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El médico de su honra, de Calderón de la Barca, relata la historia de un marido celoso que asesina a su mujer al sospechar que le es infiel.El médico de su honratrata sobre las pasiones humanas, la traición, aderezada con celos, desconfianza, amor y desdén. La obra pertenece al ciclo de comedias inspiradas en el tema de los celos o la venganza en nombre del honor: El pintor de su deshonra, A secreto agravio, secreta venganza, El mayor monstruo, los celos, etc.
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Seitenzahl: 85
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
El médico de su honra
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El médico de su honra.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-207-1.
ISBN rústica: 978-84-9816-415-2.
ISBN ebook: 978-84-9897-241-2.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La salvación 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 93
Libros a la carta 131
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Lope de Vega elogió sus obras, pero en 1629 dejaron de ser amigos tras un extraño incidente: un hermano de Calderón fue agredido y, éste al perseguir al atacante, entró en un convento donde vivía como monja la hija de Lope. Nadie sabe qué pasó.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermanó José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Un marido celoso asesina a su mujer al sospechar que le es infiel. El médico de su honra trata sobre las pasiones humanas, la traición, aderezada con celos, desconfianza, amor y desdén.
Coquín, lacayo
Don Arias
Don Diego
Don Gutierre
Doña Leonor
Doña Mencía de Acuña
El infante don Enrique
El Rey don Pedro
Inés, criada
Jacinta, una esclava
Ludovico, sangrador
Música
Soldados
Teodora, criada
Un Viejo
(Suena ruido de caja, y sale cayendo el infante don Enrique, don Arias y don Diego, y algo detrás el Rey don Pedro, todos de camino.)
Enrique ¡Jesús mil veces!
Arias ¡El cielo
te valga!
Rey ¿Qué fue?
Arias Cayó
el caballo, y arrojó
desde él al infante al suelo.
Rey Si las torres de Sevilla
saluda de esa manera,
¡nunca a Sevilla viniera,
nunca dejara a Castilla!
¿Enrique! ¡Hermano!
Diego ¡Señor!
Rey ¿No vuelve?
Arias A un tiempo ha perdido
pulso, color y sentido.
¡Qué desdicha!
Diego ¡Qué dolor!
Rey Llegad a esa quinta bella,
que está del camino al paso,
don Arias, a ver si acaso
recogido un poco en ella,
cobra salud el infante.
Todos os quedad aquí,
y dadme un caballo a mí,
que he de pasar adelante;
que aunque este horror y mancilla
mi rémora pudo ser,
no me quiero detener
hasta llegar a Sevilla.
Allá llegará la nueva
del suceso.
(Vase el Rey.)
Arias Esta ocasión
de su fiera condición
ha sido bastante prueba.
¿Quién a un hermano dejara,
tropezando de esta suerte
en los brazos de la muerte?
¡Vive Dios!
Diego Calla, y repara
en que, si oyen las paredes,
los troncos, don Arias, ven,
y nada nos está bien.
Arias Tú, don Diego, llegar puedes
a esa quinta; y di que aquí
el infante mi señor
cayó. Pero no; mejor
será que los dos así
le llevemos donde pueda
descansar.
Diego Has dicho bien.
Arias Viva Enrique, y otro bien
la suerte no me conceda.
(Llevan al infante, y sale doña Mencía y Jacinta, esclava herrada.)
Mencía Desde la torre los vi,
y aunque quien son no podré
distinguir, Jacinta, sé
que una gran desdicha allí
ha sucedido. Venía
un bizarro caballero
en un bruto tan ligero,
que en el viento parecía
un pájaro que volaba;
y es razón que lo presumas,
porque un penacho de plumas
matices al aire daba.
El campo y el Sol en ellas
compitieron resplandores;
que el campo le dio sus flores,
y el Sol le dio sus estrellas;
porque cambiaban de modo,
y de modo relucían,
que en todo al Sol parecían,
y a la primavera en todo.
Corrió, pues, y tropezó
el caballo, de manera
que lo que ave entonces era,
cuando en la tierra cayó
fue rosa; y así en rigor
imitó su lucimiento
en Sol, cielo, tierra y viento,
ave, bruto, estrella y flor.
Jacinta ¡Ay señora! En casa ha entrado...
Mencía ¿Quién?
Jacinta ...un confuso tropel
de gente.
Mencía ¿Mas que con él
a nuestra quinta han llegado?
(Salen don Arias y don Diego, y sacan al infante don Enrique, y siéntanle en una silla.)
Diego En las casas de los nobles
tiene tan divino imperio
la sangre del rey, que ha dado
en la vuestra atrevimiento
para entrar de esta manera.
Mencía (Aparte.) (¿Qué es esto que miro? ¡Ay cielos!)
Diego El infante don Enrique,
hermano del rey don Pedro,
a vuestras puertas cayó.
y llega aquí medio muerto.
Mencía ¡Válgame Dios, qué desdicha!
Arias Decidnos a qué aposento
podrá retirarse, en tanto
que vuelva al primero aliento
su vida. ¿Pero qué miro?
¡Señora!
Mencía ¡Don Arias!
Arias Creo
que es sueño fingido cuanto
estoy escuchando y viendo.
Que el infante don Enrique,
más amante que primero,
vuelva a Sevilla, y te halle
con tan infeliz encuentro,
¿puede ser verdad?
Mencía Sí es;
¡y ojalá que fuera sueño!
Arias Pues, ¿qué haces aquí?
Mencía De espacio
lo sabrás; que ahora no es tiempo
sino solo de acudir
a la vida de tu dueño.
Arias ¿Quién le dijera que así
llegara a verte?
Mencía Silencio,
que importa mucho, don Arias.
Arias ¿Por qué?
Mencía Va mi honor en ello.
Entrad en ese retiro,
donde está un catre cubierto
de un cuero turco y de flores;
y en él, aunque humilde lecho,
podrá descansar. Jacinta,
saca tú ropa al momento,
aguas y olores que sean
dignos de tan alto empleo.
(Vase Jacinta.)
Arias Los dos, mientras se adereza,
aquí al infante dejemos,
y a su remedio acudamos,
si hay en desdichas remedio.
(Vanse don Arias y don Diego.)
Mencía Ya se fueron, ya he quedado
sola. ¡Oh quién pudiera, ah cielos,
con licencia de su honor
hacer aquí sentimientos!
¡Oh quién pudiera dar voces,
y romper con el silencio
cárceles de nieve, donde
está aprisionado el fuego,
que ya, resuelto en cenizas,
es ruina que está diciendo:
«Aquí fue amor.» Mas ¿qué digo?
¿Qué es esto, cielos, qué es esto?
Yo soy quien soy. Vuelva el aire
los repetidos acentos
que llevó; porque aun perdidos,
no es bien que publiquen ellos
lo que yo debo callar,
porque ya, con más acuerdo,
ni para sentir soy mía;
y solamente me huelgo
de tener hoy que sentir,
por tener en mis deseos
que vencer; pues no hay virtud
sin experiencia. Perfeto
está el oro en el crisol,
el imán en el acero,
el diamante en el diamante,
los metales en el fuego;
y así mi honor en sí mismo
se acrisola, cuando llego
a vencerme, pues no fuera
sin experiencias perfecto.
¡Piedad, divinos cielos!
¡Viva callando, pues callando muero!
¡Enrique! ¡Señor!
Enrique ¿Quién llama?
Mencía ¡Albricias...
Enrique ¡Válgame el cielo!
Mencía ...que vive tu alteza!
Enrique ¿Dónde
estoy?
Mencía En parte, a lo menos
donde de vuestra salud
hay quien se huelgue.
Enrique Lo creo,
si esta dicha, por ser mía,
no se deshace en el viento,
pues consultando conmigo
estoy, si despierto sueño,
o si dormido discurro,
pues a un tiempo duermo y velo.
Pero ¿para qué averiguo,
poniendo a mayores riesgos
la verdad? Nunca despierte
si es verdad que agora duermo;
y nunca duerma en mi vida
si es verdad que estoy despierto.
Mencía Vuestra alteza, gran señor,
trate prevenido y cuerdo
de su salud, cuya vida
dilate siglos eternos,
fénix de su misma fama,
imitando al que en el fuego
ave, llama, ascua y gusano,
urna, pira, voz y incendio,
nace, vive, dura y muere,
hijo y padre de sí mesmo;
que después sabrá de mí
dónde está.
Enrique No lo deseo;
que si estoy vivo y te miro,
ya mayor dicha no espero;
ni mayor dicha tampoco,
si te miro estando muerto;
pues es fuerza que sea gloria
donde vive ángel tan bello.
Y así no quiero saber
qué acasos ni qué sucesos
aquí mi vida guiaron,
ni aquí la tuya trajeron;
pues con saber que estoy donde
estás tú, vivo contento;
y así, ni tú que decirme,
ni yo que escucharte tengo.
Mencía (Aparte.) (Presto de tantos favores
será desengaño el tiempo.)
Dígame ahora, ¿cómo está
vuestra alteza?
Enrique Estoy tan bueno,
que nunca estuvo mejor;
solo en esta pierna siento
un dolor.
Mencía Fue gran caída;
pero en descansando, pienso
que cobraréis la salud;
y ya os están previniendo
cama donde descanséis.
Que me perdonéis, os ruego,
la humildad de la posada;
aunque disculpada quedo...
Enrique Muy como señora habláis,
Mencía. ¿Sois vos el dueño
de esta casa?
Mencía No, señor;
pero de quien lo es, sospecho
que lo soy.
Enrique Y ¿quién lo es?
Mencía Un ilustre caballero,
Gutierre Alfonso Solís,
mi esposo y esclavo vuestro.
Enrique ¡Vuestro esposo!
(Levántase don Enrique.)
Mencía Sí, señor.
No os levantéis, deteneos;
ved que no podéis estar
en pie.
Enrique Sí puedo, sí puedo.
(Sale don Arias.)
Arias Dame, gran señor, las plantas,
que mil veces todo y beso,
agradecido a la dicha
que en tu salud nos ha vuelto
la vida a todos.
(Sale don Diego.)
Diego Ya puede
vuestra alteza a ese aposento
retirarse, donde está
prevenido todo aquello
que pudo en la fantasía
bosquejar el pensamiento.
Enrique Don Arias, dame un caballo;