El poder de la tentación - Abby Green - E-Book
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El poder de la tentación E-Book

Abby Green

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Beschreibung

¡Que empiece el juego! Antes de que la señal luminosa del cinturón de seguridad se hubiera apagado, había surgido una química intensa entre Alexio Christakos, un magnate de la aeronáutica, y Sidonie Fitzgerald. Acostumbrado a tener breves aventuras con mujeres superficiales, Alexio se quedó cautivado por su inocencia y decidió disfrutar de una noche de placer entre sus brazos. Sidonie estaba decidida a solucionar su vida, y no a comenzar una aventura con un magnate griego. Sin embargo, Alexio se convirtió en su máxima distracción… Hasta que él se enteró de sus dificultades económicas y la acusó de desear algo más que solo su cuerpo. No obstante, la inocencia de Sidonie enmascaraba un temple de acero y ella se enfrentó a su acusación con coraje…

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Abby Green

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

El poder de la tentación, n.º 2329 - agosto 2014

Título original: When Christakos Meets His Match

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4548-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Prólogo

Alexio Christakos sabía que su madre había tenido amantes durante el tiempo que estuvo casada con su padre, pero lo que no esperaba era ver aquel despliegue en su entierro. El ataúd tenía algunas flores encima y, alrededor de la tumba, había algunos hombres con los ojos humedecidos que él no había conocido en su vida.

Su padre se había marchado minutos antes con el ceño fruncido. Él tampoco podía decir nada al respecto, ya que también había tenido numerosas aventuras amorosas.

Su relación había consistido en una auténtica guerra de desgaste. Su padre, intentando a toda costa que su madre se pusiera tan celosa como él se sentía. ¿Y ella? Alexio tenía la sensación de que nunca habría conseguido sentirse feliz, a pesar de que había llevado una vida llena de lujo, rodeada de gente dispuesta a complacerla.

Era una mujer triste y melancólica, y nunca habían estado cerca emocionalmente. En ese momento, un recuerdo asaltó su memoria. Un recuerdo al que había impedido aflorar a la superficie durante mucho tiempo. Él tenía unos nueve años y le dolía la garganta del esfuerzo que había hecho para no llorar. Acababa de presenciar una gran discusión entre sus padres.

Su madre lo había pillado detrás de la puerta, y él le había preguntado:

—¿Por qué os odiáis tanto? ¿Por qué no podéis estar enamorados, tal y como se supone que deberíais estar?

Ella lo había mirado con frialdad, y la falta de emoción en su mirada lo había hecho estremecer. Después, se había agachado para estar a su altura, lo había sujetado por la barbilla y le había dicho:

—El amor no existe, Alexio. Todo es un cuento de hadas. Recuerda esto: me casé con tu padre porque podía darme lo que necesitaba. Eso es lo importante. El éxito. La seguridad. El poder. No te permitas sentir emociones. Te vuelven débil. Sobre todo el amor.

Alexio nunca olvidaría el sentimiento de vergüenza que lo invadió por dentro...

Notó que apoyaban una mano en su hombro y se volvió para mirar a Rafaele, su hermanastro, que le sonreía. Ambos compartían aquella relación conflictiva con su madre. El padre de Rafaele, un hombre de origen italiano, se había quedado destrozado después de que su madre lo abandonara tras enterarse de que había perdido toda su fortuna.

Durante años, Alexio y su hermano habían mantenido una relación basada en los celos y en las discusiones, pero cuando Rafaele se marchó de casa la relación se volvió menos problemática. A pesar de que Alexio no había sido capaz de superar la envidia que sentía hacia Rafaele por no haber tenido que soportar la atención sofocante que él había recibido de su padre. Ni la gran carga de las expectativas que tenía puestas en él. Ni tampoco su decepción por que Alexio no hubiera querido aceptar la herencia.

Se alejaron de la tumba, pensativos. Ambos tenían una constitución parecida. Eran altos, muy atractivos y con el cabello oscuro. Y los dos habían heredado los llamativos ojos verdes de su madre, pero los de Alexio eran más claros, más dorados.

Cuando llegaron junto a los coches, Alexio decidió bromear con su hermano para tratar de calmar el sentimiento de vacío que lo invadía por dentro. Se fijó en que no se había afeitado y comentó:

—¿Ni siquiera has podido asearte para el entierro?

—Me he despertado demasiado tarde — dijo Rafaele.

Alexio sonrió una pizca.

—Increíble. Solo llevas dos días en Atenas... Ahora comprendo por qué querías quedarte en un hotel y no en mi apartamento.

Rafaele se disponía a contestar, pero Alexio se percató de que se ponía muy serio y entornaba los ojos mientras miraba a alguien que se había acercado por detrás. Se volvió para mirar, y vio que un desconocido los observaba muy serio a poca distancia. De pronto, tuvo la sensación de que lo conocía de algo. Era una locura, pero los ojos de aquel hombre eran de un verde llamativo y...

El desconocido miró un momento hacia la tumba y, después, preguntó:

—¿Hay más como nosotros?

—¿Como nosotros? ¿A qué se refiere?

El hombre miró a Rafaele.

—No lo recuerdas, ¿verdad?

Alexio vio que Rafaele empalidecía y preguntaba:

—¿Quién eres?

El hombre sonrió con frialdad.

—Soy tu hermano mayor. Tu hermanastro. Me llamo Cesar da Silva. He venido a presentar mis respetos a la mujer que me dio la vida... No porque lo mereciera.

Continuó hablando, pero Alexio no fue capaz de distinguir sus palabras. Cesar da Silva. Había oído hablar de aquel hombre. Era el propietario de un conglomerado de empresas dedicadas al sector inmobiliario y al de las finanzas.

Alexio no pudo contenerse y dijo:

—¿Qué diablos es...?

El hombre lo miró fríamente, y Alexio se fijó en el enorme parecido que tenía con ellos. Podrían ser trillizos.

Da Silva estaba diciendo:

—Tres hermanos de tres padres distintos. Sin embargo, ella no os abandonó.

El hombre dio un paso adelante, y Alexio lo imitó, sintiendo que la rabia lo invadía por dentro. Sus rostros casi se rozaron.

—No he venido aquí a pelearme contigo, hermano. No tengo nada contra vosotros.

—Solo contra nuestra difunta madre, si lo que dices es cierto.

Cesar sonrió con amargura.

—Sí, es cierto. ¡Qué lástima!

El hombre los rodeó, y Alexio y Rafaele se volvieron para ver cómo se acercaba a la tumba. Permaneció allí unos minutos y, finalmente, sacó algo de su bolsillo y lo tiró dentro de la fosa.

Al cabo de un momento, regresó junto a ellos, los miró en silencio y se dirigió a un coche que lo estaba esperando. Se subió en la parte trasera y esperó a que el chófer arrancara.

Rafaele se volvió, y Alexio lo miró sorprendido.

—¿Qué...?

—No lo sé — contestó Rafaele, negando con la cabeza.

Alexio miró hacia el espacio vacío que había dejado el vehículo y sintió que algo frío se instalaba en su vientre. Se sintió vulnerable y recordó el momento en el que había pensado que su madre permitiría que la protegiera. No había sido así. Esquiva como siempre, incluso desde la tumba, había conseguido demostrar que no se podía confiar en que una mujer contara la verdad y desvelara sus secretos. Ella siempre tenía algo que ocultar. Algo tan poderoso como para destrozar la vida de cualquiera.

Capítulo 1

Cinco meses más tarde...

—Cara, ¿tienes que marcharte tan pronto?

La pregunta estaba formulada con tono seductor. Alexio continuó abrochándose los botones de la camisa despacio y se volvió para mirar a la mujer que estaba en la cama. Ella tenía unas piernas esbeltas, el cabello castaño, los ojos oscuros y los labios sensuales. Además, el hecho de que no estuviera tapada con la sábana no contribuyó a que Alexio olvidara por qué la había llevado a su habitación de hotel en Milán, después del banquete de boda que su hermano Rafaele había celebrado la noche anterior.

Era una mujer despampanante. Perfecta.

Aun así, no había provocado que el deseo resurgiera en él. Y Alexio tenía que reconocer que el sexo que había compartido con ella había sido poco satisfactorio. En apariencia, no había estado mal, pero, en un nivel más profundo, lo había dejado frío. Se esforzó por mostrar el encanto por el que era famoso y sonrió.

—Lo siento, bellissima, tengo que regresar a París para trabajar esta misma mañana.

La mujer, cuyo nombre Alexio ni siquiera recordaba, se recostó en la cama y se desperezó de forma seductora, mostrando sus pechos retocados por la cirugía y frunciendo los labios.

—¿Tienes que marcharte ahora mismo?

Alexio continuó sonriendo y, cuando terminó de vestirse, se inclinó y la besó en la boca con delicadeza, escapándose antes de que ella pudiera rodearle el cuello con los brazos. Empezaba a sentir claustrofobia.

—Ha sido divertido, cara... Te llamaré.

La mujer dejó de sonreír y lo miró fijamente. Reconocía cuando la estaban rechazando y no le gustaba que sucediera, y menos cuando lo hacía un hombre tan deseado como Alexio Christakos.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño, contrariada. Alexio puso una mueca, pero suspiró aliviado en cuanto ella desapareció dando un portazo.

Él negó con la cabeza y salió de la habitación para bajar a la recepción en el ascensor privado que había para los clientes VIP. «Mujeres». Las adoraba, pero desde la distancia. En su cama, cuando le parecía conveniente y, fuera de ella, durante el tiempo que le apetecía mimarlas, que no solía ser mucho.

Después de haber pasado muchos años presenciando el frío comportamiento de su madre hacia su padre, que había permanecido cautivo por su belleza y su carácter esquivo, Alexio había desarrollado un agudo instinto de autoprotección cuando se relacionaba con mujeres. Solía tratarlas de manera fría y distante porque era a lo que estaba acostumbrado y prefería que fuera así.

Su padre, muy afectado por la distante relación que mantenía con su esposa, se había volcado en su hijo y lo había convertido en el centro del universo. Había sido demasiado. Desde muy pequeño, a Alexio le había molestado el sentimiento de claustrofobia que le generaba la excesiva atención que le prestaba su padre y, de mayor, cuando alguien se mostraba excesivamente emocional o esperaba demasiado de él, se volvía introvertido. Y sobre todo si era una mujer.

Las aventuras cortas eran su especialidad. Asistir a la boda de su hermanastro el día anterior había provocado que se cuestionara cosas sobre su propio destino, pero Alexio, a los treinta años, todavía no sentía la necesidad de tener estabilidad en su vida.

Imaginaba que en algún momento tendría una esposa e hijos, pero no en un futuro cercano. Cuando llegara el momento, su esposa sería perfecta. Bella, complaciente y poco exigente en cuanto a las emociones de Alexio. Desde luego, Alexio no caería en la misma trampa que su padre, que sufrió toda la vida por desear a una mujer que no lo deseaba. Desde que era muy pequeño, había aprendido lo que el amor podía conllevar.

Pensó en el hecho de que su hermanastro mayor hubiera aparecido en el entierro de su madre y en todos los sentimientos que había experimentado ese día: asombro, rabia, dolor y traición.

Acostumbrado a bloquear las emociones, Alexio había relegado el incidente a lo más profundo de su mente. No había buscado a Cesar da Silva, y tampoco le había vuelto a hablar de él a Rafaele, ni siquiera aunque sabía que Rafaele lo había invitado a la boda. Por supuesto, tal y como era previsible, Cesar no había asistido al evento.

Los sentimientos eran impredecibles. Rafaele era una prueba de ello. Su vida acababa de cambiar por completo a causa de una mujer que le había ocultado a su hijo durante cuatro años. Sin embargo, dos meses después de reencontrarse con ella, se habían casado y parecían muy enamorados, como si hubiese olvidado la lección que su padre le había enseñado acerca de la naturaleza caprichosa de las mujeres.

Alexio opinaba que, aunque parecía que Rafaele estaba feliz, su hermano había sido engañado por su nueva esposa. ¿Cómo no iba a querer casarse con Rafaele Falcone, el magnate de la industria automovilística que poseía una gran fortuna? ¿Y más cuando tenía a un hijo que mantener?

No, Alexio iba a mantenerse alejado de semejante escenario y nunca permitiría que lo atraparan como a su hermano. Nunca podría perdonar a una mujer que le ocultara a su hijo. Sin embargo, su hermano, con el que siempre había compartido la misma filosofía, había caído en la trampa...

Alexio apretó los labios e intentó no pensar más en ellos. Se puso unas gafas de sol y esperó a que el chófer detuviera el vehículo frente a la puerta principal del hotel, obviando cómo un grupo de mujeres lo miraba de arriba abajo antes de entrar.

En cuanto el coche se alejó, Alexio se concentró en su siguiente objetivo, olvidando las reflexiones que le había provocado la boda de su hermano y la insatisfactoria aventura que había compartido con la última compañera de cama.

Sidonie Fitzgerald se abrochó el cinturón del avión y respiró hondo, tratando de disipar la tensión que se había concentrado en su vientre. Por una vez, su temor a volar estaba eclipsado por algo más, pero Sidonie ni siquiera podía disfrutar de ello.

Solo podía pensar en su querida tante Josephine y en las palabras que había pronunciado con voz temblorosa:

—Sidonie, ¿qué significa todo esto? ¿Me quitarán la casa? Y todas esas facturas... ¿De dónde han salido?

La tía de Sidonie tenía cincuenta y cuatro años y había pasado toda la vida encerrada en un mundo lleno de inocencia. Durante el parto, había sufrido falta de oxígeno, y eso le había provocado daños cerebrales leves. Siempre había funcionado a un ritmo más lento que el resto, pero había conseguido terminar los estudios y encontrar un trabajo en el supermercado de la esquina de la calle donde vivía. Trabajaba allí desde hacía años y así conseguía su preciada independencia.

Sidonie frunció los labios. Siempre había querido a su madre, una mujer egoísta y centrada en sí misma que había fallecido un par de meses atrás, pero ¿cómo podía haberle hecho algo así a su hermana pequeña?

Sidonie experimentó, de nuevo, el sentimiento de vergüenza que le provocaba la manera de comportarse que había tenido su madre.

Su padre había fallecido unos años atrás y, desde entonces, se habían quedado sin nada y eso les había destrozado la vida. Sidonie se había visto obligada a dejar la universidad en el último año de carrera con el fin de buscar un trabajo y ahorrar para poder terminar los estudios.

También habían tenido que mudarse a París para vivir con su tía Josephine y evitar quedarse sin casa, o, peor aún, tener que buscar un trabajo. Cecile, su madre, estaba acostumbrada a tener una vida confortable, relativamente lujosa y segura, gracias a los esfuerzos que su marido había hecho con tal de mantener a su esposa feliz.

Al parecer, la madre de Sidonie había animado a su hermana para que hipotecara el apartamento que su esposo le había comprado para garantizar el bienestar de su cuñada. Cecile había aprovechado la situación para convencer a tante Josephine para que rehipotecara la casa y, después, se había gastado una pequeña fortuna utilizando las tarjetas de crédito que estaban a nombre de las dos. De pronto, por ser la única hermana que quedaba con vida, tante Josephine había tenido que responsabilizarse de las deudas astronómicas que había dejado Cecile.

Sidonie había tenido que buscar la manera de ayudar a su tía y, para empezar, se había hecho cargo de todas las deudas. Desde muy pequeña, había aprendido a encubrir los actos de su madre.

Sidonie estaba pensando incluso en mudarse a París para ayudar a su tía. Era una mujer joven y, probablemente, podría encontrar un trabajo, aunque fuera de poca categoría.

Además, justo antes de viajar a París para reunirse con un abogado que la aconsejara sobre la situación de su tía, había perdido su trabajo de camarera en Dublín. El jefe del restaurante le había explicado que, como tantos otros negocios, se habían ido a la quiebra. Ese día, Sidonie volaba de regreso a Dublín para terminar de zanjar lo que tenía pendiente y recoger la fianza que le debían por dejar el apartamento en el que vivía.

Al recordar que su madre, siempre había pensado en sí misma, y no había tenido en cuenta cómo podían afectar sus actos a los demás, cerró los puños.

—Este es su asiento, señor.

—Gracias.

Sidonie levantó la vista al oír que conversaban sobre su cabeza. Al ver a un hombre, pestañeó varias veces. Era alto y fuerte. Estaba guardando su abrigo en el compartimento superior y, al moverse, se notaba la musculatura de su cuerpo bajo la chaqueta de seda. Sidonie se percató de que la azafata estaba mirándolo fijamente y que no se movía de su lado.

—Ya puedo yo — dijo el hombre en inglés, pero con un marcado acento extranjero— . Gracias.

La azafata se volvió decepcionada. El hombre se quitó la chaqueta, y Sidonie se percató de que lo estaba mirando embobada, igual que había hecho la azafata. Rápidamente, giró la cabeza y miró por la ventanilla para observar a los empleados que estaban en la pista preparando el despegue.

La imagen de aquel hombre quedó grabada en su cerebro. Notó que se sentaba a su lado y tuvo la sensación de que su aroma masculino consumía todo el oxígeno que había a su alrededor.

Sin duda era el hombre más atractivo que había visto nunca. Tenía la tez de color aceituna, los pómulos y el mentón prominentes. El cabello corto y oscuro. Y la boca tremendamente masculina. Pura sexualidad. El tipo de hombre que nunca habría imaginado encontrar en un asiento de clase turista.

—Perdone — dijo él, en ese momento.

Su voz era tan grave que ella sintió que retumbaba en la base de su estómago. Tragó saliva y se amonestó en silencio por ser tan ridícula. Volvió la cabeza y sintió que se le detenía el corazón. Sus rostros estaban muy cerca. Él era muy atractivo. Su cara le resultaba familiar y se preguntaba si no sería un modelo famoso. ¿O un actor de cine francés?

Sidonie tenía la sensación de que le estaba sucediendo algo extraño. Le entraron ganas de reír, pero se contuvo.

Él arqueó la ceja y la miró. Tenía unos ojos verdes impresionantes. Verdes y dorados. Como los de un león. Ella también tenía los ojos verdes, pero más azulados.

—Creo que está sentada en mi cinturón.

Ella tardó unos segundos en reaccionar.

—Lo siento... Perdone... Debe de estar por aquí debajo — comenzó a retorcerse en el asiento.

—Quédese quieta y yo lo buscaré — dijo el hombre con tono irritado.

Sidonie cerró los ojos, se agarró al respaldo del asiento delantero y se incorporó una pizca mientras el hombre agarraba su cinturón y se lo abrochaba.

Sidonie se sentó de nuevo y se abrochó el suyo.

—Lo siento. Yo... — dijo sin mirar al hombre.

—Está bien. No se preocupe — la interrumpió él.

Sidonie notó que se le formaba un nudo en el estómago. ¿Por qué tenía que ser tan cortante? De pronto, recordó que llevaba el cabello recogido en un moño descuidado, que no se había maquillado y que llevaba unos pantalones vaqueros muy desgastados. No podía creer que la presencia de un hombre hubiera provocado que fuera tan consciente de su aspecto. Respiró hondo y miró hacia delante con decisión. De reojo, observó que él abría un ordenador portátil y se fijó en sus manos grandes y fuertes. Sintió que se le aceleraba el corazón.

Momentos después, él estiró el brazo y presionó el botón para llamar a la azafata.

—¿Sí, señor?

Sidonie oyó que él hablaba con tono enfadado.

—¿Cuál es el motivo por el que todavía no hemos despegado?

Sidonie miró a la azafata y vio que parecía avergonzada.

—No estoy segura, señor. Iré a averiguarlo — se marchó de nuevo.

Sidonie resopló. Incluso la azafata lo trataba como si fuera alguien importante

Él la miró y le preguntó:

—Disculpe... ¿Ha dicho algo?

Ella se encogió de hombros.

—Estoy segura de que estamos esperando a que nos toque el turno para el despegue.

Él la miró fijamente.

—¿De veras? ¿Y qué pasa si resulta que tengo que asistir a una reunión importante en Londres?

Sidonie notó que la rabia la invadía por dentro al ver su arrogancia. Se cruzó de brazos y dijo en voz baja:

—Por si no se ha dado cuenta, en este avión hay unas doscientas personas. Estoy segura de que más de una tiene que asistir a una reunión, y no veo que se estén quejando.

Él la fulminó con la mirada, y ella sintió que se le cortaba la respiración.

—Hay doscientas diez personas exactamente, y estoy seguro de que muchas otras tendrán citas importantes... Eso hace que mi pregunta sea todavía más acertada.

Sidonie no reparó en el hecho de que él supiera cuántos pasajeros iban en el avión, pero sí en la manera en que la había mirado de arriba abajo.

—Para su información — dijo ella— . Tengo que tomar un vuelo desde Londres a Dublín y no me gustaría llegar tarde, pero así es la vida, ¿no?

Él la miró otra vez.

—Me preguntaba de dónde era su acento. Estaba intrigado.

Sidonie no estaba segura de si era un cumplido o no, y permaneció callada. En ese momento, un hombre uniformado se acercó a ellos, carraspeó y dijo:

—Señor Christakos, disculpe por el retraso. Me temo que no depende de nosotros — comentó el piloto— . Hay muchos aviones esperando para el despegue. No debería llevarnos mucho más tiempo, pero podemos prepararle su jet privado si lo prefiere.

—No, esperaré, Pierre. Gracias por pensar en esa posibilidad.

El piloto inclinó la cabeza a modo de despedida y se marchó. Sidonie se había quedado boquiabierta, pero giró la cabeza rápidamente para mirar por la ventana. Cerca de su avión, había otro con el logotipo de Christakos y una cita de un filósofo griego impresa en un lateral. Todos los aviones de Alexio Christakos portaban citas.

«Alexio Christakos», pensó ella con incredulidad. El hombre que estaba a su lado, hablando por teléfono, no podía ser el propietario de Christakos Freight and Travel. Ese hombre era una leyenda. Y no podía estar sentado a su lado, en los estrechos asientos de la clase turista.

Lo habían presentado como caso de estudio en una de sus asignaturas de la universidad. Había alcanzado el éxito cuando era muy joven, y había salido en los periódicos por rechazar la herencia de su padre y continuar con su camino sin dar explicación alguna acerca de sus motivos.

A base de esfuerzo, había conseguido crear una compañía de transporte y, tras venderla dos años después, había ganado una fortuna. Invirtió ese dinero en crear una compañía aérea y, cinco años más tarde, consiguió superar a las mejores aerolíneas de Europa.

También era uno de los solteros más cotizados de Europa, incluso del mundo. Después de haber analizado sus estrategias empresariales, las compañeras de Sidonie habían estado semanas hablando sobre aquel hombre y contemplando las fotografías que salían en las revistas. De pronto, Sidonie comprendió por qué le había resultado familiar y descubrió que no solo era el hombre atractivo que había visto en las fotografías, sino que era pura masculinidad. Estaba inquieta y deseó cambiarse de asiento. No estaba acostumbrada a que alguien tuviera ese efecto sobre ella.