El grito de Job - Massimo Recalcati - E-Book

El grito de Job E-Book

Massimo Recalcati

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Beschreibung

El cuerpo de Job —y su alma— está atravesado por el mal. Desnudo, recubierto de llagas, cae en la ceniza y conoce en primera persona la injusticia del sufrimiento. Su plegaria solo puede adoptar la forma extrema del grito, dirigido a Dios: «¿Por qué a mí?». El castigo que padece Job no compensa ningún mal, ya que él no ha cometido un crimen; tampoco es una venganza, porque nunca ha hecho daño a nadie. Expuesto a una violencia insensata cuya naturaleza no puede comprender, Job se ve inmerso en una experiencia intraducible. Queda solo el grito, como el modo más radical de la pregunta —la misma que él lleva inscrita en el nombre, porque Job en hebreo significa «¿Dónde está el padre?». En este ensayo, lúcido y breve, Massimo Recalcati enfoca desde el prisma del psicoanálisis la pregunta de Job, el grito que desborda cualquier posible respuesta: el dolor no puede explicarse en términos de sentido porque no existe teología, ni ninguna otra forma de conocimiento, capaz de justificar su desmesura.

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Seitenzahl: 115

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Massimo Recalcati

El grito de Job

Traducción deManuel Cuesta

Título original: Il grido di Giobbe

Traducción: Manuel Cuesta

Diseño de la cubierta: Herder

Edición digital: José Toribio Barba

© 2021, Einaudi, Turín

© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN EPUB: 978-84-254-5171-3

1.ª edición digital, 2024

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

Introducción

El grito de Job

La apuesta de Satanás

La persecución de Dios

«¿Dónde está el padre?»

El dolor, ¿habla?

La crítica de la teología retributiva

La escisión de la Ley

El mal no es un signo

La prueba

La fe y la gracia

Bibliografía

A los exiliados de Bose

Introducción

En el relato bíblico, Job aparece como un grito. Tal es su postura de fondo. El grito es el modo más extremo de la pregunta. No se articula en las palabras, no responde a las leyes del lenguaje, no es adoptado por ningún significante. Sale del cuerpo como otro cuerpo. Es un desgarro, una lesión, una mera voz. La del niño indefenso, en primer lugar. El grito acompaña el nacimiento y las primeras turbulentas percepciones de la vida. Ante la situación de pasividad extrema y desaliento a la que se ve arrojado el niño, el grito se presenta como una primera súplica que se dirige en la vida al Otro.1 Es lo mismo que se repite en quienes se hallan expuestos a un peligro o a una situación de abandono. Es lo mismo que nace del sufrimiento que corroe, desde la raíz, la vida humana. También en la experiencia psicoanalítica se manifiesta el grito, en cualquier paciente, como una petición de auxilio. Esa es una de las herencias bíblicas del psicoanálisis del judío Freud: responder al grito del sufrimiento, plantearse su sentido.

Eso es lo que Job pregunta con insistencia: ¿cuál es el sentido del dolor que me aflige? Ante la cuchilla del sufrimiento, su voz no se acomoda, sumisa, en el silencio; no susurra; no dialoga con sus amigos; no se repliega en una contemplación puramente teórica del dolor del mundo. La voz de Job solamente toma cuerpo en el grito. Tal es el carácter blasfemo de su interrogación. ¿Y si Dios fuera el artífice del mal, si fuera un perseguidor en vez de un padre? ¿Si no fuera el Dios del pacto, sino el Dios voluptuoso e inhumano de simple poder? También la blasfemia, en la medida en que rompe las costumbres de la comunicación humana, tiende al grito. Job oscila entre el grito de la blasfemia y el de la súplica: impreca al Dios sádico que inflige dolor al justo, al mismo tiempo que implora al Dios padre del universo. La pregunta por el sentido del sufrimiento prevalece sobre cualquier posible respuesta. ¿Por qué se ensaña con el inocente la violencia del mal? Esa pregunta del Libro de Job es la piedra de escándalo. Un sufrimiento que no ha sido generado por la culpa —que no es manifestación de retorsión ninguna para con el reo por parte de la Ley— se sustrae a cualquier forma de explicación. El dolor del inocente subvierte la representación moral de la Ley de Dios, pues ninguna Ley, ni siquiera la de Dios, puede justificar su existencia. Esta Ley, en efecto, ante la pregunta de Job, queda opaca, ilegible, indescifrable.

La escena que domina el Libro de Job es, por tanto, la de un abandono: al hombre recto y justo, temeroso de Dios, se lo deja caer; se revuelca en el «polvo y en la ceniza»; su cuerpo queda recubierto de llagas. La noche de Job se asemeja a la de Jesús en el huerto de Getsemaní: el padre no se preocupa por el hijo, no lo cuida; lo deja en la soledad más absoluta; el silencio de Dios resulta escandaloso ante el dolor del hombre. Pero Job, forzado a esa soledad y a ese silencio, no cesa de dirigirse a Dios. Su fe insiste en la forma extrema del grito: «¿Por qué?». ¿Por qué la Ley de Dios no sanciona al malvado y se ceba, en cambio, con el inocente? El dolor de Job no puede explicarse en términos de sentido porque no existe teología capaz de justificar su desmesura.

El grito de Job se produce donde las palabras de la teología se ven forzadas al silencio, donde cualquier forma de conocimiento debe revelar sus límites. El hombre no es dueño del dolor, como tampoco es dueño de su muerte. Job, sin embargo, a diferencia del hombre griego, no se limita a constatar lo absurdo del dolor —su insensatez y crueldad originarias—, sino que insiste en dirigirse a Dios, exige encontrarse con él «cara a cara», verlo en persona. A ese carácter suyo radical se debe que la pregunta de Job ponga la Ley de Dios patas arriba. Porque ese Dios de la Ley, cuyo rigor Moisés ensalza en el Deuteronomio, muestra aquí el rostro inquietante de un enemigo irreductible del hombre. Mientras que el Dios de Moisés es el Dios del pacto, el de Job es el Dios del poder que infringe el pacto. Ante el destino que se ensaña con su vida, Job no elige, sin embargo, la vía del sacrificio resignado de sí mismo, sino la del grito. Él desea encontrarse con el Dios que ha roto el pacto para preguntarle las razones de esa retractación dramática. Pero cuando por fin, al término del libro, se produce el encuentro con Dios en persona, Job se encuentra ante la desmesura de la creación. El poder de Dios no es el poder del mal, sino el poder ontológico de la creación. De manera que Job debe rectificar su postura, convirtiéndose a una nueva versión de la fe.

La conversión final de Job no emana del arrepentimiento, sino de una nueva visión de la Ley. Haber visto a Dios en persona no reduce el escándalo del mal, pero lo hace posible. Job no se retracta de nada, no se repudia a sí mismo, no ceja en su deseo: su rectificación tiene que ver con su idea de la Ley. Él mismo ha sido, en el fondo, el primer prisionero de la ilusión de la teología retributiva. La extrema rectitud de su existencia había sido recompensada con una satisfacción y una fortuna acordes. El encuentro con Dios, al revelarle lo ilimitado del poder de este —que no cabe encerrar en ningún cálculo, ni siquiera en el cálculo reparador de una Ley que premie y castigue según un criterio moral—, obliga a Job a subvertir la vieja representación de la Ley. De este modo, Job puede volver al mundo habiendo visto, además de a Dios, el límite de su propia mirada. El problema ya no reside en exigir la justicia, sino en aceptar el poder sin límite de la creación y, por tanto, la vida en su libertad originaria.

La Ley de Dios no puede suprimir la presencia del sufrimiento, porque esa presencia coincide con el carácter contingente de la existencia misma. El sufrimiento de la vida humana ya no es el signo moral de la culpa, sino que refleja nuestra condición ontológica, la desproporción que nos separa de Dios. El desafío desesperado de Job se transforma, por tanto, en una inquietud nueva: no la de atribuir sentido al dolor, sino la de no renunciar a la vida a causa del dolor. La fuerza de Job fue la de no arredrarse frente al silencio de Dios: la de revelar, en primer lugar ante sí mismo, el engaño de la supuesta objetividad positiva de la Ley. Si Job antes reprochaba a Dios que la suya no era una Ley justa, ahora deja de haber expectativas sobre la existencia de esa Ley: es como si la propia Ley de Dios se disolviera en el plano inescrutable de la creación. El silencio de Dios no revela su injusticia, sino que representa la condición de la existencia del mundo. Ninguna teología de la maldición puede pretender convertir el dolor en un castigo que cumplir; ninguna Ley puede usar el instrumento del dolor para salvar al inocente y castigar al reo. Si el Dios de Job no es el Dios del pacto, sí que es el Dios, en cambio, del poder milagroso de la creación, de lo sagrado como desmesura ilimitada de la vida. Al encontrarse, gracias a su fe, con el rostro de ese Dios, Job salva al hombre del suplicio de una Ley moral inhumana cuya impostura él ha revelado irreversiblemente.

M. R.Milán, febrero de 2021

1 El «Otro» —con mayúscula inicial— es un concepto lacaniano. La presente traducción emplea, así, dicha mayúscula en los casos en que también lo hace su original. (N. del T.)

El grito de Job¡Ser uno la irrisión de su amigo porque clama a Dios buscando respuesta! Se mofan: ¡el justo perfecto!(Job 12,4)

La apuesta de Satanás

El Libro de Job aborda, como es sabido, el gran tema del sufrimiento humano: su sentido y su inexorabilidad. Pero no solo y, posiblemente, no en primer lugar. Aborda, sobre todo, el escándalo del inocente golpeado por el mal, del hombre justo afligido por la injusticia del sufrimiento. Suscita, en consecuencia, el escándalo de una posible responsabilidad de Dios en la presencia del mal en el mundo, de una limitación de su Ley de cara a hacer bueno el mal justificándolo. Con otras palabras: el Libro de Job aborda el tema de la Ley de Dios, de la justicia divina, de las relaciones entre Dios y el hombre. El dolor extremo de Job se presenta, en efecto, en sí mismo como una falta que se imputa a Dios, porque es un mal que no parece tener sentido en la medida en que ha escogido a un hombre justo por blanco. Si la teología de la maldición descifra el sufrimiento como una señal inequívoca de la culpa, los hechos narrados en el Libro de Job colisionan fatalmente con tal interpretación, teniendo en cuenta que Job es, ante todo, un hombre que ha vivido en el nombre de la Ley, pero que, no obstante eso o quizás precisamente por eso—aunque resulte paradójico—, es hecho polvo por la Ley.

El principio primero de la Ley queda echado por tierra. El dolor del inocente marca el fracaso sintomático de la Ley, su incapacidad para regular el problema del sufrimiento humano, un sufrimiento que se abate por igual sobre el impío que sobre el santo. En el íncipit del relato bíblico, a Job se lo reconoce como un «justo», temeroso de Dios, alejado del mal:

Había en la región de Us un hombre llamado Job. Era íntegro y recto, temía a Dios y evitaba el mal. Le habían nacido siete hijos y tres hijas. Su hacienda se componía de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas asnas. Contaba, además, con una numerosa servidumbre. Era el más rico entre todos los hijos de Oriente. (Job 1,1-3)1

Este hombre temeroso de Dios es la imagen de una vida rica no solo material, sino también espiritualmente. La suya es una existencia plena, satisfecha, sustraída a la aleatoriedad de todas las cosas, capaz de no caer en ese vacío inmenso, en esa vanidad sin esperanza de la que habla el Eclesiastés. La de Job es una vida que, por utilizar una conocida imagen evangélica, ha sabido dar frutos. Por lo que surge, inevitable, la duda: ¿no será precisamente el carácter afortunado de esa vida plenamente satisfecha lo que hace que Job sea un hombre «íntegro y recto»? ¿No sería para Job demasiado fácil —o algo, incluso, que se sobreentiende— dar gracias a Dios, ser un hombre de fe, teniendo en cuenta que la vida ha sido con él tan generosa, que la bendición de Dios lo ha protegido de cualquier desdicha? ¿Cómo podrían deslindarse la autenticidad de su fe y los ilimitados beneficios que se le han otorgado? Satanás, que se tiene por buen conocedor de lo que pasa en la tierra, infunde en Dios una duda general sobre la fe de los hombres. Póngase a prueba, pues, la fe de ese hombre afortunado haciendo caer sobre su cabeza la segur del infortunio.

Es la primera época del relato bíblico. ¿Y si la fe de Job fuera solo el resultado de una contabilidad cínica, de un interés, de una economía del rédito, mercantil? ¿Y si no fuera otra cosa que una operación instrumental que utiliza la fe como moneda de cambio para obtener bendición y fortuna? Planteando tal interrogante, Satanás no se limita a hacer de representante del mal ante Dios, sino que estremece los fundamentos teológicos de la fe. Su duda cínica es radical: ¿realmente puede existir una fe que rehúse cualquier cálculo, cualquier economía centrada en el do ut des, una fe capaz de amar a Dios más allá de cualquier interés personal, dedicada de manera absoluta al Otro? Job, precisamente al ser reconocido como un hombre «íntegro y recto», está destinado a convertirse en el banco de pruebas que confirme o desmienta, a ojos de Dios, las tesis desencantadas de Satanás.