El pesebre de los locos - Cosimo Schinaia - E-Book

El pesebre de los locos E-Book

Cosimo Schinaia

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Beschreibung

"En torno a esta idea concretada de un pesebre psiquiátrico, Schinaia organizó un verdadero anti-manual de psiquiatría y, además, la historia de una realidad clínica, de una forma mentis y de un sistema de vida: el de la psiquiatría institucional, junto al esfuerzo de su invasión ideológica y práctica. La escribió para recordarnos la institucionalización de la violencia en psiquiatría y para denunciar una vez más pero de una forma nueva, ya sea la posibilidad de que la ciencia trabaje contra una locura inerme, ya sean las profundas razones por lo que eso sucedió en la historia de la medicina moderna y podría suceder todavía, tal vez con formas nuevas" (Fausto Petrella, del Prólogo a la edición italiana). "El libro nos transporta por un recorrido para reflexionar en cada capítulo acerca del lugar que ocuparon las prácticas 'manicomiales' en el campo de la salud mental para abordar distintas problemáticas del ser humano marginado del seno de su familia, sociedad y cultura por ser distinto a los demás. Todo el libro de Schinaia tiene un leitmotiv que es entre exclusión e inclusión, entre afuera y adentro. Las prácticas 'manicomiales' pueden ubicarse en un lugar específico como lo es 'el manicomio', pero según mi apreciación esas prácticas están alojadas en múltiples espacios, más allá del lugar específico que tiene el manicomio en el imaginario social" (Humberto Persano, del Prólogo a la edición argentina).

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COSIMO SCHINAIA

El pesebre de los locos

Escenas de un manicomio

PRIMERA EDICIÓN

A Dario De Martis y Fausto Petrella

 

A las mujeres y a los hombres que estuvieron en un manicomio.

 

A las mujeres y a los hombres que jamás irán a un manicomio.

No había lugar para ellos.

Lucas 2,7

 

 

Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto las personas y se han derrumbado las cosas, solos, el olor y el sabor, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de lo que queda, y soportan sin doblegarse en su cara casi impalpable, el edificio enorme de la memoria.

Marcel Proust

 

 

¿Qué soy ante los ojos de los demás?

Un auténtico don nadie, un hombre desagradable que no tiene ni tendrá un lugar en la sociedad.

Quisiera probar, a través de mi obra, que en el corazón de este auténtico don nadie, hay algo.

Vincent Van Gogh

Agradecimientos

Este libro no hubiera sido posible sin la intuición visionaria, la coordinación y dirección de Tomaso Molinari, el enfermero que pensó antes que nadie en la preparación de un gran pesebre en el Hospital Psiquiátrico de Cogoleto, alejándose de las tradicionales representaciones folclóricas y dando lugar a imágenes de la vida institucional en la fase de transición, en la que lo viejo agonizaba y lo nuevo no era todavía nítidamente visible en el horizonte.1 Este libro está dedicado a su memoria.

La habilidad artesanal y la creatividad artística de Bruno Galati, jardinero del Hospital psiquiátrico, fue igualmente fundamental para la realización del pesebre. A él se debe la mayor parte de las estatuillas en cerámica y papel maché y las escenas. Va mi inmenso agradecimiento. Bruno Galati transformó y transfiguró en una obra de arte pobre2 las experiencias y los recuerdos de Tomaso Molinari. Luego se consolidó como artista de estilo hiperrealista y dirigió el taller de cerámica dentro de los proyectos de rehabilitación psiquiátrica.

También me gustaría agradecer uno por uno a todos los hospitalizados y los trabajadores psiquiátricos de ese momento. Ellos aportaron sus competencias, sus habilidades y sus recuerdos, contribuyendo significativamente con el diseño y la realización del pesebre.

Un cálido agradecimiento para Giovanna Terminiello Rotondi, historiadora del arte y hoy superintendente para los bienes artísticos e históricos de la Región de Liguria. Ella reconoció inmediatamente el sentido artístico y monumental de la obra, empeñándose con entusiasmo en primera persona para su valorización y conservación. Vuelvo a agradecerle por el epílogo, donde hace un balance del estado de la obra.

También debo agradecer a Fausto Petrella, maestro y amigo de la vida, muerto hace poco tiempo, por la generosidad que mostró al escribir el bello y apasionado prólogo, que en la distancia de los años muestra toda su actualidad y originalidad.

 

Agradezco a Francesco Barale, Tiziana Bastianini y Giorgio Bergami; Armando Besio, Natale Calderaro y Rocco Canosa; Lino Ciancaglini, Pietro Ciliberti y Carmelo Conforto; Giorgio Cosmacini, Luigi Ferrannini y Marie Antoinette Ferroni; Antonio Maria Ferro, Costantino Gilardi y Vito Guidi; Piero Iozzia, Uliano Lucas y Emilio Maura; Giovanni Meriana, Gianfranco Meterangelis y Bruno Orsini; Paolo Francesco Peloso, Adriano Sansa y Simone Vender, quienes propiciaron de diverso modo el nacimiento de este libro y acompañaron su camino.

Un afectivo reconocimiento para Antonio Balletto, Giuseppe Berti Ceroni y Piera Bevilacqua; Aristo Ciruzzi, Michel David y Dario De Martis; Gilda De Simone, Antonio Drommi y Giovanni Franzoni; Andrea Gallo, Roberto Ghirardelli y Giuseppe Menduni; Sergio Piro, Edoardo Sanguineti y Franco Sborgi; Antonio Slavich, Gian Soldi y Gianfranco Vendemmiati, quienes no están más.

Un recuerdo particular dedico a las personas que colaboraron en el momento de la clausura del Hospital Psiquiátrico de Cogoleto: Marco Barisone, Elisabetta Biancucci y Nicola Buogo; Orietta Cagnana, Luisa Ciammella y Maurizio Cristofanini; Maurizio Ferro, Camelia Jianu y Luigi Maccioni; Claudio Marcenaro, Antonio Pischedda y Olga Schiaffino; Claudia Traversa, Simona Traverso, Cristina Valle, Massimo Valeri y a todos los enfermeros que creyeron y se empeñaron en su transformación.

Agradezco a Daniela Pittaluga, profesora en la Escuela Politécnica de la Universidad de Génova, por su compromiso con el estudio, la conservación y la restauración de las obras de arte del Hospital y, junto con ella, a Luca Nanni y Maurizio Gugliotta, quienes con sus asociaciones de voluntarios mantienen viva la memoria de esos lugares y esas historias.

Estoy agradecido al cantautor Simone Cristicchi por recordar ampliamente en su libro al Pesebre del Hospital Psiquiátrico de Cogoleto.3

Gracias, además, a Giacomo Doni, quien en 2016 publicó un libro fotográfico del pesebre.4

Por la continua atención y el generoso apoyo recuerdo y agradezco a los exintendentes del municipio de Cogoleto Luigi Cola, Anita Venturi y Mauro Cavelli y a la exviceintendente Marina Costa.

El último y particularmente intenso sentimiento de gratitud es para Margherita Loewy, quien con sus espléndidas fotografías permitió que el pesebre saliera de los fondos de un miserable galpón de un hospital psiquiátrico para mostrarse a las miradas curiosas y conmovidas de tantas mujeres y tantos hombres.

 

1 Molinari, T. (2008). Un eretico in manicomio, Quaderno FBC, 2. Ecig, Génova, 2016, pp. 1-67.

2 El arte pobre es un movimiento que nace en abierta polémica con el arte tradicional −del que rechaza técnicas y soportes para recurrir a materiales “pobres” como tierra, madera, hierro, trapos, plásticos− con la intención de evocar las estructuras originales del lenguaje de la sociedad contemporánea. Otra característica del trabajo de los artistas de este movimiento es la instalación como lugar de relación entre obra y ambiente.

3 Cristicchi, S. (2007). Centro de igiene mentale. Un cantastorie tra i matti. Milán: Mondadori.

4 Doni, G. (2016). Anime di cartapesta. Carmignano: Attucci.

Prólogo a la edición argentina

por Humberto Lorenzo Persano

 

 

La obra de Cosimo Schinaia Il presepio dei folli: Scene da un manicomio es en sí mismo conmovedora y compleja. Leer este libro para prologarlo me transportó a mis raíces italianas que se encuentran principalmente en el Piamonte, pero también en Liguria. Pude ver en mi interior, a través de los escritos de Schinaia, las colinas escarpadas de los Apeninos y de la ciudad de Génova, abierta al mar y a las oportunidades. Génova fue el principal puerto de partida de muchos italianos para América. Mi propia familia paterna partió luego de la segunda guerra mundial desde Génova y unos años antes mi familia materna también partió desde esa ciudad para echar raíces en la Argentina. No puedo evitar contar que provengo de una familia de campesinos, trabajadores incansables y que lograron que sus hijos accedieran a la Universidad aquí en Buenos Aires. Desde ese lugar tan añorado y entramado en mi propia historia personal y desde mi formación como médico, psiquiatra y doctorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), que es pública y gratuita, que además desde la reforma de 1918 posibilitó el ingreso a la misma de sectores más amplios de la población, a los cuales antes les era imposible su acceso, con esa historia es que puedo estar frente a este texto escribiendo estas palabras. Tampoco puedo evitar expresar que la lectura de este libro me produjo emociones y sentimientos intensos, a veces contrastados, a veces compartidos, tanto con el recorrido de mi propia historia personal como con el recorrido de mi historia profesional.

Escribo recorrido y en mi mente suena la palabra percorso, eso me pasa frecuentemente, y es porque me crié entre dos lenguas o tal vez tres. Durante los encuentros dominicales los integrantes de mi familia paterna hablaban, entre ellos, en italiano o en dialecto piamontés, pero a nosotros los chicos, y otra vez suena en mi cabeza las palabras I bambini, nos hablaban en castellano a insistencias de mi madre que pretendía que hablásemos bien el castellano y no mezclásemos palabras. Los domingos mi abuelo iba rigurosamente a misa y después se almorzaba en una gran familia. Crecí en un entorno católico, pero me fui alejando desde mi adolescencia porque veía contradicciones tan fuertes en el seno de la iglesia católica que aún hoy me conmueven. Me refiero especialmente a las contradicciones entre la austeridad promovida entre sus fieles y la opulencia de sus cúpulas, la represión de la sexualidad promulgada y los abusos sexuales infantiles silenciados y llevados a cabo por algunos clérigos y también acerca del predicar acerca de cómo debe ser o debe funcionar una familia sin tener el permiso para experimentar lo que implica la vivencia de formar una propia.

Leer la obra de Schinaia me retrotrajo a esas escenas infantiles, pero también me produjo sentimientos encontrados, me pregunté por qué está tan imbuida de escenas religiosas. Es innegable que más allá de sus propias creencias, que en verdad desconozco, es una obra literaria pero también es una obra que relata un recorrido escenográfico, que es propio de las artes plásticas o dramáticas, y que fue escrita en un tiempo y un lugar de un país con una fuerte tradición religiosa católica, apostólica y romana. Con lo cual, tanto la obra literaria como la obra de las artes plásticas del pesebre en el “manicomio” de Cogoleto fueron creadas y a la vez transcurren en una región fuertemente impregnada por la religión católica y eso se trasunta en el título del libro, El pesebre de los locos, como así también en la escenografía del percorso de las escenas del propio pesebre. Lamentablemente, no pude recorrerlo ni visitarlo personalmente, pero sí pude ver las fotografías del pesebre en un recorrido visual de su representación en el libro de la edición italiana. Este recorrido se inicia con una escena de nacimiento la virgen María que sostiene en sus brazos al niño Jesús y lo mira a sus ojos, con la cercana presencia de José y también con el calor que les proveen los animales, tras una valla que asimila un establo, un buey y un asno que son animales útiles en la labranza. No puedo dejar de recordar que mi padre y su hermano durmieron en un establo al calor de ese tipo de animales en un establo, por falta de lugar para ellos en la casa. Era un establo anexo a una casa de piedra en un pequeño poblado piamontés, que sí pude recorrer y vivenciar. Entiendo profundamente el valor que esos animales tienen para los campesinos italianos, y para los habitantes del hospital de Cogoleto. Pido disculpas por la licencia al hablar de hospital, sin conocerlo tampoco, pero puedo hacer analogías más allá de las distancias y usaré la palabra hospital con el sentido de hospitalidad piadosa. Lo que sigue al pesebre es una puerta que separa la escena mítica religiosa del pesebre, del cartel de acceso al trayecto que recreando el hospital “manicomio” de Cogoleto transita la historia de la Psiquiatría, los manicomios, las colonias y el lugar en el “no lugar” que ocupan los locos en la sociedad y en la cultura occidental. Ese no lugar está resaltado por el autor en algunas citas de las estrofas iniciales “Para ellos no había lugar”: Lucas 2, 7 o también a través de citas de Vincent Van Gogh y Marcel Proust en sus respectivas obras.

No me resulta una casualidad que el libro cuente esta historia a través de doce capítulos. El número doce tiene un simbolismo muy particular en la religión católica: doce apóstoles seguían a Cristo y doce meses tiene el año en el calendario gregoriano utilizado desde 1582 a instancia el papa Gregorio XIII. Esos doce capítulos del libro de Schinaia representan, según mi propia interpretación a doce estaciones que transcurren en un “lugar” y en un “tiempo” y que permiten al lector detenerse a pensar y reflexionar sobre las prácticas “manicomiales”. A pesar de que el via crucis tiene catorce estaciones, el libro parece recorrer un via crucis acerca del sufrimiento humano en las enfermedades y padecimientos mentales. A su vez, como ocurre con otros “via crucis” enclavados en la naturaleza, y entonces arriba desde mi memoria la imagen del que se encuentra en el piedemonte del valle de Uco en Mendoza, donde los fieles suelen hacer ese recorrido penoso a más de 2000 m, en un contexto austero y pedregoso. Los que se encuentran en las iglesias, a diferencia de los enclavados en ambientes naturales, suelen representar solamente íconos eclesiásticos, en cambio los que se recrean en los ambientes naturales están fusionados con la naturaleza del entorno.

Los doce capítulos del libro podrían asemejarse a las doce estaciones del recorrido por el espacio entre interior y exterior del lugar donde está enclavado el hospital. También, la lectura del libro permite una travesía por el via crucis del sufrimiento humano ante el padecimiento mental, pero a la vez, transitar el trayecto temporal en leerlo y conectarse con la historia, tal como acontece en los doce meses del año, que implican ciclos de nacimiento, muerte y un renacer de esperanzas en la vida humana.

El libro nos transporta por un recorrido para reflexionar en cada capítulo acerca del lugar que ocuparon las prácticas “manicomiales” en el campo de la salud mental para abordar distintas problemáticas del ser humano marginado del seno de su familia, sociedad y cultura por ser distinto a los demás. Todo el libro de Schinaia tiene un leitmotiv que es entre exclusión e inclusión, entre afuera y adentro. Ese recorrido, como en una cinta de Moebius, transcurre entre ese leitmotiv.

Las prácticas “manicomiales” pueden ubicarse en un lugar específico como lo es “el manicomio”, pero según mi apreciación esas prácticas están alojadas en múltiples espacios, más allá del lugar específico que tiene el manicomio en el imaginario social. Cuando se abordan los problemas de la salud mental observamos que las prácticas manicomiales se repiten más allá de la concentración de dichas prácticas en el lugar que “el manicomio” suele tener en las representaciones del imaginario colectivo social.

El libro nos lleva también por un recorrido a través del tiempo e implica hacer una travesía por la historia de la Psiquiatría, desde Pinel en adelante y con el aporte de los autores italianos, como Cerletti y Bini, en el tiempo que desarrollaron sus prácticas, hoy severamente cuestionadas, y de Franco Basaglia, en un tiempo más reciente, quien ocupa un lugar destacado por llevar a cabo las transformaciones en el vasto campo de la Salud Mental. Schinaia además de psiquiatra es psicoanalista, y entonces también aporta conceptos desde el psicoanálisis, puesto que en cada capítulo hay un espacio para utilizar el método hermenéutico para interpretar el percorso del pesebre de Cogoleto.

Antes de adentrarme en los contenidos de los propios capítulos quisiera referirme a algunos contenidos del prefacio de Fausto Petrella y el postfacio de Giovanna Terminiello Rotondi. Ambos expresan, con cierta amargura y resignación, los estragos del paso del tiempo y el deterioro de la obra del pesebre de Cogoleto. Sus respectivos autores enfatizan en la fragilidad de los materiales con los que el mismo fue construido. Elementos que tanto el personal como los pacientes, habitantes, usuarios del hospital utilizaron para su creación. Creo que, más allá de la imposibilidad de la curaduría de la obra, también simbolizan la fragilidad y lo efímero de la existencia humana. Pero además quisiera resaltar que la fragilidad de los materiales que se utilizan en el pesebre también se asemeja a aquellos que son usados para construir hábitats en contextos humanos de pobreza y exclusión. No puedo dejar de hacer una analogía con la fragilidad de los materiales con los cuales los habitantes de los pueblos originarios de América hacen sus construcciones para viviendas, chozas construidas con maderas, hojas o palmas de árboles; tal como los que se encuentran en los pueblos Wichi o Tobas en el norte argentino, o en las actuales poblaciones Mayas de América Central y México, o en poblaciones Guaraníes en Sudamérica o en pueblos amazónicos de Brasil, Ecuador o Perú por citar solamente algunos; pero también se encuentran en poblados vulnerables de América y África, sólo por citar a algunos que conozco. Sobre sus construcciones no existen curatelas y el paso del tiempo tampoco deja vestigios de su existencia. La pobreza, la locura y la marginalidad suelen invisibilizarse en todos los lugares del mundo. Actualmente, también son invisibilizadas en la virtualidad de nuestra existencia. La obra del pesebre en Cogoleto es efímera y eso obedece a que fue construida con materiales precarios y que no soportan demasiado el paso del tiempo, pero también resulta efímera por el contexto en cual fue realizada. Cosimo Schinaia nos cuenta que la llevaron a cabo sujetos que generalmente resultan invisibilizados culturalmente y eso hace que su vida sea más efímera aún. Sin embargo, el libro nos permite su recorrido y la obra posibilita, entonces, que ella permanezca viva.

El primer capítulo o la primera estación aborda la historia de la Psiquiatría italiana a comienzos del siglo XX y su relación con la ley de manicomios del año 1904. En la introducción a la nueva edición el propio Schinaia se refiere a la reconocida ley 180 de 1978, que introdujo la reforma psiquiátrica en Italia y se consolidó en la reforma sanitaria de todo Italia en 1980. Por otro lado, Schinaia describe la creación del hospital “manicomio” de Cogoleto y las relaciones con otros dispositivos en la región de Liguria y más específicamente su relación con la ciudad de Génova. El transcurso del tiempo nos transporta a los profundos cambios de perspectivas que acontecieron en el siglo XX acerca de la mirada sobre la locura, la enfermedad mental y los sufrimientos a causa de los padecimientos mentales. Ellos van desde la internación asilar hasta la adquisición de derechos por parte de los usuarios de los sistemas de salud mental y la necesidad de elaborar estrategias inclusivas para ellos en toda la sociedad. También, aborda la relación entre la enfermedad y los padecimientos mentales con las legislaciones y la justicia. Esta relación fue y sigue siendo un intrincado entramado, muy complejo y aún no del todo resuelto entre los derechos de los usuarios y los derechos y obligaciones de otros ciudadanos y el propio Estado. Desde mi lugar profesional actual como Director General de Salud Mental de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los primeros dos capítulos del libro nos ubican frente a la necesidad de cumplimiento de las leyes de Salud Mental n. 448 de la Ciudad de Buenos Aires y de la Ley Nacional n. 26.657, donde en ambas se instrumentaron cambios en el campo de la Salud Mental y se prohíben los “manicomios”, los neuropsiquiátricos y los hospitales monovalentes. Nuevamente quisiera resaltar que, luego de cuarenta años de trabajo en el campo de la Salud Mental pública, puedo decir que el desafío de su aplicación implica la transformación profunda de los hospitales neuropsiquiátricos en hospitales polivalentes con una especialización en salud mental a través de programas especializados para problemáticas complejas, además del viraje a la atención en salud mental comunitaria, en el primer nivel de atención, todo ello articulado en redes de cuidados progresivos de atención en salud mental entre el primer nivel, el segundo y el tercero. A su vez, implica el desarrollo de dispositivos residenciales para usuarios de salud mental y evitar así la cronificación hospitalaria que, a veces, algunas patologías mentales conllevan. También implica intentar resolver las dificultades para la reinserción social de ellos, especialmente en un país como la Argentina, que cada vez se aleja más de los países que lideran la creación de puestos de trabajo. Este desafío lleva más de veinte años en la ciudad y más de diez en la República Argentina y sigue siendo un lugar de tensiones para su completa implementación, aunque estamos recorriendo ese difícil camino y hemos comenzado ese derrotero venciendo muchas resistencias a los cambios. Pero ello implica también lidiar, a veces, con la ideologización extrema, que lleva las disputas a otro campo de discusión como es la discusión política o corporativa en lugar de transitar el complejo diálogo interdisciplinar.

El capítulo dos profundiza los cambios que deben instrumentarse a través del cumplimiento de las leyes italianas y enfatiza el estado de abandono de dichos establecimientos, el poco interés en los pacientes que padecen problemáticas mentales y la mayor tasa de incidencia de ellas en Liguria. Los proyectos de transformación implican la creación de dispositivos residenciales comunitarios para entre diez y veinte personas dependiendo de las características de estos. Así como también la reinserción comunitaria a través de diversos programas culturales. También, se refiere a la categorización en tres poblaciones específicas para las unidades: ancianos, discapacitados de diverso grado y pacientes psiquiátricos propiamente dichos. Finalmente, la rehabilitación a través de emprendimientos sociales, especialmente de naturaleza agrícola dado las características de la zona.

El capítulo tres comienza con la creación del pesebre en el hospital de Cogoleto en el año 1980, muy cercano en el tiempo de la sanción de la “Legge 180”. Es aquí donde la impronta cultural de las tradiciones italianas marcadas por rituales religiosos, como lo es la recreación anual de un pesebre en los hogares y en el seno de la sociedad, toma lugar en el “manicomio” de Cogoleto. Por otro lado, el autor hace un recorrido de la historia de los pesebres en las distintas regiones italianas y bucea sus raíces en el imperio Romano, así como también su desarrollo a partir del Medioevo y sus sucesivas transformaciones. Aquí aparece la leyenda que da lugar al inicio del recorrido Per loro non c’era posto tomada del evangelio según San Lucas (2, 7): Nacido en un establo, porque para ellos no había lugar en el albergue. A pesar de las reminiscencias al niño Jesús, era frecuente entre los campesinos italianos utilizar los establos para los niños por el calor que los animales proveían, ya relaté previamente que mi propio padre durmió de niño en uno de ellos. Pero también nos recuerda el “no lugar” de los pobres, marginados y excluidos. Y Schinaia marca la entrada a un percorso por la locura y su marginalización.

El capítulo cuarto aborda el tema del nacimiento y su simbolización a través de diversos autores psicoanalíticos, así como en el propio pesebre y su relación con la Navidad. En la obra plástica se manifiestan escenas pastoriles recreadas por los autores y lo escenifican en una gruta. Schinaia le otorga un sentido de pase a la gruta, ya que el nacimiento se representa en ese pasaje. El autor profundiza en la importancia de la relación parento-filial temprana, en la mirada mutua (glance) entre madre-hijo.

El capítulo cinco profundiza la relación entre adentro y afuera pero ahora referido al rol del hospital psiquiátrico asilar y la segregación de la sociedad que sus habitantes sufren. La palabra segregación da lugar al título del capítulo. La puerta de ingreso al hospital psiquiátrico es el próximo pasaje del recorrido por el pesebre y luego le siguen escenas dolorosas de mujeres solas en la sala de estar y en las duchas. Schinaia enfatiza en la palabra anonimato a la cual los pacientes son relegados e invisibilizados. Existe una escena de un baile, pero Schinaia lo describe como inanimado, carente de naturalidad y de expresiones afectivas, como una representación de lo que acontece en sus vidas en la institución.

El capítulo seis, cuyo título es “La plaza”, describe la historia del agora griega y el forum romano que dieron lugar, posteriormente, a las plazas y las relaciona con el rol que los espacios abiertos ocupan en los dispositivos para salud mental. No sólo resalta la importancia entre arquitectura y salud mental, tema que también aborda en otro de sus libros, sino que interpreta el rol que tiene el espacio interpersonal como lugar simbólico de intercambio afectivo y del espacio entre otro ser separado; pero a la vez también a la relación del espacio y la intimidad. Sin embargo, Schinaia profundiza también en la relación de la mirada vigilante del cuidador sobre los pacientes internados, tarea generalmente llevada a cabo por los enfermeros de las instituciones de salud mental, y con ello enfatiza en el rol de control social de la institución a pesar de la apertura del espacio. Por otro lado, ese espacio abierto de la plaza, en el hospicio, está amurallado por vallas que lo separan del resto de la sociedad. Nuevamente, juega con el interior/exterior y podríamos decir entre la inclusión y la exclusión social en una relación dialéctica permanente.

El capítulo siete se refiere a la sala de los médicos en el manicomio, bien separada de las salas donde están alojados los internos. Schinaia le otorga un sentido a esta distribución, alegando una defensa de los psiquiatras contra la locura y a una manera de reafirmar su identidad en un contexto difícil como lo es la institución psiquiátrica. La visión de Schinaia por momentos se posiciona en torno a las conceptualizaciones de la antipsiquiatría y el poder hegemónico de los médicos. En el recorrido por el pesebre se los representa hablando entre sí y alejados del sufrimiento mental de los pacientes. Esta parte del libro podría relacionarse con las descripciones de Harold Searles acerca de las vivencias contratransferenciales en el tratamiento de pacientes esquizofrénicos desorganizados, que acontecieron en el tratamiento de ellos en Estados Unidos en la era pre-psicofarmacológica.

El capítulo ocho se refiere al electroshock y su rol en la psiquiatría. Fue un descubrimiento de Cerletti y su discípulo Bini, sus investigaciones en el laboratorio permitieron elaborar un concepto que posteriormente tomó Von Meduna para tratar de encontrar un sentido a la hipótesis de un antagonismo entre las epilepsias y las esquizofrenias. Sin embargo, el método fue utilizado de un modo distorsionado cuando fue indicado para corregir comportamientos o desobediencias por parte de los enfermos, lo cual lo ubicó en un lugar impropio cercano al castigo. En este sentido todas las legislaciones acerca de salud mental enfatizan en los derechos de los pacientes/usuarios del sistema, la necesidad de otorgar el consentimiento informado y la justificación de su utilización. Sin embargo, hoy existe una valoración moral negativa acerca de su utilización. Schinaia enfatiza que su utilización se perfeccionó en tecnicismos, pero concluyó en una mayor desintegración de los pacientes. Esta escena en el pesebre del manicomio de Cogoleto tiene la manifestación del horror, una cama vencida, casi partida en dos por la fuerza del uso del electroshock, en una sala vacía. Esta escena resulta conmovedora porque es la forma en que lo representan sus propios autores.

El capítulo nueve se ocupa del departamento infantil dentro del hospicio de Cogoleto. Schinaia se adentra en los aportes de la escuela británica independiente de psicoanálisis y de los fundadores de la Teoría del Apego para explicar lo devastador que resulta para la mente infantil la deprivación emocional. También, explica los desarrollos llevados a cabo en Estados Unidos sobre ese tema. Schinaia recorre la historia de los orfanatos y los lugares para la asistencia de niños discapacitados en Italia, donde muestra la sensación de desvalimiento y abandono. Se encuentran representados en el recorrido del pesebre en la escena/estación de la sala de niños y la escuela. Él enfatiza en la mirada ausente de los niños, en esa estación del pesebre, como un símbolo de la ausencia de una mirada cuidadosa sobre los pequeños y lo relaciona con el autismo. En la escena del aula del manicomio él trata de explicar cómo se representa nuevamente una escisión entre el adentro de las instituciones psiquiátricas y el afuera. La escuela tuvo que modificarse para posibilitar la creatividad, la libertad y la diversidad en la sociedad, en tanto que permanece inalterable, rígida, aburrida y con un retiro afectivo en el seno de las instituciones psiquiátricas. Nuevamente la dialéctica entre inclusión y exclusión, simbolizada entre afuera y adentro vuelve a abordarse en este capítulo.

El capítulo diez aborda el tema del trabajo. Es una sección importante del libro porque se refiere al rol que tuvo el trabajo en el proceso de rehabilitación para los pacientes con trastornos mentales severos. Schinaia hace un recorrido por la condición humana, la pobreza, la riqueza, la caridad y las diferencias sociales. Al abordar el tema del trabajo considera que el mismo se transformó en una obligación y obró como una forma de control social y no sólo como forma de rehabilitación terapéutica. El autor se introduce en el surgimiento de la Laborterapia (Ergoterapia) y la aparición de las colonias agrícolas como parte de la historia de la Psiquiatría y la Salud Mental. En este apartado se refiere a las modalidades no restrictivas de atención en salud mental (en la Argentina se llamaba Higiene Mental a lo que hoy se denomina Salud Mental). También se refiere a los modelos de asistencia a través del modelo escocés de puertas abiertas (Open Door). Aquí me gustaría realizar una puntuación sobre el texto, puesto que la Argentina recibió una fuerte impronta del modelo escocés de Open Door, que fue traído al país por Domingo Cabred. Su obra pudimos recorrerla historiográficamente y pudimos colegir que, para su época fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, era de avanzada en términos de lo que se considera en las conceptualizaciones de la Historiografía, es decir la historia de la Historia, vista desde el modelo de conocimiento de la época en la cual transcurre y no una mera interpretación histórica. Si observamos las fotografías de la época y las comparamos con la de las escenas del pesebre de Cogoleto encontraremos semejanzas, en cuanto al rol que el trabajo tenía como organizador de la vida de los pacientes con trastorno mental severo. Hoy la Laborterapia fue reemplazada por la Terapia Ocupacional y ésta se inspiró en la Argentina en los modelos italianos de emprendimientos sociales en salud mental, donde el trabajo no es un ritual mecánico, sino que resulta terapéutico en sí mismo. Los programas de empleo con apoyo, llevados a cabo a través de la Dirección General de Salud Mental en la Ciudad de Buenos Aires, son sumamente útiles para acompañar a los pacientes en procesos de rehabilitación para la adquisición de habilidades y para poder ayudarlos a descubrir sus propios intereses, lo cual genera una mayor motivación en ellos. También, tienen como objetivos ayudarlos a contar con mayores recursos a la hora de lograr una mejor integración social. El modelo hombre máquina, tan bien caricaturizado por Chaplin en su película Tiempos Modernos implica una fuerte crítica a la alienación laboral. Sin embargo, las poblaciones surgidas luego de procesos de destrucción sistemática de oportunidades de trabajo en la sociedad contemporánea, resulta tan devastador para la psique humana como lo es el trabajar alienado, aunque ambas condiciones sean muy diferentes entre sí resultan patogénicas. En esta parte austral del mundo, existen ya tres generaciones que no conocen lo que implica trabajar y eso hace que se transformen en sujetos extremadamente dependientes del apoyo externo, habitualmente a través de planes de asistencia social, estos sujetos son extremadamente vulnerables y terminan marginados del entramado social.

El capítulo once se refiere a la muerte en el manicomio. Es la parte del libro donde Schinaia relata que los que fallecen en los manicomios están condenados al olvido, a la invisibilización a través de la uniformidad de sus tumbas y muchas veces a la desaparición, ya no sólo física sino de la memoria. Quisiera hacer también una puntuación sobre algunas investigaciones llevadas a cabo en la Argentina sobre este tema. En el Hospicio de las Mercedes, durante la época Domingo Cabred, quien estaba a cargo de dicho nosocomio y de la Cátedra de Enfermedades Mentales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se contrató a Cristofredo Jackob, quien llevaba un registro minucioso de las muertes acaecidas en el mismo, en el libro de autopsias del hospicio. Ese libro aún se conserva y pudimos investigar que la mayoría de las muertes obedecían al deterioro que provocaba la parálisis general progresiva (PGP) por sífilis. Nuestra curiosidad nos llevó a relevar esos datos y nos sorprendió saber que la mayoría no eran argentinos, sino inmigrantes principalmente italianos y españoles, seguido luego por franceses e ingleses. Entre sus ocupaciones se destacaban los campesinos, los operarios de ferrocarriles, operarios textiles y obreros sin especificar en qué ramo específico desarrollaban sus tareas. Eran inmigrantes que venían solos a “hacer la América” y en realidad fueron determinantes en el proceso de crecimiento de la Argentina. Cuando enfermaban de sífilis, y ello los conducía a una etapa avanzada de PGP, morían en la soledad del hospicio. Muchos italiani all´estero, fallecieron en el hospicio local, sin haber podido volver a su país de origen ni haber podido organizar lazos familiares aquí. El convenio con la UBA en aquella época hacía que sus cuerpos inertes, que nadie reclamaba, fueran de la morgue del hospicio a las mesas de disección de las cátedras de Anatomía y Patología, para que los estudiantes de Medicina aprendiesen. Lamentablemente, nuestra vida es sólo un pequeño gran rodeo por este planeta y todos estamos condenados al olvido en, tal vez, tres generaciones. Los enfermos mentales tienen estos procesos acelerados y sus tumbas se asemejan a la de los caídos en las guerras, aunque éstos pueden contar con una mayor aprobación social por su coraje. También, sabemos que los sujetos que padecen trastornos mentales severos tienen menos chances de formar familias, y ello también los condena al olvido más fácilmente. La parte del pesebre referida al cementerio es sobrecogedora por la sensación de soledad que transmite, a través de la monotonía de las sepulturas, lo cual además las muestra como insubjetivables.

El capítulo doce nos acerca al final del recorrido, no sólo del libro sino también de las representaciones de la obra plástica. El final del recorrido del pesebre ofrece una vista, desde las colinas, a la multicromática ciudad de Génova, el Mar de Liguria y su bahía. El autor nuevamente apela a la dialéctica de opuestos entre el afuera y el adentro. La ciudad vista desde afuera y la institución vista desde adentro. Pueden pensarse dos perspectivas, tal vez, una la del encierro desde el horror vacuo del propio confinamiento, pero la otra como una salida hacia la libertad, la inclusión social y la vuelta al contacto con un ambiente sustentable y protegido. Creo que Schinaia nos invita a promover y favorecer esta última perspectiva, porque resulta un final que transmite un cierto halo de esperanza, hacia una salida posible hacia la libertad plena de subjetividades y diversidades en un mundo que intenta ser mejor, aunque muchas veces no lo logra y que sus habitantes sucumban en la marginación del olvido, tan triste como la melodía de Oblivion del maestro Astor Piazzola.

 

Ciudad de Buenos Aires, junio 2021

 

 

Prólogo a la edición italiana

por Fausto Petrella1

 

 

 

El libro de Cosimo Schinaia es una obra singular, que constituye un género literario en sí mismo, un poco “otro” y tan anómalo como el pesebre que lo inspiró. El libro puede considerarse como un escrito sui generis, en el que confluyen una variedad de componentes heterogéneos. Este desplazamiento puede considerarse como uno de los méritos de la obra, ya que determina su viva originalidad. Pero también es el aspecto que quizás pueda beneficiarlo mucho más que cualquier reflexión introductoria para favorecer la lectura: una simple introducción al libro y no su ubicación dentro de los cánones literarios usuales.

Al escribir estas páginas introductorias, afectuosamente pedidas por el autor –psicoanalista, psiquiatra, alumno destacado de Dario de Martis y mío en Pavía años atrás y luego valiente director del ExHospital Psiquiátrico genovés de Cogoleto– me sumergí nuevamente en las vivencias y en los recuerdos un poco remotos de mi experiencia en el manicomio. Son recuerdos siempre vivos y candentes para quien, como yo, tuvo la fortuna de poder separarse de un compromiso directo sobre estas realidades poco antes de 1978.

La experiencia en el manicomio, para quien la tuvo (yo la tuve cerca de una década) creo que puede asemejarse a la del campo de concentración o a la de la cárcel. Muchos médicos, enfermeros y pacientes hicieron justamente esta comparación. Quien la conoció, aunque sea solo como psiquiatra o enfermero, quedó duramente marcado. El problema es hoy cómo dar testimonio de esta realidad que parece, sobre todo a los jóvenes que no la vivieron, tan lejana pero a la vez cercanísima y de la que persisten residuos diversamente consistentes. Todos los psiquiatras saben que solo la muerte de los interesados permite no ver más las huellas vivientes y las marcas de un estrago que no me parece lícito sea olvidado o negado. No me considero pesimista al usar estas palabras desconsoladas. Tampoco me es posible, por otra parte, suavizar el tono.

A menudo he verificado que hoy, por una infinidad de razones que sería demasiado largo considerar, el testimonio del exinternado es, en todo caso, conmovedor, molesto para casi todos, ya sean jóvenes apurados que no quieren saber o ancianos trabajadores de los hospitales más o menos comprometidos con el pasado que no quieren recordar. Personalmente pienso (pero se trata más de modos de sentir que de pensar) que ninguna nostalgia puede mitigar el recuerdo impactante de imágenes, personas y situaciones experimentadas en el hospital psiquiátrico. En mi caso se trataba de los manicomios de Cagliari y de Voghera en vez de Génova, pero lo sustancial no cambia. Los tonos evocativos de tipo nostálgico, con acentos líricos e intensidades patéticas e idealizadas, están presentes a veces en testimonios médicos de pluma rápida que, en habitual contacto con la realidad del manicomio, creían que podían despertar del horror preciosas esencias humanas que en realidad se encuentran en todo contexto, incluso el más degradado. Personalmente no quiero a los psiquiatras de escritorio que muestran estas esencias, que me recuerdan la vieja categoría de la “falsa conciencia”. La escritura, típico medio de la memoria que se vuelve documento, siempre me resultó insuficiente y un poco artificial como para generar descripciones realmente adecuadas a la verdad del manicomio.

Siempre advertí que cada “ficción” narrativa, aunque sensible y comprometida, traiciona fácilmente el pathos