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El fracaso de la negación, libro de Anabel Salafia, ha sido escrito a partir de un seminario dictado en la Escuela Freudiana de la Argentina en el año 2003 sobre el artículo de Freud La negación. Sin embargo este es apenas un punto de partida para esta pieza lógica necesaria para acceder a la comprensión de ciertos interrogantes sobre la subjetividad en el orden del deseo para el hablante. Hay mucha fineza en estos desarrollos pero el mayor logro, lo que podemos considerar como una inscripción en el campo lacaniano de este trabajo, es que trascurre por entero en el campo de la discursividad, en el terreno de las palabras. Al tomar apoyatura en "casos" provistos por la lectura del libro Crítica y Clínica de Giles Deleuze: sea el "Preferiría no hacerlo" de Bartleby –la negatividad sin negación– lo que concierne a la falta de voluntad, lo que implica de ese desánimo para el hablante. Sea a través de los dispositivos inventados por Wolfson, los ejemplos no son aquí meras ilustraciones de los conceptos sino un trabajo de construcción de los modos de funcionamiento del psiquismo cuando algo en la función de la alienación fundamental muestra su falla. A lo largo de los capítulos se van discriminando las maneras que encuentra el hablante para sortear las dificultades de construcción del fantasma, y la función de la distancia necesaria para las coordenadas del campo de la Cosa, cuando en el orden significante falta ese elemento fundamental para la existencia del sujeto: la negación. Las precisiones van apareciendo como consecuencia de poner a operar estos términos y dan como resultado la distinción entre el rechazo y la negación, a la vez que crean la posibilidad de matices donde se esclarece lo específico en juego en la hipocondría, lo propio de la fobia, y aquello que concierne a la psicosis. La función de la negación al permitir poner en cuestión la relación de la palabra con la cosa le da al hablante una dimensión posible de libertad. En los artículos se puede leer un proyecto en curso, la búsqueda de bases sólidas para el entendimiento de este campo que podemos definir como lacaniano: la idea de que el mayor Bien puede significar el completo anonadamiento en el Mal. Esas bases para la ética y la sensibilidad –estética– que conducen sostener la posición del analista, podrán encontrarlas argumentadas sólidamente a lo largo de estas páginas. Buenos Aires, diciembre 2019, Clelia Conde.
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Veröffentlichungsjahr: 2020
Salafia, Anabel
El fracaso de la negación / Anabel Salafia. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0404-3
1. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195º
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Dirección de proyecto e-book: María Gabriela Correia.
Corrección y revisión: María Gabriela Correia y Mariana Castielli.
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Introducción
De nuestra práctica cotidiana se desprende una pregunta: ¿qué es lo que en el campo del deseo podría definirse como el Bien del sujeto, ya que éste puede muy bien contundir su Bien con su destrucción?
Con esta pregunta trasladamos al orden de la subjetividad el interrogante que se plantea ya a partir del momento en que Freud advierte que, en lo que se refiere al deseo, éste ignora los principios de su satisfacción efectiva, es decir, no establece diferencia alguna entre satisfacción real o alucinatoria. De esto se deduce que si el organismo no busca sino su propio Bien puede perfectamente confundirlo con su destrucción, como dice la paradoja que presenta Lefèbvre-Pontalis cuando hace su intervención en el Seminario de Lacan.1
Es así que el principio de realidad puede quedar perfectamente preso del principio del placer. Nada a nivel del aparato impediría por sí mismo la realización alucinatoria del deseo.
De modo que la realidad freudiana se conforma sólo como consecuencia de la dependencia respecto del otro, es decir a través del complejo del semejante.
Nuestro trabajo apunta en buena parte de su desarrollo a considerar la gran significación de este complejo base de la primera alienación, condición de toda separación posible y posibilidad de lo que se puede considerar, en términos freudianos, un progreso en la espiritualidad.
En la historia que impropiamente podemos llamar del pensamiento humano existió siempre la necesidad de encontrar una guía de acción, respecto de una realidad que fuera verificable como tal a través de una constancia, de una garantía de identidad. Esto es lo que lleva a Lacan a definir lo real como lo que vuelve al mismo lugar. En tanto el modelo de lo real era el orden celeste, se podía considerar que el orden astral era incorruptible. Pero este orden de identidad-realidad cae con Galileo, y podemos considerar que ya entonces la función del objeto perdido toma su lugar en la subjetividad: Freud se encuentra con que debe formular el inicio de existencia como la búsqueda no del objeto sino del reencuentro del objeto.
La Ética a Nicómaco es una referencia fundamental respecto de lo propio de la ética antigua y su principio, la regla de la acción recta. El orthos logos es ya una cuestión ética pero fundamentalmente dirigida al êthos, como hábito y como formación del carácter, y al éthos, en vías de la formación del hombre político. De todas formas, el orthos logos tiene como objetivo la felicidad, la coincidencia del Bien con el placer. Recordemos que la capacidad de ser feliz es una virtud en la ética aristotélica.
Las condiciones de construcción de una ética, las condiciones de la experiencia moral humana, cambian radicalmente con el surgimiento de la ciencia moderna.
La exigencia de concebir una regia de acción limpia de todo interés egoísta, pasional o sentimental es, digámoslo así, la gran tentación kantiana. En este sentido, a la pregunta « ¿Qué hacer?», Kant responde con la Crítica de la razón práctica.
Sabemos que la verdad de la máxima universal kantiana, «Actúa, de manera tal que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como principio de una legislación que sea para todos», tiene su envés, la Filosofía del tocador de Sade, según la cual «El derecho a aplicar esta máxima me permite hacer de cualquier otro el instrumento de mi goce».
Difícilmente encontremos mejor ejemplo de este real que es la ley moral. Todo lo que puede llevarse a cabo en los términos del fantasma sadiano es ejecutable con absoluta prescindencia de todo elemento sentimental, incluso, por supuesto, sin objeto pasional alguno y, lo que es fundamental, en nombre del Soberano Bien.
Lejos de producir una liberación, la paradoja del deseo muestra que la filosofía del hombre del placer no llevó sino a un endurecimiento de la función del juzgamiento, todo intento de liberación por la vía del hedonismo se convierte inexorablemente en condena, Urteil.
Es decir, la ética del hombre del placer, la del libertinaje, no sólo no logró la liberación respecto de la ley moral sino que llevó a la necesidad de la sanción, respecto de toda acción como guía de realidad, a su punto más extremo, la instancia del juzgamiento.
Éstas son las condiciones de la subjetividad que, propias del sujeto de la ciencia, llegan a Freud como experiencia respecto de la ley moral.
Freud tiene estas bases para construir, por ejemplo, su concepto de la Verdrängung. Cómo no ver, entonces, lo lejos que está de toda concepción psicológica de la defensa aquello que es propiamente la fundamentación ética del concepto, en este caso el de la represión.
La represión, dirá Freud, es un estadio anterior al juicio de condena, Verurteilung, algo intermedio entre la huida y el juicio de condena. El problema será retomado en el artículo sobre La negación a partir de das Ding, la Cosa, como condición del juzgar, y la creación del símbolo de la negación como un primer grado de independencia del pensamiento respecto de lo reprimido y de la presión del principio del placer.
Es preciso tener en cuenta que todas las éticas anteriores a la ética freudiana de la realidad identificaron el Bien con el placer. Antes del surgimiento de la operación que cumple la ciencia moderna respecto de la realidad, el hedonismo no está ausente en el escepticismo, el cinismo y el resto de las éticas antiguas. Es decir, ninguna de estas posiciones, respecto de la acción y de la verdad, conserva en la modernidad su dimensión ética. Esta pérdida es concurrente con la realidad inaugurada por los principios que fundan el campo newtoniano, es decir con la operación cumplida por la ciencia moderna.
La forclusión del ser se juega en la cogitación cartesiana, pero su efectividad en la creación de un real está en la fórmula que funda el campo de la gravitación. Una ley, en tanto es puesta en escrito como fórmula matematizada, ya no es una ley de la naturaleza.
Creemos que en la posición naturalista respecto del deseo hay que ver un movimiento reactivo en esta exclusión de la naturaleza y sus efectos en la subjetividad; pero el deseo ya ha sido marcado por la operación de la ciencia, y el descubrimiento de Freud reconoce en toda su dimensión la ajenidad del deseo respecto de todo naturalismo.
Una ética del psicoanálisis encuentra el campo del deseo marcado por la ley moral, es así que no hay deseo sin ley. La conjunción del deseo y la ley está en el origen de lo que Lacan llama «el pathos del corte»,2 el ejemplo del resto de la operación es la libra de carne.
No solo no hay naturalismo alguno en el deseo y su realidad sino que la división original de la realidad, que estudiamos a través del complejo del semejante, articulando con él la operación de la negación, nos muestra el artificio topológico que supone la formación de un primer exterior. Un exterior que nada tiene que ver con los signos de cualidad que indican la buena vía para la satisfacción. Éste es un exterior de proyección invertida de un interior que no existe como tal sino a partir de la Ausstossung, de la expulsión; ésta da lugar a la función diferenciadora de das Ding, como Unlust, como displacer. En el acceso a una realidad ningún progreso es posible sin esta función.
El organismo tiene sus medios para alcanzar la satisfacción, pero en la medida en que el deseo se estructura en la relación con el Otro, la realización del deseo conlleva no sólo la posibilidad del error sino que es el órgano que puede desconocer su función. En términos de ley moral, las funciones son al mismo tiempo deberes, la preservación del deseo requiere la disociación entre el órgano y la función.
Dentro de esta problemática, es la esquizofrenia lo que le plantea a Freud la cuestión de la representación, en tanto representación de cosa y representación de palabra. Veremos en nuestro trabajo, respecto de la hipocondría y el llamado lenguaje de órgano, que Freud no dice Dingvorstellung sino Sachevorstellung. Pero allí el término Sache —bien la cosa de fabricación humana, bien la cosa jurídica— no cumple la misma función que das Ding en el inconsciente.
A partir de cuestiones de este orden comienza a esbozarse en la experiencia del análisis el juego de fuerzas que componen el campo de la Cosa, de das Ding.
Evidentemente, no es en modo alguno una casualidad que Lacan utilice el término «gravitación» para referirse al orden relacional de las representaciones, las Vorstellungen tal como ellas se organizan en el inconsciente en torno a das Ding. Campo, gravitación, distancia y caída se corresponden con funciones de das Ding y, a su vez, son los términos de una retórica apropiada para dar la connotación newtoniana que Lacan parece querer poner en evidencia en cuanto al campo de la Cosa.
El Bien sólo puede ser algo que mantenga una distancia respecto del Bien.
En el orden de la estructura es precisamente das Ding lo que cumple esta función y lo hace, en este caso, como ley moral. La Cosa, puede decirse, ha perdido mucho de su humanidad.
Es pues necesaria una ética para este real que es la ley moral, en su doble aspecto de cosa sadiana y kantiana.
La ley moral es lo que se presenta en nuestra experiencia como un real, eco de la física moderna en nuestra subjetividad. La máxima universal kantiana es su expresión formal.
La conversión de este imperativo en la Cosa sadiana es el fantasma, constituyendo la realidad cotidiana de cada sujeto. Es también la superposición que identifica al superyó con el principio de realidad y hace a la llamada conciencia moral.
En el campo de das Ding la coincidencia del Bien con la destrucción noesuna paradoja como podría parecerlo.En efecto, das Ding es un Bien a alcanzar, pero un Bien de expectación que debe permanecer en este estatuto, puesto que la aproximación a das Ding conlleva la destrucción. Das Ding es también comomandamiento o prohibición del incesto la condición dela subsistencia de la palabra como tal. La falta de un elemento significante quesostenga esa dimensión relacional, esa distancia, no la releva en la psicosis del esfuerzo de significantización que se desarrolla en el sujeto.
Las morales anteriores a esta ética que surge de la experiencia freudiana del análisis identificaron siempre el Bien con el placer, de hecho toda moral tiene en su base esta identificación contrariamente a lo que el sentido común supone. La represión es lo que impide reconocer que el Mal pueda consistir en la mayor aproximación al Bien. Es esto lo que quiere decir la prohibición del incesto.
Veremos que das Ding es una función operacional, por lo tanto la madre puede ir a este lugar, y en este caso tendríamos que escribir Madre con mayúscula. Se comprende pues que alcanzar este Bien signifique para el sujeto el anonadamiento total o la abolición de toda demanda.
El Bien, entonces, sólo puede ser algo que mantenga la distancia respecto del Bien. Das Ding es el objeto y, al mismo tiempo, el orden relacional de representaciones en el inconsciente, que Lacan hace corresponder a los elementos significantes de la estructura del lenguaje, y es eso lo que rige ese orden relacional.
Es claro que la relación aproximación-distancia, que es una de las coordenadas del campo de la Cosa, hace posible la organización fantasmática que dice de la madre, das Ding, justamente lo que no es, en tanto la Cosa es la ausencia en la presencia, es lo que falta a la representación. Esta aquí en juego la negación freudiana, introduciendo a partir del rechazo del ser la dimensión de la existencia. La forclusión del ser encuentra en la negación la fórmula de una simbolización.
En esta misma vía la clínica nos permite reconocer la dificultad de construcción del fantasma para el sujeto, cuando en el orden significante falta un elemento que permita hacer función de esta relación aproximación-distancia.
En el desarrollo de este trabajo se verá que la falta de este elemento es observable como fracaso de la negación.
En el artículo de Freud sobre La negación, la función de das Ding respecto de la constitución de la realidad es retomada en los mismos términos que en el Proyecto de una psicología para neurólogos.
Es decir, Freud pone a das Ding como eje de la función del juzgar en lo que hace a la realidad, según los juicios de atribución y de existencia.
La función intelectual del juzgar nos dice Freud, es la de afirmar o negar los contenidos del pensamiento. Ahora bien, con respecto a la negación como operación lógica, en el sentido freudiano de la formación del símbolo de la negación, ella comporta la afirmación de la existencia del objeto del cual se dice que no es lo que es.
Es allí, en este no es lo que es donde encontramos la verdadera gravitación de das Ding. La afirmación, Bejahung, es precisamente lo que puede faltar.
Es esta función que hace al hecho de que la negación sea una operación de admisión de lo reprimido como tal, es decir, sin que estos contenidos dejen de tener tal carácter.
«Hay afirmación o Verwerfung (rechazo, forclusión)», dirá Lacan en el Seminario Las psicosis.
Sin embargo, la radicalidad de este juicio no es obstáculo para que reconozcamos que la experiencia analítica nos revela tanto la importancia de la afirmación como el hecho de que la ausencia de esta función se presenta en la neurosis, sin por esto afectar a la totalidad de la estructura como parece ocurrir en las psicosis.
En el desarrollo del trabajo se encontrarán ejemplos de restitución, en relación con el fracaso de la negación, que no corresponden sólo a la psicosis.
También es necesario dejar en cierta medida de lado, por un momento, la diferencia entre neurosis y psicosis para percibir la importancia del fracaso de la negación en la constitución del imaginario humano.
La afirmación o Bejahung se corresponde con una expulsión del elemento identificado como displacer, Unlust a título de no yo,
El Unlust es das Ding, el elemento extraño, extranjero, fremde, hostil, de aversión o de increencia.
Esta expulsión o Ausstossung es la condición de la conformación de un primer exterior. El Unlust es un desprendimiento del yo, el objeto caído de una automutilación que deberá cumplir con la función de un elemento, un objeto no es especularizable. En este punto la realidad del sujeto podrá constituirse como alteridad. El otro tendrá una identidad que no se confunda con el no-yo.
Respecto al fracaso de la negación surge, entonces, la necesidad de establecer una diferencia entre expulsión y rechazo. El fracaso de la negación reside en el hecho de que no haya afirmación y por lo tanto expulsión, sino rechazo.
La fenomenología de este fracaso nos muestra que en la neurosis el fracaso de la negación se traduce en la inhibición para la expulsión. Esta incapacidad dialéctica se manifiesta como una admisión sin límite—el sujeto acepta lo inadmisible—, como la imposibilidad del rechazo de algo, pero claro está que es en función de un todo de rechazo.
En el análisis podemos comprobar el registro de la inversión topológica que está en juego en el fracaso de la negación. Según la fenomenología que acabamos de explicar, entonces podemos advertir que el fracaso de la negación es al mismo tiempo el volteo de eso que sería el primer exterior en una suerte de interior autoerótico.
En la experiencia del análisis esto se nos presenta como la dificultad que implica el hecho de estar ante una alienación no articulada. Es decir, una alienación en la cual la negación no cumple con la función de separación en términos de un vel, de unión e intersección que se traduce como «ni lo uno ni lo otro».
Das Ding tiene en su campo una función operacional: la madre, la Verdad —tratarnos este punto en la perspectiva de La cosa freudiana— y la lengua materna pueden ir al lugar de la Cosa. El amor es entonces un deber y su cumplimiento es, al mismo tiempo, inexorablemente culpabilizante.
La necesidad de escribir, la necesidad de escribir en otra lengua, la de destruir la propia lengua y crear otra, constituyen una evidencia de que la alienación es en principio articulable como construcción de un objeto a partir de un rechazo. Este puede efectuarse como Ausstossung, expulsión, o Verwerfung, rechazo forclusivo, a entender como rehusamiento absoluto por parte del sujeto a admitir en el pasado, en el presente y en el futuro la existencia de lo reprimido. Las consecuencias son muy distintas en uno y otro caso.
Tenemos ejemplos de lo que decimos, en autores como Joyce, Beckett y otros que, como Melville, logran una fórmula que como tal cifra simbólicamente el fracaso de la negación.
Pero también tenemos ejemplos de otros intentos no logrados de articular la negación, es decir de conseguir la separación a través de la escritura, como es el caso del joven esquizofrénico Wolfson, autor de El esquizo y las lenguas y Mi madre música está muerta.
En esta oportunidad hemos tomado estos ejemplos de los artículos del libro de Gilles Deleuze, Crítica y Clínica. El interés de esta fuente se debe al hecho particularmente llamativo de que el autor prescinda de toda referencia al artículo de Freud, así como a los desarrollos de Lacan referidos a la negación, tratándose de ejemplos claramente inscriptibles en el campo de das Ding. A este campo no son ajenas ni la doctrina del juzgamiento nietzscheana ni las coordenadas de su inversión en el sistema de la crueldad de Antonin Artaud.
Sabemos cuán prójimo se sintió y se temió Freud de Nietzsche, a propósito de la doctrina del eterno retorno. ¿Debemos quizás pensar que la proximidad del prójimo es un riesgo para la construcción del propio objeto? ¿Es ésta la razón de la distancia que guarda Deleuze respecto de Freud y de Lacan?
Los artículos a los cuales nos referimos en nuestro trabajo, el relato de Melville, Bartleby, el escribiente, y el caso del joven esquizofrénico, «el estudiante de lenguas» como él mismo se denomina, tienen como denominador común la cuestión de la negación.
Como decíamos, el fracaso de la negación en el relato de Melville reside en el hecho de que la fórmula —que el autor de Moby Dick y otros relatos alumbra con su personaje del escribiente—, el infatigable «Preferiría no hacerlo», dimensiona de manera totalmente lograda el fracaso de la negación y una ética del negativismo. La ética del hombre sin atributos no es ajena a la humanidad perdida de das Ding. La culminación del relato con la apelación a la humanidad en la voz de Melville, nos índica ya la gravitación de das Ding en la poética y la realidad viva de este autor.
La Cosa, das Ding, el «mot es esencialmente no-respuesta». Digamos, eso que de la palabra no habla, su silencio, su mutis en lo que hace a su dimensión parlante.
Está el Bien, el Mal y la Cosa, dice Lacan, al Mal el sujeto nunca se aproxima porque ya no puede soportar el Bien extremo que le aporta das Ding, nada más claro en el ejemplo del joven Wolfson: es la lengua materna o el alimento la aproximación a un Bien, para lo cual tiene que procurarse lo que Deleuze llama su «arsenal disyuntivo», prohibiciones u aparatos como el walkman con cuya fabricación se adelanta a la tecnología de su tiempo para aislarse de todo sonido proveniente de la lengua materna.
En su artículo de 1925 Freud nos habla del negativismo como el puro placer de negar, como resultado de una retirada de la libido y desexualización. Pero la relación que hoy podemos establecer entre este fenómeno, la ética de la realidad y la ley moral nos permite una orientación especialmente interesante en la experiencia del análisis respecto de la pulsión de muerte.
El fracaso de la negación nos muestra la dimensión ética de la pulsión de destrucción, nos muestra que ésta tiene su fundamento en la promoción de un Bien trascendental al cual se ordenan todos los deberes.
Lo cierto es que el fracaso de la función de la distancia respecto del Bien es un real muy presente, que se produce de diferentes maneras: no hay destrucción que no se realice en nombre de un Bien Soberano, trascendental. Consideremos el terrorismo como el mejor ejemplo de la promoción de un Bien más allá; al mismo tiempo, hay cierto tipo de bienes de los cuales se hace cosa industrial, objeto de producción, como el juicio o la salud.
Esta introducción tiene como objetivo contextuar el desarrollo del trabajo que llevé a cabo en el 2003, en torno del artículo de Freud sobre La negación y la pulsión de muerte. A la falta de Bejahung, de afirmación, corresponde lo que llamamos el proyecto del Mal. El sujeto lo concibe en correspondencia con eso que, en su fantasma, tiene el lugar de das Ding como ley moral.
La negación es la capacidad del que habla de poner en cuestión, en su decir, la relación de las palabras con las cosas. Lacan dice que Freud capta en la negación de su paciente, «No vaya usted a creer que es mi madre», la posibilidad de cuestionamiento que hace a la relación hablada del viviente con su palabra.
Cuando se trata de la negación, la interdicción no es lo fundamental sino la subsistencia de la palabra, en ella reside la vida.
Lo vemos en la psicosis, para el sujeto su semejante, su otro, no es sino una marioneta. Es decir, no tiene vida.
De allí el sentido del vel que presenta la expresión de Lacan: la palabra o la muerte.
Anabel Salafia, febrero del 2008
1 Véase, Lacan, J., Seminario VII, La ética del psicoanálisis. Ed. Paidós.
2 Véase, Lacan., J-, Seminario X, La angustia, Ed. Paidós.
