El origen del mundo - Claude Schopp - E-Book

El origen del mundo E-Book

Claude Schopp

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El origen del mundo, de Gustave Courbet, figura entre las pinturas más emblemáticas de la historia del arte. Sin embargo, la identidad de la modelo del cuadro permanecía desconocida hasta que Claude Schopp descubrió su nombre por casualidad, al anotar la correspondencia inédita entre George Sand y Alexandre Dumas hijo. Este libro invita al lector a acompañar al investigador en su intento por dar vida a esa bailarina de bellas cejas negras, que había sido amante del diplomático turco que encargó la realización del cuadro. La modelo cuyo sexo encarna a la pintura realista recobra aquí, poco a poco, un rostro y un alma.

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Claude Schopp

con la colaboración de Sylvie Aubenas

El origen del mundo

Vida de la modelo

Traducción: Iair Kon

Diseño de colección: Enric Jardí Soler

Diseño de portada: Osvaldo Gallese

Imagen de la portada: L´origine du monde, Gustave Courbet, 1866 © Musee d’Orsay, Paris, France/Bridgeman Images

Traducción: Iair Kon

Título original: L’origine du monde. Vie du modèle

© 2018. Libella, París

© 2023. Libros del Zorzal, SL

España

<www.delzorzal.com>

978-84-19496-72-0

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en España / Printed in Spain

Índice

En busca de una famosa desconocida | 6

Courbet, pintor y comunero, en la picota | 7

Cuando al releer esta carta se descubre la clave del enigma | 12

Los coleccionistas | 14

Tres retratos de Constance,en grupo | 22

Entrada en escena | 23

Retrato de Constance bailarina con “hermosas cejas negras” | 30

Retrato de Constance Quéniaux como amuleto de la suerte | 47

Retrato de Constance como mujer de bien | 74

Una mujer con bienes o los inventarios | 85

Salida de escena | 93

Posfacio | 103

Bibliografía y fuentes impresas sobre El origen del mundo. | 117

Gracias a Marc Durand, del Minutario central de los notarios de París, que ha provisto las actas notariales concernientes a Constance Quéniaux.

En busca de una famosa desconocida

Courbet, pintor y comunero1, en la picota

Padezco de lo que podría llamarse el delicioso vértigo de la nota. Se darán cuenta por lo siguiente: me apasiona hasta el ridículo intentar rastrear las mínimas alusiones que contiene un texto con el fin de esclarecerlo. Por eso, cuando mi amigo Thierry Bodin, salvación de los investigadores literarios, me envió una transcripción de la correspondencia intercambiada entre George Sand y Alexandre Dumas hijo y me propuso editarla con él comencé a anotarla como una promesa de placer.

Esas cartas me daban la esperanza de revivir un cuarto de siglo en buena compañía.

Pasé por la debacle del ejército francés, por la invasión del país y por la proclamación de la Comuna de París, que terminó con la impiadosa masacre de los comuneros.

Refugiada en Nohant, lejos del París a sangre y fuego, George Sand comparte con su viejo amigo “trovador” Gustave Flaubert y con su “hijo” Alexandre Dumas hijo el miedo cargado de odio en el que los han hundido las desgracias de las guerras, primero la extranjera y luego la guerra civil.

Así leo en la agenda de la señora de Nohant el jueves 1° de junio de 1871:

“Todo ha terminado en París, se demuelen las barricadas, se entierran los cadáveres, porque se fusila mucho y se detiene en masa; muchos inocentes o al menos medio-culpables pagarán por otros más culpables que escaparán. Alexandre2 dice que entrega a muchos basándose en las afirmaciones de la ciencia fisonomista, enseñada por el doctor Favre3. Su carta es extraña y no entiendo cómo se las ingenia para que sus ensayos de aplicación sean escuchados por las cortes marciales. Hugo está totalmente chiflado, publica cosas sin sentido y en Bruselas han hecho manifestaciones en contra de él4. Michelet ha entrado en estado de delirio; otros murieron de todo eso. Creo que hay miles de locos, ¡vaya crisis! Y ahora comienzan las recriminaciones, los enojos, la caza de los ministerios, las intrigas. París todavía humea y ya quieren reinar sobre ella. ¡Qué diversión!”

Y, retomando la pluma el lunes 12:

“Nada se sabe de aquellos que fueron apresados o fusilados. Me parece que han matado a varios falsos Delescluze5 y que han detenido a varios falsos Courbet. ¿Los verdaderos se han fugado? Carta de Alexandre en el diario de Rouen, muy valiosa pero en la que dice demasiado. Poco importa. Se percibe la influencia de Favre y no su bondad, pero ¡qué talento!”

La carta de Alexandre Dumas hijo que George Sand considera “valiosa” es una carta abierta, un panfleto titulado “Una carta sobre las cosas del día”, impreso por Le Nouvelliste de Rouen6.

El panfleto la emprende con violencia contra la pobre República, “ese aborto perpetuo de Francia”:

“No hay lugar malo, pantano fétido, corriente de fango y lodo en la que no se haya arrastrado y prostituido.” Según él, “en 1793 la República mató a sus hijos, en el 48 mató a sus hermanos, en el 71 mató a su madre. […] Pero, en cambio, tiene generaciones espontáneas, eclosiones súbitas de fenómenos imprevistos, inanalizables, efímeros gigantescos, sombras chinescas colosales que gesticulan, gritan y mueren en un minuto sobre un fondo enrojecido por el fuego y la sangre.

¿De qué acoplamiento fabuloso entre una babosa y un pavo real, de qué antítesis genesiacas, de qué supuración sebácea pudo haber sido generada, por ejemplo, esta cosa a la que llaman Gustave Courbet? ¿Bajo qué campana, con ayuda de qué estiércol, como consecuencia de qué mezcolanza de vino, cerveza, moco corrosivo y edema flatulento pudo brotar este calabacín sonoro y peludo, este vientre estético encarnación del Yo imbécil e impotente? ¿Acaso no parece una farsa de Dios, si Dios, que el no-ser ha querido destruir, fuera capaz de farsa y de involucrarse en esto?”

Como para descalificar aún más a Gustave Courbet, Dumas le añade dos grotescos: Pascal Grousset, “ese hombrecito convertido en ramera”, y esa “arrastrada con cola roja como Pipe-En-Bois”, es decir el cabildero7 Georges Cavalier, quien tenía la virtud de sabotear las representaciones teatrales.

George Sand leyó Una carta sobre las cosas del día el 12 de junio. Según el cuaderno de registro de las cartas que envió, tres días más tarde escribe a quien llama “mi hijo” para darle su parecer —desde luego adulador— acerca de la diatriba. ¿Le reclama, al mismo tiempo, cierta indulgencia con Gustave Courbet, quien sin duda no era de los peores de la manada? Ante la ausencia de la carta de George Sand, podemos suponer su tenor solo a partir de la respuesta de Dumas hijo.

De hecho, este último siente la necesidad de justificar su severidad:

“Puys, 17 de junio de 1871

Usted es la mejor de las mamás. […] No se imagina el éxito de la carta al Nouvelliste, ya he recibido 176 cartas, las cuatro quintas partes son personas que no conozco. Es decir que de vez en cuando este país puede escuchar la verdad incluso dicha un poco rudamente. Courbet no tiene excusa, por eso fui a por él. Cuando se tiene su talento, que sin ser excepcional es destacable e interesante, no hay derecho a ser así de orgulloso, así de insolente y así de cobarde, sin mencionar que no se pinta con el pincel más delicado y más sonoro la entrevista8 de la señorita Queniault de la Ópera para el turco que de vez en cuando se hospedaba allí, todo en tamaño natural y en tamaño natural también a dos mujeres que pasan de los hombres. Todo eso es indigno. Le perdonaría antes la demolición de la columna9 y la supresión de Dios, que debe estar riéndose de esto como una loca.

Para colmo, previsor y cobarde, se escondió en un armario y apenas fue encarcelado mandó a buscar al médico porque tiene hemorroides, que según él son grandes como el pulgar y le provocan una protuberancia alrededor del c10. Esta clase de gente no son artistas, son los pólipos del arte. Son casos patológicos, teratológicos, que no sirven ni para el museo Dupuytren. Es un granuja y un bribón. Piedad para el patán, para el ignorante, para el pobre diablo amargado por la miseria y los malos ejemplos, pero ninguna misericordia para un saltimbanqui de esta especie. Voy a volver a Versalles y os tendré al tanto de Paul Meurice. Lo que más me inquieta es su salud, ha superado sus fuerzas tanto como su objetivo.

La beso muy afectuosamente. Cariños a los de su mesa.

A. Dumas”

Cuando al releer esta carta se descubre la clave del enigma

“Aquel que encuentra sin buscar es aquel que ha buscado largo tiempo sin encontrar”. Esta reflexión de Gaston Bachelard se aplica con justeza a eso que tuve la fortuna de experimentar.

Permanecí mucho tiempo perplejo frente a este pasaje de la carta que acabo citar:

“No se pinta con el pincel más delicado y más sonoro la entrevista de la señorita Queniault de la Ópera para el turco que de vez en cuando se hospedaba allí, todo en tamaño natural y en tamaño natural también a dos mujeres que pasan de los hombres.”

En las “dos mujeres sin hombres” se reconoce sin ninguna dificultad el famoso Sueño de Courbet, también llamado Las dos amigas y Pereza y Lujuria, cuadro pintado en 1866 y actualmente conservado en el Petit Palais.

En cambio, ¿qué sucede con “la entrevista de la señorita Queniault de la Ópera para el turco que de vez en cuando se hospedaba allí”?

La vinculación con El sueño no dejaba dudas acerca de la identificación del turco: no podía ser otro que Khalil-Bey, gran amante de cortesanas y de la pintura, quien le había encomendado a Courbet la escandalosa tela de las dos mujeres malditas.

Pero de todas formas la frase se negaba a cobrar sentido: ¿cómo podría una anacrónica entrevista haber hospedado a un turco, aunque estuviera identificado? Supuse que se trataba de un momento de distracción de la persona que transcribió el texto. Leí, releí, siempre tropezando con esa palabra, hasta el momento en que se impuso la hipótesis de “interior”11. Pero no debía entusiasmarme y era necesario proceder a una verificación. Inmersión rápida en la Biblioteca Nacional, en el folio 295 del manuscrito 24812 en el que se encuentra la carta de Dumas hijo. Fue allí en donde tuve la certeza absoluta de que había escrito “el interior” de la señorita Queniault (la palabra está bien subrayada) y no “la entrevista”12 de la señorita Queniault.

Pero entonces…

¿No deberíamos rendirnos ante la evidencia? Ese “interior de la señorita Queniault” no podía ser otro que El origen del mundo, cuadro provocador que el turco Khalil-Bey también había encargado a Gustave Courbet.

Pasó un tiempo antes de que me convenciera de la verdad de este descubrimiento, porque al proponer una identificación que podría caer pronto por sí sola, como aquellas que la precedieron, temía estar cediendo ante una falsa ilusión.

Por fin, rendido ante lo innegable, me atreví a pronunciar íntimamente mi “eureka”: sin haberlo buscado, podía nombrar a la modelo que había posado para ese cuadro de Courbet.

“Carta muy divertida de Dumas sobre Courbet”, escribe George Sand en su agenda el martes 20 de junio. Para mí esa carta no era solo divertida, era también como una iluminación.

Los coleccionistas

Antes de ir más lejos y de comenzar la búsqueda de la misteriosa desconocida cuyo nombre era “Srta. Queniault”, es lícito preguntarse por el modo en que Alexandre Dumas hijo pudo conocer ese secreto de alcoba: “el hospedaje” ocasional de Khalil-Bey en “el interior” de la señorita y la representación de ese “interior” por parte de Gustave Courbet.

Durante algunos años, Khalil-Bey perteneció a lo que se conocía como el Tout-Paris13, lo mismo que Dumas hijo, el primer dramaturgo de la época. Por lo tanto, ambos estaban destinados a encontrarse, ya que compartían un interés común por eso que llamaban la “bicherie”14, término que designaba el mundo de las mujeres mantenidas.

Después del apabullante éxito de La dama de las camelias en 1852, Dumas hijo era visto unánimemente como el poeta de la cortesana. ¿Acaso no se lo designaba generalmente con la perífrasis “el autor de La dama de las camelias”? Su heroína, Marguerite Gautier, se había convertido en la santa patrona de las cortesanas.

No sorprende entonces descubrir que Alexandre Dumas hijo y Khalil-Bey compartieron, con unos quince años de intervalo, los favores de la misma amante, la bella Marie-Anne Detourbay, llamada Jeanne de Tourbey, futura condesa de Loynes, en quien algunos han creído reconocer a la modelo de El origen del mundo.

Arthur Meyer cuenta, sutilmente velada, la llegada a París de esta amable mantenida15:

“El hada buena que le había dado el mejor de los dones, el encanto, puso en su camino (cuando era pensionista de una renombrada casa de citas) a un escritor a cuya reciente celebridad se añadía la de la gloria paterna. Hijo natural de un padre pródigo en genio y en dinero, Alexandre Dumas hijo, por intermedio del duque de Morny, pudo hacer que se levantara la prohibición que pesaba sobre La dama de las camelias. El éxito de la obra de teatro había superado al éxito de la novela. Era un triunfo. Dumas hijo aprovechó el primer aleteo y se ubicó bien arriba.”

El retrato de este gran muchacho no podía evitar el paso obligado por las consideraciones racistas:

“En esa época era un muchacho desgarbado, de hombros cuadrados, facciones poderosas, con los pelos medio ensortijados en los que se veía la tara original. Se decía, de hecho, que había algo de negro en ese parisino, pero ese negro, en todo caso, tenía más ingenio que dos blancos. Sus palabras hacían fortuna.

Los fuertes se ven naturalmente atraídos por la fragilidad. Dumas se conmovió por el lado sensible de su nueva amiga, que le hacía recordar a esa Marie Duplessis que su corazón agradecido venía de inmortalizar bajo el nombre de Marguerite Gautier. Pero no descubrió inmediatamente la energía que se disimulaba bajo ese ropaje de gracia infantil, y como dijo ella un día:

—Usted sabe que vine aquí a instruirme, quiero aprender.

—¿Y por qué? —dijo Alexandre Dumas.

—Porque un día quiero tener París a mis pies.

—¿Usted, tan modesta? Pero usted nunca será la ‘Dama de las camelias’. Usted es y será, mi querida niña, la ‘Dama de las violetas’.

La Dama de las violetas lo hizo tan bien que antes que nada Dumas hijo le eligió un profesor, pero no uno cualquiera, sino uno que se llamaba Sainte-Beuve16.”

Consciente de que “durmiendo sola la suerte no llega”, Marie-Anne Detourbay, devenida Jeanne de Tourbey, coleccionista de amantes ricos como Émile de Girardin o el príncipe Napoleón, alcanzó el rango más alto entre las mujeres mantenidas, muy por encima de las mesalinas, precondinas, damas galantes, niñas de mármol17 y otras pelanduscas. Pertenecía a la alta bicherie18 que encuentran los hermanos Goncourt en 1863:

“Al regreso, encuentro en cortejo elegante, con rosas en las orejas de los caballos, a todas las mantenidas, toda la alta bicherie19de París, más reinante, más triunfante que nunca20.”

Amante de Khalil-Bey desde 1865, Jeanne se instaló en un apartamento de la calle de la Arcade, donde recibía todos los viernes. Uno de los talentos que tuvo la inteligencia de desarrollar es el de permanecer en excelentes términos con sus amantes una vez pasado el encuentro de las pieles. Dumas hijo quedó como uno de esos amigos.

Podría haber sido Jeanne quien le revelara a su ex amanteque, al contrario de lo que se decía en los círculos de la gente bien informada, la verdadera modelo que había posado para el cuadro no era ella, sino la señorita Quéniaux de la Ópera.

Además, el autor de la indiscreción podría ser el mismo Khalil-Bey, quien parece haber autorizado gustoso la visita de ciertos visitantes privilegiados a su galería de pinturas, sin omitirles El origen del mundo.

Entre esos visitantes estaba Maxime Du Camp:

“En el cuarto de baño del personaje extranjero […] se veía un pequeño cuadro escondido bajo una tela verde. Cuando se apartaba la tela, uno quedaba estupefacto al observar a una mujer de tamaño natural, vista de frente, extraordinariamente conmovida y agitada, notablemente pintada, reproducida con amore, como dicen los italianos, y dando la última palabra del realismo.”

Entre los otros visitantes de la galería, y por lo tanto otro informador posible de Dumas hijo, estaba Ernest Feydeau, quien según Colombine habría escrito esta cuarteta debajo de la tela que cubría el muy femenino cuadro pintado por Courbet para la galería de Khalil-Bey:

“Alabémoslo todos en ronda,

Alabémoslo desde más abajo, más abajo,

Debemos sonrojarnos, ¡qué pena!

Es él quien gobierna el mundo21.”

Ahora bien, Ernest Feydeau, autor de la escandalosa Fanny, es un amigo cercano a Dumas hijo, gracias a quien en 1860 conoció a su segunda esposa, la bella Léocadie Bogaslawa Zelewska, la “Dama del perro” de Carolus-Duran, que poco o mucho la alta sociedad consideraba una mujer elegante.

El segundo punto de interés común que conocemos entre Khalil-Bey y el autor de La Dama de las camelias es la pintura.

De tal padre, tal hijo. Por atavismo, podría decirse, el joven Dumas se apasionó tempranamente por las obras de sus amigos pintores. Compró su primer cuadro cuando tenía apenas dieciocho años: Una bañista, firmado por Octave Tassaert. Lo colgó en la pared de su primera casa, una pequeña planta baja al fondo de un patio en la calle Bourdaloue.

Veinte años más tarde puede escribir a su mamá Sand con mucho orgullo:

“Debo decirle, al mismo tiempo, que esta pequeña casa que he estado arreglando y está contigua al bosque de Boulogne es muy agradable, muy habitable, provista de todos los accesorios como ropa de cama, cubiertos, batería de cocina e incluso de objetos suntuarios como Delacroix, Rousseau, Meissonnier, etc.”, escribe el 21 de febrero de 186222. Es un “coleccionista original, impulsivo, que disfruta remontando las corrientes23”.

El turco amante del arte y Alexandre Dumas hijo eligieron a la misma persona para el prefacio del catálogo de venta de sus colecciones: Théophile Gautier. En el arcón de pinturas que es la galería de Khalil-Bey, el buen Théo no encuentra, “entre las piedras preciosas, ni pedrería ni perlas falsas”, mientras que la colección de Dumas hijo está compuesta “por obras de una elección rara en la que se reconoce el gusto de un espíritu delicado”.

“En esta Colección, cuidadosamente depurada, no hay nada que no sea exquisito y significativo; aquí cada maestro está representado por una de las más bellas y más frescas flores de su ramo.”

Los coleccionistas poseyeron alternadamente al menos dos cuadros. En dos cartas escritas a propósito de la venta Khalil-Bey, Alexandre Dumas hijo traza la historia de la primera de estas pinturas, Tasso en el manicomio, de Delacroix, lote de la venta Dumas hijo del 28 de marzo de 1865.

La primera está dirigida al director de la Gazette desÉtrangers:

“Mi querido señor de Pène,

En la Gazette desÉtrangers se anuncia un artículo sobre la venta de Khalil-Bey24. ¿Sería tan amable de rectificar un error del catálogo? El Tasso, cuadro de Delacroix, es presentado allí como entregado por el Duque de Orleans a Alexandre Dumas25. Esa pintura fue comprada por mi padre hace más de treinta años en casa de Susse, y cuando mi padre la vendió, vendió una obra de arte que seguramente valoraba y no un recuerdo que habría debido conservar.

En pocas palabras, usted puede hacer esta pequeña rectificación, que tiene su importancia, y una vez más seré su servidor.

Mil cumplidos afectuosos

Alex. Dumas hijo26.”

La segunda está dirigida al director de Le Monde illustré27:

“Señor,

Leo en LeMonde illustré, a propósito del cuadro de Delacroix Tasso en el manicomio, que forma parte de la colección de Khalil-Bey:

‘Ese cuadro, comprado al pintor por el Duque de Orleans, fue entregado por el príncipe a Alexandre Dumas padre, quien se lo obsequió a su hijo. Es de manos de este último, quien pese a una cómoda situación no creyó estar en posición de ostentar semejante obra maestra, que llegó a la galería de Khalil-Bey28.’

Ya supliqué al señor de Pène que desmintiera esta genealogía y lo hizo con la gentileza que estoy seguro usted también imitará. Me interesa mucho que el público sepa que mi padre no vende aquello que se le regala y que tampoco yo vendo lo que me regala mi padre. La pintura de Delacroix Tasso en el manicomio, vendida recientemente en la colección de Khalil-Bey, fue adquirida por mi padre al señor Susse, en la plaza de la Bolsa, hace treinta y cinco años, revendida por mi padre a Étienne Arago, revendida por Étienne Arago a Susse, revendida por Susse a mi padre, revendida por mi padre al señor Petit, comerciante de telas, recomprada por mí al señor Petit, revendida por mí al señor Delaroche, comerciante de curiosidades, quien me la compró sin decirme para quién era.

Ésa es la historia de este cuadro, al que concedería la leyenda que se le atribuye si no la considerara hiriente para mi padre y para mí.

Puesto que a usted le interesan mucho estas pequeñas informaciones artístico-históricas le ruego, señor, que haga lugar a esta rectificación en su próximo número y acepte la garantía de mis más distinguidos sentimientos.

Alex. Dumas hijo.” 

En cuanto al segundo cuadro, en posesión primero de uno y luego del otro, es Calle de pueblo en los alrededores de París, de Alexandre Decamps29, que “podría tomarse por una calle de un pueblo de Asia Menor”, “con sus largas paredes blancas, sus casas bajas y su sesgo marcado de sombra y luz. Se tiene la impresión de que al pintar esta tela el pintor tenía aún el Oriente en el ojo y no se había desacostumbrado a los bellos cielos azules y a las deslumbrantes coloraciones. El cuadro, por lo demás, solo gana con ello”30.

La proximidad demostrada entre los diferentes actores puestos en cuestión convierte la afirmación de Dumas hijo en una verdad. Ha llegado el momento de considerar a la señorita Quéniault ya no como un objeto, sino como un sujeto.

Tres retratos de Constance,en grupo

Entrada en escena

En su carta a George Sand, Dumas hijo precisa “señorita Queniault de la Ópera”, complementando el patronímico31 con el topónimo en donde la joven ejercía como cantante y bailarina.

La ficha n° 69908 del Museo de Orsay “Eugène Adolphe Disdéri. Señorita Constance Queniaux en dos poses, Señora Sinadino en tres poses y Señora Legrand en tres poses en 1860” permite rectificar la grafía del patronímico (Queniaux) y darle un nombre de pila.