El hombre que estaba allí - Daniel Suberviola - E-Book

El hombre que estaba allí E-Book

Daniel Suberviola

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Beschreibung

Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 - Londres, 1944) es uno de los periodistas más importantes del siglo xx. Autor de reportajes de una lucidez excepcional, escribió piezas imprescindibles en los anales de la literatura y del periodismo, como A sangre y fuego, Juan Belmonte, matador de toros o El maestro Juan Martínez, que estaba allí. El presente libro-documental recorre a través del testimonio de destacados chavesnogalistas cómo fue la vida de este hombre que aspiraba a "andar y contar", e incluye sus últimas imágenes en movimiento.

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Índice

 

Portada

Acceso online al documental

Créditos

Título y autor

Exordio

Prólogo

Entrevista a Antonio Muñoz Molina

Entrevista a María Isabel Cintas Guillén

Entrevista a Pilar Chaves Jones

Entrevista a Jorge Martínez Reverte

Entrevista a Andrés Trapiello

Referencias cronológicas

Mecenas

Contraportada

Acceso online al documental

 

Sinopsis

Manuel Chaves Nogales estaba allí donde estaba la noticia: en la España fratricida del 36, en la Rusia bolchevique, en la Italia fascista, en la Alemania nazi, en un París agonizante o en el Londres envuelto en llamas de la Segunda Guerra Mundial. Su oficio era andar y contar. Utilizó la palabra para luchar contra los totalitarismos que asolaban Europa, en una época en la que había que tomar partido para no quedarse solo. Pero Chaves siempre mantuvo su independencia y por eso fue olvidado durante más de medio siglo.

Ficha Técnica / Specification Sheet

Productora / Production Company: ASMA FILMS

Director / Director: DANIEL SUBERVIOLA y LUIS FELIPE TORRENTE

Guión / Screenplay: DANIEL SUBERVIOLA y LUIS FELIPE TORRENTE

Fotografía / Cinematography: MANU MART

Dirección Artística / Art Director: DANIEL SUBERVIOLA

Música / Music: JOSÉ MANUEL DUQUE

Sonido / Sound: DANIEL GUTIÉRREZ

Montaje / Editing: DANIEL SUBERVIOLA

Enlaces

Versión en español: https://vimeo.com/61602478

Versión en inglés: https://vimeo.com/63264942

Versión en francés: https://vimeo.com/80611321

 

Contraseña: larrabeiti

Segunda edición digital: mayo 2014 Colección A contraluz

Fotografía de la cubierta: Archivo Pilar Chaves Jones Diseño de la colección: Jorge Chamorro Edición: Marina Alonso de Caso

Versión digital realizada por Libros.com

© 2014 Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente © 2014 Libros.com

[email protected]

ISBN digital: 978-84-16176-06-9

Daniel Suberviola y Luis Felipe Torrente

El hombre que estaba allí

Exordio de Mario Vargas Llosa Prólogo de Soledad Gallego-Díaz

Exordio

Mario Vargas Llosa

Creo haber leído casi todos los libros y recopilaciones periodísticas de Chaves Nogales, ya me había formado una intensa impresión de su valía profesional, como reportero y periodista arriesgado y valiente, así como de su integridad moral y decencia cívica, y el documental ha fortalecido y enriquecido esa apreciación de su trabajo y su persona. Todos los testimonios que aparecen allí confirman el espíritu aventurero que animó a Chaves Nogales, su pasión periodística y los sólidos principios que guiaron su conducta serena y moderada en una sociedad en la que solo la intolerancia y el extremismo ideológico parecían reinar.

Prólogo

Soledad Gallego-Díaz

Mi generación recuperó muy tarde a Manuel Chaves Nogales, nunca completamente, pese al esfuerzo de sus mejores y más tempranos admiradores, como Isabel Cintas y Andrés Trapiello. Por eso produce alegría que dos periodistas jóvenes, como Luis Felipe Torrente y Daniel Suberviola, que rondan los 40 años, se hayan lanzado a la aventura de producir y lanzar este libro-documental. Y que hayan conseguido, además, incorporar una entrevista con la hija del periodista, Pilar Chaves Jones, que ofrece un testimonio insuperable, y reunido un gran número de fotografías, muchas desconocidas hasta ahora, e incluso un pequeño documento gráfico que permite ver al periodista en movimiento, aplaudiendo a rabiar al recién proclamado presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, el 11 de diciembre de 1931. Seguramente fue uno de los pocos momentos en los que Manuel Chaves cerró su cuaderno y dejó de tomar notas.

Conseguir que la memoria de Manuel Chaves Nogales esté viva para todos quienes pretendan, hoy y mañana, incorporarse al oficio de periodista, es fundamental, porque difícilmente se les puede ofrecer un mejor ejemplo y un mejor maestro. Chaves fue quizás el exponente más valioso del periodismo de la Segunda República Española, no solo por su brillantez como escritor o por su espíritu aventurero, que le llevó a escribir reportajes prácticamente sobre todos los puntos conflictivos de Europa en aquellos años, sino, sobre todo, por su testimonio de independencia. Por su radical negativa a dejar de ver lo que sucede ante sus ojos, a someterse a la interpretación obligada que exigen los bandos en contienda. Una independencia que le llevó a un exilio muy temprano y a su expulsión, durante décadas, de los manuales de periodismo y de literatura.

El título de este libro, El hombre que estaba allí, es al mismo tiempo un ejemplo de exactitud y una declaración de buen periodismo. Dar testimonio ha sido siempre, y seguramente seguirá siéndolo en el futuro, una de las funciones básicas de este oficio. La experiencia demuestra que los seres humanos son capaces de cometer las más espantosas barbaridades y que las peores de todas se cometen cuando nadie observa, nadie fotografía o nadie relata lo que ocurre. Cuando nadie lo hace con la mirada del buen periodista, capaz de anteponer a todo la mejor de las perspectivas posibles, la de los seres humanos de carne y hueso, que sufren, mueren y matan, «héroes, bestias y mártires sin vocación heroica, sin malos instintos y sin espíritu de sacrificio o de santidad».

Manuel Chaves Nogales, que escribió estas palabras, fue el hombre que estaba allí. Estuvo en una revolución —la rusa—, en una guerra civil —la española—, y en una guerra mundial —la segunda—, y en todos los casos contó lo que vio y lo hizo desde esa mirada independiente que no se desvía cuando tropieza con la crueldad y con la obcecación de los seres humanos, estén del lado que estén. Chaves tuvo demasiadas ocasiones en su corta e intensa vida —murió a los 46 años— para apreciar esa realidad y nunca cejó en su empeño de reflejarla, quizás con la secreta esperanza de moderar su furia.

En sus viajes por la Rusia soviética, por Ifni, por toda Europa y por una España en la que acaba de estallar la Guerra Civil, el periodista denuncia una y otra vez a «quienes se toman el trabajo de que no quede nadie para contarlo», sea entre los generales zaristas o los comisarios comunistas, entre los fascistas o entre los grupos anarquistas. Chaves no cree en el periodista neutral —siempre dejó clara su defensa de la República—, pero sí en el periodista independiente, capaz de relatar con la misma fuerza los odios desatados en los bandos enfrentados en una contienda.

Lo asombroso de Chaves es que es un periodista independiente que escribe en el momento en el que se producen los hechos, conviviendo con esos odios. La crítica adquiere todo su valor, no cuando coincide con el sentir mayoritario de un momento dado, sino cuando está en clara minoría y cuando esa denuncia supone un claro riesgo de ostracismo o, como sucede en el caso de Manuel Chaves, incluso de peligro físico. El reportaje novelado El maestro Juan Martínez que estaba allí se publicó en 1934, cuando muy pocos se atrevían a distanciarse, incluso a ironizar, a costa de la Revolución Rusa de 1917. «Vi muchas veces cómo se mataba a un hombre», relata Juan Martínez en primera persona, «no por estos o los otros ideales, no por defender la bandera de su patria o de la revolución, sino porque llevaba encima un capote de paño en buen estado. Por lo mismo que se mata a los zorros».

A sangre y fuego, con su prodigioso prólogo y sus estremecedores nueve relatos, está publicado en 1937, cuando él ya está en el exilio en París, pero cuando la Guerra Civil lleva poco más de un año destrozando España. Chaves no debió de tener dudas sobre el efecto que tendría su libro, tanto entre quienes ya le consideraban casi un traidor por haber confesado su exclusiva lealtad a la República, como en el bando franquista, que siempre le vio como un enemigo declarado.

¿Cómo es posible que un periodista como él fuera prácticamente desconocido para los profesionales de mi generación? Isabel Cintas, la primera biógrafa y estudiosa del periodista sevillano, y Andrés Trapiello, en Las armas y las letras, han explicado a qué se debe ese olvido tan significativo, el de un periodista, precisamente, «que perdió la guerra y los manuales de literatura», porque en la posguerra ninguno de los grupos que representaban el antifranquismo tenía el menor deseo o interés en reivindicarle.

Así que, de Chaves Nogales, uno de los periodistas españoles más famosos de los años 30, el autor de una biografía de Juan Belmonte que se utilizaba como libro de texto en la Universidad de Harvard allá por los primeros años 40, no existía prácticamente memoria cuando yo empecé a estudiar y a trabajar como periodista, a comienzos de los 70. Él debió haber sido una de las grandes referencias profesionales para aquel grupo de jóvenes periodistas, ansiosos de encontrar maestros, de leer textos en los que aprender cómo mirar, cómo escribir, cómo contar, pero unos de manera oficial y otros en un mundo más clandestino, pero ya muy frecuentado, consiguieron arrancarle de nuestros manuales y de nuestra formación. Y nos dejaron desprovistos de un ejemplo que hubiera sido esencial para nuestro lamentable aprendizaje.

Acabamos nuestra carrera sin haber leído sus reportajes, sin haber estudiado su manera de observar y de narrar las cosas. Porque Chaves era, además, un escritor brillante, capaz de contar lo que veía con recursos literarios, pero sin abandonar su objetivo periodístico, tal y como hacen ahora, mejor que nadie, los cronistas latinoamericanos. Sus artículos, enviados desde la Unión Soviética o desde cualquier punto de Europa, rezumaban ironía y un maravilloso aprecio por el detalle. Chaves se esforzaba por alumbrar la chispa de los personajes con los que se tropezaba, a los que buscaba o a los que descubría un día, pero a los que no dejaba marchar hasta que le contaban, con pelos y señales, el episodio extravagante, y al mismo tiempo esclarecedor, que habían vivido.

Cesar González Ruano, que fue prácticamente el único periodista de aquella generación al que tuvimos acceso los de la nuestra, decía que «nunca volverá a escribirse el artículo tan inmejorablemente bien como en aquella época. (…) Nadie ha superado ni igualado siquiera su tono y su tino, su eficacia y su belleza», recoge Isabel Cintas.

Peor aún, acabamos nuestros estudios sin haber visto las primeras páginas del diario ilustrado y popular Ahora, que dirigió Manuel Chaves hasta su exilio y que llegó a ser uno de los más vendidos de España. Sin haber leído los editoriales que escribió en los días previos al estallido de la Guerra Civil, como el que publicó el 18 de febrero: «Gobernantes y gobernados necesitamos mucha serenidad, poca impaciencia y un gran respeto a las normas del Derecho Natural y Positivo. Por nosotros, no quedará». O el que acompañó a la extraordinaria primera página del 14 de julio de 1936, dividida en dos mitades con las fotografías del teniente Castillo y de José Calvo Sotelo, ambos asesinados por facciones opuestas, una primera página que debió costarle el sueño y muchos apoyos y que resalta como una gema entre las peticiones de venganza o las justificaciones de muchas otras cabeceras madrileñas.

Torrente y Suberviola recuperan los recuerdos de la hija mayor de Manuel Chaves y dan voz a uno de los primeros admiradores del periodista sevillano y a algunos de sus lectores más incondicionales, como Antonio Muñoz Molina o Jorge Martínez Reverte. Para quienes difícilmente habíamos visto una o dos fotografías de ese hombre de ojos claros, «rubiasco», alegre y fuerte, según la descripción que dejó González Ruano, es un verdadero festín recorrer el material gráfico, muy notable, que acompaña al libro. Los autores todavía están dándole vueltas a otro pequeño fragmento de película, del primero de mayo de 1931, en el que se ve fugazmente la figura de un hombre joven que toma notas. ¿Es Manuel Chaves? Quizás. Sería una estupenda manera de recordarle: apoyado en una farola con una pluma o un bolígrafo en la mano.

Entrevista a Antonio Muñoz Molina

«Chaves Nogales está con la república democrática y con la justicia social.»

Antonio Muñoz Molina aparece en la esquina de Zurbano con Zurbarán sobre una bicicleta de paseo discreta, el calcetín conteniendo la pata derecha del pantalón y la preceptiva chichonera. En lo alto de la escalera le espera un piso burgués con suelo de madera chirriante. Tiene diez habitaciones completamente desiertas. Todas, menos dos. La más luminosa se ha convertido en una improvisada oficina durante un par de días: ordenadores, utilería, cables, cajones, papeles, focos, una cámara, una vieja Underwood, ejemplares de las revistas Ahora y Estampa, un perchero y varios paquetes de Lucky sin filtro. La otra habitación es más oscura; unas grandes telas, unas cuantas piezas de cinefoil y varios metros de cinta americana tienen la culpa de ello. En el centro hay un sillón de madera de oficina antigua, ni demasiado cómodo ni demasiado incómodo, de esos que impiden arrellanarse y que crujen al sentarse.

Se necesita silencio para lo que viene, y el entrevistado deberá estar física y mentalmente preparado. Deja la bicicleta en el recibidor. Durante la escueta charla previa se interesa por la intrahistoria de la producción en la que va a participar. Escucha las triquiñuelas —blancas y legales— que implica el verse obligado a trabajar con poco presupuesto, como lo de ese piso prestado en la zona noble de Madrid que hay que aprovechar rápidamente antes de que lleguen potenciales arrendadores.

Recibe las instrucciones de rigor y se sienta. «Antonio, por favor, habla un poco. Es para probar el sonido. ¿Puedes mirar a cámara y girar la cabeza a la izquierda? Ahora a la derecha.» La sombra de uno de los focos le corta demasiado la cara. Minutos de espera, ajustes técnicos y tras la pregunta de calentamiento, primera frase lapidaria: «En un siglo como el siglo XX español, en una época como la crisis de los años 20 y 30 y en el momento terrible y bastante desagradable en sentido político y moral de la Guerra Civil, y de lo que lleva a la Guerra Civil, dices: “Aquí tienes un hombre, un ser humano, una persona recta, bondadosa, inteligente, independiente, una persona que miraba al mundo con inteligencia y con compasión”».

Habla de Manuel Chaves Nogales. Comienza el rodaje de El hombre que estaba allí.

¿Cómo y cuándo descubrió la obra de Manuel Chaves Nogales? ¿Qué reflexión le produjo aquel primer acercamiento?

Alguien me dejó El Maestro Martínez en los años 80. Era una edición rara y me quedé estupefacto, porque un escritor siempre está buscando historias. Y de pronto, encontrar esa historia real me fascinó. Además, era una época en la que se hablaba del Nuevo Periodismo Americano, en la que yo personalmente estaba interesado por la escritura de no-ficción. Ese libro que cuenta esa historia de los flamencos en medio de la Revolución Soviética me pareció una cosa tan inaudita, tan distinta de cualquier otra cosa, que inmediatamente me sedujo. Ése fue el primer impacto. Yo no había leído Belmonte —lo leí después, claro—, que era lo que la gente suele haber leído primero de Chaves Nogales porque estaba en el catálogo de Alianza. Al poco tiempo me llegó la edición de la Diputación de Sevilla y entonces el descubrimiento no solo fue literario sino también político. Pero eso viene después.

Hace veinte años, cuando Martínez vino a Montmartre, era un mocito chulapo de pañuelo de seda al cuello, hongo y pantalón abotinado. Bailarín, hijo de bailarín, granujilla madrileño y castizo, de arrequives de pillo de playa andaluza, pero muy mirado, de una peculiar hombría de bien y una moral casuística complicadísima, había robado a Sole —una moza de pueblo, alegre y bonita como una onza de oro— y se había ido con ella a París de Francia.[1]

Piense que está ante un auditorio de estudiantes de bachillerato y le piden un retrato, un perfil de urgencia de Manuel Chaves Nogales. ¿Cómo sería esa descripción del personaje?

En un siglo como el siglo XX español, en una época como la crisis de los años 20 y 30 y en el momento terrible y bastante desagradable en sentido político y moral de la Guerra Civil, y de lo que lleva a la Guerra Civil, dices: «Aquí tienes un hombre, un ser humano, una persona recta, bondadosa, inteligente, independiente, una persona que miraba al mundo con inteligencia y con compasión». En una época en la que todo el mundo estaba cegado por las ideologías —todo el mundo o una gran parte de la gente que contaba, que publicaba, que escribía, que tenía puestos políticos—, en el que tanta gente era incapaz de ver la realidad, en el que la seducción venenosa del totalitarismo es tan grande, en ese mundo hay muy pocas personas que hayan mantenido su independencia personal, su bondad, y su amor concreto por los seres humanos. Se pueden contar con los dedos de una mano: en España está Manuel Chaves Nogales, en Inglaterra está George Orwell, y en la Unión Soviética está Vasily Grossman. No hay muchos más. Lo que yo diría es: aquí tienen a un ser excepcional. Excepcional en el mejor sentido, porque muchas veces cuando se habla de los seres excepcionales es para hacer una hipertrofia adoradora de gente poco recomendable. Excepcional en el sentido de que es una persona dotada de las cualidades normales que hacen memorable a un ser humano: la inteligencia, la bondad, el espíritu crítico, la soberanía personal, la decencia.

Y todo eso desde el periodismo. Se supone que desde el mundo literario siempre se ha considerado que hay dos grupos, los escritores y los periodistas. ¿Se le ha considerado menos por ser un «escritor de periódicos» en vez de un «escritor» a secas?

Chaves Nogales es un magnífico ejemplo cuando se habla de periodismo y literatura. Pero vamos a ver, un momento: ¿cómo que periodismo y literatura? El periodismo es literatura. Literatura es contar el mundo con palabras, y por lo tanto el periodismo es literatura. Literatura de no-ficción, literatura mala o literatura buena. Y además, es muy asombroso, porque tú lees lo que escribían intelectuales muy cualificados en esa época —en el año 1936 o principios de 1937—, las personas más cualificadas como escritores, aquellas que tenían la etiqueta indudable de literarias, lees las cosas que decían sobre lo que estaba pasando en España y lo comparas con lo que decía Manuel Chaves Nogales y dices: «¡Vaya con el periodista!» Y tenemos que tener en cuenta una cosa: cuando uno está en medio de unas circunstancias tan terribles como una guerra, los que vemos las cosas desde la distancia tenemos que tener mucho cuidado a la hora de juzgar. Porque nosotros no sabemos cómo habríamos actuado, nosotros no sabemos si habríamos sido capaces de ser inteligentes, honrados y ecuánimes o si hubiéramos apoyado el crimen. Pero bueno, tú ves lo que escribía gente que está en la Historia de la Literatura, que está canonizada y lo que escribía este hombre, y dices: «Pues si eso es la diferencia entre el periodismo y la literatura, casi me quedo con el periodismo».

 

Retrato de Manuel Chaves Nogales

Y muchos de ellos, además, pagados por Chaves Nogales, que se preocupó mucho por dar sustento a escritores relevantes de su época ofreciéndoles colaboraciones en prensa.

Fíjate por ejemplo en los artículos que escribió Unamuno en Ahora en los días previos al estallido de la Guerra Civil y en los días siguientes. A veces escribe unas melonadas enormes, vaguedades y abstracciones tremendas. Y compáralo con el editorial de Ahora el martes 14 de julio de 1936 —que evidentemente lo escribió Chaves, porque es su estilo—. El Teniente Castillo y Calvo Sotelo habían sido asesinados el domingo 12. El lunes no había periódicos, salía La hoja del lunes. El martes sale Ahora con la primera página dividida exactamente por la mitad. En una mitad está la cara de Calvo Sotelo y en la otra mitad la cara del Teniente Castillo. Y dentro del periódico hay un editorial defendiendo la República, condenando con la misma ira moral y política los dos crímenes. Y dices: «Esto es muy importante». Compara lo que escribió mucha gente, cómo mucha gente se dejó llevar —porque es muy fácil dejarse llevar por la idiotez, por el fanatismo—. Lo asombroso de este hombre es que en medio de esas circunstancias —y no retrospectivamente— mantuvo una claridad mental, una elegancia de estilo y una lucidez política completamente insobornables. Eso es excepcional, eso es completamente excepcional.

La execración de los dos crímenes cometidos en la persona del oficial señor Castillo y del ex ministro señor Calvo Sotelo está en el alma, en el pensamiento y en los labios de toda conciencia honrada. La caza del hombre, premeditada y ejecutada con todas las agravantes, no hay nadie que no la repudie, porque eso —como se dice en la nota del Gobierno— no tiene nada que ver con las ideas. La idea, sea la que fuere, cuando es idea, es cosa noble, patrimonio exclusivo del ser humano, y el crimen es la desposesión de ese mismo sentido de la dignidad humana.