El oro de Mallorca - Rubén Darío - E-Book

El oro de Mallorca E-Book

Darío Rubén

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Beschreibung

"El oro de Mallorca" es una novela incompleta de Rubén Darío. La componen tan solo seis capítulos que parecen ser la primera parte del libro. Lo escribió en Buenos Aires entre diciembre de 1913 y marzo de 1914. Cuenta la historia del personaje Benjamín Itaspes (el autorretrato de Darío) quien sale de Marsella a Mallorca para pasar un tiempo de retiro en la casa de un amigo donde comienza una relación con una escultora. Parece ser que lo que Darío relata fue su fracaso matrimonial con Rosario Murillo. Esta novela es admirable ya que revela el Darío más íntimo y permite conocer mejor su desesperanza. "El oro de Mallorca" no hace referencia al preciado y valioso mineral, como el encontrado en California a mediados del siglo XIX y cuya fiebre desencadenó la emigración masiva de gentes en busca de fortuna, sino a otro oro, el valor de la isla en si misma, la isla dorada. En estas breves páginas se propone el autor manifestar en forma autobrográfica sus sentimientos, impresiones, preocupaciones.

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Rubén Darío

El oro de Mallorca

Tabla de contenidos

EL ORO DE MALLORCA

I

II

III

IV

V

VI

VALLDEMOSA

LA CARTUJA

EL ORO DE MALLORCA

I

Valldemosa, noviembre de 1913

El barco blanco de la Compañía Isleña Marítima se hallaba anclado cerca del muelle marsellés. El sol del mediodía estaba esquivo en la fresca mañana. Acompañado de un amigo, Benjamín Itaspes fue a bordo, se posesionó de su camarote, entregó su equipaje. Como ya se iba a partir, se despidió del amigo y se puso a pasear sobre cubierta. Él era el único pasajero de primera. Por la proa, escasa gente, toda mallorquina y catalana, posiblemente del pequeño comercio, conversaban en su áspera lengua. El vapor era limpio y bien tenido; con todo, había un vago olor muy madre-patria... La cocina estaba sobre el entrepuente y se veía a un cocinero sórdido manejar perniles y pescados. A un lado suyo, en una especie de jaula, había cecinas; sobreasadas, cebollas, pimientos rojos y salchichones. De cuando en cuando salía un fogonero, todo negro, de una puerta lateral. Cogía un botijo que había al alcance de su mano, y bebía a chorro. Luego volvía a descender a su carbonera.

El vapor pitó; se puso en actividad; salió, al lado de un gran navío catalán que descargaba sobre un lanchón pesadas barras de plata, o de estaño, en las cuales se leía en grandes letras vaciadas: «Figueroa». Pasó junto a los faros. Volvió a pitar. Entró mar afuera.

Benjamín miró el panorama de la gran ciudad mediterránea, dio un último saludo a la enorme estatua de Notre-Dame de la Garde, que se alza desde su eminencia, y luego se puso a contemplar distraídamente el mar, tan amado por él. Le había recorrido tantas veces en tan diferentes latitudes, y siempre le encontraba tan nuevo y tan constante, tan ambiguo y tan sincero... Era un vasto ser animado, líquido y palpitante, todo vida y enigma. Y a veces, en sus instantes de meditación o de exaltación, le hablaba como a una divinidad, o ser inteligente, le hablaba en voz alta, o a media voz, como cuando decía, todas las noches, su Padre-nuestro. Pues Itaspes había conservado, a pesar de su espíritu inquieto y combatido, y de su vida agitada y errante, mucho de las creencias religiosas que le inculcaron en su infancia, allá en un lejano país tropical de América. El mar estaba quieto, pero Benjamín percibía el eco profundo de su corazón, su honda y eterna melodía interior, que se comunica con la que el artista lleva en el arcano de su alma.

El capitán del barco, un catalán robusto, de ojos «marinos», afeitado como un monje, o como un actor, afable, se acercó: «Es usted el único pasajero de primera...; debe ser el Sr. D. Benjamín Itaspes, el célebre músico, a quien se me recomienda en un telegrama. Estoy completamente a sus órdenes. He ordenado que se le sirva en una mesita aparte.»