El joven Pierre Vilar, 1924-1939 - María Rosa Congost Colomer - E-Book

El joven Pierre Vilar, 1924-1939 E-Book

María Rosa Congost Colomer

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Beschreibung

El historiador Pierre Vilar es un referente de primer orden de la historiografía española. Sus reflexiones sobre los fundamentos históricos del «hecho catalán» han sobrepasado el ámbito académico, y han tenido una influencia notable en la esfera intelectual y política catalana. Además, su pequeña Historia de España y su síntesis sobre La Guerra Civil española lo han acercado a miles de lectores. Rosa Congost nos ofrece ahora un recorrido minucioso por el decisivo periodo de la formación de Vilar como historiador, a caballo entre París y Barcelona, en un libro que explora el despertar intelectual del historiador maduro a partir de sus escritos de juventud. A través de una voluminosa correspondencia inédita con sus familiares más cercanos, podemos seguir en la primera parte las inquietudes de un joven estudiante de la Sorbona; mientras que, en la segunda, vemos de cerca su descubrimiento de Cataluña, en 1927, y el impacto que este hecho tuvo profesionalmente sobre él en los convulsos años treinta. Son unos años, además, en los que Vilar toma conciencia, como profesor de instituto de secundaria, de la importancia de la enseñanza de la historia en la formación de los jóvenes.

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EL JOVEN PIERRE VILAR, 1924-1939

Las lecciones de Historia

EL JOVENPIERRE VILAR,1924-1936

Las lecciones de Historia

Rosa Congost

Traducción de Ferran Esquilache Martí

Universitat de València

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en,o transmitida por, un sistema de recuperación de información,de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico,por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Título original: Les lliçons d’història. El jove Pierre Vilar, 1924-1939

© Del texto: la autora

© De la correspondencia citada: herederos de Pierre Vilar

© De la traducción: Ferran Esquilache Martí

© De la presente edición: Publicacions de la Universitat de València, 2018

© Imagen de la cubierta: herederos de Pierre Vilar

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

[email protected]

Maquetación del libro y diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-9134-316-5

Nosotros no inventamos la Historia Total.La vivíamos.Pierre Vilar

A los estudiantes de Historia(de la Universitat de Girona,y de la de Valencia, por ejemplo)

Índice

Introducción

PRIMERA PARTEPARÍS

EL GRAN CONCURSO

EL LICEO LOUIS-LE-GRAND

Las primeras impresiones

La competitividad

LAS CLASES DE HISTORIA DE ALPHONSE ROUBAUD

EL CONCURSO

El día a día del concurso

La preparación del oral

LA EDUCACIÓN MORAL LAICA

El sentimiento pacifista

Las prácticas religiosas

La moral laica

LOS ACONTECIMIENTOS

El «gran acontecimiento»

El Grupo de Estudios Socialistas

La decepción del Cartel des Gauches

LOS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

LA HISTORIA EN LA SORBONA

Historia moderna y contemporánea

Historia antigua

Historia medieval

EL DESCUBRIMIENTO DE LA GEOGRAFÍA

EL CURSO 1927-1928

La experiencia docente

Los papeles de la princesa Bibesco

LOS CURSOS PREPARATORIOS DE LA AGREGACIÓN

Las disertaciones

El Soviet

LOS EXÁMENES DE AGREGACIÓN

LAS ESCUELAS GEOGRÁFICAS E HISTÓRICAS

Albert Mathiez

La renovación historiográfica

LA VIDA COLECTIVA

LA EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS POLÍTICAS Y RELIGIOSAS

El sentimiento religioso

Las ideas políticas

Las afinidades políticas

LA PARTICIPACIÓN EN MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES Y SINDICALES

El Grupo de Estudios Socialistas

La experiencia de la Unión Federal de Estudiantes

LA VIDA EN LA ÉCOLE NORMALE

El asunto de la revista de 1927

La solidaridad con los normaliens de Quimper

LA PREPARACIÓN MILITAR

El servicio militar

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL

Margot Kassovitz

Los amigos

SEGUNDA PARTEBARCELONA

EL DIPLOMA

LA IDEA DE UN DIPLOMA DE GEOGRAFÍA EN EL EXTRANJERO

La excursión interuniversitaria de mayo de 1926

Objetivo Barcelona

EL PRIMER VIAJE A BARCELONA

La Residencia de Estudiantes

El proceso de elaboración del diploma

LA REDACCIÓN DEL TRABAJO

Noticias de Cataluña

El proceso de redacción del diploma

La presentación

DESPUÉS DEL DIPLOMA

El diploma de Marie

LA FORJA DE UN FUTURO PROFESIONAL

UN BECARIO DE LA CASA DE VELÁZQUEZ

La Casa de Velázquez

Excursión a La Alberca

De nuevo en Barcelona

Margot, de nuevo

La Segunda República

GABRIELLE BERROGAIN

LA INSTALACIÓN EN BARCELONA

EL TRABAJO INTELECTUAL

Las publicaciones antes de la guerra

EL FIN DE UN CICLO FORMATIVO

LA GUERRA DE ESPAÑA

El Círculo Cervantes

Georges Gaillard y Maurice Legendre

Las noticias de allá abajo

LA POLÍTICA FRANCESA DE NO INTERVENCIÓN

Las confidencias de Bruhat

La amenaza de Hitler

LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA

Los discípulos de Emmaús

El discurso de distribución de premios de julio de 1937

LA FUNCIÓN SOCIAL DEL HISTORIADOR

Los 150 años de la Revolución francesa

La experiencia de La Pensée

LA HISTORIA Y LAS HISTORIAS DE ESPAÑA

EL DISEÑO DE UN GRAN PROYECTO

Epílogo

Glosario

Cronología

Índice onomástico

Introducción

El historiador Pierre Vilar es hoy, y desde hace décadas, un referente intelectual de primer orden en la sociedad catalana, y no creo que sea exagerado decir que también en el conjunto de la sociedad española. Miles de ciudadanos, algunos muy jóvenes, han leído su pequeña Historia de España, publicada por primera vez, en francés, en 1947, o han consultado, ya adultos, algún volumen de su tesis doctoral Cataluña en la España Moderna, defendida en 1962. Y, lo que es aún más importante, intelectuales e historiadores especialistas en diferentes épocas y de diferentes sensibilidades han hecho y continúan haciendo referencia, año tras año, a estos o a otros de sus libros, o a algunos de sus numerosos artículos, en sus estudios. Seguramente son menos conocidas sus coordenadas vitales extremas: Pierre Vilar nació en Frontignan el 3 de mayo de 1906, y murió en el hospital de Saint-Palais, en el municipio de este nombre (Donapaleu en vasco) el 7 de agosto de 2003. Estas referencias biográficas revelan, además de una vida larga, sus orígenes occitanos y los lazos con el País Vasco francés, donde había nacido su mujer, Gabrielle Berrogain. Pero nos dicen muy poco sobre la relación de Vilar con París y Barcelona, las dos ciudades protagonistas de este libro, que quiere explorar la génesis y el despertar intelectual de la obra del historiador maduro, esa obra que admiramos y cuyo impacto reconocemos, a partir de sus escritos de juventud.

Y en aquel despertar Cataluña desprendió una luz muy especial. Fue un Pierre Vilar ya maduro, defensor a ultranza de una historia razonada, que se mostró dispuesto a admitir que su historia con Cataluña había sido una historia de amor. Esta aparente contradicción explica la estructura de este libro, que en su primera parte seguirá los pasos de un joven estudiante de la Sorbona, y en la segunda procurará seguir de cerca el descubrimiento de Cataluña y el impacto que tuvo sobre aquel joven. Su título, sin embargo, nos quiere situar en los antecedentes de esta historia y en los orígenes intelectuales de otra pasión duradera de Vilar: la pasión por la Historia, esta vez con mayúsculas.

Porque las lecciones de historia de este libro se podrán entender en este doble sentido. En un sentido literal, porque el libro permitirá conocer de primera mano los diferentes tipos de lecciones de historia en la concepción más académica de la palabra, en las aulas, que afectaron el itinerario intelectual de Vilar. En primer lugar, las lecciones de las asignaturas de historia que recibió el joven estudiante en el Liceo Louis-le-Grand y la Sorbona. Conoceremos los problemas de un estudiante aplicado, disciplinado, pero también muy exigente con los profesores, que tenía, ya de muy joven, una cierta idea de la historia. También haremos referencia a las lecciones que dio él, primero en las prácticas tutorizadas que tuvo que hacer, en un liceo de París, mientras preparaba la Agregación de Geografía e Historia, y después, siendo ya agregado, en diversos institutos de enseñanza secundaria. Todas estas vivencias, que intentaremos describir con detalle, sin escatimar anécdotas, permitirán contextualizar como pocas veces las vicisitudes de un estudiante y de un joven profesor de Historia –y de Geografía– en las corrientes, las dominantes pero también las incipientes, de un momento historiográfico que ha sido calificado como revolucionario.

Aquella revolución, según algunos historiógrafos, había consistido en la superación de una especie de obsesión enfermiza por el llamado método histórico.1

Y, efectivamente, la palabra método, muy a menudo escrita con un dejo de ironía, aparece muchas veces en las cartas del estudiante, y también estará en el centro de las reflexiones del joven profesor analizadas en la segunda parte. Pero no pienso que ese sea el principal interés de este libro. Quiero pensar que muchos estudiantes universitarios y licenciados y graduados, especialmente los estudiantes universitarios y los licenciados o graduados en Historia, revivirán, al leerlo, experiencias personales de estudio y experiencias asociadas a los exámenes, sus preparativos y sus resultados, que les provocarán más de una sonrisa. ¿Quién no ha maldecido aquel día y a aquel profesor que le pidió la única lección que no sabía? ¿Quién no recuerda aquella vez que el profesor le interrogó justamente sobre aquel tema al que acababa de dar un vistazo, el único tema del cual habría podido decir alguna cosa? Pero también, en un nivel menos anecdótico, quizá les hará reflexionar sobre el papel que algunas experiencias en su etapa de estudiante pudieron desempeñar en determinadas decisiones de su vida que tal vez conformaron su propio itinerario. Ojalá que, si aquel estudiante universitario ha llegado a ser profesor, estas páginas le acompañen en sus reflexiones cotidianas sobre su función social como profesor de Historia. Será útil para profundizar en este último aspecto, conocer, también de primera mano, las reflexiones que Vilar realizó sobre la enseñanza de la Historia, mientras daba clases, en el curso 1936-1937, en el liceo de Sens, cerca de París.

Pero las lecciones de historia también se pueden entender en otro sentido. Un sentido más amplio, más abierto al gran público y, en concreto, al conjunto de ciudadanos. El libro, al seguir con minuciosidad el relato hecho por el propio Vilar de las experiencias vividas en el periodo 1924-1939, que incluirá muy pronto referencias a Cataluña, puede ser visto y leído todo él como una gran lección de Historia, la última, pero también la más vieja y, quizá, también la más actual y, por lo tanto, la que puede interesar al gran público.

También por eso ha sido concebido este libro. Pero si se ha conseguido, lo digo rápidamente, no es ningún mérito de quien escribe estas líneas, sino del mismo Vilar. Y en concreto, del hecho, más azaroso, de que se hayan conservado las cartas escritas durante su juventud a su tía Françoise y a su hermana Marie y, más tarde, a Gabrielle Berrogain, antes y después del matrimonio. Vilar había recordado y había escrito sobre aquellos años en más de una ocasión. Pero esta vez hemos podido y hemos querido recurrir a su testimonio directo, proporcionado por unas cartas que constituyen un testimonio extraordinario de aquel tiempo. El joven que nos habla es, en primer lugar, un joven que escribe y describe a sus familiares todo aquello que ve y experimenta. Con él, asistimos al proceso de formación de un historiador y el conocimiento de este proceso nos puede ayudar a entender su obra futura. Los escritos del joven Vilar, mostrándonos, primero, la forja –con las dudas y vacilaciones propias de toda adolescencia– de una personalidad propia en la que la conciencia social se revela especialmente decisiva, a continuación, su voluntad de abrirse al mundo –y aquí Cataluña juega un papel importante– y comprenderlo y, finalmente, casi como un paso ineludible para ejercer esta voluntad, su firme decisión de hacerse historiador y, en concreto, historiador de Cataluña, nos dan una auténtica lección de historia. La carta al amigo castellano que se reproduce y comenta en el último capítulo representa la culminación del proceso formativo del historiador y, al mismo tiempo, anuncia la futura Cataluña en la España Moderna.

El resultado no es un libro convencional y, como la responsabilidad de publicarlo es enteramente mía, querría que, a fuerza de insistir, quedasen claros desde ahora sus objetivos: ha sido concebido y pensado para la comprensión de la obra histórica de Vilar y para explicar su génesis intelectual. Y, precisamente porque es un libro sobre Vilar, le he querido dar todo el protagonismo. Él es el autor, de hecho, de la mayor parte de las páginas del libro, lleno de muchos fragmentos de cartas que, para ser comprendidos por el lector, han necesitado un hilo narrador que los enlace. Este ha sido mi humilde papel. En este sentido, no puedo decir que haya sido una tarea difícil. Y es posible que el lector, a veces, lamente que muchos fragmentos se limiten a ser eso, fragmentos. Soy responsable de su selección, pero era necesario llevarla a cabo, porque el conjunto de cartas que el joven escribió a la tía y a la hermana representaría un volumen con una extensión triple a la del libro que el lector tiene en las manos, que ya es considerable. En la selección, he procurado ser exhaustiva por lo que respecta a las veces en las que el joven Vilar nos habla, bien de sus estudios, bien de la historia, bien de Cataluña, bien de la situación política, de una forma más o menos directa. Los lectores decidirán si la empresa ha valido la pena. Y, si se quedan con ganas de leer más cartas de aquel joven, de asistir a otras facetas de la vida de Vilar, si lamentan no haberlas podido leer enteras, no consideraré que este libro haya fracasado. En cierta manera, esta también era una de sus finalidades.

Teniendo en cuenta que las cartas a la tía y a la hermana constituyen una de las fuentes básicas del libro, especialmente de la primera parte, querría hacer referencia, aquí, a las circunstancias personales y familiares de Vilar, que lo llevan en septiembre de 1924 a iniciar este intenso epistolario. Vilar, hijo de Marius Vilar y Rose Vidal, ambos maestros, había quedado huérfano de madre a los once años.2 Él y su hermana Marie, tres años mayor, fueron a vivir a Montpellier, a casa de una hermana de la madre, llamada Françoise Vidal, también maestra de profesión.3 Pero no debemos pensar que el hijo tuviese una mala relación con el padre, que vivía en Celleneuve (Cèlanòva en occitano), un barrio del oeste de Montpellier. Las cartas a Marius Vilar, de las cuales también reproducimos algunos fragmentos, revelan que no era así. Y si eran escasas era porque, de hecho, todo había sido convenido –por ejemplo, los días de la semana de envío de las cartas– para que el padre pudiese leer las cartas enviadas a la tía y a la hermana, puntualmente, cada domingo, cuando iba a comer a la calle Peyson. En las cartas, la tía y la hermana le aportaban noticias sobre el padre, y así Vilar no tenía que esperar una de sus esporádicas misivas para enterarse puntualmente de sus vicisitudes, que tanto podían ser enfermedades como premios conseguidos en juegos de petanca. Marius Vilar murió, inesperadamente, durante el otoño de 1929, justo cuando Vilar se disponía a comenzar el servicio militar en Saint-Maixent.

Los dos pequeños Vilar se sintieron atraídos por la historia. Marie Vilar ya estaba a punto de licenciarse en Historia en la Facultad de Montpellier, cuando los profesores de instituto entrevieron la posibilidad de que el brillante hermano pequeño fuese a estudiar a la prestigiosa École Normale Supérieure de París. En el curso 1923-1924 Vilar estudiará en la khâgne –es decir, en las clases preparatorias del concurso para entrar en aquel centro– del liceo de Montpellier y el curso siguiente en la del liceo Louis-le-Grand de París. Esta estancia en la capital francesa significará el inicio de la correspondencia familiar. El hecho de que la tía fuese maestra y la hermana licenciada en Historia explica la gran complicidad intelectual que se refleja en las cartas, que también revelan la profunda admiración intelectual de las dos mujeres por el pequeño de la familia. La hermana pidió continuamente ayuda y consejos en los trabajos y preparatorios de los exámenes de agregación. El hermano acepta generosamente este papel y no duda en criticar los errores ortográficos o conceptuales que encuentra en algunas cartas. Pero no será este el punto de fricción principal. En las cartas, Vilar no les esconde sus progresivas simpatías políticas hacia el comunismo y, como veremos, el momento más duro de las relaciones se produce en 1929, con motivo del noviazgo de Vilar con Margot Kassovitz y, en relación con ello, por el hecho de que Vilar, a la hora de elegir su destino en la última fase del servicio militar, optase por París y no por Montpellier. A pesar de ello, como puede verse en una carta de 1931, poco antes de la proclamación de la Segunda República española, la hermana se ofrece para acompañar a Vilar en el viaje que este emprendería a Novi Sad (Yugoslavia) para contactar con Margot. Y las dos mujeres conocen los planes de Vilar para instalarse en Barcelona con Margot o, después, con Grabielle. En septiembre de 1936, desde Barcelona, Vilar celebra que Marie, desde hacía unos años profesora en Alès, haya ganado la plaza de profesora en Montpellier, porque así la tía, con graves problemas de vista, volvería a vivir acompañada.

Las cartas a la tía y a la hermana no constituyen la única fuente primaria de este libro. Durante el noviazgo, de septiembre de 1932 a junio de 1933, y, una vez casado, durante unos meses de 1938, serán las cartas a Gabrielle Berrogain las que nos darán la máxima información. También se han consultado las cartas de sus mejores amigos y de algunos catalanes como el geógrafo Pau Vila, y se han leído con atención sus primeros escritos académicos. El libro se detiene voluntariamente en 1939. En primer lugar porque hay una voluntad explícita de dar la palabra al joven Vilar, que entonces tenía 33 años. Si se hubiese alargado el periodo de estudio hasta 1945, además, mi trabajo se hubiese ampliado considerablemente, al disponer de las cartas escritas a Gabrielle, desde diferentes campos de prisioneros de la Europa central, durante la Segunda Guerra Mundial. Recordemos, además, que en aquellos años escribió su Histoire de l’Espagne. En cambio, en el periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial, que es el periodo que nos ocupa, aún no existe ninguna gran obra que analizar.

Pero también hay una razón menos pragmática. El libro muestra con mucha claridad que en 1939 la vocación histórica de Vilar ya estaba bien definida. Por decirlo con una expresión suya, ya pensaba históricamente. No puedo evitar, en esta especie de justificación del libro que contiene esta introducción, hacer referencia a algunas críticas que recibió el viejo Vilar por haber finalizado su último libro, publicado en 1995 y titulado precisamente Pensar históricamente, con la experiencia del cautiverio de la Segunda Guerra Mundial. Se le acusaba, entre otras cosas, de haber querido esconder sus simpatías por la causa comunista en los años posteriores. Cuando le leí una reseña publicada en la revista Recerques, donde el autor le reprochaba, entre otras cosas, que aquel libro dictado a partir de recuerdos se hubiese detenido en 1945, me dijo, entristecido: «esta persona no ha entendido que lo que yo he querido explicar ha sido sobre todo mi proceso de formación como historiador». Yo sabía que esta había sido su intención, y que el título del libro había querido resumirla y reflejarla. «Quizá –le respondí– porque a algunos nos ha sido muy fácil hacernos historiadores. Simplemente, decidimos estudiar Historia en nuestra adolescencia, como usted, pero estudiamos la carrera de Historia sin ningún desvío, como en su caso fue el paso por la Geografía. A este proceso no le dedicaríamos un libro. Pero precisamente por eso pienso que vale la pena que usted lo haya escrito». Con Vilar siempre hablábamos del libro dictado como si lo hubiese escrito, porque de hecho, como me confesó, dictándolo había experimentado las mismas sensaciones que cuando escribía un libro.

Querría en esta ocasión avanzarme a las voces que opinen que no vale la pena reflexionar sobre el proceso de formación de un historiador y, en este caso concreto, de Vilar. Los que no quisieron creer que el viejo Vilar, ya ciego, hubiese podido dictar las páginas de Pensar históricamente, a pesar de la evidencia de las cassettes grabadas, seguramente tampoco entenderán que yo haya caído otra vez en el mismo error. No ha sido pensando en ellos por lo que he escrito este libro. Lo he escrito pensando, especialmente, en mis alumnos, pero estoy convencida de que el libro contiene, además de un interesante testimonio histórico, documentos de primera mano que, si bien no aportan sorpresas sobre Vilar, no dejan de ser interesantes para los estudiosos y críticos de la obra del historiador, en tanto que prueban que el proceso de formación como historiador escrito y recordado por el Vilar maduro, y el papel importante que desempeñó Cataluña en aquel proceso, no eran una recreación realizada a posteriori, una especie de reconstrucción artificiosa y lineal, hecha a partir y como consecuencia de lo que habría pasado después.

Dejemos que sean los especialistas en la memoria los que diriman hasta qué punto el fenómeno de la literalidad de los recuerdos de Vilar es un caso excepcional o no. Personalmente, como cómplice intelectual del libro de 1995, celebro que las cartas del joven Vilar nos hayan permitido someter las reflexiones autobiográficas del viejo Vilar a una especie de detector de falsos recuerdos. El lector de este libro tiene a su disposición realizar la prueba.

He dicho que, en la confección de este libro, mi papel ha sido pequeño. Quiero acabar esta introducción con algunos datos personales que lo expliquen. Comencé a leer a Pierre Vilar en 1974, cuando tenía 17 años, antes de que muriese Franco, y cuando estaba dudando entre estudiar Historia o Sociología. Tuve la suerte de conocerlo personalmente en 1988 y ahora, en 2016, quiero agradecer de todo corazón a Jean y Sylvia Vilar, testigos de la amistad y complicidad intelectual que nos unieron desde aquel año hasta 2003, año de su muerte, que me abriesen también los archivos personales y familiares. No quiero esconder la importancia que ha tenido en el diseño de este libro el convencimiento –fruto en parte de aquella relación personal– de que los documentos de Pierre Vilar analizados en este libro fueron escritos –casi como una característica de su personalidad– desde la sinceridad y la honestidad. Confío en que la lectura de los fragmentos reproducidos en el libro avale suficientemente esta impresión. Porque ha sido este convencimiento lo que hace que este estudio, que también quiere ser honesto y sincero, y por eso quiero dejar clara aquí mi posición, resulte especialmente ambicioso. En el sentido de que no quiere limitarse a conocer mejor la vida del biografiado, sino que quiere rastrear sus reflexiones en su proceso de formación y, en definitiva, la génesis intelectual del conjunto de su obra. Y es evidente que un planteamiento de este tipo solo se puede sostener si consideramos sinceras y honestas sus palabras. He procurado reunir el máximo de pruebas para que la complicidad intelectual con Pierre Vilar exhibida pero también, en cierta manera, requerida –por la autora al lector– no pueda ser nunca percibida como un simple brindis al sol. Serán los lectores los que juzgarán, al acabar el libro, si los esfuerzos han valido la pena.

En la última fase del proceso de elaboración de la edición catalana del libro, fue especialmente dolorosa la noticia de la muerte de Jean Vilar, el 18 de julio de 2015. Justo unas semanas antes, la cuidadosa lectura de un primer manuscrito le había permitido detectar algunos errores en las transcripciones de las cartas. La edición en castellano me ha permitido subsanar un número importante de incorrecciones que nos pasaron por alto en aquella ocasión. De las que aún puedan quedar, soy yo únicamente la responsable. Finalmente también quiero manifestar mi agradecimiento a Josep Fontana, por su disposición a escucharme, a aconsejarme y a leerme siempre que lo he necesitado, a Josep M. Muñoz, por haber aceptado, en su momento, la edición de un libro arriesgado, y a los responsables de Publicacions de la Universitat de València por seguir, ahora, su ejemplo.

Para facilitar la lectura del libro, hemos incorporado un breve glosario con aquellos conceptos y palabras relativos al mundo académico parisino, poco familiar a los lectores españoles, y una cronología que puede ayudar a situar todo aquello que en el libro, condicionado por las fuentes y la necesidad de contención, se explica demasiado fragmentariamente.

Por las mismas razones se ha limitado a conciencia el número de notas. Este habría resultado demasiado voluminoso, tal como se explica en el epílogo, si se hubiesen recogido y reproducido las diferentes veces que Vilar se refirió, a lo largo de su vida, a los hechos que se explican en este libro. Para tener esta información, el lector tendrá que acudir, necesariamente, a Pensar históricamente. Reflexiones y recuerdos, traducción de la obra autobiográfica de 1995 a la que hemos hecho referencia. Para ir más allá y conocer realmente el pensamiento histórico de Pierre Vilar será necesario introducirse en la obra del historiador maduro. Todo este libro quiere ser una invitación a hacerlo.

1   Véase, por ejemplo, Christian Delacroix, François Dosse y Patrick Garcia: Les courants històriques en France, XIXe-XXe siècle, París, Armand Colin, 1999, donde los autores definen la etapa inmediatamente anterior al nacimiento de la revista Annales d’Histoire sociale et économique como «Le moment méthodique».

2   Rose Vidal, madre de Pierre Vilar, nació en Montpellier el 13 de mayo de 1877 y murió en 1917. Se casó con Marius Vilar el 3 de abril de 1902 en San Juan de Corniers, donde vivían sus padres Adrien Vidal, ferroviario retirado, y su segunda esposa, Marie Devic. Marius Vilar había nacido en Cèlanòva el 18 de septiembre de 1868. El año en el que se casaron vivían en Frontinhan, donde ejercían de maestros.

3   Françose Vidal, hermana de Rose Vidal, había nacido en Montpellier en 1881 y murió en la misma ciudad habiendo cumplido 101 años. Marie Vilar, la primera hija del matrimonio Marius Vidar y Rose Vidal, nació el 28 de enero de 1903 en Frontinhan y murió en Montpellier a los 94 años.

PRIMERA PARTEPARÍS

El gran concurso

Es difícil exagerar la importancia que podría representar, en la vida de un chico de provincias de Francia, la entrada en la École Normale Supérieure de París. Aquella École que no era una escuela, como intentaría explicar a los lectores catalanes a finales del siglo XX el propio Vilar, ha sido el sueño de muchos adolescentes y de muchos padres de adolescentes franceses.1 La superación del concurso que daba acceso a ella cambiaba la vida de los pocos que conseguían superarlo y algunos de ellos, cuando escriban sus memorias, recordarán muy especialmente el hecho.2 En el caso de Vilar, la regularidad de las cartas escritas el año preparatorio del concurso en París, el curso 1924-1925, en el instituto Louis-le-Grand, a un ritmo de dos por semana, permite seguir con minuciosidad aquel proceso. En las cartas se puede ver cómo, al mismo tiempo que se está preparando para el examen, Vilar se está preparando psicológicamente para afrontar la posibilidad de un fracaso. En este caso, aseguraba, él no haría como muchos compañeros del instituto, que persistían allí durante años: él iría a cursar los estudios de Historia en la Universidad de Montpellier, como su hermana, que en aquel curso estaba preparando la Agregación de Historia en aquel centro. Esta última circunstancia, que facilitó la complicidad intelectual entre el joven y las corresponsales, nos permitirá recrear el clima de la enseñanza de la Historia en Francia a partir de la contraposición París-Montpellier. También veremos algunos otros aspectos de la personalidad de Vilar, que se concretarán especialmente en la manera de seguir lo que él considerara grandes acontecimientos, entre los que destacó, aquel curso, el traslado de las cenizas de Jaurès al Panteón.

EL LICEO LOUIS-LE-GRAND3

En junio de 1924 el joven Vilar, con 18 años acabados de cumplir, después de un año de estudios en la khâgne –nombre con el que eran conocidos los cursos preparatorios del Concurso– de Montpellier, se presentó a los exámenes para acceder a la École Normale Supérieure de París. En la preparación y en la realización de aquellos exámenes, la Historia tenía un peso muy importante. Y aquel joven montpellierino, que quería ser historiador, desarrolló aquel junio el tema de «Las instituciones napoleónicas». En la primera parte se les pidió la descripción de aquellas instituciones; en la segunda, los cambios que habían conocido después de 1815. En el informe preceptivo, el jurado, constituido por los profesores Georges Pagès, de la Sorbona, y Georges Weill, de la Universidad de Caen, consideró que las respuestas de la primera parte habían sido, en general, muy superiores a las de la segunda. Eso es lo que escribieron en aquella ocasión, después de haber leído 160 exámenes:4

Entre las Instituciones más conocidas se hallan las formas constitucionales. Nociones vagas sobre administración judicial o financiera. La mayoría olvidan que Napoleón había hecho la guerra y no hablan de las instituciones militares (y si lo hacen, es para atribuir al emperador la ley de reclutamiento). Hablan del Concordato, pero no lo entienden. Muchos se extienden sobre el sistema instituido por Napoleón sobre la elección de obispos (sin recordar que es la vuelta al régimen de 1516). Demasiados confunden la Universidad de Francia con las universidades actuales. La segunda parte, la más mediocre. Visión demasiado estable de la administración napoleónica. Error extraño (frecuente): supresión del monopolio marítimo, 1850, restablecido en el siglo XX. Los candidatos conocen mucho menos la Francia de hoy que la de 1814.

Por lo que respecta a la redacción de los trabajos, el comentario de los dos profesores de la Universidad es muy positivo: «En general, estilo claro y limpio». El examen del joven Vilar debió de haber complacido mucho a los examinadores, pues el estudiante de Montpellier obtuvo un 42 sobre 60, una calificación que le situaba entre los mejores.

Vilar estuvo entre los 59 candidatos admisibles, pero no consiguió estar entre los 28 admitidos. Su perfil no le favorecía nada. Se presentaba por la modalidad C, que incluía algunas materias de ciencias; y aunque de los 28 inscritos en esta modalidad, 7 consiguieron ser admisibles, solo 1 acabó entrando en la École. No era el único hándicap que Vilar presentía en la carrera que se disponía a volver a empezar. Su timidez también podía influir en los malos resultados en las pruebas orales, especialmente, claro, si la suerte no le acompañaba. Recordará aquel fracaso el 14 de mayo de 1925, leyendo en el boletín de la Association des Anciens Élèves del Lycée de Montpellier este texto: «¡Admirable en unas condiciones excelentes, habría superado el umbral deseable si no fuese por un desgraciado accidente en el oral!». Vilar subraya «desgraciado accidente» y califica de amable aquella expresión. En el caso de Historia la prueba oral consistía en tener que hablar de dos temas elegidos al azar. Tenían veinte minutos para prepararlos. Debían exponerlos y eran interrogados por el jurado. En el informe emitido por los profesores examinadores, leemos que la mayoría de los estudiantes no habían hecho una introducción, como se les había pedido, donde quedase claro el contenido de la exposición. El resultado fue, por esta razón, poco satisfactorio. Y en este caso, el comentario también valía para Vilar, que no supo demasiado qué responder sobre «Guerra de América» y «La India después de 1815».

Pero de todos modos el resultado del año de preparación en la khâgne de Montpellier fue positivo. La admisibilidad le daba derecho a una beca de licenciatura en las facultades cercanas o la opción de ir a París a prepararse mejor para el acceso a la École. Allí estaban las mejores khâgnes. La familia Vilar eligió el liceo Louis-le-Grand. De hecho, de los 28 nuevos normaliens de la promoción de 1924, 15 procedían de este instituto. Y entre ellos, los 3 primeros clasificados. Si exceptuamos a un estudiante de Estrasburgo, fruto del tratamiento especial recibido por Alsacia, con motivo de su incorporación reciente, solo 2 no eran parisinos, y se encontraban situados en los lugares 24 y 25. La familia tomó, pues, la decisión de enviar a Vilar, a sus 18 años, a París. En la promoción de 1925, 11 de los 82 estudiantes de la khâgne del Louis-le-Grand serán admitidos en la École. Vilar será uno de ellos. Podremos seguir aquel proceso de aprendizaje con mucho detalle, gracias a las cartas que Vilar enviaba a la tía y a la hermana. En París, además, le esperaban con los brazos abiertos los parisinos. Los de Montpellier llamaban así al núcleo familiar compuesto por la tía Rose Vidal, cuñada de la tía Françoise de Montpellier, y como ella maestra de profesión, sus primos Adrienne y Maurice, y el marido de Adrianne, Paul Billetdoux.5

LAS PRIMERAS IMPRESIONES

Pierre Vilar emprendió el primer viaje en solitario a París el 30 de septiembre de 1924. Sabemos, por los detalles de la carta que envió a la tía y a la hermana, que las dos mujeres le habían acompañado a la estación, y que en aquel viaje, de hecho, no llegó nunca a estar solo. En el momento de tomar el tren, el joven Vilar se encontró con los dos hermanos Bacave: el más joven, Roger, también iba al lycée Louis-le-Grand. El viaje lo hizo en compañía de otros tres jóvenes que subieron en Béziers; también viajaba en el mismo compartimento un joven profesor de Historia Natural que preparaba la Agregación, y en el curso del viaje se incorporó un maestro muy joven. Durante el trayecto tuvo lugar una conversación «filosófica». Vilar no escribió filosófica entre comillas, pero a continuación del adjetivo puso tres puntos de admiración. La conversación había surgido a partir del libro de ciencias que el profesor de Historia Natural estaba leyendo. Uno de los jóvenes estudiantes, a quien Vilar tilda de materialista convencido, porque «parecía haber leído todos los libros sobre el origen de las especies», pidió la opinión del futuro agregado de ciencias naturales sobre todo tipo de cuestiones de ontología, para declarar, finalmente, estar muy orgulloso de compartirlas. La intervención del maestro convirtió aquella discusión en un debate entre «espiritualistas y materialistas» o, siempre según Vilar, entre primarios (maestros de escuela) y secundarios (profesores de secundaria), que se alargó cuatro o cinco horas; él no se mezcló en la conversación porque, escribe a sus corresponsales, la encontró «un poco infantil». El estudiante materialista, al saber que algunos de los jóvenes, como él, se estrenaban en sus respectivos institutos, los tranquilizó. El viaje también merece a Vilar una constatación de tipo sociológico: todos eran hijos de maestros de primaria o profesores de secundaria. Después de Lyon los pasajeros habían intentado dormir. Él solo consiguió dar pequeñas cabezadas, pero suficientes para reposar y llegar a la estación con suficiente energía para ir a buscar la maleta y emprender el camino hacia la calle Saint-Jacques.

En la carta siguiente, ya han empezado las clases y Vilar se ha hecho una primera idea no demasiado buena del lycée Louis-le-Grand: «creo que si hay un liceo en Francia que funcione peor que el de Montpellier es el Louis-le-Grand». Pero si había una diferencia clara entre los dos institutos, era que en París todo se orientaba hacia el concurso de entrada a la École; pudo ver todas las preguntas, orales y escritas, que habían salido en los sucesivos exámenes desde 1911, con los nombres de los que los habían superado, sus notas, etc. Algunos detalles le confirman que preparaban sobre todo para el oral, lo que no le desagradó, porque ya hemos visto que este había sido su punto débil el año precedente. Un poco más tarde, en la carta del 11 de octubre, hace saber que ha descubierto que Jean-Remy Palanque, el profesor de Historia de la khâgne de Montpellier, había estado dos años en aquel instituto y que, por tanto, debía de haber suspendido una vez el concurso. Eso era habitual, pero lo que llamó la atención a Vilar fue que el profesor no se lo hubiese dicho.

Las cartas combinan los comentarios sobre cosas que pasaban en Montpellier, que incluían la realización de ejercicios de latín para Marie, con anécdotas del instituto. Y entre las anécdotas, hay tanto referencias a las clases, que en el caso de la Historia seguiremos con detalle, como a los sermones de las misas a las cuales asiste, o a las piezas musicales interpretadas por la orquesta y el coro del instituto, en los cuales se integró, respectivamente, como violinista y como bajo. Muy pronto, el 2 de octubre, explica, por ejemplo, que él y los otros violinistas han participado en un espectáculo interpretando el Tótem, que es, clarifica, el himno de la khâgne, desde que Émilie Durkheim había enseñado allí, y reproduce fragmentos y el estribillo que se va repitiendo: «Veneramos el Tótem / que el Maestro Durkheim / predicó entre nosotros...». Después, el delegado de curso, llamado Sekh en el argot normalien, levantó el Buho, símbolo de los estudios clásicos, que adoraron haciendo un gran ceremonial; se trataba, de hecho, de un animal disecado que había llegado al instituto hacía mucho tiempo procedente de algún gabinete de Historia Natural, y se había convertido en una especie de fetiche.

Por lo que respecta a los conocimientos y a las amistades, que interesan tanto o más a sus corresponsales que la dinámica de las clases, las misivas se llenan de referencias a estudiantes del Midi. Ya hemos nombrado a Roger Bacave; Henri Millardet será otro acompañante habitual de los viajes en tren; el cuarto montpellierino era François Coulet, hijo del rector de la Universidad de Montpellier. Seguramente por eso, dice Vilar, los profesores le interrogaban a menudo; no siempre respondía brillantemente, pero él le consideraba un buen camarada, porque tenía muchos libros y los había puesto a su disposición. Sin embargo, el meridional con el que más intimará será Pierre Dhombres, un estudiante de Alès que conocía muy bien el mundo universitario de Montpellier y que, además, era primo de un conocido de la familia Vilar. Dhombres no era interno, vivía en una pensión y le servía de mensajero para enviar las cartas por correo ordinario. Los dos amigos estaban de acuerdo en una cosa: si en julio fracasaban no repetirían en el Louis-le-Grand: irían a estudiar Historia a Montpellier. Eran realistas, porque en la clase eran 80 y sabían que solo 15, como mucho, conseguirían entrar.

El joven Vilar no se dejó deslumbrar demasiado por los profesores del liceo Louis-le-Grand, porque, de hecho, Vilar se sentía agradecido al «trío Truffette-Gautier-Palanque» de Montpellier, al que consideraba tanto o más válido e inteligente que el «trío Mayer-Canat-Roubaud». Son los nombres de los profesores de latín, francés e historia respectivamente de Montpellier y París. Aunque Truffette era en realidad el sobrenombre de Edmond Houles, en las cartas siempre será Truffette. El 18 de octubre, Vilar hacía de nuevo una comparación muy significativa entre el nuevo instituto y el de Montpellier.

Esta es la gran diferencia entre el liceo de aquí y el de Montpellier; allí, los profesores disfrutaban y la Administración reprendía; aquí uno tiene la impresión de la situación inversa: disciplina interior casi inexistente, clases extremadamente pesadas. Tanto, que a menudo me aburro en clase, cosa que no me había sucedido nunca en Montpellier.

Quizá la mejor prueba de la añoranza del Midi viniese dada por el hecho de que aquel primer semestre Vilar llegase a escribir tres cartas en occitano –en patois, dice él–, admirándose él mismo de su dominio de una lengua que reconocía no hablar. Poco a poco, sin embargo, fue tomando conciencia de que el ambiente de trabajo en el liceo de París era mejor. El 21 de diciembre hace una pausa en el ejercicio de filosofía que está redactando y escribe una carta donde comenta que no creía que su compañero Dhombres superase el concurso, en parte porque no vivía en el liceo: «trabaja un poco como yo hace un año, en la Biblioteca, en su casa, cuando le parece». Y lo reconoce un poco contrariado porque la añoranza de Montpellier queda claramente reflejada al final de esta carta, la última del primer trimestre, con una serie de posdatas que evocan la felicidad de retornar a la vida cotidiana de Montpellier. Entre ellas, que al cabo de cuatro días bailaría el hippa hippa en su cocina, estaría a 850 kilómetros del Panteón, tocaría la Internacional en el piano y dormiría tranquilamente en su cama.

Una de las últimas referencias a gente del Midi la encontramos en la carta del 7 de junio de 1925, cuando ya está muy cerca el día del concurso y a Montpellier habían llegado noticias alarmantes sobre Roger Bacave, el compañero con quien Vilar había compartido los primeros trayectos Montpellier-París, y el consumo de estimulantes:

Que la historia de Bacave no asuste a mi tía: se trata de individuos que no hacen nada durante todo el año, y trabajan los últimos 15 días sosteniéndose mediante Kola u otras drogas sustentatorias que les provocan congestiones, etc. Yo me hallo muy lejos de estos hábitos y llego a mi Concurso «preparado».

En la misma carta, otro comentario revela que Vilar continuaba pensando en Montpellier y en los profesores de allá abajo: «Me extraña mucho que Truffette no me haya escrito para desearme suerte: debe haberse olvidado».

LA COMPETITIVIDAD

Eran 80 en clase y sabían que solo 15, como máximo, conseguirían entrar. El sábado 13 de diciembre Vilar escribe, después de un examen de Historia, sobre el clima que se vivía en el instituto. Los trataban, dice, como a niños de 10 años. Se refiere al hecho de que habían aparecido los cuadros de honor y las felicitaciones del primer trimestre, después de la reunión de todos los profesores. Tenía curiosidad, especialmente, por saber qué habían dicho de él. El día anterior, a las siete de la tarde, Chaton, uno de los administradores del instituto, les había informado de que solo un alumno había sido felicitado, y eso había causado la sorpresa general, sobre todo entre los K3, como se llamaban los que repetían por tercera vez el curso, que normalmente eran felicitados durante el primer semestre. Otros años se había llegado a felicitar a 10 alumnos. Aquel año, el único alumno felicitado fue Bernard Lamicq, que ya había sido premio de excelencia el año anterior y que ciertamente, dice Vilar, era el único que se había mantenido entre los diez primeros en todos los ejercicios. ¿Por qué aquel resultado tan malo? Chaton le dijo que no se trataba de la voluntad de la administración, sino de los profesores, que estaban descontentos con el curso. Aquí Vilar escribe entre paréntesis: «tienen razón, en mi opinión: ¡no hay ni un solo tipo que destaque!». Pero Chaton también le animó: «Usted ha estado a dos pasos de ser felicitado». Vilar comenta que habría sido muy extraño que él y Lamicq hubiesen sido los únicos en ser felicitados. Aquella mañana, otro miembro de la administración, el Sergal, tal como se llamaba el supervisor general del liceo, le proporcionó algunos detalles más sobre la evaluación: todos los profesores habían hablado muy bien de él y le habían propuesto para ser felicitado, con una excepción: Roubaud, el profesor de historia. De hecho, solo Roubaud se había opuesto a que lo fuese él. También lo había impedido en los casos de Camborde y Seznec, que Vilar consideraba que se lo merecían. A pesar de ello, es interesante ver el tipo de cavilaciones que aquella noticia generó en su cerebro:

Ahora hay que plantear el problema: ¿por qué Roubaud me ha rechazado? Si me lo pregunto es porque mis respuestas en clase fueron buenas, y mi deber obtuvo 11 sobre 20 lo que le clasificaba como poco entre los 20 primeros; queda mi composición; temo que la haya juzgado mal: le gusta, parece, el orden cronológico; yo seguí un plan personal; tal vez ello le puso en mi contra. No mucho, sin duda, porque conseguí un «bastante bien», pero no ha considerado que yo deba estar por encima de los otros.

Aquella conversación, además de confirmarle el segundo lugar, resultaría muy instructiva. El Sergal explicó a Vilar el modo cómo la khâgne del Louis-le-Grand proporcionaba a los estudiantes lo que hacía falta para obtener un buen resultado en los exámenes. Para empezar, en el momento del Concurso todos ellos ya serían conocidos entre los profesores. Si eso era así, él formaría parte de una especie de «candidatura oficial». De todos modos, el nivel de aquel año era muy bajo. El curso era amorfo, en comparación, por ejemplo, con el año anterior, donde había habido una decena de ases. Además, parece ser que en las khâgnes del Henri IV y Condorcet, según decían algunos profesores que compartían docencia, el nivel aún era más bajo. Todo eso, que individualmente le podía beneficiar, motiva esta reflexión sociológica: «Azar, o quizá efecto de las generaciones de la guerra (muy apática, parece ser). A menos que la provincia no salga de su adormecimiento...». Pero, por otro lado, concluye, era muy evidente que hacía falta haber estado en el Louis-le-Grand, o al menos en París, para entrar en la École. Este era, afirmaba, el único consuelo que le proporcionaba el hecho de estar allí.

De todo lo dicho resultaba que había sido animado [ encouragé en el original francés]. Era otra fórmula típica del Louis-le-Grand que no gustaba a Vilar, que decía no soportar ni la palabra ni el hecho. Hubo unos 10 o 12 animados junto a 65 estudiantes que no habían sido felicitados ni animados pero que figuraban en el cuadro de honor. Vilar podía observar cómo el desánimo se apoderaba de muchos compañeros. Algunos de ellos al año siguiente ya serían K3 y los profesores los conocerían más y quizá pasarían a ser animados. A Vilar no le gustaba este engranaje. Insistía en que, en caso de suspender aquel año, retornaría al sur, donde se encontraría con los profesores de Montpellier.

Los resultados del segundo trimestre mejoraron. El 29 de marzo, después del consejo de clase, a las ocho de la tarde, Chaton les notificó que aquella vez las felicitaciones habían abundado hasta un total de doce, entre ellas la suya. Vilar considera que todas eran merecidas. Les habían dicho, además, que él y Nivat habían sido los triunfadores, es decir, los que más habían progresado: «Habiendo mostrado los gráficos (¡porque se hacen gráficos!) una ascensión formidable, mientras que Lamicq, por ejemplo, continua en el mismo plano –elevado, ciertamente– y algunos –Camborde por ejemplo– han bajado hasta ni tan siquiera merecer los ánimos».

También sabemos que Colonna, el profesor de filosofía, había hablado muy bien de él. Por todo eso, parece que su nombre sonaba entre los aspirantes a «cacique», es decir, a ser el primero en el concurso, pero él se apresura a decir que eso era una barbaridad. Comenta que cada año se hacía una especie de apuesta para adivinar quién sería, dando por supuesto que saldría del Louis-le-Grand; pero a veces había habido sorpresas, como el año anterior, cuando había sido cacique el poco brillante Louis Herland, y los profetas, ironiza Vilar, se habían alegrado cuando aquella especie de impostor había suspendido el certificado universitario de latín. Este juego provocó esta reflexión:

En mi opinión, si uno de nosotros, quienquiera que sea, llega a ser cacique, considero que la E.N. se halla en un nivel muy bajo o se trata del fraude más formidable que haya podido deslumbrar el mundo. No hay en toda la khâgne ningún tipo realmente bien, realmente destacado, de quien uno pueda sentir la superioridad: entre los buenos de la clase, veo tres clases de tipos, aquellos que, sin demasiado esfuerzo tienen una cierta facilidad, lo que les permite obtener buenos resultados, sin ser espectaculares: Lamicq, por ejemplo, o Camborde, por poco más que hiciera de lo que hace, y yo mismo podría clasificarme en esta región simpática pero no trascendente; después hay otra región, la de los pretenciosos que pretenden comerse el mundo, pero que de hecho están vacíos. Lalouette, Maheu, Blanche y unos cuantos más; finalmente, hay aquellos que necesitan hacer un gran esfuerzo para conseguirlo, los Nivat, Seznec, y algunos K3, Chambon y Ruffel por ejemplo. Pero entre nosotros no reconozco absolutamente a nadie que trabaje lo suficiente para ser imbatible en todo, y se halle además suficientemente dotado para serlo sin cansarse. Esperemos, por el honor de nuestra generación, que el cacique no sea de Louis le Grand; para mí, solo deseo una cosa, entrar en la École, y ya veremos si lo consigo, porque es una cosa del todo incierta, ¡digan lo que digan los profes!

En la biblioteca del instituto hacían devolver los libros en seguida. Por eso, desde muy temprano, Vilar estudia en bibliotecas del entorno. El 5 de noviembre, por ejemplo, escribe una carta desde la biblioteca del Musée Pédagogique, en la calle de Ulm, cerca de la École, donde celebra que le dejen los libros durante 15 días. Le gusta, dice, ver «las cabezas de los profesores o futuros profesores (sobre todo femeninos)». Sabemos que algunas cartas fueron escritas allí y otras en la también cercana biblioteca de Sainte-Geneviève. Por lo que respecta al ambiente de trabajo dentro del edificio, antes de Semana Santa se ilusiona con la idea de compartir una thurne, es decir, una pequeña sala de estudio, con algunos amigos, entre ellos Lamicq. Pero finalmente no pudieron ocuparla. El 26 de abril encontramos una descripción del trabajo en la sala de estudios común:

cada uno trabaja en un rincón, yo como los otros; no me había visto nunca tan trabajador; pero encuentro que uno se aburre; los compañeros a los que yo estaba habituado: Frabry, Dresch, Ruffel, se han dispersado; casi no queda nadie a mi alrededor; tan solo, pero muy separados, Lamicq, Coulet y Millardet, quien últimamente ha sufrido una crisis de trabajo, y se ha volcado en la Historia como un desgraciado. Yo he tomado una decisión, continuar en la sala de estudios porque aquí se está muy tranquilo; he hallado una pequeña mesa individual...

Sus corresponsales se interesaron por su relación con el que parecía revelarse como el estudiante más brillante del curso, pero no precisamente el más popular. En la carta del 31 de mayo, Vilar satisfizo su curiosidad de esta manera: «como dice la tía, soy camarada de Lamicq; no sé por qué; estos días, el pobre Lamicq es objeto de muchas bromas, y se las han hecho ver de todos los colores». En la misma carta, explica algunas anécdotas concretas y manifiesta su preocupación porque la tradición de tomarle el pelo, que en el liceo se hacía «sin malicia», se extendiese en la École. «Si estuviese en su lugar yo estaría preocupado». En el momento de los exámenes, Lamicq será, como veremos, el principal referente y confidente de Vilar.

LAS CLASES DE HISTORIA DE ALPHONSE ROUBAUD

Todo invitaba a estudiar Historia. La historia era la materia que más atraía al joven Vilar, porque, de hecho, aspiraba a hacerse historiador. Y la Historia ocupaba un lugar importante en el concurso y en el liceo Louis-le-Grand. Porque si la khâgne de Louis-le-Grand tenía el porcentaje más grande de éxitos en el concurso de la École, era sobre todo por los buenos resultados de sus estudiantes en los exámenes de Historia, y este éxito se debía en gran parte al profesor Alphonse Roubaud. Además, Marie, la hermana de Vilar, había obtenido la licenciatura de Historia en la Universidad de Montpellier y estaba preparando la Agregación en la misma disciplina. Por todo lo dicho, no es extraño que las cartas que Vilar escribe a su hermana y a su tía durante el curso 1924-1925 estén llenas de referencias a la historia y, en particular, a las clases de Historia de Roubaud.

A finales de septiembre, en la primera carta en la que habla del instituto, encontramos la primera referencia, del todo positiva:

Esta tarde, el profesor de historia, Roubaud, me ha hecho una impresión excelente: enérgico, empezando su curso dando un deber a realizar, así como el programa de las lecciones que tendremos que preparar. Creo que esta será la mayor parte de la preparación.

Pero muy pronto, el 9 de octubre, matiza aquella opinión y encuentra algunas contradicciones entre el método que preconiza aquel profesor y sus clases:

En historia el señor Roubaud es un profesor excelente, pero en mi opinión no da una historia interesante; tal vez no puede hacerlo de otra manera; cuando pregunta en clase, cuando propone los deberes, es maravillosamente claro, le gustan las ideas generales, no se complica la vida con detalles; pero su curso tan solo es un curso de bachillerato desarrollado; trata sobre «Europa desde 1815 hasta nuestros días»(¡!); yo solo lo había visto parcialmente; los antiguos hypo del último año (Coulet, Bacave, etc.) habían visto Francia de 1715 a 1815: cada vez él nos da para revisar, con indicaciones bibliográficas, su curso del último año, o un curso equivalente (mi resumen de Lavisse es prácticamente idéntico). Pero es necesario hacerle exposiciones inteligentes y bien «compuestas». Nos ha dado a elegir entre 5 deberes de historia sobre Francia en el siglo XIX; de este modo tendremos ocasión de volver a ver esta parte del programa, que él no podrá tratar en clase, ni en exposiciones. Es fácil de comprender, pero las clases que da no se inspiran en el método que él preconiza y sus resúmenes son difíciles de retener.

Conviene saber que cuando Vilar habla de un tal Lavisse se refiere al manual correspondiente de la Historia de Francia escrito por este historiador. En la misma carta recita dos frases atribuidas a Roubaud que considera muy posibles, porque tenía algunos problemas de expresión. La primera: «Napoleón (o no sé qué otro personaje de la historia) murió demasiado pronto, ¡para saber lo que pasaría después de su muerte!». La segunda consiste en un involuntario juego de palabras: «Robespierre quería organizar los servicios de toda religión: servicio cristiano, servicio deísta, servicio ateo (service athée)». Aquí, la cosa divertida era que más de uno había escrito «servicio de té». El 11 de octubre aumentó el repertorio con una frase de la clase del día anterior; Roubaud, hablando del partido revolucionario en Italia, había dicho: «El partido revolucionario decapitado, levantó la cabeza», y hace este comentario: «es decididamente toda una especialidad, la de este hombre». Y, para demostrarlo, el 24 de octubre la lista se incrementa con una frase pronunciada ese mismo día a propósito del rey de España: «el rey... murió sin hijos... la reina también», explicando que los puntos suspensivos no son gratuitos, sino que corresponden a las suspensiones de voz entre cada fragmento de la frase de Roubaud; y escribe con la misma técnica una serie de frases que circulaban de cursos anteriores. Por ejemplo: «Napoleón III... se quedó seis meses... en el Po... sin conseguir... hacer nada». Es necesario tener en cuenta que, en francés, el nombre del río Po es homófono de la palabra pot, que significa «orinal».

Roubaud les hablaba insistentemente de la necesidad de utilizar correctamente un método, cuyo requisito más importante parecía ser seguir el orden cronológico. Se puede deducir del inicio de la carta del 11 de octubre, en la que Vilar lamenta con ironía que «a pesar del método cronológico utilizado en la carta precedente, aún había olvidado algunas cosas». Comentarios como estos se repetirán a menudo. Y muy pronto está claro que Roubaud no es el único que les habla de método. El 24 de octubre, empieza la carta así: «conviene no perder tiempo en la khâgne; ¡es necesario el método! como dice el Sergal. Comencemos de nuevo, pues, metódicamente la pequeña historia». Escribir metódicamente, aplicado a las cartas, será sinónimo de seguir el orden cronológico. Así, por ejemplo, en la carta del 20 de marzo vuelve a haber referencias irónicas al método de Roubaud: «Pero no os he dicho nada del domingo pasado: olvidaba que mi última carta era la del jueves: ¡madre mía! ¡He tergiversado el orden cronológico! ¿Qué diría Roubaud?». Y más tarde, en la misma carta: «Recuperemos el orden cronológico, ya que parece ser que es tan importante en historia...».

Las noticias sobre el curso o los cursos de Roubaud fluían semana tras semana. Los comentarios hacen referencia a veces a las clases del curso anterior en Montpellier, respecto a las cuales es evidente que Vilar no estaba descontento. El 24 de octubre explica a la hermana y a la tía que había revisado las notas tomadas el año anterior sobre el Lavisse de Luis-Felipe («o el Luis-Felipe de Lavisse», aclara) que le habían servido para construir el plan de trabajo de los deberes de historia de la primera semana de noviembre. El tema era este: «Causas y caracteres de la revolución del 48». Además, estaba leyendo el manual Politique étrangère de Debidour, que había empezado sin acabarlo en Montpellier; esta vez lo leería entero, aunque él lo consideraba «indigesto». En la misma carta, recriminando a la hermana algunas faltas de ortografía, dejó clara su vocación de historiador: «un poco de atención cuando se escribe a un khâgneaux, futuro estudiante del ens, futuro agregado de historia, y sobre todo cuando escribe una futura agregada de historia».

En otra carta escrita aún en el mes de octubre, Vilar asegura que con Roubaud era imposible dormirse, porque «es necesario escribir todo el tiempo, pero es mecánico». Había llenado la mitad de un cuaderno en seis o siete sesiones. En la carta del domingo 9 de noviembre describe la primera interrogación en Historia:

En Historia ayer fui precisamente interrogado sobre la sucesión en Polonia, y el señor Roubaud me dijo «no está mal», un cumplido, parece, excepcional en él; el hecho es que los mejores cumplidos que hasta ahora le he escuchado son del tipo «hay bastantes cosas que están bien, pero....» y a partir de aquí una crítica en toda regla; en mi caso, la crítica ha sido poco dura.

De hecho, sabemos que le puso un 7 sobre 10, la máxima nota que Roubaud ponía en sus boletines.6 Vilar informa, además, que habían empezado a hacer el tema del reinado de Victoria en Inglaterra, lo que le permite proporcionar a Marie algunos títulos de libros que le pueden interesar para la agregación: «Cahen: l’Angleterre au XIX s. (colección Colin: allá donde creo que está la Revolución de Mathiez), Halévy, 3 volúmenes sobre Inglaterra de 1815 a 1842. Lotton-Dtrachery (no te garantizo la ortografía): la reina Victoria». Vilar no estaba familiarizado con Lytton Strachey pero sí, y es interesante señalarlo, con Mathiez.

A menudo los comentarios no son tanto sobre las clases de Roubaud como sobre los trabajos que hacía fuera de las aulas. Así, el domingo 23 de noviembre escribe a su padre que está sumergido en la diplomacia europea de cien años atrás: «a veces es divertido, me interesa mucho, pero es muy difícil de retener». La prueba sería el miércoles siguiente y aquel domingo el transporte de las cenizas de Jaurès al Panteón ejercerá, como veremos, un gran impacto emocional en Vilar. En este contexto, el 27 de noviembre, escribe: «hago una excepción estos días en los que la ceremonia del domingo ha sobreexcitado los cerebros: por suerte, la composición de Historia obliga a trabajar duramente de domingo a miércoles, lo que ha calmado un poco a la gente», y reitera que si suspendía el concurso abandonaría París. Las comparaciones entre París y Montpellier continuaban siendo favorables a Montpellier:

creo que tendría más posibilidades de superar el Concurso ahora que cuando termine el curso; está bien que mi hermana diga que me abro mejor al espíritu en París, pero creo que actualmente tengo el espíritu más abierto que los compañeros; al fin del curso, también lo habré cerrado, y los compañeros sabrán de memoria un buen número de pequeñas cosas que yo nunca seré capaz de meterme en mi cerebro, porque no tienen ningún interés: el curso del señor Roubaud, por ejemplo, un curso perfecto, que es necesario saber, ni una palabra más, ni una palabra menos, pero que es seco, seco, seco... yo no puedo concebir la historia como eso. Roubaud podría ser un historiador interesante, pero no puede hacer nada más. Yo hago como los otros, estudio, pero tengo algo más que el curso, el Debidour entero; se ve mejor lo esencial leyendo los detalles. Yo sabía muy bien mis composiciones. Es la primera vez que consigo saber historia: me siento un poco humillado por ello: no estoy descontento de mi composición «Los caracteres de la política francesa en la Europa Mediterránea y los países del Levante Próximo Oriente de 1815 a 1848». Pero todo el mundo sabía sobre el tema tanto como yo y, si algunos han seguido estric-tamente su orden, ¡esto es lo que le proporciona el mayor placer! Pero yo he seguido mi punto de vista, no el suyo.

Los subrayados, como siempre que no se indica lo contrario, son de Vilar. El 10 de diciembre las impresiones sobre el profesor no habían cambiado demasiado. Roubaud es definido de nuevo «como una máquina de dictar». Y cuando anunció a la hermana que pronto, durante las vacaciones de Navidad que se acercaban, le llevaría apuntes de sus clases, la descripción que hace no es muy entusiasta: «el curso de Roubaud no es nuevo nuevo».

El sábado siguiente, Vilar explica que el examen oral de Historia que acababa de hacer le había sido útil para conocer un poco más lo que Roubaud pensaba de él. Veamos el largo comentario que hace al respecto:

Tema: «Relaciones franco-austríacas de 1740-1763». He seguido el plan cronológico, esta vez; yo había leído su curso, y Lavisse. La primera parte (sucesión de Austria) se la he servido tal como él la había dado en su clase y en una corrección de deber hecha en hypokhâgne que había conseguido que me prestaran. En la segunda parte, que Lavisse desarrollaba con ideas originales, me he extendido un poco más en Choiseul, caracterizando su política del modo que lo hace Lavisse, porque me parece acertada.