Ignorancia - Peter Burke - E-Book

Ignorancia E-Book

Peter Burke

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Beschreibung

A lo largo de la historia, cada generación se ha considerado a sí misma más sabia que la anterior. Los humanistas del Renacimiento pensaron la Edad Media como una era de oscuridad; los filósofos de la Ilustración intentaron combatir la superstición con la razón; el moderno Estado de bienestar buscó acabar con el "gigante" de la ignorancia, y en el mundo hiperconectado de hoy en día, la información se nos ofrece de manera aparentemente ilimitada. ¿Pero qué hay de los conocimientos perdidos a lo largo de los siglos? ¿Realmente somos menos ignorantes que nuestros antepasados? En este relato sumamente original, Peter Burke examina la larga historia de la ignorancia humana en religión y ciencia, guerra y política, economía y catástrofes. Y saca a la luz episodios sorprendentes que ilustran las muchas formas de ignorancia que han moldeado nuestra civilización, desde aquellos políticos que redibujaron las fronteras de Europa en 1919 hasta los negacionistas del cambio climático. El resultado es una exploración brillante, impregnada de ironía y buen sentido del humor, de las horas más bajas y estúpidas de la humanidad.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Peter Burke

IGNORANCIA

UNA HISTORIA GLOBAL

Traducción del inglés por Cristina Macía Orio

Para los maestros del mundo entero, los héroesde la lucha cotidiana por remediar la ignorancia.

La educación no es cara. Lo que es caro es la ignorancia.

LEONEL BRIZOLA

¿Qué campo más amplio puede haberque un tratado sobre la ignorancia?

PETRARCA

ÍNDICE

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

PARTE I. LA IGNORANCIA EN LA SOCIEDAD

1. ¿Qué es la ignorancia?

2. Lo que dicen los filósofos sobre la ignorancia

3. Ignorancia colectiva

4. El estudio de la ignorancia

5. Historias de la ignorancia

6. La ignorancia de la religión

7. La ignorancia de la ciencia

8. La ignorancia de la geografía

PARTE II. CONSECUENCIAS DE LA IGNORANCIA

9. La ignorancia en la guerra

10. La ignorancia en los negocios

11. La ignorancia en la política

12. Sorpresas y catástrofes

13. Secretos y mentiras

14. Futuros inciertos

15. La ignorancia del pasado

CONCLUSIÓN. EL NUEVO CONOCIMIENTO Y LA NUEVA IGNORANCIA

LECTURAS ADICIONALES

GLOSARIO

CRÉDITOS

PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS

La ignorancia, entendida como ausencia de conocimiento, no parece en principio un tema de discusión; como dijo una persona que conozco, un libro acerca de la ignorancia tendría las páginas en blanco. Pero está despertando un interés creciente, estimulado por las espectaculares exhibiciones de ignorancia por parte de Trump y Bolsonaro, por no mencionar otros gobiernos1.

De hecho, el proyecto multidisciplinar que conocemos como «estudios de la ignorancia» ha ido cobrando impulso desde hace treinta años, tal como veremos en el capítulo 4, aunque los historiadores rara vez han tomado parte hasta hace relativamente poco. Parece que ha llegado la hora de examinar el papel de la ignorancia, incluida la ignorancia activa, en el pasado. En mi opinión, este papel se ha subestimado, lo que ha llevado a confusiones, errores de apreciación y otras equivocaciones, a menudo con consecuencias desastrosas. Esto ha quedado más claro que nunca en el momento actual, cuando la respuesta de los gobiernos al cambio climático es escasa y tardía, pero, como espero demostrar más adelante, los tipos de ignorancia y los desastres que provocan son muchos y diversos.

He escrito este libro para dos tipos de personas. Primero, para los lectores en general. Cada individuo es una combinación única de conocimientos e ignorancia, o, como prefiero decirlo yo, conocimientos e ignorancias, así que el tema es sin duda de interés general. Segundo, para otros estudiosos, no necesariamente de mi propio campo, sino de todas las disciplinas en las que se trabaja ahora con la ignorancia. Espero y deseo que este intento de mostrar una «imagen general» de lo que se ha hecho y lo que se puede hacer anime a los estudiosos más jóvenes a adentrarse en lo que no es todavía un «campo» y, por supuesto, a criticar, matizar y refinar mis conclusiones provisionales.

Una futura historia de la ignorancia se podrá organizar a la manera tradicional, siglo tras siglo. Esta narrativa dependerá de la identificación de las tendencias generales comunes a los diferentes campos. Si este libro fomenta la aparición de estudios en el futuro, me daré por muy satisfecho. Por el momento, dada la actual ignorancia sobre la historia de la ignorancia, es más realista organizar un estudio general en la forma de una serie de ensayos sobre los diferentes temas.

Al igual que mis anteriores estudios sobre el conocimiento, este libro se centra en Occidente y los quinientos últimos años, aunque también presenta ejemplos tomados de Asia y África. Esta concentración deja lugar a la crítica en dos sentidos diferentes. Por una parte, porque no tiene en cuenta al resto del mundo y los siglos anteriores; por otra, porque va más allá de los límites de mis investigaciones sobre Europa entre el 1500 y el 1800. Espero poder convencer a los lectores de que esta situación, como sucede con otros muchos conflictos, es una cuestión de compromiso. Mis motivos para dedicar tan poco espacio a otras zonas del planeta son muy sencillos: «Ignorancia, señora, pura ignorancia», como dijo en cierta ocasión el doctor Johnson a una dama que le señaló un error en uno de sus libros. Por otra parte, creo firmemente que la comparación y el contraste entre la Europa de principios de la Edad Moderna y la de finales nos ayuda a tener una imagen más clara. El ejemplo de Françoise Waquet, que ha publicado varios libros sobre el conocimiento, todos dedicados a los quinientos últimos años, apoya mi teoría2.

Esta visión más amplia nos descubre que ciertas prácticas que consideramos recientes, como las filtraciones y la desinformación, datan en realidad de hace siglos. También llama la atención hacia los cambios graduales —casi imperceptibles— en lo que no se sabía, que no respetan la división entre «Alta Edad Moderna» y «Baja Edad Moderna». Por tanto, en cada capítulo de este libro se hablará de ejemplos a ambos lados de esa línea divisoria.

La perspectiva general que se presenta aquí se puede considerar el prólogo a una historia futura, un reconocimiento del terreno, con muchos espacios en blanco. La idea de dibujar un mapa de lo desconocido parece en sí una contradicción. Pero, para mí, igual que para otros muchos colegas dedicados a las ciencias sociales y a la historia, es un proyecto viable. Los críticos pueden argumentar que es «prematuro». Mi respuesta es que una visión general de este tipo resultará útil sobre todo al principio del interés en la historia de la ignorancia. Con vistas al futuro, espero animar y orientar a otros autores de futuros estudios presentándoles hipótesis para que las pongan a prueba, alentándolos a situar sus investigaciones en un marco general más amplio. Las excavaciones en profundidad de los especialistas y la visión amplia del generalista se ayudan y estimulan mutuamente.

Al igual que sucedió con mis anteriores libros, he contado con la ayuda de amigos y colegas que han reducido mi ignorancia acerca de las ignorancias con sus consejos, sus comentarios sobre los sucesivos borradores, la mención de huecos que había que llenar y referencias que había que investigar. Quiero dar las gracias a Richard Drayton, Tim Harris, Julian Hoppit, Joe McDermott, Alan Macfarlane, Juan Maiguashca, David Maxwell, Anne Ploin, James Raven, David Reynolds, Jake Soll, Kajsa Weber, Iro Zoumbopoulos y Ghil’ad Zuckermann. También, particularmente, a Geoffrey Lloyd, por compartir conmigo sus vastos conocimientos sobre Grecia y China, y a dos críticos anónimos por sus comentarios constructivos. Un agradecimiento muy especial es para Cao Yijing, por sugerirme que eligiera la ignorancia como tema para las Gombrich Lectures, previstas en principio para 2002, pero que no llegaron a celebrarse; para Lukas Verburgt, compañero de trabajo en el «campo» de la ignorancia, por nuestras conversaciones sobre el tema y por leer todo el borrador; y, una vez más, a Maria Lúcia, por su trabajo con las referencias y sus perspicaces comentarios sobre el borrador.

1Mientras escribo, The Guardian informa que David Puttnam ha dimitido en la Cámara de los Lores acusando a los parlamentarios de «ignorancia supina» (pig-ignorance) en los problemas relativos a la frontera con Irlanda durante las negociaciones del Brexit. Consultado el 16 de octubre de 2021 en https://www.theguardian.com/politics/2021/oct/16/david-puttnam-hits-out-government-quits-house-of-lords.

2Françoise Waquet, Parler comme un livre: L’oralité et le savoir (xvie-xxe siècle) (París, 2003) [ed. cast. Hablar como un libro: la oralidad y el saber entre los siglos xvi y xx. Traducido por Horacio Pons. Madrid: Ampersand, 2021]; Les enfants de Socrate: Filiation intellectuelle et transmission du savoir, xviie-xxie siècle (París, 2008); L’ordre materiel du savoir: Comment les savants travaillent, xvie-xxie siècle (París, 2015); Une histoire émotionelle du savoir, xviie-xxie siècle (París, 2019).

PARTE I.

LA IGNORANCIA EN LA SOCIEDAD

1

¿QUÉ ES LA IGNORANCIA?

La ignorancia, al igual que el conocimiento, es una creación de la sociedad.

MICHAEL SMITHSON

El proyecto de escribir una historia de la ignorancia suena casi tan extraño como la idea de Flaubert de escribir un libro sobre nada, un livre sur rien, «un libro que no dependa de nada externo [...], un libro que casi no tenga tema, o como mínimo que el tema sea casi invisible». En otras palabras, una búsqueda de la forma pura3. Muy consecuente con ello, Flaubert nunca escribió nada acerca de nada. Por el contrario, sobre la ignorancia se ha escrito mucho, casi todo negativo. Hay una larga tradición de denuncia de la ignorancia por diferentes motivos y razones.

Denuncia de la ignorancia

Los arabófonos definen el periodo preislámico como «la era de la ignorancia» (al-Jahiliyya). Durante el Renacimiento, los humanistas fueron los primeros en decir que la Edad Media había sido una etapa de oscuridad. En el siglo XVII, Lord Clarendon, el historiador de la guerra civil de Inglaterra, describió a los padres de la Iglesia como «grandes luces que aparecieron en tiempos muy negros», «tiempos de barbarie e ignorancia»4. Durante la Ilustración, la ignorancia se asociaba con el apoyo al «despotismo», el «fanatismo» y la «superstición», todo lo cual tocaría a su fin en una era de razón y conoci- miento. George Washington, por su parte, declaró que «los cimientos de nuestro imperio no se construyeron en la oscura edad de la Ignorancia y la Superstición»5.

Este tipo de perspectiva siguió vigente mucho tiempo. Por ejemplo, el término al-Jahiliyya ha sido utilizado más recientemente por musulmanes radicales como el intelectual egipcio Sayyd Qutb, dirigido especialmente contra Estados Unidos6. La ignorancia era también uno de los cinco gigantes que prometió matar el político liberal William Beveridge, cuyo informe fue la base del Estado de bienestar británico creado por el gobierno laborista de 1945 (los otros eran la pobreza, la enfermedad, la suciedad y la ociosidad)7.

Más recientemente, en Estados Unidos, Charles Simic ha escrito que «la expansión de una ignorancia que raya en la estupidez es nuestra nueva meta nacional»; mientras que Robert Proctor, cuya investigación se centra en la historia de la ciencia, ha declarado que nuestros tiempos son «la edad de oro de la ignorancia»8. Aunque somos conscientes de que sabemos muchas cosas que no sabían las generaciones anteriores, no somos conscientes de aquello que ellos sabían y nosotros ahora no sabemos. Hay ejemplos de esta pérdida de conocimientos, de la que hablaremos más adelante, que van desde la familiaridad con los clásicos griegos y romanos a la historia natural cotidiana.

En el pasado, una de las principales razones de la ignorancia en los individuos era que circulaba muy poca información en la sociedad. Parte del conocimiento era «precario», como lo define Martin Mulsow: solo se había plasmado en manuscritos y se conservaba escondido porque las autoridades de la Iglesia y el Estado lo rechazaban9. Hoy en día, la paradoja es que el problema estriba en la abundancia, en la «sobrecarga de información». Los individuos experimentan un «aluvión» de in- formación, y a menudo son incapaces de elegir lo que quieren o lo que necesitan, una situación también conocida como «fallo del filtrado». Por lo tanto, nuestra autodenominada era de la información «permite la difusión de la ignorancia tanto como la difusión del conocimiento»10.

Loa a la ignorancia

Frente a la tradición de denuncia de la ignorancia, nos encontramos ahora con una posición opuesta: un número relativamente reducido de pensadores y autores que se atreven a sugerir que el entusiasmo por el conocimiento, la «epistemofilia», tiene sus peligros, mientras que la ignorancia es una bendición, o como mínimo presenta ciertas ventajas. Algunos de estos autores, sobre todo en la Italia del Renacimiento, no lo decían en serio, y ensalzaban la ignorancia igual que la calvicie, los higos, las moscas, las salchichas y los cardos, todo como muestra de ingenio y exhibición de sus habilidades retóricas, reviviendo la tradición clásica del elogio burlesco.

Pero, desde una actitud más seria, hay una larga tradición que viene desde San Agustín y que critica la «curiosidad vana», dando a entender que ostentar cierto tipo de ignorancia es la opción más inteligente. El clero moderno, tanto el católico como el protestante, solía ser enemigo de la curiosidad y la trataba «como un pecado, generalmente venial, pero a veces mortal»11. Se presenta como mortal en la leyenda de Fausto, que ha inspirado obras de teatro, óperas y novelas12. Cuando Kant utilizó el «atrévete a saber» (Sapere Aude) como lema de la Ilustración, se trató de una reacción contra la recomendación bíblica de «no queráis saber lo que está por encima de vosotros» (Noli altum sapere sed time), que Alexander Pope parafraseó como «no presumas que Dios vigila»13.

Hay argumentos laicos que complementan los religiosos. Michel de Montaigne sugirió que la ignorancia era más propicia para la felicidad que la curiosidad. Henry Thoreau, el filósofo naturalista, quería fundar la Sociedad para la Divulgación de la Ignorancia Útil, que complementara la otra existente, la Sociedad para la Divulgación del Conocimiento Útil14. En sus Études de la nature (1784), Bernardin de Saint-Pierre, novelista y botánico, alabó la ignorancia porque a su juicio estimulaba la imaginación15. Y Olympe de Gouges, la feminista francesa, nadó contracorriente de todas las historias publicadas durante la Ilustración cuando defendió en Le Bonheur primitif (1789) que los «primeros hombres» fueron felices porque eran ignorantes, mientras que, en los tiempos en los que ella vivía, «el hombre ha llevado demasiado lejos su conocimiento»16.

En el caso de la ley, la justicia se representa a menudo, ya desde el Renacimiento, con una venda en los ojos, para simbolizar la ignorancia en su aspecto de mente abierta y falta de prejuicios17. Es por ello que los jurados tienen que estar aislados para protegerlos de toda información que pueda sesgar su veredicto. Otros discursos sobre la «virtud de la ignorancia» son cada vez más frecuentes: el filósofo John Rawls defendió el llamado «velo de la ignorancia», estar ciego a todo lo relativo a la raza, la clase social, la nacionalidad o el género, para así ver a los individuos como seres moralmente iguales18.

La «virtud de la ignorancia» es un concepto que se ha acuñado para referirse a la renuncia a investigar sobre armas nucleares, por ejemplo, o, como mínimo, a publicar los resultados. Los antropólogos y los sociólogos han señalado otros rasgos positivos en diferentes tipos de ignorancia, y han escrito sobre sus diversas «funciones sociales» o «regímenes». Por ejemplo, los sacerdotes están obligados a guardar el secreto de confesión, mientras que los médicos hacen juramento de respetar la intimidad de sus pacientes. La democracia se protege mediante el secreto del voto. El anonimato permite a los evaluadores valorar los exámenes sin prejuicios, y a los participantes en una revisión por pares decir lo que opinan realmente sobre el trabajo de sus colegas. Las negociaciones secretas hacen que los gobernantes puedan hacer concesiones que a la luz pública serían imposibles. Lejos de aportar únicamente beneficios, la información también entraña riesgos19.

A finales del siglo XIX se recomendaba la ignorancia como solución para un problema cada vez más marcado, el «demasiado que saber». Por ejemplo, George Beard, neurólogo estadounidense, aseguró que «la ignorancia es poder, además de placer», como remedio al «nerviosismo»20. Muchos autores especializados en el tema de los negocios y la gestión consideran que la ignorancia es un «recurso» o un «factor para el éxito».

Por ejemplo, Anthony Tjan recomienda «aceptar la propia ignorancia», dado que los emprendedores «ignorantes de sus limitaciones y realidades externas» tendrán más probabilidades de «generar ideas libremente». Más adelante matizó que «la clave estriba en identificar los momentos críticos en la trayectoria de una compañía, cuando un enfoque sin conocimientos previos es lo más positivo». La expresión «ignorancia creativa» implica el reconocimiento de que el exceso de conocimiento puede limitar la innovación, tanto en los negocios como en otros campos21. Esta expresión, «ignorancia creativa», la acuñó un escritor en el New Yorker para referirse a lo que había impedido a Beardsley Ruml, director de una importante fundación para la investigación, ver «los carteles de “prohibido el paso”, “no pisar la hierba”, “Mantengan la distancia” y “callejón sin salida” en el mundo de las ideas», advertencias que obstaculizaban la interdisciplinaridad de la que era partidario. A un nivel más práctico, se dice que Henry Ford afirmó que buscaba «a muchas personas con una capacidad infinita para no saber lo que no se puede hacer»22.

Si se afirma que la ignorancia tiene cierta utilidad, conviene hacerse una pregunta obvia: ¿a quién le es útil? Sea como sea, los ejemplos que se mencionan en este libro sugieren que las consecuencias negativas de la ignorancia superan con mucho a sus posibles beneficios; de ahí que este libro se haya dedicado a los maestros que tratan de remediar la ignorancia de sus alumnos. Es muy comprensible el deseo de no saber, o de que otros no sepan, cosas que nos asustan o avergüenzan, ya sea a nivel individual o de organización, pero las consecuencias de este deseo suelen ser negativas, al menos para los demás. La ignorancia o negación de hechos incómodos será un tema recurrente de este libro.

¿Qué es la ignorancia?

En el largo debate a favor o en contra de la ignorancia, las diferentes posiciones dependen, obviamente, de la definición que hacen del término aquellos que las defienden. La definición tradicional es sencilla: ausencia o «privación» de conocimiento23. Esta ausencia o privación suele no ser visible para el individuo o grupo ignorante. Se trata de una forma de ceguera que tiene consecuencias importantes, entre ellas los desastres de los que hablaremos en la segunda parte.

La definición tradicional se suele criticar porque es demasiado amplia y requiere matizaciones. Por ejemplo, en inglés «ignorance» (ignorancia) no es exactamente lo mismo que «nescience» (nesciencia), y ninguno de los dos significa estrictamente «no saber». Luego está el término «unknowing» (inconsciencia, no conciencia), que parece de cuño reciente, pero en realidad se remonta a un autor anónimo del siglo XIV, que lo utilizó en un tratado sobre el misticismo24. También hay distinciones similares en otros idiomas. Por ejemplo, los alemanes distinguen el «Unwissen» y el «Nich-Wissen», y así el sociólogo alemán George Simmel habló de lo que él denominó «la normalidad cotidiana del no-saber [Nicht-Wissen]»25. Lo malo es que los diferentes autores utilizan estos términos con significados diferentes26.

Sí hay acuerdo general en que se debe distinguir entre «lo que sabemos que no sabemos», como la estructura del ADN antes de que se descubriera en 1953, y «lo que no sabemos que no sabemos», como en el caso del descubrimiento de América por parte de Colón cuando iba en busca de «las Indias». Esta distinción ya la hicieron antes diferentes ingenieros y psicólogos, pero se suele atribuir a Donald Rumsfeld, el exsecretario de Defensa de Estados Unidos. En una rueda de prensa sobre los preparativos para la invasión de Irak en la que se pidió a Rumsfeld que aportara pruebas sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, respondió lo siguiente:

Siempre me han interesado los informes que dicen que algo no ha sucedido, porque, como ya sabemos, hay cosas que sabemos que sabemos. También hay cosas que sabemos que no sabemos; es decir, cosas que somos conscientes de que ignoramos. Pero además hay cosas que ignoramos que ignoramos: lo que aún no sabemos que no sabemos. Y si estudiamos la historia de nuestro país, igual que la de otros países libres, la última categoría suele ser la más difícil27.

Dejando a un lado el hecho de que Rumsfeld la utilizó para esquivar una pregunta incómoda, la distinción entre lo que sabemos que sabemos, lo que sabemos que no sabemos y lo que no sabemos que no sabemos sigue siendo muy útil.

La psicología de la ignorancia

¿Y qué pasa con lo que no sabemos que sabemos? Esta frase, que parece ideal para discutir sobre lo que se suele denominar «conocimiento tácito», la utilizó en un sentido muy diferente el filósofo Slavoj Žižek, que señaló que «a Rumsfeld se le olvidó la cuarta categoría, “lo que no sabemos que sabemos”, el inconsciente freudiano, “el conocimiento que no se conoce a sí mismo”, en palabras de Lacan», y que incluye el conocimiento del propio Rumsfeld sobre las torturas en Abu Ghraib28.

A Freud le interesaban otros tipos de ignorancia inconsciente. En su famosa discusión sobre la interpretación de los sueños, se preguntó si los que soñaban comprendían o no el significado de sus sueños, para llegar a la conclusión de que «es muy posible, se podría decir que incluso probable, que el soñador sepa lo que significa su sueño, pero no sepa que lo sabe»29. En términos generales, a Freud le interesaba lo que sus pacientes no querían saber sobre ellos mismos. El no querer saber será un tema recurrente en este libro.

Jacques Lacan, un freudiano nada ortodoxo, también se mostró muy interesado en el tema de la ignorancia. Según él, los psicoanalistas eran personas que no sabían lo que era el psicoanálisis (y sabían que no lo sabían), todo lo contrario de las personas que creían saberlo, pero no lo sabían. Lacan consideraba que la ignorancia era una pasión, como el amor y el odio, y sugirió que algunos pacientes pasaban de resistirse a conocerse a ellos mismos a buscar ese conocimiento de manera apasionada30.

La sociología de la ignorancia

«Si existe una sociología del conocimiento —dice Charles Mills— también tendría que existir una sociología de la ignorancia»31. Esta sociología bien podría arrancar con la pregunta: ¿quién no sabe qué? Vale la pena recordar que, como señaló Mark Twain en uno de sus numerosos epigramas sobre este tema, «todos somos ignorantes, solo que respecto a cosas diferentes». Por ejemplo, en el mundo actual se hablan más de seis mil idiomas, así que hasta los políglotas ignoran el 99,9 por ciento de ellos. La propagación del coronavirus la predijeron los epidemiólogos que habían descubierto el peligro de transferencia de diferentes animales salvajes a los seres humanos, pero los gobiernos no conocían esta predicción, o no la quisieron conocer, así que la pandemia los pilló desprevenidos.

Muchos desastres, incluidos algunos de los que hablaremos en próximos capítulos, han tenido lugar porque los que sabían no podían hacer nada, mientras que los que podían hacer algo no sabían. La destrucción del World Trade Center en 2001 es un ejemplo brutal de fallo en las comunicaciones. Había agentes de los servicios de seguridad que sospechaban que ciertos individuos estaban planeando un ataque terrorista, pero sus advertencias se perdieron entre los muchos mensajes enviados a los niveles superiores de Washington en un caso clásico de «sobredosis de información». Como reconoció más tarde Condoleezza Rice, en aquel momento consejera de Seguridad Nacional, «el sistema estaba sobrecargado de palabrería»32.

Variedades de ignorancia

Cualquier discusión sobre la ignorancia tiene que distinguir entre sus muchas variantes: las ignorancias, en plural, igual que hablamos de conocimientos33. Hay una distinción famosa que contrasta saber cómo hacer algo con saber algo: «saber cómo» (know-how) y «saber qué» (know-what)34. En este libro veremos con frecuencia las consecuencias de la falta de conocimientos prácticos concretos. Otra distinción resulta muy clara en francés, alemán y otros idiomas: la contraposición entre savoir y connaître, wissen y kennen, en la que connaître y kennen se refieren al conocimiento que se consigue con una relación personal; por ejemplo, conocer Londres, en contraposición con saber que existe una ciudad llamada Londres. Cada forma de conocimiento tiene como opuesto complementario una forma de ignorancia.

Linsey McGoey, una socióloga británica especializada en la ignorancia, se ha quejado de que cuando empezó a investigar sobre el tema a principios de este siglo se encontró con que el lenguaje para describir lo desconocido era muy pobre35. Ya no es así. En todo caso, el problema hoy sería la superabundancia. Se han catalogado muchas variantes nuevas y se ha elaborado una taxonomía en la que abundan los adjetivos, desde «activa» a «voluntaria». Al final de este libro hay una lista que contiene dos variedades más de las cincuenta y siete de las que presume Heinz, y no es en absoluto exhaustiva. Y sí, hay muchos más adjetivos que variedades, en una especie de reinvención de la rueda, resultado de la especialización académica: los individuos de una disciplina ignoran a menudo los descubrimientos que se han realizado en otra.

Hay distinciones muy útiles que vamos a utilizar. Un ejemplo evidente contrasta la ignorancia sobre la existencia de algo con la ignorancia de su explicación. Las epidemias y los terremotos se conocen desde hace mucho, pero hasta hace relativamente poco nadie sabía qué los provocaba. La ignorancia «sancionada», término acuñado por la crítica y filósofa Gayatri Chakravorty Spivak, hace referencia a una situación en la que un grupo, como los intelectuales occidentales, siente que tiene derecho a permanecer en la ignorancia en lo relativo a otras culturas y al mismo tiempo esperar que los individuos de otras culturas conozcan la suya36.

La ignorancia, como el conocimiento, se puede fingir en ocasiones, tema que veremos más a fondo en el capítulo 8. Los gobiernos pueden negar la existencia de un genocidio al tiempo que son conscientes de las masacres que han ordenado o permitido. Durante mucho tiempo, los sicilianos de a pie fingieron no saber nada de la mafia. En la Inglaterra victoriana, las damas demostraban su nivel de modestia asegurando que desconocían las prácticas sexuales, igual que los caballeros fingían no saber nada del mundo del comercio. La modestia femenina también exigía mentir sobre otros conocimientos, como el latín, la política o las ciencias naturales (a excepción de la botánica). De ahí que en La abadía de Northanger, la novela de Jane Austen, el narrador diga que una mujer, «si tiene la desgracia de saber algo, hará bien en ocultarlo lo mejor que pueda»37.

Otra distinción muy útil es aquella entre la ignorancia consciente y la inconsciente, donde el uso de la palabra «incons- ciente» se hace en el sentido de no saber, no en el freudiano del que hemos hablado antes. Y se denomina ignorancia «pro- funda» a la falta de conocimiento de la existencia de ciertos temas, incluyendo la carencia de conceptos necesarios para plantear estas preguntas38. Lucien Febvre, el historiador francés, dijo algo muy parecido ochenta años antes al señalar ciertas «palabras que faltaban» en el francés del siglo XVI. Según Febvre, esta carencia de términos limitó el desarrollo de la filosofía en ese tiempo, e hizo imposible que alguien se convirtiera en ateo39.

Otro ejemplo de ignorancia profunda es la ignorancia de modos de pensar diferentes al nuestro; un punto en el que nos enfrentamos a un círculo vicioso. Un modo de pensar determinado persiste porque se da por hecho, por natural, ya sea al nivel básico de lo que Thomas Kuhn denominó «paradigma» científico o al nivel global de los sistemas de creencias. Cuando tratamos de criticar nuestras propias normas, los límites de la autocrítica se hacen evidentes40.

En el pasado, los historiadores han calificado de «crédulos» a ciertos individuos y grupos a quienes consideraban incapaces de criticar sus propias creencias. Pero esos mismos historiadores estaban ignorando la falta de acceso de los individuos y grupos a otros sistemas de creencias. Es difícil tener la mente abierta en un sistema cerrado41. Es difícil, por no decir imposible, poner en duda los sistemas si no existe aunque sea una cierta conciencia de las alternativas, conciencia que suele adquirirse gracias al encuentro con individuos de otras culturas. Estos encuentros expanden el horizonte de expectativas para ambas partes42.

El avestruz con la cabeza metida en el suelo es un conocido símbolo del no querer saber, o del querer no saber, lo que denominamos ignorancia voluntaria o decidida43. El concepto se puede extender para incluir las omisiones o silencios deliberados. Por ejemplo, Michel-Rolph Trouillot, un historiador haitiano, definió cuatro momentos en la generación de conocimiento del pasado en los que los individuos eligen entre comunicar unos datos concretos y guardar silencio sobre ellos. Los cuatro momentos son la producción de documentos, la conservación en archivos, la recuperación de la información y la utilización de esta en la historia escrita44.

En la teología católica encontramos un ejemplo de la característica opuesta: la ignorancia involuntaria. Algunos teólogos medievales, entre ellos Tomás de Aquino, utilizaron la expresión «ignorancia invencible» para referirse a los paganos como Aristóteles que no conocían el cristianismo y, por tanto, no fueron responsables de no aceptarlo. Si lo hubieran conocido, se habría tratado de «ignorancia culpable».

La ignorancia culpable puede ser individual o colectiva. A los historiadores sociales les preocupa sobre todo la segunda, como por ejemplo la «ignorancia blanca», expresión acuñada por Charles W. Mills, un filósofo jamaicano, para referirse a los prejuicios sobre los que se asienta el racismo. La ignorancia colectiva sustenta el dominio de un grupo sobre otro porque apunta a que es la situación natural. La ignorancia del dominante le impide interrogarse sobre sus privilegios, mientras que la ignorancia del dominado suele impedir que se rebele. De ahí el esfuerzo de los que tienen el poder por «mantener al pueblo en un estado de ignorancia y estupidez», como dijo Diderot45.

Lo que ahora conocemos como ignorancia «selectiva» ya lo apuntó hace un siglo el biógrafo Lytton Strachey, con su habitual tono humorístico, al decir que «la ignorancia es el primer requisito del historiador; una ignorancia que simplifica y clarifica, que elige y omite»46. La selección puede ser inconsciente, una manera de desinterés, como demuestra un experimento informal: si vemos una película sin el sonido, nos fijamos en gestos y expresiones de los actores que en circunstancias normales nos pasarían desapercibidos.

De manera similar, los diferentes tipos de viajeros se fijan en diferentes aspectos del mismo lugar porque no tienen la misma «mirada», que varía según el género o la profesión a la que se dediquen. La fiabilidad de las observaciones de los viajeros, su conocimiento o ignorancia de los lugares que visitaron, es un problema ya viejo, pero en los últimos tiempos se ha considerado desde la perspectiva de género y se ha sugerido que las viajeras ven cosas diferentes a las que perciben los hombres47. La importancia de los entornos domésticos en los cuadernos de viaje escritos por mujeres se ha considerado una manera diferente de «creación de conocimiento»48.

Lo que han visto las mujeres, lo que han elegido destacar, nos muestra lo que los hombres han elegido ignorar o, sencillamente, no han sido capaces de ver. Un ejemplo famoso del siglo XVIII es la descripción de unos baños públicos para mujeres en Edirne (Adrianópolis) que hizo Lady Mary Wortley Montagu, una viajera inglesa, puesto que, como ella misma señaló, «al hombre que se encontrara en uno de estos lugares solo le espera la muerte»49. La variedad de miradas (imperial, etnográfica, médica, mercantil, misionera, etcétera) sugiere que no solo enseñamos al ojo a ver, sino que también hacemos lo contrario: enseñamos al ojo a no ver. La visión y la ceguera están ambas muy arraigadas en los hábitos de las diferentes profesiones.

En la investigación, la búsqueda de una cosa hace que otras pasen desapercibidas. Hay un ejemplo muy reciente: los médicos que se concentraban en detectar el COVID y pasaron por alto otras enfermedades graves50. La ignorancia selectiva incluye también lo que Robert K. Merton, un sociólogo estadounidense, denominó ignorancia «específica», es decir, alejarse de manera consciente del conocimiento en un tema para concentrarse en otro: elegir plantearse ciertas preguntas, adoptar ciertos métodos u operar dentro de ciertos paradigmas51. En el caso de los historiadores del siglo XX, por ejemplo, el cambio de foco de la historia política a la historia económica, social y cultural conllevó tantas exclusiones como inclusiones, puesto que las diferentes generaciones tenían diferentes áreas de conocimiento y de ignorancia.

La ignorancia también se puede dividir entre activa y pasiva. La ignorancia pasiva se refiere a la ausencia de conocimiento, que incluye la decisión de no ejercerlo. La expresión «ignorancia activa», en el sentido de resistencia a cualquier idea o conocimiento nuevo, lo acuñó el filósofo austríaco Karl Popper, que lo utilizó para describir la oposición de ciertos físicos a las inquietantes aportaciones de Albert Einstein52. Se podría ampliar para incluir la costumbre de ignorar lo que no queremos saber, a menudo con consecuencias graves.

Tenemos, por ejemplo, la historia de los colonos británicos en Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda, que trataron de ignorar la existencia de los pueblos que habitaban en esas zonas, o como mínimo sus derechos sobre el territorio. Los colonos trataron las tierras como si estuvieran desiertas y no fueran de nadie (ver capítulo 8). De la misma manera, la Declaración Balfour de 1917, que convertía Palestina en el «hogar nacional» del pueblo judío, ignoraba a los árabes que se encontraban allí, creando de esta manera un problema que a día de hoy, más de un siglo después, aún no se ha resuelto. La pregunta de Lord Curzon, «¿Y qué será de los pueblos de esas tierras?», sigue sin respuesta53.

La expresión «ignorancia activa» también puede hacer referencia a lo que creemos saber. Como decía Will Rogers, un humorista estadounidense en la tradición de Mark Twain, «la ignorancia no consiste en las cosas que no sabes, sino en las cosas que sabes y no son ciertas». La frase se suele atribuir al propio Twain54.

Aquí vienen especialmente a cuento expresiones como la «producción» o la «fabricación» de ignorancia, junto con el adjetivo de ignorancia «estratégica». He de reconocer que no me satisfacen del todo las referencias a la «producción» de ignorancia en los casos en que no había conocimiento alguno que la precediera. Prefiero el término antiguo, «ofuscación», o hablar de la producción de «confusión» o «duda», o de mantener la ignorancia, o de poner obstáculos al conocimiento (equivalentes a los obstáculos físicos de los que hablaremos en el capítulo 5). Esto obliga a sacrificar expresiones muy llamativas, pero permite más claridad y un lenguaje más parecido al coloquial siempre que es posible, describiendo como simples mentiras los intentos de engañar al público por motivos políticos o económicos. Pero estoy completamente de acuerdo en que ocultar cosas que el público debe saber es una práctica demasiado común. También se puede calificar de «desinformación» o, de manera más eufemística, de «medidas activas», mientras que el estudio de estas medidas recibe el nombre de agnotología55.

La ignorancia de los otros es fuente de poder para «los que saben» en campos como la política, los negocios y el crimen. Un estudio sobre Marsella durante la Revolución francesa ha concluido que «el control de la definición de ignorancia» por parte de las élites tuvo implicaciones políticas importantes, lo que el autor denominó «el poder para calificar a otros de ignorantes y, por tanto, descalificar sus opiniones sobre lo relativo a la ciudad»56. En el siguiente capítulo analizaremos la afirmación de que los hombres mantienen a las mujeres en la ignorancia para controlarlas.

La ignorancia y sus vecinos

Hasta ahora, nos hemos centrado en tres temas principales: no saber algo, no querer saber algo y no querer que los demás sepan algo. Pero no es posible escribir una historia de estos temas sin introducir conceptos relacionados con ellos. El error, por ejemplo, es fruto de la ignorancia, pero también tiene consecuencias propias y en ocasiones trágicas, como veremos en los capítulos dedicados a la guerra y a los negocios.

Algunos pintores recurren a la ceguera o a la locura para representar la ignorancia en el arte. Por ejemplo, Andrea Mantegna la pintó como una mujer desnuda sin ojos, ya en el siglo XV. Cesare Ripa sugirió representar la ignorancia y sus peligros como una mujer con los ojos vendados caminando por un campo lleno de espinos, o como un niño, también con los ojos vendados, montado en un asno. En el siglo XVIII, Sebastiano Ricci, un artista veneciano, la plasmó como un hombre con orejas de asno, con lo que ilustraba de nuevo la identificación entre ignorancia y estupidez57.

Hoy en día, la idea de la ignorancia se suele utilizar como paraguas intelectual que cubre conceptos próximos, como la incertidumbre, la negación y hasta la confusión. El tema ya es de por sí suficientemente amplio, así que yo he optado por una definición relativamente limitada de la ignorancia como ausencia. Pero esta elección no implica que me niegue a mirar más allá de la definición. Al igual que los historiadores alemanes que estudian lo que denominan «historia conceptual» (Begriffsgeschichte), voy a tratar de reconstruir todo un entramado de ideas relacionadas, centrándome en la ignorancia e incluyendo obstáculos, olvidos, secretos, negación, incertidumbre, prejuicio, malentendido y credulidad58. De hecho, uno de los objetivos principales de este estudio es mostrar las conexiones entre este abanico de conceptos y los fenómenos a los que se refieren.

Los obstáculos al conocimiento pueden ser físicos, como la inaccesibilidad del objeto del conocimiento (tema del que se habla en el capítulo 5 al tratar el caso de los europeos en África). También pueden ser mentales, en el sentido de que las ideas tradicionales no se cuestionan e impiden aceptar las nuevas. Los casos de la resistencia a las ideas de Galileo o Darwin, entre otros, se tratarán en el capítulo 4. Los modelos intelectuales o paradigmas proyectan luz, pero a la vez simplifican, así que también tienen un lado oscuro y son un problema para todo lo que no encaje en el modelo59. Los obstáculos pueden ser sociales, como en la exclusión de las mujeres y la clase trabajadora de la educación superior, o políticos, como en el caso de lo que ocultan los gobiernos.

El concepto del olvido, la vuelta atrás del conocimiento a la ignorancia, incluye también el sentido metafórico. La «amnesia» social, estructural o institucional se refiere a la readaptación del pasado, ya sea consciente o inconsciente, a la imagen del presente, así como a la pérdida de información dentro de una organización60. Los académicos también tienen que ser conscientes de lo que Robert Merton llamó «amnesia de cita», el olvido de referenciar a los predecesores en su campo específico61. Con cierto cinismo, a veces he pensado que hasta los académicos más atentos, los que no tienen problema en reconocer las deudas menos importantes, olvidan a veces citar al predecesor al que más deben.

El secretismo también es relevante cuando se trata el tema de la ignorancia, por supuesto: cualquier secreto no afecta solo al grupo reducido que lo conoce, sino a otro mucho más grande, al que se le oculta. Las actividades clandestinas, como el contrabando, el tráfico de drogas o el lavado de dinero se discutirán en el capítulo 10. La negación es uno de los muchos métodos que se utilizan para mantener al gran público en la ignorancia de hechos o acontecimientos humillantes. Su historia, sobre todo la más reciente, la conocemos demasiado bien: la negación del Holocausto y otros intentos de genocidio, la negación de la relación entre fumar y el cáncer del pulmón, o la negación del cambio climático62.

Al igual que sucede con otras formas de propaganda, la negación es efectiva gracias a la credulidad, que se puede definir como ignorancia de la importancia y las técnicas de la crítica, sobre todo la crítica de los bulos, las fake news que se transmiten a través de diferentes medios: rumores, periódicos, televisión y, en los últimos tiempos, Facebook y Twitter. La credulidad medra en situaciones de incertidumbre. La incertidumbre es el destino de todos los que toman decisiones, ya que nadie conoce el futuro. Pero podemos tomar medidas para prepararnos para él, apoyándonos en el análisis de riesgos y otras formas de predicción de las que nos ocuparemos en el capítulo 14. En cuanto al prejuicio, se podría definir como una valoración hecha desde la ignorancia, en un caso clásico de no saber qué desconocemos. Veremos muchos ejemplos a lo largo de este libro.

La ignorancia es imprescindible para que haya malentendidos, y estos también han desempeñado un papel muy importante y poco reconocido en la historia de la humanidad63. Los malentendidos se vuelven más evidentes cuando los miembros de una cultura chocan por primera vez con miembros de otra. Un ejemplo muy conocido es el encuentro de los hawaianos con el capitán Cook y su tripulación en 1779, que fue analizado por Marshall Sahlins, un importante antropólogo estadounidense. Los hawaianos nunca habían visto a un europeo, y viceversa. Sahlins sugiere que, dado que Cook había llegado durante el festival del dios Lono, los hawaianos lo consideraron una encarnación del mismo. Cuando los británicos socavaron esta interpretación al realizar un regreso inesperado a la isla tras la primera visita, Cook fue asesinado64.

Como se ha apuntado en este capítulo, la ignorancia es un concepto más complicado de lo que podría parecer a simple vista. No es de extrañar que los filósofos de diferentes partes del mundo le hayan dedicado su atención. En el siguiente capítulo hablaremos de cómo lo han tratado.

3Gustave Flaubert a Louise Colet, 16 de enero de 1852, en su Correspondance, ed. Bernard Masson (París, 1975), 156.

4Lord Clarendon, A Compleat Collection of Tracts (Londres, 1747), 237.

5George Washington, Circular to the States, junio de 1783. Sobre la historia de la frase, ver Lucie Varga, Das Schlagwort der «Finsteren Mittelalter» (Baden, 1932); Theodore Mommsen, «Petrarch’s conception of the “Dark Ages”», Speculum 17 (1942), 226-42.

6William E. Shepard, «The Age of Ignorance», en Encyclopaedia of the Qur’an, 1 (Leiden, 2001), 37-40.

7William Beveridge, Social Insurance and Allied Services (Londres, 1942) [ed. cast. Seguro social y servicios afines. Madrid: Ministerio de Empleo y Seguridad Social, 1989].

8Charles Simic, «Age of Ignorance», New York Review of Books, 20 de marzo de 2012; «Robert Proctor», en Janet Kourany y Martin Carrier (eds.), Science and the Production of Ignorance (Cambridge, 2020), 53.

9Martin Mulsow, Prekäres Wissen: Eine andere Ideengeschichte der Frühen Neuzeit (Berlín, 2012). Cf. Renate Dürr (ed.), Threatened Knowledge: Practices of Knowing and Ignoring from the Middle Ages to the Twentieth Century (Londres, 2021).

10Rhodri Marsden, «Filter Failure: Too Much Information?», The Independent, 31 de mayo de 2011. La expresión «fallo del filtro» la acuñó Clay Shirky, profesor de estudios sobre los medios de comunicación en la Universidad de Nueva York. Cf. Shaheed Nick Mohammed, The (Dis)Information Age: The Persistence of Ignorance (Nueva York, 2012), 2.

11Hans Blumenberg, «Curiosity is Enrolled in the Catalogue of Vices», en The Legitimacy of the Modern Age (1966: traducción al inglés, Cambridge, 1983), 309-23 [ed. cast. La legitimación de la Edad Moderna. Traducido por Pedro Madrigal. Valencia: Editorial Pre-textos, 2008]; Neil Kenny, The Uses of Curiosity in Early Modern France and Germany (Oxford, 2004), 99, y, para una crítica a Blumenberg, 165-7.

12Eliza Butler, The Fortunes of Faust (Cambridge, 1952).

13Franco Venturi, «Was ist Aufklärung? Sapere Aude!», Rivista storica italiana 71 (1959), 119-28.

14Henry Thoreau, Walking (1851) [ed. cast. Caminar. Traducido por Edgardo Scott. Buenos Aires: Interzona, 2018].

15Alain Corbin, Terra Incognita: A History of Ignorance in the Eighteenth and Nineteenth Centuries (Cambridge, 2021), 4.

16Citado en Sandrine Bergès, «Olympe de Gouges versus Rousseau», Journal of the American Philosophical Association 4 (2018), 433-51, en 444.

17José González García, The Eyes of Justice: Blindness and Farsightedness, Vision and Blindness in the Aesthetics of the Law (Frankfurt, 2016).

18John Rawls, A Theory of Justice (Cambridge MA, 1971) [ed. cast. Teoría de la justicia. Traducido por M. Dolores González. Madrid: FCE, 1979].

19Wilbert Moore y Melvin Tumin, «Some Social Functions of Ignorance», American Sociological Review 14 (1949), 787-96; Heinrich Popitz, Über die Präventivwirkung des Nichtwissens (Tübingen, 1968); Roy Dilley, «Reflections on Knowledge Practices and the Problem of Ignorance», Journal of the Royal Anthropological Institute 16 (2010), 176-92; Peter Wehling (ed.), Vom Nutzen des Nichtwissens (Bielefeld, 2011); Nick Bostrom, «Information Hazards: A Typology of Potential Harms from Knowledge», Review of Contemporary Philosophy 10 (2011), 44-79.

20Susan Matt y Luke Fernandez, «Ignorance is Power, as well as Joy», en Dürr (ed.), Threatened Knowledge, (Londres, 2021), 212-31, en 212.

21Anthony Tjan, «The Power of Ignorance», Harvard Business Review, 9 de agosto de 2010 (disponible en hbr.org/2010/08/the-power-of-ignorance.html). Cf. Ursula Schneider, Das Management der Ignoranz: Nichtwissen als Erfolgsfaktor (Wiesbaden, 2006), y Piero Formica, The Role of Creative Ignorance (Nueva York, 2014).

22The New Yorker, 10 de febrero de 1945. Ford citado en Formica, Creative Ignorance, 10, 21. James Ferrier, Institutes of Metaphysic (Edimburgo, 1854), 405.

23Ferrier, Institutes of Metaphysic, 405.

24Halcyon Backhouse (ed.), The Cloud of Unknowing (Londres, 2009).

25Matthias Gross, «“Objective Culture” and the Development of Nonknowledge: Georg Simmel and the Reverse Side of Knowing», Cultural Sociology 6 (2012), 422-37, en 433.

26Michael J. Smithson, «Social Theories of Ignorance», en Robert N. Proctor y Londa Schiebinger (eds.), Agnotology: The Making and Unmaking of Ignorance (Stanford CA, 2008), 209-29, en 209-12 [ed. cast. Agnotología: la producción de la ignorancia. Traducido por Oroel Marcuello Gil y Chaime Marcuello Gil. Zaragoza:Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022].

27Conferencia de prensa, Departamento de Defensa de Estados Unidos, 12 de febrero de 2002, en respuesta a una pregunta sobre la falta de pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, disponible en https://en.wikipedia.org/wiki/There_are_known_knowns.

28Slavoj Žižek, «What Rumsfeld Doesn’t Know That He Knows About Abu Ghraib», In These Times, 21 de mayo de 2004. Gracias a Lukas Verburgt por esta referencia.

29Sigmund Freud, Introductory Lectures on Psychoanalysis (1916-17: traducción al inglés, Londres, 1922), 100 [ed. cast. Conferencias de introducción al psicoanálisis. Madrid: Amorrortu, 2017].

30Jacques Lacan, My Teaching (Londres, 2008) [ed. cast. Mi enseñanza. Barcelona: Paidós, 2012].

31Charles Mills, «White Ignorance», en Shannon Sullivan y Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance (Albany NY, 2007), 13-28, en 33.

32«Traces of Terrorism», The New York Times, 17 de mayo de 2002.

33Andrew Abbott, «Varieties of Ignorance», American Sociologist 41 (2010), 174-89; Nikolaj Nottelmann, «The Varieties of Ignorance», en Rik Peels y Martijn Blaauw (eds.), The Epistemic Dimensions of Ignorance (Cambridge, 2016), 33-56.

34Gilbert Ryle, «Knowing How and Knowing That», Proceedings of the Aristotelian Society 46 (1945-1946), 1-16.

35Linsey McGoey, The Unknowers: How Strategic Ignorance Rules the World (Londres, 2019), 326.

36Gayatri Chakravorty Spivak, Critique of Postcolonial Reason (Cambridge MA, 1999) [ed. cast. Crítica de la razón poscolonial. Traducido por Marta Malo de Molina. Barcelona: Akal, 2010].

37Jane Austen, Northanger Abbey (Londres, 1817), cap. 2 [ed. cast. La abadía de Northanger. Traducido por Miguel Ángel Pérez Pérez. Madrid: Alianza Editorial, 2019].

38Paul Hoyningen-Huene, «Strong Incommensurability and Deeply Opaque Ignorance», en Kourany y Carrier (eds.), Science, 219-41, en 222.

39Lucien Febvre, Le problème de l’incroyance au xvie siècle (París, 1942), 385-8 [ed. cast. El problema de la incredulidad en el siglo xvi. Traducido por Isabel Balsinde. Barcelona: Akal, 1993].

40Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions (Chicago IL, 1962) [ed. cast. La estructura de las revoluciones científicas. Traducido por Carlos Solís Santos. Madrid: Fondo de Cultura, 2017]; Menachem Fisch y Yitzhak Benbaji, The View from Within: Normativity and the Limits of Self-Criticism (Indiana, 2011).

41La discusión clásica sobre este tema se puede ver en Robin Horton, «African Traditional Thought and Western Science», Africa 37 (1967), 50-71.

42Peter Burke, «Alternative Modes of Thought», Common Knowledge 28 (2022), 41-60.

43William Beer, «Resolute Ignorance: Social Science and Affirmative Action», Society 24 (1987), 63-9.

44Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past: Power and the Production of History (Boston, 1995) [ed. cast. Silenciando el pasado: el poder y la producción de la historia. Traducido por Miguel Ángel del Arco Blanco. Granada: Comares, 2017].

45Carta a Étienne Falconet en 1768, citada por Peter Gay, The Enlightenment: An Interpretation, 2, The Science of Freedom (Nueva York, 1969), 520.

46Lytton Strachey, Eminent Victorians (Londres, 1918), prefacio [ed. cast. Victorianos eminentes. Traducido por Dámaso López García. Barcelona: Penguin Random House, 1998].

47Roxanne L. Euben, Journeys to the Other Shore (Princeton NJ, 2006), 136.

48Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation (Londres, 1992), 159-60; Indira Ghose, Women Travellers in Colonial India: The Power of the Female Gaze (Delhi, 1998).

49Robert Halsband (ed.), The Complete Letters of Lady Mary Wortley Montagu, 3 volúmenes (Oxford, 1965-7), vol. 1, 315.

50Grace Browne, «Doctors Were Sure They Had Covid 19. The Reality Was Worse», Wired, 23 de abril de 2021.

51Robert K. Merton, «Three Fragments from a Sociologist’s Notebooks: Establishing the Phenomenon, Specified Ignorance, and Strategic Research Materials», Annual Review of Sociology 13 (1987), 1-28. Cf. Peter Burke, «Paradigms Lost: from Göttingen to Berlin», Common Knowledge 14 (2008), 244-57.

52Karl Popper, Logik der Forschung (1934: traducción al inglés, The Logic of Scientific Discovery, Londres, 1959) [ed. cast. La lógica de la investigación científica. Traducido por Víctor Sánchez de Zavala. Madrid: Tecnos, 2008].

53David Gilmour, Curzon (Londres, 1994), 481.

54Matt Seybold, «The Apocryphal Twain», https://marktwainstudies.com/category/the-apocryphal-twain, consultado el 12 de mayo de 2022.

55Robert N. Proctor y Londa Schiebinger, Agnotology [ed. cast. Agnotología: la producción de la ignorancia. Traducido por Oroel Marcuello Gil y Chaime Marcuello Gil. Zaragoza:Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022].

56William Scott, «Ignorance and Revolution», en Joan H. Pittock y Andrew Wear (eds.), Interpretation and Cultural History (Londres, 1991), 235-68, en 241.

57Sobre la estupidez, ver Carlo Cipolla, The Laws of Stupidity (1976: traducción al inglés, Londres, 2019) [ed. cast. Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Traducido por María Pons Irazazábal. Barcelona: Crítica, 2013]; Barbara Tuchman, The March of Folly: From Troy to Vietnam (Londres, 1984) [ed. cast. La marcha de la locura: de Troya a Vietnam. Traducido por Marta Pino Moreno. Barcelona: RBA, 2013].

58Sobre la historia conceptual, ver Melvin Richter, The History of Political and Social Concepts (Oxford, 1995), 27-51.

59Gaston Bachelard, The Formation of the Scientific Mind: A Contribution to a Psychoanalysis of Objective Knowledge (1938: traducción al inglés, Manchester 2002) [ed. cast. La formación del espíritu científico. Traducido por José Babini. Barcelona: Planeta DeAgostini, 1985]. Cf. Burke, «Paradigms Lost».

60John Barnes, «Structural Amnesia» (1947: reimpresión en Models and Interpretations, Cambridge, 1990, 226-8); Jack Goody e Ian Watt, «The Consequences of Literacy» [1963: reimpresión en Goody (ed.), Literacy in Traditional Societies, Cambridge, 1968], 27-68 en 32-3; David W. DeLong, Lost Knowledge: Confronting the Threat of an Aging Workforce (Oxford, 2004).

61Robert Merton, The Sociology of Science (Chicago IL, 1973), 402-3, citado por Malhar Kumar, «A Review of the Types of Scientific Misconduct in Biomedical Research», Journal of Academic Ethics 6 (2008), 211-28, en 214.

62Stanley Cohen, States of Denial: Knowing About Atrocities and Suffering (Cambridge, 2001).

63Entre las excepciones a esta omisión se cuentan Erik Zürcher, Dialoog der misverstanden (Leiden, 1962); Wenchao Li, Die christliche China-Mission im 17. Jht: Verständnis, Unverständnis, Misverständnis (Stuttgart, 2000); Martin Espenhorst (ed.), Unwissen und Misverständnisse im vormodernen Friedensprozess (Göttingen, 2013).

64Marshall Sahlins, Islands of History (Chicago IL, 1985) [ed. cast. 1987. Islas de historia: La muerte del capitán Cook. Metáfora, antropología e historia. Traducido por Beatriz López. Barcelona: Gedisa, 1987]. Otro antropólogo, Gananath Obeyesekere, manifestó su desacuerdo con esta interpretación en The Apotheosis of Captain Cook (Princeton NJ, 1992).

2

LO QUE DICEN LOS FILÓSOFOS SOBRE LA IGNORANCIA

Que sais-je?

MONTAIGNE

Los filósofos fueron los primeros en tratar el tema de la ignorancia, comenzando hace ya más de 2.500 años. En la antigua China, la colección de dichos atribuidos a Kung Fu Tse, conocido en Occidente como Confucio, incluyen el siguiente párrafo: «Te diré qué es el conocimiento. El conocimiento es saber qué sabemos y también saber qué no sabemos»65. De manera semejante, en el texto clásico del taoísmo filosófico, el Libro del camino (Tao Te Ching), atribuido al «Viejo Maestro», Lao Tse, se afirma que «la mejor parte es saber qué no es conocimiento». Esto se ha interpretado en ocasiones como que cualquier cosa que se diga será necesariamente inexacta. Dado que el «Camino» es misterioso, los intentos de describirlo no son más que «palabras huecas»66.

Por este motivo, otro famoso texto del taoísmo, atribuido a Chuang Tse, estudió el Camino de manera indirecta, a través de una serie de anécdotas como la siguiente: «Nieh Ch’üeh preguntó a Wang Ni: “¿Sabes lo que es cierto según todos?”; “¿Cómo voy a saberlo?”, respondió Wang Ni. “¿Sabes que no lo sabes?”; “¿Cómo voy a saberlo?”»67.

En la antigua Grecia, Sócrates apuntó en la misma dirección. Según su discípulo Platón, Sócrates afirmaba ser más sabio que el hombre que «cree que sabe algo, y no lo sabe», ya que él no creía saber lo que no sabía. En los diálogos de Platón, Sócrates disfruta haciendo que otros, como Menón, sean cada vez más conscientes de que en realidad saben menos de lo que pensaban68. Según una fuente posterior, Sócrates afirmó de manera más definitiva que no estaba seguro de nada excepto del hecho de su ignorancia, el famoso «solo sé que no sé nada». Pero, ¿de verdad lo pensaba o es un recurso retórico? Los estudiosos no se ponen de acuerdo69.

Con Sócrates empieza lo que se ha descrito como el «giro epistemológico» en la filosofía griega. La epistemología es la rama de la filosofía que se ocupa de cómo adquirimos el conocimiento y cómo sabemos que es fiable. En contraposición, la epistemología de la ignorancia se centra en cómo y por qué nos mantenemos en la ignorancia. Estos problemas los discutieron los filósofos griegos, sobre todo la escuela de los escépticos, en la que destaca Pirrón de Elis. Al igual que en el caso de Sócrates, las opiniones de Pirrón solo se conocen gracias a una fuente posterior, Esbozos pirrónicos, de Sexto Empírico (ca. 160-ca. 210)70.

Los escépticos iban más lejos que Sócrates y cuestionaban la fiabilidad de los diferentes tipos de conocimiento, y elaboraron un método basado en desconfiar de las apariencias. Según ellos, los mismos objetos no producen las mismas impresiones en diferentes personas, como le sucede a un individuo con ictericia, que lo ve todo amarillo. También señalaron que el mismo objeto parece diferente si varían las circunstancias. Por ejemplo, un remo que parece torcido en el agua está recto cuando lo sacamos71.

Los escépticos creían en la «investigación», el significado original del término skepsis; en otras palabras: examinar los argumentos a favor y en contra de una creencia determinada, sin emitir juicio hasta obtener los conocimientos necesarios72. Para ser precisos, hay dos tipos de escépticos: los escépticos «dogmáticos», que están seguros de que no se puede saber nada, y los escépticos «reflexivos», que no están seguros ni siquiera de eso.

Existen unos cuantos textos medievales que «complican, hacen problemático o rechazan el conocimiento», pero la tradición griega del escepticismo se perdió durante la Edad Media73. El escepticismo clásico resurgió en el Renacimiento europeo, cuando reapareció el texto de Esbozos pirrónicos. Este resurgimiento llegó en el momento perfecto, aquel que el filósofo historiador Richard Popkin denomina «la crisis intelectual de la Reforma», señalando que tanto católicos como protestantes tenían mejores argumentos negativos que positivos. Los protestantes socavaron la autoridad de la traducción, mientras que los católicos socavaron la autoridad de la Biblia74. Por tanto, ¿qué quedaba?

El escéptico más famoso del Renacimiento, la figura más importante en la recuperación del antiguo escepticismo que se dio en el siglo XVI, fue Michel de Montaigne, que vivió en persona las guerras entre católicos y protestantes cuando era alcalde de Burdeos. Montaigne convirtió en su lema personal la pregunta Que sais-je? (¿Qué sé yo?). Y no estaba solo. Su seguidor, Pierre Charron, adoptó el lema «No lo sé», mientras que Francisco Sánchez, profesor de filosofía en la Universidad de Toulouse, publicó un libro en el que defendía «Que nada se sabe» (Quod Nihil Scitur). Charron y Sánchez parecen escépticos dogmáticos, de los que están seguros de que no se puede saber nada. En contraste, el lema de Montaigne sugiere que era un escéptico reflexivo, que extendía el escepticismo al propio escepticismo75.

En su Discurso del método (1637), Descartes respondió a Montaigne sin nombrarlo, en un ejercicio de «ignorancia metodológica» para pasar de la duda a la certeza76. Pese a todo, la tradición de la duda continuó gracias a buen número de escépticos franceses, entre ellos François La Mothe Le Vayer, quien «heredó el manto de Montaigne», y Pierre Bayle, el «superescéptico». El famoso artículo sobre Pirrón en el Historical and Critical Dictionary (1697) de Bayle presentaba argumentos a favor y en contra del escepticismo, con lo que dejaba en suspense las dudas y a los lectores77.

El escepticismo del siglo XVII se puede considerar una expresión filosófica de una conciencia más general de la brecha entre la realidad y las apariencias, conciencia que tuvo una importancia vital en la visión del mundo del Barroco78. La famosa obra La vida es sueño (1636), de Pedro Calderón de la Barca, ilustra de manera espectacular el famoso argumento escéptico sobre la dificultad de distinguir entre el sueño y la vigilia.

Dos de los filósofos más importantes del siglo XVIII, George Berkeley y David Hume, compartieron la preocupación del siglo XVII por el problema del conocimiento. En contraste, los filósofos del siglo XIX ignoraron la ignorancia, con la importante excepción de un escocés, James Ferrier, autor de Institutes of Metaphysic (1854). Ferrier acuñó el término «agnología» (agnoiology) para referirse a la teoría de la ignorancia. También introdujo en inglés el término epistemology (epistemología) para referirse a la teoría del conocimiento79.

En tiempos de Ferrier ya se estaba desarrollando el interés por la ignorancia. Por ejemplo, Thomas Carlyle la describió como «la verdadera privación de los pobres» y subrayaba el «amplio universo de la nesciencia», comparado con la «miserable fracción de ciencia» de la humanidad80. Karl Marx habló de los obstáculos sociales que se oponen al conocimiento, entre ellos el interés de la clase burguesa y la «falsa conciencia» de quienes pertenecen a la clase obrera. Una generación más tarde, Freud se ocupó de un obstáculo psicológico, el rechazo inconsciente del conocimiento, que incluye la tendencia a olvidar los hechos que nos avergüenzan81. La «amnesia de cita» de la que hemos hablado antes es un buen ejemplo de lo que se podría denominar «psicopatología de la vida académica».

Epistemología social

En los años ochenta del siglo pasado, algunos filósofos dieron un giro social y empezaron a estudiar el conocimiento y la ignorancia de manera diferente. La epistemología tradicional se había centrado en la adquisición de conocimiento por parte de los individuos. En cambio, la epistemología social se centra en las comunidades «cognitivas», como pueden ser los colegios, universidades, empresas, iglesias o departamentos gubernamentales82.

En cuanto a la epistemología de la ignorancia, el programa consiste en «identificar diferentes formas de ignorancia, examinar cómo se generan y cómo se sostienen, y qué papel desempeñan en las prácticas del conocimiento»83. En la práctica, el programa se ha centrado en la ignorancia atribuida al género, la raza y la clase social. Este enfoque tiene un motivo evidente: la entrada generalizada en el mundo académico de las mujeres, las personas negras y miembros de la clase trabajadora, primero como estudiantes y luego como profesores y académicos, que puso de relieve las ignorancias y sesgos de los varones blancos de clase media que habían monopolizado los puestos dominantes. Ha llegado la hora de estudiar con más atención las formas colectivas de ignorancia.

65The Sayings of Confucius