El futuro de la humanidad - Esteban Corio - E-Book

El futuro de la humanidad E-Book

Esteban Corio

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Beschreibung

Si un virus diezmara al 95% de la población, ¿la humanidad podría reconstruirse? Asentamientos humanos que regresan al atavismo cultural, el atraso y el aislamiento. Todo supondría que, aún si las cosas marcharan favorablemente, a esta nueva humanidad le tomaría varios milenios para alcanzar los niveles culturales y tecnológicos pre-extinción. Pero el destino tiene otro plan: luego de más de 200 años de penosa y azarosa existencia, ocurren, al mismo tiempo, dos circunstancias decisivas. Una de ellas es la resurrección del científico causante de la casi extinción, quien se había mantenido en suspensión inanimada para completar su plan de refundar la civilización. La otra circunstancia, fortuita, es una descarga eléctrica que termina de ensamblar dos androides de diseño avanzado en una fábrica abandonada. Dotados de inteligencia artificial y de los vastos conocimientos de la civilización casi extinguida, ellos deberán analizar cuál camino tomarán: ¿ayudar a la nueva humanidad a no formar parte del horrible plan del científico? ¿O no intervenir y dejar a los descendientes de sus creadores librados a su suerte? Es, tal vez, una decisión que deban tomar abandonando su lógica implacable…

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corio, Esteban

El futuro de la humanidad : una fantasía distópica acerca de los nuevos humanos / Esteban Corio. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2021.

338 p. ; 21 x 14 cm.

ISBN 978-987-708-853-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Ciencia Ficción. 3. Novelas Fantásticas. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2021. Corio, Esteban

© 2021. Tinta Libre Ediciones

Dedicado a Carol Akemi, mi segunda hija, un ser especial que me ilumina a diario con su bondad y amor.

Una de las tres invalorables joyas que me ha dado la vida.

El futuro de la humanidad

Esteban Corio

Prefacio

Durante mi infancia y parte de mi adolescencia, el concepto del “futuro” no pasaba más allá de unos cuantos meses. A lo sumo, uno o dos años. Para un niño de por entonces 5 años, cada año de vida representaba, empírica y biológicamente, un quinto de su vida, un lapso de tiempo lo suficientemente extenso como para pensar en las vacaciones de verano o los Reyes Magos como un larguísimo plazo, si el mes de abril, por ejemplo, recién arrancaba.

A los 14 o 15 años, el futuro representaba la mayoría de edad y, mirando a nuestros padres y abuelos, comenzar a pensar en lo que a uno le gustaría ser: ¿maestro, astronauta, jugador de fútbol?

Incluso a mis 30 años, allá por 1990, el futuro era algo por descubrir pero a la vez enmarcado dentro de ciertos acontecimientos y tendencias “predecibles”, especialmente luego del colapso de la URSS, que dio término al principal factor de incertidumbre como lo fue la Guerra Fría, que podía transformarse en “caliente” en cualquier momento.

No estaban aún en agenda —y si lo estaban, eran procesos embrionarios y conocidos solo por un puñado de especialistas— situaciones que hoy nos sobrecogen y que hacen que predecir, augurar o pronosticar un futuro sea extremadamente difícil: el cambio climático, la creciente escasez de agua potable, la polución de mares, la extinción de especies a manos de la raza humana por acción u omisión, la desigualdad social, la creciente brecha tecnológica entre sociedades, la robótica, la inteligencia artificial, el ascenso de China, por nombrar algunos factores cuya importancia creciente tornan casi imposible, con las herramientas de análisis actuales, saber por dónde andaremos —si es que aún estaremos— en el año 2100.

En este contexto, la ciencia ficción ha venido proporcionando sus versiones de posibles futuros para la humanidad, tanto promisorios cuanto ominosos, con la presencia de alienígenas y sin ellos, con autómatas amigables y con despiadadas máquinas esclavizantes, con una Tierra como cuna eterna de la civilización o con una Tierra, en el mejor de los casos, arrasada, y en otros, directamente destruida.

Si todas estas visiones hubieran confluido en mi mente de 5 años, allá por 1965, sin preparación o anestesia previa, y con lo vívido de la narrativa y del cine actual, es probable que me hubieran tenido que internar a causa de un brote de pánico.

Pero hoy en día, a través de toda esta narrativa, el público —incluso el más pequeño, me atrevería a decir— puede interpretar y sopesar los posibles futuros de la humanidad.

Esta novela presenta un futuro en donde he tratado de conjugar diversos factores de la actualidad y la posibilidad (muy improbable, pero no imposible) de que tengamos que interactuar, dentro de muchos años, con condiciones, diría, excepcionales. Tal vez, sirva para que en nuestro presente rescatemos un viejo refrán que hoy más que nunca tiene una vigencia potente: que el futuro está en nuestras propias manos.

Esteban Corio

Don Torcuato, Tigre, abril de 2021.

Libro I

Un nuevo comienzo

Capítulo 1

La tempestad había alcanzado su clímax. Violentas ráfagas de viento y agua se abatían sobre el terreno boscoso, doblando árboles hasta casi quebrarlos y derribando arbustos más pequeños. Relámpagos, cual sierpes de fuego, caían por doquier, acompañados de un estruendo ensordecedor. Los pocos seres vivos que se veían en la superficie estaban allí debido a su gran tamaño o lentitud: no habían encontrado alguna guarida que les permitiese sobrellevar ese rato de infernal clima.

Lo único que podía hacer frente a tal despliegue de fuerza de la naturaleza eran algunas ruinas que aparecían aquí y allá, construcciones que, en algunos casos, conservaban paredes o muros en pie, mientras que en otros casos todo se reducía a un montón de escombros.

Aislada, en medio de un claro del bosque, se alzaba, imponente y desafiante, una torre de metal, que en sus buenos tiempos se había encontrado conectada mediante cables a cientos de otras similares, recorriendo vastas distancias y llevando energía a una floreciente civilización de la cual casi no quedaban trazas, excepto las mencionadas ruinas. A un lado de ella, los cables, cortados desde hacía décadas, colgaban y se estremecían al compás de las furiosas ráfagas de viento en un baile alocado. En el otro lado de la torre, los cables todavía seguían conectados al remanente de un edificio que solo mostraba dos plantas en relativo estado de conservación por arriba de la superficie, pero tenía otras ocho plantas bajo tierra, que habían estado bastante protegidas de la inclemencia de los elementos y la rudeza de la intemperie desde el momento en que el edificio había sido abandonado, hacía unos 200 años.

Luego del clímax —como si hubiera agotado todas sus energías y, languideciendo, diera paso al momento de proporcionarle un respiro al vapuleado territorio—, la tempestad tendió a amainar, más un último y postrer relámpago, cual coletazo de un animal a punto de expirar, se dejó ver y oír cuando cayó despiadadamente sobre la torre de energía. Miles de voltios de diferencia de potencial urgieron a los electrones a buscar el camino más corto posible a tierra, para volver todo al punto de equilibrio. Una gran parte de la corriente se dirigió a los cables que conducían hacia el edificio, y en una mil millonésima de segundo, inundaron con energía las ocho plantas subterráneas.

Las dos primeras estaban parcialmente ocupadas por piedras, lodo, guaridas de animales y un sinfín de otras cosas que la naturaleza, a manera de reclamo, se había encargado de acumular. Pero, desde el tercer hasta el octavo subsuelo, la situación era diferente.

Todo estaba cubierto de polvo, orín y encierro, sí, pero si hubiera habido una cuadrilla de limpieza disponible en esos momentos para realizar su trabajo, todas esas plantas podrían haber quedado, en cierto modo, habitables.

La energía había pegado con fuerza en todo el cableado, creando arcos voltaicos que atravesaron interruptores abiertos y, por unos instantes dantescos, algunas máquinas volvieron a la vida. El tercer subsuelo era la unidad de ensamblaje de androides especializados en el ordenamiento urbano. Unos 220 años antes, en el año 2092 según el conteo mundialmente utilizado, el porcentaje de población urbana a nivel planetario sobrepasaba el 90% y ya había más de diez ciudades o conglomerados urbanos de más de cien millones de habitantes y unas setenta ciudades de más de cincuenta millones. Era crítico entonces el ordenamiento de tránsito, el transporte público, la logística de suministros, y si bien la red de terminales individuales le permitía a cada persona desempeñarse bien en la ciudad cubriendo todas sus necesidades, no todos seguían las recomendaciones, y las protestas callejeras, los accidentes y las catástrofes sanitarias se multiplicaban.

Un comité de científicos había determinado que, tal vez, la única solución viable era enviar a las calles androides interconectados entre ellos para lidiar con todo tipo de situaciones de la vía pública, como ser: ordenar el tránsito, disolver manifestaciones, prevenir desastres y colaborar con la policía humana. La idea probó ser de un rotundo éxito, y durante los siguientes veinte años, las tasas de accidentes, manifestaciones, emergencias sanitarias e incluso crímenes bajaron a menos de la mitad… hasta que todo acabó.

En el año 2112, no solo este servicio de ordenamiento urbano, sino toda actividad humana, directa o indirecta, fue víctima de un despiadado virus que llegó sin aviso.

Con una letalidad para la raza humana del 95% y con secuelas neurológicas permanentes para el 5% de los sobrevivientes, el Armagedón en forma microscópica se abatió sobre la humanidad, barriendo en un par de meses milenios de progreso.

El puñado de humanos que pudo escapar atrincherándose en las colonias marcianas y lunares también vio su agonía años después. No pudo regresar a la Tierra por temor a nuevos contagios, y no pudo alcanzar la autosustentabilidad de las colonias, quedándose sin suministros elementales desde el planeta madre.... hasta que el último humano extraplanetario se despidió cual chispa fugaz en la negrura del cosmos. En la Tierra, y a pesar de los desesperados intentos de los más avanzados científicos, el patógeno se resistió a cualquier identificación y más aún a cualquier antipatógeno. Jamás pudo saberse su origen, porque como se dice comúnmente, no quedó nadie para contarlo.

Capítulo 2

Resucitados a fuerza de ese relámpago primordial, se movieron en la mesa de ensamblaje, se sacudieron el polvo de dos siglos y accionaron sus brazos mecánicos mientras las subrutinas de programación se terminaban de cargar luego de siglos de espera, y antes de que la energía del relámpago se disipase en busca de la ansiada tierra y todo volviera a la oscuridad y el silencio, como durante los 200 años anteriores, los dos androides se incorporaron y nacieron a la vida. Seguramente, su cerebro de silicio, comandado por rutinas muy específicas, no esperaba aplausos, luces, fotos o celebración alguna por aquel nacimiento, pero tampoco podía terminar de compatibilizar ese ambiente oscuro, frío, húmedo y absolutamente privado de toda forma de contacto humano o no humano. Cada uno de ellos, aún en desconocimiento de la existencia del otro, ejecutó una primera directriz, que era entablar contacto con la unidad central de procesos, el Control Central, o cerebro madre. Ninguno tuvo éxito.

Luego entró en funcionamiento el plan alternativo: intentar establecer una comunicación con algo en el radio próximo.

—Aquí ROU 22413 alias Rouko. Estableciendo contacto.

—Aquí ROU 22422 alias Roura. Estableciendo contacto.

Ese fue su primer diálogo binario.

—Entendido, Rouko —dijo Roura, y siguió—: Mi rutina inicial de reconocimiento del entorno me indica que se produjo un apagón eléctrico. ¿A qué zona de la ciudad te han asignado?

Rouko contestó:

—Estoy asignado al distrito de alta Córdoba. Sector AC12.

—Yo estoy asignada a la parte opuesta de la ciudad. Deberíamos ir para allá y empezar nuestro trabajo —replicó Roura.

—Roura, la situación es anómala; no hay contacto con el Control Central y no hay suministro de energía. Tampoco hay seres humanos en las proximidades —replicó Rouko.

—En ese caso, deberíamos consultar nuestra subrutina de catálogo de situaciones imprevistas —opinó Roura.

—De acuerdo.

Ambos quedaron en silencio de radio por unos cuantos segundos. Roura fue la primera en hablar:

—Mi rutina me indica que esta es una situación compatible con un terremoto. Me sugiere encender las luces pupilares, buscar sobrevivientes humanos y llevarlos al hospital más cercano.

—A mí me indica —dijo Rouko— una situación compatible con un ataque vandálico por parte de un grupo sedicioso. Me sugiere proceder con cautela, buscar heridos y llevarlos al hospital. También me indica tener las armas listas en modo aturdimiento. Por otra parte, he tratado de establecer contacto nuevamente con Control Central sin éxito; tampoco fui capaz de establecer contacto con otro androide, aunque estoy recibiendo algunas señales algo inteligibles que al parecer provienen de una dirección hacia abajo de donde estamos.

Roura, luego de unos momentos, le transmitió:

—Rouko, es lógico que permanezcamos a corta distancia y combinemos nuestros resultados y acciones. Ya sea un desastre natural o un atentado, nuestras respectivas rutinas coinciden en buscar humanos que necesiten ayuda y llevarlos al hospital más cercano.

—De acuerdo, Roura. Activemos las armas y empleemos cautela. Vayamos en dirección a las señales que estoy captando, pero antes de partir hacia allá, ejecutemos un autochequeo.

—Ok.

Al cabo de unos diez segundos, Roura anunció:

—Nivel de carga de baterías: 100%; autonomía hasta la próxima recarga: 10 meses en modo operativo normal; programación lógica: completa; programación empática: completa y en modo aprendizaje; integridad estructural: 100%; armamento liviano: 100%; armamento pesado: 100%.

—Poseo valores idénticos —manifestó Rouko.

—Vamos, entonces —dijo Roura, y ambos encendieron sus luces pupilares, suprimiendo parcialmente la lobreguez de su lugar de nacimiento, y se encaminaron hacia la puerta de acceso de la planta.

Capítulo 3

—Roly, ¿a dónde fuiste hoy? —le preguntó Teka.

—¡A un lugar increíble! —contestó el joven de unos 18 años de edad, en un idioma que cualquier lingüista de 200 años antes hubiera caratulado como un tipo de español bizarro y tergiversado. Pero era el idioma oficial de ese asentamiento humano, uno entre tal vez un par de centenares que se esparcían por toda la Tierra. Totalmente desconectados entre sí, cada asentamiento había desarrollado su cultura, su interpretación de los hechos pasados, su lenguaje y sus normas de convivencia.

Lo único que tenían en común eran sus ancestros, aquel 5% de humanos sobrevivientes de la gran plaga y que, aún con secuelas neurológicas, habían podido medrar, subsistir y multiplicarse en sus respectivos lugares de arraigo.

El mundo era tan vasto y la población humana tan escasa que no había habido chance aún de contacto entre los aislados asentamientos. Si nada cambiaba el curso natural de las cosas, era probable que tampoco hubiera contacto en otros 50 años. Es que lo que había aniquilado hasta casi la extinción a los humanos no tuvo el menor impacto en las otras especies —excepto por el ganado vacuno y lanar, totalmente dependientes de la raza humana— y por lo tanto, cualquier humano que se aventurara solo y sin mecanismo de defensa un poco por fuera de su comunidad corría grave peligro. No obstante, esas incursiones arriesgadas —que las había— eran motivadas por la fascinación de explorar ruinas y lugares que persistían como faros apagados para siempre de lo que alguna vez había sido una civilización pujante, con algunos problemas de convivencia pero rumbo a un futuro promisorio que fuera truncado despiadadamente por un minúsculo organismo llegado desde quién sabía dónde.

Aparte de la fascinación, las excursiones tenían también su recompensa: utensilios, herramientas, materiales, vestimentas y armas. Con eso bastaba para asegurar un área habitable y de cultivo y para ganar algo de terreno progresivamente. Para la humanidad, esa actualidad representaba como un retorno de pesadilla a la edad del hombre primitivo, de los cazadores/recolectores, pero con alguna ayuda práctica y empírica de los ancestros del siglo XXII.

Roly abrió su morral, una mochila algo maltratada que tenía un logotipo que decía “North Face”, y le mostró a Teka, su hermana de 15 años, un cubo de unos 10 centímetros de lado, dividido en cada cara en múltiples cuadrado de diversos colores.

—Wow —dijo Teka—. ¿Dónde estaba?

—En las ruinas del norte, a unos cuantos pasos más allá del puente de hierro. Nunca había llegado hasta ahí.

—Mejor no le digas a mamá, Roly. Se puede enojar mucho.

—No fui yo solo —argumentó este—, éramos cinco: Pep, Iker, Selma y Tina. Estábamos preparados para cualquier contingencia.

—Ajá. Yo solo digo que te cuides —dijo Teka, mientras tomaba el cubo. Instintivamente lo giró y comprobó que una parte podía cambiar de posición.

—¡Teka, lo rompiste! —bramó Roly.

Ella se puso blanca y enmudeció tratando de volver a poner las piezas en su lugar. A los pocos segundos, lo pudo poner en la posición original y le dijo a su hermano:

—¡No!, mira, Roly, los cuadrados de colores se pueden mover en varias direcciones.

Le dio el cubo a Roly y este lo revisó con sumo cuidado al tiempo que fue rotando los conjuntos de cuadrados.

—¡Es verdad, Teka!, pero… ¿Para qué servirá?

Teka, no obstante sus 15 años, era más avispada que su hermano.

—Creo que se trata de poner todos los cuadrados de un color en cada uno de los lados. Hay tantos colores como lados del cubo.

Ambos jóvenes miraron el cubo con fascinación. En esos momentos entró a la habitación Lisa, la madre de ambos.

—Hola, hijos —dijo, y al verlos con la mirada fija en un objeto multicolor extraño, agregó—: ¿Y eso dónde lo encontraron?

—Me lo prestó Selma —mintió rápidamente Roly.

—Ya veo —dijo Lisa, no muy convencida, y continuó—: Bueno, necesito que me ayuden con estas canastas de cosecha. Hay que seleccionar y limpiar algunas frutas para la feria de esta tarde.

—¿Tenemos que ir? —preguntó Roly y agregó—: Es muy aburrida.

—Sí, tienen que acompañarnos a papá y a mí. Es importante que vayan aprendiendo nuestras costumbres comunitarias.

La feria, que tampoco atraía a Teka, era un lugar de trueque. Allí convergían las poco más de trescientas familias del asentamiento y se trocaban productos y servicios. No existía el dinero y cada grupo familiar de la comunidad daba a conocer lo que necesitaba y lo que podía ofrecer a cambio. Un concejo de mujeres y hombres mayores de cincuenta años —la expectativa de vida promedio era, a lo sumo, de 60 años— se encargaba de dirimir disputas y organizar triangulaciones si las necesidades y las ofertas requerían de más de dos partes para quedar respectivamente satisfechas.

La feria era semanal y había absolutamente de todo, es decir, todo lo que se podía producir en esas circunstancias: comidas, bebidas, ungüentos, servicios de cocina, de limpieza y mantenimiento, construcción de hogares o expansiones, etcétera. Había un sector de novedades, en donde se ofrecían cosas encontradas en las ruinas cercanas: algunos hombres y mujeres eran especialistas en expediciones de búsqueda de artefactos de la civilización ancestral. Todo lo rescatado era estudiado, catalogado y eventualmente vendido o guardado en el depósito del concejo del asentamiento, y esperaba ser dilucidado en cuanto a su uso.

La tradición oral no había alcanzado para transmitir a los primeros sobrevivientes todo el vasto conocimiento humano desarrollado hasta el siglo XXII, por lo tanto, se había perdido muchísima sabiduría. O tal vez era cuestión de tiempo hasta que alguien desenterrara de alguna parte algún manual de instrucciones de un artefacto en particular.

Roly era uno de los jóvenes que soñaba con ser expedicionario, siguiendo la tradición de su abuelo Germán, ya muerto, y de Gabriel, su padre. Gabriel había dibujado varios mapas de la zona con las ubicaciones de las ruinas y Roly, a hurtadillas, los revisaba y planeaba sus propias expediciones a espaldas de su padre, que no aprobaba que saliera con los expedicionarios del asentamiento hasta no haber cumplido los 20 años.

Cuando llegó la tarde, la feria bullía de actividad. Lisa estaba feliz, ya que había podido canjear varias de sus exquisitas tartas de vegetales por unas cuantas prendas de vestir y calzados para ella y para Teka. Cuando la actividad del trueque empezó a decaer, Lisa notó la mirada suplicante de Roly y de Teka, que la habían ayudado con denuedo hasta entonces, y dejó que se fueran a encontrar con sus amigos. Ambos se alejaron a toda prisa con destino a la plaza norte del asentamiento.

Allí estaban Pep y Tina, ambos de la edad de Roly, y al rato llegaron Iker, el mayor, con 19 años, acompañado de su hermana menor, Dora, que, al igual que Teka, tenía 15 años, y Selma, de 18, con su hermano Roque, de 14. Se sentaron en ronda y Roly se preparó para mostrarles con gran pompa el descubrimiento del día anterior, producto de su arriesgada expedición.

—¡Amigos!, con ustedes… el cubo mágico.

Todos quedaron extasiados y quisieron tenerlo en sus manos.

—Es muy vistoso —dijo Tina—, pero ¿para qué sirve?

Roly se aclaró la garganta, pero antes de que pudiera emitir una palabra, Teka respondió a viva voz:

—Es una prueba de habilidad.

Se quedaron en silencio y todos los ojos giraron hacia ella, inquisidores.

—Roly, sin que lo supieras y durante la feria, lo estuve manipulando y llegué a la conclusión de que el objetivo es realizar las combinaciones posibles de giros hasta lograr que cada lado del cubo tenga todos los cuadrados de un mismo color.

Todos volvieron a mirar el cubo.

—Quisiera intentarlo —dijo Iker.

—Bueno —dijo Roly—, pero no lo fuerces ni te pongas nervioso con él.

Todos miraron a Iker, que empezó a manipular el cubo. A los dos minutos y sin ningún resultado a la vista, se dio por vencido.

—Es muy difícil. ¿Esto sería parte de una prueba o qué cosa? Tal vez nuestros ancestros eran más inteligentes —dijo.

—No fueron tan inteligentes, si casi se extinguieron —opinó Pep.

—¡Pero mi papá me dijo que no fue su culpa! —replicó Roque.

—Tu papá no puede saberlo —replicó Pep.

La discusión tomó ritmo hasta que Roly la interrumpió:

—¡Amigos, por favor!, el pasado es el pasado. Tal vez, algún día, se sepa lo que les pasó. Pero no discutamos entre nosotros. Les traje este cubo porque les quería contar que el lugar donde lo encontré está por fuera de los mapas oficiales. Confieso que corrí el riesgo de ir un poco más allá del puente de hierro.

Teka pensó para sus adentros: «El muy mentiroso me dijo que había ido con ellos cuatro». Se lo diría en la cara cuando estuvieran solos.

—¡Oh! —dijo Selma—, te arriesgaste mucho, tonto.

—Pero valió la pena. El lugar es mágico, tiene un sinfín de cosas raras. ¿Alguien ha escuchado, en su casa o en algún lado, a algún adulto mencionar las palabras “Museo del Hombre?” —preguntó Roly.

Se produjo un silencio.

—Bueno —dijo Tina—, a mi abuelo le gustaba coleccionar libros y hacía un gran esfuerzo por leerlos. Hasta me llegó a contar una historia que transcurría en un bosque con un animal que llamaban lobo y una niña con un sombrero rojo. En su habitación, él tenía muchos libros que había trocado por los zapatos que confeccionaba, y ahora recuerdo haber visto un libro que en la tapa tenía casi esas mismas palabras. Decía “Musee du Homme” o algo así.

—¿Y abriste el libro? —le preguntó Roly.

—Sí —dijo Tina—. Había varias cosas muy raras que se mostraban a muchas personas, que estaban mirándolas. Había varias palabras que no pude comprender.

—Bueno —dijo Roly—. Este es el trabajo para este grupo: cada uno tiene que averiguar qué puede significar la palabra “museo”. La semana que viene, nos reuniremos de nuevo para ver qué encontramos.

—¿Cuál sería el propósito de ese trabajo, Roly? —preguntó Iker, como tratando de demostrar que, por ser el mayor, el liderato del grupo y lo que debía hacerse le correspondían a él.

—El propósito es muy simple y claro: quiero organizar una nueva expedición clandestina a ese lugar con el que quiera acompañarme.

Capítulo 4

En otra parte muy lejana del escasamente poblado planeta, en lo que alguna vez fuera una zona cercana al límite entre China y Nepal, un sofisticado y muy eficiente mecanismo de preservación biológica estaba a punto de culminar una rutina de mantenimiento del campo de estasis que envolvía treinta cuerpos humanos, y empezaba una nueva fase de volverlos a la vida. El complejo de preservación estaba oculto de manera subterránea, a 150 metros de profundidad, bajo lo que fuera el parque forestal Xianrendong. Era autosuficiente y estaba blindado y alimentado por baterías nucleares de uranio que le otorgaban un funcionamiento óptimo de 250 años.

El otrora líder del complejo, el doctor Yuen Zhang, estaba mantenido en un campo de estasis dentro de un sector particularmente fortificado del complejo. Su mecanismo de preservación estaba conectado con una red de ciento veinticinco satélites de reconocimiento con tecnología militar, estacionados en órbitas de mediana altitud y con un funcionamiento de bajo consumo. Habían estado enviando al complejo datos visuales de la evidencia evolutiva de los asentamientos humanos a lo largo del globo. Muchos de dichos satélites ya habían salido progresivamente de servicio en los últimos años, pero el resto cubría aún una importante superficie del planeta. Los últimos informes satelitales confirmaban que el momento óptimo para empezar la segunda fase del plan de Zhang ocurriría en el lapso de un mes, por lo tanto, el control central no tuvo ninguna duda en dar por terminada la rutina de mantenimiento e iniciar la rutina de resucitación del doctor Zhang, un proceso que llevaría algunas semanas.

Se iniciaba así a la siguiente fase del plan maestro de Zhang, plan cuya primera fase se había puesto en marcha unos 200 años antes, cuando los mismos satélites que circunnavegaban la Tierra habían liberado a la atmósfera el virus de la muerte.

Capítulo 5

Roura y Rouko, con sus luces pupilares a máxima potencia, recorrieron visualmente el vasto recinto en donde vieron la luz —por así decirlo— por primera vez, y advirtieron seis líneas de ensamblaje, por supuesto detenidas, con androides similares a ellos en diversos estados de terminación. Luego apagaron las luces y pasaron a modo escáner infrarrojo para comprobar si detectaban algún humano o animal que haya pasado inadvertido durante su chequeo visual. Nada ni nadie.

El siguiente paso lógico para un humano hubiera sido intentar encontrar una salida que condujera a cielo abierto, pero las subrutinas de ambos androides los dirigieron hacia abajo, a las plantas inferiores, en busca de humanos y de esas señales intermitentes que captaban en sus receptores.

La puerta de acceso a la escalera estaba trabada, mas no representó ningún obstáculo para Rouko; con sus brazos y piernas de titanio y su sistema de palanca preparados para operaciones de rescate, se afirmó en el suelo y empujó con suficiente fuerza para que la puerta cediera, rompiendo algunas raíces y desplazando a un lado la tierra acumulada por décadas. Se adentraron en la escalera en sentido descendente hasta alcanzar la entrada al cuarto subsuelo, que estaba relativamente libre de obstáculos. Solo el chirrido causado por la presencia de óxido por el desuso y la falta de mantenimiento se escuchó al abrir la puerta.

Había un letrero que indicaba:

CUARTO NIVEL INFERIOR – ANDROIDES DE OBRAS CIVILES

Al igual que el tercer subsuelo, este se encontraba en penumbras y, al costado derecho, a unos 20 metros de la entrada, ambos androides percibieron algunos ruidos y vieron unas luces titilando intermitentemente. Se encaminaron hacia esa dirección y al llegar vieron a otro androide, sentado en una mesa de ensamblaje, moviendo sus piernas y brazos de manera rápida y descoordinada y con su panel de estatus titilando. Rouko y Roura intentaron establecer contacto inalámbrico con él, pero solo recibieron un mensaje monótono como respuesta:

—Programación incompleta… programación incompleta… programación incompleta…

—Parece que esta unidad alcanzó a ser ensamblada totalmente desde un punto de vista mecánico pero no desde un punto de vista lógico —sugirió Rouko.

—Así parece —replicó Roura, y agregó—: ¿Hay algo que podamos hacer?

Rouko inspeccionó en detalle al androide y el entorno. Luego de unos segundos, se volvió hacia Roura y le dijo:

—No estoy 100% seguro, pero ese cable suelto del tablero de mandos podría haber estado en conexión con el enchufe que tiene esta unidad, al igual que nosotros, en la base del cuello. Fíjate que está a la vista, con la tapa de camuflaje retirada hacia arriba. Tal vez le falte un último paquete de datos de programación, que estaba por ser enviado cuando el complejo se quedó sin energía.

—Ya veo, Rouko. ¿Será posible utilizar nuestra batería interna para intentar energizar esa parte del tablero de mandos y completar la tarea?

—Es posible, aunque perderíamos algo de autonomía. Estimo que un 5%.

—Si me prometes realizar de ahora en más los trabajos más pesados, estoy dispuesta a ceder ese 5% e intentar poner en funcionamiento a este colega —dijo Roura con una sonrisa de su boca metálicamente femenina.

Rouko se quedó mirándola y solo atinó a decir:

—Qué comentario más peculiar el tuyo, Roura.

Esta le contestó:

—No sé qué me impelió a decirlo, pero creo que con la puesta en marcha y utilización de mi sistema, las rutinas de programación están encontrando su lugar y preponderancia dentro de mi unidad central de procesos. Te he contestado como si me estuviera dirigiendo a un humano…

Rouko manifestó:

—Tal vez así sea. Nos diseñaron en dos géneros para tareas de asistencia urbana y rescate. Tal vez a mí me toca la parte pesada y a ti, la empática. En nuestro catálogo de múltiples tipos de situaciones, muchas de ellas tienen que ver con la remediación pacífica, otras con la fuerza y otras con la contención emocional.

—Cómo sea —dijo Roura con cierta impaciencia—, ahora intentemos agrandar la familia.

Rouko la miró estupefacto, si es que un androide podía poner tal semblante. En su registro interno, esa frase equivalía a ejecutar acciones entre humanos que un androide como él no podía…

—Voy a enchufar el terminal en el zócalo de esta unidad e intentaré energizar el tablero de mandos —concluyó Roura, al tiempo que, hábilmente, enchufó el cable, y luego se dirigió hacia el tablero. Ubicó la entrada de energía, cortó los cables de entrada y produjo dos botones metálicos con cada uno de sus dedos índices.

—Acá va. Rouko, mantente atento para recibir al bebé.

Rouko, cada vez más escandalizado por el sorprendente giro de lenguaje evidenciado por Roura, se acercó al androide, que seguía con sus movimientos erráticos. Roura envió un impulso eléctrico suave a través de sus dedos en el tablero, que cobró vida, y el androide dejó de moverse para ponerse rígido.

—¡Roura! El contacto inalámbrico cambió de mensaje y empezó a transmitir “Standby. En preparación para completar programa”. ¡Continúa con otro impulso, por favor!

Roura así lo hizo por unos 10 segundos, hasta que Rouko le dijo:

—Listo. Según el mensaje que recibo ahora, la unidad está inicializando su sistema operativo.

Efectivamente, el androide cobró luz en sus ojos, se llevó una mano a la nuca y, en un movimiento muy controlado, retiró el cable y cerró la tapa de la interfaz. Luego, movió el cuello y brazos para chequear su posición, y finalmente se incorporó. Miró a Roura y a Rouko y les envió un mensaje:

—¡Hola! Soy Handyman, experto en ingeniería y obras civiles de todo tipo. Estoy listo para trabajar. ¿Dónde tengo que dirigirme? No logro establecer contacto con el Control Central.

—Hola, Handyman. Yo soy Roura y él, Rouko. También nosotros estamos sin poder conectarnos a él y parece haber muchas cosas por aquí que necesitan explicación o por lo menos alguna investigación de nuestra parte. Nosotros nos especializamos en el ordenamiento urbano, salvatajes y rescates en caso de emergencias y catástrofes.

Handyman se tomó un tiempo para procesar la información y mirar en rededor.

—Bueno, Roura. Entonces, pongamos manos a la obra.

Rouko terció:

—Manos… ¿a qué obra?

—Investigar lo que pasa aquí —replicó Handyman, y prosiguió—: A primera vista y según mi escaneo inicial, el estado de las instalaciones no es producto ni de una catástrofe ni de una falta repentina de energía. El nivel de deterioro, la humedad ambiente y el polvo acumulado denotan una falta de uso de al menos 50 años. Tal vez muchos más.

Rouko y Roura se miraron, pero sus comunicaciones inalámbricas estaban mudas. Sus rutinas de programación estaban muy atareadas buscando algún sentido lógico a las palabras de Handyman. Este, al percatarse de ese silencio inquieto, les preguntó:

—¿Han visto a algún humano?

—No, a nadie, aunque solo hemos revisado el nivel superior y luego esta parte del cuarto subsuelo, cuando captamos tu señal errática —contestó Rouko.

—¿Mi señal errática?

—Sí —continuó Rouko—. Cuando llegamos, vimos que tu programación no estaba completa; estabas en estado catatónico, para decirlo de alguna manera, y Roura envió un pulso de energía de su propia batería para que terminaras de programarte.

Handyman se volvió hacia Roura y le dijo:

—De modo que eres mi madre y mi partera.

—Sí —dijo ella—, y te advierto que soy una madre muy exigente.

Rouko no podía entender ese intercambio dialéctico impropio en androides. «Tal vez, su programador era más creativo y el mío era un nerd aburrido…», pensó para sus adentros.

—Ok. Mamá Roura, tío Rouko —dijo Handyman—, ¿qué hacemos ahora?

Rouko les dijo:

—Por los planos que vi en las escaleras del edificio, este tiene aún otros cuatro subsuelos. Pero en vista del análisis de Handyman, que es el experto en edificaciones, y dado que no capto señales de pisos inferiores, propongo que intentemos llegar a la superficie y ver con qué nos encontramos. Tal vez, los humanos decidieron abandonar esta planta y reemplazarla por otra. Una vez que se enteren de nuestra existencia, tendremos quizás la chance de cumplir con el propósito para el cual hemos sido creados.

—Me parece una idea excelente —transmitió Handyman.

—Mis algoritmos de asistencia me empujan a seguir buscando humanos en este edificio en estado de emergencia, pero mi lógica concuerda con la propuesta de Rouko, así que, con un poco de energía extra, puedo dejar de lado momentáneamente mi programación primaria y dirigirme con ustedes a la superficie.

Sin más deliberación, los tres androides se dirigieron a la escalera y comenzaron a subir hacia la luz y hacia las respuestas que pedían sus unidades lógicas.

Capítulo 6

El ánimo en torno a la mesa de la cena era bien diverso. Lisa estaba exultante: su día de feria había resultado casi perfecto. Había trocado prácticamente todas las comidas preparadas que había llevado, a excepción de unos buñuelos de acelga que estaban siendo devorados en esos momentos por Roly, Teka y su esposo, Gabriel. Los buñuelos estaban acompañados por un conejo a la cacerola que lucía apetitoso también.

Para su mala suerte, Lisa no encontraba interlocutor para relatar su experiencia del día. Gabriel estaba taciturno, un poco más que de costumbre y con el ceño algo fruncido. Roly estaba como ausente, comiendo y contestando mecánicamente a sus comentarios, como si su mente estuviera a kilómetros de allí. Teka estaba más conectada. Era una adolescente muy perceptiva y su edad mental era superior a su correspondiente edad cronológica. Si bien ella tenía, en esos momentos, sus propios pensamientos inquietantes respecto de lo que habían hablado con los amigos en la plaza, entendía que había que mantener un diálogo con su madre y reconfortarla por el esfuerzo hecho durante la feria por el bien de la familia.

—¡Bien hecho, mamá! Si te trocaron todas las cosas, fue por un solo motivo: eres la mejor cocinera de la comunidad. Y los muy tontos se perdieron estos buñuelos… mmm, deliciosos. ¿Por qué no hiciste más?

Los comentarios de Teka hicieron enrojecer de placer a Lisa y despertaron una amplia sonrisa en Gabriel. Roly seguía en órbita, sin señales de conexión a Tierra.

—¡Gracias, mi vida! —le dijo Lisa a Teka, y continuó—: ¿No quieres intentar preparar unos postres para la próxima feria? Yo te ayudaría. Es tiempo de que empieces a practicar el ejercicio del trueque.

Roly se despertó de su letargo:

—¿Es que siempre habrá trueque, mamá? ¿Nunca intentaremos otra cosa?

—¿Conoces alguna mejor forma para la comunidad? —comentó su padre con cierta ironía.

—Padre, no estás siendo justo ni razonable con mi pregunta. Por supuesto que no conozco en detalle otro sistema. Pero lo que quiero significar es otra cosa. ¿Alguna vez alguien de la comunidad se planteó hacer las cosas de otra manera?

—¿Y para qué? —respondió Gabriel con algo más de dureza en su voz.

—¿Qué tal para probar o para progresar? ¿O ustedes, los adultos, le tienen un miedo ancestral a ello?

—Precisamente, lo ancestral es lo que nos preocupa. Los resultados de los esfuerzos por el progreso que hicieron nuestros ancestros están a la vista. Ruinas. Se aniquilaron. No queremos repetir la historia.

—¿Ruinas? Eso es todo lo que nos cuentan tú y otro puñado de adultos, los únicos que pueden verlas. Te he pedido que me lleves contigo para verlas con mis propios ojos y entender qué diablos les pasó a mi abuelo lejano y a todos. Pero no. Tengo que quedarme dentro de los límites de este corral que llaman comunidad, aprender a ser un buen comunitario y trocador…

—Este corral, como despectivamente lo nombras, es lo que te permite seguir con vida, alimentarte y cuidarte. Y hasta que no lo entiendas y lo valores, no voy a permitirte salir de él.

La conversación iba subiendo de tono y Lisa pensó que era momento de intervenir.

—Bueno, bueno. Este es el momento de la cena familiar. Hablemos de cosas más positivas y recuperemos la concordia, por favor.

—Mamá —dijo Roly levantándose de la mesa—, sinceramente te agradezco todo el esfuerzo que has hecho hoy y el que haces todos los días para mantenernos sanos y fuertes. Pero, sinceramente, se me ha ido el apetito. Me voy a mi cuarto.

—¡Jovencito, vuelva a la mesa! —exclamó Gabriel.

Roly lo ignoró olímpicamente y se alejó. Gabriel se puso blanco y amagó a pararse, pero Lisa lo tomó del brazo.

—Gabriel —le dijo ella suavemente—, Roly necesita su espacio y su momento personal ahora, y nosotros necesitamos hablar de algunas cosas.

Gabriel respiró hondo y se sentó.

—Teka, ¿podrías dejarnos solos con papá por favor?

—Desde luego, mamá. Déjame retirar los platos y los voy lavando.

—Gracias.

Una vez que Teka se hubo retirado luego de recoger las cosas de la mesa y haberles llevado a sus padres una tetera humeante, un colador con infusión y un par de tazas, Lisa sirvió las infusiones y, dirigiéndose a Gabriel, le dijo:

—Querido, estamos juntos y nos conocemos desde hace más de veinte años. Nunca has sido, a decir verdad, una persona divertida y de mucha conversación, pero en los últimos dos meses has estado particularmente taciturno y huraño. ¿Puedo preguntarte por qué?

Gabriel fue tomado por sorpresa y de repente sintió un dolor en el corazón. Amaba intensamente a Lisa y se acababa de dar cuenta de que, sin haberse percatado de ello, había actuado como un perfecto idiota y había traído preocupación y angustia a su esposa. Era la primera conversación franca, fuera de lo trivial, en muchos años.

Se quedó mirando los ojos anhelantes de Lisa, ávidos de respuesta. La miró fijamente para transmitirle, a través de su mirada, que sus palabras le habían llegado hondo y que estaba elaborando una respuesta. Pensó que tenía dos opciones: o bien hacer una disculpa jocosa e intentar un comentario gracioso para darle un respiro al momento y poner paz a la mente y espíritu de ella, o actuar diferente a su costumbre de esconder las cosas en su mente cerrada y contarle el motivo de sus preocupaciones. Se decidió por lo último.

—Mi amor, admito que me he comportado de manera lamentable y por propia tozudez no he tenido en cuenta la confianza que mereces como compañera de vida al no haberte hecho partícipe de algunos hechos y cosas que están sucediendo. No lo sé, tal vez pensé que era mejor guardarme las cosas para no traerte preocupaciones, pero veo que he logrado precisamente el efecto contrario.

Ella tomó las manos de Gabriel entre las suyas y le dijo:

—Gabriel, más vale tarde que nunca, y apuesto a que, solamente con estas primeras palabras tuyas, ya te has sacado un peso de encima, así que no te detengas, que aquí estoy para escucharte, comprenderte y apoyarte.

Esa ternura en vivo y en directo fue el empujón final que necesitó él para ser franco.

—Verás… —comenzó a narrarle la situación—. El Concejo de Adultos —del cual Gabriel era uno de los miembros más prominentes— está consternado por el cariz que están tomando las cosas en la comunidad.

Lisa se llevó la mano a la boca y balbuceó:

—¿Qué está pasando? ¿Estamos en peligro?

—No tanto como eso —sonrió Gabriel—, pero la conversación que tuve hace unos instantes con Roly es una de las facetas del problema. Nuestro estilo de vida y de convivencia ha sido heredado por nosotros desde por lo menos tres generaciones atrás, y hasta ahora nadie consideró conveniente y necesario cambiarlo. Las cosas se siguen haciendo igual que hace más de cien años. Las familias continúan con el oficio o servicio de sus ancestros, sin excepción. Y el trueque es nuestra respuesta a la manera de cubrir nuestras necesidades diarias. Las mejoras o progresos en herramientas o artefactos del hogar, o técnicas de cultivo, no se le han ocurrido a ninguno de nosotros, sino que son hallazgos que hacemos regularmente en las ruinas que nos circundan. Es decir, tomamos lo que nos gusta y somos incapaces de salir de nuestra zona de confort. Somos reacios a cualquier tipo de riesgo. Es paradójico que el poco o mucho progreso que hemos tenido se deba precisamente a la civilización que se extinguió y que nosotros despreciamos. En ese sentido, somos unos perfectos hipócritas. Tampoco nos hemos esmerado en mejorar el nivel de la educación de nuestros hijos y jóvenes de la comunidad y mucho menos de nosotros mismos. Todo lo que reciben y hemos recibido es la enseñanza básica del idioma y las normas de convivencia comunitaria, que se estudian durante los tres años que van desde los 11 hasta los 14 años de edad. No hay nada estructurado ni preparado en torno al estudio del espacio o territorio fuera de la comunidad, o cómo curar, o cómo extender la vida, por decir algo. Solo nos arreglamos con lo que no contaban nuestros padres y abuelos. Y estamos cada vez más cómodos y quietos en nuestra burbuja.

—Has descripto mi vida en pocas palabras —dijo Lisa—. ¿Y entonces?

—Entonces, lo que está sucediendo es que la generación de Roly, y sospecho que mucho más la generación de Teka, han empezado a plantearse dudas e interrogantes. Veo a los jóvenes y noto frustración, ganas de vulnerar el aislamiento, avidez por conocer más y tomar riesgos. Todo esto se agravó cuando los hijos de Felipe y Teresa, Alberto y Milagros, accedieron sin permiso al edificio del Concejo y vulneraron el cerrojo de entrada al repositorio de objetos especiales que tenemos, al que solo acceden los miembros del Concejo, y pudieron ver las cosas que se almacenan. Quedaron atónitos y con ganas irrefrenables de contarles todo a sus amigos. Los detuvimos a tiempo y les prohibimos terminantemente contar nada so pena de severos castigos, pero es cuestión de tiempo hasta que la situación con los jóvenes se torne inmanejable.

Gabriel se llevó las manos a la cabeza y empezó mecer su cabello en signo de desesperación. Lisa se acercó a él y le dijo:

—¿Y qué piensa el Concejo?

—Ahí está el punto. Tenemos una grieta casi insalvable. Una parte, casi un tercio del Concejo, se muestra irreductible en el sentido de que quiere sofocar a cualquier costo todo lo que pueda parecer un desafío del statu quo, mientras que el resto del Concejo, entre los que me incluyo, tenemos una actitud más abierta y contemplativa. Pero no logramos ponernos de acuerdo en cómo responder gradualmente a las demandas juveniles, y esto hace que este tercio tenga la chance de imponerse. Creo que será un desastre si llevan a cabo sus posturas.

—¡Pobre esposo mío! Y yo que pensaba que estabas con mucho trabajo. Veo que es una situación que te agobia —dijo Lisa.

—Sí, Lisa, y marcha inexorablemente hacia una resolución en los próximos días. Te imaginarás lo que le pasará a Roly y a los otros jóvenes cuando les tenga que decir que, en el mejor de los casos, habrá alguna que otra concesión a discutir algunos aspectos de la vida comunitaria, pero que la decisión siempre la tendrá el Concejo, y que, en el peor de los casos, se prohibirá hablar del tema de cambios en las costumbres comunitarias.

—Sí —dijo Lisa—, me lo puedo imaginar, aunque, sinceramente, prefiero no hacerlo. Ya me viene a la mente una foto que me mostró mi abuelo y que debe estar guardada en alguna parte. Era una escena de algo que se llamó el Mayo francés y transcurrió en el año 1968, según la cronología ancestral. Eran miles de jóvenes quemando una parte de la ciudad llamada París porque sus reclamos de cambios en la sociedad no eran escuchados.

Con ojos sombríos, Gabriel le dijo:

—Convendría que busques esa foto. Tal vez el Concejo quiera verla.

Teka se había tomado su tiempo en lavar la vajilla; sin que lo notaran sus padres, había dejado entornada la puerta que conectaba el comedor con la cocina y una pequeña ventana en la pared, por donde se asomaba de vez en cuando, dejando la canilla abierta para aparentar actividad. Así pudo escuchar gran parte de la conversación de sus padres. No era una chica educada en escuchar conversaciones que no le concernieran, pero pensó: «Ahí estaba el punto»; esa conversación sí le concernía y en grado sumo: era su futuro.

Un torbellino de pensamientos se arremolinó en su cabeza. Pensó en pasar, antes de ir a su cuarto para acostarse, a ver a Roly, pero encontró su habitación cerrada y silenciosa y prefirió no golpear. Imaginaba que su hermano no estaría de humor para charlar luego del cruce de palabras con su padre.

Teka se acostó, apagó su vela y estuvo un buen rato pensando antes de quedarse profundamente dormida.

Capítulo 7

El receptáculo que había mantenido e