándolos, su repugnante aliento le cubrió el rostro.
—No sé de qué estás hablando —, logró decir con el limitado suministro de aire que él le concedió.
La apretó más fuerte. —¡Perra mentirosa!
Levantó la otra mano y la abofeteó con fuerza en la mejilla. La fuerza del impacto le hizo girar la cabeza hacia un lado. Inmediatamente, ella olió su propia sangre mientras corría por su nariz, goteando por su boca y barbilla. La sensación le cosquilleó, justo como imaginaba que se sentía la tortura de agua china: insoportable como el infierno. Sin embargo, no sintió dolor. Demasiada adrenalina corría por sus venas, lo que también le impedía sentir el miedo que debería inundar su cuerpo de pies a cabeza al conocer las crueldades de las que era capaz Keegan cuando sabía que había sido traicionado.
Y había sido traicionado. Por ella.
Sus ojos se clavaron en ella como si pensara que podría encontrar la respuesta a su pregunta allí. Ella tendría que decepcionar a ese idiota arrogante.
—Llámame como quieras—, vociferó, sin apenas aire para respirar. No importaba: los vampiros no podían asfixiarse. Podrían perder el conocimiento por un tiempo, pero la muerte tendría que llegar de diferentes formas.
—Pregunté: ¿dónde diablos está?
Cuando ella intentó negar con su cabeza, no pudo, la presión de su agarre se lo impedía, entonces él lanzó una mirada a sus hombres. —¡Busquen por todas partes!
Los tres vampiros, con más músculos que cerebro, se lamieron con firmeza los labios al recibir la orden de destrozar su casa. A ella no le importaba. Había planeado dejarlo todo atrás de todos modos. Su agente de bienes raíces pondría el lugar a la venta mañana. Al observar cómo los tres matones realizaban su búsqueda, parecía que sería necesaria una restauración completa antes de que su casa pudiera ser vista por cualquier potencial comprador.
—No la tengo—, mintió.
Otro golpe le rompió la nariz… tendría que arreglarla antes de su sueño reparador para asegurarse de que no volviera a crecer torcida.
—¡La vi en la cámara de seguridad maldita perra! — estalló Keegan.
¡Mierda! Ella sabía que su oficina estaba intervenida, pero ¿qué tipo de monstruo tenía una cámara escondida en su habitación?
—¿Nos grabaste en la cama? ¡Maldito pervertido!
La idea de que existieran videos de sus encuentros sexuales la enfermaba. Si tuviera alguna oportunidad, volvería allí ahora y borraría todo lo que él hubiera grabado. Pero, desafortunadamente, ese plan estaba acabado.
—Oh, seguiré viendo esas cintas cuando yo quiera. Y no hay nada que puedas hacer al respecto.
La rabia hervía en ella. Sin pensarlo, levantó la rodilla y le dio una patada en los huevos. La satisfacción la inundó cuando aflojó la mano que tenía alrededor de su cuello y se dobló, su rostro contorsionado por el dolor. Pero su alegría duró poco.
Al presenciar la situación de su amo, dos de sus vampiros secuaces la atacaron instantáneamente. A pesar de su propia velocidad y agilidad, hicieron picadillo sus esfuerzos por tratar de correr y escapar. No es que hubiera pensado seriamente que tenía una oportunidad, pero nunca había sido de las que tiraban la toalla sin intentarlo.
Para cuando los matones la sujetaron, doblando sus brazos hacia atrás y manteniéndolos en una posición decididamente incómoda, Keegan se había recuperado de su dolor temporal. Ella intentó encogerse de hombros. Ver a Keegan sufriendo había valido la pena, aunque deseaba que hubiera durado más.
Rose no podía arrepentirse de la acción a pesar de que su antiguo amante ahora parecía aún más enojado que cuando él irrumpió en su casa.
—Inténtalo de nuevo y terminarás en la punta de mi estaca.
Ella arqueó una ceja en burla. —Vamos. Mátame.
Claramente furioso por su burla, tomó su estaca y se lanzó hacia ella.
—Pero nunca la encontrarás. Porque no está aquí—, agregó con calma, deteniéndolo en seco.
—¿Dónde la escondiste?
Ella soltó una risa amarga. —¿De verdad crees que soy lo suficientemente estúpida como para decírtelo? ... ¿En serio?
—Te obligaré—, la amenazó Keegan.
—No tengo miedo de morir. He tenido una vida bastante larga. Estoy cansada de ella.
En parte, era la verdad. Había tenido una larga vida y no tenía miedo de morir. Ella había muerto antes. De hecho, esta noche era el aniversario de su muerte como humana y su renacimiento como vampiro. Pero lo que no era verdad (y lo que nunca podía permitir que él adivinara), era que por mucho que odiara ser vampiro, no estaba cansada de esta vida, porque tenía un propósito.
—Todo el mundo puede ser obligado a hablar—. Lanzó una mirada salvaje alrededor de la habitación, escaneándola… buscando algo.
—Yo no. No tienes nada con qué chantajearme Keegan. Deberías saber eso.
—Incluso tú tienes un punto débil. Incluso tú, Rose —. La vena de su sien palpitaba, lo que atestiguaba su terrible temperamento.
—Si lo tuviera, nunca lo sabrías. Soy la vampira más fría de este lado del Mississippi, ¿no lo sabías? No hago lazos emocionales. Adelante, destruye mi casa. Mira si me importa.
No era así. Como humana, había crecido en abundancia; como una joven vampira no tenía nada hasta que se labró una existencia y finalmente acumuló más riqueza de la que sus padres jamás habían soñado. Sin embargo, las cosas materiales no significaban nada para ella.
Los ojos de Keegan se entrecerraron mientras recorría la habitación una vez más con su mirada inquisitiva. Cuando sus ojos se posaron en el escritorio antiguo donde ella había escrito su carta unos minutos antes, hizo una pausa.
El escritorio estaba limpio de desorden, excepto por dos artículos: una revista de moda y un bolígrafo.
Cruzó la distancia hasta él con la velocidad sobrenatural con la que su especie era reconocida y tomó la pluma. Su tapa descansaba impecable sobre la superficie del escritorio.
—Has estado escribiendo tus memorias, ¿verdad?
Intentó encogerse de hombros con indiferencia. —¿Quieres una copia cuando termine?
—¿Y leer qué? ¿Las tonterías de una puta que es tan fría en la cama como un bloque de hielo? El agujero de un pavo congelado le hubiese dado mejor bienvenida a mi pene.
—No te hagas ilusiones—, contraatacó. —Tu pene ni siquiera llenaría el hoyo de un conejo.
Una pequeña risa escapó de uno de los matones, antes de que pudiera detenerse. Gran error, dado a que: a la velocidad de un vampiro, Keegan saltó hacia el tipo y le clavó una estaca en el pecho, convirtiéndolo en polvo.
Sus ojos estaban enrojecidos cuando se volvió nuevamente. —¿Alguien más tiene una opinión sobre eso?
Rose sintió que los dos vampiros que todavía la estaban agarrando, se congelaron ante la pregunta de su jefe.
—Lo imaginé—. Keegan regresó al escritorio. —Bueno, ¿dónde estábamos?
Se tocó la frente con el dedo fingiendo pensar. —Ah, ya recuerdo, estábamos discutiendo para qué usabas este bolígrafo—. Hizo un gesto con la mano hacia el escritorio que de otro modo estaría vacío. —Teniendo en cuenta que no veo ninguna factura sin pagar aquí, debo asumir que no estabas haciendo cheques.
Ella levantó la barbilla y mantuvo el rostro inexpresivo. Por dentro, estaba temblando. Pero décadas de tener que mentir y hacer trampa, engañar y fingir, le habían enseñado a mantener su cara de póquer, y cómo cambiar de tema.
—Tal vez estaba ensalzando las virtudes de tu minúsculo pene escribiendo un poema al respecto.
Esta vez, su insulto no tuvo el mismo efecto. Keegan simplemente se rió entre dientes. —Buen intento, Rose. Pero eres una causa perdida… — Se volvió y señaló el lugar donde solo unos momentos antes había matado a su socio. —... ya hemos dejado ese tema atrás. Pero gracias por decirme que estoy en el camino correcto.
Con horror, vio como él rebuscaba en el escritorio, sacaba cajones y los vaciaba, tirando su contenido al suelo. Billetes, bolígrafos y artículos de oficina caían sobre la alfombra. Cuando el diminuto último cajón y su contenido cayeron al suelo, Keegan soltó un bufido de frustración.
—¡Mierda! — maldijo.
Un suspiro involuntario de alivio escapó de sus tensos pulmones, tan suave que pensó que nadie se había dado cuenta, pero la cabeza de Keegan se volvió hacia ella. Trató de penetrarla con su mirada.
—Está ahí, ¿no es así? Tu talón de Aquiles.
Volvió la cabeza hacia el escritorio y el único elemento que quedaba en él. —Por supuesto.
Tomó la revista y la agitó. De sus páginas, una sola hoja de papel revoloteó hasta el suelo, atrapándola antes de que llegara a él. —Te tengo.
El corazón de Rose se hundió.
Con una sonrisa triunfante, sus ojos devoraban las palabras que ella había escrito, antes de volver a mirarla, riendo. —Bueno, bueno, Rose. ¿Quién hubiera pensado que tenías corazón? Me tenías engañado.
Luego señaló la carta, chasqueando los dedos contra ella. Ella sabía lo que venía. Ahora tenía un medio para obligarla. Usar su amor por su propia sangre, en su contra.
—Como yo lo veo, tienes dos opciones: devuélveme lo que me robaste y yo dejo vivir a tu nieto... — Hizo una pausa dramática. —No lo hagas, y lo mataré.
Un desesperado jadeo escapó de su garganta. Por ella, Blake sufriría. Pero no podía sacrificar tantas vidas a cambio de una sola, ¿o sí? Si le daba a Keegan lo que le había quitado, él tendría los medios para controlar muchas vidas y destruir a los que se le opusieran. Se volvería demasiado poderoso para derrotarlo. No podía permitir eso, no para salvar una sola vida.
—No puedo ser chantajeada. Si tienes que matarlo, hazlo —. Su corazón sangraba por Blake. A pesar de todos sus defectos, no se merecía esto. Se merecía una vida plena, larga y feliz.
Los ojos de Keegan se entrecerraron como pequeñas rendijas mientras se acercaba. La estudió, pero ella sabía que todo lo que vería era su determinación de luchar contra él. Luego volvió a mirar la carta y la leyó de nuevo. Cuando la miró nuevamente, tenía una sonrisa de satisfacción en su rostro.
—Mis disculpas, Rose. Creo que no utilicé los medios adecuados para seducirte. Intentemos esto de nuevo, ¿de acuerdo? — Su tono de voz casual se convirtió en hielo con sus siguientes palabras. —Si no me la devuelves, lo convertiré.
Su garganta se cerró, robándole la habilidad de respirar. —No—, se las arregló para murmurar.
Se acercó a ella, bajando la voz al mismo volumen que la de ella. —Sí.
—No hagas esto.
Keegan sonrió, y si no lo hubiera conocido tan bien, habría pensado que era por bondad. —Odias tanto a tu propia especie que quieres evitar que tu tatara-tatara-lo que sea-nieto, se convierta en uno de nosotros. Entonces sálvalo.
Ella tragó con dificultad. Tenía que haber otra manera. —No está aquí. La escondí.
—Iremos juntos.
Rápidamente, ella negó con la cabeza. —Dejé instrucciones estrictas: si no voy a recogerla por mi cuenta, será destruida.
Los ojos de Keegan brillaron con obvia desconfianza. Los tendones de su cuello se tensaron mientras luchaba por controlarlos. Ella se mantuvo firme y no se inmutó.
—Te doy dos horas para recuperarla.
Desesperada por ganar más tiempo, agregó otra mentira a la anterior. —Hay otras... precauciones de seguridad que puse en el lugar. Solo hay ciertos momentos durante los cuales tengo acceso.
Cuando Keegan entrecerró los ojos, ella añadió rápidamente: —Similar a una cerradura en un banco. Necesito al menos veinticuatro horas.
Keegan soltó un bufido de enojo. —Si me engañas, encontraré a este Blake y haré de su transformación, el evento más horrible de su vida. ¿Me entendiste?
Rose simplemente asintió.
—Te estaré vigilando. Tienes veinticuatro horas o iré a cazar a tu chico.
Hizo salir a sus dos secuaces y desapareció en la noche.
Temblando, sintió su cuerpo flaquear. Con sus últimas fuerzas, alcanzó el sofá y se dejó caer sobre él.
Las lágrimas se soltaron de sus ojos y rodaron por sus mejillas como una avalancha. No podía permitir que Blake corriera el mismo destino que ella. Le había prometido a Charlotte y a ella misma que sus hijos y los hijos de sus hijos, llevarían una vida normal. Nadie estaría maldito por ser vampiro. Nunca más.
—¿Dónde estás cuando te necesito? — ella gritó. —Quinn, tienes que ayudarme ahora. Me lo debes. Él también es tu sangre.
Quinn se deslizó en el asiento del pasajero mientras Oliver tomaba el asiento del conductor de la camioneta y arrancaba.
—Ojalá pudieras quedarte más tiempo—, dijo Oliver mientras se adentraba en el camino rural, dejando atrás la casa donde el núcleo interno de Scanguards había estado celebrando otro vínculo de sangre.
Solo se habían invitado vampiros y sus parejas… bueno, y Oliver. Sin olvidar algunos perros: Zane había traído a Z, y Samson y Delilah también habían traído al perrito de su hija Isabelle. Si no tenían cuidado, Scanguards se convertiría en un circo.
—Tengo que volver a Nueva York. Además, ¿qué haría yo aquí? ¿Mira cómo Zane le pone ojos de cachorro a Portia de la misma forma que lo hace tu perro? — Quinn se rio entre dientes. —Será mejor que salgas de aquí. Lo que sea que esté sucediendo, puede ser contagioso.
El chico humano a su lado, le sonrió de reojo… sí, era un chico, apenas tenía veintitantos años… y aunque Quinn también parecía bastante joven, llevaba la experiencia y recuerdos de dos siglos sobre sus hombros. Dos siglos muy largos y solitarios, a pesar de que nunca había estado solo y siempre se había rodeado de los más ardientes traseros disponibles. Pero estar rodeado de otros, no había ahuyentado el vacío de su corazón. Lo había sentido físicamente esta noche. Ver a tantos de sus amigos felizmente atados a sus parejas de sangre, lo había hecho real una vez más.
—Como si alguna vez fueras a sentar cabeza—, afirmó Oliver. —Oye, la vida que estás viviendo, eso es lo que quiero. Mujeres a un lado, al otro y por doquier. Lo estás haciendo bien.
Quinn captó su mirada de admiración y forzó su encantadora sonrisa habitual. La había perfeccionado durante los últimos doscientos años y, a estas alturas, ni siquiera él podía decir qué tan falsa era. ¡Como si eso no fuera un logro en sí mismo!
—Oye, chico, solo hago que parezca fácil. Ser un playboy requiere mucho trabajo… y energía —. Le guiñó un ojo, obligando a sus pensamientos sobre su pasado, retirarse a los oscuros recovecos de su mente.
Oliver se echó a reír. —¡Seguro! No me importa ese tipo de trabajo —. Movió las cejas al estilo de Cantinflas. —Y tengo mucha energía.
—¡El joven! — Quinn roló los ojos. —No aprecia el arte de la seducción. Se necesita habilidad y astucia para meter a una mujer a tu cama.
—¡Se necesita dinero, buena apariencia y una gran verga!
Quinn no pudo evitar reír. —Bueno, eso ciertamente ayuda. Pero claro, eso te deja corto en dos cosas.
Oliver giró la cabeza por el sinuoso camino frente a él.
—¡Por la apariencia que tienes! — Añadió Quinn.
Su joven colega resopló, mostrando su indignación. —¡No has visto mi pene!
—Sí, y por la gracia de Dios, espero nunca tener que hacerlo—. Quinn se rio, incapaz de contenerse.
Oliver lo fulminó con la mirada. —¡Tengo lo que se necesita!
—¡Lo que digas, chico! — Sus ojos comenzaron a lagrimear y apenas pudo pronunciar las palabras sin estallar en carcajadas.
—¿No me crees? ¿Qué? ¿Crees que, porque eres un vampiro y yo no, no tengo el equipo?
Quinn negó con la cabeza. —No puedo creer que estemos teniendo esta conversación.
—Bueno, ¿es eso? ¿Crees que eres mejor en eso porque eres un vampiro?
Quinn decidió no dejar que Oliver lo incitara a comparar ambas especies. Con una sonrisa en su rostro, le guiñó un ojo. —Una vez que lo hagas tanto tiempo como yo, apuesto a que serás incluso mejor que yo. Creo que serás natural.
Un brillo orgulloso de emoción irradió de los ojos de Oliver. —¿En serio piensas eso?
—Seguro que sí. He visto cómo te miran las chicas—. Se acomodó su cabello oscuro, que como de costumbre, estaba en todas direcciones como si acabara de levantarse de la cama. —Por supuesto que, a este punto, todas quieren solo domar tu salvaje melena. Pero créeme, eso es una ventaja: las atrapas con tu inocente apariencia de chico lindo y badabing-badaboom, las tienes en la cama.
Oliver sonrió de oreja a oreja. —¡Sí!
Se veía tan inocente y fresco, Quinn sintió que su corazón se apretó por un momento. Una vez había sido como Oliver: lleno de entusiasmo por la vida que tenía por delante. Lleno de esperanza. Enamorado. Y luego lo perdió todo: su vida, su esperanza, su amor.
Se aclaró la garganta, tratando desesperadamente de rechazar los recuerdos que surgían y buscó las primeras palabras que le vinieron a la mente. —Deberías venir a visitarme a Nueva York. Podemos pasar el rato y ligar algunas chicas.
—¿En serio? — La voz de Oliver estaba llena de asombro, como si le acabaran de presentar las llaves de un Lamborghini. —¿Lo dices en serio? ¡Hombre! ¡Eso es genial!
Quinn suspiró. Ahora había desatado algo en el chico, que duraría al menos hasta que llegaran al aeropuerto, donde un avión privado de Scanguards lo esperaba para llevarlo a Nueva York. Mejor eso que revolcarse en sus propios pensamientos. Y tal vez una visita de Oliver sería divertida. Jake, que actualmente estaba controlando el fuerte en la oficina de Scanguards en Nueva York, podría unirse a ellos y los tres podrían ir a cazar.
Podría enseñarle una o dos cosas al chico, solo por el placer de hacerlo. Cuando fuera mayor, entendería que no se trataba de cuántas conquistas hiciera, sino de a quién conquistara.
—¿Por qué no hablas con Samson y le pides que te dé un par de semanas libres? Estoy seguro de que estará de acuerdo con eso. Ahora que Zane está domesticado, realmente no tengo a nadie más con quien ir de fiesta.
El rostro de Oliver se iluminó como un árbol de Navidad. —¿Quieres decir que voy a ser como Zane? ¿Como si estuviera tomando su lugar?
Quinn aulló. —¡Tienes que estar bromeando, Oliver! ¡Nadie puede ser como Zane!
—Pero yo estoy tomando su lugar, ¿no? — se apresuró a repetir.
Quinn le dio una palmada en el hombro, secretamente feliz por el entusiasmo del chico. Sin embargo, no podía dejar de molestarlo. —Esos zapatos son difíciles de llenar. ¿Estás preparado para eso?
—Tú dices cuándo y dónde, ¡y yo soy tu hombre! — proclamó Oliver sonriéndole.
Quinn asintió, volviendo la cabeza hacia los lados, cuando percibió algo de reojo. Su cabeza giró hacia el camino oscuro frente a ellos. ¡Mierda!
—¡Oliver! ¡Cuidado! — gritó.
La cabeza de Oliver se volvió hacia el obstáculo frente a ellos: en su carril, había unos conos acordonando equipo que trabajaba en la carretera, descansando allí durante la noche, pero las luces intermitentes que generalmente acompañaban a tales bloqueos no parpadeaban… parecían tenues y apenas reconocibles en la noche oscura. A su derecha no había salida: una pared de roca se elevaba junto a la acera.
—¡Mierda! — vino de la boca de Oliver.
—¡Gira!
Justo cuando Oliver tiró del volante hacia la izquierda para evitar la excavadora, la luz de otro automóvil que se acercaba a toda velocidad los cegó. A la velocidad de un vampiro, Quinn giró el volante hacia la derecha, justo cuando Oliver frenó de golpe.
Los neumáticos rechinaron y la parte trasera del coche derrapó. La grava suelta del sitio en construcción de repente hizo que los neumáticos giraran sin encontrar fricción. El coche avanzó prácticamente sin obstáculos y se dirigió directamente hacia la excavadora. Girando salvajemente el volante que no respondía y presionando los frenos, Oliver trató de evitar lo inevitable. Con un ruido sordo, el automóvil se estrelló contra el costado de la pequeña excavadora, la cual volcó. Solo ahora, Quinn notó la grúa al lado.
El poder del impacto desplegó las bolsas de aire, pero las ventanas explotaron y con horror, Quinn vio cómo Oliver era arrojado fuera del auto. No se había puesto el cinturón de seguridad.
Quinn fue retenido por su propio cinturón de seguridad y la bolsa de aire repentinamente obstruyó su vista.
Buscó a tientas liberarse del cinturón y se dio cuenta de que estaba atascado. Obligó a sus dedos a convertirse en garras, pero justo cuando cortó el material, escuchó un chasquido y miró a su alrededor, cuando percibió un movimiento fuera de la ventana del pasajero. Mientras giraba la cabeza para mirar a través de ella, vio una gran viga de acero, suspendida sobre el brazo de la grúa, balanceándose hacia él.
Se quedó paralizado en medio del movimiento. ¡Mierda! No había forma de salir de esto. La viga de acero lo decapitaría. Era el final.
Su vida no pasó ante él; tal vez no era así para los vampiros. Solo un pensamiento lo llenaba ahora. Finalmente se iba a casa.
Rose.
Suspiró. Con un último aliento.
Rose, volveremos a estar juntos. Finalmente.
Luego sintió el impacto cuando el auto fue golpeado. Él fue empujado a un costado, golpeando el volante a su izquierda. Todo se volvió negro.
Londres, 1813
—Rose —susurró Quinn desde atrás de un arbusto cuando la vio salir del salón de baile hacia la tranquila terraza, donde por el momento nadie más buscaba refugio de la multitud.
Se veía más hermosa que nunca. Su cabello dorado estaba recogido en lo alto de su cabeza, suaves rizos caían enmarcando su rostro perfectamente ovalado. Su piel era de porcelana… ni una sola arruga en ninguna parte, impecable. Llevaba un vestido muy escotado a la moda, su pequeño pecho realzaba por el escote que subía por su piel como si lo presentara en una bandeja. Con cada paso que daba, amenazaba con escapar de la tela de seda de su vestido, rebotando alegremente arriba y abajo, volviendo loco a cualquier hombre que respirara en el proceso. Más aún a Quinn, quien estaba enamorado de la encantadora criatura.
—Rose.
Cuando ella escuchó su voz, corrió en su dirección, lanzando cautelosamente una mirada por encima del hombro hacia el salón de baile, asegurándose de que nadie la hubiera seguido.
En los segundos que tardó en acercársele, él admiraba su elegante andar, que parecía tan ligero como el de una gacela. El sonido de sus zapatillas fue absorbido por la nada tan pronto como salía de la terraza y entraba en el césped bien cuidado bajo sus pies.
Quinn la alcanzó y la llevó detrás del arbusto con él, hambriento de un toque. Incluso un beso.
—Quinn—. Su voz sonaba sin aliento, como si hubiera bailado uno de los más enérgicos bailes country de los cuales disfrutaban las clases bajas y no los bailes tranquilos que preferían sus anfitriones, Lord y Lady Somersby.
Cuando la arrastró contra él, olvidando todos los modales y el decoro, los rayos de la luna iluminaron su rostro, presentando sus mejillas sonrojadas ante su mirada. Pero sus ojos se posaron en esos labios que esperaban, entreabiertos, su toque.
—Oh, Rose, mi amor. No podía esperar un momento más.
Hundió sus labios en los de ella, absorbiendo su esencia pura, su inocente respuesta. Con un suspiro, deslizó la mano hacia la parte posterior de su cabeza y la atrajo hacia él. Cuando empujó su lengua contra sus labios, un suave gemido salió de su boca. Él le dio la bienvenida y deslizó su lengua entre sus labios y a lo largo de sus dientes, persuadiendo, tentando, instando. Su sabor era embriagador, su aroma delicioso.
Finalmente, su tímida lengua se encontró con la suya y el tiempo se detuvo.
—Mi Rose—, murmuró e inclinó la boca, sumergiéndose en ella, su pasión se desató, su control se hizo añicos. Esta era la tercera vez que la besaba, y al igual que las dos primeras veces, en el momento en que ella le respondía, estaba perdido.
Su otra mano bajaba a sus nalgas, sintiendo sus curvas a través de las delgadas capas de su vestido de fiesta. Se le escapó un grito ahogado, pero un momento después, moldeó su cuerpo caliente al de él, sus suaves pechos se frotaban contra su abrigo de noche. Y más abajo, donde sus pantalones estaban abultados con una asta tan dura, como la barra de hierro de un herrero, el cual se rozaba contra su suave centro. ¿Era el aire de verano o el hecho de que ella había bailado toda la noche, por lo que él la percibía tan caliente allí? ¿O el calor tenía una razón completamente diferente?
La idea estuvo a punto de volverlo loco. Pero no podía tomarla allí, donde en cualquier momento, otra amorosa pareja o algún invitado desprevenido, podría tropezar con ellos. De mala gana, soltó sus labios. Sin embargo, no podía soltar su cuerpo.
—Debemos tener cuidado—, ella susurró con una voz grave, sus labios lucían completamente rojos y maltratados. Él era el responsable de eso, pero por Dios, no podía arrepentirse.
—Papá pronto se dará cuenta que me he ido.
—Tonterías, tu padre está ocupado en las mesas. Y me he asegurado de que tu chaperón esté ocupado.
Sus ojos se agrandaron. ¿Era sorpresa o deleite lo que veía en ellos?
—Te ruego que me digas, ¿qué hiciste?
Él le guiñó un ojo con picardía. —Me aseguré de que ella tuviera un ardiente admirador esta noche, el cual le pidiera todos sus bailes y le sirviera ponches.
Ella movió su abanico suavemente contra su chaqueta. —Eres cruel. ¿Qué pasa si ella cree en su atención poco sincera?
Quinn tomó su mano y llevó los dedos hacia sus labios, besándolos uno por uno mientras él respondía: —¿Quién dice que su atención no es sincera? Quizás él necesitaba simplemente un poco de ánimo para superar su timidez.
—Tú, mi señor, — dijo en una reprimenda burlona, —no tienes un solo joven conocido a quien podría aplicársele la etiqueta de “tímido”. Te acompañas de la gente más... — Ella vaciló, buscando la palabra correcta. —... perversa.
—¿Importa con quiénes me rodeo? Todo lo que en verdad deseo es tú compañía. Y una vez que me la concedas, estaré solo contigo.
—Quieres decir, una vez que mi padre la conceda.
Quinn suspiró, su pecho pesaba por lo que había venido a decirle esta noche. Había pensado mucho en ello, incluso lo había discutido con su hermano mayor, quien había pensado que la idea era viable.
—¿Qué sucede? — Su voz tenía un sonido de preocupación.
—Ah, perspicaz como siempre. ¿Hay algo que pueda esconderte?
Rose le dio una sonrisa coqueta, una que hizo que su corazón se derritiera. —¿Quieres ocultarme algo, mi señor?
La acercó más. —Si me llamas “mi señor” una vez más, seguramente sí. Pero si mi nombre cruza tus labios, seré completamente incapaz de ocultarte cualquier cosa.
Sus párpados se agitaban, mientras sus mejillas se teñían de un rojo más intenso. —Quinn—. Más como un aliento que un sonido, la palabra salió de sus labios.
Tomándola por su barbilla entre el pulgar y el índice, acercó su boca a la suya. —Ah, Rose, me tientas tanto.
Sintió cómo ella se ponía de puntillas y no pudo contenerse más. Todo lo que pudo hacer fue besarla, tomar sus suaves labios, acariciar su traviesa lengua, todo el tiempo presionando sus suaves curvas contra su cuerpo, alimentando el fuego dentro de él hasta que se dio cuenta de que no podía despedirse de ella esta noche.
Se apartó de sus labios y apoyó la frente en la de ella. —Mi amor, me iré mañana. Por el continente.
Dejó salir un grito ahogado, mientras echaba la cabeza hacia atrás para mirarlo con sorpresa. —¿Te vas?
Le acarició la mejilla con sus nudillos. —Compré un puesto en la armada y me uniré al ejército de Wellington.
Sus labios temblaron. —¿Te vas a la guerra?
Se apartó de él, pero él la acercó nuevamente.
—Es la única forma. Tu padre no quiere dar su consentimiento. Hablé con él. Simplemente se rio en mi cara.
—¿Hablaste con papá? ¿De mí?
El asintió. —Pedí tu mano. Él se negó, diciendo que no tengo nada que ofrecerte, ningún título, ninguna riqueza de importancia. Mi hermano heredará el título; todo lo que tengo es una pequeña propiedad por parte de mi madre. Tu padre no lo considera suficiente.
¿Y por qué debería hacerlo? Rose se merecía mucho más. Ella era la hija de un conde, una belleza, además, y los pretendientes se alineaban dondequiera que ella aparecía. Su padre sería un tonto si le permitiera casarse con un segundo hijo, un hombre sin título.
—Pero él debe entender—. Sus ojos se enrojecieron, una señal de que las lágrimas eran inminentes.
Quinn pasó un dedo por sus labios. —Shh, mi amor. Escúchame. Tengo un plan. Funcionará.
Rose levantó los párpados con esperanza. Ah, él podía ver cómo el amor brillaba en sus ojos, un amor que ardía por él. Todo valía la pena, solo para ver esto.
—He hablado con varios oficiales del ejército de Wellington. Puedo subir de rango muy rápidamente. Pronto lucharé al lado de Wellington y volveré como un héroe de guerra condecorado. Se me abrirán muchas puertas; Seré rico y, a pesar de no tener un título, tu padre no me rechazará entonces.
Podía ver pequeños engranajes maquinando en su bonita cabeza, la forma en que las arrugas del ceño se mostraban en su frente, le decían mucho.
—Pero te pueden matar.
Por supuesto, ella estaría preocupada por él. No esperaba menos. —Me conoces. Puedo cuidar de mí mismo. Te lo prometo, volveré en una pieza.
Ella le dio una mirada dudosa. —Todos dicen eso. Y luego regresan y les faltan miembros o, peor aún, no regresan en absoluto. He escuchado relatos de las cosas terribles que suceden en el campo de batalla —. Ella le dio la espalda.
Quinn suspiró y la rodeó con los brazos por detrás, acercándola a él, sus suaves nalgas encajaban perfectamente en su ingle. —Mi amor, volveré a ti. Te lo prometo. No permitiré que nadie me mate. ¿Y sabes por qué?
—¿Por qué? — preguntó con su voz tranquila y resignada.
Inclinó la cabeza hacia su cuello. —Porque te amo y planeo pasar mi vida haciéndote feliz.
—¿Lo prometes?
—Sí, si me prometes una cosa también.
—¿Sí? — Ella giró la cabeza para encontrarse con su mirada.
—No aceptarás ninguna otra oferta de matrimonio. Eres mía, ningún otro hombre te tocará jamás.
Ella cerró los ojos. —Papá me obligará.
Quinn negó con la cabeza. —No, no podrá—. Esta noche se aseguraría de que Rose nunca pudiera aceptar a otro hombre.
La volvió hacia él. —Porque esta noche, serás mía.
Fue testigo del momento exacto en que Rose se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Al principio pudo ver la conmoción extendiéndose por sus hermosos rasgos, luego sus mejillas enrojeciéndose furiosamente, su pecho se agitó en concierto con su respiración emocionada.
—¿Estás planeando arruinarme? — Ella susurró.
—No arruinarte. Te voy a hacer mía; voy a hacerte mi esposa y te amaré como un esposo.
—Un esposo—, murmuró con incredulidad. —¿Sin las bendiciones de la iglesia y de la sociedad?
Él rio entre dientes. ¡Su dulce Rose! ¿Cómo podía creer que él siquiera contemplaría tal cosa? Se palpó el bolsillo del pecho. —Por supuesto que no, querida mía, he obtenido una licencia especial, tengo un ministro y un testigo esperándonos en este momento.
—Pero no entiendo. Si nos casásemos esta noche, ¿por qué tienes que ir a la guerra?
Con el corazón apesadumbrado, Quinn la miró. —Porque quiero el consentimiento de tu padre. Por ti. No quiero que tu familia y la sociedad te rechacen. Este será nuestro secreto, y solo si tu padre te obliga a casarte con otra persona durante mi ausencia, le revelarás que ya estás casada conmigo. Sólo entonces. Y una vez que regrese como héroe de guerra, le pediré permiso a tu padre. Y nos casaremos por segunda vez. Y nadie excepto tú y yo lo sabremos.
Ella contemplaba sus palabras, su inteligente mirada lo estudiaba. —¿Entonces me estás proponiendo matrimonio?
El asintió. —¿Y, tu respuesta?
Ella movió su abanico hacia él. —¿Nadie te ha enseñado a proponer matrimonio? — Ella chasqueó la lengua, claramente asombrada. —Bueno, de rodillas entonces.
Riendo, se dejó caer sobre una rodilla. —No estás haciendo esto fácil, mi amor. Pero ya que insistes.
—De hecho, dado a que esta será la única oferta de matrimonio que recibiré, al menos me gustaría disfrutar de la actuación.
Lo alentador de sus palabras, hizo que todas las posibles preocupaciones de rechazo se disiparan. —Mi querida Rose, ¿quieres casarte conmigo y dejar que te ame por el resto de nuestras vidas?
—¡Sí! — Ella se arrojó sobre él, haciéndolo aterrizar de espaldas, con ella encima de él.
—Ah, me gusta esta posición.
—¡Quinn Ralston, eres un sinvergüenza!
—Sí, un sinvergüenza en su noche de bodas. Ahora mi dulce prometida, libérame de esta posición tan comprometedora, para que podamos encontrarnos con el ministro y disfrutar el resto de la función de esta noche.
Mientras él repetía sus palabras, ella dejó escapar otra deliciosa sonrisa.
El ministro estaba esperando en una pequeña capilla a pocos pasos de los terrenos de la finca de Somersby. Junto a él, su amigo James Worthington, de pie pacientemente.
Si alguien le pedía que narrara la ceremonia más tarde, Quinn no podría hacerlo. Estaba demasiado hipnotizado viendo a su seductora prometida. Todo lo que podía hacer era mirarla, sabiendo que pronto ella sería su esposa en todos los sentidos de la palabra.
—Te acepto, Quinn Robert James Ralston...
Cuando la puerta de la capilla se cerró detrás del ministro y su amigo, Quinn levantó a Rose en sus brazos.
—Mi esposa.
—Mi esposo.
Comenzó a caminar con ella hacia la puerta.
—¿A dónde vamos?
—A una pequeña cabaña—. Quinn había hecho arreglos para un lugar cercano, donde pudieran pasar unas horas a solas, sabiendo que no habría tiempo para llevarla a su propia casa, que estaba hasta el otro lado de la ciudad.
Cuando llegaron a la casa que estaba escondida en una calle continua, no se sintió decepcionado. El propietario se había asegurado que, dentro de la pequeña cabaña, estuviera limpio y cómodo. Se dirigió a la puerta que conducía al dormitorio. Sábanas limpias de lino, cubrían la cama en la esquina y una vela ardía en una cómoda cercana.
Si bien, había deseado un entorno más lujoso para hacer suya a Rose, sabía que no había tiempo que perder. Se marchaba a primera luz del día y consumar su matrimonio era primordial. Era la única forma de asegurarse de que su padre no pudiera casarla con uno de los pretendientes titulados quienes, incluso ahora, estaban rondando el salón de baile esperando tener la oportunidad de reclamarla. Ella tendría que esperarlo, y solo a él.
Volvió a poner de pie a Rose y cerró la puerta detrás de ellos. Cuando ella se dio vuelta hacia él en la penumbra, este reconoció su respiración agitada y su rostro enrojecido.
—No tengas miedo, mi amor. No te haré daño. Seré el más amable de los amantes. Tu placer es mi placer —. Lo decía en serio. Ahora que sabía que ella se rendiría a él, se tomaría su tiempo para crear un recuerdo que ella mirara hacia atrás con alegría, hasta que regresara.
—No tengo miedo—, susurró, sin embargo, sus labios temblaban.
Ella era tan valiente, su hermosa Rose.
Lentamente él le levantó sus manos y la acarició desde su cuello hasta los hombros, donde las abultadas mangas de su vestido se sentaban como pequeñas mariposas, delicadas y casi transparentes. Suavemente, agarró la fina tela y tiró de ella, bajándola poco a poco por sus brazos.
Su respiración se entrecortó, sus labios se abrieron en el mismo instante en que bajó los párpados para evitar su mirada.
—Rose, mírame.
Ella levantó los ojos.
—No deberías sentir vergüenza. Lo que hay entre nosotros es puro y honesto.
Él movió sus manos y llevándolas hacia su pecho, bajó lentamente su corpiño. Sin las ataduras de un corsé, la tela se deslizó, liberando sus pechos y entregándoselos a sus hambrientos ojos. Capullos de rosas oscuras se asentaban sobre montículos de piel rosa que, a pesar de una falta de apoyo, eran firmes. Sus pechos no eran grandes, pero eran perfectos en su aspecto y forma. Se deleitó con lo que vio, incapaz de tener suficiente.
Los ojos de Rose se cerraron con fuerza. Se inclinó hacia ella, besando sus párpados uno tras otro.
—Oh, Rose, eres hermosa. Soy el hombre más afortunado de toda Inglaterra.
Luego dejó que sus manos vagaran. Mientras tocaba sus pechos, sintiendo la cálida piel en sus manos por primera vez, su pene se expandió con excitación.
—Dime mi amor, ¿qué tengo en mis manos?
Sus ojos se agrandaron.
—Dime—, la persuadió.
—M... mis pe... pechos.
Él le dio una suave sonrisa. —Los hombres las llaman tetas.
Ante la cruda palabra, él la vio tomar aire.
—Sí, y tú tienes unas tetas preciosas, mi bella esposa. Las tetas más hermosas que he visto en mi vida.
Sus mejillas se sonrojaron aún más, pero no había ira en sus ojos, en cambio vio señales de deseo allí, de pasión, de lujuria. Sí, Rose, su encantadora y correcta Rose, tenía un lado salvaje en ella. Siempre lo había sabido; de hecho, era lo que lo había hecho enamorarse de ella. Y era por eso, que sabía que ella se rendiría a él, porque ella también lo quería. Quería experimentar esa locura, esa pasión. Con él.
Inclinando su cabeza, capturó un tenso y hermoso pezón con sus labios y lo chupó.
—¡Ohhh! — ella exclamó casi de inmediato, empujando su pecho hacia afuera para que él pudiera tomar más de ella.
—¿Te gusta eso? — murmuró, mientras continuaba lamiendo y chupando su sensible pecho.
—Sí, oh sí, Quinn. Se siente... se siente tan... bien.
Él soltó su pecho solo para conceder la misma atención al otro. Cuando sintió su mano en su cuello para acercarlo, no pudo reprimir una sonrisa. Oh sí, sería una esposa maravillosa y una amante aún más asombrosa. Y sabiendo que nunca se cansaría de ella, tendrían muchos hijos… toda una propiedad llena de ellos.
Sin apartar la boca de su pecho, la tomó en brazos y la llevó a la cama, donde la puso de pie. Rápidamente, se quitó el abrigo y abrió los botones de su chaleco, sintiendo que su cuerpo se calentaba como si un horno ardiera dentro de él.
Solo cuando se liberó de su chaleco, se permitió volver a poner las manos sobre ella. Al instante, ella se fundió con él. Jaló del vestido, aflojó algunos de los cierres de la espalda y lo tiró al suelo. Le siguieron el fustán y la camisola. Cuando se paró frente a él solo en sus bragas, sus brazos rodearon su propio torso como para protegerse.
Él los tomó y los movió suavemente a sus lados. —Nunca te escondas de mí. Una belleza como la tuya nunca debe ocultarse.
Momentos después, ella se acostó boca arriba en la cama, con Quinn desatando lentamente las cuerdas de sus bragas. Su mano apretó la de él, haciéndolo mirarla a la cara.
—Tengo miedo.
Le dio un beso en la mano. —Yo también.
—¿Tú también? — Sus ojos lo miraron, muy abiertos y sorprendidos.
—Sí, porque si no puedo darte placer, si no disfrutas lo que voy a hacer, te perderé. Y no puedo perderte. Te necesito, Rose.
Una sonrisa de alivio se extendió por su rostro, todo el tiempo miraba sus ojos. —Si haces algo parecido a lo que me haces cuando me besas, estoy segura de que lo disfrutaré.
Sus palabras hicieron que su corazón tartamudeara. ¿Le estaba diciendo que encontraba excitantes sus besos?
—Dime lo que sientes cuando te beso.
Sus ojos se entrecerraron. —Tengo esta cálida sensación. Muy cálida y... cosquilleos.
—¿Dónde? ¿Dónde sientes el cosquilleo? — la instó a contestarle.
Rose puso su labio inferior entre sus dientes y esa sola acción lo llevó al borde de la liberación. No sabía cuánto tiempo más podría reprimirse antes de tener que empujar su duro pene dentro de ella.
—Allí—, susurró casi inaudible, moviendo vacilante su mano hacia abajo, soltando la de él y llevándola hacia la cúspide de sus muslos. —Allí.
Un gemido se le escapó al saber lo que le hacían sus besos. Porque ellos le hacían lo mismo a él.
—Puedo hacer más que solo hacerte sentir un cosquilleo allí—, prometió, y lentamente bajó sus bragas sobre sus caderas, revelando su lugar más secreto, luego, las bajó por sus piernas. Las tiró descuidadamente, y rápidamente miró lo que él había revelado.
La cortina que protegía su dulce coño, era una capa de rizos rubios que apenas ocultaban la rosada piel debajo de ellos. El olor de su excitación lo invadió, envolviéndolo en un capullo de deseo y lujuria. Había estado con otras mujeres, sembrado su semilla, pero nunca antes el olor de una mujer, le había hecho perder los sentidos como con Rose.
Se arrancó la camisa del torso, sudando ante el mero pensamiento de lo que estaba a punto de hacer.
—Disfrutaré esto, te disfrutaré a ti—, susurró, abriendo sus muslos como si lo hubiera hecho mil veces antes.
Luego se hundió entre sus piernas, bajando la cabeza hacia su sexo.
—¿Qué vas a…?
Pero él cortó su sorprendida pregunta colocando sus labios sobre sus suaves rizos y empapándose de su embriagador aroma.
—Pero no puedes... —Ella trató de protestar, su voz muriendo con un gemido antes de volver a cobrar vida. —Seguramente, esto no es apropiado.
Él levantó la cabeza por un momento y desató una sonrisa de satisfacción. —Oh, mi amor, es muy apropiado. Un hombre que no quiere comerse el dulce coño de su esposa es un filisteo. No tiene sentido del gusto ni del placer. Y me enorgullezco de tener ambos.
Con un gemido, rozó sus labios contra su sexo y le dio su primera lamida. Su lengua pasó por sus íntimos labios inferiores, esos pliegues abultados que brillaban con su deseo, y llevaban el sabor hacia su boca. Su néctar era dulce y agrio al mismo tiempo, tantos sabores diferentes estallaban en su boca en una sinfonía de deleite. Ah, sí, sería una esposa maravillosa, una cuya alcoba visitaría todas las noches. De hecho, no veía la necesidad de tener su propio dormitorio. Él simplemente se mudaría al de ella, dormiría con ella en sus brazos todas las noches. Una propuesta impactante, pero esperaba que ella estuviera de acuerdo.
Cuando sintió que ella se retorcía bajo su boca, escuchó suaves gemidos y suspiros… los de ella no los de él… llenar la pequeña recámara, supo que podía darle a su dulce Rose una noche para recordar. Tomándose su tiempo, le abrió más las piernas, abrió sus pliegues, probándola y saboreándola, explorándola, sin descuidar nunca el manojo de piel que se encontraba justo en la base de sus rizos. Su perla estaba hinchada, roja e hinchada, y con cada lamida que él le daba, con cada deslizamiento de su lengua sobre el sensible órgano, ella emitía sonidos de placer.
Sus pechos desnudos se agitaban, su respiración se convirtió en suspiros cortos y su piel comenzó a brillar. Una fina capa de sudor se extendió por todo su cuerpo, evidenciando el calor que se acumulaba dentro de ella. El mismo tipo de calor que estaba dentro de él, listo para estallar hacia la superficie.
Su pene palpitaba furiosamente contra la solapa de sus pantalones. Trató de ignorarlo lo mejor que pudo. Primero, quería darle placer. Y solo podía hacer eso mientras mantuviera su propia lujuria atada. Una vez que su pene estuviera empujándose dentro de ella, no habría forma de que pudiera mantener bajo control su pasión. Se la metería como un animal salvaje, incapaz de ver su placer. La había deseado durante demasiado tiempo como para destruir este momento perfecto con la prisa, a pesar de que estaba hambriento de ella.
—Oh, sí—, ella gemía, sus manos clavándose en su cabello, abrazándolo, urgiéndolo por más.
Su lengua se azotaba contra su perla, rápidamente y con un solo propósito: mostrarle a ella el máximo éxtasis, enseñarle los placeres de los que su cuerpo era capaz. Placeres que él podía desatar en ella, compartir con ella.