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Los polímatas son los sabios o eruditos en distintas materias, que han realizado aportaciones innovadoras o relevantes en distintos campos. Desde Leonardo da Vinci hasta John Dee y Comenio, desde George Eliot hasta Oliver Sacks y Susan Sontag, los polímatas han ensanchado las fronteras del saber de innumerables formas. Pero la historia puede ser desagradecida con los eruditos que hacen gala de unos intereses tan enciclopédicos. Demasiado a menudo esas personas son recordadas por sus valiosos logros únicamente en un ámbito. El renombrado historiador cultural Peter Burke presenta sus argumentos a favor de una visión más equilibrada. Burke identifica a 500 polímatas occidentales, entre los que también hay españoles, explora sus éxitos en una amplia gama de ámbitos, y muestra cómo su ascenso coincidió con un rápido crecimiento del saber en la época de la invención de la imprenta, del descubrimiento del Nuevo Mundo y de la Revolución Científica. La ulterior aceleración del saber, que ha dado lugar a un aumento de la especialización y a un entorno que no alienta la existencia de los eruditos y de los científicos polifacéticos, no ha tenido lugar hasta una época bastante reciente. Desde el Renacimiento a la actualidad, Burke cambia nuestra forma de entender esta extraordinaria especie intelectual; lanzando un canto a la interdisciplinaridad, a cómo mejora el conocimiento cuando somos capaces de escapar de los estrechos límites de cada disciplina y evitar la excesiva especialización del mundo moderno, tratando de poner en conexión saberes y materias distintas.
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Seitenzahl: 648
Veröffentlichungsjahr: 2022
PETER BURKE
EL POLÍMATA
UNA HISTORIA CULTURAL DESDE LEONARDO DA VINCI HASTA SUSAN SONTAG
Traducido del inglés por Alejandro Pradera
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES UN POLÍMATA?
Definiciones
Disciplinas
Objetivos y métodos
Tipos de polímatas
La mitología del polímata
1. ORIENTE Y OCCIDENTE
Los griegos
Los romanos
China
La Alta Edad Media en Europa
El mundo islámico
La Plena Edad Media
2. LA EDAD DEL «HOMBRE RENACENTISTA» 1400-1600
El ideal de la universalidad
El mito de la universalidad
Acción y pensamiento
Eruditos
Unidad y concordia
Artistas e ingenieros
Leonardo
La mujer renacentista
3. LA ERA DE LOS «MONSTRUOS DE LA ERUDICIÓN» 1600-1700
La era de los polímatas
Mujeres polímatas
El lenguaje de la polimatía
El polímata como enciclopedista: Alsted
El polímata como pansofista: Comenio
Monstruos de la erudición
El polímata como coleccionista: Peiresc
El polímata como filósofo escolástico: Caramuel
El polímata como patriota: Rudbeck
El polímata como pansofista: Kircher
El polímata como crítico: Bayle
El polímata como sintetizador: Leibniz
Los polímatas menores
Concordia
Originalidad frente a plagio
Explicar la edad de oro
La crisis del saber
Sobrecarga de información
Fragmentación
Críticas a los polímatas
El síndrome de Leonardo
4. LA ERA DEL «HOMBRE DE LETRAS» 1700-1850
El siglo XVIII
Pedantes y polihistores
Un nuevo ideal
Hombres de letras
Mujeres de letras
La Ilustración francesa
La Ilustración escocesa
La Ilustración inglesa
De España a Rusia
El Nuevo Mundo
Inglaterra
Alemania
Constructores de sistemas
La supervivencia del hombre de letras
Críticos franceses
Críticos ingleses
Las nuevas mujeres de letras
Científicos
Científicos alemanes
Científicos británicos
Hacia una nueva crisis
5. LA ERA DE LAS DEMARCACIONES 1850-2000
Polímatas en un clima inhóspito
Sobrecarga
Especialización
La división de las instituciones
Museos, sociedades, congresos
Revistas
Dos culturas
Trabajo en equipo
La compartimentación de las universidades
Explicar la especialización
La especialización pasa a ser el problema
La supervivencia del polímata
Polímatas pasivos
Críticos
Polímatas agrupados
Nuevas disciplinas
Las ciencias sociales
La sociología
La psicología
La antropología
La informática
La teoría general de sistemas
La semiótica
Seis polímatas en serie
¿Gigantes o charlatanes?
6. UN RETRATO DE GRUPO
Curiosidad
Concentración
Memoria
Velocidad
Imaginación
Energía
Inquietud
El trabajo
Medir el tiempo
Competitividad
El elemento lúdico
Erizos y zorros
El síndrome de Leonardo
7. HÁBITATS
La ética del trabajo
La pregunta de Veblen
Educación
Independencia
Tiempo libre forzoso
Familias
Redes
Las cortes y el patronazgo
Colegios y universidades
Disciplinas
Bibliotecas y museos
Enciclopedias y revistas
Colaboración
8. LA ERA DE LA INTERDISCIPLINARIEDAD
Acuerdos semioficiales
Clubes, sociedades y círculos: cronología escogida, 1855-c. 1950
Unificar el saber en la teoría y en la práctica
Investigación interdisciplinar en las universidades
Educación general
El papel del Estado
Estudios regionales
Nuevas universidades
Nuevas universidades, 1950-1975
Revistas e institutos
Destacados institutos de estudios avanzados, 1923-2008
Historia interdisciplinar
Ambición frente a modestia
CODA: HACIA UNA TERCERA CRISIS
APÉNDICE: 500 POLÍMATAS OCCIDENTALES
LISTA DE ABREVIATURAS
LECTURAS ADICIONALES
ILUSTRACIONES
CRÉDITOS
En memoria de Asa Briggs, David Daiches, Martin Wright y el proyecto de la Universidad de Sussex para «volver a trazar el mapa del saber».
Y para Maria Lúcia, que es capaz de hacer tres cosas a la vez.
«Nada es más hermoso que saberlo todo».
PLATÓN
«Ah, pero el designio de un hombre debe superar lo que alcanza, ¿o para qué hay un cielo?»1*.
ROBERT BROWNING, Andrea del Sarto
«La especialización es para los insectos».
ROBERT HEINLEIN
1* Traducción de Jesús Munárriz (N. del T.).
Durante más o menos los últimos veinte años he estado trabajando, intermitentemente, en la historia del saber, y he publicado un estudio general, Historia social del conocimiento (2 tomos, 2000-2012), una introducción a la materia, ¿Qué es la historia cultural? (2016), y más recientemente Pérdidas y ganancias: exiliados y expatriados en la historia del conocimiento de Europa y las Américas, 1500-2000 (2017). Al igual que el libro sobre los exiliados, el presente estudio se desarrolló a partir del estudio general para convertirse en un libro por derecho propio. Hace tiempo que me siento atraído por este asunto. Aunque mi analfabetismo matemático y científico me incapacita para ser un polímata, siempre he compartido la idea expresada con acierto por los historiadores franceses Lucien Febvre y Fernand Braudel en el sentido de que como mejor se escribe sobre historia es saliendo de los confines de esa disciplina, por lo menos de cuando en cuando.
Cuando era estudiante en Oxford y realizaba un curso de historia de tres años, asistía a clases de otras disciplinas —por ejemplo, a las de Gilbert Ryle sobre filosofía, a las de Roy Harrod sobre economía, a las de J. R. R. Tolkien sobre literatura medieval, a las de Michael Argyle sobre psicología y —lo más importante para mi futuro— a las de Edgar Wind sobre historia del arte. Ya como estudiante de posgrado empecé a estudiar sociología y antropología, y asistí a distintos seminarios sobre historia de la ciencia, así como a un seminario organizado por Norman Birnbaum sobre el concepto de alienación.
Cuando me enteré de que la nueva Universidad de Sussex se iba a organizar de una forma interdisciplinar, presenté inmediatamente mi solicitud para una plaza en dicha universidad, donde di clases en la Escuela de Estudios Europeos entre 1962 y 1979, colaborando en la docencia con mis colegas de Historia del Arte, Sociología y Literatura Inglesa y Francesa. Gracias a aquellas experiencias, sobre todo en Sussex, sentía que este era un libro que tenía que escribir como fuera, para hablar de las personas y los pequeños grupos que se interesaban por el cuadro general, así como por los detalles, y que a menudo se dedicaban a trasladar o a «traducir» ideas y prácticas de una disciplina a otra.
Para mí ha sido un placer estar en compañía, por muy indirectamente que sea, de este grupo de hombres y mujeres de enorme talento, de los polímatas que se examinan en este libro, algunos de los cuales eran viejos conocidos, y en unos pocos casos amigos míos, mientras que los logros de muchos otros solo los descubrí a lo largo de mi investigación.
Además, me gustaría dar las gracias a Tarif Khalidi y a Geoffrey Lloyd por sus comentarios sobre el capítulo 1; a Waqas Ahmed por enviarme un cuestionario sobre los polímatas en 2013, así como un primer borrador de su libro; a Christoph Lundgreen, Fabian Krämer y al Grupo de Investigación «Zwei Kulturen» de la Brandenburgische Akademie der Wissenschaften de Berlín por un fructífero debate sobre mis ideas; y a Ann Blair, Steven Boldy, Arndt Brendecke, Chris Clark, Ruth Finnegan, Mirus Fitzner, José María García González, Michael Hunter, Gabriel Josipovici, Neil Kenny, Christel Lane, David Lane, Hansong Li, Robin Milner-Gulland, William O’Reilly, Ulinka Rublack, Nigel Spivey, Marek Tamm y Marianne Thormählen, por la información que me han proporcionado, y por sus sugerencias y referencias.
Ya he planteado algunas de mis ideas sobre los polímatas en mis escritos y conferencias1. Espero que esta versión más completa suponga una mejora respeto a sus predecesoras más esquemáticas. Presentar las mismas ideas en lugares o contextos diferentes a menudo ha dado pie a algunas modificaciones. Por ello, estoy sumamente agradecido a los asistentes a mis conferencias sobre este asunto en Belo Horizonte, Berlín, Cambridge, Copenhague, Engelsberg, Fráncfort y Gota, por sus distintas preguntas y comentarios. También quiero dar las gracias de todo corazón a Robert Baldock y a Heather McCallum, de Yale University Press, por acoger mi manuscrito, y a sus dos lectores anónimos y a mi corrector-editor Richard Mason por sus constructivas sugerencias. Como siempre, Maria Lúcia leyó todo el manuscrito y me ofreció sus sabios consejos.
1 Véase en particular Peter Burke, «The Polymath: A Cultural and Social History of an Intellectual Species», en D. F. Smith y H. Philsooph (eds.), Explorations in Cultural History: Essays for Peter McCaffery, Aberdeen, 2010, pp. 67-79.
«La historia», se ha dicho, «trata mal a los polímatas». Algunos caen en el olvido, mientras que muchos acaban «espachurrados en una sola categoría que podemos reconocer»2. Son recordados, como veremos una y otra vez en estas páginas, únicamente por una modalidad, o unas pocas modalidades, de sus distintos logros. Ha llegado el momento de enmendar el balance. De hecho, en los últimos años se han publicado cada vez más estudios sobre determinados polímatas, tal vez como reacción a nuestra cultura de la especialización. Yo he tenido la suerte de poder utilizar muchas de esas monografías, entre las que figuran no solo estudios sobre gigantes intelectuales como Leonardo y Leibniz, sino también sobre figuras casi olvidadas como Dumont Durville y William Rees3. Los estudios generales son más difíciles de encontrar, aunque su número va en aumento, sobre todo en forma de breves colaboraciones en revistas o programas de radio4.
En el intento de hacer un estudio sobre el tema, ese libro ofrece una aproximación a la historia cultural y social del saber. Todas las modalidades del conocimiento, tanto prácticas como teóricas, merecen que se escriba su historia. Los cazadores-recolectores necesitaban una amplia gama de saberes para sobrevivir, mientras que el geógrafo Friedrich Ratzel, que ensalzaba a los agricultores por considerarlos «polifacéticos», fue asimismo un polímata5. Los artesanos, las comadronas, los comerciantes, los gobernantes, los músicos, los futbolistas, y muchos otros colectivos, necesitan y poseen un segmento del saber en el que algunos individuos logran sobresalir. En los últimos años, el término «polímata», antiguamente reservado a los eruditos, se ha extendido a aquellas personas cuyos logros abarcan desde el atletismo a la política.
El «grupo de debate sobre los polímatas», por ejemplo, ha definido al polímata como «alguien que se interesa por muchas materias y aprende sobre ellas»6. Por otra parte, este libro se concentrará en el saber académico, antiguamente denominado «erudición». Se centra en los eruditos con unos intereses «enciclopédicos» en el sentido original de que se movían por todo el «recorrido» o «currículo» intelectual, o en cualquier caso por un importante segmento de dicho círculo.
Por ese motivo, he excluido a dos emprendedores: a Elon Musk, que se licenció en Ciencias Económicas y en Física antes de fundar Tesla y otras compañías; y a Sergei Brin, que estudió matemáticas e informática antes de fundar Google en compañía de otro informático, Larry Page. También estuve dudando si incluir a John Maynard Keynes, un hombre polifacético, dado que la mayoría de sus facetas no eran académicas. Leonard Woolf, amigo de Keynes, le describía como «profesor universitario, funcionario, especulador, empresario, periodista, escritor, agricultor, marchante de arte, estadista, empresario teatral, coleccionista de libros, y media docena de cosas más». Por otra parte, el propio Keynes comentó que «un economista consumado debe poseer una rara combinación de dotes. Debe alcanzar un alto estándar en numerosas direcciones diferentes, y tiene que combinar unos talentos que no se encuentran juntosa menudo. Tiene que ser matemático, historiador, estadista, filósofo —en alguna medida». Conforme a ese criterio, por no hablar de su interés por muchas de las cosas que interesaban a Isaac Newton, indudablemente Keynes cumple los requisitos7.
En los capítulos que siguen se hablará de algunos escritores y escritoras de ficción de fama mundial, entre los que destacan Johann Wolfgang von Goethe, George Eliot, Aldous Huxley y Jorge Luis Borges, pero sobre todo porque además escribieron obras de no ficción, habitualmente ensayos. Análogamente, también figura Vladimir Nabokov, no como autor de Lolita, sino como crítico literario, entomólogo y escritor de libros de ajedrez, mientras que August Strindberg aparece como historiador cultural, más que como dramaturgo. Y, a la inversa, Umberto Eco aparecerá en estas páginas como un erudito que también escribía novelas.
Definir a un polímata como una persona que ha llegado a dominar varias disciplinas plantea la pregunta: ¿qué es una disciplina? La historia de las disciplinas académicas es una historia doble, a la vez intelectual e institucional. El término «disciplinas», en plural, proviene de «disciplina» en singular, que a su vez deriva de la palabra latina discere, «aprender», mientras que disciplina era una traducción de la palabra askesis del griego antiguo, que significaba «instrucción» o «ejercicios». En la antigüedad clásica, el concepto de disciplina iba y venía entre por lo menos cuatro ámbitos: el atletismo, la religión, la guerra y la filosofía. La disciplina se aprendía siguiendo la norma de un maestro (y de esa forma se convertía en un «discípulo») e interiorizándola, practicando una especie de ascetismo del autocontrol, tanto de la mente como del cuerpo.
A lo largo del tiempo, el término «disciplina» acabó designando una determinada rama del saber. En la antigua Roma, el estudio de los truenos y los relámpagos se conocía como disciplina etrusca, porque los especialistas en esa práctica fueron los etruscos. En el siglo V, Martianus Capella hablaba de siete «disciplinas», también conocidas como las siete humanidades: gramática, lógica, retórica, aritmética, geometría, música y astronomía. La idea de las «disciplinas» en plural implicaba organización, institucionalización, y de hecho supuso el comienzo de un largo proceso de especialización8. A fin de evitar proyectar en el pasado las actitudes posteriores, yo incluyo la magia como una disciplina cuando hablo de los siglos XVI y XVII, e intento evitar referirme a la «biología», a la «antropología», etcétera, cuando aludo a la época anterior a la difusión del uso de dichos términos.
Para complicarle más la vida al historiador, los criterios para calificar de «polímata» a un erudito han ido cambiando a lo largo de los últimos seiscientos años. A medida que se han ido fragmentando las disciplinas tradicionales, la idea de «muchas» disciplinas se ha ido diluyendo, y el listón ha ido bajando. Un artículo reciente califica de «polímatas» a unas cuantas personas vivas que han realizado contribuciones originales a dos disciplinas, como el derecho y la economía. Por muy extraño que parezca afirmar que dos sean «muchas», mantener dos pelotas intelectuales en el aire a la vez ha acabado por considerarse un logro sustancial9.
Este estudio se basa, en su mayor parte, en una prosopografía, en una biografía colectiva de un grupo de quinientas personas que llevaron a cabo su actividad en Occidente entre los siglos XV y XXI, y que se enumeran en el Apéndice. Y muy apropiadamente, lo que Pierre Bayle, un destacado polímata del siglo XVII, denominaba «la prosopografía de los eruditos» fue una de sus pasiones10. A pesar de su interés por la biografía colectiva, este libro no hace demasiado uso de las estadísticas. Aunque señala el número de hombres y mujeres, de clérigos y laicos en el grupo, hay muchas otras preguntas que no se pueden responder de esa manera.
Incluso decidir qué polímatas eran católicos o protestantes entraña cierta dificultad. Entre los católicos convertidos al protestantismo figuran Sebastian Münster y Philip Melanchthon. Entre los protestantes convertidos al catolicismo están Lucas Holstenius, Cristina de Suecia, Peter Lambeck y Nicholas Steno, mientras que Justus Lipsius estuvo yendo y viniendo entre las dos fes. Benito Arias Montano era oficialmente católico, pero al parecer era miembro de una secta secreta, la Familia del Amor. Es posible que Jean Bodin se convirtiera al judaísmo. Isaac Newton era oficialmente anglicano, pero no creía en la Santísima Trinidad.
Además de generalizaciones, este libro también ofrece monografías. Se centra en los gigantes, en los «monstruos de la erudición», una expresión que se remonta al holandés Herman Boerhaave, que desarrolló su actividad entre los siglos XVII y XVIII, y que a su vez hizo aportaciones a la medicina, la fisiología, la química y la botánica. También ofrece pequeños esbozos de algunos polímatas de segundo orden, donde se examinan sus trayectorias y peculiaridades.
Este libro aspira a ser algo más que una galería de retratos individuales, por muy fascinantes que fueran sus modelos. Es necesario ponerle un marco a esos retratos, a veces por comparación, y más a menudo por contextualización. Uno de los principales propósitos de este estudio es describir algunas tendencias intelectuales y sociales, y así responder a las preguntas genéricas acerca de las distintas formas de organización política y de los climas de opinión que son más propicios o más desfavorables para las iniciativas de los polímatas. Tendremos que distinguir entre los lugares y los momentos donde se alienta o se desalienta la curiosidad, en el segundo caso por motivos religiosos, como en el famoso caso de san Agustín, que incluyó las «investigaciones de la naturaleza» entre las cosas «cuyo conocimiento no nos reporta utilidad alguna y que no tiene otro aliciente que el conocimiento mismo»11*. Pero Agustín también sentía el placer del conocimiento (rerum cognitione laetitia)12.
El hilo que recorre estas páginas está formado por las historias opuestas pero entrelazadas de la especialización y de la síntesis. Habitualmente, cuando no siempre, es un error reducir cualquier tipo de historia a un sencillo relato lineal. Muchas tendencias importantes han ido acompañadas de un movimiento en dirección contraria. El ascenso de la especialización organizada ha coexistido durante un tiempo considerable con el contra-movimiento de la interdisciplinariedad organizada. A medida que ha ido aumentando la división del trabajo intelectual, incluso los polímatas se han convertido en una suerte de especialistas. A menudo se les denomina «generalistas» porque el saber en general, o por lo menos el conocimiento de muchas disciplinas, es su especialidad. Su peculiar contribución a la historia del conocimiento consiste en ver las conexiones entre los distintos campos que han sido separados, y advertir lo que los especialistas de una determinada disciplina, los entendidos, no han sido capaces de ver. A ese respecto, su papel se asemeja al de los eruditos que abandonan su país natal, ya sea como exiliados o como expatriados, y se trasladan a un lugar con una cultura del conocimiento diferente13.
Un asunto primordial de este estudio es la supervivencia de los polímatas en una cultura de especializacióncreciente. Cabría esperar que la especie se extinguiera en los siglos XVIII, XIX o, como muy tarde, en el siglo XX, y sin embargo ha hecho gala de una extraordinaria capacidad de resistencia. Explicar esa resiliencia conlleva estudiar el hábitat de la especie, su nicho cultural, que a menudo, aunque no siempre, es la universidad. Las universidades han alternado entre favorecer y desalentar a los polímatas. Algunos polímatas han preferido desarrollar sus carreras fuera de la universidad porque les ofrecía mayor libertad. Otros se han ido trasladando de una facultad o de un departamento a otro, como si quisieran rebelarse contra su confinamiento en una disciplina concreta. Como veremos, unas pocas universidades han sido lo bastante flexibles como para dar cabida a ese tipo de movimientos.
A un nivel más personal, entre las preguntas sobre los polímatas podríamos citar: ¿qué impulsaba a estas personas? ¿Era su simple pero omnívora curiosidad lo que Agustín denominaba «el saber por el saber», o existe algo más que subyace a lo que el científico político Harold Lasswell denomina en sus memorias su «pasión por la omnisciencia»14? ¿Qué motiva los cambios de una disciplina a otra? ¿Es un bajo umbral de tolerancia al aburrimiento o un insólito grado de apertura mental? ¿Cómo han encontrado los polímatas el tiempo y las energías para sus polifacéticos estudios? ¿Cómo se han ganado la vida?
A lo largo de estas páginas se mencionan una y otra vez las distinciones entre los tipos de polímatas. Resulta útil describir a algunos de ellos como polímatas pasivos (en contraposición con activos); o como polímatas limitados (en contraposición con generales); o como polímatas en serie (en contraposición con simultáneos). Cuando hablo de polímatas «pasivos» me refiero a los individuos que parecen saberlo todo pero no producen nada (o, en cualquier caso, nada nuevo). En la frontera entre los pasivos y los activos están los sistematizadores o sintetizadores, como Francis Bacon o Auguste Comte. Un polímata «limitado» es obviamente un oxímoron, pero necesitamos un término para los eruditos que dominan unas pocas disciplinas interrelacionadas, ya sea en las humanidades o en las ciencias naturales o sociales. En las páginas siguientes, este tipo de polímatas se denominan «polímatas agrupados».
Los eruditos que barajan varias materias más o menos simultáneamente pueden contraponerse con los que podríamos denominar polímatas «en serie» —a imitación de los polígamos en serie— que van pasando de un campo a otro a lo largo de su vida intelectual. Uno de ellos, Joseph Needham, iniciaba un ensayo autobiográfico con la pregunta: «¿Cómo pudo ocurrir que un bioquímico se convirtiera en historiador y sinólogo?15. Seguir el rastro de ese tipo de trayectorias e intentar comprenderlas ha sido uno de los grandes placeres de escribir este libro.
Otra posible tipología distingue únicamente entre dos variedades de polímatas, el tipo centrífugo, que acumula conocimientos sin preocuparse por sus interrelaciones, y el erudito centrípeto, que tiene una visión de la unidad del saber e intenta encajar entre sí sus diferentes partes en un sistema global. El primero se regocija en su curiosidad omnívora, o más bien la padece. Los polímatas del segundo grupo están fascinados —algunos dirían obsesionados— por lo que uno de ellos, Johann Heinrich Alsted, denominaba «la belleza del orden»16.
Esta distinción entre los centrífugos y los centrípetos se hace eco de la contraposición que planteaba Isaiah Berlin en una famosa conferencia sobre Tólstoi, entre los que él (tras los pasos del antiguo poeta griego Arquíloco) denominaba «zorros», que saben «muchas cosas», y los «erizos», que conocen «una cosa importante»17. No hay que exagerar ese contraste, como reconocía el propio Berlin cuando describía a Tólstoi como un zorro que estaba convencido que debería ser un erizo. La mayoría de los polímatas, si no todos, pueden situarse en un continuo entre los dos extremos, y muchos de ellos se veían (y se ven) arrastrados en ambas direcciones, al estar sometidos a una tensión creativa entre las fuerzas centrípetas y centrífugas.
Consideremos el caso del alemán Johann Joachim Becher, un médico del siglo XVII que se convirtió en matemático, alquimista y consejero del emperador Leopoldo I sobre lo que hoy denominamos «política económica». En el lenguaje de su tiempo, Becher fue un «proyectista», un hombre con planes ambiciosos y a menudo poco realistas, que en su caso incluían convertir la arena o el plomo en oro. «Publicó obras sobre química, política, comercio, la lengua universal, el método didáctico, medicina, filosofía moral y religión». Aparentemente, los temas que interesaban a Becher eran centrífugos, pero lo que los mantenía unidos, como se ha sugerido, era la idea de la circulación, tanto en la naturaleza como en la sociedad18.
A menudo se ha exagerado el saber de los polímatas individuales, hasta el extremo que cabría hablar de una «mitología» de la especie. A veces se dice de ellos que lo saben todo, y no que dominan el saber académico de su cultura en particular. Este tipo de descripciones se remonta a tiempos muy antiguos. El poeta medieval John Gower describía a Ulises como un «erudito sabedor de todo». El jesuita del siglo XVII Athanasius Kircher ha sido definido como «el último hombre que lo sabía todo»19. Entre los candidatos posteriores a ese título figuran el profesor de la Universidad de Cambridge Thomas Young, el catedrático estadounidense Joseph Leidy y, más recientemente, el físico italiano Enrico Fermi, que fue definido así más de una vez en su propia época, aunque, como señala un biógrafo reciente, «Su conocimiento de las ciencias más allá de la física era superficial, y su conocimiento de la historia, las artes, la música y muchas otras cosas era limitado, como mínimo»20. El empleo simplista del adjetivo «último» subraya la necesidad de un estudio que, como este, se ocupe del largo plazo.
De una forma un tanto más modesta, un libro de ensayos sobre Umberto Eco llevaba por subtítulo, como corresponde a un admirador de Alfred Hitchcock, «el hombre que sabía demasiado», una expresión que también se ha aplicado al informático y criptógrafo Alan Turing y al filósofo natural Robert Hooke21. Análogamente, más de un polímata ha sido definido como «el último hombre renacentista», como por ejemplo el filósofo italiano Benedetto Croce y el científico de la conducta Herbert Simon. El bioquímico-sinólogo Joseph Needham ha sido calificado de «hombre renacentista del siglo XX», y el crítico George Steiner, de «un hombre del Renacimiento tardío, tardío, tardío». Hooke fue definido como «el Leonardo de Londres»; Pavel Florensky, como el «Da Vinci desconocido de Rusia», y Harold Lasswell, como «una especie de Leonardo da Vinci de las ciencias de la conducta», «tan próximo al hombre renacentista de su disciplina como cualquier otro científico político de la historia»22. El término «Mujer del Renacimiento» también se ha aplicado abundantemente, en campos que van de la musicología a la «sexología»23.
El lenguaje utilizado en los párrafos anteriores refuerza el mito del genio solitario que lo consigue todo por sí mismo o por sí misma, como en la famosa anécdota de la infancia de Blaise Pascal, que volvió a descubrir la geometría sin la ayuda de los libros ni de profesores. En efecto, algunos polímatas son relativamente solitarios, Leonardo más que la mayoría, pero el joven Leonardo fue un intérprete de renombre en la corte de Milán. También Giambattista Vico, al que a menudo se ha calificado de hombre solitario, llevó una vida sociable en Nápoles, por lo menos durante su juventud. Los grupos pequeños a menudo estimulan la creatividad de sus miembros, y algunos polímatas se han hecho famosos por unas ideas que probablemente surgieron a partir del tipo de debates en grupo que se examinan en el capítulo 824. Sin embargo, si no estuviera convencido de que determinados polímatas influyeron decisivamente en el mundo del saber, no habría escrito este libro.
En estas páginas se examinarán, o por lo menos se mencionarán, muchos logros, pero este estudio no pretende afirmar que el éxito sea una tarea fácil. Ser polímata tiene un precio. En algunos casos, los de los denominados «charlatanes» que veremos más adelante, ese precio incluye la superficialidad. La idea de que los polímatas son unos impostores se remonta a muy atrás, por lo menos hasta la antigua Grecia, cuando Pitágoras fue tachado de impostor. Gilbert Burnet, un obispo del siglo XVII, y que tuvo unos intereses lo bastante amplios como para sufrir el problema en sus propias carnes, escribía que: «Muy a menudo quienes tratan muchas cosas son ligeros y superficiales en todas ellas»25. En otros casos encontramos lo que podría denominarse el «síndrome de Leonardo», a saber, una dispersión de energías que se manifiesta en proyectos fascinantes y brillantes que acaban siendo abandonados o simplemente se dejan sin terminar.
Este libro se centra en Europa y en las Américas, del Norte y del Sur, desde el siglo XV hasta el siglo XXI. Empieza con el uomo universale del Renacimiento, pero se centra en las consecuencias a largo plazo de lo que podríamos denominar las dos crisis del saber, la primera a mediados del siglo XVII y la segunda a mediados del XIX, y ambas a consecuencia de la proliferación de los libros (todavía es demasiado pronto para predecir las consecuencias a largo plazo de una tercera crisis, a raíz de la revolución digital). Las tres crisis provocaron lo que podríamos denominar «explosiones» del conocimiento, en el sentido tanto de una rápida expansión como de una fragmentación. Las reacciones a la fragmentación se examinarán a su debido tiempo.
A fin de recordar a los lectores que el Occidente moderno no es la única región donde han florecido los polímatas, el capítulo siguiente ofrece un breve esbozo de algunos eruditos de amplias miras, desde los antiguos griegos hasta el final de la Edad Media, junto con algunos comentarios, aún más escuetos, sobre China y el mundo islámico. Escribir ese capítulo le exigió al autor salir de su propia zona de confort intelectual, pero para poder escribir sobre los polímatas uno tiene que estar dispuesto a nadar hasta donde cubre.
2 Alexander Murray (ed.), Sir William Jones, 1746-1794, Oxford, 1998, p. v.
3 Edward Dyker, Dumont Durville: Explorer and Polymath, Dunedin, 2014; D. Ben Rees, The Polymath: Reverend William Rees, Liverpool, 2002.
4 Edward Carr, «The Last Days of the Polymath», Intelligent Life, otoño de 2009; Burke, «The Polymath», en Smith y Philsooph, Explorations... cit., pp. 67-79; Eric Monkman y Bobby Seagull, «Polymathic Adventure», BBC Radio 4, 21 de agosto de 2017. Para una visión general reciente, que maneja una definición más amplia de «polímata» que la mía, vease Waqas Akbar Ahmed, The Polymath: Unlocking the Power of Human Versatility, Chichester, 2019.
5 Citado por Woodruff D. Smith, Politics and the Sciences of Culture in Germany, 1840-1920, Nueva York, 1991, p. 138.
6www.dubage.com/API/ThePolymath.html, consultado el 15 de julio de 2016.
7 El amigo era Leonard Woolf, citado en Richard Davenport-Hines, Universal Man: The Seven Lives of John Maynard Keynes, Londres, 2015, p. 7; Keynes citado en ibíd., p. 137.
8 Para un análisis comparativo de las primeras fases del «disciplinamiento», véase Geoffrey Lloyd, Disciplines in the Making, Oxford, 2009.
9 Carr, «The Last Days of the Polymath», sobre el juez Richard Posner. Un ejemplo similar es el de Amartya Sen en los campos de las ciencias económicas y la filosofía.
10 «la prosopographie des savants... a toujours été une de mes passions», Pierre Bayle a su hermano Jacob, 1675, citado en Hubert Bost, Pierre Bayle, París, 2006, p. 387. Dicha prosopografía la aportó Christian Gottlieb Jöcher en su Allgemeines Gelehrten-Lexicon, Leipzig, 1750.
11* Traducción de J. Cosyaga, Confesiones, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1986 (N. del T.).
12 Agustín, De vera religione, sección 49.
13 Peter Burke, Exiles and Expatriates in the History of Knowledge, 1500-2000, Waltham, 2017 [Pérdidas y ganancias: exiliados y expatriados en la historia del conocimiento de Europa y las Américas, 1500-2000, Tres Cantos, Akal, 2018].
14 Leo Rosten, «Harold Lasswell: A Memoir», en Arnold A. Rogow (ed.), Politics, Personality and Social Science in the 20th Century, Chicago, 1969, pp. 1-13, aquí p. 5.
15 «Henry Holorenshaw», «The Making of an Honorary Taoist», en Mikuláš Teich y Robert Young (eds.), Changing Perspectives in the History of Science, Londres, 1973, pp. 1-20, aquí p. 1.
16 Johann Heinrich Alsted, Encyclopaedia, 1630, prefacio.
17 Isaiah Berlin, The Hedgehog and the Fox: An Essay on Tolstoy’s View of History, Londres, 1953 [El erizo y la zorra, Barcelona, Península, 2002]. Cfr. Stephen J. Gould, The Hedgehog, the Fox and the Magister’s Pox, Londres, 2003 [Érase una vez el erizo y el zorro: las humanidades y la ciencia en el tercer milenio, Barcelona, Crítica, 2004], un llamamiento «a una fructífera unión de estos polos aparentemente opuestos» (p. 5).
18 Pamela H. Smith, The Business of Alchemy: Science and Culture in the Holy Roman Empire, Princeton, 1994, p. 14; Mikuláš Teich, «Interdisciplinarity in J. J. Becher’s Thought», en Gotthardt Frühsorge y Gerhard F. Strasser (eds.), Johann Joachim Becher, Wiesbaden, 1993, pp. 23-40.
19 Paula Findlen (ed.), Athanasius Kircher: The Last Man Who Knew Everything, Londres, 2004.
20 Andrew Robinson, Thomas Young: The Last Man Who Knew Everything, Londres, 2006; Leonard Warren, Joseph Leidy: The Last Man Who Knew Everything, New Haven, 1998; David Schwartz, The Last Man Who Knew Everything: The Life and Times of Enrico Fermi, Nueva York, 2017, p. 365. En la lista de Hmolpedia, «Last person to know everything», http://www.eoht.info/page/Last+person+to+know+everything figuran no menos de dieciocho individuos.
21 Sandro Montalto (ed.), Umberto Eco: l’uomo che sapeva troppo, Pisa, 2007. Cfr. Stephen Inwood, The Man Who Knew Too Much: The Strange and Inventive Life of Robert Hooke, Londres, 2002, y David Leavitt, The Man Who Knew Too Much: Alan Turing and the Invention of the Computer, Londres, 2006 [Alan Turing: el hombre que sabía demasiado, Barcelona, Antoni Bosch, 2008].
22 Croce fue descrito así por Antonio Gramsci, Simon por Ha-Joon Chang, 23 Things They Don’t Tell You about Capitalism, Londres, 2011, p. 173 [23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo, Barcelona, Debate, 2012]; Maurice Goldsmith, Joseph Needham: Twentieth-Century Renaissance Man, París, 1995; Steiner, descrito por Antonia Byatt; Florensky, por Avril Pyman, Pavel Florensky, a Quiet Genius: The Tragic and Extraordinary Life of Russia’s Unknown Da Vinci, Nueva York, 2010; Lasswell, por Steven A. Peterson, «Lasswell, Harold Dwight», en Glenn H. Utter y Charles Lockhart (eds.), American Political Scientists: A Dictionary, 2.ª ed., Westport, 2002, pp. 228-230, aquí p. 229, y por Bruce L. Smith, «The Mystifying Intellectual History of Harold D. Lasswell», en Rogow, Politics..., cit., p. 41.
23 N. J. Pearce, «Janet Beat: A Renaissance Woman», Contemporary Music Review 11 (1994), p. 27; Melanie Davis, «Sandra Risa Leiblum, Ph.D: Sexology’s Renaissance Woman», American Journal of Sexuality Education 5 (2010), pp. 97-101.
24 Cfr. Robert K. Merton, «The Matthew Effect in Science», Science 159 (1968), n.º 3810, pp. 56-63, que examina la posterior atribución a científicos más importantes los descubrimientos realizados por científicos de segundo orden, lo que viene a ilustrar la idea expresada en el Evangelio de San Mateo: «al que tiene le será dado».
25 Burnet a Leibniz, 27 de febrero de 1699, citado en Maria Rosa Antognazza, Leibniz: An Intellectual Biography, Cambridge, 2009, p. 559.
En una era anterior a las disciplinas, o en una época como la Edad Media, cuando solo existían unas pocas disciplinas académicas, tal vez un concepto como «polímata» no resultaba muy necesario. La curiosidad de amplias miras era normal en aquellos tiempos, e incluso podríamos definirla como la configuración por defecto. Y lo mismo ocurría con la práctica de escribir libros sobre una amplia variedad de temas. Dado que había muchas menos cosas que saber que las que hubo a partir del Renacimiento, aún resultaba posible —con un inmenso esfuerzo— dominar por lo menos las formas predominantes del saber (al margen de los conocimientos requeridos para muchas prácticas cotidianas). En cualquier caso, ya en la antigüedad clásica (tanto griega como romana), en la China tradicional, en el mundo islámico, y durante la Edad Media occidental, numerosos individuos eran admirados por la inusual amplitud de sus conocimientos —y asimismo unos pocos ya eran criticados por su falta de profundidad.
Al igual que muchos otros debates, el análisis del valor del saber se registra por primera vez en la antigua Grecia. El filósofo Heráclito (c. 535-c. 475 a. C.), al hablar sobre distintos individuos polifacéticos, afirmaba que «mucha erudición (polimathiē) no enseña comprensión (noos)» (Fragmento 40)26. En el otro lado del debate, el filósofo Empédocles (c. 495-435 a. C.) afirmaba que «aprender (mathē) aumenta la sabiduría» (Fragmento 17), mientras que sin duda es significativo que algunos griegos veneraran a la diosa Polimatheia.
Ese debate iba a repetirse de distintas formas a lo largo de los siglos, siempre el mismo en su esencia, pero siempre distinto en sus énfasis y sus circunstancias. El conflicto esencial es entre la amplitud y la profundidad, entre el «zorro» de Isaiah Berlin, que «sabe muchas cosas», y su «erizo» que «sabe una cosagrande». Sin embargo, en distintos lugares y periodos ese contraste acaba enredándose con los conflictos entre los amateurs y los expertos, entre la teoría y la práctica, entre el conocimiento puro y el conocimiento aplicado, entre el detalle y el cuadro general, entre el rigor y el impresionismo27.
Si pasamos de las generalizaciones a los individuos con un inusual apetito de distintos tipos de conocimiento, podríamos empezar por Pitágoras y los sofistas, aunque lo único que sabemos de ellos es a través de los testimonios de sus discípulos o de sus críticos, junto con unos pocos fragmentos supervivientes de sus escritos.
Los asuntos que interesaban a Pitágoras de Samos (c. 570-c. 495 a. C.), un maestro espiritual o gurú, que fundó algo parecido a una secta, iban desde la reencarnación hasta el atletismo y el vegetarianismo (aunque sus seguidores tenían prohibido comer judías). Se le recuerda como matemático, y sobre todo por ser autor de un famoso teorema, aunque muchos lo cuestionan. Las reacciones a Pitágoras, al igual que las respuestas a muchos otros polímatas posteriores, eran diversas. Una vez más, Empédocles y Heráclito adoptaron posturas opuestas. Empédocles elogiaba a Pitágoras por considerarlo «un hombre de inmensos conocimientos», mientras que Heráclito le criticaba porque lo consideraba «el príncipe de los impostores» (o de los «charlatanes»: kopidōn).
Quienes abarcaban un espectro más amplio que Pitágoras eran los denominados «sofistas», que podríamos definir como enciclopedias ambulantes. Eran maestros itinerantes de una amplia variedad de materias, de todo un currículo (el significado original del término griego encyklios paideia, del que deriva nuestro vocablo «enciclopedia»). Algunos de ellos decían ser capaces de responder a cualquier pregunta, y dejaban que sus oyentes les consultaran de la misma forma que nosotros consultamos las enciclopedias impresas u online.
Uno de los más famosos de aquellos sofistas fue Hipias de Elis (c. 460-c. 399 a. C.), que supuestamente enseñaba astronomía, matemáticas, gramática, retórica, música, historia, filosofía y el arte de la memoria (un arte de una evidente utilidad para los oradores). Hoy es recordado gracias a un diálogo de Platón, Hipias menor, donde aparece como un hombre arrogante cuyas pretensiones son destrozadas por Sócrates. En el diálogo, Hipias presume de que es capaz de «hablar sobre cualquier cosa que elija cualquiera entre las materias que he preparado para mi exposición, y de responder a cualquier pregunta que me formule cualquier persona»28.
En el lado positivo, Aristóteles (384-322 a. C.) se hizo famoso por sus escritos sobre una gran variedad de asuntos. En su caso, la amplitud no parece haber dado lugar a la acusación de superficialidad. A Aristóteles se le recuerda casi siempre como un filósofo interesado por la lógica, la ética y la metafísica, pero también escribió sobre matemáticas, retórica, poesía, teoría política, física, cosmología, anatomía, fisiología, historia natural y zoología29.
Dos versátiles eruditos fueron comparados con atletas, Posidonio de Rodas (c. 135-c. 51 a. C.) y Eratóstenes de Cirene (245-194 a. C.).
Posidonio, apodado «el Atleta», escribió sobre filosofía, astronomía, matemáticas, geografía e historia. Por qué le pusieron ese apodo es una pregunta fascinante. Los atletas eran respetados en la antigua Grecia, y ya hemos señalado el paralelismo entre la disciplina necesaria para ser un buen atleta y para ser un erudito. En los Juegos Olímpicos había un lugar para lo que posteriormente se denominaría un «atleta completo», sobre todo en los cinco eventos que se celebraban el mismo día, el «pentatlón». Por otra parte, no es un buen indicio que la comparación del polímata con el atleta se remonte a la descripción de Hipias que hace Sócrates en el diálogo de Platón.
El caso de Eratóstenes de Cirene presenta una ambigüedad parecida. Eratóstenes, el bibliotecario a cargo de la biblioteca más famosa del mundo grecorromano, la de Alejandría, era apodado «Pentathlos» por su combinación de intereses en cinco materias. En realidad, Eratóstenes estudió lo que, en los términos de hoy en día, serían por lo menos siete materias: gramática, literatura, filosofía, geometría, geografía, matemáticas y astronomía. Eratóstenes también era conocido como «Beta», un apodo que recuerda a la descripción que hacía un historiador británico de uno de sus colegas, al que calificaba de «capitán del segundo once». En otras palabras, es por lo menos igual de probable que el apodo de «Pentathlos» fuera una crítica o por el contrario un homenaje30.
En Roma, a diferencia de Grecia, encontramos no solo elogios a los intelectuales completos más destacados, sino también recomendaciones a los estudiantes de determinadas disciplinas para que adquirieran un amplio conocimiento, tal vez como antídoto a una especialización que iba imponiéndose poco a poco.
Cicerón (106-43 a. C.), uno de los oradores más elocuentes del mundo romano, comenzaba su tratado sobre el orador (De oratore) haciendo hincapié en la necesidad de un saber amplio (scientia […] rerum plurimarum) como condición para el éxito en ese arte. El tratado prosigue en forma de diálogo entre Marco Craso y Marco Antonio, en el que Craso afirma que «sea cual sea el asunto», el orador hablará mejor sobre cualquier rama del saber que alguien que se limite exclusivamente a ella31. Otro famoso tratado de retórica, el Institutes, de Marco Fabio Quintiliano (35-100 d. C.), también argumenta que el orador en potencia necesita conocer todas las materias. El autor cita los nombres de ocho polímatas, cinco griegos —entre ellos Hipias— y tres romanos, entre ellos Cicerón. El contexto, curiosamente, es la creciente especialización de los retóricos, junto con los gramáticos y los juristas32.
Un argumento parecido al de Cicerón y Quintiliano sobre el orador lo planteó Marco Vitruvio Polión (fallecido en 15 d. C.) para los arquitectos. Vitruvio afirmaba que su profesión era una rama «multidisciplinar» del saber (scientia pluribus disciplinis et variis eruditionibus ornata). Según él, el arquitecto ideal debería tener conocimientos de literatura, dibujo, geometría, historia, filosofía, música, medicina, derecho y «astrología» (que incluía lo que nosotros llamamos «astronomía»)33.
Entre los polímatas ejemplares figuran un expatriado griego, Alejandro de Mileto (Lucio Cornelio Alejandro, fallecido en 36 a. C.), que fue llevado a Roma como maestro esclavo y apodado «Polihistor», es decir un individuo que indaga en muchas cosas. En los textos clásicos se menciona a menudo a tres polímatas romanos: Catón, Varrón y Plinio el Viejo.
Marco Porcio Catón, también conocido como Catón en Viejo (234-149 a. C.), era citado por Quintiliano por sus conocimientos sobre la guerra, filosofía, oratoria, historia, derecho y arquitectura, y por el Craso de la obra de Cicerón porque «no había nada que pudiera saberse y aprenderse en aquel periodo [cien años antes] que él no hubiera investigado, adquirido y, lo que es más, sobre lo que no hubiera escrito»34. En su larga vida, en la que también ocupó cargos políticos y militares, Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.) escribió más de setenta obras sobre las antigüedades, el lenguaje, historia, derecho, filosofía, literatura y navegación, por no hablar de sus sátiras. Cicerón describía a Varrón como «un hombre que destacaba por su intelecto y su saber universal» (vir ingenio praestans omnique doctrina), mientras que Quintiliano afirmaba que Varrón escribió sobre «muchos, casi todos los tipos de conocimiento» (Quam multa paene omnia tradidit Varro!)35. Del tratado de Varrón sobre las «disciplinas», en plural (disciplinae) se ha dicho que fue «la primera enciclopedia de la que se tiene constancia con certeza»36. El texto se ha perdido, pero se sabe que trataba sobre las siete artes liberales, sobre arquitectura y sobre medicina.
Plinio el Viejo (23-79 d. C.) practicaba el derecho, comandó una flota, y fue asesor de los emperadores, pero, como observaba un sobrino suyo, «consideraba que todo el tiempo que no se dedicaba al estudio era tiempo desperdiciado». Algunos esclavos le leían en voz alta mientras él dictaba a otros. Plinio escribió sobre gramática, retórica, historia militar y política, y sobre el arte de combatir a caballo, así como la Historia natural enciclopédica que le hizo famoso, y que abarca mucho más de lo que posteriormente se entendió por «historia natural». En el prefacio, el autor presume de que había consultado aproximadamente dos mil volúmenes y que ni un solo autor griego había escrito sobre todos los aspectos de su materiasin ayuda de terceros. Aunque basaba algunas afirmaciones en sus propias observaciones, Plinio fue básicamente un compilador. Por otra parte, en el prefacio de su Historia natural denunciaba a los plagiarios. Es posible que adivinara que su propia obra iba a ser plagiada en los siglos venideros.
Sería extraño que la curiosidad omnívora y el conocimiento sobre una amplia variedad de materias no se diera fuera de la tradición occidental. De hecho, «estudiar con amplitud» es una famosa expresión del texto clásico Zhongyong («Doctrina de la media»). Los chinos tenían una palabra, o varias, para designar la polimatía: boxue («amplios estudios») o bowu («amplia erudición»), mientras que el término para designar a una persona que dominara esos estudios era boshi, «erudito de amplios conocimientos». Esos conceptos surgieron entre los siglos V y II a. C.37.
Al igual que los griegos, también los eruditos chinos entraron en un debate sobre la variedad de los estudios, lo que tuvo importantes consecuencias para el famoso sistema de selección de los funcionarios públicos a través de un examen competitivo38. Durante la dinastía Song (960-1279), los exámenes exigían tener conocimientos sobre los clásicos, la poesía, la historia y la política. En un famoso documento relativo a un fallido intento de reforma, «El memorial de las diez mil palabras», el estadista Wang Anshi (1021-1086) se quejaba de la generalidad de la educación de los futuros administradores. Wang afirmaba que la capacidad de gobernar «se desarrollaba mejor a través de la especialización, y que se echaba a perder por culpa de una excesiva variedad de materias a estudiar»39. Durante los siglos posteriores, el péndulo osciló entre los estudios especialistas y los estudios generalistas. Por ejemplo, en sus Instrucciones para la vida práctica, Wang Yangming (1472-1529) menospreciaba los estudios en diversas materias por considerarlos superficiales, y prefería el conocimiento y el cultivo del yo a cualquier tipo de conocimiento del mundo exterior40. Por otra parte, en 1679 y 1736 se convocaron exámenes sobre «unaamplia erudición y un vocabulario extenso»41.
Las comparaciones resultan difíciles debido a las diferencias en la terminología —por ejemplo, «en el pensamiento clásico chino no hay un término que se corresponda con la palabra griega philosophia»—, así como en la clasificación. Los «mapas de las disciplinas intelectuales relevantes, teóricas o prácticas, y aplicadas, son muy distintos tanto de los de los griegos como de los nuestros»42. Las diferencias entre los paquetes de estudios chinos y griegos también suponen un obstáculo para la comparación. Por ejemplo, la teoría de la música, el arte de la adivinación y la crítica de la pintura y la caligrafía eran materias importantes para los eruditos chinos.
La vida y la obra de tres eruditos chinos en concreto puede dar cierta idea de la variedad del saber y de los asuntos que interesaban a los polímatas chinos. Hui Shi (370-310 a. C.), que vivió en el periodo de los «Reinos combatientes», tenía unos intereses muy diversos. Sus obras se han perdido, pero se le evoca vívidamente enel texto taoísta Zhuangzi, una famosa recopilación de anécdotas. Según ese texto, Hui Shi era «un hombre de muchos recursos», mientras que «sus escritos podían llenar cinco carruajes». Por otra parte —una crítica recurrente a los polímatas—, el texto afirma que Hui «abusó y dilapidó sus talentos sin conseguir nada en realidad»43.
Entre las figuras más destacadas de la dinastía Song figuran dos eruditos-funcionarios, Su Song (1020-1101 d. C.) y Shen Kuo (1031-1095 d. C.). Su Song es famoso sobre todo por la construcción de una torre para uso de los astrónomos de la corte, y por describir su reloj mecánico, que estaba impulsado por una noria hidráulica, en un tratado ilustrado. Su Song también confeccionó mapas, incluidos varios mapas estelares. Junto con sus ayudantes, Su redactó un tratado sobre lo que hoy denominamos farmacología, que analizaba los usos medicinales de las plantas, los minerales y los animales44.
En cuanto a Shen Kuo, se le ha descrito como «probablemente el personaje más interesante de todas las ciencias chinas»45. Escribió sobre los rituales, sobre el tianwen (que combinaba la astronomía y la astrología), sobre música, matemáticas, medicina, la administración, el arte de la guerra, la pintura, el té, la medicina y la poesía, y también confeccionó mapas (incluido uno de los primeros mapas en relieve). Cuando le enviaron a Mongolia como embajador, Shen tomó notas sobre las costumbres de los pueblos que encontró allí. Un cronista de la época comentaba el «amplio» saber de Shen, mientras que en el siglo XX se le calificó como el Leibniz chino (aunque, a diferencia de Leibniz, aparentemente Shen no intentó integrar sus distintos tipos de conocimientos)46. La obra más famosa de Shen, escrita después de que le obligaran a retirarse de la función pública, fue una recopilación de lo que podríamos denominar «ensayos», titulada Mengxi Bitan («Diálogos con el pincel en el arroyo de los sueños»), y organizada conforme a las categorías de muchas enciclopedias chinas, entre ellas «Usos antiguos», «Crítica filológica», «Acontecimientos extraños» y «Caligrafía y pintura»47. El género misceláneo de los «diálogos con el pincel» (bitan) era ideal para un polímata.
Las comparaciones y las diferencias entre los polímatas de la antigua Grecia y de China pueden ser esclarecedoras, siguiendo la línea de una explicación clásica del estudio de la naturaleza en esas dos culturas48. Las contribuciones de los polímatas griegos al saber están vinculadas a sus trayectorias como maestros, algo que tenían en común Pitágoras, Sócrates, Platón y los sofistas. Las contribuciones de los polímatas a partir de la dinastía Han se desarrollaron de acuerdo con su trabajo como funcionarios del Estado en una cultura donde se esperaba que los candidatos que aprobaran los exámenes estatales fueran generalistas, no especialistas. Gracias a esa expectativa común, los funcionarios británicos (que tenían que aprobar unos exámenes que originalmente se inspiraron en el sistema chino) a menudo son denominados «mandarines».
Entre los polímatas ya mencionados, Su Song fue presidente del Ministerio de Personal, y posteriormente, ministro de Hacienda, mientras que Shen Kuo fue en una ocasión jefe de la Oficina de Astronomía. También se dedicó a supervisar el drenaje de los ríos, fue funcionario de Hacienda, y estuvo al mando de un ejército. Los diversos intereses de Shen estuvieron «condicionados por su experiencia como funcionario»49. La oportunidad de escribir sus ensayos le llegó cuando cayó en desgracia, después de que la facción a la que pertenecía perdiera el poder (en Europa, si podemos contar con dos obras importantes como son El Príncipe, de Maquiavelo, y La historia de la Rebelión, de lord Clarendon, fue gracias a unas circunstancias parecidas).
Volviendo a la tradición occidental, vemos que en la antigüedad tardía y la Alta Edad Media se asistió tanto a una crítica como a una pérdida del saber secular. Muchos destacados escritores cristianos se oponían al saber en general. Uno de ellos era Tertuliano (c. 155-c. 240 d. C.), que afirmaba que desde Cristo «no necesitamos la curiosidad» (nobis curiositate non est). Otro era, como hemos visto, san Agustín, que criticaba la curiosidad «vana», «amparada en nombre de la comprensión y el conocimiento» (vana et curiosa cupiditas nomine cognitionis et scientiae palliata)50.
Aunque laAlta Edad Media ya no se contempla como «la edad de las tinieblas», como una época de ignorancia, resulta difícil negar la pérdida de conocimiento, o más exactamente de determinados conocimientos, entre los años 500 y 1000. El declive de las ciudades vino acompañado por el declive de la alfabetización. Las bibliotecas disminuyeron. Plinio tenía acceso a dos mil libros, pero en el siglo IX las bibliotecas de los monasterios de Reichenau y San Galo (Sankt Gallen), que en su día fueron importantes centros intelectuales, solo disponían de aproximadamente cuatrocientos libros cada una. Mientras que los polímatas de siglos posteriores tuvieron que enfrentarse al problema de que había «demasiado por saber», los de la Alta Edad Media sufrían el problema de que había «demasiado poco». En Europa occidental se perdió el conocimiento del griego, y con él el conocimiento de una gran parte de la tradición clásica, condenada por pagana. Muchos textos, incluido el estudio que hizo Varrón del conocimiento de los antiguos, dejaron de copiarse, y por consiguiente desaparecieron. Gran parte del saber médico y matemático se perdió. En la correspondencia entre dos eruditos del siglo XI, Raginbold de Colonia y Radolf de Lieja, ambos debaten acerca de lo que podría significar la expresión «los ángulos interiores» de un triángulo. Como ha señalado un destacado medievalista, se trata de un «contundente recordatorio de la enorme ignorancia científica a la que se enfrentó aquella época»51.
En esa situación, una de las principales tareas de los eruditos fue una operación de salvamento, un intento de conservar y reunir lo que quedaba de la tradición clásica, en vez de aportarle más cosas (los denominados invasores «bárbaros» del Imperio Romano trajeron consigo sus propios conocimientos, pero habitualmente se transmitían oralmente, de modo que no pudieron sobrevivir al paso de los siglos). Al tiempo que los eruditos de aquella época recopilaban los fragmentos del saber de los antiguos griegos y romanos, también los clasificaban, tanto en el currículo de las escuelas adjuntas a las catedrales y en las enciclopedias. Las «siete artes liberales» acabaron subdividiéndose en el trivium (gramática, lógica y retórica, las tres materias relacionadas con las palabras) y el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y teoría de la música, las cuatro materias que tenían que ver con los números).
Podría decirse que en aquellas circunstancias ser un polímata resultaba más fácil que antes, dado que había menos cosas que estudiar. Por otra parte, encontrar los libros necesarios resultaba más difícil. Los eruditos de amplio espectro que pudieran reunir los fragmentos del saber eran aún más necesarios que antes. Entre los eruditos más destacados de aquel periodo están Boecio, Isidoro de Sevilla y Gerberto de Aurillac52.
Boecio (c. 480-524) fue un senador romano, cónsul y magister officiorum, es decir jefe de los funcionarios que servían a Teodorico, rey de los ostrogodos, que se había instalado en Italia, a las afueras de Rávena. Boecio, famoso sobre todo por su libro La consolación de la filosofía, también escribió sobre lógica, retórica, aritmética, música y teología, y además tradujo o comentó textos de Pitágoras, Aristóteles, Platón, Arquímedes, Euclides, Tolomeo y Cicerón. En sus tiempos, a Boecio se le describió como un «hombre engrosado con mucha erudición» (multa eruditione saginatum)53. Como Boecio era consciente de la amenaza que sufría el conocimiento en su tiempo, y de la necesidad de conservarlo, salvó una parte considerable del saber de los griegos por el procedimiento de ponerlo a disposición de los que sabían leer latín54.
Isidoro de Sevilla (c. 560-636) tituló su enciclopedia Etimologías porque iniciaba la exposición de cada asunto (el primero de los cuales es la «disciplina»), con el origen de la palabra que lo designaba, empezando por las siete artes liberales y siguiendo con la medicina, el derecho, la teología, las lenguas, los animales, el cosmos, los edificios, los barcos, la comida y la vestimenta (cabe destacar su interés por los conocimientos técnicos). Isidoro, conocido como el «Varrón cristiano», de hecho cita a Varrón veintiocho veces, pero de segunda mano, un recordatorio de que en la Alta Edad Media ya se habían perdido las obras de muchos escritores de la antigüedad. Se cree que Isidoro tenía un equipo de ayudantes55.
Gerberto de Aurillac (c. 946-1003) fue un monje francés que estudió en España y dio clases en la escuela de la catedral de Reims, posteriormente fue nombrado abad del famoso monasterio de Bobbio, en el norte de Italia, y por último fue elegido papa, adoptando el nombre de Silvestre II. Sus intereses iban desde la literatura latina, sobre todo los poemas de Virgilio y las obras de teatro de Terencio, hasta la música, las matemáticas, la astronomía y lo que hoy llamamos «tecnología» —utilizaba un astrolabio y un ábaco, y se dice que construyó un órgano.
Al igual que Plinio, Gerberto dedicaba sus horas de vigilia al estudio. «En el trabajo y en el ocio», decía de sí mismo, «enseño lo que sé y aprendo lo que no sé»56. Su erudición se hizo legendaria. El cronista William de Malmesbury, un monje inglés del siglo XII, escribió que Gerberto asimiló el quadrivium con tanta facilidad que hacía que esas disciplinas parecieran estar «por debajo del nivel de su inteligencia», y también que superaba a Tolomeo, el erudito de Alejandría, en el estudio de la astrología. Además, William decía que Gerberto era nigromante, ya que nadie podía saber tanto sin ayuda sobrenatural, y describía cómo construyó la cabeza de una estatua que respondía a todas sus preguntas, el equivalente de Alexa en el siglo X57. La anécdota dice más sobre las expectativas normales en los siglos X y XI que sobre Gerberto, aunque probablemente debería interpretarse como una expresión de asombro, no tanto por el hecho de que dominara distintas disciplinas, sino de que supiera cosas que no sabía nadie más, por lo menos en Europa occidental.
Otro motivo de la desconfianza de William de Malmesbury hacia Gerberto era que aprendía cosas de los musulmanes (a saracenis). En efecto, cuando estudiaba en Cataluña, Gerberto hizo justamente eso. En la época que le tocó vivir, los eruditos de origen árabe, túrquico y persa habían recuperado mucho más saber de los griegos que el que había en Europa occidental. Los textos griegos se tradujeron al árabe y al pahlavi, directa o indirectamente (a través de los eruditos cristianos de habla siríaca). Algunos de los eruditos más cultos del mundo islámico entre los siglos X y XII escribieron comentarios sobre las muchas obras de Aristóteles, o atribuidas a él, y es posible que eso les inspirara para emular la amplitud de su saber.
Los árabes tenían una expresión que significaba algo parecido a «polímata»: tafannun fi al-‘ulum, un erudito cuyo saber tenía «muchas ramas» (mutafannin). No obstante, aunque el paquete de disciplinas que tenían que dominar los eruditos era similar al paquete occidental, ambos no eran idénticos. La palabra árabe falsafa equivale a «filosofía» —de hecho, es la misma palabra, que pasó del griego al árabe— mientras que fikh se traduce como «derecho», y adab equivale más o menos a lo que los griegos denominaban paideia, concebida para engendrar al adib, al «gentilhombre erudito». El bagaje intelectual de ese tipo de erudito «habitualmente consistía en un formidable despliegue de las artes y las ciencias de su época: una red hecha de ciencias religiosas, poesía, filología, historia y crítica literaria, junto con una sólida familiaridad con las ciencias naturales, desde la aritmética hasta la medicina y la zoología»58.
De forma parecida a lo que decían Quintiliano sobre el orador y Vitruvio sobre el arquitecto, el gran erudito Abenjaldún (Ibn Jaldún), cuyos logros se examinarán más adelante, afirmaba que un buen secretario «tendrá que interesarse por las principales ramas de la erudición»59. En aquella época, las ramas más apartadas de las disciplinas occidentales eran la interpretación del Corán (tafsir), el estudio de los relatos sobre las palabras y los actos de Mahoma (hadith) y lo que hoy denominamos «farmacología» (saydalah). La clasificación del saber incluía subdivisiones como el «conocimiento racional» (al-‘ulum al-‘aqliyya) y el «conocimiento de los antiguos» (al-‘ulum al-awa’il).
Otra forma de elogiar a los eruditos islámicos era calificarlos de «completos» (kāmil). Se ha sugerido que «El polifacetismo era una cualidad que perseguían todos los hombres con erudición»60. La educación que se ofrecía en las madrasas, las escuelas dependientes de las mezquitas, alentaba ese polifacetismo, dado que los estudiantes podían pasar fácilmente de un maestro (shaykh) a otro. Un estudio sobre el Damasco medieval argumenta que «lo ideal era el contacto con muchos campos y muchos shaykhs, más que la formación especializada en materias individuales»61.
Resulta difícil, cuando no imposible, evaluar cuáles fueron las contribuciones al saber que hicieron muchos polímatas como estos. Generalmente se creía, tanto en el mundo islámico como en el Occidente medieval, que la función del erudito era transmitir el saber tradicional, más que transmitir algo nuevo. Aunque se llevaban a cabo algunas investigaciones empíricas, y pese a que se hicieron bastantes descubrimientos, muchas obras cultas asumían la forma de comentarios sobre los libros de eruditos anteriores. En cualquier caso, en las culturas manuscritas normalmente hay menos énfasis en los autores individuales que en las culturas de la palabra impresa. Las obras de los discípulos podían circular a nombre de sus maestros, mientras que a menudo los copistas tenían cierta libertad para excluir pasajes del texto que estaban transcribiendo, o incluso incluir pasajes nuevos (algunos tratados maldecían a los escribas que modificaban el texto de esa forma).
Entre los eruditos polifacéticos del mundo islámico figuran estas cuatro importantísimas figuras, que vivieron entre los siglos IX y XIV (según la cronología occidental): Al-Kindi, Ibn Sina (más conocido como Avicena) Ibn Rushd (Averroes) e Ibn Jaldún (Abenjaldún)62.
Al-Kindi (801-873) procedía de Basora y estudió en Bagdad. Escribió sobre filosofía, matemáticas, música, astronomía, medicina, óptica y cifrado de mensajes, así como sobre la fabricación de vidrio, joyería, armaduras y perfumes, unos campos de conocimiento práctico que hacen de Al-Kindi una figura comparable al erudito chino Su Song, que mencionábamos más arriba. Un escritor del siglo XIV describía a Al-Kindi como «un hombre versátil», que dominaba «la filosofía en todas sus ramas»63. Además, un estudio reciente menciona «la asombrosa variedad de asuntos que interesaban a Al-Kindi»64. Como no podía ser de otra forma, Leonardo da Vinci estudió algunos de sus escritos.
Avicena (c.
