Crimen en clave claytrónica - Esteban Corio - E-Book

Crimen en clave claytrónica E-Book

Esteban Corio

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Beschreibung

Para el lector que por primera vez se acerca al género: este libro de relatos le permitirá sumergirse en los aspectos más atrapantes de la ciencia ficción, de manera dinámica y sin tener que recorrer cientos de páginas a través de una trama que puede resultarle demasiado agotadora en su debut en este género. A manera de degustación preliminar de un gran banquete, esta obra le acerca los ingredientes más usados y hará que se familiarice con ellos, para luego encarar lecturas de más extensión. Para el lector usual del género, este libro lo acercará a conceptos SciFi que tal vez no conozca o no haya leído aún y le permitirá entonces elegir sus próximas novelas largas que estén relacionadas con esos conceptos.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones. Maria Magdalena Gomez.

Ilustraciones de tapa: Sergio Castro (www.sergioka.deviantart.com)

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Corio, Esteban

Crimen en clave claytrónica : y otros cuentos de sci-fi / Esteban Corio. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2022.

238 p. ; 22 x 14 cm.

ISBN 978-987-817-087-9

1. Narrativa Argentina. 2. Antología de Cuentos. 3. Cuentos de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2022. Corio, Esteban

© 2022. Tinta Libre Ediciones

Crimen en clave claytrónica

Colección de relatos cortos de ciencia ficción

LA TESTIGO

Capítulo 1

Los tres hombres sentados a la mesa estaban silenciosos y expectantes de lo que dijera un cuarto integrante de esa reunión. Estaba apoltronado en un cómodo y carísimo sillón de cuero junto a un amplio ventanal, en un piso privado de un moderno edificio corporativo en el distrito de Shibaura, al sudeste de Tokio.

El individuo en cuestión era Yuichi Nomura, hijo del fundador y principal accionista de Nomura Chemical Inc. Ejercía una especie de poder en las sombras dentro de la vasta corporación. Esas sombras ocultaban negocios con productos químicos prohibidos en muchos países a los que Nomura junior abastecía por canales clandestinos de la droga en Asia y las Américas.

Cuando finalmente habló, lo hizo de forma lacónica y demandando una respuesta inequívoca. Sus palabras resultaban aún más intimidantes al salir de su boca y colisionar con el humo aromático que despedía su puro cubano.

—¿Qué tan cerca está Inoue de tener una pista hacia nuestra organización?

—No tiene ninguna evidencia física o palpable, Yuichi san —uno de los hombres, que mostraba cicatrices en la cara producto de una vida de violencia, muerte e intimidación, le respondió con voz respetuosa—. Pero tiene un testigo bajo custodia: Haori. Ella no vino hoy a la oficina, no la hemos ubicado a través de la geolocalización de su teléfono móvil, no tiene parientes cercanos a los cuales interrogar y no está en su apartamento.

Nomura suspiró (más que un suspiro fue un resoplido rabioso) y pegó un golpe en el apoyabrazos de su sillón.

—¿¡Quién fue el idiota que involucró a la asistente de mi padre en nuestras operaciones!?

—Nadie, jefe —le replicó Gentaro (así se llamaba el matón)—. Haori se topó con unos archivos, supuestamente encriptados, del último envío de metilendioximetanfetamina a la triple frontera sudamericana mientras utilizaba el sistema de control de logística y almacenamiento de la compañía. Y pudo desencriptar esos archivos utilizando el algoritmo de su padre. Tengo el registro informático del acceso y la grabación de la llamada por teléfono móvil que ella realizó a la policía, en donde la pusieron en contacto con el inspector Inoue.

El puro de Yuichi Nomura se encendió vigorosamente luego de una furiosa pitada. Le siguieron dos pitadas más, acrecentando la ansiedad de los tres tahúres en torno a la mesa.

—¿Cuáles son nuestras opciones? —preguntó mirando fijo a Gentaro e ignorando a los demás.

—Eliminar a ambos, empezando por Inoue. Luego de quitarlo del medio, Haori estará desamparada.

—Eliminar a Inoue —replicó Nomura— es un trabajo que debe hacerse profesionalmente. Debe parecer algo aleatorio y desgraciado, sin ningún tipo de relación con sus investigaciones…

Gentaro miró hacia Kiyoshi, uno de los restantes hombres, y le hizo una seña para que hablara.

—J… jefe —dijo este con voz algo trémula—, anticipándonos a lo que sería su decisión, ya hemos puesto en marcha un plan para eliminar a Inoue. No despertará la mínima sospecha y tendrá el 100 % de efectividad.

—No me interesan los medios por los cuales harán el trabajo. Cuanto menos sepa, mejor. Lo único que quiero son resultados. Mañana, a esta misma hora, regresen aquí con la evidencia de la muerte de Inoue y con una oreja del cadáver de Haori, ¿entendieron?

Los tres malvivientes asintieron y abandonaron la sala.

A pocos kilómetros de allí, en desconocimiento total de los planes del rufián de Nomura junior, el inspector Kenzo Inoue paladeaba su segundo café de la tarde mirando por la ventana de su cubículo-oficina. Tener vista al exterior, aunque fuera de un cuarto piso y solo pudiera tener una vista parcial del puerto de Tokio, era un privilegio al que pocos accedían. Él, un inspector de 35 años, ya poseía una larga lista de logros investigativos y policíacos que le habían valido el respeto de pares y superiores.

Coincidentemente, su superior inmediato, el capitán Taro Uehara, lo llamó en voz alta desde su despacho para que acudiera en ese momento. Kenzo apuró el café y en unos cuantos pasos entró a la oficina privada del capitán.

—Buenas tardes, Uehara san.

—Buenas tardes, Kenzo san. Por favor, toma asiento. Voy a ir directamente al punto. Me tiene un poco inquieto este caso actual que tienes entre manos —le expresó con cierto tinte de preocupación en la voz.

—Capitán, ya sé que, tratándose de traficantes, el asunto no es broma. Pero estoy tomando todos los recaudos y procedimientos estándares para este tipo de situaciones —le replicó Kenzo.

—Precisamente eso es lo que me preocupa: tenemos muy poca experiencia en resguardar testigos importantes y en peligro. De hecho, es el primer caso que te toca a ti con estas características, y ambos sabemos que con corporaciones como la de Nomura no conviene errar en ningún procedimiento ni anticiparse a ninguna acusación —le respondió Uehara.

—Oiga, jefe —le dijo Kenzo en un tono más coloquial a su superior dada la confianza que tenía con él—, la chica tiene información explosiva. Está dispuesta a declarar y hay otras evidencias que prefiero no comentar en este momento. Mañana, a las 9:30 horas, nos esperan en el edificio de la Fiscalía de la Justicia Antinarcóticos para que el fiscal le tome declaración.

—¿Alguien, aparte de ti, sabe dónde está ella en estos momentos?

—Nadie lo sabe, y nadie lo sabrá —replicó Kenzo.

—Muy bien, Kenzo san. Confío en tu buen criterio; hasta ahora no has fallado en tus investigaciones ni en tus resultados. Solo cuídate un poco más que de costumbre —le dijo Uehara al tiempo que le indicaba que podía marcharse.

A los pocos minutos, el inspector Inoue se dispuso a abandonar la oficina. Como era su costumbre, dejó ordenado su cubículo, cuidando de apagar su terminal y guardando bajo llave los dispositivos de almacenamiento que utilizaba para los casos que estaba llevando. Eran lo suficientemente confidenciales como para confiarlos al servidor central.

Bajó las escaleras y le echó un vistazo a la cartelera de anuncios de la delegación. El aviso más notorio, y el único que le llamaba la atención desde hacía un par de semanas, era el ofrecimiento de la Agencia Espacial de la ONU para ser reclutado como cuerpo de policía para las flamantes colonias humanas en Marte. Buen salario, todos los gastos pagos y tres meses de licencia por año para regresar a la Tierra, los suficientes como para restablecer su equilibrio metabólico y muscular luego de nueve meses viviendo con la mitad de la gravedad terrestre.

Ya había memorizado mentalmente la dirección electrónica para averiguar más datos y las condiciones de aplicación. La Tierra en 2045, el año actual, le estaba resultando lo suficientemente agobiante (más aún en una urbe como Tokio) como para ansiar un cambio de aires.

«Un par de casos más y me decidiré», dijo para sus adentros.

Traspuso la puerta principal de la delegación y se enfrentó con el tórrido atardecer de julio. La parafernalia de hologramas comerciales de todos colores inundaba las calles de ese distrito de Hamamatsucho. La calle ya tenía dos vías, la terrestre y la aérea, esta última situada a unos 10 metros por sobre la anterior. Aerovehículos de transporte público desfilaban como peces en un acuario visto desde la parte inferior.

Adonde se dirigía Kenzo no necesitaba ningún transporte, ya que estaba a unos 15 minutos de caminata. Era su rutina diaria de esparcimiento y ejercicio físico: una sesión de Kendo. Llegó al centro de entrenamiento, fue al vestuario y a su armario personal, se puso el bōgu (la vestimenta tradicional) y salió rumbo al sector de entrenamiento.

—Hola, Jun —le dijo al encargado.

—Inoue san, konnichiwa —le replicó este, correcto y formal.

—¿Está listo Masaru para mi sesión? —preguntó Kenzo.

Masaru era un androide especialmente diseñado y programado para practicar Kendo en todos los niveles y para todas las edades de los entusiastas amateurs. Dotado de inteligencia artificial y sólidamente programado para evitar la mínima lesión a un ser humano, era un sparring formidable para perfeccionarse en la disciplina: nunca se cansaba, nunca maldecía, respetaba todas las reglas de la actividad y proporcionaba feedback inmediato sobre movimientos o golpes inadecuados al practicante. Kenzo había estado practicando con Masaru desde hacía más de dos años, desde el nivel inicial hasta el actual, en las puertas de unsandan.

—Hai, Inoue san. Masaru está listo para su práctica de hoy. Ya le hago ir a la sala de entrenamiento —replicó el encargado.

—Domo arigato —le respondió Kenzo, saliendo en dirección a dicho espacio.

Después de la aplastante temperatura de la calle y del aireado, pero caluroso vestuario, Kenzo no pudo menos que emitir un suspiro de alivio cuando entró en el ambiente climatizado de la sala de entrenamiento.

En ese momento, se abrió una de las puertas de la amplia estancia. Entró Masaru vestido con el atuendo típico y con paso acompasado hacia el centro del recinto. La única característica distintiva que demostraba que no se trataba de un ser humano era un par de brillantes luces pupilares color esmeralda, las cuales se podían atisbar a través de los espacios de la rejilla frontal del men.

El androide finalmente se paró en el centro de la sala, absolutamente quieto y en silencio. Kenzo dejó su bolso personal con algunos accesorios deportivos que llevaba al entrenamiento en un aparador junto a una de las paredes y se acercó a él.

—Hola, Masaru.

—Hola, Kenzo san. ¿Estás listo para la lección de hoy? —replicó el androide.

—Sí. Pero, verás, he tenido un par de días agotadores y me gustaría que hoy hagamos una práctica liviana, de unos dos niveles de exigencia por debajo de la última vez.

—Es una lástima, Kenzo. ¡Estábamos cerca del sandan! ¿En serio quieres bajar la exigencia en el día de hoy?

—Sí, Masaru. Es mi decisión —le dijo Kenzo, un poco extrañado por la insistencia de Masaru, normalmente respetuoso y cumplidor de las directivas de los usuarios.

—Muy bien —dijo este.

Ambos se pusieron en posición y comenzaron los escarceos. De inmediato, Masaru impactó en el antebrazo y en el abdomen de Kenzo en una combinación rapidísima, claramente fuera de los protocolos de esa sesión que se estaba volviendo inusualmente agresiva para el nivel de práctica que venía teniendo con Masaru.

—¡Hey, Masaru, eso ha dolido! —protestó Kenzo, masajeándose el antebrazo y la zona impactada del abdomen.

—Disculpas, Kenzo, no volverá a suceder.

—Así lo espero.

Pero volvió a suceder, y esta vez con más enjundia y agresividad. Kenzo se vio desbordado a golpes e intentó infructuosamente contrarrestarlos. Viendo que había algo extraño en el comportamiento de Masaru, intuyó que tal vez tenía algún desperfecto y recurrió al protocolo de emergencia

—¡Terminación de programa, protocolo A22! —le gritó bien fuerte al androide. Era el código de desactivación inmediato ante situaciones inesperadas que el centro de entrenamiento le daba a cada practicante.

Esa orden no pareció tener el menor efecto en Masaru, quien siguió acosando y pegando a Kenzo, ya por fuera de toda regla de la actividad. Incluso lo golpeó en lugares sensibles, como la garganta. Kenzo fue retrocediendo, bloqueando el shinai de Masaru hasta donde le era posible. Pero era cuestión de tiempo para que el androide lo redujera y golpeara hasta… «¿Matarlo? ¿Era ese su propósito?» se dijo a sí mismo, muy alarmado.

Finalmente, el androide lo acorraló contra el aparador, aplicó el shinai contra la garganta de Kenzo y lo empezó a oprimir para asfixiarlo. Kenzo solo pudo atinar a poner sus manos en el sable de su adversario, tratando de contrarrestar la fuerza superior de los brazos mecánicos del androide. Era una batalla perdida de antemano.

Desesperado, movió uno de sus brazos en dirección a su bolsa de entrenamiento: por precaución y muy afortunadamente, ese día Kenzo había llevado su arma reglamentaria. No se fiaba de los Nomura, por lo que estaba en guardia constante. Ya casi se encontraba al límite de sus fuerzas, y justo cuando comenzaba a ver estrellitas en las retinas de ambos ojos, pudo retirar el arma. En un solo movimiento descerrajó dos balazos entre las rendijas de la rejilla frontal de Masaru. Hubo un breve chisporroteo, y el androide cesó de hacer cualquier movimiento y quedó estático.

Kenzo se incorporó, se masajeó el cuello y en esos instantes se abrió la puerta e ingresó un estupefacto Jun.

—¡¡Inoue san!! ¿¡Qué sucedió!?

—Tuve una discusión muy seria con Masaru. Es probable que tengas que cambiar de proveedor de androides —le dijo Kenzo a un demudado Jun—. ¡Ah!, y por favor, Jun, que nadie entre a esta sala. Voy a mandar a retirar esta unidad para que sea examinada.

—¡Sí, Inoue san, por supuesto!

Kenzo llamó por su terminal móvil a Koichi, un experto en androides del Departamento de Policía, y le pidió que analizara todo lo que pudiera sobre la alteración del programa del androide. Hecho esto, fue al vestuario, se cambió y salió en dirección al lugar secreto en donde alojaba a Haori hasta la audiencia del día siguiente. Estaban sobre sus pasos, de eso no tenía la menor duda. Habían intentado quitarlo de en medio y habían fallado. Tal vez la próxima no tuviera tanta suerte.

Capítulo 2

Kenzo Inoue empleó varios transportes públicos, realizó varias paradas y cambió muchas veces de rumbo, asegurándose de que nadie lo siguiera. Finalmente, llegó a la estación de Ikuta, en la línea férrea Odakyu Sen, y retornó a pie hasta la estación anterior, Noborito, donde transitó por unas calles serpenteantes hasta dar con una casa de aspecto abandonado situada en una zona muy poco concurrida.

A un costado de la puerta de entrada estaba instalada la carcasa de lo que probablemente fuera un antiguo portero eléctrico, muy destruida e indudablemente sin funcionar. Sin embargo, Kenzo acercó sus ojos a un agujero que estaba en la parte superior, y de inmediato un haz de reconocimiento de retina realizó un escáner de su aparato ocular. La puerta se abrió, al tiempo que una voz grabada anunciaba: “Bienvenido, inspector Inoue”.

Apenas entró, pasó por un sistema de detección de dispositivos de rastreo y se sobrecogió al escuchar un chirrido que significaba que, en algún lugar de su ropa o sus cosas, alguien había instalado un localizador. Buscó afanosamente hasta encontrarlo: estaba en su campera liviana de verano. Pensó en dónde podrían habérselo instalado. Había una sola posibilidad: en el vestuario. Habrían accedido a su gaveta, mientras él luchaba por su vida frente al androide. Debían haberlo hecho como plan de respaldo si el principal salía mal. Él hubiera hecho lo mismo, de hecho, ahora el que necesitaba un plan de respaldo era él.

Sopesó su situación. En el piso de arriba estaba Haori, por el momento a resguardo. Pero su localización ya estaba seguramente en conocimiento de sus perseguidores. Si destruía el transmisor y se largaba a otro lado tendría alguna chance de éxito, pero se convertiría en un fugitivo (más aun con una testigo a cuestas), y podrían emboscarlo nuevamente en cualquier lado, sin darle chances a defenderse.

No. Dejaría el rastreador en funcionamiento y les haría creer que no sabía de su existencia. Y los esperaría ya preparado para brindarles una adecuada bienvenida. En ese momento sonó su terminal móvil. Atendió y del otro lado apareció la voz de Koichi.

—Inoue san, ya pude detectar la modificación del programa del androide. Tengo los datos de la hora en que fue hecha y de qué manera. No tengo información suficiente para saber quién lo hizo.

—Entiendo, Koichi, ha sido un trabajo muy valioso. Por favor, prepara un informe. —Y antes de cortar, se le ocurrió una idea. Se la explicó a Koichi con todo el detalle que pudo.

—Sí, Inoue san. Es totalmente posible y lo haré cuanto antes —le dijo Koichi y terminó la comunicación.

Kenzo subió las escaleras y golpeó una de las dos puertas que había en el hall del piso superior. La puerta se entreabrió dejando ver parte de un hermoso y terso rostro femenino. Al segundo, Haori abrió completamente y le franqueó el paso a Kenzo.

—¿Cómo has estado, Haori? —preguntó él con una voz que, aunque pretendía ser profesional, dejaba traslucir el interés que evidenciaba Kenzo por la bella japonesa, que iba más allá de la lógica preocupación por su seguridad en calidad de testigo de un caso de narcotráfico.

—Muy bien, Inoue san, estaba preparando…

—Llámame Kenzo, por favor —interrumpió este.

—M… muy bien. Te estaba diciendo, Kenzo, que estaba preparando algo de comida, ya que sabía que llegarías de un momento a otro.

—Muy amable de tu parte… verás, es mejor que dejemos la comida para más tarde. No tenemos mucho tiempo —le replicó Kenzo.

—¿Qué sucede? ¿No es mañana la audiencia? —preguntó Haori con algo de alarma en la voz.

—Así es, pero tus amigos de Nomura están muy interesados en encontrarte y se las han ingeniado para colocar un rastreador en mi campera. Es probable que ya estén camino hacia aquí.

—¡Entonces debemos escapar! —dijo Haori en un grito mientras llevaba la mano a su boca en señal de suma inquietud. Kenzo se acercó a ella, le tomó suavemente la mano y, retirándosela del rostro, miró fijamente esos cautivantes ojos almendrados.

—No temas, Haori. Es mejor aguardarlos aquí, en donde tenemos más posibilidades de enfrentarlos, que estar en la vía pública escapando de cada sujeto que nos mire de manera rara. ¿Confías en mí?

—Claro que sí —le respondió ella, manteniendo sus ojos clavados en los de él.

Kenzo la sintió más cerca que nunca, aspiró el perfume de su piel, su boca entreabierta y anhelante. Se dijo que era momento de dejarse llevar por sus sentimientos, poner a un lado su fachada profesional y la tradicional frialdad emocional japonesa. Le dio un beso que se transformó en apasionado en la medida que Haori se dejó vencer también por esa chispa de pasión que ella había comenzado a experimentar desde la primera vez que se habían conocido en la delegación policíaca. Separaron sus labios al cabo de un largo minuto y se miraron tiernamente.

—¿Sabes, Haori? Eres de las muy pocas personas que podría sacarme el arma y dejarme totalmente indefenso con solo mirarme con esos increíbles ojos que tienes…

Haori se ruborizó. No esperaba ese tipo de halagos de un rudo policía; pero al momento intuyó que el inspector no respondía al estereotipo del funcionario policial japonés. Eso no hizo más que aumentar su interés en él. Si bien no era exactamente el momento, levantó un poco la apuesta.

—Bueno, pues en ese caso, Kenzo, debes mostrarme todas tus armas. Todas.

Kenzo enrojeció profundamente, carraspeó y salió del paso como pudo.

—Eh… sí, querida, en fin, podríamos… bueno, luego de todo este barullo, tú sabes…

Haori acudió en su ayuda.

—Kenzo, amor, ahora ve y haz lo que sabes con esos delincuentes. Luego tendremos todo el tiempo que queramos.

Capítulo 3

A unos kilómetros de allí, en Shibaura, un auto salió a toda prisa desde un estacionamiento subterráneo. Su destino: Noborito. Al volante iba uno de los tres matones de Yuichi, mientras que en el asiento del acompañante iba Gentaro. En esos momentos, este tenía su cabeza girada en dirección al asiento posterior en donde el tercero de los tahúres, el tal Kiyoshi, se hundía como podía en su asiento mientras escuchaba las imprecaciones de Gentaro.

—Así que era un plan a prueba de fallas, ¿eh? ¡Idiota! Lo único que te mantiene con vida en este momento es ese minuto de claridad que has tenido en ir al centro de entrenamiento para colocarle el rastreador en la campera. ¿Te ha visto alguien allí? —preguntó Gentaro con un vozarrón amplificado en la cabina del auto.

—Bue… bueno, sí. El encargado, un tal Jun. Le dije que quería empezar a practicar Kendo y que antes de decidirme quería recorrer y ver las instalaciones…

—Eres un auténtico idiota. Ahora tendremos que encargarnos también de ese Jun, ya que es posible que le hable de ti a la policía. Seguramente en el vestuario habrá cámaras que registren el sector de los armarios —respondió Gentaro, sumamente molesto—. Y tú —le dijo al conductor—. ¡Acelera! Es preferible pagar unas multas antes que enfrentar la cólera del jefe.

El auto empezó a serpentear entre el tránsito de Kawasaki, generando algunos bocinazos de protesta, algo extremadamente raro en Tokyo. En esos momentos, Kenzo estaba al habla con su jefe, el capitán Uehara.

—Escuche, Uehara san, entiendo de que es un gran riesgo, pero tenemos la estupenda posibilidad de arrestar a miembros de la gavilla de Nomura hijo. ¡Es una gran oportunidad de ir a fondo contra esta operación ilegal! —Kenzo escuchó por espacio de aproximadamente un minuto la contestación de su jefe.

»Sus hombres no harán a tiempo a llegar aquí. Estoy esperando a los tahúres de un momento a otro. Usted sabe que yo siempre tengo mi plan de emergencia. Pues bien, esta vez no es la excepción, y confío en que todo saldrá bien —Escuchó por unos momentos más—. Entendido, jefe. Una vez terminado aquí el asunto, iré derecho con Haori a la delegación y allí nos quedaremos en su despacho hasta la audiencia del día de mañana. ¡Muchas gracias, Uehara san! —Y cortó la comunicación.

A su lado, Haori lo miraba con una mezcla de dulzura y preocupación.

—Escucha, Haori san, mi amor —le dijo tomándole las manos—. Por ninguna circunstancia abandones esta habitación. Yo me las arreglaré con estos sujetos en la planta baja. En el caso de que alguien intentara forzar la puerta, como último recurso, acciona esta palanca que está oculta aquí —Le mostró una palanquita que estaba detrás de un adorno Kokeshi en una mesita—. Abrirá este pasadizo con salida a la calle —Una abertura se había producido en una de las paredes— y se cerrará automáticamente apenas hayas pasado. Saldrá a unos 50 metros de esta casa.

»Desde allí, corre hasta la delegación de policía que está a unos 100 metros, y pregunta por el oficial de turno. Menciona mi nombre, pídele protección y que por ninguna circunstancia te deje ser vista por nadie que no sea yo o el capitán Uehara, del Departamento de Narcóticos. ¿Has entendido?

—Sí, Kenzo. Pero estoy muy preocupada por ti —replicó la joven con un sollozo que pugnaba por salir de sus ojos.

—No te preocupes, irá todo bien. Ahora te dejaré aquí para preparar el terreno y la bienvenida a nuestros invitados…

Unos cuantos minutos después, el auto se detuvo a unos metros de la casa, y los tres maleantes descendieron. Se mezclaron con algunos de los transeúntes en la acera, simulando una caminata normal por la zona, y llegaron a la localización más cercana indicada por el rastreador. Se enfrentaron con una casa en apariencia deshabitada, abandonada. Kiyoshi recorrió visualmente y con detenimiento la puerta de entrada.

—Es aquí —les dijo—. Hay un sistema de reconocimiento de retina. No hay cámaras de seguridad, de otro modo, traería sospechas sobre la casa, ya que le han dado apariencia de deshabitada.

—¿Puedes vulnerar ese sistema de acceso? —le preguntó Gentaro.

Por toda respuesta, el sujeto abrió su maletín, retiró una reproducción física de la retina de Inoue, la cual había conseguido al haber penetrado a la red informática de la Policía de Narcóticos. Presentó el objeto hacia el sistema de reconocimiento. “Bienvenido, inspector Inoue” se escuchó por el altavoz, al tiempo de que la puerta se abría.

Los sicarios ingresaron, armas en mano. Suponían que Inoue no los estaría esperando, pero tal vez la apertura de la puerta había disparado alguna alarma. Por lo tanto, de manera cauta, pero firme, fueron avanzando por el pasillo hasta una habitación que estaba abierta. Entraron y se encontraron con un sorprendido Inoue, que estaba tomando una taza de café, la cual dejó caer al piso en señal de sorpresa.

—¡¿Qui… quiénes son ustedes y qué hacen aquí?! —les espetó.

—¡Pues miren a quién tenemos aquí! —dijo burlonamente Gentaro— ¡Ni más ni menos que al gran inspector Inoue, que se ha transformado en un auténtico dolor de cabeza para nuestros negocios! —ante el silencio atónito de Kenzo, continuó—: Nos envía Yuichi Nomura, que no tiene muchos deseos de conocerlo en persona, pero sí en forma de cadáver. A usted y a esa desgraciada de Haori, que ha traicionado los secretos comerciales de nuestra compañía. Para ella también habrá un final, tal vez más lento que el de usted, ya que no la dejaremos que abandone esta vida sin conocer los placeres que tres hombres le pueden proporcionar a la vez.

—¡Maldito desgraciado! —le gritó Inoue al tiempo que se abalanzaba hacia él intentando golpearlo. El maleante al costado de Gentaro le propinó un fuerte golpe en la cabeza, lo que produjo que Kenzo vacilara por un momento y se arrodillara en el piso, aturdido.

—Escucha, escoria —le dijo Gentaro y lo tomó de los pelos—, no tienes muchas opciones, y nosotros no tenemos mucho tiempo. Si quieres otorgarle alguna chance a esta pájara y a ti mismo, entonces más vale que nos lleves a ella ahora mismo. De esa manera tal vez les demos la oportunidad de llevarlos a ambos ante Nomura para que nos diga qué quiere hacer con ustedes. ¡¿Me entiendes!? —le dijo Gentaro a un sangrante Kenzo, agarrándole la cabeza y sacudiéndole los pelos.

—E… está bien. Los llevaré adonde está ella… pero, por favor, no le hagan daño…

—¡Enséñanos el camino! ¡Ahora!

Kenzo se incorporó como pudo, y les señaló las escaleras. Una vez en el piso superior, les señaló la puerta de la habitación en donde estaba Haori.

—¡Un momento! —dijo Gentaro— Hay dos puertas, y a este poli no le creo nada. Abramos primero la otra —Y empujó a Kenzo en esa dirección—. ¡Anda, ábrela!

Kenzo así lo hizo y los tres irrumpieron en la habitación mientras tiraban de Kenzo hacia adelante. En la pared posterior, de espaldas a ellos, una figura con vestido femenino de cabello abundante y negro estaba inclinada hacia una mesita.

—Hola, Haori —le dijo melosamente Gentaro—. Te hemos venido a buscar para ir a dar un paseo, cortesía de Yuichi Nomura.

La figura se dio vuelta y lo primero —y lo último— que vieron los tres maleantes fueron unas brillantes pupilas esmeralda y un shinai, pero no de caña, sino de hierro. Con una velocidad y precisión imposibles para un ser humano, el androide golpeó con el shinai en las cabezas de los tres sujetos, que se desplomaron como bolsas de papas al piso.

—¡Bien hecho, Masaru! —le dijo Kenzo.

—Kenzo san, era lo mínimo que podía hacer luego de casi matarlo a usted por mis propias manos. Estoy avergonzado en grado sumo.

—No te preocupes. Le diré a Koichi, que tan bien te arregló y te reprogramó para esta emergencia, que te borre ese recuerdo de tu memoria para siempre. Después de todo, te obligaron a hacerlo.

—¡Muchas gracias, Inoue san! Pero veo que está herido. ¿Necesita ayuda?

—No, no, gracias. Hay alguien que me está esperando y que seguramente me pondrá alguna compresa. Por el momento, te pido que te quedes con estas lacras hasta que llegue la policía, que viene en camino. Pon a dormir nuevamente al que intente despertarse.

—¡Así lo haré!

Kenzo fue directo a la otra habitación, introdujo la combinación y abrió la puerta para inmediatamente recibir a Haori que se arrojó a sus brazos.

—¡Kenzo, amor! ¿Estás bien?

—Mejor que nunca. Ponme una compresa y salgamos hacia la delegación, ya no tenemos nada que hacer aquí.

Haori así lo hizo, prodigándole todo tipo de cuidados en la zona de la herida, y al cabo de unos pocos minutos, abandonaban la casa de testigos protegidos mientras se oía la sirena policíaca a la distancia.

Esta vez tomaron una cápsula de transporte público que, deslizándose silenciosamente a 10 metros del piso, fue testigo involuntario de arrumacos, besos y caricias que se propinaron ambos, dando rienda suelta a su amor y sabiendo que habían atravesado una terrible prueba. Arribaron a la delegación en escasos 15 minutos.

—Dime, amor —al entrar al edificio, Haori le preguntó a Kenzo—, ¿alguna vez nos podremos sentir seguros de que Nomura no nos seguirá persiguiendo?

—Creo que hay un lugar lo suficientemente lejos en donde tú y yo podemos ir para comenzar una vida juntos —le dijo Kenzo, y se detuvo al advertir que estaban pasando justamente al lado de la cartelera de la Agencia espacial de la ONU.

EPÍLOGO

Dejó su puro cubano a medio terminar y tomó apresuradamente unos papeles y divisas de la caja fuerte de su despacho. Salió con paso rápido hacia el ascensor privado, que lo depositaría en el subsuelo en donde estaría su chofer privado, ya avisado de que debía llevarlo a toda prisa al sector privado del aeropuerto de Haneda.

Ingresó el código personal en el teclado del elevador… pero el mismo no funcionó. Intentó una vez más, y el mismo mensaje se presentó ante sus ojos: “Código incorrecto. Ingréselo nuevamente”.

Un relámpago de pensamientos le llegó de repente: la desgraciada de Haori. Esa ramera seguramente había cambiado los códigos, previendo que él intentaría evadir el raid policial del cual ya había sido advertido por una fuente interna de la policía a la que le entregaba un suculento y periódico soborno.

Regresó a toda prisa a su despacho, con la idea de salir por la puerta principal y utilizar los ascensores generales, cuando se topó con un grupo de personas. Entre ellas, Takahiro Nomura, magnate y fundador de la corporación.

—¡¡Padre!! —exclamó Yuichi con voz desmayada.

—Hola, Yuichi —le respondió su padre con voz glacial—. Te presento al capitán Taro Uehara, que trae una orden de arresto en tu contra, con cargos tan graves que deshonran a nuestra familia y que, de ser probados, significarán multas millonarias a nuestra compañía. No necesitas contarme nada aquí y ahora, pero por lo que veo en tus ojos, deberás darme personalmente muchas explicaciones…

Yuichi, el otrora poderoso, despiadado y vil ejecutivo, ahora se encontraba a la defensiva, sintiendo el peso acusador de los ojos de todos los policías presentes en su despacho… y de la mirada desconsolada y colérica de su padre.

Fue mucho para él. Fiel hasta el final a su costumbre de eludir la responsabilidad de sus actos y sus tropelías, tomó en un segundo la decisión inesperada e instantánea de arremeter contra el amplio ventanal de su despacho y lo hizo añicos con su cuerpo. Abandonado a la inevitable gravedad terrestre, recorrió los 42 pisos en descenso acelerado hasta impactar en la vereda y dejar una espantosa mancha de sangre y restos corpóreos esparcidos por doquier, mientras los ocasionales transeúntes se alejaban dando alaridos.

FIN

LA MISIÓN 2057

Capítulo 1

Cerró sus ojos y puso toda la atención en su universo interior. El propósito era aislar su entidad, cuerpo y mente del espacio y el tiempo circundante. Al cabo de unos momentos logró conectar su cerebro con diversas partes de su cuerpo: músculos, tendones, dedos y articulaciones.

En los siguientes dos días los estaría usando a pleno, y quería manifestarles a través de ese pensamiento consciente que él, el cerebro, estaría allí cuando lo necesitaran, para mitigar el dolor, el cansancio. Para aplacar a las sinapsis nerviosas que seguramente enviarían furiosos impulsos bio-eléctricos en protesta por el abuso físico, la urgencia inexplicable de alcanzar cimas y atravesar mallines, bosques y llanuras a toda prisa: ¡Corriendo!

Todo esto parecía sin sentido, ya que la tecnología actual permitía hacerlo en confortables vehículos aéreos individuales o, mejor aún, en el Holodeck, nombre heredado de la serie de televisión Viaje a las Estrellas: La nueva generación. Era un gabinete en donde se reproducía holográficamente, y de manera muy vívida, cualquier situación del mundo real.

Su meditación alcanzó el punto deseado de silencio total, paz de espíritu y relajación corporal. En ese instante, se permitió abrir los ojos para inundar sus retinas con el magnífico cielo claro y el cálido sol de ese día de febrero en los Andes de la Patagonia norte.

Sentado en posición de loto sobre una suave pendiente en declive, disfrutó de la vista cercana de un manchón amarillo de flores de Amancay que, ladera abajo, daba paso a pinos, coihues y lengas en desordenada convivencia. A través de sus intrincados ramajes y ya a la distancia, Tommy podía avizorar las azules aguas del Nahuel Huapi, uno de los mayores lagos de la región.

Mientras parte de su cerebro continuaba preparando su estructura ósea y su musculatura para la carrera de aventura, que arrancaría en menos de 3 horas, otra parte de él dirigió su pensamiento hacia una evocación de su abuelo, un entusiasta corredor de senderos (o trails, su traducción al inglés y palabra muy usada en la jerga de ese tipo de carreras) que durante unos 20 años había participado en más de 60 competencias que superaban un total de 2.000 kilómetros corridos.

Su abuelo había fallecido varios años antes, cuando él era aún muy pequeño para entablar conversaciones que fueran más sofisticadas que las trivialidades de la infancia. Pero ya en su adolescencia, y hurgando un día en el ático familiar, Tommy encontró una caja con cosas atesoradas: medallas, dorsales de carrera, casacas, fotos, videos y libros sobre técnicas de carrera de aventura. Todo esto le había parecido fascinante y le mostraban en silencio, pero al mismo tiempo a viva voz, la pasión del abuelo Carlos por el trail running y lo mucho que había disfrutado todos esos años de actividad.

Tommy, por ese entonces con 17 años de edad, se sintió inmediatamente cautivado y les dijo a sus padres que quería seguir los pasos del abuelo para convertirse en corredor de montaña. Sus padres, en ese entonces, se miraron entre sí. En una sociedad en donde la actividad física en espacios abiertos y especialmente en áreas silvestres era cada vez más escasa, relegada por la comodidad de salas de ejercitación con ambientes controlados y un sinfín de medios tecnológicos que permitían replicar casi cualquier actividad deportiva, tomaron la decisión de Tommy como algo “pasajero”.

—Ya verás —le dijo Telma a su esposo, Joaquín—. Cuando el sol le saque ampollas o le pique alguna alimaña, volverá corriendo a casa más rápido que en la carrera, y se olvidará del asunto.

Pero Tommy los sorprendería.

A través de los libros y diarios personales de su abuelo, comenzó a entrenar y a correr distancias cada vez mayores, con dificultades crecientes en cuanto a la topografía y complejidad del trayecto. El hecho de vivir cerca de los Andes le brindaba la oportunidad única de cumplir con sus planes. A su vez, convenció a su novia, Blanca, a que se animara practicar esa disciplina. Ella era una consumada “maga” informática con un innato talento para las computadoras y la programación, y trabajaba para una empresa internacional de servicios cloud