El lenguaje corporal de las emociones - Vanessa Guerra - E-Book

El lenguaje corporal de las emociones E-Book

Vanessa Guerra

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Beschreibung

Descubre e interpreta las emociones a través del lenguaje corporalNo hay experiencia emocional sin experiencia corporal. El lenguaje del cuerpo expresa lo que sentimos y también nos transmite lo que sienten los demás. Por eso un bebé sonriendo puede provocarnos una gran sonrisa, y una mirada triste de alguien con quien nos cruzamos por la calle puede despertarnos un sentimiento de melancolía o de ternura. Este libro te ayudará a ser más consciente de las emociones gracias a las señales corporales que puedes identificar: posturas, expresiones faciales, patrones respiratorios, gestos… Entenderás así la relación íntima entre el cuerpo y las emociones más intensas —el miedo, la ira, la tristeza o la alegría—, y aprenderás a gestionarlas de forma práctica con ejercicios.Comprender cómo interactúan la mente y el cuerpo es una necesidad imperativa para el bienestar humano. Al aprender a interpretar las señales corporales, abrimos una puerta hacia una vida más plena y saludable y hacia una conexión más profunda con nosotros mismos y con los demás.

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© del texto: Vanessa Guerra, 2024

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S.L.U., 2024.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: abril de 2024.

REF: OBDO315

ISBN: 978-84-1132-755-8

EL TALLER DEL LLIBRE•REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

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Todos los derechos reservados.

A Daniela

INTRODUCCIÓN

Antes de que comiences con la lectura de este libro, me ha parecido oportuno aclarar dos cuestiones primordiales para su comprensión: el porqué y el para qué.

¿Por qué escribo este libro? Mi inquietud personal me ha llevado a cabalgar entre diferentes ámbitos profesionales, como las artes, las ciencias del comportamiento, el cuidado del cuerpo y la mente o la terapia emocional. En todas estas áreas hay un vínculo común: el cuerpo. Este ha sido para mí el vehículo conductor de mi transformación personal. No recuerdo ni uno solo de mis procesos de sanación en los que el cuerpo no jugase un papel preferente. Me convertí en la mayor observadora de las reacciones de mi cuerpo sin importar el entorno en el que me encontraba, las diferentes personas con las que estaba y los pensamientos que tenía. Poco a poco fui dándome cuenta de que las señales que captaba en mi cuerpo, en gran medida, eran la manifestación consciente de mi parte inconsciente: miedos, traumas y creencias adquiridas. Esa parte inconsciente pertenecía a mi pasado y no al momento presente, pues de pronto sentía miedo en situaciones inocuas. Me di cuenta de que vivía pegada al pasado y de que mi cuerpo era el que me lo mostraba. Así que en ese momento pensé: si mi cuerpo me trae el pasado de vuelta al presente, ¿podré sanar ese pasado también desde el cuerpo? Y ahí comenzó mi laboratorio personal, construyendo un itinerario de ida y vuelta entre mi cuerpo, mi inconsciente y mi consciencia. Utilicé mis conocimientos como analista comportamental para ponerlos en práctica conmigo misma. Analicé mis actitudes, conductas, gestos, posturas, expresiones faciales, patrones respiratorios, temperatura corporal y cualquier señal que pudiese darme pistas de cómo me estaba sintiendo en cada momento. De esa manera, lo que antes era inconsciente pasaba a ser consciente, y ese fue el paso más importante para cambiar patrones fuertemente instaurados en mí y empezar a ser yo misma. Mi cuerpo ha resultado ser un termómetro de mis estados emocionales y un despertador de mi propia consciencia. Pero también ha supuesto el medio para sanar todo aquello que guardaba en la recámara sin conocimiento y que tanto intercedía entre la libertad de quién soy hoy y los anclajes que me mantenían presa del pasado.

La otra pregunta es: ¿para qué he escrito este libro? Para visibilizar lo que muy pocos saben y han podido experimentar: que el cuerpo se considera una puerta esencial a la consciencia. A lo largo de este libro verás muchas veces la expresión «no hay experiencia emocional sin experiencia corporal», puesto que es el cuerpo el que registra la emoción que sentimos. Sabemos que sentimos enfado porque arrugamos el entrecejo y nuestro cuerpo se tensa. Si esto no sucediese en el cuerpo, la emoción no tendría razón de ser. Este libro tiene el objetivo de ayudarte a reconocer tus propios mensajes corporales para tu beneficio personal. Pero también de ayudarte a ser más consciente de lo que sientes gracias a las señales corporales que identificas en tu cuerpo, así como a gestionarlas con recursos y prácticas para tu bienestar emocional.

Para concluir, verás que pongo en valor la cualidad de la compasión como eje transversal de todas las emociones que voy a abordar. Pero ¿qué es la compasión? En resumidas cuentas, la compasión es el deseo de aliviar el sufrimiento y el dolor de los demás y de uno mismo, liberándonos a la vez del egocentrismo. Porque solo abriendo la mente y el corazón mediante la compasión se puede ahondar en el conocimiento de las emociones tratadas en este libro. Todos tenemos un pasado que nos limita el camino del progreso y de la evolución, y no todos disponemos de la motivación suficiente para emprender el viaje solos. En muchas ocasiones, necesitamos vivir una crisis para poder volver la mirada hacia nuestro interior y atrevernos a mirar ese inconsciente que mantiene cautiva nuestra propia legitimidad. En cualquier caso, lo que sí sabemos a ciencia cierta es que, si no acompañamos el cambio con compasión, este no será posible. Y este libro está escrito desde el corazón y la alegría, y deseo que te ayude tanto como a mí escribirlo.

VANESSA GUERRA

Septiembre de 2023

1

EL LENGUAJE CORPORAL

La comunicación no verbal es más que un simple sistema de señales emocionales, ya que en realidad no puede separarse de la comunicación verbal. Ambas están estrechamente vinculadas entre sí, ya que cuando dos seres humanos se encuentran cara a cara se comunican simultáneamente a muchos niveles, conscientes e inconscientes, y para ello emplean la mayoría de los sentidos: la vista, el oído, el tacto y el olfato. Y luego integran todas esas sensaciones mediante un sistema de descodificación, que algunas veces llamamos «el sexto sentido»: la intuición.

FLORA DAVIS[1]

¿QUÉ ES Y PARA QUÉ SIRVE?

Cuando percibo que la persona que tengo delante tiene un lenguaje corporal que contradice lo que está diciendo con palabras, suelo mirar a mi alrededor por si otras personas han detectado lo mismo que yo. A veces puede ser tan obvio que todos llegan a verlo, mientras que en otras ocasiones el lenguaje corporal es tan sutil que pasa desapercibido para la mayoría.

Antes de formarme como analista comportamental ya era capaz de percibir matices extraños en algunas personas, sin llegar a adivinar por qué. Cuando compartía mi percepción con los demás nadie parecía coincidir con mis observaciones, así que comencé a dudar de mi propia intuición y a sentirme culpable por ello. Recuerdo una situación en la que me sentí muy incómoda ante el comportamiento de una persona con la que me unía un vínculo de confianza. Le invité a tomar un café, porque me interesaba mucho su opinión sobre una cuestión laboral, y él accedió con amabilidad. Quedamos en una cafetería de manera informal. Todo parecía ir bien cuando de repente empecé a percibir cierta tensión en su rostro y en su manera de hablarme. Algo en mí sintió que había dejado de sentirse cómodo y quería irse, aunque en ningún momento me lo dijo con palabras. Esa tensión que expresaba con su lenguaje corporal respondía al conflicto interno que estaba viviendo: quería irse, pero permanecía allí. La razón por la que no dijo que quería marcharse la desconozco, aunque podría tratarse de una cuestión de educación para evitar ser descortés conmigo. De poco le valió el esfuerzo, ya que su comportamiento al fin y al cabo fue bastante descortés.

Ya ves que, de manera consciente o inconsciente, todo el tiempo estamos emitiendo señales no verbales a través del cuerpo, ya sea en movimiento o en reposo. Por ejemplo, la imagen de un bebé sonriendo puede provocarnos una gran sonrisa en milésimas de segundo, y una mirada triste de alguien con quien nos cruzamos por la calle puede despertarnos una emoción de melancolía o de ternura. Ese es el poder de nuestro lenguaje corporal: nos permite comunicarnos con los demás de una manera «sorda» pero amplificada por un gran altavoz: nuestro propio cuerpo.

Antes de que sepamos qué estamos sintiendo, el cuerpo ya ha comenzado a manifestarlo y lo expresa a través del lenguaje corporal. Casi el 80 % de lo que transmitimos con nuestro cuerpo ocurre de manera inconsciente. No nos damos cuenta de lo que hacemos con él porque no somos conscientes de lo que sentimos internamente. Por eso, detectamos que alguien nos miente o nos oculta algo porque el mensaje que nos envía con sus palabras no coincide con el que expresa con su cuerpo.

La mayoría de las personas no tiene claro qué es el lenguaje corporal ni cuáles son las partes del cuerpo que se ven «afectadas» por él. Es la expresión física de los estados internos, ya sean emociones, sentimientos o pensamientos, que encuentran en el cuerpo un lugar donde poder ser. El cuerpo es el medio que hace visibles nuestros estados internos, tanto si son agradables como desagradables. El cuerpo es la manera de comunicar al mundo y también a nosotros mismos cómo nos sentimos.

Y esta manifestación se podrá ver a través de tu postura corporal, de tu gestualidad, de tus expresiones faciales, de tu respiración, de la temperatura de tu cuerpo, de la tensión o distensión de tus músculos, de la velocidad y del ritmo con el que te mueves, de tu voz e incluso de la somatización. Absolutamente todo lo que sucede tanto dentro como fuera de tu cuerpo habla de ti y es objetivamente un elemento de análisis.

Para el investigador Albert Mehrabian, más del 85 % de la información que comunicamos a los demás proviene de nuestro lenguaje corporal. Mehrabian afirma que, para que un mensaje se transmita de manera coherente, necesita que los tres canales por los que se expresa (palabra, voz y cuerpo) comuniquen lo mismo. En caso contrario, el mensaje no llegará de manera clara y nos llevará a cuestionar su veracidad.

Llegados a este punto, quiero compartir contigo uno de los mayores secretos que he descubierto sobre el poder de interpretar las señales del cuerpo, y es el de aprender a utilizarlo como una herramienta de autoconocimiento y de desarrollo personal.

A lo largo de estos años como analista y terapeuta corporal, he comprendido que mejoraba la perfilación y el análisis que hacía de los demás cuando más los afinaba sobre mí misma. Este espacio de laboratorio personal me ayudó a mejorar mis habilidades comunicativas, a darme cuenta de mi relación con mis emociones y a desarrollar nuevas aptitudes y competencias emocionales que me han servido mucho a lo largo de mi vida.

Fue así como entendí que yo misma también era la receptora de los mensajes que transmitía con mi cuerpo, y que si trataba de engañar a otra persona también me estaba engañando a mí misma. En aquel momento fui consciente de que mi comunicación viajaba por un camino de doble sentido, uno que transmitía hacia el exterior y otro hacia mi interior. ¿Recuerdas el ejemplo del principio en el que la persona con la que quedé entró en conflicto consigo misma por no hacer lo que sentía? Eso es lo que sucede cuando sientes algo y haces lo contrario: expones al cuerpo a una situación de tensión y de estrés. Cuidado con mentir a los demás, porque estarás mintiéndote también a ti mismo.

LOS ANIMALES SE COMUNICAN CON EL CUERPO

Que los animales sienten emociones es un hecho indiscutible, ya que también cuentan con un sistema límbico (lo que llamamos el cerebro emocional). Por lo tanto, si los animales son capaces de sentir emociones, también las expresan a través de su lenguaje corporal, al igual que nosotros. Incluso hay similitudes entre algunos de sus comportamientos y los nuestros. El naturalista y científico Charles Darwin fue uno de los pioneros en investigar las conductas de los animales y ver coincidencias con las de los humanos,[2] aunque basta con sentarnos a observar a un animal para darnos cuenta de que tenemos comportamientos bastante similares, independientemente de la especie. Por ejemplo, en un perro podemos detectar las diferentes emociones tan solo observando el cambio de su expresión corporal: cuando sienten rabia enseñan los dientes y se les eriza el pelo para parecer más altos; los humanos también enseñamos los dientes e inflamos el pecho para parecer más grandes y fuertes; cuando están alegres mueven el rabo por excitación e incluso se les puede escapar el pis, al igual que, cuando nos reímos mucho, nosotros tenemos una expresión para describir este estado de alegría: «Me meo de la risa».

Pero, sin duda, una de las personas que más ha aportado acerca del comportamiento entre animales y humanos ha sido la etóloga Jane Goodall. Aunque sus investigaciones se centraron en la observación del comportamiento de los chimpancés y no de los humanos, muchos coincidían entre ambas especies. Y no es de extrañar, ya que un estudio posterior publicado en la revista Nature reveló que la secuencia del genoma humano y la del chimpancé coincidían en un 96 %.[3] ¡Somos primos muy cercanos!

Goodall dedicó muchas horas de observación a los chimpancés en distintos escenarios de su vida, y gracias a la cantidad de datos que pudo reunir descubrió cómo se comunicaban entre ellos por rangos y por género. Esto le sirvió para adaptar su propio comportamiento al de los chimpancés y ser aceptada en el grupo como una más. Lo que Goodall demostró fue que el comportamiento es algo que se puede observar, se puede aprender y se puede cambiar, y es un vehículo de unión o de separación entre personas y animales.

Observar el comportamiento nos sirve para prevenir posibles conflictos con los demás o para modificar nuestra conducta si queremos encajar en un entorno concreto. Sin duda, lo que nos permite subsistir en cualquier medio es nuestra capacidad de adaptación. Tenemos la gran virtud de poder adaptarnos a circunstancias insospechadas, y gracias a eso reponernos de situaciones límite y complejas.

Puede que uno de los entornos en los que nos vendría muy bien aprender a adaptarnos sea el ámbito laboral, en el que en muchas ocasiones «encajar» en el grupo no resulta nada fácil.

ANIMALES EN LA OFICINA

Imagina que estás en tu trabajo tranquilamente tomando un café con tus compañeros mientras bromeáis. Te sientes de buen humor y tu día ha comenzado con buen pie, ¿qué podría estropearlo? De pronto, te enteras de que ese mismo día va a haber una nueva incorporación en tu departamento, y que tendrá el mismo rol que tú desempeñas en él. Seguramente esta sorpresa repentina activaría todas tus alarmas, dando paso a un bucle de pensamientos en busca de respuestas: ¿me van a despedir? ¿No hago bien mi trabajo? ¿No están contentos conmigo? El instinto de supervivencia se apoderaría de ti, y esto afectaría a tu conducta. De pronto pasarías de sonreír a tus compañeros a esquivar sus miradas, contestando de manera brusca y mostrándote reactiva con todo el mundo. Te sentirías malhumorada, pero, sobre todo, tendrías miedo de perder tu trabajo, y ese miedo haría que solo pudieras percibir amenazas por todos lados.

Entonces recibes una llamada de tu jefe. Quiere que vayas a su despacho porque quiere hablar contigo. Te hueles lo peor, vuelves a tener pensamientos obsesivos acerca del despido y tu cuerpo comienza a manifestar los síntomas de ese miedo: te sudan las manos, se aceleran las pulsaciones de tu corazón, tu respiración cada vez está más agitada, sientes un nudo en el estómago… Por el camino gruñes a un compañero que se cruza contigo: además de asustada, estás a la defensiva. Por fin llegas al despacho de tu jefe, entras temerosa y, tras sentarte en la silla frente a él, te da la noticia: ¡van a ascenderte! En ese momento se desvanece el miedo y el enfado, te cambia la expresión del rostro y del cuerpo y te sientes feliz. Te das cuenta de que todo lo que has sentido ha sido fruto de un comportamiento irracional y de tu imaginación. Si hubieses ido a hablar con tu jefe desde el principio, te habrías ahorrado ese mal trago y también a tus compañeros. Lo reconoces, te has comportado como un chimpancé.

El estudio de la secuencia del genoma que cité en el apartado anterior afirmaba que existe una diferencia de apenas un 4 % entre el genoma de los chimpancés y el de los humanos. Es decir, mantenemos una estrecha relación biológica que explica la similitud de muchas de las conductas que compartimos ambas especies. Sin embargo, una de las ventajas de los humanos es que disponemos de un cerebro racional que nos permite regular nuestras conductas y comportamientos. Se trata del neocórtex[*] o corteza prefrontal. Dicho de otro modo, si podemos utilizar nuestro cerebro como un órgano de regulación emocional, ¿por qué seguir comportándonos como chimpancés? Esa es la pregunta que debemos hacernos cada vez que nos encontremos en una situación en la que actuemos fuera de control.

La buena noticia es que tomar el mando de nuestra conducta es más sencillo de lo que parece. El primer paso es darte cuenta de lo que estás sintiendo e identificarlo; por ejemplo: siento miedo. El segundo paso es observar cómo estás actuando y preguntarte si estás de acuerdo con esa manera de actuar; el tercero es decidir cómo quieres afrontar la situación (por ejemplo, hablar con el jefe para que te dé una explicación te ayudará a despejar incertidumbres).

El doctor Gabor Maté dice que los principales estresores en la vida de los humanos actuales son emocionales. Quedamos atrapados en patrones de comportamiento perjudiciales para nuestra salud.[4] Cuando no somos conscientes de cuál es nuestra manera de enfrentarnos a las situaciones difíciles, caemos en patrones de comportamiento que se afianzan en el tiempo y pueden desembocar en problemas mayores. La manera en la que decidimos tomarnos la vida afecta tanto a nuestras relaciones sociales y personales como a nuestra propia salud. Entonces cabe preguntarse: ¿cómo puedo mejorar mi comportamiento en beneficio propio y de los demás? Eso es lo que vamos a ver a lo largo de este libro.

2

LA EMPATÍA

El descubrimiento de las neuronas espejo hará por la psicología lo que el ADN ha hecho por la biología.

VILAYANUR RAMACHANDRAN

SENTIR VS. ENTENDER

El descubrimiento de las neuronas espejo supuso una revolución para la comprensión de la conducta humana. Gracias a ellas entendemos por qué nos emocionamos cuando vemos llorar a otra persona, por qué cuando vemos que alguien se pincha con una aguja sentimos ese pinchazo en nuestros dedos, o por qué la risa es contagiosa. Las neuronas espejo son las encargadas de conectarnos con los demás. Nos permiten sentir al otro en nuestro propio cuerpo. El neurocientífico Giovanni Frazzetto[1] describe la empatía como la «capacidad para reconocer lo que otra persona está pensando o sintiendo, identificarnos con ello y reaccionarcon un estado emocional comparable». Según él, la empatía es la columna vertebral de nuestra vida.

En el capítulo anterior hemos visto cómo la observación fue para Jane Goodall el camino más inteligente para conocer el comportamiento de los chimpancés y así poder integrarse en su comunidad. Ahora podemos comprobar que utilizó la empatía para poder integrarse y formar parte del grupo como una miembro más.

En 1996, de manera accidental, un equipo liderado por los neurocientíficos Giacomo Rizzolatti y Corrado Sinigaglia[2] investigaban el cerebro de los monos cuando descubrieron las neuronas espejo. Se dieron cuenta de que, cuando un mono miraba una acción llevada a cabo por otro, se activaban las mismas áreas cerebrales que cuando la ejecutaba él. Es decir, tenemos la capacidad de sentir como propias las sensaciones del otro. Por eso, cuando decimos que alguien es empático, hacemos alusión a la habilidad que tiene para «ponerse en la piel del otro».

En algunas de mis charlas suelo dedicar un espacio para hablar de la importancia de la empatía en nuestras relaciones personales y profesionales. Para abrir boca comparto en una pantalla una imagen muy conocida de Jane Goodall mirando a un chimpancé que está sonriendo. El efecto que produce esa imagen en los asistentes vale más que mil palabras e ilustra, por sí solo, cualquier explicación que yo pueda dar sobre los efectos de la empatía.

La mayoría de las personas creen que empatizar consiste en entender al otro, pero es más que eso. La empatía es la capacidad de sentir como propio lo que siente el otro. Como sociedad hemos caído en el error de intelectualizar demasiado las emociones, sabemos mucho acerca de cómo surgen, cómo se manifiestan, cuáles son los posibles detonadores que las despiertan, incluso les hemos asignado colores para aprender a distinguirlas. Sin embargo, pocos son los que nos permitimos sentirlas y las reconocemos en nosotros mismos y en los demás sin necesidad de pensar en ellas.

Seguramente hayas vivido algún momento complicado de tu vida en el que, entre todas las personas que te mostraron su apoyo y su ayuda, percibieras que unos lo sentían de verdad y otros no. Esto es un ejemplo de la diferencia entre «entender y sentir». Cuando uno se deja tocar por el dolor del otro surge una conexión que genera la propia emoción, mientras que aquel que no se involucra de manera afectiva no llegará jamás a conectar contigo.

SENTIMOS AL OTRO EN NUESTRO CUERPO

Cuando hablaba anteriormente de las neuronas espejo y de la empatía, también mencionaba que gracias a ellas creamos vínculos sinceros con los demás. Estos vínculos nos permiten construir una red de contactos a nuestro alrededor en la que nos sentimos seguros y acompañados. De hecho, saber que no estamos solos en la vida hace que nos sintamos más felices y satisfechos, aumenta nuestro estado de bienestar y favorece el equilibrio mental, emocional y corporal.[3] Necesitamos de los demás para sentirnos bien.

Sin embargo, también necesitamos a los demás para aprender sobre nosotros mismos, y una de las cosas que aprendemos de ellos es a reconocer las emociones a través del lenguaje corporal del otro.

Es casi imposible no imitar sin querer la expresión facial de la persona que tenemos en frente cuando a esta le invade una emoción intensa de tristeza, de enfadado o de alegría. Las expresiones faciales de las emociones no solo tienen la capacidad de informarnos sobre qué siente esa persona, sino también de «educarnos» sobre cómo se expresa esa emoción. Esto vuelve a estar relacionado con la empatía, ya que las personas que tienen buenas habilidades empáticas tienden a reconocer las emociones en los demás antes que cualquier otra persona. La empatía nos ayuda a distinguir los diferentes estados emocionales y a su vez a interiorizarlos sin que nos afecten. El otro se convierte en un espejo que nos muestra una emoción que reconocemos, aunque no la estemos sintiendo en ese preciso instante. Por ejemplo: si una amiga ha roto con su pareja y se siente triste, yo puedo reconocer cómo se siente y acompañarla en su dolor, aunque no me afecte como a ella.

De hecho, las personas muy empáticas tienen más facilidad para verbalizar y expresar cualquier emoción que sientan, porque están más familiarizadas con ellas.

Pero ¿cómo podemos saber si alguien está empatizando con nosotros? Aunque seguramente lo sientas sin necesidad de que esa persona te lo diga de manera explícita, también puedes deducirlo por cómo te mira, por la postura de su cabeza, por la posición de su cuerpo, por las expresiones de su rostro... Cuando alguien está empatizando contigo te sientes acompañado en tu dolor, los silencios están contenidos por el espacio que la otra persona te brinda, y puede que te ofrezca una caricia, un abrazo o un beso. Para el doctor Ashley Montagu,[4] el tacto se experimenta también como una emoción y tiene la capacidad de estimular y conmover al que se toca, convirtiéndose en una herramienta de empatía poderosísima. A través del tacto sentimos al otro en nuestro propio cuerpo y, a su vez, el otro puede sentirnos como parte del suyo.

CONECTAR CON LOS DEMÁS A TRAVÉS DEL LENGUAJE CORPORAL: EL RAPPORT

Dentro de la comunicación no verbal existe una técnica que describe lo que ocurre en el cuerpo cuando dos personas conectan emocional y psicológicamente, el rapport. El rapport surge de manera involuntaria cuando de repente congenias con alguien y, sin darte cuenta, tus movimientos, tus posturas y tus gestos se sincronizan con las suyas. Esto indica que esa persona y tú compartís muchos puntos en común que se ven traducidos en la sincronía de vuestros cuerpos. Es muy fácil detectarlo entre los políticos: aquellos que comparten ideologías y opiniones tienden a comportarse de manera similar, creando un repertorio gestual que los hace reconocibles como grupo y los distingue de los demás. El rapport es una manera de empatizar con otra persona a través de la coordinación del cuerpo; por tanto, es muy fácil saber cuándo dos personas se caen bien o se gustan, porque sus cuerpos habrán adoptado posturas similares, estarán próximos entre sí y coincidirán en su gesticulación. ¡Puede que incluso terminen las frases antes de que el otro lo haga!

Sin embargo, también podemos utilizar el rapport de manera voluntaria si queremos acercarnos a alguien o ser aceptados por un grupo, como hizo Jane Goodall. La manera más sencilla de poner en práctica el rapport es fijarte en el otro para «imitar» su postura, el ritmo de sus movimientos, su manera de respirar, su forma de hablar, su gesticulación, etc. Intenta adoptar su comportamiento para que te sienta como un aliado y alguien afín a él.

Mientras escribía este apartado he recordado un artículo[5] muy interesante sobre cómo se comunicaron los primeros inmigrantes que llegaron a Estados Unidos y que no hablaban inglés. El artículo cuenta que estos inmigrantes venidos de distintos países de Europa aprendieron a comunicarse entre sí a través de la sonrisa. La sonrisa se convirtió en un gesto de conexión y de cooperación en un contexto de diversidad cultural en el que la única manera de comunicarse era a través del lenguaje corporal. Un gesto dice más que mil palabras juntas.

Aunque solo hemos hablado del cuerpo, no debemos olvidar que nuestro cerebro tiene la capacidad de sincronizarse con el cerebro de las personas que nos rodean y que también forma parte del cuerpo. Seguro que en alguna ocasión has adivinado lo que tu padre, madre, hermana, hermano, pareja o hijo estaban a punto de decir o estaban pensando. Puede que haya cierto misterio en este tipo de situaciones, a menudo hablamos de casualidades, aunque ahora ya sabemos que pueden deberse al rapport y a la afinidad que podemos tener con los demás.

Para que puedas experimentar por ti mismo el poder de la sincronía de los cuerpos, te propongo que hagas este ejercicio con otra persona. Espero que lo disfrutes.

EJERCICIO

El observador y el creador

N.º de participantes: 2

Sentados en el suelo o en sillas.