Atlántida revelada - Esteban Corio - E-Book

Atlántida revelada E-Book

Esteban Corio

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Beschreibung

Atlántida revelada es una novela con una trama intrigante que combina la mitología de la Atlántida con elementos de ciencia ficción, política y relaciones internacionales. La historia se desarrolla a lo largo de milenios, desde la colonización en tiempos ancestrales de la Atlántida por seres de origen extraterrestre (hace más de trece mil años) hasta un futuro cercano, donde los destinos de sus descendientes, tanto subacuáticos como terrestres, se entrelazan de manera inesperada. Esta obra te transportará en un viaje épico a través del tiempo y del espacio, desentrañando los secretos de una tierra perdida y el destino de la humanidad en un futuro incierto.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. María Magdalena Gomez.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corio, Esteban

Atlántida revelada / Esteban Corio. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

310 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-707-6

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Novelas de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Corio, Esteban

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Dedicado a Helen Naomi

La última y más reciente de las tres joyas que me ha regalado la vida.

Atlántida revelada

Parte I

Colonización 12 250 a. c.

El portentoso crucero espacial dejó atrás por su flanco de babor al cuarto planeta y comenzó la desaceleración gradual hacia su próximo destino: colocarse en órbita en torno al tercer planeta de aquella estrella de luz amarilla, similar a la de su sistema planetario, que regía con tiránica y perpetua atracción a su cohorte de cuerpos sidéreos.

Los tripulantes de la colosal nave, varios miles de individuos con vocación de exploradores y colonos, se asomaron ansiosos a los amplios ventanales de las salas de observación en la zona central del crucero para ver por primera vez a ese planeta que sería su hogar por el resto de su existencia. Sus órganos visuales, con pupilas multicolor adaptables, se fijaron atentamente en él, conforme la gran nave pasaba a pocos kilómetros de la superficie de su frío e inerte satélite de tamaño relativamente considerable.

Mientras que muchos de ellos se preguntaban cómo luciría ese gran satélite en los cielos del planeta de destino, al fin pudieron ver a este aparecer, al principio como un semicírculo asomando sobre la superficie del satélite hasta presentarse en toda su completitud y majestuosidad, profundamente azulado y salpicado de algunos sectores blanquísimos y otros amarronados.

Todos ellos ya lo habían visto por imágenes que habían proporcionado unas misiones anteriores de exploración, aunque dichas imágenes no podían, por supuesto, compararse con una observación directa.

Para varios de estos viajeros y futuros colonos, el siguiente pensamiento lógico fue recordar a su planeta de origen, a unos 444 años luz. La travesía hasta este sistema planetario les había tomado unas veinte rotaciones de su planeta en torno a Atlas, la estrella de su sistema estelar, en la constelación de las Pléyades. Era un periodo relativamente corto para un viaje de semejante magnitud, abreviado gracias a la propulsión translumínica y la utilización de algunos puentes de Einstein-Rosen, aunque lógicamente estos conceptos no se sabrían en el planeta de destino hasta varios miles de años después.

Indudablemente, los anteriores exploradores habían realizado una muy buena faena al descubrir y explorar este mundo que ahora estaban por colonizar. Este planeta compartía con su propio planeta de origen, llamado Glomer, un gran número de similitudes: presencia de agua líquida en mares, océanos y casquetes polares, una atmósfera con análoga composición química y vida en abundancia, así como una gravedad algo menor debido a la diferencia de masas, siendo Glomer algo más grande. Aunque esto último no sería un problema, por el contrario, su fortaleza ósea y su capacidad muscular se verían aumentadas, lo que les otorgaría, seguramente, un porte similar a las deidades de la única especie inteligente, con incipiente desarrollo civilizatorio, existente en el planeta de destino.

Por otra parte, su sistema inmunológico ya había sido modificado y adaptado al nuevo mundo gracias a la medicina de vanguardia que se practicaba en su planeta.

Las únicas diferencias, que llevarían un tiempo de adaptación, eran la inclinación del eje del planeta, mucho mayor que la de Glomer, y la actividad volcánica.

En el primero de los casos, Glomer no tenía casi inclinación, por lo que el clima era constante, predecible. Los colonos deberían, pues, acostumbrarse a las marcadas estaciones climáticas que se vaticinaban para este nuevo mundo. Los científicos de la misión habían recomendado establecer la primera colonia lo más cerca posible a la línea media o ecuatorial, de modo de minimizar la variancia climática y ayudar al proceso de adaptación biológica de los colonos.

En el segundo caso, la actividad volcánica era otro problema diferente. En este caso, los exogeólogos glomerianos recomendaron establecerse a no menos de quince kilómetros de cualquier volcán activo. Habían dicho: «El planeta acaba de emerger de un período de glaciación y muchos volcanes han vuelto a la actividad. Aunque descartamos un evento catastrófico a escala planetaria como sí se dio en varias ocasiones a lo largo de la historia geológica de este planeta, es preferible establecerse a distancia prudencial de los cráteres activos o latentes.».

En el sector superior de la nave, contigua al puente de mando, la sala principal de situación estaba siendo ocupada por los máximos jerarcas de la misión y por un puñado de científicos especializados. El comandante de la nave, Ætius, comenzó a hablar en tono firme al tiempo que los murmullos de los presentes cesaron de inmediato.

—Oficiales superiores, respetables doctores y científicos, camaradas exploradores y colonos, esta sesión está siendo grabada en imagen y sonido para los archivos históricos. Mi oficial de navegación me informa que estaremos en posición orbital estable en breves momentos. Comenzará entonces la fase 2 de la misión, la más crítica. Como responsables máximos de todas las facetas de esta misión, los he citado para que repasemos, una vez más y de manera conjunta, toda esta fase. Es una ocasión histórica, pero no quisiera extenderme mucho, dado que el tiempo apremia y debemos atenernos al cronograma general de la misión. Le daré la palabra al Notable Qerok, especialista en logística y estrategia, para que nos recuerde los aspectos generales de las tareas y procesos del futuro inmediato. —Dicho esto, Ætius dirigió la vista hacia donde estaba el nombrado, al que le hizo un gesto de asentimiento.

Qerok se incorporó y, dirigiéndose a los presentes, les dijo:

—Estimados camaradas, me apoyaré en las proyecciones holográficas que verán en el centro de la mesa para explicarles el desarrollo de los próximos pasos.

La pantalla mostró al planeta en rotación, su satélite y la posición del crucero conforme se situaba en una órbita geoestacionaria, a unos 67 000 kilómetros de altitud respecto de la superficie.

—Nos situaremos en órbita sincrónica con la rotación del planeta para facilitar el transporte de los colonos y todo su equipaje, maquinarias e insumos a la zona designada para establecer la colonia, que figura en esa zona demarcada en color rojizo en la holografía del planeta. Teniendo en consideración nuestra flota de transbordadores y la cantidad de colonos y material a transportar, estimamos completar todo el proceso en aproximadamente unas noventa rotaciones del planeta en torno a sí mismo.

»Aproximadamente a la mitad de ese período, pondremos en órbita un satélite de vida útil extendida y con capacidad de transmisión de largo alcance, a través de modulación subespacial; ustedes podrán entonces seguir en comunicación con nosotros y con Glomer durante muchas rotaciones del planeta en torno a la estrella central. Si bien no habrá restricciones para la comunicación subespacial, la época más propicia para transmitir, teniendo en cuenta la posición orbital no estacionaria del mismo, será a comienzos de la época de clima más caluroso del hemisferio norte. Más adelante en esta reunión, la Notable Elania les proporcionará más detalles de estas épocas.

»El satélite está diseñado para operar durante miles de rotaciones, por lo tanto, podrán enviarnos, a nuestro planeta madre, los reportes anuales y los desafíos que enfrentarán tanto ustedes, colonos, como sus lejanos descendientes. Seguidamente, le daré la palabra a Elania, jefe científico de la misión.

Elania se incorporó de su asiento y dijo:

—Mi agradecimiento, Qerok.

La glomeriana, alta, majestuosa y con la frente muy despejada, se tomó un momento para mirar a los diez Notables que liderarían la colonia.

Para los estándares biológicos de Glomer, Elania era un ser femenino, en temprana adultez o lo que sería el equivalente a unos treinta y siete años terrestres. Su altura alcanzaba los 1,83 metros y su peso, unos 75 kilogramos. La raza pleyadiana se había desarrollado con capacidades anfibias, dado que en Glomer los océanos y cuerpos de agua líquida cubrían casi el ochenta por ciento de la superficie, con vastísimos estuarios y cuencas marinas de profundidad relativamente escasa, en torno a los ciento cincuenta metros.

A lo largo de miles de rotaciones en torno a Atlas, esta raza fue mutando de acuática a anfibia y pudo desarrollar su civilización de modo que cualquier miembro de la misma pudiera vivir indistintamente en ambos medios, el superficial o el subacuático.

Su epidermis, su sistema visual y sus extremidades estaban ya genéticamente preparadas para transformarse automáticamente según el medio en donde se desempeñasen.

Elania comenzó su presentación con voz suave y persuasiva:

—Colonos, al fin ha llegado el momento de dar comienzo a la colonización. Nuestra premisa, como civilización interestelar, de expandir nuestra presencia dentro de la galaxia nunca debe colisionar con nuestros principios éticos respecto de los territorios y de las formas de vida con las que nos encontremos. Ya hemos establecido varios acuerdos de convivencia y de no agresión con un número significativo de razas dentro de los doscientos Parsecs de nuestro sistema planetario.

»Este sector de la galaxia no cuenta aún con civilizaciones avanzadas; ni siquiera con tecnología primitiva. Pero existe vida, incluso vida inteligente, por lo tanto, continuando con la mejor tradición glomeriana, confiamos en ustedes para que, a lo largo del tiempo, se asimilen con la civilización local y le transmitan los conocimientos y las costumbres para un desarrollo y evolución virtuosa.

Elania proyectó una imagen holográfica de un hombre y una mujer terráqueos de manera genérica.

—Tal como nuestra raza, la terráquea tiene dos géneros, similar estructura ósea interna y cierta compatibilidad biológica. Es entonces posible que puedan establecer vínculos físicos con ellos, llegado el momento y a decisión de cada uno de los colonos. Sin embargo, esta raza no tiene capacidades anfibias y, a diferencia de nosotros, tampoco tiene la necesidad de estar cerca del mar o de algún cuerpo importante de agua líquida.

»En el momento en que ustedes pongan pie en la superficie que ven por las ventanas y comience su aventura colonizadora, deberán tener en cuenta que el planeta acaba de salir de una era de glaciación que duró varios miles de rotaciones en torno a su estrella. La raza terráquea se ha visto en la necesidad de refugiarse en cuevas y cavernas, por lo que la posibilidad de contacto entre grupos de terráqueos ha sido muy escasa. Van a encontrarse entonces, con una civilización muy primitiva, de escasos conocimientos técnicos; en su mayoría, dedicados a la cacería de animales y a la recolección de alimento desde especies vegetales; sin ningún tipo de preparación, con un lenguaje muy limitado, con actitudes de desconfianza y recelo, algo lógico en unos seres que están constantemente en guardia para no ser atacados, devorados o capturados. Será entonces un desafío para ustedes comenzar a tomar contacto con ellos. Seguramente, al comienzo serán vistos como dioses o visitantes de las estrellas, pero es cuestión de tiempo que esto cambie hasta que la civilización terráquea se vaya aglutinando en torno a costumbres y a grupos de individuos cada vez más numerosos para que, a la postre, se encienda la chispa de la civilización. Está en ustedes encender esa chispa allí donde vean la ocasión propicia y mantenerla encendida una vez que la hayan detectado. Tendrán a disposición todos los medios tecnológicos que les dejaremos, pero mi recomendación es que permitan que la raza terráquea se las ingenie y, por sus propios medios, descubra las maravillas de la naturaleza y de las leyes físicas y químicas.

»Hemos elegido a una isla como base de la colonia. Esta localización les proveerá seguridad durante las primeras épocas y, a su vez, cercanía con el mar, algo necesario aún para nuestra biología. Además, nuestras mejores mentes les han preparado un completo manual de información y recomendaciones, basadas en los datos que hemos recopilado de este planeta. Como saben, nuestra costumbre es, a excepción de la presencia de nuestros colonos y sus artículos más personales, no introducir ninguna especie animal o vegetal en el planeta que elegimos para colonizar. Por lo tanto, cuando se les acaben las provisiones pleyadianas que hemos provisto, y que durarán aproximadamente una órbita en torno a su estrella, tendrán que valerse por ustedes mismos. Lean y asimilen especialmente las técnicas de agricultura, piscicultura y ganadería de los respectivos manuales.

»Son y serán pleyadianos de nacimiento, nadie les negará eso jamás, pero desde ahora serán a su vez “terráqueos” por adopción. El comité científico ha decidido denominar a este planeta como “Terrum” y a su compañero satelital como “Luna”. Nuestra recomendación es que dejen de lado lo más rápido posible nuestras convenciones pleyadianas de medición de tiempos, distancias, pesos y volúmenes. Utilicen el período rotacional de Terrum en torno a sí mismo y a la estrella del sistema, la cual denominaremos “Sol”. Podrán encontrar un compendio de medidas de longitud, temporales y volumétricas en los manuales provistos.

La pleyadiana pulsó un botón y apareció una imagen holográfica de una isla rodeada de un mar muy azulado.

—Estimados colonos, les presento a Atlántida. El nombre ha sido elegido de esa manera porque, si bien habrá diez jefes colonos que regirán un conjunto equivalente de territorios dentro de esta isla, ustedes tendrán un primus inter pares que dará la última palabra o decisión ante situaciones que así lo requieran y que llevará el nombre de Atlas, nuestra estrella. Este jefe colono será el punto de referencia de toda la colonia y el rol que le tocará ejercer a Krex —el aludido hizo un leve gesto de asentimiento.

»Finalmente, y antes de comenzar la fase 2 de la misión, les quiero transmitir un mensaje del Alto Concejo de Glomer: «No esperen contar con nosotros, vuestra civilización madre, para resolver disputas internas o asuntos triviales. Desde ahora estarán por su cuenta, aunque serán bienvenidos los mensajes que nos hagan llegar a través del satélite de largo alcance. Nuestro próximo encuentro será en un futuro más o menos distante: cuando la raza terráquea, por sí misma y con la tutoría de ustedes y sus descendientes, apreciados colonos, haya alcanzado el estatus de civilización extraplanetaria».

Las horas y días siguientes transcurrieron con frenética intensidad. La increíble tecnología de los colonos les permitió cumplir con los plazos sin demoras perceptibles. La terraformación de Atlántida y de su ciudad capital era tal, que un viajero desprevenido que hubiera llegado a la mañana al puerto de Atlantis no reconocería la misma zona por la tarde.

Se construyeron viviendas, instalaciones comunitarias, caminos y conductos de agua. Todo de acuerdo con una arquitectura práctica, pero sin mostrar algo avanzado en grado sumo, sino con un estilo que fuera asimilable por los habitantes primitivos de la isla y de aquellos que llegaran desde las costas adyacentes de África, Iberia, Galia e, incluso, Grecia y Mesopotamia.

Asimismo, y con precisión cronológica, durante el día cuarenta y cinco del proceso de colonización, el crucero eyectó y puso en órbita un satélite hiperavanzado, indetectable para lo que sería un normal desarrollo tecnológico de la raza humana por los próximos doce mil años; a excepción, claro está, del transceptor especial que poseía Atlas en una locación secreta dentro de su colonia. La colonia enviaría reportes generales a razón de uno por cada rotación de Terrum en torno al sol.

La última fase del proceso de colonización fue dedicada a poblar los vastos sectores de las diez colonias, reubicando a gente primitiva del lugar y, con la flota de navegación construida en un plazo increíble, trayendo, voluntariamente, gente por mar de otros puntos cercanos de tierra firme.

Llegó el día del adiós y el comandante y la notable Eliana hicieron un saludo tradicional a Atlas y a los otros nueve jefes e iniciaron el viaje de regreso.

Atlas no falló durante su gobierno. Las artes, las ciencias y la influencia de la Atlántida creció y trascendió las fronteras.

Los diez reinos vivieron en armonía, en complementación y con una evolución que se adecuaba, en términos generales, con las proyecciones evolutivas de los científicos pleyadianos.

Sin embargo, toda predicción, aún con sólidas bases científicas, va quedando más y más desactualizada conforme el tiempo va transcurriendo. Este caso no fue la excepción.

A partir de la quinta generación de pleyadianos originales, la civilización atlante había alcanzado un cenit tecnológico y cultural. Ese fue, tal vez, el momento de su máximo esplendor, dado que comenzó un ciclo de decadencia, evidenciado por un desapego progresivo de las pautas éticas y de respeto por los semejantes y por el medio ambiente, impulsado quizás por aquella circunstancia en que el poder absoluto corrompe absolutamente.

Los diez reinos, otrora unidos y en virtuosa cooperación, comenzaron a rebelarse. Sus líderes actuaban cada vez más desconfiados de sus respectivos pares y perseguían agendas propias. Luchas intestinas en algunos de ellos dieron lugar a dos facciones dentro de la propia civilización.

Una de estas estaba comandada por Pirocreon, descendiente en línea directa de Gadiro, quien fuera gemelo de Atlas y fundador de Gadeira, uno de los diez reinos. Pirocreon promovía el retorno a las bases de la civilización Atlante y el aislamiento de la misma respecto del resto del mundo, cortando con todo tipo de transferencia o coparticipación tecnológica. A lo largo de su reinado, que ya iba por los veintitrés años, Pirocreon había extendido su influencia a otros reinos de la isla como Evemonia, Azaes, Autoctonia, Mnesea, Anferia y Diapreria. Asimismo, de manera subrepticia, reclutó y desarrolló un grupo de descendientes pleyadianos puros, los persuadió de volver a desarrollar las latentes capacidades subacuáticas originales y comenzó a construir bases e infraestructuras en diversos océanos y cuerpos de agua dulce de todo el planeta.

Esto no obedecía a un capricho de Pirocreon. No.

Sus científicos le habían confirmado algo aterrador: en unos pocos años más, un asteroide de tamaño considerable haría impacto en el planeta, más precisamente en el mar, a unos pocos cientos de kilómetros de la ubicación de Atlántida, provocando todo tipo de desastres naturales. Sin lugar a dudas, la Atlántida sería, cuanto menos, destruida y sumergida para siempre en las profundidades oceánicas. Pirocreon se estaba preparando para sobrevivir a tal catástrofe de alcance ecuménico.

Los restantes tres reinos, Atlas, Elasipros y Nestoria, se agruparon bajo el liderazgo de Antenor, descendiente en línea directa de Atlas.

Antenor promovía un acercamiento más estrecho con la civilización humana y no apoyaba un retorno al aislamiento.

Las relaciones entre los respectivos reinos fueron cada vez más escasas y protocolares. No obstante esta circunstancia, faltando escasos días para el impacto apocalíptico y la hecatombe consiguiente, Pirocreon decidió no dejar librado a su suerte a su primo lejano. Invitó a Antenor a verse las caras en un lugar neutro, en la frontera entre los reinos de Atlas y Gadeira; allí le informó del próximo impacto y lo invitó a que eligiera un selecto grupo de su gente para que lo acompañaran en el exilio submarino.

Antenor no fue tomado por sorpresa, sus propios científicos le habían informado del tema y le habían diseñado un plan de escape a tierras altas de Asia y América, donde podría llevar su tecnología y sus proyectos de integrarse a la sociedad humana existente en esos lugares.

Por lo tanto, rehusó cortésmente la invitación de Pirocreon y ambos primos se desearon suerte mutuamente. Antes de despedirse, de forma conjunta, enviaron un último mensaje a Glomer a través del satélite pleyadiano, que seguía orbitando la atmósfera alta terrestre de manera imperturbable. Se dirigieron a la sala de transmisiones, que era una cámara acorazada, ubicada a varios metros por debajo de la superficie, con generadores iónicos de energía preparados para funcionar a perpetuidad.

El mensaje fue corto y lacónico. Informaba sobre la catástrofe en ciernes y especulaba sobre la posibilidad de volver a tomar contacto algún día, si alguno de ellos o de sus descendientes lograba regresar a esa sala de transmisión y activar los circuitos de comunicación.

Ambos primos oprimieron al unísono los mandos de envío de lo que sería, tal vez, el último mensaje desde la Tierra al planeta natal de los Atlantes.

***

El impacto celestial llegó en la fecha y la hora pronosticada por los científicos, devastando gran parte de la superficie terrestre y marítima del planeta. Millones de personas perecieron, así como las incipientes ciudades y pueblos que se habían originado en oriente medio y en otros pocos lugares del planeta. Solo las profundidades marinas y las altiplanicies de América meridional, los Himalayas y vastas partes de la Antártida lograron sobrellevar el desastre en condiciones más favorables.

La majestuosidad del imperio Atlante quedó reducida a escombros y cenizas, sumergida a perpetuidad en el mar. Pirocreon y unos cuantos miles de descendientes puros de los colonos estelares originales alcanzaron a refugiarse en varias bases submarinas, donde el cimbronazo del evento celestial llegó en forma de turbulencias y temblores de la corteza submarina, aunque sin grandes daños.

Por su parte, Antenor pudo poner a salvo a gran parte de su gente, que se trasladó en numerosos contingentes a las tierras altas, a miles de kilómetros de la nación madre.

Así concluyó el legendario reinado de Atlántida, un experimento de colonización que tuvo un desarrollo muy promisorio, un deterioro progresivo no anticipado por sus diseñadores originales y que careció de la chance de intentar revertir su destino, el cual llegó de la mano de un apocalipsis de roca sólida de diez kilómetros de diámetro que impactó en nuestro mundo.

Parte II

Piezas en movimiento 2035 d. c.

CAPÍTULO I

El instructor náutico colocó en punto muerto el motor de la lancha. Acto seguido, tomó el megáfono que estaba sobre uno de los asientos y se encaminó hacia la popa de la embarcación. El día era perfecto para la actividad que se proponía realizar con los aspirantes a timoneles, en su mayoría, jóvenes en temprana adolescencia que flotaban al pairo en sus respectivos veleros clase Lightning, alineados en una fila de unas treinta embarcaciones aproximadamente. Al ver el movimiento del instructor, todos los aspirantes cesaron las conversaciones entre ellos y se pusieron atentos a sus palabras.

—¡Atención! —La voz del instructor sonó clara y estentórea a través del altavoz. —Hoy tendremos una clase muy especial y las condiciones climáticas son casi perfectas para ello. Digo “casi” porque, lógicamente, me gustaría que esta brisa del Norte, estimativamente de unos siete nudos, fuera un poco más recia, ya que de ese modo, les ocasionaría un mayor desafío para practicar y realizar sus maniobras, pero al menos tenemos brisa y eso es lo importante.

El instructor se tomó unos segundos y continuó hablando por el megáfono.

—El sol está cerca de la canícula; no es aún pleno verano, pero no olviden llevar puestos los gorros en todo momento para evitar una insolación, así como tomar unos sorbos de líquido cada quince minutos o cuando la navegación así lo permita. Por la banda de estribor verán tres grandes boyas redondas y rojas que están dispuestas formando un triángulo equilátero. Cada lado, es decir, la distancia entre una y otra boya, es de una milla náutica aproximadamente. El ejercicio es similar a una regata que tendrán que disputar ustedes y que consistirá en completar dos vueltas al triángulo.

El instructor dejó que los jóvenes asimilaran estas últimas palabras y luego de unos pocos segundos, continuó con su mensaje.

—En cada boya, habrá un comisario de regata para asegurarse de que, durante la acometida a la boya y las maniobras de viraje, ninguno de ustedes incurra en alguna maniobra o conducta antideportiva, peligrosa o controvertida. En caso de ocurrir, él o los involucrados serán automáticamente descalificados y separados de la competencia. Ahora, pongan sus velas en ceñida y vengan atrás de mi lancha hasta la línea imaginaria de largada. Es importante que esta línea imaginaria, que se traza desde mi embarcación hasta la del comisario Mariano, cuya lancha es esa —dijo el instructor, señalando una lancha que se aproximaba—, no sea traspasada por ninguna proa antes de escuchar el disparo de largada. Con esto ya estaríamos listos para iniciar la actividad, pero antes ¿hay alguna pregunta que quieran hacer?

No hubo preguntas.

—¡Muy bien! Último aviso: en caso de que alguno de ustedes cayera al agua, olvídense de la embarcación. Cada uno tiene su chaleco salvavidas, así que limítense a flotar y la embarcación más cercana hará la maniobra en “ocho”, que hemos estudiado en la clase teórica, para ir en busca del compañero. Los comisarios nos encargaremos de la embarcación que quede a la deriva.

Dicho esto, el instructor regresó al mando de la embarcación, puso rumbo a un lugar determinado del ancho río, volvió a colocar la embarcación en punto muerto y, al igual que Mariano, aguardó a que los jóvenes nautas aprestaran todas sus embarcaciones detrás de la línea imaginaria de largada.

Aproximadamente unos cinco minutos después, el instructor levantó ostensiblemente la mano que blandía un revólver con una bala de salva y, luego de unos segundos de expectación, efectuó el disparo de largada.

Héctor hizo una buena largada. Estimó que durante el primer tramo entre boyas tendría viento de través, así que se las ingenió para estar entre los últimos puestos del lado Norte de la línea de largada para tomar viento franco sin que fuera “robado” por las velas de otras embarcaciones.

Su madre, Alcira, lo había estado entusiasmando para que hiciera ese curso de navegación. Al principio, él tuvo cierta reticencia. Le parecía que sería aburrido, cansador y, si bien se sentía inexplicablemente atraído por el agua, prefería nadar y jugar en la piscina de su casa.

Sin embargo, al cabo de unas pocas clases teóricas y prácticas la cosa empezó a gustarle… y mucho. Sintió que, tal vez, tenía después de todo un talento natural para entender la interacción entre las aguas y el viento.

En esos momentos, estaba sumamente concentrado. Había logrado alcanzar la tercera posición del pelotón de avanzada en ese primer tramo. Con esa brisa y la manera en que su vela cobraba el viento, él estimaba estar navegando a unos cinco nudos, lo que lo depositaría en la segunda boya y, consecuentemente, el primer viraje, en unos doce minutos. Al virar, tendría la opción de dejar ir la botavara más a babor o jugarse y pasarla a estribor para sacarle más jugo a la brisa que le llegaría por la aleta, pero faltaban aún algunos minutos para tomar esa decisión. Lo que le preocupaba ahora era el maldito chaleco salvavidas. Le había dicho a su madre que necesitaba un talle más holgado, pero no había habido tiempo para cambiarlo y ahora, agazapado en el cockpit con una mano en la caña del timón y la otra en la escota que comandaba la botavara, el condenado chaleco le estaba apretando el tórax de tal manera que le dificultaba la respiración.

Tratando de no perder la extrema concentración en la regata, Héctor pensó para sus adentros que detenerse, aunque sea por pocos segundos, para sacarse el chaleco e intentar regular la correa de sujeción al máximo de amplitud le haría resignar no solo la posición dentro del lote de punteros, sino probablemente todas sus chances en la regata, aparte de incurrir en un riesgo de colisión con los veleros que venían detrás de él, intentando darle alcance.

La segunda boya y la maniobra de viraje que, bien efectuada, le daría la posibilidad de ganar otra posición, ya estaba dentro del campo visual cercano, tal vez a unos tres o cuatro minutos, pero la presión del chaleco en su abdomen era casi insoportable. Tomó una decisión que, de ser advertida, lo penalizaría por ser antirreglamentaria: desabrochó las tres sujeciones frontales del chaleco, lo que le otorgó un inmediato bienestar. Con unas profundas bocanadas de aire recuperó el resuello y, manteniéndose agazapado para que el comisario de boya no pudiera ver la parte frontal de su chaleco, encaró la aproximación final a la boya y tomó la determinación de dejar ir a la botavara más hacia babor, manteniéndose él en la banda de estribor del cockpit.

De repente, otro Lightning irrumpió por estribor y pasó a escasos centímetros de su amura. Héctor se sobresaltó, dado que no había advertido ese acercamiento. Para evitar una potencial colisión, viró bruscamente a babor y su velero, perdiendo el impulso del viento, escoró hacia la otra banda. Como consecuencia lógica, la botavara, no ya a merced del viento, sino de la gravedad, pivotó rápidamente sobre su apoyo en el mástil e impactó de lleno en la frente de Héctor, que cayó semiconsciente por encima de la borda al agua.

El chaleco salvavidas se le desprendió y volvió mansamente a la superficie, no así Héctor, que luego de unos segundos de confusión y neblina en su mente, el contacto con el agua le devolvió sus sentidos en el momento en que estaba llegando al fondo del río, a unos tres metros de profundidad en ese lugar.

Héctor apoyó sus pies en el fondo para cobrar impulso, con tan poca fortuna que uno de ellos quedó atrapado entre una mezcla de piedras y ramaje submarino. Le invadió el pánico, que es el peor compañero que le podía tocar en esos casos. Desesperado, empezó a agotar el poco aire pulmonar con el que contaba. Su visión, borrosa, se enfocaba desesperadamente hacia arriba, hacia la difusa luz que dejaba adivinar los cascos de algunas embarcaciones de sus compañeros que cruzaban el campo de visión. Percibió el siseo agudo del motor de una lancha acercándose, pero poco a poco se le agotaba el aire de los pulmones y el hilo de su vida. Ya había abandonado los frenéticos movimientos con su pie atascado y su mente derivaba hacia su madre, hacia su hermana menor, seguramente sentadas en el jardín de la confitería del club náutico, ajenas a su drama y esperando su regreso. Nunca las volvería a ver. Ni a ellas ni a nadie…

Su cuerpo le pedía aspirar, mientras que su mente le decía que era imposible aspirar agua. Esa lucha titánica siguió adelante por otros escasos segundos. Era una lucha a muerte, una muerte mutua de cuerpo y mente, sin un vencedor.

Mas, increíblemente, esta vez no fue así, como naturalmente debería haber sido. La mente de Héctor, ya desconectada de la realidad y adormilada por la falta de oxígeno, cedió en su esfuerzo y le dejó el campo de batalla libre al cuerpo, que en un acto reflejo envió una orden terminante al grupo de músculos respiratorios: «¡Aspirar! ¡Ya!».

Héctor, es decir, su cuerpo aspiró con fuerza por sus fosas nasales y de repente, el niño se despertó como alcanzado por una corriente eléctrica. Sintió un dolor punzante e indescriptible por detrás de ambas orejas.

Su cerebro recuperó la consciencia… ¿estaba recibiendo oxígeno? Pero… ¿cómo?

Sus ojos, de repente, obtuvieron una visión absolutamente nítida del entorno. Azorado, Héctor sintió cómo “respiraba” agua y cómo la misma era expulsada de su cuerpo, de alguna manera, a través de unas finas ranuras longitudinales que pudo palpar atrás de sus orejas. Miró sus manos y, si segundos antes estaba algo asustado, ahora el susto se había transformado en terror: entre cada uno de sus dedos le había aparecido una membrana casi transparente, similar a la de las alas de un murciélago. Además, ahora era capaz de escuchar mucho más claramente los sonidos que llegaban desde la superficie: «¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde cayó?!... ¡¡Miren, allí está su salvavidas!!...».

Héctor sabía que se zambullirían a buscarlo en cualquier momento y lo que menos quería era que lo vieran transformado en una especie de hombre-pez. Por lo tanto, ya con un completo dominio de su cuerpo, se inclinó hacia abajo y, con renovada fuerza, desgajó las raíces acuáticas que agarraban su pie, apartó algunas piedras y se liberó de la trampa. Nadó subacuáticamente hasta donde estaba su chaleco salvavidas, algo alejado del tumulto que se había producido alrededor de su velerito, y salió a la superficie. Al asomar una parte de su frente y sus ojos, sintió una vez más cómo su cuerpo recobraba su versión terrestre: sus ojos volvieron a su visión normal, las membranas de sus manos desaparecieron y sus… ¿agallas? se transformaron en dos finas líneas verticales casi indistinguibles por detrás de sus orejas.

Se volvió a colocar su salvavidas y exclamó:

—¡Aquí, aquí! —dijo, hacia el grupo de veleristas y comisarios de regata, cuando estos últimos ya estaban a punto de zambullirse.

—¡Por Dios! ¡¿Dónde te habías metido?! —le gritó el instructor.

—Perdón, instructor Miguel —replicó Héctor algo contrito—. Debo haber abrochado defectuosamente el chaleco y, cuando caí por la borda, lo perdí. Por eso nadé hasta acá para recuperarlo.

—¡Pues, buen susto nos has dado, Héctor! —le respondió el instructor Miguel, que continuó diciendo—. Ven aquí, vendrás conmigo hasta tierra. Remolcaré tu Lightning.

Luego, se dirigió al resto de los veleristas que se habían congregado todos en ese punto:

—A todos, la regata se cancela. Ahora pasarán a practicar maniobras. Y tú, Manuelito, nunca más vuelvas a efectuar esa maniobra que hizo escorar a Héctor. Con cualquier otro velero de más porte la cosa hubiera sido mucho peor. Adicionalmente, si la regata hubiera sido oficial, hubieras sido suspendido, tu brevet de timonel puesto en suspenso y hasta te podrían haber multado…

Héctor escuchó los lamentos y recriminaciones de sus compañeros hacia Manuelito, mientras la lancha del instructor lo llevaba hasta el embarcadero del club. No había tenido tiempo aún de meditar sobre su asombroso “descubrimiento”, por lo que se mantuvo en silencio. Miguel advirtió que el chico había tenido un buen susto y no quiso hacerle rememorar la experiencia. Ya habría oportunidad de hablarlo en algún otro día de clase.

Su madre y su hermana estaban sentadas en una mesa exterior de la confitería, conversando animadamente. Se interrumpieron cuando vieron llegar a Miguel y a Héctor.

—¡Alcira, aquí traigo a nuestro futuro timonel! Hoy ha sufrido un chapuzón inesperado. Consideré que lo mejor era que su clase finalizara y regresara con su familia —le dijo Miguel a ella.

—Muchas gracias, Miguel. Me imagino que todo aspirante a timonel tiene que, de vez en cuando, enfrentar estos contratiempos… —le respondió Alcira con una sonrisa, mientras miraba tiernamente a su hijo.

—¡Vaya, si lo sabré yo! Hasta el próximo sábado, Héctor. Ve a secarte y disfruta el resto de la tarde —le dijo Miguel, alejándose.

—¿Y bien, mi pequeño? ¿Estás bien, te has lastimado?

—No, mamá.

—Pero, supongo que te has asustado, ¿no?

—Mucho. Llegué hasta el fondo y pensé que no podría volver a salir a flote…

—Pero pudiste... —le contestó Alcira, mirándolo fijamente.

Héctor le devolvió la mirada. Algo en los ojos de su madre le produjo un estremecimiento.

¿Debía contarle a su madre la experiencia vivida? Decidió que no era ese el momento, más aún frente a su hermana.

—Sí, mamá. Logré serenarme, me di impulso y subí a la superficie, tal cual aprendí en la clase de emergencia y situaciones riesgosas —le contestó Héctor sosteniéndole la mirada.

—Excelente —dijo ella, suavizando la mirada—. Ahora, vete a cambiarte de ropa y cuando regreses, podrás pedir esa torta con chips de Oreo que tanto te gusta.

CAPÍTULO II

En los siguientes días, Héctor intentó olvidar esa experiencia, pero con poco éxito. No obstante, la proximidad del fin del ciclo lectivo escolar y su paso al último año de la escuela secundaria, que se produciría el año entrante, le proporcionaban suficientes estímulos como para distraer a su mente de esa traumática experiencia.

Sin embargo, el problema vino cuando finalmente terminaron los días de clase a principios de diciembre. Su madre tenía planeado ir con él y su hermana a visitar a su tía, en el frío invierno suizo. Si bien eso sería en enero, los soleados y placenteros días de diciembre pasaban demasiado rápido para él, que disfrutaba de su piscina y de la visita ocasional de sus amigos y amigas del colegio.

Se dijo a sí mismo que tendría que enfrentar ese odioso recuerdo y comprobar, de una vez por todas, si había sido, de hecho, algo milagroso e inexplicable o simplemente una alucinación, producto de su cerebro aletargado por la falta de oxígeno.

Una tarde, encontró la ocasión adecuada. Normalmente, su madre tomaba el sol en una reposera contigua a la piscina mientras él y Dafne estaban en el agua. Como la mayoría de los padres, Alcira les había dicho que nunca ingresaran a la piscina si no estaba ella o algún adulto en las cercanías. Esta tarde, Alcira y Dafne habían ido a la peluquería y habían dejado a Héctor mirando películas de Marvel en el living de la casa.

Apenas Héctor escuchó el automóvil acelerar por la calle, fue a su cuarto, se puso un traje de baño y se encaminó a la piscina. El parque estaba silencioso y quieto, así como el agua, que invitaba a disfrutar de su templada temperatura.

Héctor bajó los escalones de la parte poco profunda y eligió un lugar apropiado para su “prueba”. Después de todo, si las cosas no marchaban bien, quería estar bien cerca de la escalera y de la parte poco profunda.

Caminó por el fondo, pegado al borde interno, hasta que la línea de la superficie del agua llegó a la altura de su ombligo. En ese lugar, se sentó en el fondo, quedando todo su cuerpo sumergido excepto unos pocos centímetros de la parte superior de su cráneo.

Empezó a contar mentalmente: 1, 2, 3… 30, 31… Ya el aire pugnaba por salir de sus pulmones y ser reemplazado… 43, 44, 45… Empezó a marearse y antes de permitirse abandonar, hizo el esfuerzo mental de obligar conscientemente a sus músculos respiratorios a que expulsen el aire remanente y aspiren. Cerró los ojos y se preparó para pararse inmediatamente y toser o vomitar toda el agua, pero esta vez volvió a suceder ¡con mucho menos trauma y dolor!

Volvió a tener visión acuática, membranas entre los dedos de las manos y advirtió, esta vez, que también las poseía entre los dedos de los pies. Experimentó de nuevo su increíble sistema respiratorio branquial. Se atrevió a moverse de su posición y comenzó a nadar por debajo del agua. Al principio, en tramos cortos, luego cobró impulso y estimó que podía ir de punta a punta de su pileta ¡en menos de la cuarta parte del tiempo que empleaba normalmente nadando en la superficie!

Estaba extasiado, de modo que siguió disfrutando de ese maravilloso mundo prácticamente en ingravidez, inclusive con todo lo aburrido que puede llegar a ser el fondo de una piscina hogareña. Finalmente, se incorporó y salió de la piscina. Casi instantáneamente sus ojos, su sistema respiratorio y sus extremidades retornaron a la morfología terrestre.

Miró el reloj de la pared de la casa que daba al jardín: 10:36. Calculó que había estado sumergido bajo el agua… ¡Más de veinte minutos! Sencillamente increíble. Lo único que sentía era una leve molestia, un leve picor en la garganta. Lo atribuyó al cloro que estaba diluido en el agua de la pileta para mantenerla libre de algas.

A pesar de esta extraordinaria experiencia, Héctor sentía que aún no estaba preparado para contarles a su madre y a su hermana de sus dones. Aparte, antes de ello, quería hacer más pruebas.

Pasados dos días de esa experiencia, puso en marcha otra nueva prueba: sumersión nocturna. En esos dos días, a escondidas de su madre, Héctor había estado practicando el cambio de fisonomía hasta que, de tanto intentarlo, había logrado controlarlo conscientemente, aunque solo podía transformarse en hombre-pez cuando la cabeza estaba completamente sumergida, o volver a su estado de Homo sapiens sapiens cuando su cabeza estaba en la atmósfera terrestre.

Esa noche, se deslizó a hurtadillas de su cama e ingresó a la piscina muy sigilosamente, yendo directamente a lo más profundo. La negrura del fondo lo asustó, pero activó su metamorfosis de manera consciente y comprobó con pasmado asombro que su visión acuática no solo permitía enfocar correctamente los objetos bajo el agua, sino que se adaptaba a la luz imperante, aunque la misma fuera sumamente escasa y hubiera oscuridad casi absoluta. Sus pupilas se abrieron de tal manera que le fue posible ver hasta las letras del tatuaje que tenía en uno de los tobillos. ¡Hasta podía leer la letra chica de la etiqueta de su traje de baño!

Salió de la piscina, regresó a su cuarto, mas esa noche no pudo dormir. Se dijo que había llegado el momento de hablar con su madre, que debería elegir el momento y la forma, cuando, de repente, se le ocurrió cómo lo haría …

***

La ocasión llegó al cabo de tres días. Era una tarde hermosa y apacible. Dafne estaba en la casa de una amiga.

Alcira estaba leyendo un libro, como siempre, tendida en la reposera a un lado de la pileta, esta vez, bajo una sombrilla.

Héctor estaba intentando practicar el estilo mariposa, para llamar su atención.

—Amorcito, es más lógico que practiques tu estilo crawl antes que ese estilo mariposa que es tan difícil y feo de ver —le dijo su madre con una sonrisa.

—Ja, ja, ok, mamá. ¿Ya falta poco para ir a lo de la tía, no?

—Así es —dijo Alcira, dejando el libro a un lado y mirando a su hijo. Continuó—: Tengo muchas ganas de verla. Han pasado tres años desde la última vez.

—Sí —repuso Héctor—. Me acuerdo. Fue el último viaje que hicimos juntos con papá.

—Así es. Tu padre… —Alcira se quedó en silencio, ensimismada en sus pensamientos.

Héctor acompañó ese silencio y se sumergió. Fue hasta el fondo, se sentó en posición de loto y entrecerró los ojos. Treinta segundos. Cuarenta segundos. Cincuenta segundos. A través de sus ojos entrecerrados, vio la silueta de su madre parada en el borde de la pileta, mirándolo. Extrañamente tranquila. El conteo llegó a los sesenta segundos.

Héctor accionó conscientemente su cambio metamórfico, abrió los ojos y miró hacia su madre allá arriba. Setenta segundos.

Vio que ella se ponía tiesa, pero no se movió ni intentó alguna otra cosa. Lo seguía mirando. Ochenta y cinco segundos.

Al final, Alcira se movió. Se sacó la parte superior de su vestido de playa, dejando al descubierto su magnífico torso y sus bien contorneados senos. También se sacó su bermuda, quedando en bikini. Acto seguido, se zambulló, nadó hasta el fondo y se sentó enfrente de su hijo, también en posición de loto, mirándolo fijamente.

De repente, y para sorpresa de Héctor, los ojos de su madre cambiaron de fisonomía. Algunas burbujas comenzaron a brotar desde la parte posterior de sus orejas y sus manos, ambas se elevaron y le mostraron las palmas y las membranas interdactilares a Héctor.

Este estaba atónito, pero hizo lo propio y apoyó sus palmas en las de su madre.