El odio y la clínica psicoanalítica actual - Carmen Gloria Fenieux - E-Book

El odio y la clínica psicoanalítica actual E-Book

Carmen Gloria Fenieux

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Beschreibung

El odio y la clínica psicoanalítica actual es un libro que como lo indica su nombre, establece su campo de exploración de entrada, como si se tratara de un pie forzado en un verso, una décima o un poema, la palabra "odio" será acompañada por distintos conceptos que hacen parte de la "clínica psicoanalítica". En este sentido, se trata de un libro compuesto por 26 artículos de 26 autores distintos, que se estructura en 8 apartados, donde los 4 primeros remiten a una discusión más bien de carácter teórico-conceptual (el odio y la pulsión de muerte, el odio y el desarrollo, el odio y la construcción de la otredad, y el odio y lo negativo), para luego dar paso a 2 apartados que podríamos decir son propiamente clínicos, para finalmente, cerrar con 2 apartados sobre las relaciones posibles entre "odio", psicoanálisis y arte, y "odio", psicoanálisis y lo social.

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Av. Luis Thayer Ojeda 95, of. 510, Providencia,

Santiago de Chile.

www.polvoraeditorial.cl

[email protected]

CARMEN GLORIA FENIEUX & RODRIGO ROJAS(EDITORES)

EL ODIO Y LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA ACTUAL

1ª EDICIÓN, SANTIAGO: PÓLVORA ED., 2020. ;

(COLECCIÓN JUEGOS ANALÍTICOS)

ISBN: 978-956-9441-32-5

ISBN DIGITAL: 978-956-9441-56-1

© 2020, Pólvora Editorial

DISEÑO EDITORIAL Y PORTADA: CAMILA GONZÁLEZ S.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

A nuestros pacientes, que nos sorprenden en su deveniry que nos regalan la posibilidad de seguir pensando.

ÍNDICE

PrólogoGonzalo López Musa

IntroducciónCarmen Gloria Fenieux C.

Parte I: En torno al odio y el concepto de pulsión de muerte

* La pulsión de muerte: perspectivas fenomenológicas en la teoríakleinianacontemporáneaDavid L. Bell

* Amor versus odio. La inspiración para vivirRobert D. Hinshelwood

* Consideraciones acerca del concepto de ataque al vínculo y odio (+ −H). Un caso clínicoJani Santamaría Linares

* Agresión: ¿Vida o muerte? Una investigación sobre las raíces de la agresiónGonzalo López Musa

Parte II: El odio y su relación con el desarrollo

* Volver a concebir la destrucción: sobre “El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones” de WinnicottThomas H. Ogden

* Del egocentrismo al compañerismo. Una perspectiva Anna-Freudiana de la relación entre hermanosInge-Martine Pretorius y Fernanda Ruiz-Tagle G.

* Winnicott, Little y Benjamin: el diálogo sobre el odioAdriana Anfusso y Laura de Souza

* Desde el impulso agresivo al rol crucial del odioSusana Trochón

* Aportes para una metapsicología del relacionarse (apasionadamente). Odio, destructividad y telón de fondo dialógicoLucio Gutiérrez

Parte III: El odio en la construcción de otredad

* La constitución del odio: el lazo social y su negativoRodrigo Rojas Jerez

* Sobre el odio, su producción y la Otredad Joseph Eaton Cabello

* Trauma, odio, silencio. Posibles consecuencias en la traumatogénesis por violencia sexual infantilValeria Schulz

* Anorexia y bulimia: “La enfermedad del ideal”Vanessa Yankovic

* La clínica del odio y el odio en la clínica. Una aproximación relacionalCarla Fischer C., María José Mezzera G., y Paula Vera G.

Parte IV: El odio y la clínica de lo negativo

* Odio y narcisismoMarie France Brunet

* Del odio a la representación. Una concepción de Piera AulagnierLiliana Messina Schwartz

Parte V: Clínica Psicoanalítica: acerca del odio en la transferencia y la contratransferencia

* Actitud profesionalLesley Caldwell

* El sostén de un tratamiento psicoanalítico. En los límites de la desesperanzaAna María Fabre

Parte VI: Clínica psicoanalítica: consideraciones en la técnica

* El espacio entre dos líneas: acerca de la sobrevivencia del objeto y del sujetoCarmen Gloria Fenieux

* Cuentos de la vida y la muerteAnna Lucia Melgaço Leal Silva

* Transferencia delusional: una oportunidad para el odioLilian Tuane

Parte VII: Algunas consideraciones del odio a la luz de las artes

* El odio en la vida cotidianaMaría Alejandra Rey

* El odio en un poema de amor. Una lectura psicoanalítica de NerudaRicardo Readi

Parte VIII: Reflexiones en relación al odio y lo social

* Odio, el sentido coaguladoJean-Luc Nancy

* “Primero como tragedia, luego como farsa” o ¿cómo es posible la clínica hoy en tiempos de capitalismo hacendal?Ricardo Espinoza Lolas

* El perdón: ¿Un regalo a cualquier precio?Adrian Sutton

PRÓLOGO

Tomar este libro, en el que también he participado con un artículo, para leerlo, es como abrir una puerta hacia el interior de la naturaleza misma de la vida, pero vida pensada y dibujada con pensamientos que encuentran su marco en el psicoanálisis. Pienso que habla de la diversidad y de la vida, lo que resulta muy sorprendente debido al título del mismo: El odio y la clínica psicoanalítica actual.

Siguiendo a Freud, tendríamos que pensar en la muerte más que en la vida; en el fin —en el sentido de término— de la vida, en lo que se opone a ella y trata de llevarla a su conclusión de la manera más rápida. Sin embargo, nos topamos con la vida en cada uno de los escritos de los distintos autores, lo que me lleva al libro de Winnicott, La naturaleza humana (1988), donde nos dice de entrada: “Naturaleza humana es prácticamente todo lo que tenemos”, lo que nos involucra en todo lo que somos y lo que hemos aprendido. Pero al mencionar esto, Winnicott se refiere a quienes la estudiamos, a los psicoanalistas que pensamos desde esta perspectiva para orientar nuestro trabajo con los pacientes, como algo que no es solo un constructo, sino que una esencia del sujeto y del ambiente, y para también seguir existiendo como sujetos al pensar en el odio y trabajar con sus múltiples expresiones en nuestras consultas día a día.

Pero en psicoanálisis no pensamos en la naturaleza del odio sin pensar en la pulsión y su naturaleza, en el trasfondo teórico que nos ofrece para ser pensada e investigada en la clínica para seguir sus caminos y determinar si en ellos hay una naturaleza destructiva, a la manera de la pulsión de muerte, es decir, una dialéctica inevitable de toda vida o, por el contrario, si es el resultado de la vida misma donde lo que se manifiesta es el trazado de ella y lo vital que se perturba y se agota. Distinción relevante que abarca tanto la biología como el mundo de lo inconsciente, el ambiente y las relaciones. Estos cuatro ámbitos de la existencia humana marcan todas las propuestas de este libro, toda la diversidad de los desarrollos de pensamiento y, aún más importante, la clínica con nuestros pacientes y el destino de sus análisis.

Con lo anterior, me refiero a la idea de la dirección de la cura, de la salida del ser humano a la destructividad y el odio, ¿hay en nuestra naturaleza una salida de lo destructivo a lo amoroso como un continuo de una misma energía? O simplemente, ¿nos tenemos que conformar con morigerar o someter a la fuerza del yo aquello que nos es natural y debe ser “domeñado”, en el decir de Freud?

Insisto sin temer a repetirme que este es un libro sobre la naturaleza humana, sobre la naturaleza de la pulsión, y su título nos pone en contacto directo con nuestro trabajo y pensar sobre aquello con lo que trabajamos: el otro y nosotros en una interacción teórico-clínica que puede pensarse a sí misma.

El odio somos nosotros y nuestros pacientes; somos humanos que pensamos nuestra humanidad, la que manifiesta el empuje de la naturaleza que nos compone. Más aún, somos humanos pensando en la naturaleza del odio, de la destructividad, pero con dedicación y cariño. Eso es lo novedoso a destacar en este libro: el cariño y la vitalidad con que los distintos autores se han dedicado a pensar el odio y la destructividad. Esto muestra que las distintas versiones del pensamiento sobre esta materia humana relatan la diversidad del psicoanálisis y la gran riqueza de un pensar que, aunque esté alojado en un mismo y más amplio marco teórico, es divergente.

Es inquietante no poder resolver un tema de manera satisfactoria para todos, que nos deje a cada uno tranquilos, pero este libro, en toda su riqueza, permite alegrarnos de esta falta de tranquilidad que nos pone a trabajar con todo lo que somos, con todo lo que contamos para hacerlo, como resultado de nuestra historia y vida que ha moldeado nuestra naturaleza y la respuesta frente al vivir y pensar el odio y la destructividad.

Todas estas inquietantes diferencias y por qué no decirlo, estas muchas veces irritantes diferencias entre los distintos autores que decidieron hablar de sus pensamientos, compartirlo con los lectores y los otros autores del libro, están planteadas también en su clínica, como el campo donde se pone en juego la diversidad

Agradezco a los editores por esta invitación en la que ellos, al igual que el resto, exponen sus propias ideas, nos alientan a que los acompañemos a disentir o pensar diferente de modo de abrir un abanico de posibilidades para presentarlas a los demás, como lo han hecho tantos autores en tantas disciplinas distintas; variaciones sobre un tema, ya sea de ellos mismos como las 32 variaciones de Beethoven o sobre un tema de otro autor como las variaciones de Chopin sobre el aria “Là ci darem la mano” que alcanza vuelos musicales que no estaban presentes en la ópera de Mozart “Don Giovanni”, una gran creación de la música de la humanidad, sobre la que, a pesar de toda su perfección, Chopin tuvo algo que decir y aportar.

En el caso de este libro, la pieza se llama “el odio” y está compuesta por la vida misma. El instrumento con el que vamos a construir las variaciones es el psicoanálisis, lo que nos abre y acota el campo de nuestros pensamientos, para finalmente hacer las variaciones que surjan de nuestra creatividad.

Nunca llegaremos a agotar las posibilidades y nunca dejaremos del todo satisfechos a los que nos escuchan, por lo que siempre habrá interés en seguir componiendo sobre odio y psicoanálisis por distintos autores, como los convocados a este libro, que tienen distintos idiomas (que fueron traídos al español), culturas y formaciones, así como también distintas trayectorias y notoriedades en nuestro campo, marcando aperturas novedosas que espero nunca lleguen a agotar las posibilidades de hacer variaciones, tanto si se contraponen como si se armonizan.

Quedan todos invitados a esta aventura que, a pesar de ser temática, es sobre la naturaleza humana.

MG. GONZALO LÓPEZ MUSA

Psicoanalista

INTRODUCCIÓN

Odio, es la palabra que nos convoca. Odio y la clínica psicoanalítica actual. La sola palabra odio parece resonar en el cuerpo, impacta, se hace huella, no suena indiferente, tal vez porque nos remite a la complejidad y recovecos de la psiquis, vislumbrando algo del enigma de la existencia humana.

Considerando la contundencia filosófica, epistemológica, psicológica del concepto del odio, así como su condición pivotal en la estructuración de distintas teorías psicoanalíticas, decidimos convocar para el libro El odio y la clínica psicoanalítica actual a diversos autores, representantes de distintas corrientes del psicoanálisis, a escribir y reflexionar sobre este tema angular del acontecer psíquico. La convocatoria fue impactante. De distintas partes del mundo, psicoanalistas, filósofos y grandes pensadores contemporáneos del psicoanálisis aceptaron el desafío de contribuir y matizar con sus propios colores los diversos prismas de este concepto. Impulso, pulsión, sentimiento, emoción, logro, oportunidad, destrucción, muerte, negativo, coagulación, el odio, como quiera que se le pueda considerar, es analizado por treinta autores quienes contribuyen a profundizar en su comprensión.

Freud inaugura la teoría psicoanalítica y con ello crea un nuevo lenguaje (Ogden, 2005). De esta manera, se enarbolan, nuevas concepciones y otras formas de relación humana. Surge el inconsciente, la represión, el aparato psíquico, el ello, el superyó, entre muchos otros conceptos. El mundo toma estos conocimientos y los hace suyos creándose un nuevo lenguaje que genera profunda resonancia en la cultura occidental del siglo XX y XXI. En este proceso, Freud tira el guante con el constructo teórico ‘pulsión de muerte’. Con ello, aborda el innegable tema de lo destructivo en la especie humana. La pulsión de muerte, un concepto eminentemente especulativo y ligado solo al psicoanálisis, “por ver hasta dónde llega” diría Freud (1920), marca el inicio de una profunda discusión al interior de las distintas corrientes del psicoanálisis, definiendo tendencias que continúan desarrollando y construyendo pensamiento, con el deseo siempre imposible, de aprehender el entramado de lo humano. Sin lugar a dudas, estas formas metapsicológicas de comprender lo destructivo, definen muchas veces el acontecer clínico y el manejo técnico en el tratamiento.

A pesar de las diferencias, este libro surge con la idea de convocar estas diversas posturas teóricas y clínicas dentro del psicoanálisis y, desde esta convocatoria, enriquecernos y comprender algo de la complejidad del concepto. La invitación es a tomar los textos y mirarlos a la luz de un caleidoscopio para comprender las infinitas formas que puede tomar el odio como condición ineludible del acontecer psíquico humano. De alguna manera, es un intento de desideologizar la teoría. Esta, si bien es cierto, nos permite pensar, ordenar las ideas, agudizar la mirada, también puede estrechar los márgenes de la imaginación, las ideas, los sentidos, rigidizando la plasticidad necesaria para ejercer el trabajo clínico. Pensamos que, para recrear un psicoanálisis fresco, vivo con cada paciente y en cada sesión, es necesario movernos de la comodidad de la teoría para ir más allá, permitiéndonos que surjan nuevas inquietudes. De esta manera, este libro es una invitación a hacernos preguntas que paradójicamente no podremos responder, ya que son preguntas que en sí mismas son una trampa debido a que no hay certezas, pero pese a ello nos permiten la libertad de seguir pensando.

Naturalmente, la manera en que están organizados los capítulos de este libro es arbitraria, en tanto cualquier separación en el contexto de la estructuración de la psiquis, resulta caprichosa. Sin embargo, hemos tomamos la decisión de dejar en la primera parte la discusión en torno a la pulsión de muerte, sus significados y su implicancia en la clínica. Los autores se plantean principalmente en torno a la teoría de Klein, quien sostiene un modelo de psiquismo donde la pulsión de muerte tiene un lugar central y la envidia aparece como la evidencia de aquella fuerza destructiva. Sustentados en la idea que la ansiedad proviene del amor y odio o, mejor dicho, del amor versus el odio, los autores reflexionan en torno al ataque al pensamiento y el placer por la destructividad asociada a la existencia de la pulsión de muerte. Todo ello desde una metapsicología donde priman los montos de pulsión constitutiva que definen de manera importante el acontecer psíquico. ¿Es el odio un instinto? ¿Existe la necesidad de odiar? ¿Es lo mismo muerte que destrucción? En el tema de lo destructivo, ¿es el retorno de lo reprimido el problema? Son parte de las preguntas que surgen de estas lecturas.

En la segunda parte del libro, se enfatiza la problemática del odio como un logro del desarrollo que depende del ambiente, de la naturaleza de las relaciones y del encuentro con el otro. Lo agresivo se entiende como la forma que tiene el niño de construir realidad, atacando voraz e ingenuamente al objeto anhelado el que, gracias a su sobrevivencia, le permite el acceso a la realidad. Este desarrollo es posible siempre que haya existido un alguien que estuvo no solo dispuesto, sino también, que anheló ser devorado. Así surge el odio, el que es parte del amor, de la excitación, el que se moviliza en los músculos, en el triturar de la comida, en la decisión de ocupar un espacio en el mundo, odio que aparece en el acontecer constructivo/destructivo, que permite la creación del mundo. Los autores en este capítulo se refieren a aquel odio que se constituye como telón de fondo en la estructuración psíquica, dándole profundidad y volumen a dicha estructura. Desde este lugar, se reflexiona en torno a lo violento como una perturbación o patología en la relación entre el pequeño niño y el ambiente.

La consideración del odio como advenimiento de la alteridad se enfatiza en esta tercera parte del libro. Los autores dialogan en torno a la presencia del odio como la dialógica necesaria para la constitución de la separación con el otro. Así, el odio surgiría como una posibilidad de relación para estructurarse en la diferencia. Por ende, el odio aquí es un conflicto en el acaecer del ser en relación con otro ser, el que perturba con su sola existencia. La posibilidad de sentir odio, conlleva el apoderarse de la experiencia como algo propio, “mío”, como un fenómeno que solo le pertenece al sujeto en cuestión. En relación con los desarrollos patológicos del odio, los autores profundizan en la problemática de desubjetivación y anulación del otro como una forma de destruirlo sacándolo de su condición de sujeto. También, desde la vereda de la patología, se reflexiona acerca del odio como un ataque directo al cuerpo, así como un ataque al vínculo. Ello implica una movilización inconsciente cuya fuerza se dirige a no dar espacio a la existencia del otro. Una fuerza destructiva que rechaza la vulnerabilidad y que, por ende, busca aplacar el deseo y la necesidad.

En la cuarta parte del libro, el odio se entiende como una estructuración en la ausencia de lo amoroso, como un negativo que se actualiza. Desde esta mirada, el odio surgiría secundariamente a la pérdida del amor del objeto, a pesar de su presencia física, con la consiguiente pérdida del sentido para el sujeto. Estos fenómenos serían el resultado de un mecanismo de desinvestidura, esencialmente del objeto primario, y que afecta la estructuración del narcisismo primario, las tramas representativas y el pensamiento. El trabajo de lo negativo se ve aquí gobernado por el predominio de lo que Green llamó ‘pulsiones destructivas’, denominación que busca liberarse del componente más teleológico del concepto de pulsión de muerte. Lo negativo se expresa entonces como una organización defensiva que niega la vivencia del cuerpo, de los sentidos arrojando al sujeto al vacío existencial. Implica el rechazo a representar el deseo, la necesidad del cuerpo. Rechazo a representar el sentido, la vivencia, la existencia. Ante ese rechazo, se configura el negativo del odio como expresión de pulsión de muerte dirán algunos, como expresión del vacío existencial o como expresión de pulsión destructiva, dirán otros.

La clínica psicoanalítica y el interjuego del odio en la transferencia y contratransferencia constituyen la quinta parte del libro. A través de casos clínicos de trabajo con pacientes que actualizan lo violento, las autoras enfatizan la importancia de la contratransferencia como brújula en el trabajo analítico. ¿Qué implica la actitud profesional desde una perspectiva winnicotiana? ¿Cuál es el límite frente al odio en la transferencia? ¿Cómo distinguir el sobrevivir a la desesperanza y la arrogancia del odio, del masoquismo del analista? Son algunas de las preguntas que surgen de este capítulo.

Consideraciones técnicas específicas en la clínica del odio, tipos de intervención y conceptos teórico-prácticos, están representados en la sexta parte del libro. Dialógica entre relación objetal y relación de uso, transferencia delusional, self en transición y su manejo en la clínica. Escuchar el silencio, desentrañar lo no dicho, lo oculto, lo sentido, para quedarse en las señales del cuerpo, aquello soñado y no soñado, lo imaginado, la emoción no elaborada del analista en el espacio analítico, se utilizan para descifrar, comprender y generar un espacio analítico propicio para algunas intervenciones terapéuticas.

La relación del odio y el arte como expresión de lo sublime en lo humano y expresión de aquello que se palpa con el alma y los sentidos, está representado en la séptima parte del libro. La gran mayoría de las obras de arte requieren integrar en su concepción aspectos destructivos, oscuros, tal vez violentos. Si ello no está presente, es probable que esta sea una producción ficticia y boba que no refleje la complejidad y lo ominoso como representación de lo extraño y sutil en lo humano. Neruda, la poesía y el arte cinematográfico, surgen como oportunidades que los autores nos proponen para acercarnos a otra arista del odio y su relación con el amor.

En la octava parte del libro, los autores discuten acerca de la presencia irrevocable de lo destructivo a través de la historia. Las leyes y el orden social, tal como lo planteó Freud en Tótem y tabú (1913), han surgido como un intento de delimitar las manifestaciones del odio y los procesos violentos sociales. Sin embargo, la brutalidad y las guerras parecen ser tan antiguas como la humanidad. El odio surge como síntoma en el femicidio, el racismo, el machismo, el chovinismo, la xenofobia. El resurgimiento de regímenes fascistas y autoritarios en el mundo contemporáneo actualiza una estructuración política que se fundamenta y sustenta en el odio. Odio a lo distinto. Así surgen gobiernos cuya administración del odio, como defensa frente al miedo, es una manera efectiva de conservar el poder. Los autores reflexionan en torno al odio como respuesta al miedo a ser vulnerados en la propia identidad, a ser robados de nosotros mismos, miedo a no tener existencia, todo lo que se vuelca en el enemigo común. El odio, en el decir de Jean-Luc Nancy, uno de nuestros autores, “supone significados cerrados. El odio está hecho de sentido coagulado”. En esta parte del libro, está el interesante artículo de Adrian Sutton que nos lleva a preguntarnos acerca del perdón: ¿Es el perdón una manera de enfrentar la reparación? ¿Cómo se enfrenta el desastre emocional luego de circunstancias sociales dramáticamente violentas?

Esperamos que el lector disfrute, tanto como nosotros hemos disfrutado de la realización de este libro, de las lecturas, la reflexión y las preguntas que surgen. El trabajo de aunar a autores que confluyen en una compilación ecléctica, compleja y siempre abierta, nos ha permitido seguir pensando. Tal vez la palabra ‘intersticio’ (Ogden, 2019, comunicación personal) con toda su potencia y resonancia ontológica, es una buena forma de ligar los trabajos presentados en este libro.

Intersticios como el espacio infinito entre dos seres vivos que definen un acontecer vitalmente impredecible. A su vez, entendemos que el odio en su condición “tumoral”, constituye el límite desde el cual no podemos seguir pensando, soñando o creando. Allí se instala la omnipotencia como confín que niega la complejidad de lo verdadero.

CARMEN GLORIA FENIEUX

Parte I

En torno al odio y el concepto de pulsión de muerte

LA PULSIÓN DE MUERTE: PERSPECTIVAS FENOMENOLÓGICAS EN LA TEORÍA KLEINIANA CONTEMPORÁNEA1

David L. Bell

En la obra maestra de Goethe, Fausto, su protagonista, es un buscador del conocimiento, que se lamenta de sus frustraciones en el fruto de su trabajo, y las emprende contra la naturaleza limitada y los obstáculos que se interponen en su camino. Él dice:

Ninguna nueva fuerza emana en mí

No soy ni un pelo más alto

Ni estoy más cerca del infinito.

Fausto ansía el infinito, por lo que sus escasos logros en su incesante labor por el conocimiento, palidecen al ser comparadas con el objeto de su añoranza: la omnisciencia. Fausto está empecinado por las ‘consideraciones de la realidad’ y este estado mental provee un suelo fértil para el trabajo del diablo. Mefistófeles ofrece un mundo sin obstrucciones, donde todo deseo puede ser realizado.

Mefistófeles se presenta a sí mismo como el espíritu “que lo niega todo”, Fausto agrega:

Todo lo que existe merece perecer

Mejor si nada hubiera nacido

Él personifica el principio negativo, la antítesis del pensamiento y la creatividad. Sabemos que Fausto no tiene una existencia propia independiente, pero es llamado a ser por la presencia del bien. Algunos consideran al mal/odio humano solo como la ausencia de, pero tanto Freud como Goethe, no veían la destructividad humana en términos pasivos; no es solo el negativo del bien, sino más bien la negación del bien.

El Señor A, un paciente de unos 30 años, manifestaba un aire de extremo desapego y represión de sentimientos. Relataba su vida como una serie de acontecimientos carentes de significado. Los hechos importantes ocurridos en su vida que sugerían un real crecimiento y desarrollo en el análisis, aparentemente no tenían para él, ninguna vinculación con el trabajo analítico. Era característico que cierta letalidad inundara la consulta. En los inicios del análisis, trajo el siguiente sueño: “Hubo una explosión nuclear. El polvo, la lluvia reactiva, cayó todo sobre mí. Fue placentero y pacificador”. Este sueño pareciera mostrar claramente el funcionamiento de una actividad destructiva. Pero la forma como cada cual la comprende, no es evidente.

Dentro del pensamiento kleiniano contemporáneo, la pulsión de muerte es conceptualizada acorde a diferentes modelos. La mayoría tiende a descolgar el concepto de la teorización biológica de los inicios de Freud y conceptualizan su funcionamiento en términos puramente psicológicos. Parecen distinguirse tres modelos, aunque exista cierto traslape entre ellos.

El Modelo 1 se enfoca en la pulsión que busca destruir la vida y todo lo que se identifica con vivir, particularmente el pensamiento y la capacidad para percibir de la cual depende el pensar. Usamos dichos términos como ‘aniquilación’ de la parte del self (o una función psíquica). Es inducida a actuar por tales factores como la presencia de bondad que se encuentra separada del self, consciencia de la limitación u obstrucción. El placer que entrega es un placer purificado instantáneo de destrucción, a menudo considerado como una expresión de profunda envidia. Esto es muy parecido a la descripción de Mefistófeles del “espíritu que lo niega todo”. La fenomenología de esta actividad tiende a ser violenta y ruidosa, intermitente y por lo mismo claramente manifiesta. Este modelo contrasta con los otros dos, que ponen énfasis en una actividad más que en un acto o evento, operando de una manera más silenciosa.

El Modelo 2 también pone énfasis en la aniquilación del self y del objeto, pero describe una fenomenología distinta. Opera como una tendencia continua o disposición que se manifiesta como una seducción hacia la desmentalización. Se podría señalar que persigue activamente una pasividad morigerada.

El Modelo 3 es similarmente silencioso y busca un estado adormecido/ evitativo del desarrollo, pero su propósito no es la aniquilación, sino que mantener un particular tipo de parálisis, necesitando que el objeto se mantenga vivo para que siga siendo tratado de la misma forma. El placer obtenido es de carácter sádico. Como el Modelo 2, es de una naturaleza más continua y su fenomenología tiene el carácter de algo muy sutil y frecuentemente difícil de notar.

Volviendo al sueño del Sr. A:

- Si nos concentramos en la explosión, entonces podemos trabajar con la hipótesis del Modelo 1.

- Si pensamos en la continua lluvia reactiva que atenúa los objetos y llevando silenciosamente al self a un placentero estado desmentalizado, y a una silenciosa destrucción de la función psíquica, estamos en el Modelo 2.

- Alternativamente, si pensamos en la lluvia reactiva como la representación de una actividad continua, una irradiación del self y de sus objetos manteniéndolos en un extraño estado semivivo asociado a un placer cruel, entonces estamos en el Modelo 3.

La ambigüedad en la fenomenología de la pulsión de muerte ha existido desde que Freud la introdujo por primera vez. Él utiliza el concepto para dilucidar un fenómeno que, al menos desde un nivel manifiesto, pareciera ser muy diferente. En Más allá del principio del placer, lo que está descrito es un empuje silencioso, una tendencia siempre presente hacia un estado mental que se aproxima a la ausencia de tensión, la desmentalización, la inercia, el ‘principio de nirvana’,2 idea que se origina en el Proyecto como la tendencia de la mente a descargarse de la energía. Sin embargo, particularmente en el Esquema (1938), Freud describe, como en el

Modelo 1, algo que es bullicioso en su carácter destructivo, dirigido tanto hacia afuera como hacia el self “[cuyo] objetivo final es deshacer conexiones y así destruir las cosas” (Freud, 1938, p. 147).

La desmentalización que Freud describe, produce un tipo particular de placer que de inmediato nos enfrenta con una de las contradicciones centrales del Más allá del principio del placer. Lo que comenzó en la vida como un principio usado para explicar la repetición de lo displacentero, como algo que está ‘más allá’ del placer, misteriosamente se transforma, a través de su capacidad de atraer a un estado anterior de cosas, descargando a la psique de tensión a una pulsión que busca el placer, pero uno particular y definitivo. Entonces, lo que está más allá del principio del placer no lo está en lo que no se refiere al placer, sino que está más allá, en el sentido que no se relaciona con ningún tipo particular de placer. No es el placer derivado de la satisfacción de ningún deseo en particular, sino que se deriva de la negación de todo deseo. Pensar, instala en la mente una demanda por trabajo, mientras que el placer al que se aspira a través del ‘Modo del principio de Nirvana’ es un placer que surge de la ausencia de trabajo, desde un estado desmentalizado. En su trabajo “La negación” (1925) Freud diferencia una negación más benigna3 con algo cualitativamente diferente, el negativismo desplegado por algunos psicóticos, que él vincula con la “pulsión de destrucción” (p. 238).

En el caso Schreber (Freud, 1911), esta negación psicótica es descrita en términos pasivos, como el repliegue de la libido, pero para comprender su naturaleza, Freud cita las siguientes líneas de Fausto:

¡Wo! ¡Wo! Entonces eso destruyó el hermoso mundo Con un poderoso puño En ruinas lo arrojó Por el soplo de un semi-dios roto. (p. 69)

Freud intuye que los procesos que estaba describiendo eran manifestaciones de una violencia extrema.

Klein, en su definición de la pulsión de muerte, describe estados de la mente que son tanto violentos como sádicos. Para controlar la ansiedad temprana, ella explica cómo la destrucción que surge desde dentro (pulsión de muerte) es desviada al exterior creando un mundo persecutorio. El bebé que odia crea un pecho odioso que luego internaliza transformándose en la base psicológica para ataques violentos contra el self y el objeto. El pecho antivida internalizado también es el prototipo de una relación interna envidiosa (heredero de la pulsión de muerte). Aunque Klein habla de la aniquilación de objetos, por supuesto, estos nunca son realmente destruidos, es más bien una dialéctica infinita de destrucción que puede no terminar nunca, ya que todo objeto atacado reemerge como un perseguidor.

Bion hace explícito lo que, a mi juicio, Freud postula implícitamente sobre la negación psicótica. Él centra su atención en las funciones mentales (más que en los objetos), particularmente aquella función que llamó ‘pensar’. El pensar involucra vincular los objetos en la mente, entrelazando ideas con emociones, dándoles así significado.4

Entonces, para Bion el pensamiento es una expresión de la pulsión epistemológica de Freud y Klein. Él describió el principio Mefistofélico que se opone al pensamiento: separa el pensar del sentir, despoja las ideas de su significación y ataca todo significado. Bion lo llamó el ‘principio −K’ y es esto lo que enfatiza el tipo de negación más maligna a la que se refiere Freud en su trabajo. Para Freud, Klein y Bion, este proceso es una manifestación de los procesos mentales más destructivos. La negación bajo la égida de este principio no es un primer paso hacia el juicio, sino que es la ‘eliminación’ de la función lo que hace que este sea posible.

Cuando la mente se confronta con la toma de conciencia, la necesidad o del deseo insatisfecho, hay un número de caminos posibles. Uno de ellos es buscar la satisfacción, otro es aniquilar la experiencia de la necesidad, como también el experienciar/percibir el self que nos trae la conciencia de la necesidad (ver Segal, 1993). Existe aún otra posibilidad: distorsionar el mundo de tal manera que se crea la ilusión de que la necesidad ya está satisfecha. Esto ocurre manifiestamente en las alucinaciones y de manera más subyacente en distintas formas de ilusión.

El pensamiento, en el modelo Klein/Bion, representa simbólicamente el trabajo creativo de la pareja parental interna, que genera nuevos pensamientos equivalentes a los bebés. Para Bion, una de las características más importante de este principio −K, es “su odio hacia cualquier nuevo desarrollo, como si el nuevo desarrollo fuera un rival a ser destruido” (Bion, 1962, p. 82), haciéndose eco del relato de Goethe sobre Mefistófeles.

Pareciera, entonces, que tanto Klein, Segal y Bion ponen mayor énfasis en el evidente ataque violento, la destrucción de los objetos buenos, objetos muy vinculados a la capacidad de pensar. Sin embargo, ellos claramente reconocen una forma de destructividad que posee una cualidad más continua. Bion escribe: “[Afirma] su superioridad al encontrar falla en todo” (1962, p. 96) y, uno podría agregar que hace valer la superioridad de la ignorancia por sobre el conocimiento.

Esta perspectiva, desarrollada particularmente por Betty Joseph y Michael Feldman (ver Feldman, 2000), pone mayor énfasis en el control sádico de la pareja interna impidiendo la copulación.

Si volvemos ahora al sueño de mi paciente: “Ha habido una explosión nuclear. El polvo, la lluvia reactiva cayó todo sobre mí. Fue placentero y pacificador”, pienso que hay otro rasgo típico de estas situaciones: el sueño hace referencia a algo que es muy violento, que, sin embargo, no es presenciado, y que es comunicado en la voz pasiva “ha habido una explosión nuclear”.

Tiempo después y luego de un fructífero trabajo en el cual mi paciente fue más consciente de la realidad de mi presencia como ser humano (en vez de un tipo de máquina interpretadora), sorpresivamente enmudeció. Al preguntarle qué estaba pensando, dijo, débilmente, “Nada”. Continuó explicando que podía ver los colores azul, amarillo y blanco, y que era una experiencia irrelevante y placentera. Cuando le hice notar el hecho que la cubierta del diván tenía exactamente esos colores, me confirmó que no se había dado cuenta de ello.

En ese momento pensé lo siguiente: la realidad del contacto analítico, representado por la cubierta del diván, ha sido negada y evacuada a través de sus ojos como nubes de lluvia reactiva que son a la vez insignificantes y placenteras.5 Como en el sueño el ataque violento a su capacidad para pensar no fue presenciado, el paciente no experimentó la explosión sino solo sus secuelas, la lluvia radioactiva placentera que sirve para paralizar todo pensamiento.

Aquí uno puede pensar en el placer derivado de la aniquilación del contacto (la explosión nuclear). Alternativamente, uno podría dar énfasis a la atracción hacia un tipo de estado agradable y anestesiado, nada excepto nubes de colores placenteras, removiéndolo de la consciencia de deseo, separación y frustración. He aquí una doble negación: la violenta negación de aspectos de la realidad, y la negación del hecho de que esto ha ocurrido. Por último, uno puede considerar el placentero estado de satisfacción derivado del sentimiento de haberme controlado/paralizado, manteniéndome vivo, pero en un estado severamente reducido y debilitado (Feldman, 2000). Aquí la lluvia reactiva que cae, representa el instante del ataque destructivo al contacto que continúa después de la explosión.

Los tres modelos tienen en común la importancia que se le da al ataque del pensar. Pero la pregunta natural que surge es si el odio al pensar es un tipo de dato irreductible o la manifestación de un proceso más profundo. Freud describió el rechazo primario del yo al mundo externo, a cualquier cosa que no sea el sí mismo. Britton (2003, p. 127), ha llamado a este impulso “xenocida”; esta fuerza omnipotente odia cualquier cosa que se sienta como una obstrucción. Por supuesto, la realidad externa actúa simplemente como una obstrucción de la omnipotencia, pero esto solo se vuelve un problema psicológico cuando hay consciencia de esto, que incluiría el reconocimiento de la pérdida del objeto y la inevitable insatisfacción del deseo.

En algún nivel, el pensar se presenta a la mente como una obstrucción, y es por esta razón que es odiado, tanto porque es solo un pensamiento (y no acción) como también porque tal pensamiento trae a la mente la conciencia de que la realidad impone limitaciones/obstrucciones. En cierto sentido, es como dispararle al mensajero (consciencia de la realidad) porque el mensaje (las limitaciones y obstrucciones impuestas por el mundo) no se pueden asumir.

Pensar, como hago uso del término aquí, depende de la capacidad de diferenciar inicios, términos, fronteras entre espacios, aceptándolas como limitaciones en vez de obstrucciones a ser destruidas.

Marietta, una adolescente psicótica niega toda diferenciación en un estado de continua excitación. Luego de tres años de análisis, Marietta aún reclama no saber a qué hora comienzan o terminan sus sesiones. Su mundo es ‘unidimensional’: lo que es bueno es verdad, lo que es verdad es bueno y está dentro mío. Lo que es malo está fuera de mí.

Como es su costumbre, Marietta llega a sus sesiones cantando de manera libre y despreocupada. Lo hace mientras sale del ascensor, cuando entra y sale por la puerta de mi consulta, luego continúa en la sala de espera, y cuando entra y sale del baño. Pensé en la canción como algo concreto, una especie de cuerda que va uniendo todos los espacios, negando así cualquier diferenciación. La puerta de la consulta, ella insistía, debía mantenerse abierta.

Sin embargo, como resultado de pequeños progresos, comenzó a ser posible pensar en cerrar la puerta. Cuando se lo mencioné, me replicó: “Yo puedo hacer lo que quiera, cuando quiera”. Entonces cerré la puerta. Cuando se retiraba de la consulta, la escuché murmurarse suavemente: “La puerta está abierta”. Siguiendo a Freud (1924), podemos señalar que ella negaba (renegaba) la realidad y en su lugar “instaló un delirio como un parche donde originalmente se había producido una rasgadura en la relación del yo con la realidad” (p. 150).

Durante la siguiente sesión, Marietta demostró haber tenido suficiente tiempo para recuperarse de este procedimiento de emergencia. Al entrar a la consulta, dejó la puerta abierta, se volvió hacia mí muy lentamente y haciéndolo coincidir con el momento en que yo reunía fuerzas para levantarme a cerrarla, ella gritó: “Anda y cierra la puerta, pelotudo”.

En este caso, ella acepta la realidad del cierre de la puerta, pero niega su significado, y de manera aparente, la somete a su control. De esta forma, ella destruye su capacidad para percibir, mantiene su omnipotencia, evade el pensar y, por lo tanto, el conocimiento.

Hay algunos rasgos más que agregar a esta interacción que me gustaría discutir. Pareciera ser que la respuesta inmediata, el ‘delirio’, era el proceso de mayor malignidad, y lo pensé así durante un tiempo. Pero ya no. Primero, no pienso que esto fuera estrictamente un delirio. Ella sabía que la puerta estaba cerrada y al murmurar “la puerta está abierta” fue, pienso, más bien un intento desesperado de lidiar con alguna situación interna terrible. En ese sentido, ella estaba muy conectada con la realidad.

Sin embargo, el material de los días siguientes trajo un tipo de dificultad completamente diferente. Lo que existió en su mente como una consciencia real del mundo fuera de su control, estaba ahora radicalmente alterado. Ella ya no necesita pretender que la puerta está abierta. Acepta que está cerrada, pero el significado de esto radica en que está en línea con su omnipotencia. Es ella quien demandó que la puerta se cerrara. Para ella, el regreso de su control omnipotente estuvo asociado con una gran excitación interna, mientras que para mí trajo desconcierto y un profundo sentido de desesperanza.

Este es el movimiento que quisiera considerar por un momento, ya que me parece que ofrece una salida a un dilema no poco común que surge cuando intentamos discutir los procesos mentales destructivos. Pienso, por ejemplo, en aquellas situaciones donde un escenario perverso particular, entendido como una manifestación de procesos psíquicos mortíferos, es reinterpretado como un procedimiento defensivo necesario que mantiene al individuo vivo.

Un ejemplo reciente de la literatura servirá como ejemplo. Feldman (2000) describe a un paciente que parecía obtener un placer y una gratificación muy particular en morigerar a sus objetos. Al discutir el material, Alexander (2000) ve al paciente desesperado y defendiéndose a sí mismo de un dolor intolerable; una actividad que no puede ser destructiva, en efecto estaría más al servicio de la vida, una interpretación completamente opuesta.

No obstante, si nos enfocamos en la forma cómo funciona la actividad destructiva, a menudo observarmos una transformación. Para muchos, tales procesos mentales se originan como una defensa contra algo que es experimentado como insoportable y, en este sentido, es protector (como Marietta pretendiendo que la puerta está abierta). Pese a ello, lo que nace como una defensa puede sutilmente alterarse de manera tal que adquiera una forma idealizada de vida propia, alejada de su origen defensivo y frecuentemente evidenciando un tipo de cualidad maníaca. Uno puede pensar en pacientes temerosos del contacto con otros seres humanos, pero que ven su capacidad de absoluto desapego como evidencia de superioridad.

Freud (1937) describe cómo los individuos buscan recrear en la vida situaciones que les sirven para racionalizar sus defensas, funcionando como una fuerza poderosa contra cualquier cambio, “una resistencia contra el develar las resistencias” (p. 238), una ‘meta-resistencia’ (mi término) contra cualquier movimiento y, por lo tanto, totalmente opuesto a cualquier desarrollo, ya sea en la vida o en el análisis. Freud consideró esto como una manifestación de la pulsión de muerte. Otra forma de señalarlo (ver Feldman, 2000) es considerar el empeño de la mente en recrear externamente su imagen interna del mundo para convertir la fantasía en realidad. El paradigma de este estado es la gratificación alucinatoria del deseo que Freud relacionó con la ‘identidad perceptiva’ obtenida de los sueños. El enactment a través de su intento por asegurar esta identidad entre lo interno y lo externo, busca recrear esta ‘identidad perceptiva’. La ilusión, y es siempre una ilusión, como una identidad completa, no puede, por supuesto, nunca ser lograda, remueve los fundamentos (percepción de la diferencia) sobre los cuales se asienta el pensar; y el alcance logrado es la extensión en la cual el pensamiento (o el uso del término de Freud ‘juicio’) se hará imposible. La creación de este tipo de identidad entre lo interno y lo externo puede asociarse con un placentero estado de ausencia de conflicto, de ausencia de tensión; en consecuencia, este empuje hacia la desmentalización se revela como heredera del estado de ‘nirvana’ referido por Freud en Más allá del principio del placer: “Este esfuerzo por mantener constante o por remover la tensión interna debido al estímulo” es, según Freud, “una de nuestras razones más fuertes para creer en la existencia de la pulsión de muerte” (1920, pp. 55-56).

Volviendo a mi paciente Marietta, el ataque a la realidad puede parecer violento y repentino al destruir de una manera maníaca su propia capacidad para pensar, terminando en un estado lamentable. Lo que podrían haber sido pensamientos se convirtieron en “mierda” (conformando el Modelo 1). Sin embargo, en otras situaciones el logro de la ilusión de identidad es experimentado como una especie de desmentalización asociada con el placer (Modelos 2 y 3).

Estos procesos son fáciles de observar en pacientes abiertos y ruidosos en sus esfuerzos por inmovilizar el análisis. Sin embargo, en otros pacientes, fuerzas similares pueden ser movilizadas, pero de una manera más sutil. El Señor C se esforzaba por generar un estado de mucha cordialidad acompañado de una ausencia de movimiento. Me debatía en cómo comprender esto. Por momentos me parecía que la inmovilización le servía como protección contra una desolación insoportable, mientras que en otros momentos me preguntaba si la re-creación en su vida del escenario familiar de ser abandonado estaba asociado a un placer oculto.

El Sr. C

El Sr. C, un profesor de secundaria de origen alemán que se había trasladado a Londres hacía 10 años, tenía un trabajo muy debajo de sus capacidades. En los primeros años de análisis, aparentemente parecía ocupar una posición muy grata; abiertamente dedicado a su análisis conmigo, el que sentía como un privilegio, hacía grandes sacrificios para mantenerlo. Por ejemplo, accedió a pagar unos honorarios que solo más tarde reparé en que no podía costear. Sin embargo, yo a veces vislumbraba una faceta distinta de él, que mantenía el registro de mis errores.

Al terminar las sesiones él solía permanecer en el diván por un momento más, como si revisara cuidadosamente mi última interpretación. Entonces se levantaba, se volvía hacia mí y me decía antes de irse: “Gracias”. Nunca supe por qué me agradecía, ya que su vida se mantenía como cuando lo conocí, perseguido e infeliz y dominado por propiciar objetos de los que él desconfiaba, pero de los cuales dependía. A diferencia de otros pacientes que utilizan el análisis en sus vidas para quejarse de mucha gente, el Sr. C aparentaba utilizarlo (al menos abiertamente) para perdonar a sus objetos malos. Su mirada del análisis se podría describir de la siguiente manera: “A través del análisis yo puedo aprender cómo distorsionar mis objetos, proyectando en ellos aspectos de mí mismo, de los cuales mi análisis me los hace propios, entonces me permitirá verlos como buenos, en vez de verlos como malos”. Con el fin de alterar la realidad de sus objetos, esta exposición energética de sí mismo acontece en una atmósfera altamente cargada de moralismo. Este paciente buscó un análisis kleiniano, en parte, porque lo consideraba como un apoyo a este procedimiento.

Sin embargo, está claro que, a pesar de asegurar la bondad de sus objetos, había una profunda sospecha en torno a ellos que él desconocía. Al existir una identificación proyectiva con una versión mía llamada “Dave”, lo protegía de ser el objeto de escrutinio de una atemorizante figura llamada “Dr. Bell”.

Normalmente, él describía una situación indignante, como la promesa de su novia de acompañarlo a un evento de suma importancia, por ejemplo, a una comida de trabajo, para luego “no aparecer”, o encontrarla citándose con posibles nuevas parejas. Sin embargo, antes de que pudiera recuperarme del impacto de su relato, descubro que mi paciente se ha olvidado del hecho y ahora le ayudada con el arreglo de su nueva casa.

Remitiéndose a Freud, se podría señalar que su vida estaba estructurada para racionalizar sus defensas y resistirse a develar sus resistencias.

En una ocasión, él descubrió que su novia, B, mantenía una relación con otro hombre, pero cuando la confrontó, ella le aseguró que lo “arreglaría”, de tal manera que mi paciente pareció aceptarlo rápidamente, pero, para mí, resultó ser poco convincente. Posteriormente intentó telefonearle, pero la línea estuvo siempre ocupada. En una ocasión, fue hasta su departamento y al mirar por la ventana, la vio cenando con su amante. La llamó a su teléfono móvil preguntándole qué hacía y ella le respondió “que estaba cansada y se acostaría temprano”. Él agregó: “Eso no es lo que parece desde donde estoy parado mirándote”.

En la sesión siguiente me señaló la forma cómo lo habían resuelto (con B); ahora se entendían mutuamente y mantenían una relación muy particular. Vale decir, él se había disociado de toda consciencia del significado de lo ocurrido. Así, su conocimiento de la historia de su relación con B a través de la proyección, se situaba ahora en mí. Me descubrí observando a estos ‘románticos amantes’ que habían superado sus diferencias, queriendo decirles: “Esto no es lo que parece desde donde yo estoy mirando”.

No obstante, tengo claro que esta manera del Sr. C de administrar su vida le sirve como una defensa ante situaciones que no puede manejar y que le producen una desesperación considerable. Pensando sobre esto comencé a preguntarme si hubo veces en que sintió cierta excitación asociada a su demostración reiterada de lo inadecuado de sus objetos. Cada vez que un objeto le fallaba, una voz interna parecía decirle con algún grado de satisfacción, “esto es típico”. Ocasionalmente esto parecía servir como un modo de paralizar el análisis, y nunca tuve claro hasta qué punto esto actuó como una defensa necesaria contra un dolor intolerable y cuánto estuvo asociado a un placer.

Narraré un sueño de una sesión reciente que muestra más abiertamente su cualidad amenazante, la que probablemente siempre estuvo presente, pero que ahora se muestra de una manera más accesible.

El sueño surgió luego de un periodo en el cual hubo un considerable avance, transmitiéndome de una manera muy conmovedora un mayor contacto conmigo como de alguien que luchaba por conseguir cosas que valían la pena. Él estuvo discutiendo, con algo de carga emocional, el hecho de haber observado que el edificio de departamentos (donde está mi consulta) lo estaban remodelando. Notó que era un trabajo arduo y meticuloso. Le pareció que este hecho le mostraba una imagen mía como de alguien que hubo trabajado muy duro para lograr cosas (en vez de, por así decirlo, de ser alguien alimentado con cuchara de oro):

Él visita a Wilhem [su único amigo íntimo]. En el sueño, Wilhem es propietario de una enorme hacienda. El paciente camina por los jardines que se encuentran en distintos niveles [él no usó la palabra, pero sonó algo así como terrazas]. Miró los alrededores, parecía muy impresionado, pero entonces ve un gorila moviéndose alrededor de los matorrales. Él no pensó que esto era correcto; comparó la escena doméstica con el animal salvaje merodeando en los matorrales. En el sueño pensó: Ellos [los animales salvajes] debiesen estar separados, y no entremezclados de esta manera.

También se dio cuenta de que era el único que parecía estar preocupándose del peligro. Hay una tarima [un tipo de plataforma]. El gorila aparece y se para en ella y también se mueve por ella en cuatro patas. Asocia la tarima con el ir a una exhibición de motocicletas BMW sobre una plataforma [el paciente es un entusiasta motociclista].

Entonces hay gente sobre el césped estirando manteles, no parecían estar molestos con el gorila y le vuelve a parecer que no es correcto.

Se va al interior de la casa con Wilhem y aparece un gato muy peludo. El gato ataca a Wilhem —lo muerde en el tobillo—. Wilhem no puede hacer nada y él [mi paciente] se siente indefenso de poder alejar al animal de él.

Durante la sesión comprendimos los siguientes elementos:

- Él llamaba mi atención hacia algo peligroso que pasaba desapercibido entre los matorrales. Concretamente, creyéndome muy complacido con mi trabajo (quizás parado sobre la plataforma) y, por lo tanto, desconociendo que algo salvaje y amenazante se estimulaba en él, sin ver cuán peligrosa se había convertido la situación.

- En sus asociaciones al sueño, el paciente me señaló un error cometido por mí en los honorarios. Lo dijo con una sonrisa “amistosa”, como una aparente amistad civilizada. Sin embargo, pensé que su sonrisa también representaba un triunfo de esa parte suya que me observaba como merodeando para aferrarse de algo y usarlo para decirse a sí mismo: “típico” y de esta manera revelarme ante él como alguien no muy diferente a los otros objetos.

- Cautamente él advierte mi fragilidad, mi “Talón de Aquiles” y luego se aferra a ella como un gato, mientras que otra parte de él observa impotente y con horror.

He sugerido que cierto estado de desmentalización era característico en mi paciente y esto se manifestaba de diversas maneras. A veces, parecía provenir desde un ataque oculto y violento sobre sus objetos. Desde esta perspectiva, el sueño es muy beneficioso ya que hace que esta actividad esté más disponible.

Sin embargo, en el Sr. C el ataque al pensar tenía una cualidad más continua, al empujarlo una y otra vez a representar el mismo escenario central. Aquí la desmentalización se logró a través de constantes ataques contra su propio yo, al recrear en el mundo externo las relaciones de objeto familiares generando sutilmente una parálisis en el trabajo analítico, parecido al Modelo 2. Aunque esto debe haberse originado como una defensa, me pareció que adquiría un carácter de excitación en sí mismo, de la manera como lo he descrito más arriba. Se hace evidente aquí el apoyo probatorio del concepto de Freud sobre la pulsión de muerte, por el mero hecho de la compulsión a la repetición.6

El sueño también puede interpretarse como la demostración de una actividad continua en la que el paciente se aferra a cualquier debilidad que ve en mí. De esta manera, él mantiene su limitada visión de sí mismo y de sus objetos. El placer cruel que obtiene en aferrarse a lo que él considera mi punto débil y, de esta forma, paralizar el trabajo, es sugerente al Modelo 3.

Me produjo interés la manera en cómo la buena sesión previa con dejos de cierta normalidad (la imagen de un trabajo duro y meticuloso), se había transformado en una versión mía logrando un vasto patrimonio sin ningún costo ni esfuerzo. Podría pensarse que esto generaba envidia, pero creo que esta visión de mí es más bien el resultado de la envidia. No hay necesidad de ser envidioso de un objeto que no tiene capacidades propias y que solo las adquiere como una herencia.

Una nota acerca del placer en la destrucción

Segal sugiere que el placer en la destrucción se deriva parcialmente de la ‘libidinización’ y ‘sexualización’ de la pulsión de muerte, pero también reconoce que existe un tipo de placer que surge como una satisfacción natural y concomitante a la pulsión de muerte. Algunos autores han tendido a equiparar el placer con el Eros, explicado por el placer derivado de la destructividad solo a través del concepto de fusión de instintos. No obstante, esto se vuelve tautológico (es decir, cualquier placer proviene de Eros, y así es por definición). Sin embargo, si descolgamos el placer de Eros, entonces podemos permitir un lugar al placer en la destructividad.

Laplanche (1976) señaló que no podemos escapar al problema del masoquismo ubicando el placer en otras partes, por ejemplo, sugiriendo que el masoquista obtiene el placer mediante la identificación con el sádico que ataca al objeto; en otras palabras, el dolor se sufre como una manera de obtener un placer en otra parte. Laplanche sostiene que si eso fuera así, no habría un “problema económico del masoquismo”. El placer que él señala debe estar donde el dolor se encuentra.

Pienso que un argumento similar puede darse con respecto al placer en la destrucción, es decir, el placer no está en cualquier parte, sino donde está la destrucción. Aquí, nuevamente podemos distinguir dos tipos de placer: el que deriva de la destrucción en sí misma y el que proviene del continuo empuje hacia un estado de desmentalización pasajero.

Conclusión

Algunas veces se ha sugerido que el descubrimiento de Freud sobre la pulsión de muerte proviene de factores ajenos, tales como el hecho biográfico de su cáncer y de la deprimente coyuntura histórica de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, este tipo de argumentos parten desde la premisa que se quiere demostrar, es decir, que el concepto no tiene sentido para luego justificar lo que es visto como una desviación bizarra de Freud con un poco de ‘análisis salvaje’. Aun cuando fuera cierto que estos factores ajenos jugaron un rol en sensibilizar a Freud en la importancia de la actividad destructiva, esto no constituiría un argumento contrario al concepto. Uno podría argumentar fácilmente que la constelación familiar de Freud estaba relacionada de alguna manera con su descubrimiento del complejo de Edipo, pero sin duda esto no sería considerado un argumento contra la veracidad del concepto. La procedencia de una idea no tiene una relación transparente con su contenido de verdad, más aún muy buenas ideas pueden provenir de lugares muy extraños. Un concepto como el de pulsión de muerte debe demostrar que proporciona una mejor explicación para fenómenos clínicos que no han sido explicados adecuadamente por otras teorías existentes, debiendo llevarse a cabo el trabajo teórico necesario. Wollheim (1971), en su magistral pequeño libro sobre Freud, argumentó convincentemente que el concepto de pulsión de muerte trató un problema teórico existente desde el trabajo del narcisismo, que amenazaba el dualismo necesario para la teoría de Freud. Wollheim argumenta que la teoría de la pulsión de vida y la pulsión de muerte restituyeron una profunda dualidad de la vida mental. De modo muy interesante Norman O. Brown (1959) hace un planteamiento muy similar. Sugerí que el uso del concepto de pulsión de muerte en la teoría kleiniana contemporánea, cubre tres procesos diferentes cuya fenomenología es distintiva.

1. Actos violentos de destrucción/aniquilación, incluyendo el fenómeno interno como la aniquilación del pensar (Modelo 1).

2. La atrayente seducción en el mundo de no-pensamiento, al modo placentero del estado de ‘nirvana’ de Freud. (Modelo 2).

3. El control sádico de los objetos previniendo cualquier movimiento, esto asociado a un placer extraño (Modelo 3).

Estas actividades destructivas pueden ser consideradas como eventos (como en el Modelo 1) o procesos (como la atracción hacia un no-vacío, o una actividad sádica continua), Modelos 2 y 3. Más aún, el objetivo de destrucción puede ser un objeto o una función. Freud, lo ejemplifica en Fausto: “El Diablo mismo se define a sí como el adversario, no de lo que es sagrado y bueno, sino del poder de la Naturaleza para crear, la de multiplicar la vida: esto es Eros” (1930, p. 121, las cursivas son mías).7

Una mayor diferenciación se encuentra en aquellos procesos que son más ‘ruidosos’, manifiestamente destructivos, buscando aniquilar todos los límites y aquellos otros procesos que se desarrollan silenciosamente.

El concepto de la pulsión de muerte aún tiene mucha oposición, pero todavía cuando ahora podemos estar menos seguros de si es útil concebirlo en términos biológicos, la existencia de una fuerza psíquica que se opone a la vida y al desarrollo y en particular al pensar, me parece que posee una solidez sustancialmente empírica y ha entregado un convincente marco teórico para comprender la profunda dualidad que gobierna la vida psíquica. Las pulsiones de vida y de muerte pueden ser consideradas como las tendencias de poderosas fuerzas siempre presentes en la mente.

En el corazón de la visión trágica de la humanidad de Freud, se encuentra la ineludible lucha entre la vida y el odio a vivir, entre el pensar y el odio al pensamiento. Sugiero que el concepto de pulsión de muerte expresa esa visión trágica en su forma madura.

Referencias bibliográficas

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Britton, R. (2003). Sex, death and the superego. Londres: Karnac Books.

Brown, N. O. (1959). Life against death: The psychoanalytical meaning of history. Middletown, CT: Wesleyan University Press.

Feldman, M. (1997). Proyective identification: The analyst’s involvement. International Journal of Psychoanalysis, 78, 227-241.

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Freud, S. (1911). Psycho-analytical notes on an autobiographical account of a case of paranoia (dementia paranoides). The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud. Volumen 12. Londres: The Hogarth Press and the Institute of Psycho-analysis, 1975.

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______ (1924). Neurosis and psychosis. The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud. Volumen 19. Londres: The Hogarth Press and the Institute of Psycho-analysis, 1975.

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Laplanche, J. (1976). Life and death in psychoanalysis. Baltimore, MD: Johns Hopkins UP.

Segal, H. (1997). The clinical usefulness of the concept of death instinct. En Psychoanalysis, literature and war. Londres: Routledge.

Wollheim, R. (1971). Freud. Londres: Fontana.

1 Publicado originalmente en The International Journal of Psychoanalysis 96(2): 411-423. Traducido del inglés por Rodrigo Rojas Jerez.

2 Freud tomó prestado el término de Barbara Low, pero es un nombre erróneo. ‘Nirvana’ se refiere a la capacidad de vaciar la mente de manera de acceder a los aspectos más profundos de la conciencia, por lo que es muy diferente de un tipo de aniquilación del pensar como la señalada por Freud.

3 La negación más benigna es un tipo que está a medio camino del conocimiento del self, como en la siguiente ilustración: un paciente relata un sueño en el cual él ve una mujer muy atractiva que está vestida seductoramente y le hace señas. Él estaba muy excitado. Luego de un silencio de varios minutos dijo: “Bien, no era mi madre”. La idea de que fuese su madre había entrado en su mente consciente, se hubo cesado la represión, pero la continuidad de la represión es indicada por el signo de la negación.

4 El desarrollo de la capacidad de pensar requiere que los “objetos se hayan perdido una vez que se ha logrado una satisfacción real” (Freud) lo que se compara fácilmente con “el no-pecho llega a ser un pensamiento” de Bion.

5 Bion describe un fenómeno similar en “Ataque al vínculo” (1977).

6 Esta situación me recuerda a un grupo de pacientes que parecían entender y coincidían con las interpretaciones del analista, pero nos damos cuenta que silenciosamente las alteran y, en consecuencia, las perciben de una manera muy distinta. Ellas no introducen nuevas preguntas ni posibilidades y solo confirman la imagen de mundo del paciente, solo le muestran lo que ya “sabe”. “Muestra” por ejemplo, que el analista está irritado o es seductor. Si el analista está alguna vez un poco irritado, entonces esto es todo lo que el paciente reconoce y cualquier otro aspecto es eliminado, confirmando así un cuadro interno de la situación analítica en el que el paciente cree, y que, en su fuero interno, estima que el analista comparte sin reconocerlo.

7 Lo primero (lo que es santo y bueno), lo entiendo como un objeto, lo segundo (el poder de crear) una función.