El Jefe - Gustavo Bove - E-Book

El Jefe E-Book

Gustavo Bove

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Beschreibung

Miguel Mateos ha dejado su huella en la historia musical de Latinoamérica con más de 40 años de trayectoria y un impacto que trascendió las fronteras. Esta biografía única revela, a través de entrevistas exclusivas e imágenes inéditas, cómo este músico de Villa Pueyrredón llegó a convertirse en El Jefe del rock en español.   "Un artista con una pasta impresionante" (Raúl Porchetto).   "En el estudio es muy trabajador, creativo y apasionado" (María Rosa Yorio).   "Un tipo superconcentrado, con una comunicación muy fuerte con el público. Alguien grosso de verdad" (Willy Bosso).   "Mi viejo es una máquina que ama la música. Sobre el escenario es más él que nunca" (Juan Oliver Mateos).

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Dedicado con infinito amor a mi hija Donatella

PRÓLOGO

Bebé de kryptonita

por Juan Oliver Mateos

Cada vez que indago en mi interior y busco los primeros recuerdos de mi papá, aparece el flash de estar en sus brazos en la playa de Mar del Plata, porque cuando vivíamos en Los Ángeles yo era un bebé. También me gusta revisitar esas fotos viejas que marcaron tu prememoria, donde aparecen situaciones de las que no fui consciente. Al ser mi vieja fotógrafa, tengo muchas fotos mías de muy pequeño. No sé el motivo, pero siempre se me viene a la cabeza un show en el Hard Rock Café, cuando yo era muy chico y correteaba por un lugar explotado de gente. Otra cosa muy loca me sucede cuando veo la contratapa de Kryptonita, disco donde quedó inmortalizado ese momento mío de bebé en brazos de mi viejo. Ahora, que toco con él y puedo ser testigo del respeto que se le tiene en toda América, vienen chicos con ese álbum y me piden que les autografíe esa foto. Entonces, me pregunto cómo me verán los demás ahí, porque estoy con mi papá y durante toda mi vida vi mi culito en esa contratapa. La verdad está en la visión del otro. Para mí, es una foto más que tengo con mi papá, pero para la gente significa otra cosa. De mi lado, es Juancito en los brazos de papá Miguel, pero para los demás es la estrella de rock con su hijo en brazos. La perspectiva es totalmente diferente, porque soy su hijo y no le pido un autógrafo en la calle, le pido que me pase el salero en la mesa. Otra cosa muy especial es escuchar mi voz en “Rey por un día”, la canción que cierra Pisanlov, que es un álbum muy especial y querido para mi papá. Además, ese cierre es algo completamente desligado de la rabia y el rock’n’roll que contenía aquella obra. Escucho mi voz diciendo “Buenas noches, papá” y siento que es la calma después del temporal o el anochecer de un día agitado. Me parece bellísimo que esté ese registro. Es un regalo que viajó en el tiempo. A medida que pasan los años, su significado va cobrando más fuerza en mí. También me pregunto qué sentiré cuando, siendo un anciano, agarre ese disco y escuche la canción.

Recuerdo perfectamente el primer instrumento que me regaló mi papá. Era una guitarrita chiquita, pero real, no de juguete, que aún está guardada en el placard de mi cuarto en la casa de Belgrano. A pesar de su tamaño, sonaba muy bien. Sin embargo, la primera guitarra importante que llegó a mis manos fue una Fender Stratocaster roja y no me la dio mi viejo, la agarré yo mismo a los 6 años. Esa viola estaba en el living de casa, en un sector que yo llamaba Plaza Oliver, porque de chiquito era fanático de Plaza Sésamo. Mi viejo nunca me incitó a ser músico, pero me proporcionó lo que necesitara para mi práctica musical. Nunca opinó ni me dijo lo que tenía que hacer o qué camino seguir. Por otro lado, tanto él como mi mamá se ocuparon de que tuviera una muy buena educación. Después de que me recibí de licenciado en Administración de Empresas y Comercio Exterior, tuve el apoyo de mi viejo para encarar la música. Creo que realizó un gran trabajo haciéndome creer que era mi decisión el hecho de dedicarme a la música. Igual, intuyo que le hubiera gustado más que yo tocara el piano y no la guitarra. De cualquier manera, nunca me dijo lo que tenía que hacer ni me explicó cómo era el negocio de la música. Aun sabiendo que es un trabajo complejo y que se necesita una cuota muy grande de suerte para poder vivir de eso, jamás me tiró para atrás la profesión de músico.

Mi viejo es un tipo que no tiene muchas contradicciones. Hay muy pocas diferencias entre el personaje público y el privado. Siempre tuvo la misma postura y enfrentó a sus críticos de la misma manera que se podía pelear con cualquiera en su intimidad. No se comió ninguna cuando tuvo que defender su postura frente a una multitud o en una cena íntima. Siempre dijo lo que tenía de decir y se enfrentó a quien se tenía que enfrentar de la misma forma. Cuando se sube al escenario, no se calza el traje del rockstar y se lo saca cuando baja. Además, siempre tomó decisiones fuertes, como irse a probar suerte a los Estados Unidos, por ejemplo. Nunca le importó si podía perder su reputación o sus ahorros en pos de cumplir metas o sueños. En su vida privada, actuó de idéntica manera y creo que, todo lo que logró, lo consiguió porque siempre fue muy coherente con lo que sentía. Mi viejo es una máquina que ama la música. De hecho, sobre el escenario es más él que nunca. Una de sus mayores virtudes es que tiene unos huevos terribles. Es la persona con más huevos que conozco. En ese sentido, es comparable con el Diego (Maradona). Es un héroe de ficción que tiene un sueño y arriesga todo para sacarlo adelante contra cualquier pronóstico. En mi opinión, personifica la historia perfecta. Nunca se pregunta si va a poder hacer algo, va y lo hace. Actúa como si lo que tiene que suceder fuera inevitable. A pesar de ello, mide las consecuencias y eso lo hace más valiente. Lo que termina convirtiéndolo en un personaje heroico es que enfrenta las balas, aun sabiendo que puede morir en el intento. Entre sus defectos, está su falta de diplomacia. Para mí, tendría que haber sido más diplomático en muchos aspectos, pero esto lo puedo decir con el diario del lunes y habiendo vivido desde adentro muchas situaciones. Igual, esto también es relativo, porque si hubiera gastado energías en ser diplomático, quizá no hubiese podido cumplir sus sueños y tenido tanto éxito.

Mi papá es muy consciente de la reacción que genera en la gente, pero sabe que hay personas que piensan y que sienten del otro lado. No cree que es un genio y que todos estamos detrás de él, sino que todos estamos en el mismo nivel. Ese respeto se comprueba cuando pone todo su arte para hacer el mejor disco o brindar un excelente espectáculo. Sabe que, del otro lado, hay personas que no lo siguen por ser Miguel Mateos, sino por la calidad que les ofrece. Es un tipo que nunca subestimó a nadie y siempre trató de dar lo mejor. Nunca jugó con la hipocresía de tener amigos en el poder para obtener beneficios. Siempre dejó que su música hablara por él. Podría haber subido algún escalón más y su impacto hubiese sido otro, si hubiera sabido tener aliados en el periodismo, por ejemplo, pero él no es así. Quizá tomó el camino más sano para su música y no tuvo la predisposición emocional para soportar otro montón de cosas que tienen que ver con la hipocresía. Creo que las personalidades como él se tienen que tomar con el paquete completo. Además, el magnetismo que provoca la fama atrae a gente que te puede llevar por mal camino y él se resguardó de esas situaciones en su intimidad. Justamente, en esa intimidad, mi vieja significó un sostén muy grande para él. Ellos se conocen desde muy jóvenes, fueron al Conservatorio juntos, se forjaron juntos y soñaron juntos. Ya olvidando la cuestión de pareja, mi madre fue muy importante para mi padre como socia, haciendo las luces de sus conciertos, las escenografías, la parte gráfica de los discos o las realizaciones de los videos. Fue un apoyo muy fuerte para que mi viejo no flaqueara frente a los éxitos o los fracasos, y él es muy consciente de ello. Juntos, han enfrentado muchas cosas que fortalecieron su vínculo. Estar cincuenta años con la misma mujer supera a una relación de pareja, se transforma en una sociedad que va más allá de lo afectivo y, por otro lado, lo potencia.

En relación con la música, obviamente, mi papá me influyó mucho más de lo que yo lo hice con él. La razón que me llevó a tocar la guitarra vino de la mano de Jimi Hendrix, de Stevie Ray Vaughan, de John Mayer. Mi encare musical siempre estuvo del lado del blues o el rock tradicional, mientras que mi papá me quiso inculcar a Genesis, Steely Dan, Weather Report y toda una camada de rock fusión más jazzero. De cualquier manera, los Beatles fueron algo que compartimos desde siempre, es nuestro link musical, es la banda que comparte nuestro corazón. Entré a la música escuchando a los Beatles desde muy chico y el responsable es mi viejo, desde ya. La música es algo que nos va a unir de por vida y va a trascender nuestra relación de padre/hijo. Si dentro de cuarenta años me paran por la calle y me mencionan a mi viejo, me gustaría que sepan del amor que tuvo por la música, que sepan que la música fue la zanahoria y el palo, las dos cosas. Mi papá entiende la música como un lenguaje mágico y maravilloso del universo. La única razón que lo llevó a lograr todo lo que logró fue la pasión con que sintió la música. Mi papá es una persona que arriesgó todo por esa pasión. A veces, hablo con alguien mucho más joven que yo, le menciono a Miguel Mateos y no sabe quién es, pero sí conoce sus canciones. En resumen, el amor que destinó a la música hizo que trascendiera su obra, más que su nombre. Mi viejo es un luchador de la música y la música se lo agradeció así. Eso me parece lo más hermoso que puede existir para un artista.

CAPÍTULO 1

Se abre la puerta grande

Los Ángeles, viernes 8 de septiembre de 1989, 6:30 a. m.

La gran urbe californiana amanecía con un color diferente, que se agregaba a su ya iluminado paisaje. La numerosa comunidad latina que habitaba los Estados Unidos tenía un motivo significativo para acariciar su orgullo. La noche anterior, un rockero argentino, cantando en castellano, había conseguido algo que en los albores de los ochenta parecía una utopía. Aquella mañana, los principales medios norteamericanos anoticiaban a su población acerca de que el rock hispanoparlante había ganado un lugar en las carteleras musicales. El ingreso de Miguel Mateos a la escena grande de dicho país fue festejado con el desahogo de una raza que sufrió décadas de discriminación, subestimación y desidia. Hacía apenas tres años, y en un acto que le costó muchos detractores entre sus votantes, Ronald Reagan firmaba una reforma migratoria que tituló IRCA. Con el consenso del senado, entre los cuales figuraban republicanos y conservadores, el entonces presidente de los Estados Unidos les otorgaba la ciudadanía a más de tres millones de extranjeros, principalmente latinos. Dicho arrojo proinmigrantes, que fue conocido como “La amnistía Reagan”, consiguió que una notoria cantidad de indocumentados se asentara allí de forma legal, que accedieran a mejoras laborales, a puestos de categoría e incluso los habilitó a montar sus propias empresas o pymes. Si bien la decisión no inclinó la balanza para que disminuyera la segregación, la Ley de Control y Reforma de la Inmigración (nominación legal en español) consiguió una mejora económica sustancial en la calidad de vida de muchos mexicanos, cubanos, puertorriqueños, salvadoreños, colombianos y demás individuos de otras latitudes. Si tenemos en cuenta que los Estados Unidos son el segundo país del mundo donde más se habla la lengua de Cervantes –apenas después de España– y con un 50 % de su población proveniente de diferentes puntos de América Latina, el IRCA simbolizó lo más parecido a tapar el sol con un dedo, pero contribuyó a la gesta del músico argentino.

Por esos días, Miguel Mateos era toda una estrella en México, cabeza de lo que por entonces se conocía como “Rock en tu Idioma”, y su canción “Cuando seas grande” se había erigido en una especie de himno generacional. Giras monumentales por la Argentina, Chile, Perú, Colombia, Centroamérica y especialmente México, le otorgaban un aval tan abultado que cualquier proeza no sonaba descabellada, aunque cruzar el río Grande estaba más asociado a un sueño que a la realidad. Sin embargo, esa idea venía dando vueltas por su cabeza desde hacía mucho tiempo, incluso desde antes de que sus canciones traspasaran la frontera de la Argentina. El 9 de febrero de 1986, después de un concierto multitudinario en el Club Andes Talleres de Mendoza, por primera vez, Mateos mencionó su proyecto de poner un pie en los Estados Unidos. “Yo estaba convencido de que iba a llegar a los Estados Unidos. No es que lo decía como una utopía o un deseo loco, lejano e imposible. No podía sacarme de la cabeza que tenía que tocar allá, donde habían tocado todos mis héroes”, dice Miguel con la convicción que lo empujó a lograrlo. Eran meses en los que el éxito de Rockas vivas seguía provocando coletazos en todo el territorio argentino y se plantaba en el podio del disco más vendido en la historia del rock nacional. Mateos gozaba de un suceso sin precedentes dentro de la música popular local. En cada provincia que tocaba, agotaba localidades y desataba una fiesta pocas veces vista, pero en Mendoza sucedía algo especial. Apenas concluido su concierto mendocino, mientras se ponía una toalla al cuello y bajaba del escenario, Miguel miró a los ojos de su tour manager, Mario Arenas, y le transmitió el plan irrevocable. “Había sido un recital inolvidable, los mendocinos lo adoraban. Recuerdo que él estaba bajando eufórico del escenario, todo transpirado, y me dijo: ‘Mario, tenemos que tocar en los Estados Unidos, vamos a llegar ahí y la vamos a romper’... Yo le seguía la corriente y lo arengaba, pero la verdad es que lo veía como algo directamente imposible”, rememora Arenas.

Consumado su éxito descomunal en México y con la etiqueta de “el jefe del rock en español” adherida en la frente, Mateos empezó a vislumbrar que la meta de llevar su música a los Estados Unidos estaba cada vez más cerca, pero faltaban subir muchos peldaños. Sobre el final de la tercera gira importante por el país azteca, Miguel tocó en Tijuana. La relación con su histórico mánager, Oscar López, estaba casi quebrada y Arenas manejaba la agenda de Miguel. En los meses que duró este último periplo por México, Mario se comunicaba diariamente con Luis Méndez, presidente de la filial mexicana de BMG. Durante una de aquellas charlas, el mánager le sugirió al directivo discográfico la idea de dar un paso más con la movida de Rock en tu Idioma y extenderla a los Estados Unidos. Por su relación laboral con Mateos, Arenas no mencionaba la figura de su representado, sabiendo a ciencia cierta que “la movida” tenía un ícono con apellido argentino. En definitiva, Méndez no tardó mucho en convencerse de que podría ser factible tal empresa, percatándose de que el número de residentes latinos en el país del norte generaría un potencial mercado. Sin embargo, a pesar de ello, prefirió la cautela, aunque aceptó trasladar a Miguel un par de días a Los Ángeles, para realizar algunas entrevistas y tantear la respuesta de los medios.

Después del mencionado concierto en Tijuana, Mateos, Arenas y Méndez abordaron un avión con destino fijo: California. “Cuando llegamos a Los Ángeles, me llevaron a un resort en Santa Bárbara, donde había una convención de la compañía, en la cual estaban los capos de la BMG norteamericana, además de los artistas más importantes de toda la región. Los de la BMG yanqui se portaron muy bien conmigo y en la convención me hicieron una introducción muy halagadora. También lo que pasaba era que yo estaba muy fuerte en México y, desde allí, llegaba un runrún bastante importante. Sin haber tocado nunca allá y con discos que llevaban los mexicanos, mi nombre estaba muy latente”, asevera Miguel.

La realidad marcó que la prensa observó en Mateos a un artista diferente de la concepción del músico latino que tenía en el inconsciente. Su imagen y carisma fueron muy bien recibidos, incluso por los jerarcas de la BMG norteamericana, que estaba presidida, justamente, por otro argentino que respondía al nombre de Máximo Aguirre. La buena impresión dejada por Miguel en esas jornadas desembocó en que el CEO decidiera doblar la apuesta y coordinar un evento en el local hollywoodense de la cadena Virgin, disquería donde se armó un espacio para que el músico recibiera al público y firmase ejemplares de sus discos. Este método promocional inventado por los norteamericanos –genios del marketing– estaba en boga por aquellos días, instituyéndose en una estrategia que enseguida adoptaron en Inglaterra y en diferentes países de Europa. Tal acción publicitaria acarreaba una intención oculta. Los Estados Unidos encarnaban el mercado más poderoso en cuanto a cartelera de conciertos y venta de discos. La prensa podía incidir en ciertos gustos o reflejar tendencias, pero no cortaba tickets ni llenaba estadios. Como había sucedido a lo largo de la historia, la última palabra era propiedad de la gente. Si Mateos quería ocupar un renglón en la marquesina de cualquier sala norteamericana, primero debía probar su poder de convocatoria. Operando velozmente, se enviaron del Distrito Federal a Los Ángeles una sugestiva cantidad de copias en vinilo y casete de Solos en América y Atado a un sentimiento, los álbumes internacionales que habían explotado en México. Llegado el momento, la respuesta que recibió Mateos dejó boquiabiertos a todos, incluido al mismo protagonista. “Cuando llegué a la disquería era un caos de gente. El personal que allí atendía me comentó que, desde temprano, había latinos de todas las latitudes haciendo la cola con sus discos bajo el brazo para que se los firmase. Incluso, la batea donde habían ubicado mis álbumes estaba casi vacía. Si hacía falta alguna prueba de lo que estaba representando el rock latino, lo que pasó esa tarde les dibujó una sonrisa de oreja a oreja”, afirma Miguel. En definitiva, lo que parecía una utopía mutó a posible y era casi una realidad. Solo había que buscar sala, establecer fecha y el cuento de hadas se escribiría solo. Mateos estaba encaminado a convertirse en el primer rockero latino que pondría un pie firme en los Estados Unidos.

Empezaba 1989 y, mientras descansaba de tanta agitación, una calurosa mañana de febrero, Miguel se levantó de la cama en su hogar de Belgrano, se dirigió a la cocina y se acercó a su mujer para hacerle una proposición. “Vino y me preguntó: ‘Graciela, ¿no te importa si empezamos de cero otra vez?’... Yo me quedé mirándolo fijo y enseguida me dijo: ‘Vámonos a vivir a otro lugar, necesito tener el incentivo de hacer cosas nuevas’... A pesar de que yo tenía proyectos propios en marcha, me pareció bárbara la idea de salir de acá. Como buen acuariano, Miguel tuvo un sentimiento universalista. Así, no tardamos mucho en partir hacia los Estados Unidos”, se sincera Beccari. Por otro lado, Mateos toma la posta y ofrece motivos internos que lo empujaron a abrazar la intención de emigrar: “Yo decido instalarme allá por varios motivos. Primero, Solos en América y Atado a un sentimiento no fueron discos muy bien recibidos acá. Segundo, mantener un staff en la Argentina, teniendo poco trabajo, era ridículo. Tomar la decisión de irme a vivir allá significó un vértigo muy grande. Encima, desde hacía un tiempo, estaba observando ciertas reticencias hacia mi trabajo y mi persona. Me la pasaba discutiendo con uno, con otro, y así sucesivamente. Hasta que un día me levanté y dije ‘ma vaffanculo, se van todos a cagar’”, enfatiza Miguel, al momento que presenta otro ángulo de su jugada. “Aparte, tomé esta decisión por una cuestión profesional. Humildemente, siempre digo que fui allá a aprender... ¡Y aprendí un montón!... Me relacioné con una cantidad infernal de músicos, de productores, de ingenieros de sonido, de agencias como William Morris, de editoriales... Para mí, se abrió el planeta en todo sentido. Realmente, lo único que quería era trabajar tranquilo y tener un sustento, tanto artístico como económico. En aquel entonces, no veía esas posibilidades en mi país. Observaba que todo era una pantomima, incluso en la parte política. Aproveché para irme con mi mujer, quien siempre me acompañó y dejó todos sus proyectos para irse conmigo a empezar de nuevo. No le importó nada. Marcamos cuatro y nos fuimos, habiéndonos podido quedar acá y vivir tranquilos. Y no nos fuimos a una mansión, nos fuimos a vivir a un departamento chiquito a media cuadra de Ventura Boulevard, en el Valle, en la punta del culo de Los Ángeles”, recapitula Mateos.

Antes de armar las valijas y mudarse a los Estados Unidos, Miguel sabía que debía cerrar un capítulo de su carrera. Se venía el cambio de década y la lógica le dictaba que una persiana se tenía que bajar. Sus primeros pasos profesionales los ofreció cobijado en una banda que, aun con cambios de integrantes, marcó al rock argentino de los ochenta. Para la ruta que dibujaba en su mente, el próximo paso era desprenderse de Zas. “Si bien todo sale de mi cabeza y de mis inquietudes musicales, siempre fui defensor del formato de banda y me gusta esa dinámica. Si hubiera dependido de mí, hubiera sido Zas durante toda mi carrera en los ochenta. De hecho, anteponer mi nombre al de la banda no fue idea mía, sino de Oscar López, mi mánager de entonces”, redondea Miguel. Tomada la decisión de seguir su trayectoria en la patria del Tío Sam, comenzó a acomodar las piezas. Aún quedaban compromisos por cumplir, especialmente una gira por Colombia y Centroamérica. Precisamente, Honduras fue el país que presenció el acto final en la historia de Zas. Si bien era algo que se veía venir, dos semanas antes de subirse al avión para concretar dicho periplo, Mateos les informó a sus compañeros los planes de mudarse a los Estados Unidos, dando por hecho que concluiría la vida activa de Zas. “El final de la banda llega por decantación. Todos sentimos mucho cariño y compromiso por el proyecto Zas, pero nunca dejó de ser una cosa solista de Miguel. Esto es algo que alguna vez hablamos y en lo que disentimos porque Miguel creía mucho en la banda”, clarifica Cachorro López. El viernes 16 de junio, Miguel, Alejandro, Cachorro y Ulises Butrón aparecieron fotografiados juntos en la tapa del suplemento “Sí” de Clarín. En aquella entrevista exclusiva, firmada por el periodista Javier Febré, anunciaron oficialmente lo que todos sospechaban: se terminaba Zas.

Habiendo cerrado cuentas con su pasado, Mateos se quedó un par de meses más en Buenos Aires, viviendo gran parte de mayo y junio aislado en su quinta de La Reja, localidad bonaerense donde comenzó a bosquejar las canciones del primer disco que llevaría solo su firma. Con una docena de temas en formato demo, Miguel se mudó a los Estados Unidos, secundado por su mujer, su hermano y un significativo exceso de equipaje. “Nos vamos para allá con toneladas de equipos que ingresamos de manera ilegal, porque no teníamos visa de trabajo, estábamos entrando como turistas. Podríamos haber terminado deportados y la historia hubiera sido otra. Esas cosas solo se les ocurren a argentinos kamikazes como nosotros. Finalmente, logramos pasar con todos nuestros equipos dentro de anvils. Recuerdo estar saliendo del aeropuerto de Los Ángeles con pánico de que viniera migraciones a preguntar qué carajo estábamos haciendo con todo eso ahí”, jura Alejandro.

Allí, lo esperaba Mario Arenas, quien estaba casi instalado en México y, a pedido de Miguel, se había trasladado a Hollywood para ayudarlo a diseñar una agenda que tenía el principal objetivo de elegir alguna sala de fuste que le abriera la puerta de los Estados Unidos. Luego de estudiar el panorama, Mateos se encaprichó con un recinto que estaba muy por encima de los estándares de cualquier producción latina. Su dedo apuntó a un lugar emblemático de Los Ángeles, donde habían brillado los nombres más rutilantes de la música popular angloparlante. En ese escenario, The Jackson Five apareció en cadena nacional por primera vez, los Rolling Stones hicieron su debut televisivo en los Estados Unidos, mientras que los Beatles oficializaron los videos de “Penny Lane” y “Strawberry Fields Forever”, además de shows mitológicos de Led Zeppelin, Eric Clapton, Madonna y Prince, por nombrar un puñado de acontecimientos que lucieron sobre esas tablas. Ubicado en el corazón de Hollywood, The Palace era el recinto donde Miguel fantaseaba con tocar y con el que lo unía una historia muy personal. “Elegí esa sala porque a los 26 años, cuando pisé por primera vez los Estados Unidos, el primer concierto que vi fue allí. Recuerdo perfectamente la noche en que vi a James Taylor, quien en aquel memorable show tuvo invitados como Jackson Browne, Carly Simon y mi venerada Joni Mitchell, que subieron a cantar con él. Si me hablaban de sueños, pisar ese escenario era todo lo que yo quería en la vida”, certifica Miguel sin rodeos.

Para entonces, Mario había entablado una estupenda relación con el CEO de la BMG norteamericana, Máximo Aguirre, y era una realidad que la compañía apoyaría el concierto de Mateos en The Palace, pero antes se debían solucionar ciertas cuestiones no menores. En primera instancia, Miguel y Alejandro estaban solos en Los Ángeles. Diseñar una banda con músicos argentinos y trasladarlos para tocar allá era imposible por cuestiones vinculadas a costos operativos. Otro de los inconvenientes a sortear radicaba en la financiación de toda la movida. La BMG había dado su palabra para apuntalar la campaña de difusión, pero se negaba a abrir sus arcas monetarias. Además, The Palace no era una sala económica, arista que contaría con un obstáculo más: la pareja dueña del recinto desconfiaba de que un rockero argentino fuese un buen negocio. Por el peso de las estrellas que allí se presentaban, los propietarios manejaban un arreglo a porcentaje que oscilaba entre el 70 % para el artista y el 30 % para la sala de la venta total de tickets. Cuando Mario se apersonó en el teatro y pidió formalmente una fecha, se encontró con la negativa de concretar el arreglo habitual. En síntesis, si Mateos quería tocar en The Palace, debía pagar una renta bastante abultada para cualquier producción. La cifra ascendía a los cinco dígitos en dólares, número altísimo que, sumando gastos de producción, obligaba a agotar localidades para no perder dinero. “Nos cobraron un alquiler fijo de 15 000 dólares, que en ese momento era una fortuna para cualquier artista, no solo para nosotros. Finalmente, el alquiler se pagó con un cheque de Miguel, que tuvo respaldo de la compañía, porque los dueños del lugar no querían saber nada con recibir un cheque de un argentino a quien no conocían. La BMG ofició de garantía del cheque de Miguel, quien sacaba el dinero de su bolsillo, de las ganancias que le habían quedado de las giras por México. De esa cuenta bancaria, también salieron los gastos de producción, alquiler de sala de ensayo y cachet de los músicos estadounidenses. Una inversión monumental”, revela Arenas, reflejando resabios de la presión que le trajo manejar las finanzas de semejante aventura. Mateos recoge el guante de su representante y reconoce: “Alquilar The Palace fue muy problemático... ¡No le querían dar un lugar tan emblemático a un extranjero que encima era latino, argentino, y hacía rock!... Les parecía una joda y preguntaban todo: ¿qué queríamos hacer? ¿Quién era este argentino que iba a figurar en su marquesina? ¿Cómo íbamos a financiar toda esa movida?... ¡Todo!... Terminaron accediendo, pero tuve que poner un cheque en el cual estaban todos mis ahorros. Por suerte fue bien y pude recuperar la inversión”.

Finalmente, el acuerdo con los propietarios de The Palace llegó a buen puerto y la pelota comenzó a rodar. De no suceder una catástrofe, el jueves 7 de septiembre de 1989, otra flamante página se agregaría a las enciclopedias del rock. Miguel Mateos se convertiría en el primer artista latino de rock que tocaría seriamente en los Estados Unidos y en un templo emblemático. A pesar de que Arenas, aún hoy, sigue lamentándose de que no le dieron una buena fecha (desde su perspectiva, un jueves no es el mejor día para debutar en ningún lugar), este ítem engrandecería aún más la victoria de su representado.

Mientras se cocinaba el acuerdo, Miguel estaba abocado a la tarea de encontrar músicos locales para armar su banda de apoyo, recorriendo bares de Hollywood en busca de algún guitarrista, bajista y tecladista. Al caer el sol, marchaba con destino a sitios como Troubadour, Whisky A Go Go, Roxy, Pandora’s Box y otros antros de menor renombre, donde solían presentarse grupos noveles con hambre de conquistar el mundo. Eran los días del glam rock en Los Ángeles y, desde la barra de cada sitio, tomándose una cerveza, Mateos no observaba músicos que pudieran sintonizar con lo que necesitaba. Las pocas veces que marcaba a alguno con potencial, el instrumentista no aceptaba abandonar su proyecto para tocar con un artista latino. Agotado de tal faena, recurrió a un personaje con el que había entablado una excelente relación algunos años atrás. Así, mediante un llamado telefónico, se contactó con Kim Bullard, el productor e ingeniero de sonido que había realizado una labor encomiable en Solos en América. Sin dudarlo, Bullard le extendió la mano y abrió su agenda de músicos que habían colaborado con él durante los últimos tiempos. Conocedor de las pretensiones de Mateos, la primera pista que le tiró fue la del guitarrista Jean-Louis Monfraix, un francés graduado en la academia Berklee de Boston. “Estaba cansado de frecuentar bares como Whisky A Go Go y otros de mala muerte, donde había bandas de borrachos haciendo blues en medio de un humo espeso de cigarrillo que no te permitía ver al que tenías al lado. Entonces, Kim me propuso contactar a este guitarrista porque le parecía que nos íbamos a llevar bien. No sé por qué Kim intuía que un argentino y un francés podían llegar a tener algo en común. Encima, al igual que yo, este franchute no hacía mucho que había llegado a Los Ángeles. Después, me enteré de que le gustaba el tango... Al final, desarrollamos muy linda afinidad y se armó una especie de comunidad de recién llegados”, relata Miguel, mientras desliza cómo persuadió al violero galo para que tocara a su lado. “Una noche, lo saqué de un pub y me lo llevé a mi departamento, donde le empecé a contar quién era yo, le mostré mis discos y le prometí que conquistaríamos los Estados Unidos”, recuerda a las carcajadas. Con el puesto de guitarrista cubierto, comenzaron las audiciones de diferentes instrumentistas que le iba enviando Bullard. En el proceso, llegó Wade Biery, el avezado bajista canadiense que había acompañado en vivo a Joe Cocker y grabado en los discos de Men at Work. No tardaría mucho en ocuparse el lugar de los teclados con Joellen Friedkin, mujer que trabajaba como directora musical del sello Polygram, además de pasear sus sintetizadores por Europa y Japón. El último en aterrizar fue el saxofonista Jim Pollock, quien tenía currículum de sobra por su labor al lado de Brenda Russell y del grupo Wang Chung. Ahora sí, el plantel estaba completo y, de escuchar borrachos en bares de mala muerte entre volutas de humo, Miguel disponía de una banda de nivel internacional para conquistar los Estados Unidos.

El operativo de The Palace estaba encaminado, pero la promoción del concierto aún era cuestión por resolver. Si bien la comunidad latina en los Estados Unidos es enorme, de los estudios de mercado emergía un detalle preocupante. Los jóvenes de habla hispana que gustaban del rock’n’roll no escuchaban radios latinas ni el género en español, mientras que el inmigrante latino solo les prestaba atención a emisoras donde sonaban los acordes melódicos de José José, Juan Gabriel, Luis Miguel o estilos tendientes a la salsa y la música norteña mexicana. Sin embargo, durante aquella exitosa visita promocional del año anterior, Luis Méndez, Arenas y Miguel habían cenado con Adrián López, el director artístico de K-Love, la frecuencia radiofónica más escuchada por la comunidad latina, con un alcance impactante que excedía los límites de Los Ángeles. Al jerarca de la emisora, Miguel le había caído de maravillas, pero su repertorio no empatizaba con lo que exigía la gran audiencia hispanoparlante. Sí, “Cuando seas grande” era himno del Rock en tu Idioma, pero su sonido no compatibilizaba con la tendencia de la radio. Utilizando todo el peso de la discográfica que presidía, Máximo Aguirre entró en acción y persuadió al directivo de K-Love para difundir canciones alternativas de Mateos. Luego de muchas idas y venidas, convinieron en que la balada “Solos en América” y el mid tempo “Es tan fácil romper un corazón” serían los simples que la FM pondría en rotación. Vislumbrando la parte gráfica, no se presentaron mayores inconvenientes. BMG cumplió con su palabra de apuntalar la gesta, pagando destacados en revistas especializadas y ubicando los afiches del show en puntos estratégicos de Hollywood, además de encontrar como principal adepto a La Opinión, el periódico en español que imprimía casi un millón de ejemplares diariamente. Si hablamos de la difusión televisiva, la suerte cayó para el lado de Mateos, quien acertó con un gran aliado, que, sin buscarlo, mejoró el combo publicitario. Menos de un año atrás, la poderosa cadena MTV había puesto en el aire un segmento dedicado íntegramente a la escena musical hispanoparlante. Con la cubana Daisy Fuente en el rol de conductora, el programa llamado MTV Internacional se emitía semanalmente por canales de televisión abierta en todo los Estados Unidos. El envío manejaba información completa acerca de los artistas latinos y presentaba lo más reciente del panorama de videoclips. “MTV nos apoyó mucho, porque tenía su nueva señal en español. Les servía muchísimo subirse a la movida de Rock en tu Idioma y del show de Miguel, en este caso. Era un acontecimiento único para ellos, que querían dar una visión joven de la música latina, especialmente la relacionada al pop y el rock”, completa Mario. Asegurándose la exclusividad del concierto y los derechos para la grabación de tres canciones, MTV Internacional comenzó a rotar de manera compulsiva los videos “Y, sin pensar” y “Es tan fácil romper un corazón”.

Con el andamiaje promocional bien aceitado, Mateos decidió mudar su centro de operaciones. Hasta ese momento, estaba instalado en una de las arterias más concurridas de Hollywood, dentro de una pequeña sala, donde ajustaba cuestiones técnicas y realizaba las audiciones con su hermano. Dichas paredes fueron testigos de los primeros ensayos con los músicos anglos. “Recuerdo las ganas y la calentura de la banda norteamericana tratando de cantar en castellano los coros, porque, además de pasarles los acordes de las canciones, también les teníamos que enseñar a cantar en nuestro idioma, cosa que por momentos fue graciosa y en otras exasperante”, sugiere Alejandro. Tres semanas antes del show en The Palace, Arenas, Miguel y Alejo alquilaron un espacio más amplio y de características primermundistas. El lugar contaba con escenario, sistema de monitoreo profesional, cocina y una oficina de la que Mario se adueñó para armar la logística del espectáculo. “A la mañana, llegaban los músicos, se ponían a ensayar, y yo me quedaba en la oficina o me iba a recorrer diferentes lugares para buscar precios económicos que nos permitieran armar la parte técnica sin que se nos fuera de las manos. Incluso, iba seguido a The Palace para pulir el tema de la seguridad, los camarines y otras cuestiones relacionadas con el sonido y las luces”, remarca Arenas. La seguridad, el sistema con el sonido y la iluminación entraban dentro del paquete que contemplaba el precio del alquiler de la sala. Sin embargo, sabiendo que el hecho de ser latino y argentino lo ponía en desventaja, Miguel no quiso correr riesgos y le ordenó al mánager que alquilase un refuerzo de monitoreo sobre el escenario y otro plus de sonido para el público. Esa noche, la banda tenía que sonar como una aplanadora, costara lo que costase. En relación con la distribución lumínica, apareció un obstáculo inesperado. Los sindicatos estaban muy inmiscuidos en el funcionamiento del teatro y cambiar la puesta de luces era un punto de conflicto impenetrable. Graciela Beccari, encargada histórica de iluminar y diseñar meticulosamente las escenografías de los conciertos de su marido, chocó contra una pared de acero. Por el estatus de estrella que se había ganado, Mateos llegaba a una sala o un estadio de cualquier ciudad de México para abajo y todo su equipo técnico tenía libertad de hacer lo que se le antojara con el lugar, desde bajar o subir un escenario, hasta cambiar toda la parrilla de luces o reorientar las cajas del sonido. En los Estados Unidos, Miguel era apenas un latino sin peso comercial ni estrellato sustentable. Se podía decir que estaba en una posición en la que debía agachar la cabeza y seguir los mandamientos de “Gringolandia”, como Frida Kahlo llamaba despectivamente a los Estados Unidos. “Soy muy terca y al final me dejaron hacer lo que quería. Les moví todos los tachos de luces de la parrilla central y planté una iluminación delantera que funcionó muy bien. Tanto es así que toda la puesta fue basada en la iluminación”, narra Beccari.

La meta estaba cada vez más cerca y los ensayos se convertían en un disfrute total, tanto para Alejandro como para Miguel, quien además solía hacer asados e invitaba a sus músicos para que degustaran el sabor de la carne argentina. En sintonía con cada etapa, los hermanos Mateos siempre se beneficiaron con grandes bandas de apoyo. Incluso, la última versión de Zas era un relojito suizo, pero esta formación excedía la media del rock, incluso para un mercado tan exigente como el estadounidense. El quinteto equilibraba fuerza y sutileza, precisión y velocidad. “Aquellos ensayos los viví con una alegría inmensa. Teníamos una banda que era una aplanadora, realmente. Además, estábamos muy dulces, porque la expectativa en cuanto a la venta de tickets era interesante. De cualquier manera, no sabíamos cómo funcionaría, especialmente para mí, que nunca doy por sentado que llenaré un lugar. También hay que contextualizarlo: era el año 1989 y fue el primer show de rock latino en los Estados Unidos. Yo podía tener gran éxito de México para abajo, pero realmente quién iba a creer que un argentinito haciendo rock podía llenar una sala tan importante en el corazón de Hollywood... ¡Nadie!... Hay que ser sinceros”, reflexiona Miguel. Por los motivos que esgrime el principal protagonista, la noche anterior al evento nadie pegó un ojo. Aún hoy, Arenas revive el dolor de cabeza que sintió la madrugada del 7 de septiembre, cuando sin haber podido dormir en el apartamento rentado de Laurel Canyon, se tuvo que levantar de la cama a las 6 de la mañana para recorrer Los Ángeles de punta a punta en busca de los equipos de cada músico y el refuerzo de sonido que le había exigido el propio Mateos, quien había padecido el mismo estado de insomnio. “La noche anterior al concierto, no pude dormir nada. Soy una persona tremendamente intensa y tensa al mismo tiempo. No puedo recordar qué se me pasaba por la cabeza esa noche, pero en el fondo recuerdo que sentía una gran satisfacción. Había llegado a un techo y me agarró el vértigo de decir: ‘De ahora en más, ¿qué hacemos?’... Me pasaban millones de cosas por el bocho”, describe Miguel. Ecualizando con lo que expresa su hermano mayor, Alejandro también sabía que la patriada significaba un punto de inflexión y la vivió con una presión similar a cuando habían presentado Rockas vivas, apenas cuatro años antes. “Ese evento se vivió con los mismos miedos del Luna Park, pero con mucho más nerviosismo, porque, si bien ya teníamos experiencia y habíamos recorrido toda Latinoamérica, íbamos a tocar en la plaza más importante del planeta. Íbamos a jugar el partido más importante de nuestra historia”, asegura el baterista.

Finalmente, llegó el día anhelado. Antes del mediodía, un equipo técnico dirigido por Arenas copó las instalaciones de The Palace y puso manos a la obra en cada detalle, desde los ítems sonoros y lumínicos, hasta la seguridad y el catering. Después de suplicarle encarecidamente, Kim Bullard se encargó del sonido en vivo y se notó su presencia. Convencer a quien había sido la mano derecha del afamado productor Paul DeVilliers no significó una faena simple. Bullard estaba con mucho trabajo, al frente de discos importantes, y no quería bajar al llano para manejar la consola en una sala de recitales, pero accedió al ruego de Mateos y se comprometió cien por ciento. Ya armado todo, cerca de las 3 de la tarde, llegó Miguel acompañado por Graciela, Alejandro y cada músico que habían seleccionado para tremenda aventura. Cuando ingresaron al recinto, se notaba cierto movimiento por los alrededores, no muy diferente de lo que sucedía cada jornada en un punto hollywoodense tan neurálgico. Del terror al fracaso que cargaba sobre sus hombros, Arenas no quería pisar la vereda del teatro. Observó la prueba de sonido y se resguardó tras bambalinas. Faltando dos horas para el comienzo del show, Mario recibió una invitación del gringo que actuaba como jefe de seguridad de la sala. “En un momento, me llamó el de la seguridad y me pidió que fuera a la calle para ver lo que pasaba. Cuando pisé la vereda, la entrada de The Palace era un pandemónium... La calle estaba cortada por la cantidad de público, había una fila de dos cuadras para entrar, MTV y demás cadenas norteamericanas haciéndoles entrevistas a los chicos que esperaban para entrar... ¡Una locura!... Había banderas de Colombia, México y Argentina sobre los hombros de chicos norteamericanos que estaban con sus amigos latinos. Delirio”, refresca Arenas. Al observar semejante acontecimiento y ver el cartelito de sold out colgado en la ventanilla, el mánager corrió a camarines para anoticiar a Miguel de tal explosión. “Cuando vino Mario al camarín y me dijo que afuera era un pandemonio, que habíamos agotado todas las localidades y que iban a quedar casi quinientas personas afuera, me invadió tal energía que salí al escenario hecho una tromba. Recuerdo que abrimos con ‘Mi sombra en la pared’ y salí bailando con tanta felicidad que toda mi vida cabía en ese momento”, se emociona Mateos. Aquella tarde/noche, mientras la novel banda local Feliz & The Katz oficiaba de grupo soporte, la reventa de tickets ascendía a los 80 dólares, superando ampliamente el costo original de 14 en la misma moneda.

“¡Es un día histórico! Por primera vez, esta noche, vamos a asistir en los Estados Unidos a un concierto de rock en nuestro propio idioma... Señoras y señores: ¡Miguel Mateos!”. Con estas palabras, Daisy Fuentes se encargó de introducir al músico argentino. La sentencia de la bella conductora de MTV retumbó en toda la región. Kim Bullard, detrás de la consola; una banda que sacaba chispas y un Mateos en estado de gracia fue demasiado para las 1500 personas que desbordaron The Palace y corearon cada canción del repertorio, con puntos de excitación altísimos en “Es tan fácil romper un corazón”, “Solos en América”, “Donde arde la ciudad”, “Y, sin pensar”, “Llámame, si me necesitas”, “Atado a un sentimiento” y “Cuando seas grande”. “Siempre soñé con estar acá y estuve acá. Thank you very much, muchas gracias”, vociferó Miguel para cerrar noventa minutos de un recital bisagra, no solo para su carrera, sino para el rock cantado en español. Apenas bajó del escenario, Mateos vislumbró los primeros esbozos de la repercusión que el evento tendría. En los pasillos, Arenas recibía exultante a promotores locales, que le pasaban sus datos para programar fechas en suelo norteamericano. La pareja dueña de The Palace, felicitó al mánager con gestos de asombro, dejando a su disposición la sala para cuando su representado gustara tocar nuevamente y, de paso, a manera de recuerdo, le solicitó un par de remeras que MTV había fabricado con su logo multicolor y el nombre de Miguel, merchandising principal del evento. Mientras tanto, encerrados en su camarín, los hermanos Mateos vivían un momento de intimidad conmovedor. “Cuando terminó el show, nos encerramos Miguel y yo solos en el camarín. Nos abrazarnos y nos dijimos: ‘¡Lo logramos!’... En ese instante, descargamos las presiones y los miedos que habíamos vivido en la previa. Dos argentinitos habían conseguido algo increíble”, enfatiza Alejandro.

Las respuestas de los medios a tal hazaña no tardaron en llegar. Al otro día, el Canal 2 de la poderosa cadena de noticias CBS puso al aire la entrevista realizada a Mateos en su camarín, que recorrió todo Estados Unidos. A las 11 de la noche, una gran audiencia escuchó las palabras del rocker latino y observó con sus propios ojos la locura que desató en Hollywood. El periódico Los Ángeles Times lo situó en su portada, dejando una reseña de página entera para reverenciar el ingreso del rock en español a la escena estadounidense. “Argentina’s Miguel Mateos rallies new generation of rockeros”, rezaba el título de un artículo que, entre sus principales líneas, elogiaba: “La multitud de jóvenes latinos, estridentes y rockeros que llenó por completo The Palace, parecía expresar una expectativa irreprimible. El concierto del argentino Miguel Mateos en los Estados Unidos dio la patada que abrió la puerta para el rock en español de una vez por todas”. Por otro lado, Spin Magazine se preguntaba quién era esa especie de Bon Jovi latino que había dado clase de rock. La revista Billboard lo calificó como “El concierto del año” y, en la misma sintonía, la Rolling Stone norteamericana jugaba con la teoría de que el rock en español sería la próxima evolución del rock’n’roll gracias a Mateos. Por su parte, MTV dispersó las imágenes del concierto y el furor del público en un especial que copó su programación. Las noticias del triunfo argentino también cruzaron el río Grande y se esparcieron por el amplio territorio hispanoamericano. La mayoría de los medios mexicanos difundieron enseguida el éxito del autor de “Cuando seas grande”, incluso haciéndolo propio. Así lo enunció el canal de noticias de Televisa, resaltando que hubiera sido imposible la conquista de Mateos sin la devoción de sus fanáticos aztecas. En una Argentina siempre triunfalista, el eco del evento se propagó por los diversos medios radiales, televisivos y gráficos. Por ejemplo, la legendaria revista Pelo ubicó un recuadro con la foto de Miguel en la portada de su edición número 351, sobre un epígrafe que proclamaba “Histórico debut en USA”. El “Sí” del diario Clarín cedió la totalidad de su tapa a la imagen de Miguel con el título “Miguel Mateos abrió la puerta”. El artículo ocupó las páginas centrales del suplemento juvenil y reveló detalles de la gesta con un texto que firmó Daniel Kon, su editor, que había viajado a Los Ángeles para cubrir el acontecimiento. “Haber pateado la puerta del rock en español fue quizá la parte más importante de mi carrera. En aquel momento, sentí un vértigo alucinante. Uno no calcula las consecuencias cuando se tira a una pileta de ese tipo, pero me parecía que tenía que seguir en esa dirección. Debía mostrar que hay una música hecha en un país lejano y que soy producto de esa historia que empezó con Los Gatos, Vox Dei y Almendra”, repasa Miguel, no sin antes acentuar lo que simbolizó la patriada. “Hoy lo veo como algo que hubo que hacer, pero no me pongo el traje de gladiador ni nada por el estilo. Se hicieron un montón de cosas y tengo un lugar ganado, pero no tengo que andar revalidando laureles. Los músicos latinos que hoy viajan a los Estados Unidos conocen esta historia y saben todo lo que se hizo para que ellos puedieran tocar allí. Esa movida que encabecé fue totalmente enriquecedora y abrió un camino por el cual aún hoy se transita”, concluye con la certeza de quien protagonizó un cuento de hadas a ritmo de rock. El 7 de septiembre de 1989, Miguel Mateos imprimía su nombre en los anales del rock latino. Dicha epopeya significó el corolario de otra historia que había empezado treinta y cinco años atrás en Buenos Aires, frente a las vías de tren de un barrio llamado Villa Pueyrredón.

CAPÍTULO 2

La piedad de Miguel Ángel

Buenos Aires, miércoles 26 de enero de 1954, 7:25 p. m.

El pronóstico meteorológico anunciaba precipitaciones. Finalmente, fue un día muy caluroso y despejado. Mientras el sol se ocultaba lentamente, en el Sanatorio Otamendi, por parto natural, pesando 3,2 kg y bajo la batuta del doctor Domingo Raimondi, nacía Miguel Ángel Mateos, fruto del matrimonio que habían consolidado Lidia Ester Sorrentino y Rafael Néstor Mateos. Hasta llegar a este momento cumbre, la relación entre Lidia y Rafael (conocido como “Cholo”) contaba con un larguísimo historial que se remontaba a la niñez. Ambos se conocían desde muy pequeños y podría decirse que se criaron juntos. “Con mi esposo, hemos andado en monopatín juntos, jugábamos al almacenero con mis primas en la casa de ellas, jugábamos a la mancha y a todo lo que se pueda imaginar que hacían los niños de aquel tiempo. Nos conocemos de toda la vida, literalmente”, refresca Lidia. El lazo entre las familias Mateos y Sorrentino ostentaba una extensa data. La amistad se alimentaba no solo de reuniones casuales, sino de fiestas de fin de año, cumpleaños, Pascuas y demás festividades. Luego de un noviazgo que comenzó en la adolescencia, la pareja contrajo nupcias el 4 de febrero de 1953, apenas un año antes del nacimiento de Miguel, en una pequeña parroquia de Villa Pueyrredón llamada Cristo Rey, que estaba ubicada justo frente a la estación de trenes del mismo barrio capitalino. Lidia pisaba los 20 años, mientras que Cholo apenas acariciaba los 23. La fiesta de casamiento se realizó en la histórica confitería Ritz, situada en Federico Lacroze, a metros de la avenida Cabildo, de la zona de Belgrano. “Cuando me casé, yo trabajaba en una fábrica metalúrgica que estaba en Berazategui, pero la empresa tenía su sede en Barracas, donde me desempeñaba. Así, temprano a la mañana me iba a trabajar a Barracas, pero volvía a comer todos los días a casa porque quería estar el máximo tiempo posible con mi hijo y mi señora. Con mucho esfuerzo, diariamente, venía a almorzar a Villa Pueyrredón y después salía rajando de vuelta para Barracas. Hice esa vida hasta 1959. Después, estuve un año y medio en Coca-Cola... Mejor dicho: ¡aguanté un año y medio en Coca-Cola!... En aquella época, era muy flaco y adelgacé aún más todavía. Era supervisor y, cuando llegaba el verano, el trabajo que había era tremendo, porque en los negocios de cada barrio no debía faltar la Coca-Cola, por supuesto”, recuerda Cholo, mientras su mujer acota con una sonrisa cómplice: “¡En casa, nunca faltaba la Coca-Cola!”. En definitiva, el señor Mateos desempeñó sus labores en la empresa líder de gaseosas hasta que renunció en mayo de 1960 e ingresó como vendedor de tinta para imprentas en Mi Luz, factoría de pinturas donde trabajó durante los siguientes veinticinco años. Por su parte, Lidia ocupaba el cargo de profesora de Música en la Escuela Primaria Común N° 4 Rafael Luis de los Llanos, establecimiento en el que ejerció por más de cuatro décadas. Al mismo tiempo, aportaba dinero extra al hogar, enseñando piano en la planta baja de su casa, situada en la calle Curupaytí de Villa Pueyrredón, justo frente a las vías del tren del ramal Mitre, donde Miguel aprendió a caminar, además de atravesar su niñez y adolescencia.

Volviendo a las primeras horas de vida de su primogénito, en el seno del matrimonio Mateos se planteó un gran debate acerca del nombre que debería portar. Cholo tenía la idea de que su hijo se llamara de una manera que no sintonizaba para nada con el deseo de su mujer. “El nombre que había elegido yo era Rubén Néstor... Rubén, porque estaba de moda, y Néstor, porque era mi segundo nombre. En aquel tiempo, se estilaba que los padres pusieran alguno de sus nombres a sus hijos. Entonces, había unas primas españolas que vivían temporalmente en la Argentina, se habían hecho muy amigas de mi señora y asistieron a nuestro casamiento. Ellas influyeron de forma masiva con respecto al deseo que tenía Lidia. Hicieron un equipo y no tuvieron piedad conmigo, me vencieron por 5 a 1. Al final, no pude ponerle ninguno de los dos nombres que había sugerido”, afirma Cholo. Amante de la música, la pintura y el arte en general, Lidia estaba firme en el pensamiento de que su descendiente debía llevar un mote más elevado en el documento nacional de identidad, y el nombre del pintor renacentista, Miguel Ángel, se erigió en la opción que la desvelaba. “¡Al final, quedó Miguel Ángel!... Ni siquiera Miguel Néstor, que, hay que reconocerlo, no quedaba muy bien”, completa Cholo con una cuota de sentido común.

Apenas salió de la clínica en brazos de sus padres, Miguel pasó los primeros meses de vida bajo el techo de la propiedad ubicada sobre Curupaytí, hogar de sus abuelos maternos, mientras se terminaba de construir su morada definitiva en la parte superior del inmueble que pertenecía a la familia Sorrentino. En definitiva, con gran esfuerzo económico, Cholo y Lidia tardaron cinco meses en culminar la obra, afincándose definitivamente en lo que es, hasta el día de hoy, el domicilio histórico de la familia Mateos. Según los recuerdos de su madre, Miguel era un bebé muy tranquilo, que lucía una mirada especial. “Miguelito tenía unos ojos que te encandilaban, era un bebé precioso”, subraya Lidia. Sin embargo, los “faroles” celestes de la criatura no se apreciaban demasiado cuando se exponían al aire libre. “Desde muy chiquito, le tenía mucha bronca al viento. Salíamos a la calle, había un poco de viento y se la pasaba con los ojos cerrados”, señala Lidia, quien a los pocos meses de vida decidió unirlo a la religión católica, bautizándolo en Nuestra Señora de Lourdes, iglesia emplazada en la localidad bonaerense de Santos Lugares. Para tal evento, eligió la fecha del 8 de mayo, porque es el día en que se conmemora a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, virgen que despertaba devoción en la abuela de Miguel. Al igual que en la votación del nombre, el padre apoyó la decisión de su esposa, no sin antes aclarar algunas cuestiones vinculadas a la fe. “Yo no soy católico, pero acepto que mi mujer lo sea y la apoyo en su religión. Por supuesto, no iba a ser yo quien evitara que mi mujer cumpliese los ritos de la Iglesia, pero no soy creyente, para nada”, alega. Desde ya, su agnosticismo se encuentra en las antípodas de los rituales cristianos de Lidia. “Soy muy católica, practicante, de ir los domingos a misa y demás. Vivo rodeada de imágenes para que protejan a mis seres queridos. A Miguelito lo bautizamos en la iglesia de Lourdes y tomó la comunión en la capilla Cristo Rey, donde nos casamos con mi marido”, certifica.

A pesar de la convulsionada situación institucional del país, con el dictador Eugenio Aramburu dirigiendo los destinos de la Argentina tras el golpe militar de 1955, la pareja estabilizó su situación económica y decidió dar un paso más para agrandar la familia. De esta forma, el 6 de julio de 1957, llegó al mundo Alejandro Daniel, el segundo retoño. “De niño, Miguel no tuvo muchos regalos. Nosotros éramos un matrimonio que estaba en sus primeras etapas. Éramos una típica pareja de clase media tirando para abajo. Yo tenía el trabajo en la empresa metalúrgica y Lidia enseñaba en el colegio, pero entre los dos no juntábamos un gran sueldo. Cuando más o menos nos pudimos acomodar, llegó Alejandrito”, recapitula Cholo, quien los fines de semana encontraba su espacio de dispersión en un pequeño club que estaba a pocos metros de su residencia. El establecimiento barrial tuvo tanta injerencia en la formación de los hermanos, que cuando se les pregunta acerca de las primeras imágenes que les aparecen de su infancia, ambos apuntan al mismo lugar: la Asociación Vecinal Pro Fomento Pueyrredón. Emplazada al 2900 de la calle Bazurco, el recinto simbolizó el segundo hogar del clan Mateos. Bajo ese tinglado, Cholo solía oficiar tanto de directivo como de entrenador de básquet, mientras que Lidia daba clases de folclore, cerca de sus hijos que correteaban alrededor. “Todos los recuerdos de mi niñez están ligados al Club Pueyrredón, donde pasaba casi todo el día. Ahí, jugaba al básquet y al fulbito entre mis vecinos de la misma edad. Me acuerdo de que comía y salía corriendo para el club. Contrariamente a lo que se pueda pensar de antemano, yo estaba totalmente ajeno a los alumnos particulares de mi vieja, que iban a mi casa a estudiar piano, que estaba en el living de la planta baja, donde vivía mi abuela. Ni siquiera estaba en casa cuando llegaba mi viejo y ponía el tocadiscos Motorola”, confirma Miguel. Tomando la posta de su hermano mayor, Alejandro reconoce: “Además de andar en bicicleta por el barrio, nos criamos dentro del club, porque mi abuelo era el tesorero, mi viejo era el presidente de la comisión de básquet, después fue directivo y más tarde fue el director técnico del equipo... ¡Pasó por todos los cargos en el club!... También, en las peñas del Pueyrredón, bailábamos folclore; más yo que Miguel, aunque él bailaba también. No le quedaba otra opción, porque mi vieja era la presidenta de la peña”.

Por un designio que venía del rito familiar, el Club Atlético River Plate encarnó otra institución que marcó definitivamente a Miguel. Los matrimonios que formaban sus abuelos, María Ester y Ciro Cayetano Sorrentino, al igual que Margarina y Nicesio Mateos, eran fanáticos a rajatabla del club. Ambas parejas poseían carnets vitalicios y, por consiguiente, asientos propios en la platea Gral. Belgrano Baja del estadio Antonio Vespucio Liberti, también conocido como el Monumental de Núñez, aunque geográficamente la distribución comunal lo circunscribe al Bajo Belgrano. “Nuestro amor por River viene por el lado de los abuelos paternos. De hecho, mi abuelo fue el primero en tener una platea propia. Después, lo siguieron mis viejos, que compraron sus respectivas plateas y, obviamente, nos hicieron socios a Miguel y a mí. En River, hemos vivido momentos gloriosos, como la obtención de la primera Copa Libertadores, cuando (Juan Gilberto) Funes hizo el gol bajo la lluvia. En ese partido, debutó mi hijo, Matías, a quien lo llevamos por primera vez a la cancha aquel día”, repasa Alejandro. Todos los domingos, no importaba si el equipo de la banda roja jugaba en Capital Federal o en el conurbano bonaerense, Cholo tomaba de la mano a sus dos hijos y los transportaba a ver cada match