El imperio del banano - Charles David Kepner - E-Book

El imperio del banano E-Book

Charles David Kepner

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Dos tipos de sangre corren por este libro: la estadística, del investigador Charles Kepner, y la experiencia, de Jay Henry Soothill, quien fuera superintendente y testigo de la empresa más poderosa de transporte y producción de fruta en Centroamérica durante la primera mitad del siglo XX. Aunque el texto que aquí se presenta fue publicado originalmente en Nueva York en 1935, esta edición retoma la traducción realizada por la Imprenta Nacional de Cuba en 1961, a la que se ha añadido un prólogo de Juan Valdés Paz, reciente Premio Nacional de Ciencias Sociales de Cuba. Así, a medio camino entre la narrativa y el rigor académico, este libro expone, con datos vigentes, el desarrollo de la industria bananera en Centroamérica, de los exportadores y las navieras que competían por comprar a los productores locales. Además, describe el modo en el que las grandes compañías afianzaron el capital que les permitía ofrecer préstamos a los gobiernos necesitados a cambio de concesiones ventajosas. Por último, como en cauce progresivo, el lector tendrá todo el contexto histórico y social que explica el encumbramiento de la United Fruit Company, la firma con mayor injerencia política en el campo de la producción de fruta y el transporte ferroviario y náutico. Esta es la historia completa del primer trust en América Central.

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Akal / Inter Pares

Director: Marcos Roitman

Diseño cubierta: RAG

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito del editor.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Este libro fue publicado originalmente en inglés como The Banana Empire: A Case Study of Economic Imperialism, Nueva York, Vanguard Press, 1935. Todos los esfuerzos realizados por localizar a los beneficiarios de los derechos, en caso de que los hubiera, han sido infructuosos.

La presente edición en castellano sigue la publicada en La Habana, Ediciones Especiales, 1961.

© Juan Valdés Paz, 2015, por el prólogo a esta edición

D.R. © 2015, Edicionesakal México, S. A. de C. V.

Calle Tejamanil, Manzana 13, lote 15,

colonia Pedregal de Santo Domingo, Sección vi

delegación Coyoacán, CP 04369 México, D. F.

Tel.: +(01 55) 5658 8426 y 5019 0448

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-607-8683-48-2

Charles David Kepner, Jr. y Jay Henry Soothill

El imperio del banano

Las compañías bananeras contra la soberanía de las naciones del Caribe

Prólogo de Juan Valdés Paz,

Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas de Cuba 2014

Dos tipos de sangre corren por este libro: el de la estadística, del investigador Charles D. Kepner, Jr., y el de la experiencia, de Jay Henry Soothill, quien fuera superin­tendente y testigo de la empresa más poderosa de transporte y producción de fruta en Centroamérica durante la primera mitad del siglo xx.

Así, en medio del flujo narrativo y el rigor académico, este libro expone, con datos aceptados en la actualidad, el desarrollo de la industria bananera en el Caribe, de los exportadores y las navieras. Ésta es la descripción pormenorizada del origen y encumbramiento de la United Fruit Company, el trust con mayor injerencia política en Panamá, Costa Rica, Honduras y Guatemala, y que inspiró al cuentista O. Henry para acuñar el término república bananera.

Aunque publicado originalmente en Nueva York en 1935, dentro de la serie American Imperialism, la edición que aquí ofrecemos actualiza, en cuanto al lenguaje, la edición de 1961, publicada por la Imprenta Nacional de Cuba, y añade un prólogo de Juan Valdés Paz (Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas de Cuba 2014); en cuanto a los datos, éstos se mantienen vigentes, y confirman al texto como un clásico en economía e historia latinoamericanas, con una frescura que sobrevive a sus casi ochenta años.

Charles David Kepner, Jr., ministro de congregación, mantuvo un agudo interés en las repúblicas latinoamericanas que lo llevó, a partir de un seminario que cursó en México dentro del Committee on Cultural Relations with Latin America, a realizar estudios de posgrado en Chicago y Columbia. Con esta formación, y bajo el auspicio del American Fund for Public Service, realizó investigaciones profundas en torno a la industria bananera en el Caribe y, específicamente, a la injerencia de la United Fruit Company en los gobiernos de Panamá, Costa Rica, Honduras y Guatemala. Su colaborador, Jay Henry Soothill, fue empleado de dicha empresa de 1912 a 1928. Al momento de su renuncia, se desempeñaba como superintendente en los departamentos de exportación y marina en Costa Rica.

PRÓLOGO a la edición cubana[1]

La presente obra, que ofrecemos hoy a la creciente avidez y al apetito de información y cultura cada vez más acentuado de nuestro pueblo, constituye un clásico en su dominio. No es un libro de última hora. Los datos que registra no alcanzan más que hasta 1932 y por ello, algunas apreciaciones de paso, tales como las referencias al antiimperialismo militante de Haya de la Torre, por ejemplo, hoy completamente evidenciado, revelan su rancia procedencia.

Se percibe además una cierta indeterminación —muy notoria hoy, aunque no tanto 30 años atrás— entre colonialismo e imperialismo en el papel histórico de Estados Unidos. Mientras se describe aquí el imperialismo, casi con minuciosidad de relojero, lo que ocasionalmente se define es el colonialismo o ideas colindantes. Por ello reiteradamente aparecen las expresiones “imperialismo económico” o “imperialismo industrial”, como si el carácter económico e industrial no estuvieran en la esencia, en la definición del fenómeno histórico que tenemos por imperialismo.

Pero ello no afecta ni disminuye la justeza del análisis ni la veracidad del cuadro; antes bien, le da cierto regusto documental y le acumula a otros merecimientos la garantía del tiempo. En este mismo sentido, el volumen gigantesco de lo que contiene la obra, la inverosímil cantidad de información, la solidez y garantía de las fuentes, el conocimiento del terreno, la honestidad del enfoque, la preocupación constante en la denuncia del atropello y el latrocinio desencadenado sobre estos sufridos pueblos por la aventura del banano, mantienen vivo su carácter de formidable documento de nuestra época, que le granjearon el prestigio que tuvo en los días iniciales de su aparición y que conserva hoy como una fuente imprescindible para el conocimiento de la realidad actual de los países del Istmo, así como para comprender la naturaleza estranguladora del régimen monopolista norteamericano.

Esta obra fue el resultado de la actividad de una organización progresista norteamericana, el American Fund for Public Service —comúnmente conocido como el Garland Fund—, que promovió algunas investigaciones sobre la expansión y las inversiones norteamericanas en América Latina con el propósito de “fomentar por diversos medios la civilización humana y la justicia social”. Varias obras importantes aparecieron como resultado de esa gestión: La diplomacia del dólar, de Scott Nearing y Joseph Freeman, y Los yanquis en Santo Domingo, de Melvin M. Knight, que probablemente sigue siendo la obra sustancial acerca de la penetración y predominio de los monopolios norteamericanos en aquel hermano país, y otras.

Los autores de El imperio del banano utilizaron por igual fuentes documentales y directas, realizando un trabajo verdaderamente admirable, tanto por la cantidad de información como por la amenidad e interés de la exposición. Aunque el primero, Charles D. Kepner, provenía de las aulas académicas, efectuó numerosos viajes por toda América Latina y se vinculó estrechamente a nuestra realidad social e histórica.

El segundo, Jay H. Soothill, ocupó varios cargos en la United Fruit Company durante largos años, lo que le permitió un contacto directo y un conocimiento profundo de la tragedia bananera desde las mismas entrañas del monstruo.

Por estas razones y las que el propio lector podrá añadir, Biblioteca Popular se enriquece con la publicación de El imperio del banano, obra imprescindible en la formación de todo revolucionario de la América Latina y necesaria en las manos de todo hombre de buena voluntad en cualquier país del mundo.

[1] Biblioteca Popular, La Habana, Imprenta Nacional de Cuba, 1961.

INTRODUCCIÓN

Harry Elmer Barnes

La naturaleza del imperialismo contemporáneo

Lo que usualmente se conoce como imperialismo económico moderno es uno de los más característicos e importantes aspectos de la actualidad. No es sólo una fase decisiva del comercio y del inversionismo modernos, sino que ha afectado profundamente muchos aspectos económicos de nuestra vida. En el campo de la política implica: 1) el desarrollo de una política exterior condicionada por las ambiciones ultramarinas y el dominio colonial, y 2) la reacción que ésta provoca en las instituciones políticas de los Estados que han colaborado, en cualquier grado, con empresas imperialistas. Como hace tiempo puso en claro L. T. Hobhouse, ningún país puede esperar “dedicar una parte de sus energías y recursos a la adquisición y dominio de tierras y pueblos en ultramar y tener la esperanza de mantener su política interior libre de las responsabilidades y desventajas que impone el dominio ultramarino”. En el campo de las instituciones sociales se han producido modificaciones de gran alcance, lo mismo en el interior que en el extranjero, debido al contacto de costumbres muy diferentes. Similarmente, la vida intelectual y cultural ha sido profundamente influida por la acción recíproca de culturas divergentes, unas sobre otras, lo cual ha sido motivado por los contactos producidos por el imperialismo moderno.

Por consiguiente, puede afirmarse con toda seguridad que quien no se haya familiarizado con la naturaleza y las realizaciones del imperialismo contemporáneo ignorará una de las más importantes fases de nuestra civilización actual. La indiferencia a la actividad imperialista de nuestros días no sólo nos mantiene ignorantes de hechos vitales, nos incapacita para comprender inteligentemente muchos de los más graves problemas de la política contemporánea y de las relaciones internacionales; es causa de una ignorancia que no solamente debería humillar, sino que resulta prácticamente peligrosa. Pero peor que la ignorancia causada por la indiferencia es esa actitud poliánica de confianza y complacencia cósmica que nace de la familiarización con las consecuencias del imperialismo moderno merced a nuestros periódicos convencionales y voceros oficiales. Éstos garantizan la bondad de los inversionistas y comentan los oídos sordos que todos los departamentos de relaciones exteriores pretenden prestar a los requerimientos de inversionistas y mercaderes para que las fuerzas de la nación se pongan al servicio de sus intereses privados.

Se ha puesto mucho calor y dogmatismo en los esfuerzos por definir y señalar nuestro imperialismo contemporáneo. Para unos es principalmente un proceso civilizador benévolo y desinteresado; otros ven en él la más brutal y cruel manifestación del capitalismo moderno y del espíritu de rapiña. Los autores consideran que será mejor abandonar, de momento, todos estos dogmas sobre el imperialismo y hacer un estudio cuidadoso de los hechos para comprender lo que en realidad es el imperialismo contemporáneo. Al hacer esto, nos daremos cuenta de que algunos de los más viejos dogmas están completamente desacreditados y que algunas ideas pueden ser comprobadas y ampliadas. Hemos supuesto convencionalmente que el proceso imperialista es el siguiente:

1. Mercaderes y banqueros reconocen las oportunidades para beneficios pecuniarios en algunas regiones atrasadas política y económicamente.

2. Su penetración es seguida de llamamientos de ayuda a los departamentos de relaciones exteriores de sus respectivos Estados.

3. Estos llamamientos acaban por provocar la intervención militar y la administración política de aquellas regiones.

Esta secuencia, aunque bastante corriente, no es en manera alguna inevitable. En muchos casos no hay intervención política ni militar porque los banqueros y los mercaderes creen que podrán desplegar sus actividades con mejores resultados sin el embarazo de las fricciones políticas. Se impone, pues, un cuidadoso y crudo estudio del imperialismo en acción. Esto no implica que nos constituyamos en panegiristas del imperialismo. Podemos acabar por formular una condena de éste, mucho más vigorosa que la que de manera convencional nos ofrecen algunos autores de tendencias socialistas, o podemos descubrir que en algunos respectos el proceso imperialista es atenuado por los resultados, pero lo que necesitamos antes de emitir una convincente condena o una razonada defensa del imperialismo son los hechos. Después de todo, la definición más útil de una cosa es la descripción de lo que hace.

Además, es con toda seguridad un error pensar en el imperialismo moderno sólo en términos económicos. Es indudable que los estados industriales modernos se ven impelidos a desarrollar el comercio de exportación y a buscar fuentes de primeras materias, pero esto no los ha de impulsar necesariamente a anexionar territorios. Nuestros clientes más importantes son Canadá, Europa y América del Sur y a nadie se le ocurre proponer que ejerzamos ningún control político sobre estas regiones del mundo. Como el crecimiento de la población, la expansión económica ha conducido al imperialismo en gran parte a causa del nacionalismo y del orgullo nacional en las colonias. El Congo francés e Indochina han resultado unos verdaderos elefantes blancos, por lo onerosos, en manos de los franceses, y lo mismo puede decirse de las colonias italianas en África. No obstante, parece que Mussolini está dispuesto a correr los riesgos de la adquisición de otro elefante blanco, dando por supuesto, claro, que Etiopía tiene un mayor valor económico en potencia que las otras colonias italianas en África. El imperio colonial alemán fue ciertamente un producto del nacionalismo más que del apremio económico. Los imperialismos americano y británico se basan de manera más exclusiva en motivos económicos.

Por otra parte debemos desechar la hipótesis, tan simple, del diabolismo consciente, inequívoco y regular del imperialismo contemporáneo. Es indudable que dada la organización actual de la sociedad, tenemos algunas necesidades económicas definidas que sólo pueden satisfacerse con la obtención de mercados exteriores y asegurándose materias primas de otros países. Hemos acumulado un gran exceso de capital para invertir que inevitablemente buscará una válvula más allá de nuestras fronteras nacionales. Hemos de considerar francamente estas realidades económicas. Tenemos ante nosotros la perspectiva de que habremos de enfrentarnos, por mucho tiempo, con el problema que supone el contacto de culturas superiores con culturas inferiores, de sistemas económicos supuestamente superiores con otros inferiores. Mientras subsistan los tipos prevalentes de organizaciones políticas y de sistemas económicos, tendremos estas manifestaciones de penetración económica y de dominio político. Si deseamos modificar o eliminar esta situación, deberíamos cambiar, por lo menos en parte, la naturaleza de la organización económica, social y política de la humanidad.

Al estudiar los progresos del imperialismo contemporáneo no podemos considerarlo desde los puntos de vista adoptados en los estudios de la expansión de Europa de 1500 a 1800. En el primer período los resultados más destacados pudieron observarse en el efecto del movimiento de expansión sobre la misma Europa. Hubo relativamente poca penetración de los europeos en las regiones de ultramar. Las influencias más importantes se dieron en la reacción que los productos, las prácticas y las ideas encontradas produjeron en Europa. Esta reacción, a la larga, causó la decadencia del orden medieval y el establecimiento del nacionalismo y del capitalismo, junto con muchos cambios culturales importantes. Después de 1870 hubo un movimiento mucho más activo hacia las regiones de ultramar, a las cuales los europeos llevaron la nueva tecnología y otros aspectos de la civilización occidental que transformaron las condiciones de vida de la mayor parte de la población de aquellas regiones.

De manera similar, la política mundial de 1500 a 1800 tuvo como principal consecuencia la transformación de Europa, y después de 1870 encontró su expresión más notable en el desplazamiento de la población europea y de su civilización a tierras lejanas. Esto no debe tomarse, naturalmente, como una negación de la importancia de la expansión de Europa en otras tierras después de 1500 o de la reacción del proceso imperialístico sobre Europa después de 1870; es, sencillamente, un reconocimiento del relativo significado de la expansión y de la reacción en estos dos períodos.

Los antecedentes históricos

Una de las más impresionantes fases de la edad moderna, tan dinámica, ha sido el crecimiento del nuevo imperialismo nacional desde 1870. Entiéndase por esto el desarrollo del control europeo y norteamericano sobre los territorios y recursos de los pueblos menos poderosos, los cuales habían alcanzado una evolución inferior generalmente realizada con la sanción o la intervención armada de los Estados a los que pertenecían los mercaderes expansionistas. Como movimiento, éste ha variado grandemente, desde el simple control sobre una zona determinada, hasta la absorción política.

Tal vez la fase más conspicua del imperialismo moderno ha sido la gran rapidez de la expansión y ocupación europeas. En sesenta años los blancos han ocupado prácticamente más territorio, en una u otra forma, que el que fue apropiado durante los tres siglos del viejo movimiento colonial. En 1800, unas cuatro quintas partes de las tierras del Globo no habían sido abiertas al hombre civilizado por las exploraciones, y aun en 1870 más de la mitad de la superficie habitable de la Tierra no había sido penetrada por 10 europeos. Pero a principios del siglo xx todo el planeta, excepto las regiones polares extremas, había sido recorrido por el hombre blanco, y sus recursos y posibilidades de explotación habían sido catalogadas. África había sido explorada y repartida. Oceanía había sido ocupada y en Asia y América Latina se había establecido la hegemonía política de Europa y de los Estados Unidos.

Las fuerzas o causas de este movimiento expansionista son convencionalmente clasificadas como económicas, políticas, sociales, religiosas y psicológicas. De entre éstas, las causas económicas arrancan directamente de la Revolución Industrial. Mientras este movimiento afectó a Inglaterra y a Francia en un período relativamente temprano, la era de mayor desarrollo industrial en Alemania y en los Estados Unidos se inició en los años posteriores a 1870. Estas nuevas industrias cimentadas en procesos mecánicos bajo el sistema de fábricas, crearon un aumento sin precedentes de la producción y una acumulación enorme de capital disponible para las inversiones. Las bases económicas del desarrollo del imperialismo moderno quedan reveladas por el aumento de riqueza y de ingresos de los Estados Unidos desde 1850.

Tabla 1. Riqueza total de los Estados Unidos (en millones de dólares)

Año

Millones de dólares

1850

7,000

1870

30,000

1900

88,000

1922

322,000

1925

355,000

1929

361,000

Los ingresos totales de los Estados Unidos aumentaron de 31,400 millones en 1910 a 72,000 millones en 1928. Al mismo tiempo, los grandes adelantos en la técnica de los transportes terrestres y marítimos hicieron posible el aumento del comercio mundial en una escala que excedía todo lo conocido hasta la época. En 1928 el volumen total de las transacciones entre los ciudadanos de los Estados Unidos y el resto del mundo ascendía a más de 11,000 millones de dólares. La distribución de estas operaciones queda detallada en las tablas siguientes:

Tabla 2. Operaciones que causan pagos a los norteamericanos (en millones de dólares)

Concepto

Millones de dólares

Mercaderías exportadas

5,129

Cobros por fletes

143

Turistas extranjeros en los Estados Unidos

168

Intereses de las inversiones norteamericanas en el extranjero

817

Deudas de la guerra cobradas por el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos

60

Regalías por las películas norteamericanas

70

Operaciones de seguros

80

Tabla 3. Operaciones que causan pagos por los norteamericanos (en millones de dólares)

Concepto

Millones de dólares

Mercaderías importadas

4,091

Pagos por fletes

227

Turistas americanos en el extranjero

782

Intereses de las inversiones de extranjeros en los Estados Unidos

252

Envíos de dinero al exterior por inmigrantes en los Estados Unidos

217

Ayuda a misiones y a obras de beneficencia

52

Operaciones de seguros

70

A medida que se ha desarrollado el industrialismo moderno, el impulso al imperialismo, que reside en la búsqueda de mercados para los productos, ha sido extraordinariamente aumentado por el deseo de asegurar el control del suministro de las materias primas indispensables. En este aspecto, el hule y el petróleo han llegado a ser particularmente importantes en años recientes a causa del aumento de motores de combustión interna y de la creciente popularidad de los automóviles. Puede decirse con toda seguridad que ningún otro factor es tan importante en la diplomacia contemporánea como la ambición por asegurar y salvaguardar un suministro de hule y de petróleo.

El deseo de explotar petróleo ruso fue la razón principal para que la Gran Bretaña reconociese a la Unión Soviética. Con el eclipse de los intereses británicos y el aumento de los de la Standard Oil Company en los campos rusos, hemos visto al vocero de Rockefeller descubriendo muchas ventajas en el experimento soviético. La restricción en el suministro de hule impuesta por la Gran Bretaña bastó para provocar las protestas decididamente antibritánicas del señor Herbert Hoover, un hombre que ciertamente nunca había demostrado tendencias antibritánicas. Las reservas petroleras de Colombia son suficientemente ricas y convenientes a las necesidades de los Estados Unidos como para inducir aun a los adamantes rooseveltianos, como Henry Cabot Lodge, a repudiar implícitamente la política panameña de Roosevelt y abogar por un arreglo para indemnizar a Colombia.

La tensión diplomática causada por los suministros de hule ha disminuido un poco a causa de la baja del precio, y las compañías petroleras particulares preparan arreglos para reducir la concurrencia entre ellas. Estos grandes cárteles petroleros internacionales llegarán, no obstante, a constituir un peligro auténtico, a menos que se les someta a un adecuado control internacional a través de organismos públicos.

A causa de la baratura de los transportes por mar, de la rapidez con que pueden hacerse los embarques y la disminución de las pérdidas de barcos, el comercio ha aumentado. Todo esto, naturalmente, ha tenido como consecuencia la lucha por los mercados y las inversiones de capitales en gran escala en regiones de ultramar. Estos mercados y regiones e inversión han sido buscados, en la medida de lo posible, en colonias creadas en zonas de atraso, desocupadas, y, cuando éstas no han estado disponibles, en centros de antiguas civilizaciones que no habían evolucionado hasta el industrialismo.

A las causas económicas del nuevo movimiento de expansión se agregaron las de carácter político. El crecimiento del nacionalismo moderno estimuló e intensificó el deseo de asegurarse el control de zonas coloniales. Italia y Alemania apenas habían afirmado su unidad nacional en 1870 cuando empezaron a mostrar un intenso fervor patriótico que tendía a la expansión en el extranjero. Francia buscó en esta expansión una compensación a la pérdida de Alsacia y Lorena. Rusia, no satisfecha con los grandes territorios que poseía sin explotar, se volvió hacia el sur para apoderarse de otros países en Asia. Inglaterra, durante largo tiempo, ha condicionado su futuro al mantenimiento de su supremacía como nación comercial y colonizadora. Los mismos Estados Unidos, antes de finalizar el siglo xx, habían ocupado todas las tierras aprovechables dentro de sus fronteras y se volvían hacia América Latina buscando nuevas regiones para explotación e inversiones. Este proceso produjo, naturalmente, como una especie de compensación psíquica, la noción de la “misión civilizadora” o de la “carga del hombre blanco”, y provocó las rivalidades nacionales sobre la relativa extensión de las posesiones en el exterior.

De manera similar, había un poderoso motivo sociológico que se combinaba con los impulsos políticos en favor de la expansión. Por una serie de causas todavía no bien comprendidas, pero que nacen del industrialismo moderno y de los progresos de la ciencia médica, la población de Europa aumentó de 175 millones de personas en el año 1750, a 450 millones en 1915. Esto hizo que en muchos países los medios de subsistencia fuesen insuficientes para la población y que la emigración fuera estimulada, cuando no forzada. Era natural que la madre patria quisiese mantener el control político sobre sus emigrantes y esto sólo era posible cuando se desplazaban a las colonias. Así fue como el factor biológico-social del crecimiento de la población se combinó con el impulso político derivado del patriotismo.

Además, los motivos religiosos para extenderse a regiones lejanas no sólo no han declinado, sino que han aumentado. A los misioneros católicos, que no habían reducido su actividad desde que se había iniciado la expansión europea, se unieron, en número paulatinamente creciente, los protestantes. El poder de atracción de los misioneros aumentó cuando pudieron llevar no sólo las palabras del Evangelio sino también las artes industriales modernas y los beneficios de la ciencia médica.

Finalmente, algunos impulsos psicológicos han contribuido a extender los intereses de Europa en ultramar. Uno de ellos ha sido siempre el deseo de aventura; otro, la acuciante curiosidad científica. Y el prestigio social que usualmente da el servicio en las colonias debe haber obrado como un incentivo. Además, los varios aspectos psicológicos del agresivo nacionalismo moderno han sido utilizados en la propaganda de algunos imperialistas hábiles e inescrupulosos para conquistar la adhesión popular a sus programas.

Los más recientes movimientos de expansión han sido nacionales más que de personas o compañías privilegiadas, y su principal campo de operaciones es el hemisferio oriental con preferencia al occidental, a la inversa de lo que ocurriera en la actividad del primer período de exploración y colonización. África y Oceanía han sido fuertemente colonizadas y Asia ha sufrido una vigorosa explotación económica; además, no hay que ignorar la extensa explotación comercial de América Latina por parte de las naciones europeas y los Estados Unidos. El sentido de este período de expansión, más reciente, es descrito de manera vívida por el profesor Shotwell:

Los conquistadores, vestidos de caqui o luciendo brillantes cascos, han hecho saber a la mayoría de los salvajes del Globo que pertenecen, en lo sucesivo, a las naciones europeas. En los muelles de Londres hay mercaderías llegadas de las fábricas alemanas para los comerciantes aventureros de hoy, que las llevarán a los bantúes y a los negritos. Dentro de los arrecifes de coral de las islas de Oceanía se amontona el carbón de Cardiff para los buques que van a romper el silencio de las lejanas Hébridas con que soñaba Wordsworth. Y para el historiador esto tiene otro sentido que el poético. La transformación de África y de Asia se debe a los hombres que fueron descritos por Joseph Conrad y por Rudyard Kipling; y a esta transformación se debe principalmente la política de expansión imperialista y de rivalidades coloniales y comerciales que son en el fondo la causa de la presente guerra (europea).

La tabla siguiente muestra un excelente resumen de la expansión territorial de los Estados occidentales hasta la Guerra Mundial.

Tabla 4. Imperios coloniales del mundo en 1914

Extensión en millas*

Población

Núm. de colonias

Metrópoli

Colonias

Metrópoli

Colonias

Reino Unido

55

120,953

12’044,000

46’052,700

391’582,528

Francia

29

207,076

4’110,409

39’602,000

62’350,000

Alemania

10

208,830

1’231,000

64’926.000

13’075,000

Bélgica

1

11,373

910,000

7’571,000

15’000,000

Portugal

8

35,500

804,140

5’960,000

10’021,000

Países Bajos

8

12,761

762,863

6’102,000

37’410,000

Italia

4

110.623

591,250

35’239,000

1’396,000

Estados Unidos

6

3’026,000

125,610

98’781,000

10’021,000

La principal transformación producida por la Primera Guerra Mundial fue la distribución del imperio colonial alemán entre los aliados victoriosos, principalmente Gran Bretaña, Japón y Francia.

Los efectos del nuevo imperialismo sobre la política y los acontecimientos y las tendencias diplomáticas de la última mitad de siglo en Europa han sido más profundos. Apenas ha surgido una alianza o un conflicto armado que no haya sido más o menos afectado por la política o las ambiciones coloniales, mientras esta política determina con mucha frecuencia las características y los fines de la política interior, lo mismo que los destinos y las carreras de los estadistas.

Si bien es indudable que una gran parte de la vieja política de explotación intensiva ha sido incorporada al nuevo movimiento imperialista desde 1870, también es cierto que en las actividades de los colonizadores ha prevalecido un nivel moral ligeramente superior. Por lo menos ha habido un reconocimiento teórico, aunque algunas veces hipócrita, de la obligación moral del hombre blanco y de su deber de elevar el nivel cultural de la población indígena de las colonias. No obstante, este progreso moral no ha sido uniforme y hay poco o nada en las relaciones de los puritanos con los indios que compense los asesinatos en masa, el corte de manos y otras atrocidades de “tiempo de paz” cometidas por los agentes de Leopoldo ii en el Congo Belga.

Los Estados Unidos en el imperialismo moderno

Es evidente que la más interesante manifestación del imperialismo contemporáneo es, para los americanos, la expansión del capital y del poder colonial más allá de las fronteras originales de los Estados Unidos. Algunos oradores patrióticos han afirmado a menudo que los Estados Unidos se han mantenido resueltamente al margen de la orgía imperialista de la última mitad de siglo. La verdad, parece ser que nos hemos mantenido muy escrupulosos en este sentido y más bien nos hemos dedicado al principio de expansión. Fundados como una fase del primer gran período del imperialismo y de la colonización, hemos sido siempre un país imperialista desde el punto de vista del desarrollo de control sobre nuevas regiones y de la subyugación de pueblos inferiores. El crecimiento de nuestro país ha sido en cierto sentido un ejemplo de los esfuerzos y los éxitos imperialistas. La historia de los Estados Unidos de 1607 a1890 nos muestra una frontera continuamente ampliada sometiendo la primitiva población indígena a nuestro dominio y conquistando la mayor parte de un gran continente. Este período terminó alrededor de 1890, exactamente cuando acabábamos de pasar por las más importantes fases de la Revolución Industrial y disponíamos por primera vez de un considerable exceso de capital y teníamos una necesidad creciente de mercados extranjeros. En otras palabras, necesitábamos una expansión más allá de nuestras fronteras en el momento exacto en que contábamos con los recursos para realizarla y éstos se encontraban bajo la supervisión temporal de un partido político controlado por la industria y las finanzas norteamericanas. El profesor J. Fred Rippy precisó de una manera correcta y valerosa los hechos cuando escribió:

Es en vano que proclamemos nuestra inocencia en el imperialismo. Toda nuestra historia en un mentís a nuestras protestas de inocencia, a menos que se quiera jugar, tergiversándolo, con el término “imperialismo”. El hecho es que nuestras fronteras son mucho más extensas que en 1783 y que la mayor parte de nuestro territorio ha sido adquirido a expensas de la América española [...]. Una política que ha sometido a nuestro dominio virtual una docena de repúblicas en una generación puede diferir del imperialismo europeo en la forma, pero está sustancialmente muy cerca del imperialismo.

El profesor Parker Thomas Moon ofrece una exposición de la extensión práctica del “Imperio Norteamericano”, la cual, con toda seguridad, asombrará a los lectores que no han prestado atención especial al imperialismo y a la expansión norteamericana:

Pero si el Canadá es una parte del Imperio británico y Egipto e Irak están bajo el control británico, según el mismo criterio hay que reconocer que Cuba, Haití, República Dominicana, Panamá y Nicaragua caen en cierta manera bajo el control de los Estados Unidos, si bien sufren el veto de ellos; su vida económica se desarrolla en gran medida bajo la supervisión de Estados Unidos, que los protege contra cualquier intromisión no americana exactamente como Francia o la Gran Bretaña impiden las intromisiones de otras potencias en sus respectivos protectorados. Tal vez podríamos agregar a la lista, sin provocar serias objeciones, a Liberia. Y habrá lectores que querrán añadir a ella algunas repúblicas de la América Central, o México, Colombia o Venezuela; pero nosotros excluimos estos países porque la intervención norteamericana en sus asuntos es menos formal, menos continua, menos análoga a los “protectorados” del imperialismo europeo. Aceptando, pues, esta moderada lista de semidependencias —Cuba, Haití, Santo Domingo, Panamá, Nicaragua y Liberia— y añadiéndola a la de los territorios y posesiones, obtenemos un total que pone al imperio colonial de los Estados Unidos en sexto lugar por su extensión y población, y en segundo por su valor comercial. Para ser una nación agresiva, los Estados Unidos han conseguido un notable provecho en comparación con rivales cándidamente dedicados a la expansión imperialista. Sólo la Gran Bretaña ha sacado mejor provecho que los Estados Unidos.

Era natural que ante todo nos volviésemos hacia América Latina, justificando nuestra acción en la retórica oficial, con el pretexto de la defensa de la justicia humana, pero sin dejar de aumentar las facilidades para inversiones y sin dejar de adquirir en condiciones favorables los valiosos recursos naturales de las tierras ocupadas. Nuestra intervención en Cuba no fue en ningún sentido un negocio desastroso. Ayudamos al movimiento de la Independencia cubana después de haber considerado varias veces, durante los cincuenta años anteriores a 1898, la conveniencia de una intervención. Al cerrar el siglo, las cosas se habían puesto de tal manera que dimos el paso final. De Cuba extendimos nuestra penetración económica y nuestra presión política sobre otras partes de América Latina: México, Haití, Santo Domingo [República Dominicana], Nicaragua, Honduras, Guatemala, Panamá y las Islas Vírgenes. Durante el mismo período nos lanzamos al Pacífico y ocupamos las Islas Filipinas y las de Hawái. Además, los Estados Unidos se unieron con entusiasmo a la penetración comercial en China. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial vinieron nuestras notables inversiones en bonos aliados y los subsiguientes préstamos a Estados europeos, que nos han convertido en un poderoso factor en las finanzas de Europa. Con el descubrimiento de ricos yacimientos de petróleo en Asia Menor y en la Mesopotamia, nos hemos interesado recientemente en el Próximo Oriente.

No hay un límite previsible a la naturaleza o a la extensión de nuestras futuras inversiones en regiones de ultramar. Los más impresionantes aspectos de nuestra reciente penetración financiera más allá de las fronteras son los que se relacionan con la expansión de nuestros intereses en Canadá y América Latina, y nuestra creciente importancia en las finanzas internacionales de Europa. Nos hemos convertido en el principal inversionista extranjero en Canadá; nuestro comercio y nuestros intereses en América Latina han aumentado en mil por ciento en unos veinte años, y Europa busca nuestra ayuda y nuestra dirección para resolver sus más graves problemas financieros, como demostraron elocuentemente los planes Dawes y Young. El siguiente cuadro, tomado de The Bankers in Bolivia (Los banqueros en Bolivia) muestra los resultados de nuestra política de expansión y el volumen del “Imperio norteamericano”.

Tabla 5. Imperio colonial de los Estados Unidos en 1924

Extensión

(millas cuadradas)

Población

Comercio(dólares)

Territorios en el exterior

Alaska

590,884

60,000

88’905,000

Hawái

6,499

307,000

188’541,000

Dependencias

Islas Filipinas

115,026

11’076,000

243’356,000

Puerto Rico

3,435

1’347,000

172’478,000

Islas Vírgenes

132

26,000

2’559,000

Samoa

58

8,000

294,000

Guam

210

13,000

967,000

Wake y Midway

29

-

-

Territorios arrendados

Zona del Canal de Panamá, Guantánamo, Bahía de Fonseca e Islas del Maíz

527

27.000

-

Total posesiones

716,750

12’864,000

697’100,000

Dependencias nominales independientes

Cuba

44,164

3’369,000

724’595,000

Haití

11,072

2’045.000

28.872,000

República Dominicana

19,325

897.000

51’843,000

Panamá

33,667

443,000

16’250,000

Nicaragua

49,200

638,000

21’797,000

Liberia

36,834

1’500,000

2’528,000

Total dependencias nominales independientes

194,262

8’892,000

845’885.000

Gran total

911,012

21’756,000

1,542’985,000

La dinámica de nuestras empresas imperialistas se revela claramente en las siguientes estadísticas, correspondientes al crecimiento de nuestras inversiones comerciales en el extranjero.

Tabla 6. Inversiones comerciales norteamericanas por regiones (en millones de dólares)

1900

1920

1931

México

185

800

1.325

Canadá

150

1,450

4,436.011

Cuba

50

525

1,530

Otros países de América Latina

55

650

5,722

Europa

10

470

5,607.332

Asia y Oceanía

7.5

1,485.831

En América Latina, Estados Unidos se ha interesado principalmente por México y la región del Caribe, en parte debido al canal de Panamá y en parte como resultado de nuestras grandes inversiones en estas regiones. El Canal es de una importancia vital para el comercio y la defensa nacional de los Estados Unidos. Hemos invertido alrededor de $1,325 millones de dolares en México. Nuestra mayor inversión en la región del mar Caribe la hemos hecho en Cuba, con $ 1,500 millones. Esto demuestra que fuera de México y Cuba, nuestra política en el Caribe está dictada principalmente por razones estratégicas de comercio, seguridad y protección.

Este objetivo ha llevado a los Estados Unidos a asegurar una supervisión general sobre la zona del Caribe. Hemos fortificado el canal de Panamá. Hemos tomado medidas para impedir que las nueve repúblicas del Caribe caigan en manos de potencias extranjeras. Hemos asumido la obligación de estimular el orden para proteger a norteamericanos y extranjeros y para evitar cualquier intervención que no sea la estadounidense. Hemos seguido una política que asegura que cualquier dependencia económica de un Estado del Caribe sea una dependencia económica de los Estados Unidos. Hemos asegurado bases navales en la zona del Canal, en Cuba y en las Islas Vírgenes y hemos comprado el derecho a otra en Nicaragua. Hemos estimulado a Santo Domingo, Nicaragua, Haití y El Salvador a pagar sus deudas a países extranjeros por medio de empréstitos norteamericanos y luego hemos establecido en estos países interventores de aduana para asegurar el cobro de estos empréstitos. Para proteger a los extranjeros, mantener el orden y defender a nuestros inversionistas, hemos establecido gobiernos militares en Cuba, Haití, Santo Domingo y Nicaragua. Hemos intervenido temporalmente en Panamá siete veces; en Honduras seis; en Nicaragua seis, y en Guatemala y Costa Rica, una.

Generalmente se supone que nuestro Departamento de Estado ha obrado invariablemente bajo la presión de los banqueros inversionistas, pero en algunos casos ocurrió exactamente lo contrario. A veces el secretario de Estado ha creído conveniente para los Estados Unidos afirmar su supervisión en alguna región y por tanto, desea tener el apoyo de las finanzas norteamericanas en su política. Entonces el Departamento de Estado ha presionado a los banqueros para que compren los bonos de un país latinoamericano determinado. Éste, por ejemplo, fue el caso de los empréstitos a Nicaragua y a Honduras en 1911-1913, y a Cuba en 1922.

El cuadro siguiente, publicado en Current History de abril de 1929, indica la naturaleza de las inversiones norteamericanas privadas en los países de América Latina en 1912 y 1928:

Tabla 7. Inversiones norteamericanas en países latinoamericanos (en millones de dólares)

1912

1928

Argentina

40

488

Bolivia

10

90

Brasil

50

400

Centro América y Panamá

40

225

Chile

15

500

Colombia

2

212

Cuba

220

1,325

Ecuador

10

25

Las Guayanas

5

7.5

Haití y República Dominicana

7

55

México

800

1,195

Paraguay

17.5

Perú

35

170

Uruguay

5

80

Venezuela

3

125

Total

1,242

4,915

Estudios de inversiones norteamericanas en el extranjero

El American Fund for Public Service está empleando considerables sumas de dinero para fomentar por diversos medios la civilización humana y la justicia social. Se pensó, y tal vez con razón, que se contribuiría a este fin destinando un fondo adecuado para costear estudios sobre la expansión y las inversiones norteamericanas. El Fondo prestó ayuda substancial en la compilación y la publicación de los notables libros del doctor Nearing y Mr. Freeman, Dollar Diplomacy, y de Mr. Dunn, American Foreign Investments. Después se decidió realizar tres investigaciones iniciales de ejemplos típicos del imperialismo norteamericano en América Latina, bajo la dirección general del autor de estas líneas. Los países seleccionados para este propósito fueron Cuba, Santo Domingo y Bolivia. Cuba nos ofrece el ejemplo de un Estado teóricamente independiente que se ha convertido a la práctica en un protectorado económico y que tuvo un estatus político peculiar debido a la enmienda Platt y a la consiguiente habilidad de los Estados Unidos para proteger sus inversiones económicas por medio de intervenciones políticas periódicas. Santo Domingo es un caso representativo de intervención violenta, inicialmente para proteger a los inversionistas norteamericanos por medio de la restauración del orden y la estabilidad. Bolivia es un caso en el cual la penetración ha sido casi puramente económica, y en el que los compromisos del gobierno fueron contraídos inicialmente con banqueros particulares extranjeros que han cubierto los empréstitos necesitados.

La ejecución de estos tres estudios iniciales sobre las inversiones norteamericanas en el extranjero ha sido confiada a tres competentes investigadores. El doctor Melvin M. Knight, experto historiador y economista, investigador profesional de historia económica contemporánea y especialista en cuestiones de imperialismo, fue el encargado de estudiar Santo Domingo. El doctor Lefand H. Jeims, experto igualmente en historia y en economía y especialista que ha demostrado su competencia en este campo componiendo el más destacado trabajo sobre la migración de capitales británicos en el extranjero, fue el encargado de tratar la situación cubana. Margaret Alexander Marsh, conocida por su interés en cuestiones internacionales y que durante mucho tiempo fue secretaria ejecutiva de la American Association for International Conciliation y especialista del Federal Coun­cil of Churches sobre inversiones norteamericanas en México, fue elegida para investigar la situación en Bolivia.

La gran calidad de estas monografías originales y el interés que despertaron lo mismo en este país que en Latinoamérica, en donde des­pués fueron publicadas en traducción al español, animaron al American Fund a patrocinar otro grupo de estudios más extenso. En 1913 aparecieron The Capitalists and Colombia, del profesor James Fred Rippy y Porto Rico: a broken pledge, del profesor Bailey W. Diffie. Se espera que además del presente volumen se podrán publicar otros sobre nuestra penetración financiera en los demás países del Caribe.

Este libro sobre imperialismo industrial y comercial, directamente relacionado con el desarrollo de la industria frutera en la América Central, es el resultado de la colaboración de dos hombres que estaban idealmente preparados por el temperamento y la experiencia para cooperar en el estudio del imperialismo en el Caribe y de las actividades de la United Fruit Company.

Mr. Charles D. Kepner, Jr. ha tratado el tema desde un punto de vista académico. Su interés sobre la United Fruit Company y América Latina fue estimulado hace años, al seguir un curso del profesor Jacob Viner en la Universidad de Chicago. Después continuó sus estudios sobre el imperialismo en América Central en la Universidad de Columbia, cuyos Estudios de Historia, Economía y Derecho Público editarán un libro suyo, estrechamente relacionado con la presente obra. No obstante, las investigaciones de Mr. Kepner sobre el imperialismo en América Central no se han limitado a las investigaciones librescas; realizó un extenso viaje por México en 1928 como miembro de una comisión de estudios patrocinada por el Comité de Relaciones Culturales con América Latina, y más tarde emprendió un viaje cuidadosamente planeado por las repúblicas fruteras, con el fin de completar la reunión de material para este libro.

Mr. Jay H. Soothill ha estado en íntimo contacto con las cosas de América Central desde que entró al servicio de la United Fruit Company en Costa Rica, en marzo de 1912. Ascendió progresivamente y ocupó varios cargos de importancia y responsabilidad en la compañía, hasta que se retiró voluntariamente en abril de 1928. Pocas personas tienen un conocimiento más profundo que él sobre la industria bananera en América Latina y del papel de la United Fruit Company. Sus relaciones con esta compañía no le han hecho desfigurar sus juicios ni han enturbiado su visión de las cosas. Muestra, al contrario, un punto de vista objetivo de la cuestión, y sus grandes conocimientos le han permitido enriquecer esta obra con estudios detallados de casos precisos de las operaciones del imperialismo y la explotación económica de las repúblicas fruteras.

Esta fusión del trabajo de los señores Kepner y Soothill será considerada por la mayoría de los lectores libres de prejuicios como una de las más notables contribuciones a nuestro estudio de los métodos perseguidos en la extensión de nuestras relaciones industriales y comerciales con los países de América Latina.

La finalidad y el carácter de este documento quedan claramente expuestos en el siguiente extracto del libro:

Durante los treinta y cinco años de su existencia, la United Fruit Company ha producido, transportado y distribuido aproximadamente dos mil millones de racimos de bananos. Para desarrollar estas actividades económicas ha gastado en los trópicos una gran cantidad de dinero, una parte del cual ha recuperado en los mismos trópicos gracias a sus transportes por barco y ferrocarril, a la radio y otros servicios y por ventas y servicios de hospital. En su búsqueda de beneficios ha transformado selvas enmarañadas en centros de actividad humana, por lo menos temporalmente; ha construido edificios, redes de ferrocarril y otras obras de la moderna civilización material; ha levantado hospitales excelentemente equipados y ha reducido, aunque no eliminado, la amenaza de las fiebres tropicales.

Mientras realizaba éstas y otras obras igualmente constructivas, esta poderosa compañía ha hundido competidores, dominado gobiernos, sometido empresas ferroviarias, ha arruinado a plantadores, ahogado cooperativas, explotado a trabajadores, combatido el trabajo organizado y ha abusado de los consumidores. Este uso del poder por una empresa de una nación fuertemente industrializada en países extranjeros relativamente débiles, constituye un tipo definido de imperialismo económico.

Los autores han logrado establecer un balance de las actividades de la United Fruit Company en las repúblicas fruteras de América Central. Exponen los hechos francamente, sin miedo y sin favor; no han intentado ocultar las faltas de la industria bananera ni de la United Fruit Company ni de sus competidores, ni acusar a unos y a otros: su propósito ha sido más bien dejar que los hechos hablen por sí mismos. El resultado ha sido un gran cuadro, rico y complejo, que trata la actuación del imperialismo industrial, comercial y financiero en cuestiones económicas, e indica las repercusiones del imperialismo económico sobre la política y la diplomacia.

Prólogo a la Presente edición

Añadir un prólogo al clásico de los estudios latinoamericanos que es El imperio del banano pudiera parecer reiterativo, a la vista de la excelente introducción de Harry Elmer Barnes y del prólogo a la edición cubana de 1961. Asumo, pues, esta tarea con suma humildad y con la intención de colocar mi lectura en una perspectiva más contemporánea.

La historia de la expansión de las actividades de la United Fruit Company, la “Compañía”, transcurre en el marco histórico del ascenso del imperialismo desde fines del siglo xix hasta nuestros días, fase de la mundialización capitalista, caracterizada por la concentración y centralización del capital, el auge de los monopolios y el libre mercado. El recuento pionero de John Hobson de esta nueva etapa y su posterior teorización por eminentes pensadores marxistas como Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Bujarin y otros, sentó las características de este fenómeno como esencialmente económico, basado en una nueva fusión del capital financiero y el industrial en los centros del capitalismo avanzado, y en la exportación de capitales hacia la periferia del sistema mundial, principalmente hacia los países coloniales y semicoloniales. La política de los Estados concernidos sería un apoyo más o menos distante de un proceso endógeno al desarrollo capitalista. Posteriormente, otros autores, marxistas o no, insistieron en la naturaleza fundamentalmente geopolítica de este proceso y en el apoyo de los Estados a la exportación de capitales.

La industrialización acelerada de Estados Unidos en el último cuarto del siglo xix y primeras décadas del siglo xx ubicó a esta potencia capitalista emergente en el centro de este proceso, pero con modalidades propias resultantes de no haber sido una potencia colonial, de avanzar en una dominación no compartida e indirecta sobre América Latina y el Caribe, así como del empleo de nuevas formas de dominación política y económica sobre su periferia.[1]

Una de esas formas fue la intermediación mediante grandes consorcios económicos, las Companies, orientadas a asegurar el espacio geopolítico, la transferencia de recursos, el control de los mercados y el alineamiento de los Estados de la región. Dicho de otra manera: los Estados Unidos de Norteamérica aseguraban su expansión imperialista mediante el imperio de sus “Compañías” en territorios de la región.

Estas Companies, básicamente minero- y agro-exportadoras, expandían su actividad económico-política sobre territorios vírgenes, en un proceso ininterrumpido de acumulación y diversificación del capital que propició grandes transferencias de ganancias y un crecimiento sostenido de actividades; mientras, paralelamente a dicha expansión económica, se acrecentaban sus poderes políticos.

En este sentido, El imperio del banano nos ofrece el estudio de caso de la United Fruit Company (UFCo.), dedicada a la explotación y exportación del banano en Centroamérica y el Caribe durante cuatro décadas. El “irresistible ascenso” de la United se enmarca en un periodo histórico de auge de la producción y comercialización de dicha fruta, en cuyo lapso veremos a esta compañía convertirse en un trust de empresas especializadas que sometería a todos los productores y desplazaría, implacablemente, a todos sus competidores.

Esta expansión, con rasgos compartidos pero acontecimientos diferenciados por países, abarcará tres periodos, que los autores del presente librodelimitan del siguiente modo:

• Primero, de 1860 a 1890, en que la producción de banano se expande en manos de productores nacionales y en el cual varias compañías foráneas monopolizan su comercialización.

• Segundo, de 1890 a 1898, en el cual numerosas Companies se fusionan e integran actividades del ciclo económico del banano, tales como el transporte ferroviario y marítimo.

• Y Tercero, a partir de 1899, año en que se crea la United Fruit Company, hasta la década de 1930, en que la UFCo. se convierte en un trust, expande sus plantaciones y monopoliza en distintos grados la casi totalidad de la explotación del cultivo del banano en cuatro países de Centroamérica, dos del Caribe isleño, Colombia y México.[2]

Esta continuada expansión le permitirá a la United un cierto dominio económico de la cuenca del Caribe, llevar sus actividades del Atlántico al Pacífico y controlar los mercados de la fruta en toda la región y en Estados Unidos. Al respecto, los autores de El imperio del banano nos ofrecen una magistral narración de este proceso histórico mediante una acuciosa revelación de sus fuentes históricas, la observación participante de numerosos actores y el análisis de sus implicaciones para las sociedades anfitrionas.

Aunque el estudio de Kepner, Jr. y Soothill concluye a comienzos de los años treinta, la pormenorizada descripción que nos ofrecen permite modelar los principales rasgos de la United Fruit Company de entonces —una de las primeras corporaciones transnacionales de Estados Unidos—, y así valernos de dicho modelo para compararlo con su evolución posterior, que es la United Brands[3] —estudio por realizarse—, y con la evolución contemporánea del llamado agronegocio o agribusiness, modalidad de la transnacionalización del capital en la esfera primaria exportadora en general y en la agro-exportadora en particular. Algunos rasgos de este modelo de la “Compañía” serían entonces:

• Integración económico-financiera. La United mostraba la creciente integración de actividades empresariales, pasando de una compañía por acciones hasta conformar un poderoso trust. Ese proceso estuvo crecientemente basado en la fusión del capital agroindustrial con el capital bancario.

La incorporación sucesiva de actividades obedecía al propósito de dominar monopólicamente todo el ciclo de la producción-transportación-comercialización del banano.

Las Companies o compañías agroindustriales creadas o incorporadas por la United en cada país eran grandes empresas latifundistas que se encargaban de procesos de producción agropecuaria e industrial o semi-industrial, así como empresas ferrocarrileras y navieras. Éstas, en casos locales, eran subsidiarias de una corporación transnacional a cuya estrategia respondían.

• Desarrollo basado en la inversión foránea. El desarrollo bananero auspiciado por la United y su propia expansión estuvieron basados en la inversión directa, mediante proyectos de colonización, especialización productiva de los recursos y mejoras tecnológicas.

• Expansión sostenida y conflictiva. El crecimiento de las compañías nacionales y de sus actividades se fundamentó en la expansión territorial, lo cual dio lugar a permanentes conflictos por la tierra y sobre las fronteras nacionales.

La “Compañía” promovía, mediante compra o arriendo, la posesión de grandes extensiones de tierra, las que explotaba directamente en no más del 50% del área. Las áreas no explotadas o con producciones alternativas —alimenticia, pecuaria, forestal, etc.— funcionaban como reservas para futuras plantaciones, como áreas de urbanización o para la eventual expansión de vías férreas, así como barrera de acceso a la tierra de los campesinos y braceros, favoreciendo la constitución de un ejército laboral de reserva.

• Soberanía territorial. La compañía basó su presencia y expansión en una pretendida soberanía sobre los territorios que dominaba.

• Condición de excepcionalidad. La empresa exigió un tratamiento de excepción para justificar sus inversiones y expansión. Al efecto forzó la legalidad existente a su favor o acudió a acciones ilegales cuando le fueron necesarias. La interpretación de la legislación vigente, la promoción de nuevas leyes, las regulaciones, las concesiones pactadas con los gobiernos, y los contratos concertados con los productores, se subordinaron a los intereses de la “Compañía”. Además, ésta dedicaba una gran parte de su gestión administrativa a evadir o minimizar la carga impositiva.

• Alianzas locales. La UFCo. basó sus ventajas legales y operacionales en relaciones de influencias y clientelares, ya fuera con los gobiernos y autoridades, así como con funcionarios administrativos y judiciales en los distintos niveles.

• Organización productiva. La firma fundamentó su diseño territorial e inversionista en una concepción de enclave, es decir, concentrando en un territorio dado las actividades productivas, de comercialización, transportación y portuarias.

En dicho enclave quedaban comprendidos los productores privados de diferentes escalas y las plantaciones de la empresa. La producción de la plantación proveía aproximadamente la mitad del banano comercializado por la compañía, lo que explica su papel de balance en el monto de la producción y su incidencia sobre los precios y salarios.

• Organización administrativa. Estas Companies, nacionales o extranjeras, presentaban una organización compleja acorde con el número de actividades comprendidas, tales como: producción agrícola, pecuaria o forestal; producción industrial; comercialización; transportación; servicios, etcétera.[4]

La UFCo. organizaba sus actividades mediante una Administración o Manager general al frente de divisiones autónomas, bajo las cuales se incluyen todos los elementos necesarios para la producción; es decir, viveros, plantaciones, centros de acopio y beneficio, red ferroviaria propia, instalaciones para almacenaje y embarque, así como el conjunto de servicios colaterales. Cada una de estas divisiones operaba con relativa autonomía y podía relacionarse directa e independientemente con las oficinas generales de la United en Boston.

La estructura funcional de cada división consistía en: a) una Dirección conformada por un manager, un manager auxiliar y un aparato de apoyo administrativo; b) varios departamentos a cargo de las respectivas actividades productivas o de servicios de la división, y c) diversas unidades de producción o de servicios subordinadas a los respectivos departamentos.

• Producción para la exportación. La producción estaba orientada casi exclusivamente a la exportación, lo cual supone su beneficio y selección. El mercado internacional, más concretamente el norteamericano, determinaba las estrategias de desarrollo de la firma, así como sus operaciones a corto y mediano plazo.

• Transportación autónoma. Un rasgo esencial en el funcionamiento de la “Compañía” fue disponer de la mayor autonomía de transportación posible. Al respecto, integró en su trust a las empresas ferroviarias y marítimas nacionales adquiridas o las creadas al efecto por ella misma, de manera que los trenes y “la gran flota blanca” a su servicio adquirieran un peso determinante en el conjunto de los medios y capacidades nacionales, propiciando así su dependencia.

• Medios e instalaciones para la exportación. En que las gestiones estuvieran orientadas a la exportación determinó que las empresas navieras a cargo del traslado de la producción bananera y el aprovisionamiento de las empresas locales fueran absorbidas. Ello dio lugar al desarrollo de sistemas portuarios al efecto.

• Mecanismos de control de la producción y de incentivos. Los principales mecanismos de control directo de los productores fueron la refacción de las labores productivas y la vigilancia a cargo de un cuerpo de “inspectores de campo”.

Otros mecanismos de control indirecto, y a la vez de incentivación económica a los trabajadores —productores, braceros y empleados—, estaban en el asentamiento de la población vinculada a la empresa, en los servicios comunitarios que ésta prestaba en diversos grados —salud, educación, energía, comunicaciones, etc.—, en el comercio minorista de las “bodegas” y, sobre todo, en la inseguridad del empleo.

• Manipulación monopólica del mercado. La producción directa de la mitad de la cosecha del banano y el dominio monopólico del mercado le permitía a la “Compañía” incidir sobre el volumen de la oferta, la magnitud de la demanda, los requisitos de compra-venta y los precios, etc. Este monopolio le permitía presionar sobre los productores, subordinándolos a los intereses variables del trust.

• Efecto civilizatorio. La implantación y desarrollo de la “Compañía” en zonas vírgenes o de menor desarrollo relativo la proveían de un halo y efecto civilizatorio, determinados por la creación de nuevas actividades económicas, construcción de infraestructura, creación de nuevas vías de acceso, algunos servicios sociales, inmigración de trabajadores, etc. Este efecto adquiría un carácter temporal tras el desplazamiento de las actividades de la firma.[5]

Obviamente, la constitución de empresas nacionales o subsidiarias de la UFCo. con estos rasgos básicos, produjo un impacto más o menos importante en los territorios vinculados o en las naciones anfitrionas. Algunos de éstos fueron beneficiosos, como: incidir en el desarrollo de las fuerzas productivas, en el producto económico de esas naciones y en el incremento de su comercio exterior; ampliar la frontera agrícola y elevar su nivel tecnológico; crear empleo y favorecer el poblamiento de ciertos territorios; ampliar el mercado interno; sanear los espacios habitados; crear medios locales de comunicación, etc. Otros, sin embargo, menos beneficiosos y hasta maliciosos, fueron: elevar la dependencia económica de estos países mediante el control monopólico de algunas de sus actividades económicas y el condicionamiento externo de su desarrollo; definir sus inversiones acorde con sus intereses; transferir sus ganancias, evadir sus compromisos fiscales y controlar sus mercados de destino; limitar el desarrollo tecnológico; afectar la sostenibilidad de la producción; limitar la soberanía nacional sobre sus territorios; abandonar enclaves previos por otros nuevos; promover la corrupción administrativa; afectar el servicio público y manipular a la opinión pública mediante una información sesgada y una constante propaganda; y, por último, tender a reprimir los derechos económicos y sociales de la población en sus territorios y a sus representantes.[6]

Por otra parte, este modelo y estos impactos conocidos nos permiten contrastar la evolución actual de las grandes empresas transnacionales —compañías, corporaciones, trust, etc.— y tomar nota de algunas de las características de las formas de gestión del actual proceso de globalización.

Antes, recordemos que desde la década de los ochenta transcurre una nueva fase hegemónica del capital financiero y de la transnacionalización de las empresas, que pasaron a controlar la producción de las principales mercancías y del comercio mundial, suscitando cambios estructurales en la producción agropecuaria.

Este control del capital financiero sobre los bienes que circulan en el mundo en proporción cinco veces mayor a su equivalente en producción —255 billones de dólares en moneda para tan sólo 55 billones de dólares en bienes anuales— ha transformado los bienes de la naturaleza —como la tierra, el agua, la energía, los minerales, etc.— en meras mercancías bajo su control, lo que ha dado lugar a un nuevo ciclo de concentración de la propiedad de la tierra, de los bienes de la naturaleza y de los alimentos.

La expansión del agro-negocio muestra que apenas 100 empresas transnacionales agroalimentarias —como Cargill, Monsanto, Drey­fus, ADM, Syngenta y Bunge— controlan actualmente la mayor parte de la producción mundial de fertilizantes, agroquímicos, pesticidas, agroindustrias y el mercado de alimentos.

Ello implica una sostenida alianza político-ideológica entre los poderes del agro-negocio (corporaciones, compañías nacionales, grandes terratenientes, burguesía agraria exportadora, funcionarios) y empresarios de los medios nacionales e internacionales de comunicación.

Volviendo al modelo, vemos que, en general y en la esfera primaria exportadora, muchos de los rasgos enumerados se mantienen en las empresas mineras o del agribusiness vinculadas con las sociedades de la periferia del sistema mundial; otros se han modificado o han sido sustituidos. Sirva de ejemplo un rápido repaso:

• La integración económico-financiera de las corporaciones se presenta aún con mayor escala, aunque puede estar asociada a capitales nacionales. El aspecto financiero predomina sobre el productivo, de servicios o comercial, al punto de que estas actividades pueden estar repartidas en numerosas empresas propias o dependientes.

El dominio del ciclo económico no implica para estas corporaciones el dominio directo de todas sus actividades, sino la subor­dinación de ellas, fundamentalmente, por medio de la tecnología, el financiamiento y el control de los mercados.

• Las Companies o compañías del agronegocio suelen renunciar a su carácter latifundista en favor de mecanismos de subordinación como el arriendo temporal, el contrato de producción basado en rígidos paquetes tecnológicos, el control de los circuitos de comercialización de los insumos y de la producción, etc. Igualmente, se deshacen de actividades de servicios que pueden contratar sobre bases monopólicas.

•El desarrollo basado en la inversión foránea directa se amplía; la colonización se minimiza y se eleva la especialización productiva de los recursos, las mejoras tecnológicas y la diversificación de los mercados. No obstante, empeora el agotamiento de los recursos naturales e intensifica las afectaciones al medio ambiente.

• Las actuales corporaciones continúan demandando un tratamiento de excepcionalidad para justificar su inversión y expansión. Mantienen los vicios tradicionales de penetración de las barreras legales a su favor, así como la promoción de nuevas leyes, desregulaciones y contratos, acorde con sus intereses.

• La gestión de las corporaciones se deshace del “enclave” en favor del control indirecto de la producción. Los productores tienden a ser gestores privados altamente dependientes de la corporación para el crédito, la tecnología y la comercialización. Las corporaciones imponen una mayor especialización de la producción y los recursos.

• La organización administrativa se mantiene compleja pero mucho más descentralizada.

• La producción nacional continúa orientada casi exclusivamente a la agroexportación, caso de las frutas, la soya, el trigo, la carne, el azúcar, etc. El mercado internacional, más concretamente el de los países centrales, continúa determinando las estrategias de desarrollo de estas corporaciones, así como sus operaciones a mediano y largo plazo.[7]

• La permanente promoción de las empresas capitalistas en el campo como único proyecto posible de modernización y desarrollo, y en detrimento de la agricultura familiar, supone la constante manipulación de la opinión pública en su favor.

De una nueva lectura de El imperio del banano