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Las contradicciones sobrevuelan China, una nación que persigue el liderazgo mundial, pero que al mismo tiempo se aleja cada vez más de ese mundo que pretende dirigir debido a su autoritarismo y violación de los derechos humanos. El propio Xi Jinping es una paradoja: sufrió en carne propia la represión y el escarnio del aparato del Partido Comunista, pero una vez en el poder, resultó ser "más rojo que los rojos". El fin último de la República Popular no es el poderío económico. Lo que busca es la recuperación de su lugar histórico para cumplir con el mandato impuesto por un nacionalismo alimentado con las heridas del pasado y la grandeza abortada. Al mismo tiempo, expresa un apetito mucho mayor: el desafío a la supremacía de Occidente, principalmente de Estados Unidos. A billetera abierta, Pekín reparte sus millones por el mundo sin importar si los gobiernos destinatarios son legítimos o corruptos, o si tienen la posibilidad de repago. Es así como hoy es el principal acreedor de numerosos países a los que extorsiona de infinidad de maneras. En base a una profunda y documentada investigación, el autor muestra a una China campeona de la pesca ilegal, dueña de una cadena de puertos en todo el planeta, y que está yendo a la conquista con el armamento tecnológico de Huawei, TikTok y Zoom. También desentraña los secretos de un régimen que, como en una suerte de Gran Hermano, vigila a sus ciudadanos con 540 millones de cámaras de video instaladas, y persigue globalmente a los disidentes desde comisarias clandestinas situadas en decenas de países. ¿Podrá el mundo libre controlar la avanzada de este sistema autocrático? Encuentre la respuesta en las páginas de este libro.
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Seitenzahl: 439
Veröffentlichungsjahr: 2023
AGUSTÍN BARLETTI
Barletti, Agustín María El hambre del dragón / Agustín María Barletti. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-3840-6
1. Novelas Históricas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agustín María Barletti
Introducción
CAPÍTULO I
África, el laboratorio
CAPÍTULO II
El nuevo patio trasero
CAPÍTULO III
Un freno desde Occidente
CAPÍTULO IV
Guerra fría tecnológica
CAPÍTULO V
Brazo ejecutor
CAPÍTULO VI
Collar de puertos
CAPÍTULO VII
Viaje a las estrellas
CAPÍTULO VIII
Demonios imaginarios
CAPITULO IX
La ciudad de las luces
CAPÍTULO X
Derechos y humanos
CAPÍTULO XI
Muralla de censura y vigilancia
CAÍTULO XII
Ruta de la seda
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Buenos Aires (1961) es abogado (UBA) y Doctor en Derecho Constitucional graduado en la Universidad de Derecho y Ciencias Sociales de París II (Sorbona).
Editor desde 1998 del suplemento Transport & Cargo del diario El Cronista, es considerado un periodista referente en el sector transporte, logística y comercio exterior de la Argentina.
En 1997, escribió la primera versión de la novela histórica Salteadores Nocturnos sobre la vida del presidente Arturo Umberto Illia.
Publicó el libro Hazaña en Gibraltar donde cuenta sus vivencias tras unir Europa y África a nado (2012), y Malvinas, entre brazadas y memorias, (2019) para relatar su experiencia tras nadar entre las dos islas por el Estrecho de San Carlos.
Su libro Periodismo especializado (2019), es consultado por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social en diversas universidades sudamericanas.
En 2021 publicó la segunda edición corregida y aumentada de la novela histórica Salteadores Nocturnos sobre la vida del presidente Arturo Umberto Illia, y los libros La hora del canal Magdalena; Canal Buenos Aires, el eslabón perdido; y Canal Martín Irigoyen, hacia una nueva vía navegable.
La primera experiencia directa con China la tuve en 1989. En ese entonces residía en París, donde cursaba mis estudios doctorales en Derecho Constitucional. La universidad de la Sorbona hervía de pasión por los festejos que organizaba el país para el 14 de julio de ese año, en conmemoración del Bicentenario de la Revolución Francesa.
Con múltiples eventos propuestos, el principal de ellos, y el más esperado, era el imponente desfile que se preparaba en Champs Elysées, por muchos considerada como “la avenida más bella del mundo”.
Yo era un joven estudiante, vivía en la Ciudad Luz, y tendría la posibilidad de asistir a este acontecimiento único, ¿qué más podía pedir?
Un par de meses antes de los festejos, el centro de atención cambió. Mi compañero de clase, Gao Chen, de nacionalidad china, comenzó a relatar las protestas que se estaban desarrollando en Pekín y en distintas ciudades del país.
Su información venía de fuentes directas que evadían la feroz censura a la prensa impuesta por el Partido Comunista Chino.
Todo comenzó a modo de conmemoración, por la muerte en abril del reformista Hu Yaobang, quien detentaba la secretaría general del Partido hasta la purga de 1986, llevada a cabo por el entonces máximo líder, Deng Xiaoping.
Para honrar la memoria de este dirigente considerado liberal por el pueblo chino, se produjo un efusivo y espontáneo duelo nacional.
Como sucede en estos casos, quienes primero salieron a la calle fueron los estudiantes, luego los trabajadores y finalmente la ciudadanía toda. Sin siquiera imaginarlo ni planificarlo, una multitud ganó la calle para reclamarle al gobierno que respetara y honrara el legado de Hu Yaobang. Se exigían reformas básicas para toda sociedad civilizada como la libertad de prensa y la libertad de reunión, entre otras.
En Pekín, más de un millón de manifestantes ocuparon la plaza de Tiananmen enarbolando banderas y pancartas en un ambiente festivo. Se gestaba de tal suerte la mayor movilización de protesta en la historia de la China comunista.
La respuesta fue brutal. La noche del 3 al 4 de junio, el Ejército chino recibió la orden de dispersar las protestas que llevaban casi siete semanas en la plaza.
Lo que sucedió después fue catalogado como la “masacre de Tiananmen”, donde murieron al menos 10.000 personas, según varios documentos desclasificados.
Entre las pocas imágenes que lograron escapar a la censura, un video mostró el instante en que uno de los tanques arrolló a un grupo de estudiantes que pretendía huir de la plaza en bicicleta, matando a 11 de ellos. Otras secuencias mostraban asimismo cómo muchos heridos eran llevados en bicicletas y hasta en bancos de calle a los hospitales.
Mi amigo Gao Chen, que perdió a familiares y a varios compañeros de estudio durante esas luctuosas jornadas pudo, sin embargo, mitigar en algo su dolor cuando el Gobierno francés lo invitó junto a otros estudiantes chinos a formar parte del desfile el 14 de julio.
No fueron más de 40 los jóvenes que marcharon vestidos de negro, y cada uno de ellos lo hizo junto a una bicicleta, para conmemorar a los 11 estudiantes muertos bajo las orugas de aquel tanque chino.
La noche de ese 14 de julio de 1989 fue tal la cantidad de gente que acudió, que aun celebro la idea de haber llevado una escalerita de madera de un metro de altura que estaba en casa. Subido a ella, a la vera de Champs Elysées, conseguí una visión privilegiada del espectáculo.
El impresionante desfile, organizado por Jean-Paul Goude sobre la temática de las Tribus Planetarias, se transmitió al mundo entero y se vio en directo por canales de TV de más de 100 países.
Un instante mágico de esa noche fue cuando pasó frente a mí la columna de estudiantes chinos. Mi grito de ¡Gao Chen! perforó la música de fondo y consiguió que mi amigo girara su cabeza para regalarme una mueca de placer.
Escribo estas líneas y me vuelvo a emocionar al recordar ese momento.
Algunos años más tarde, en 2012, otra experiencia con el “mundo China” dejaría huella y sería una de las tantas razones por las que decidí escribir este libro.
Me encontraba en Venecia, Italia, para asistir a la 43° Asamblea de la Federación de Asociaciones Nacionales de Agentes Marítimos y Brokers (Fonasba por sus siglas en inglés).
La prestigiosa entidad me había encomendado la edición de un libro con información de todos sus asociados en el mundo, cosa que hice, pero también aproveché para recorrer en detalle esa ciudad única y particular.
Luego de entrar al quinto negocio atendido por ciudadanos chinos, no pude evitar la pregunta del porqué estaban tan lejos de su patria.
“Formamos parte de un plan diseñado desde Pekín. El gobierno nos paga los pasajes, el primer año de alquiler del local y de vivienda, más una buena mensualidad. Los productos que vendemos aquí son exclusivamente de origen chino y nos llegan a precio promocional”, afirmó un padre de familia que junto a su esposa y dos hijos atendía un negocio dedicado a óptica y fotografía.
Más cerca en el tiempo, y como periodista especializado en temas de transporte y logística, seguí con pasión el proceso expansionista chino a través de la toma de control en diversos puertos del mundo.
Lo cierto es que pasó el tiempo, cayó el muro de Berlín, pero el sistema comunista de China sigue inconmovible.
Como decía mi padre, “es el mismo perro, con distinto collar”. De la “masacre de Tiananmen”, se pasó a la persecución sistemática de la minoría musulmana de los uigures en la provincia de Xianjian. Y la purga que eyectó al reformista Hu Yaobang en 1989 tuvo su remake en 2022 con el penoso espectáculo de Hu Jintao, ex presidente de China, echado a la fuerza de la primera fila del congreso del Partido Comunista en Pekín ante la vista de todo el mundo.
El pequeño ejemplo de esa familia radicada en Venecia, hoy se replica en el mundo entro y a escala colosal. Hay más de 220 proyectos en curso en los cinco continentes. Y las instituciones financieras chinas apoyan con capital esos proyectos, por más de USD 300.000 millones.
Lamentablemente, varios receptores de la generosidad china no la terminan pasando del todo bien. Venezuela garantizó préstamos de Pekín con petróleo y luego descubrió que no podía vender suficiente crudo adicional en los mercados para solventarlos. Como Sri Lanka no pudo reembolsar los préstamos, China le condonó parte de la deuda y recibió a cambio la concesión por 99 años en uno de sus puertos. Ecuador también garantizó créditos con petróleo para que China le construyera una represa hidroeléctrica que jamás funcionó al cien por ciento y que padece numerosas falencias estructurales. Ahora, el Gobierno ecuatoriano estudia cederle a China la gestión de esta infraestructura a cambio de una reducción en el monto de la deuda.
Los proyectos enmarcados en la llamada “Nueva Ruta de la Seda” son temerarios porque su razón de ser es política, no económica. Incluido en la Constitución del Partido Comunista de 2017, el programa es una piedra angular de los planes para expandir su influencia a escala mundial. La mayoría de los préstamos de esta iniciativa se cursan a través de bancos chinos de propiedad estatal guiados por el Partido Comunista, y con la mira puesta en alcanzar los objetivos de política exterior, más que en obtener ganancias.
China opera en gran medida en secreto. Todo lo contrario, al Fondo Monetario Internacional (FMI), que anuncia públicamente los detalles de sus líneas de crédito, programas de alivio de la deuda y reestructuración a los países deudores.
Cuando Pekín procede como prestamista alternativo de último recurso y rescata a un país en dificultades, es común que no le exija disciplina en la política económica ni se interese por la legitimidad del gobernante de turno.
Planificación desde el Estado para expandir la presencia económica, pero también cultural y geopolítica. De esto trata este libro.
La obra también intenta desentrañar las intrincadas contradicciones de un país que pretende liderar el mundo pero que está cada vez más apegado al intervencionismo y el proteccionismo.
El presidente Xi Jinping es una contradicción en sí mismo. Nació en una familia privilegiada y por ello accedió a una educación de primer orden. Su padre, el ex viceprimer ministro Xi Zhongxun, era considerado uno de los Ocho Inmortales del Partido Comunista.
Este mundo de ensueño culminó abruptamente en 1962, cuando fue expulsado y condenado a penas de cárcel, humillado y torturado durante la Revolución Cultural de Mao.
El joven Xi, de un día para otro, dejó de estar entre algodones y fue obligado a vivir en una cueva, realizó trabajos forzosos, durmió en camas de ladrillo y arcilla y cocinó en hornos de barro.
Más de uno podría pensar que un hombre que sufrió semejantes vejaciones, una vez en el poder podría intentar algún tipo de cambios.
Nada de esto sucedió, al menos hasta ahora.
Permítame el lector volver a mis tiempos de estudiante en la Sorbona. Cuando llegué a París, me presenté con total desparpajo ante Denis Levy, titular de cátedra de Derecho Constitucional de la prestigiosa universidad, para decirle que “yo era el que venía a hacer la tesis doctoral”.
Se tomó unos segundos para observarme de arriba abajo y luego informó que antes de apuntar tan alto, debía cursar y aprobar un Diploma Superior en Derecho Constitucional de un año de duración en el que, entre otras cosas, aprendería la técnica de investigación. Luego me enteraría de que ese día, Levy no me echó a empujones de su despacho porque sabía que era argentino. Y él, hijo de madre brasileña, tenía un aprecio especial por los latinoamericanos.
Agradezco infinitamente ese año consagrado al arte de investigar. Más de tres décadas después, este método que utilizo a diario para mi actividad periodística también fue de gran ayuda para elaborar el libro.
Fueron varios los meses dedicados a recopilar información de múltiples fuentes. Los principales medios periodísticos del mundo, que se vienen ocupando del fenómeno China desde distintas ópticas, nutrieron mis conocimientos y aportaron datos precisos. Un caso que deseo resaltar por sobre los demás es el de Infobae, el portal de noticias en idioma español más visto del mundo con 106 millones de usuarios únicos en Hispanoamérica según datos de Google Analytics. De la consulta de sus notas periodísticas e informes nacieron diversas líneas de investigación, muchas de la cuales alumbraron pasajes de esta obra.
Sucedió lo mismo con las múltiples tesis y ensayos universitarios a los que accedí gracias a la magia de un planeta global y conectado que, con un par de clics, es capaz de transportar la sabiduría atesorada en las bibliotecas del mundo a una humilde computadora.
Un milagro más, también obrado por Internet, fue el de las comunicaciones, que hoy transformaron al mundo en una aldea. Por video conferencias y llamadas telefónicas vía la aplicación WhatsApp, obtuve sólidos testimonios y razonamientos. Muchos de los interlocutores son citados en el transcurso de esta obra con nombre y apellido. La gran mayoría de ellos, confieso, prefirió guardar el anonimato. No los juzgo ni los cuestiono: el ojo controlador de Pekín es capaz de alcanzar los puntos más recónditos del planeta.
Otra red, que se armó en este caso ad-hoc, tuvo por base el invencible poder del afecto. Familiares, amigos y conocidos del trabajo, enterados de esta búsqueda, virtualmente bombardearon mi teléfono con informaciones, links, e incluso experiencias vividas por ellos mismos, conocidos y allegados. Entre todos destaco los valiosos aportes de un querido amigo y notable profesional a quien preferiría nombrar como “el emperador del mal”, para guardar su identidad.
Varios libros abordaron la temática, y creo haber leído la gran mayoría de ellos, al menos en lo que concierne al foco de esta pesquisa. De su recorrido, pude constatar hasta qué punto existe similitud de conceptos en relación a la estrategia china en lo que bien podría definirse como una nueva aventura imperialista adaptada a estos tiempos.
Podría decirse que el imperialismo es la expansión de los intereses económicos de un Estado más allá de sus fronteras. Esto viene de la mano con el sometimiento de otros territorios para asegurar el resguardo de dichos intereses y asegurar un flujo de ganancias y rentas derivadas de dicha relación.
Esta definición tradicional no se adapta del todo al caso chino. El fin último de la República Popular no pasaría principalmente por acrecentar su poderío económico. Este único objetivo no alcanza para explicar las millonarias inversiones realizadas en múltiples países sabiendo de antemano la imposibilidad de recuperarlas.
Lo que persigue el Partido Comunista Chino es la recuperación de su lugar histórico para cumplir con el mandato impuesto por un nacionalismo alimentado con las heridas del pasado y la grandeza abortada.
Su ambición, claramente hegemónica, busca que ningún otro país pueda emprender nada sin antes tener en cuenta los intereses chinos.
Al mismo tiempo, este escenario forma parte de un apetito mucho mayor: el desafío a la supremacía mundial de Occidente, principalmente de Estados Unidos.
El futuro es inquietante porque pareciera que China no puede avanzar más allá de donde hoy está sin pasar de las tensiones actuales con Estados Unidos a un choque más directo. Porque es cierto que gran parte de lo conseguido por Pekín se debió a que durante muchos años norteamericanos y europeos dejaron hacer. Pero últimamente se produjo un “hasta acá llegaron” de parte de Occidente. Incluso en África, continente donde China inició su aventura expansionista, se están dando cuenta con los años de que el abrazo de Pekín, cual boa constrictor, los terminó asfixiando en una gran mayoría de casos.
Con objetividad, pero también consciente de una posición tomada respecto al peligro que representa la amenaza china para el mundo, envío esta obra a los anaqueles de las librerías.
Es de esperar que la información contenida en sus páginas sirva de ayuda para quienes tienen la enorme responsabilidad de regir los destinos de los países y los bloques regionales.
Miami, maro de 2023
Hace poco llegó a mis manos el libro Mira a tu suegra y entérate cómo será tu mujer. Guía para el enamorado imprudente de Daniel Jazar.
Para muchos países del mundo, África sería esa suegra a observar, porque este continente bien podría definirse como el laboratorio donde China ensayó su modelo colonizador.
El puntapié se dio en 1976, cuando la inauguración de una línea ferroviaria en Zambia concretó el prototipo de estrategia china: el país prestaba dinero y enviaba 50.000 trabajadores chinos. En este proyecto, Zambia se beneficiaba con nueva infraestructura mientras Pekín le daba trabajo a su gente y a su industria ferroviaria, y de paso lograba un mejor acceso a las materias primas del país africano.
En diciembre de 2005, el Gobierno chino publicó su Libro Blanco sobre la política de China para África, que delineó una estrategia clara, aplicada mediante acciones planificadas. Entre ellas figuraba la condonación de la deuda, asistencia técnica, compromisos en materia de turismo e inversiones. A largo plazo, el objetivo de máxima era crear una zona de libre comercio entre China y África.
Transcurrieron los años, y Zambia debió pagar caro el error de ser cada vez más dependiente de China: en 2008 padeció el desplome de los precios del cobre porque a Pekín se le ocurrió suspender sus inversiones en el sector sin previo aviso.
Con un tercio de la deuda soberana del país, China se siente amo y señor en Zambia. No obstante, en noviembre de 2018 estallaron disturbios “antichinos”, sobre todo en Lusaka, en los que la población denunció el dominio del régimen de Pekín en el país. Desde entonces, ese discurso xenófobo no cesó de ganar adeptos en Zambia, sobre todo en la oposición política.
En 2005, se celebró en Pekín el primer “Foro sobre Cooperación de China y África” (FOCAC, por sus siglas en inglés) bajo la presidencia de Hu Jintao, quien propuso a los países africanos que se convirtieran en importantes socios comerciales. En 2018 se celebró la VII cumbre, que reunió a 53 países y confirmó la penetración de la influencia china en África. En dicha oportunidad, el presidente Xi Jinping prometió USD 60.000 millones en ayudas para el continente. Nacía de tal suerte lo que Michel Beuret y Serge Michel luego denominarían como la “Chináfrica”.
Pekín tiene ahora 52 misiones diplomáticas en capitales africanas, frente a las 49 de Washington, y es el miembro del Consejo de Seguridad de la ONU con mayor número de fuerzas de paz en el continente, más de 3.000 reagrupadas en El Congo, Liberia, Malí, Sudán y Sudán del Sur.
Este desembarco económico y político viene acompañado de un sólido y constante movimiento migratorio. En los últimos veinte años entre 750.000 y un millón de chinos se radicaron en África, siete veces más que los franceses. El ritmo de crecimiento de estas comunidades es comparable al de su penetración comercial.
Según Jing Gu, experto en desarrollo y consultor de varias instituciones internacionales, entre ellas el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo, China ha utilizado el continente como una especie de laboratorio para sus crecientes ambiciones internacionales. Y a menudo no se reconoce el carácter multidisciplinario de su enfoque que va desde su participación en operaciones de mantenimiento de la paz hasta la construcción de carreteras, puertos y ferrocarriles para unir el mundo en desarrollo con el Reino Medio a través de una nueva Ruta de la Seda.
Sin embargo, hoy lo primero a destacar es que estas reuniones del FOCAC ya no son como antes. Celebradas cada tres años, estos encuentros sirven como una suerte de hoja de ruta para evaluar el camino recorrido y los resultados obtenidos. Tras casi medio siglo transcurrido desde el desembarco chino, muchos países africanos están viendo que las cosas no son como se las habían pintado originalmente.
A veces las acciones pueden pasar a mayores. En febrero de 2023, la Auditora Financiera del Estado de República Democrática del Congo exigió a China más de USD 17.000 millones tras denunciar incumplimientos, por parte de Pekín, del acuerdo de infraestructura a cambio de la explotación de minerales congoleños firmado por ambos países en 2008.
El acuerdo, concretamente, obligaba a las compañías estatales chinas Sinohydro Corp (ingeniería) y China Railway Group Limited (ferrocarriles) a la construcción de carreteras y hospitales a cambio de una participación del 68% en Sicomines, una empresa conjunta de cobalto y cobre con la minera estatal del Congo, Gecamines.
El informe presentado por la Auditora estima que el país no ha recibido de China una compensación adecuada por la explotación de sus reservas de cobre y cobalto. De acuerdo con el documento, publicado por Bloomberg, los socios chinos solo abonaron USD 870 millones para financiar infraestructura durante los últimos 14 años en obras que “en su mayoría, no han tenido impacto visible en la población”.
El reporte ofrece cifras lapidarias: la inversión de China debió alcanzar “al menos USD 20.000 millones” en relación al precio de los depósitos de minerales extraídos.
África es el trampolín desde donde China ensayó su primer salto hacia la conquista del mundo. Antes incluso de presentar la ambiciosa Iniciativa de la Ruta de la Seda, ya construía ferrocarriles en Nigeria y Etiopía, represas hidroeléctricas en Sudán, y establecía su primera base militar en el extranjero con sede en Djibouti, sobre el Mar Rojo. En este rubro, desde que Xi Jinping llegó al poder en 2013, las ventas de armas chinas aumentaron un 55%. Veintidós países africanos compran material militar y entrenamiento chino. Asimismo, un tercio de las armas importadas por África proceden de China.
Egipto es el gran aliado en el orden militar. Esto se debe a su posición estratégica a orillas del Mar Rojo, dominio del Canal de Suez y amplio litoral mediterráneo que asegura el acceso directo al continente europeo. Las relaciones chino-egipcias se han elevado al rango de “asociación”, el más importante en la jerarquía de vínculos bilaterales que el Gobierno de Pekín mantiene con países extranjeros. Eso permite a los dos Estados participar de maniobras militares conjuntas y cerrar jugosos contratos de defensa.
El 50% de las grandes obras de construcción del continente están controladas por las 10.000 empresas chinas establecidas en África. Además, las compañías chinas ganan el 40% de las licitaciones del Banco Mundial gracias a cotizaciones que en promedio son un 40% más bajas que las de sus competidores.
Hasta el Standard Bank cayó en manos chinas. Fundada en 1882, la primera entidad crediticia de África fue históricamente una filial del grupo británico Standard Bank. En la actualidad, el banco chino ICBC es el mayor accionista, con un 20% del capital.
En ese período inicial eran todas sonrisas. China iba en auxilio de los postergados países africanos con financiación para proyectos de infraestructura que habían sido descartados por los organismos crediticos de Occidente.
La realidad es que, en estos últimos años, y habida cuenta de resultados que no estaban a la altura de lo esperado, los africanos comenzaron a ver el peligro que entraña el compromiso chino con el continente.
Ciertos referentes, como el ex ministro de Finanzas de Nigeria, Ngozi OkonjoIweala, ya advirtieron que continuar con el modelo de crecimiento que propone China puede alimentar la corrupción.
La sensación que flota en el aire es que el sueño puede convertirse en pesadilla y que, en los próximos años, será cada vez más difícil para los líderes africanos hacer caso omiso de los resultados mediocres que ya se palpan sobre el terreno.
En estos momentos mucho se habla en África de “barajar y dar de nuevo” y de ya no ver a Xi Jinping como el tío generoso de billetera abierta. En su lugar, se impone cada vez más la idea de forjar una trayectoria propia hacia el desarrollo.
En su obra Presencia China en el Mediterráneo, Thierry Pairault anticipa el fin de las ilusiones tanto para los chinos como para los africanos.
“Todo el mundo es consciente de que no basta con gastar dinero para lograr el desarrollo. Los africanos, en particular, se están dando cuenta de que las masas de dinero liberadas por los chinos, bastante caras en términos de tipos de interés y con plazos de reembolso muy cortos, no bastan para provocar el choque económico y de desarrollo que buscan”, escribe el autor.
A juicio del experto, esta situación “reivindica las estrategias del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), que tienden a pisar el acelerador para quedarse con los proyectos mejor pensados. Esta conciencia es nueva en el lado africano. Pero los chinos están de acuerdo: ellos mismos admiten que no realizaron los estudios de rentabilidad necesarios para hacer viables los proyectos”.
Ahora bien, ¿qué sucedió para que los africanos analicen y propongan este cambio de postura frente al benefactor chino? ¿Por qué cuestionan el hecho irrefutable de que China sea su mayor socio comercial? ¿O que el comercio bilateral entre África y China sea cuatro veces más importante que el que mantienen con Estados Unidos?
Parece crujir el deseo de Xi Jinping de que el ejemplo africano basado en financiamiento de infraestructura sea el espejo donde puedan verse reflejados los países en desarrollo.
Laurent Delcourt en su obra Los retos de China en África, destaca que “la mayoría de los especialistas coinciden en que el modelo chino no se puede trasplantar en África y que no corresponde a actores externos elegir y definir las estrategias de su desarrollo”.
Además, podría agregase que para que este prototipo funcione, es indispensable que la infraestructura aportada sea de gran calidad, algo que no sucede en este caso. Y si a esto le sumamos decisiones insensatas que solo pueden explicarse por la corrupción gubernamental, el cóctel es a todas luces explosivo.
En este orden pululan los préstamos concedidos a gobiernos que no cumplen los criterios de solvencia y buena gestión; el incumplimiento de las normas medioambientales internacionales por parte de las empresas chinas que operan en África y, sobre todo, el apoyo político, financiero y militar prestado a regímenes cuestionados por la comunidad internacional como lo fueron en su momento los de Sudán de Omar Al-Bashir y Zimbabue de Robert Mugabe.
Un claro ejemplo es el ferrocarril para conectar Nairobi, la capital de Kenia, con el puerto de Mombasa. La obra pudo haber sido mucho más económica si se arreglaban los tramos inactivos de la traza ya existente. Sin embargo, se optó por construir todo de nuevo y por una ruta distinta. El resultado fue un gasto exorbitante de USD 3.300 millones, por supuesto financiado por China.
Con la obra finalizada, los keniatas cayeron en la cuenta de que los empleos y el desarrollo económico que prometía esta inversión en infraestructura no alcanzaban para pagar los servicios del préstamo.
Por culpa de este ferrocarril, China pasó a ser el mayor acreedor bilateral de Kenia, con una deuda total de USD 6.830 millones a junio de 2022.
Si Kenia no puede hacer frente a este compromiso, los acuerdos contienen cláusulas que obligan a que cualquier arbitraje tenga lugar en Pekín, lo que aumenta la probabilidad de un laudo favorable a China. Y como los ingresos y activos de la Autoridad Portuaria de Kenia garantizan los préstamos de este proyecto ferroviario, y como además Kenia renunció a su inmunidad soberana, es posible que el estratégico puerto de Mombasa termine confiscado por China.
Como si con ello no bastara, el gobierno de Kenia contrató a una empresa china la construcción de una nueva autopista en Nairobi a un costo de USD 600 millones. Los chinos cobrarán peaje por el término de 30 años, tras lo cual deberán devolverle la propiedad a Kenia.
No es casual entonces que la deuda pública africana no haya dejado de crecer. Desde el año 2000, pasó del 35% del PBI al 50% y China es por lejos el principal acreedor.
Tampoco es casualidad que, en Kenia, la oposición al gobierno haya cuestionado fuertemente el haber recurrido con demasiada frecuencia a China. Por otra parte, algunos países vuelven a recurrir a socios históricos. Tal el caso de Uganda, que, en 2017, cuando el país estaba cerca de China, confió el 75% de la explotación de nuevos yacimientos petrolíferos a Total, mientras que la China National Offshore Oil Corporation (CNOOC) solo obtuvo el 25% restante.
En 2020, el Banco Mundial consideró que siete países africanos se encontraban en dificultades de endeudamiento o en riesgo de estarlo debido al volumen de los préstamos chinos contraídos.
Un caso testigo es Angola que recibió de China más de USD 42.000 millones en préstamos en los últimos 20 años. A diciembre de 2021, USD 13.600 millones de la deuda reconocida de Angola con China se debían al Banco de Desarrollo de China (CDB), y USD 4.000 millones al Banco de Exportaciones e Importaciones de China (EXIM Bank). El país africano también se endeudó con el mayor prestamista comercial chino, el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC).
Por otra parte, queda claro que China no presta dinero, lo que hace es financiar su propia industria. A Kenia no le facilitó esos USD 3.300 millones para que pueda comprar infraestructura ferroviaria en Europa, Japón o Estados Unidos. La condición es que los rieles y el material rodante sean de fabricación china. Y de paso se asegura el negocio a futuro que implican los repuestos de locomotoras y vagones. Esta fórmula, que debutó en África, fue luego aplicada invariablemente en todos los países donde China puso su pie. Sudamérica tiene una enorme cantidad de ejemplos al respecto.
Otro caso resonante se produjo en Argelia, cuando el gobierno tuvo que recordarles a los chinos sus obligaciones respeto de los plazos y la calidad de las viviendas que habían comprometido.
El gigante estatal China State Engineering Corp (CSCEC) fue contratado por el Estado argelino para la construcción de miles de viviendas y otros proyectos de infraestructura como la gran mezquita de Argel por USD 1.100 millones. Sin embargo, la falta de cumplimiento obligó al ministro de Vivienda, Abdelmadjid Tebboune, a intimar a CSCEC para que respetara los plazos y la calidad de las viviendas, especialmente las registradas en la capital. Desde 2001, los grupos constructores chinos monopolizan la porción del mercado inmobiliario argelino cuya construcción está reservada a firmas extranjeras.
“Al principio, los grupos chinos, competitivos gracias a sus bajos precios en comparación con sus pares europeos, respetaban los plazos y realizaban viviendas de calidad. Después, empezaron a acumular retrasos y a chapucear las obras”, afirmó un funcionario argelino bajo condición de anonimato.
Según el sinólogo Jean-Pierre Cabestan, “no podemos hablar de colonialismo chino, pero sí se puede decir que hoy desarrolla una forma de imperialismo económico. Lo que es seguro es que está desarrollando una hegemonía”.
Godfrey Mwampembwa, caricaturista conocido en toda África como “Gado”, fue quizá quien mejor graficó la situación. En una de sus ilustraciones, representó a los líderes africanos como liliputienses dándose la mano ante un enorme rostro chino. El texto debajo dice: “Somos socios en pie de igualdad”.
Otra definición clara fue la que en 2017 propuso el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani.
En declaraciones al diario Die Welt señaló de forma directa y contundente: “África corre ahora el peligro de convertirse en una colonia china, los chinos solo quieren materias primas. No les interesa la estabilidad”.
En un reportaje concedido al Financial Times el 11 de marzo de 2013, Sanusi Lamido, gobernador del Banco Central de Nigeria, denunció esta “visión romántica que enmascara en su modus operandi la esencia del colonialismo. Las buenas relaciones entre África y China, que han durado más de una década, se están erosionando poco a poco. Lenta pero inexorablemente, los países africanos están tomando conciencia de este riesgo”.
Ante estos ataques, China se enfrenta a la paradoja que implica proteger el valor de sus inversiones en África y defender sus intereses estratégicos, pero sin abandonar la imagen de socio benefactor para evitar ser considerado como un depredador.
Para Louise Roussel, Senior Relationship Manager at KeyBank, la estrategia de Pekín es muy diferente de la de sus homólogos estadounidenses y europeos. China se centra en el comercio y la inversión. Estados Unidos, en la cooperación militar, como demuestran los Acuerdos de Camp David, mientras que la Unión Europea se apoya en la cooperación cultural, sobre todo a través de la francofonía. Por eso el comercio entre China y África se ha multiplicado por 20 en 20 años. No obstante, para China, África representa solo el 4% de sus inversiones, aunque compra el 60% de sus hidrocarburos y el 40% de sus minerales.
La explotación a gran escala de los recursos naturales plantea un interrogante de magnitud: ¿Qué le ocurrirá al continente cuando estas materias primas se agoten por la explotación intensiva? Más del 60% de las exportaciones africanas de madera se destinan a China.
En este sector estratégico la República Popular encontró en África una forma razonable al diversificar sus proveedores. Un claro ejemplo se constató en 2013 cuando un poderoso ciclón tropical impactó directamente a Port Hedland en Australia, que gestiona un quinto del mineral de hierro embarcado en el mundo. De inmediato, Guinea la sustituyó como proveedor. Para todos los productos, Pekín posee productores sustitutos. En el caso del petróleo, por ejemplo, Angola, que suministraba el 7% de las necesidades chinas, acaba de perder cerca del 20% de este mercado.
El suministro de materias primas es un objetivo estratégico por encima de cualquier otra consideración para Pekín. El crecimiento económico de China incentivó su apetito insaciable de recursos naturales. No en vano China es el mayor consumidor mundial de petróleo, mineral de hierro, carbón, aluminio, zinc, cobre y níquel.
De acuerdo a un reporte llevado a cabo por Ngoubangoyi, Bwiti Lumisa, Kibelolo y Lachance, “por la tala ilegal, las empresas chinas han sido responsables de gran parte de la deforestación incontrolada de la cubierta forestal en Camerún, Gabón, Congo RDC y Brazzaville”.
Asimismo, un informe elaborado por la Red Africana de Estudios Laborales a iniciativa de los sindicatos regionales, refleja el complejo panorama de las condiciones y relaciones laborales en las empresas chinas que operan en una docena de países del continente.
El estudio releva “remuneración insignificante, jornadas laborales largas y agotadoras sin descansos, uso generalizado de contratos temporales o incluso ausencia total de contratos, condiciones de alojamiento deplorables para los trabajadores, incumplimiento de las normas mínimas de seguridad, hostilidad hacia los sindicatos, amenazas y presiones crecientes sobre los trabajadores, medidas coercitivas, retención de pagos, mantenimiento de los trabajadores africanos en puestos subordinados y mal pagados, etc.”.
Las consecuencias económicas de la pandemia del Covid redujeron la capacidad de muchas naciones africanas para hacer frente al servicio de su deuda externa. En la actualidad, 22 países del continente con baja renta se encuentran en dificultades de afrontar sus compromisos financieros.
Otro duro golpe fue la invasión rusa a Ucrania. Conforme el Banco Mundial, muchos países pobres de África dependen excepcionalmente de las importaciones de alimentos de Rusia y Ucrania. Unos 15 de ellos importan más del 50% de su trigo de estos dos países bajo conflicto armado.
Un completo estudio llevado a cabo por Alex Vines OBE, Creon Butler y Yu Jie, destaca que los prestamistas chinos representan el 12% de la deuda externa privada y pública de África, la que se multiplicó por más de cinco hasta alcanzar los USD 696.000 millones entre 2000 y 2020.
China es uno de los principales acreedores de muchas naciones africanas, pero sus préstamos han disminuido después de 2016 a medida que bajaban los precios de las materias primas y sus tasas de crecimiento del PBI. De tal forma los préstamos chinos a los gobiernos africanos cayeron de un máximo de USD 28.400 millones en 2016 a USD 8.200 millones en 2019, para volver a caer a solo USD 1.900 millones en 2020. Se prevé que esta situación empeore a lo largo de 2023 con la consecuencia de limitar la capacidad de las naciones africanas para obtener la financiación necesaria para ofrecer mejoras sociales más amplias a sus poblaciones y responder al cambio climático.
Los autores del informe titulado “La respuesta a las dificultades de la deuda en África y el papel de China”, recomiendan un plan en tres partes que, en un principio, deberá llevar a cabo el G7 bajo la presidencia japonesa en 2023, pero que, en última instancia, deberá integrarse en el G20. El objetivo debería ser establecer un diálogo sobre las necesidades de inversión a largo plazo de África, formular un entendimiento entre Occidente y China y poner fin a los bloqueos del actual marco multilateral para hacer frente a las dificultades de la deuda.
Alex Vines OBE, Creon Butler y Yu Jie proponen un diálogo de amplia base liderado por el G7, China y las principales naciones africanas, aunque sin limitarse a ellos, centrado en identificar, acordar y aplicar las medidas necesarias para garantizar las necesidades de financiación exterior de África a medio y largo plazo.
Un entendimiento político de alto nivel entre Occidente y China sobre el beneficio mutuo de una cooperación reforzada para abordar las dificultades de la deuda africana y las necesidades de inversión del continente.
Un programa de acción detallado, dirigido por los responsables de Finanzas del G7 y el G20, para abordar los obstáculos que impiden una aplicación más rápida del Marco Común, y en relación con los países de baja renta, y para abordar las necesidades potenciales de las economías emergentes africanas en riesgo de dificultades de endeudamiento.
Este plan requiere de un entendimiento político de alto nivel entre China y Occidente. El éxito en este consenso podría ir seguido de un enfoque similar en otras áreas, como la organización y financiación de la preparación y respuesta ante pandemias y, lo que es más importante, la cooperación internacional esencial para hacer frente al cambio climático.
Luego de consolidar su influencia en África, y con la experiencia adquirida, China apuntó a extender su dominio en América Latina.
Desde el inicio de este milenio, la importancia económica y política del gigante asiático en Latinoamérica no paró de crecer.
Hoy, la región es el segundo mayor destinatario de inversión directa china. Varios países ya aceptaron participar en el proyecto de infraestructura y comercio global de Pekín: la “Nueva Ruta de la Seda”, y esto vino acompañado de un componente político reflejado principalmente en el reconocimiento de la política de “una sola China”.
Un solo ejemplo alcanza para entender esta realidad.
En 2017, El Salvador, Panamá y República Dominicana figuraban entre los 18 países que reconocían la soberanía de Taiwán, a quien China considera como una provincia separatista.
Unos años más tarde, y a costa de generosos préstamos y proyectos de infraestructura, los tres Estados centroamericanos rompieron relaciones diplomáticas con Taipéi.
Otro caso similar se produjo el 9 de noviembre de 2021, cuando el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua le dio la espalda a su relación de 31 años con Taiwán y se abrazó con Pekín, en una sorpresiva jugada que parecía buscar un mejor soporte político y económico con el gigante asiático.
“La República Popular de China es el único gobierno legítimo que representa a toda China y Taiwán es parte inalienable de todo el territorio chino”, reconoció el Gobierno nicaragüense.
Casualidad o no, una semana después de este giro diplomático, Nicaragua recibió de China una donación de 200.000 vacunas contra el Covid.
Esta “política de seducción” que lleva adelante Pekín se expresa en distintos frentes, pero tiene su mayor exponente desde el punto de vista económico.
Por ejemplo, China ofreció comprar la deuda de El Salvador para ayudar a refinanciar sus obligaciones externas, según adelantó el vicepresidente de aquel país Félix Ulloa.
“China ofreció comprar toda nuestra deuda, pero debemos andar con cuidado”, dijo Ulloa a Bloomberg al margen de un evento en Madrid. “No vamos a vender al primer postor, hay que ver las condiciones”, agregó cuando se le preguntó sobre una posible reestructuración de deuda.
Si bien El Salvador puede evitar un default soberano en 2023, “en nuestra línea de base, las reservas desaparecerían si el gobierno pagara la amortización de los eurobonos de 2025” comentaron los analistas de Oxford Economics Felipe Camargo y Lucila Bonilla, en una reciente nota.
Conforme Moody’s, S&P y Fitch Ratings, El Salvador posee actualmente la calificación de riesgo más baja de Centroamérica.
Resta ver qué pedirá China a cambio de cargarse la deuda salvadoreña.
“China es, indudablemente, un actor global reconocido y tiene todo el derecho de competir económica y políticamente en el mundo. Hoy en día, al mismo tiempo que compra recursos primarios, Pekín ofrece la construcción de infraestructura crítica tan necesaria para los países latinoamericanos. El tema es a qué costo. Me preocupa que, de aquí a 15, 20 o 50 años, la libertad de acción de los países soberanos que tienen vínculos con China pueda verse limitada. Eso podría darse en distintos lugares del mundo y, cada vez más, en América Latina”, resaltó Craig Deare, ex asesor presidencial de EEUU.
“Si te interesa el ping-pong te ofrezco ping-pong, si quieres tecnología 5G… te ofrezco tecnología 5G. Si quieres un tren rápido, un puerto, un satélite, un préstamo o un Instituto Confucio… aquí lo tienes”, grafica el investigador y académico Enrique Dussel.
En este escenario, la pregunta que se impone es si aquella definición de “patio trasero de Estados Unidos” que durante años batieron las izquierdas latinoamericanas no cambió ahora de dueño.
Axel Guyldén, en un artículo publicado en L’Express, también se interroga si China no habría comenzad a reemplazar a Estados Unidos como potencia en torno a la cual giran las economías de varios países latinoamericanos gracias a las importantes deudas que han adquirido con Pekín, en particular Perú, Ecuador y Argentina.
Según el Consejo Chino para el Fomento del Comercio Internacional (CCPIT, por sus siglas en inglés), América Latina y el Caribe es el segundo mayor destino para la inversión extranjera de China, con más de 2.700 empresas de capital chino operando en la región, especialmente en infraestructura de transporte y energía.
De todos modos, América Latina se encuentra en una situación ambigua. No ocupa el lugar privilegiado que China le asigna a África, ni es área de relocalización fabril como el Sudeste Asiático, ni el pretendido socio a partes iguales al que apunta su relación con Europa.
China corteja al Nuevo Continente por la colosal dimensión de sus recursos naturales.
Un estudio de Felipe Freitas da Rocha y Ricardo Bielschowsky que publica la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), destaca la búsqueda de recursos naturales en América Latina por parte de China, en particular petróleo, hierro, cobre y soja, que representan más del 70% de las importaciones del país desde la región. Esto se debe al crecimiento acelerado y a la escasez relativa de recursos naturales en China y su planificación a largo plazo que atribuye a la región el papel de importante proveedora.
En el caso de hidrocarburos, el acceso tiene lugar principalmente mediante financiamientos con contrapartidas de petróleo e inversiones directas, mientras que el del hierro y el cobre se obtiene mediante inversiones directas e importaciones.
A la hora de definir los objetivos perseguidos por China, Felipe Freitas da Rocha y Ricardo Bielschowsky señalan: reducir los precios de los productos básicos que necesitan, encontrar alternativas para la aplicación de las reservas externas de China (excesivamente aplicadas en títulos del tesoro estadounidense) y disminuir la presión sobre la apreciación del tipo de cambio.
Los autores, en su trabajo La búsqueda de China de recursos naturales en América Latina, afirman que “es razonable suponer que las empresas multinacionales de China que actúan en el ramo de los recursos naturales, cuyos principales puestos de mando se cubren según indicaciones del Comité Central del Partido Comunista de China, sean estimuladas a buscar inversiones, en el mundo en general y en América Latina en particular, en calidad de prestadores de servicios estratégicos al Gobierno chino”.
La manera elegida por China para garantizar la seguridad en el abastecimiento parece ser el control físico del recurso. En el caso de la soja, el camino elegido ha sido la importación cada vez más intermediada por empresas mercantiles presentes en la región y recientemente adquiridas por China. En algunos países incluso pretenden ir más allá, como en Argentina, donde la firma China Communications Construction Company, Ltd. (CCCC) demostró su clara vocación por manejar, a través de su subsidiaria Shanghái Dredging, la Vía de Navegación Troncal del río Paraná por donde salen anualmente cerca de 80 millones de toneladas de productos agroindustriales con destino a la exportación.
Un ejemplo más de Argentina: con una inversión de USD 1.300 millones, dos gigantes de la industria del litio como Gotion High Tech y Tianqi Lithium se asociarán con empresas locales, mientras que la firma Shaanxi Coal Group construirá una planta de fertilizantes.
Y para asegurarse el transporte de la producción, China Development Bank financia por US$ 2.100 millones la compra de rieles, durmientes y vagones, por supuesto fabricados en China, para la modernización de los trenes del Ferrocarril Belgrano Cargas.
Rocha y Bielschowsky destacan que China, país continental de 9,5 millones de kilómetros cuadrados, posee grandes recursos fósiles (carbón, petróleo, gas natural), el mayor potencial hidroeléctrico del mundo, una significativa extensión de tierras agrícolas y considerables reservas metálicas. No obstante, examinado a la luz del tamaño de su población y de su economía, el cuadro dista mucho de ser de abundancia.
La escasez relativa se reveló en toda su intensidad con su acelerado crecimiento. En los últimos 35 años, el PBI chino creció a una tasa media del 10% al año y transformó al país en la segunda mayor economía del planeta, volviendo su producción y consumo cada vez más dependientes de la importación de productos primarios.
En 1996, el país asiático se convirtió en importador de petróleo y soja y, en 2007 y 2009, de gas natural y carbón respectivamente.
Las importaciones netas de petróleo aumentaron de 1,2 millones de barriles diarios en 2000 a 6,7 millones en 2015; las de mineral de hierro crecieron de 44 millones de toneladas finas en 2000 a cerca de 580 millones en 2015; las de cobre se incrementaron de 1,1 millones de toneladas finas en 2000 a 7,2 millones en 2015; y las de soja, que eran de 10 millones de toneladas en 2000, llegaron a más de 82 millones en 2015. Hoy China es el mayor importador de soja del mundo, representando más del 60% del comercio mundial, con compras del producto impulsadas principalmente por la molienda para la producción de balanceados en base a la harina de soja.
El grado de dependencia de las importaciones de recursos naturales en China, medido como proporción entre importaciones netas y consumo, alcanza el 60% en el caso de los principales productos básicos, como el petróleo, el cobre y el mineral de hierro, mientras que en el de la soja asciende al 85%.
Mónica Núñez Salas, profesora adjunta de Derecho Ambiental de la Universidad del Pacífico en Lima, Perú, redactó una memoria para la Universidad Internacional de Florida, titulado “Las inversiones de China y el uso de la tierra en Latinoamérica”.
El estudio advierte que la región mantiene su papel de proveedor de recursos naturales a China “a un alto costo para su ecología y las comunidades locales. El aumento de la demanda de materias primas afecta los recursos naturales y a las poblaciones locales, en un momento en que el cambio climático hace más urgentes las prácticas de sostenibilidad”.
China entonces ofrece a América Latina una relación comercial de doble cara: es un aliado con dinero en caja y una demanda estable, pero también un factor de deforestación y conflicto social.
La teoría de las “dos verdades aparentemente opuestas” esbozada por Núñez se asienta en que sin bien los países latinoamericanos “se han beneficiado al acceder a recursos financieros”, China también “es un factor determinante en el paisaje de América Latina, y el deterioro sustancial puede atribuirse, directa o indirectamente, a las mercancías que consume”, con “un impacto en los alimentos, la deforestación y la escasez de agua”.
La autora señala asimismo su preocupación de que América Latina no adopte “prácticas para mantener esta relación de manera sostenible en un momento en que el mundo se está acercando a su punto de inflexión, un umbral más allá del cual un ecosistema se reorganiza, a menudo abrupta o irreversiblemente”.
En una entrevista con DW, Rebecca Ray, una de las autoras del informe “China en América Latina: Lecciones para la Cooperación Sur-Sur y el Desarrollo Sostenible”, afirma que “en los últimos 10 años China ha triplicado su importancia como destino de las exportaciones latinoamericanas, pasando del 3% al 9%. Pero estas exportaciones no son como las demás: casi el 90% de las exportaciones latinoamericanas a China corresponden a la agricultura, la minería o la perforación, en comparación con aproximadamente la mitad de las exportaciones latinoamericanas al resto del mundo”.
La autora resalta que “en términos ambientales, en promedio, las exportaciones latinoamericanas a China tienen una huella ambiental mucho más pesada que sus otras exportaciones: utilizan el doble de agua y producen un 12% más de gases de efecto invernadero”.
En 2018, la Federación Internacional de Derechos Humanos publicó un informe sobre el incumplimiento de la empresa de ingeniería china BGP Bolivia al pueblo boliviano de Tacana, al destruir un bosque de castaños, crucial para la economía local.
Los proyectos chinos de minería e infraestructuras también generan daños ambientales duraderos.
Una investigación realizada por Sergio Mendoza Reyes para Los Tiempos de Bolivia, con el apoyo del Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center, desenmascaró la operación montada por las compañías chinas para saquear el oro boliviano.
En el norte de La Paz, Bolivia, decenas de compañías chinas operan las 24 horas del día, los 365 días del año, para extraer oro. Se ocultan tras cooperativas mineras que reciben dinero de Pekín.
El acuerdo, al margen de la ley, produce beneficios mutuos: la cooperativa obtiene entre un 25% y 40% de las ganancias sin trabajar ni poner capital, y la compañía china se lleva hasta un 75% del valor del oro sin pagar impuestos. “El que pierde es el país y las comunidades, que reciben migajas mientras son despojadas de sus riquezas naturales, como ha ocurrido desde la colonia”, advierte el informe.
Asimismo, la actividad contamina los ríos y áreas protegidas con mercurio y otros desechos tóxicos en una de las áreas más importantes del mundo en biodiversidad. Las pruebas están a la vista, “en las orillas de los ríos, deforestadas, contaminadas, y convertidas en pedregales, que están repletas de maquinaria de procedencia china, fabricadas por gigantescas compañías que en su mayoría están vinculadas al Partido Comunista Chino”, refleja el informe.
En 2019, la Comunidad Amazónica de la Cordillera Cóndor Mirador en Ecuador se manifestó contra un proyecto minero de cobre de la empresa china Tongguan, por infringir las leyes mineras nacionales evitando informarles adecuadamente sobre el proyecto, y forzándoles a desalojar su tierra. En Perú, las reiteradas protestas de la comunidad de Chumbivilcas al operador chino Minmetals obligó a cesar la producción en la mina Las Bambas. De igual forma, el cultivo de soja de empresas chinas en áreas biodiversas de Brasil está poniendo en peligro el ecosistema y contribuyendo a la deforestación.
Los bancos chinos apoyan proyectos rechazados por las instituciones multilaterales por sus riesgos ambientales y sociales, informó el Laboratorio de Ideas de Política Exterior y Relaciones Internacionales Council on Foreign Relations de Estados Unidos.
Según Juan Cuvi, miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA) y master en Desarrollo Local, “los chinos no solo tienen la capacidad de inundar nuestro mercado con productos baratos; intervienen con una lógica implacable frente a los derechos laborales y ambientales. Las denuncias al respecto son interminables, y no solo en nuestra geografía. Correa (Rafael, presidente de Ecuador entre 2007 y 2017) entregó el país a los chinos. No se entiende la subordinación de los mal llamados gobiernos progresistas y de la izquierda boba a esta renovada potencia imperial. El imperialismo chino viene para quedarse con todas sus secuelas destructivas inherentes a estos procesos de dominación. América Latina ya debiera estar curada de tantos extravíos”.
Queda claro entonces que la estrategia china se asienta en una oferta muy atractiva, que a primera vista no tiene condiciones. Pekín no juzga qué tipo de gobierno maneja el país con el que negocia, si es de derecha o de izquierda, si es transparente o corrupto. Esto representa una suerte de competencia desleal para inversores atentos a cuestiones como la seguridad, la incertidumbre económica, los derechos humanos o la ecología, como los europeos o norteamericanos.
De todos modos, Estados Unidos no abandona su intento de destronar a China como referente para Latinoamérica.
En el Congreso norteamericano avanza un proyecto empujado por el senador republicano de Luisiana Bill Cassidy, para que los países latinoamericanos que deseen hacerlo se sumen al Acuerdo de Libre Comercio entre México, Canadá y EE.UU.
El texto de la norma establece además un mecanismo con promociones impositivas por un total de USD 5.000 millones y préstamos blandos por USD 40.000 millones para que las multinacionales estadounidenses puedan reducir su dependencia de China y trasladen sus fábricas del país asiático a América Latina.
