El pórtico del misterio de la segunda virtud - Charles Péguy - E-Book

El pórtico del misterio de la segunda virtud E-Book

Charles Péguy

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El pórtico del misterio de la segunda virtud es una de las obras poéticas más intensas de Charles Péguy, dedicada al misterio de la virtud teologal de la esperanza. Compuesto en uno de los momentos más oscuros de la vida del autor, es un poema luminoso y el testimonio de su itinerario espiritual que se abre a la madurez de la fe. Su grito de desesperación se convierte en un nuevo canto de esperanza, hilvanado por motivos que continuamente se entrelazan y recuerdan unos a otros, en una atmósfera de meditación y oración. Esta edición coincide con el 150 aniversario del nacimiento del autor. «Lo admirable del Pórtico es que con palabras terrenales, imágenes carnales que no tienen nada de filosóficas, movimientos del corazón que son los de cualquier criatura, Péguy revoluciona el cristianismo (...) El autor del Pórtico da la vuelta a su drama personal de exilio y fracaso, convirtiendo la angustia en ternura y el abandono en desamparo creativo». —Jean Bastaire

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Charles Péguy

El pórtico del misterio de la segunda virtud

Traducción de José Luis Rouillon Arróspide

Título en idioma original: Le porche du mystère de la deuxième vertu

Tercera edición, 2023

© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid 2023

Traducción de José Luis Rouillon Arróspide

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-143-4

ISBN EPUB: 978-84-1339-476-3

Depósito Legal: M-4649-2023

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, Bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Mis tres virtudes, dice Dios.

Y a la que los había recibido no le faltaban, sin embargo.

Los pecados de la carne, pero también las remisiones de la carne,

La palabra de Dios no es una madeja enredada.

Los días malos llueven; sin apurarse; sin cansarse; hora tras hora, día tras día.

Las noches se siguen y se tienen cogidas y para el niño las noches son continuas y son el fondo de su ser mismo.

No conozco un escritor en el mundo que alguna vez haya hecho hablar así a Dios.

Romain Rolland

Péguy ha unido y encuadrado cuidadosamente todas las piedras de su teología para poder finalmente colocar, como clave de bóveda, su último pensamiento... En el «principio esperanza» desemboca todo.

Ha penetrado en una teología total de la esperanza que hoy se hace visible, discreta pero inconteniblemente, en un cambio estructural de la construcción teológica.

Hans Urs Von Balthasar

Nunca ha habido poesía más cercana a la oración que la de Péguy.

Albert Béguin

NON SOLUM IN MEMORIAM SED IN INTENTIONEM

No sólo a la memoria sino a la intención

de nuestro amigo y de nuestro hermano Eddy Marix

Eltville sur le Rhin, el 2 de agosto de 1880. Eltville sur le Rhin, el 31 de agosto de 1908.

sobre todo en memoria de ese cuaderno que hizo para el Domingo de Ramos del año 1905.

Madame Gervaise entra.

MADAME GERVAISE. La fe que amo más, dice Dios, es la esperanza.

La fe no me sorprende.

No me resulta sorprendente.

Resplandezco tanto en mi creación.

En el sol y en la luna y en las estrellas.

En todas mis criaturas.

En los astros del firmamento y en los peces del mar.

En el universo de mis criaturas.

Sobre la faz de la tierra y sobre la faz de las aguas.

En los movimientos de los astros que están en el cielo.

En el viento que sopla sobre el mar y en el viento que sopla en el valle.

En el tranquilo valle.

En el recogido valle.

En las plantas y en los animales y en los animales de los bosques.

Y en el hombre.

Criatura mía.

En los pueblos y en los hombres y en los reyes y en los pueblos.

En el hombre y en la mujer su compañera.

Y sobre todo en los niños.

Criaturas mías.

En la mirada y en la voz de los niños.

Porque los niños son aún más criaturas mías.

Que los hombres.

Todavía no han sido deshechos por la vida.

De la tierra.

Y entre todos ellos son mis servidores.

Antes que todos.

Y la voz de los niños es más pura que la voz del viento en la calma del valle.

En el valle recogido.

Y la mirada de los niños es más pura que el azul del cielo, que la blancura lechosa del cielo, y que un rayo de estrella en la tranquila noche.

Ciertamente resplandezco tanto en mi creación.

Sobre la faz de las montañas y sobre la faz de la llanura.

En el pan y en el vino y en el hombre que labra y en el hombre que siembra y en la cosecha y en la vendimia.

En la luz y en las tinieblas.

Y en el corazón del hombre, que es lo más profundo del mundo.

Creado.

Tan profundo que es impenetrable a toda mirada.

Que no sea la mía.

En la tempestad que agita las olas y en la tempestad que agita las hojas.

De los árboles en el bosque.

Pero también en la calma de una bella tarde.

En las arenas del mar y en las estrellas que son la arena del cielo.

En la piedra del umbral y en la piedra del hogar y en la piedra del altar.

En la oración y en los sacramentos.

En la casa de los hombres y en la iglesia que es mi casa en la tierra.

En el águila criatura mía que vuela sobre las cumbres.

El águila real que tiene al menos dos metros de envergadura y tal vez tres metros.

Y en la hormiga criatura mía que se arrastra y que amontona a poquitos.

En la tierra.

En la hormiga mi servidora.

Y hasta en la serpiente.

En la hormiga mi servidora, mi ínfima servidora, parsimoniosa, que amontona penosamente.

Que trabaja como una desdichada y que no cesa y que no reposa.

Sino en la muerte y en el largo sueño del invierno.

alzando los hombros ante tanta evidencia

delante de tanta evidencia.

Resplandezco tanto en toda mi creación.

En la ínfima, en mi criatura ínfima, en mi sierva ínfima, en la hormiga ínfima.

Que atesora a poquitos, como el hombre.

Como el hombre ínfimo.

Y que cava galerías en la tierra.

En el subsuelo de la tierra.

Para amontonar allí mezquinamente los tesoros.

Temporales.

Pobremente.

Y hasta en la serpiente.

Que engañó a la mujer y por eso se arrastra sobre el vientre.

Y que es mi criatura y que es mi servidora.

La serpiente que engañó a la mujer.

Mi sierva.

Que engañó al hombre mi siervo.

Resplandezco tanto en mi creación.

En todo lo que acontece a los hombres y a los pueblos, y a los pobres.

Y aun a los ricos.

Que no quieren ser mis criaturas.

Y que se esconden.

Para no ser mis servidores.

En todo lo que el hombre hace y deshace de mal y de bien.

(Y yo paso de largo, porque soy el señor y hago lo que él deshace y deshago lo que él hace).

Y hasta en la tentación del pecado.

Aun allí.

Y en todo lo que le pasó a mi hijo.

A causa del hombre.

Criatura mía.

Que yo había creado.

En la incorporación, en el nacimiento y en la vida y en la muerte de mi hijo.

Y en el santo sacrificio de la misa.

En todo nacimiento y en toda vida.

Y en toda muerte.

Y en la vida eterna que no terminará nunca.

Que vencerá toda muerte.

Resplandezco tanto en mi creación.

Que en verdad para no verme tendría esta pobre gente que estar ciega.

La caridad, dice Dios, no me sorprende.

No me resulta sorprendente.

Esas pobres criaturas son tan desdichadas que a menos de tener un corazón de piedra, cómo no iban a tener caridad unas con otras.

Cómo no iban a tener caridad con sus hermanos.

Cómo no iban a quitarse el pan de la boca, el pan de cada día, para dárselo a desdichados niños que pasan.

Y ha tenido mi hijo una tal caridad con ellos.

Mi hijo su hermano.

Una caridad tan grande.

Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende.

A mí mismo.

Sí que es sorprendente.

Que esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor.

Que vean cómo pasa eso hoy y crean que irá mejor mañana en la mañana.

Sí que es sorprendente y seguro la más grande maravilla de nuestra gracia.

Y yo mismo me quedo sorprendido.

Y mi gracia tiene que ser en efecto una fuerza increíble.

Y brotar de una fuente y como un río inagotable.

Desde esa primera vez en que brotó y siempre que brota.

En mi creación natural y sobrenatural.

En mi creación espiritual y carnal sin dejar de ser espiritual.

En mi creación eterna y temporal sin dejar de ser eterna.

Mortal e inmortal.

Y esa vez, oh esa vez, desde esa vez en que brotó, como un río de sangre, del costado abierto de mi hijo.

Qué grande tiene que ser mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esa pequeña esperanza, vacilante al soplo del pecado, temblorosa a todos los vientos, ansiosa al menor soplo,

sea tan invariable, se mantenga tan fiel, tan recta, tan pura; e invencible, e inmortal, e inextinguible; que esa llamita del santuario.

Que arde eternamente en la lámpara fiel.

Una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos.

Una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos.

Una llama ansiosa ha atravesado el espesor de las noches.

Desde esa primera vez que mi gracia corría para la creación del mundo.

Desde que mi gracia corre siempre para la conservación del mundo.

Desde esa primera vez que la sangre de mi hijo corría para la salvación del mundo.

Una llama inextinguible, inextinguible al soplo de la muerte.

Lo que me admira, dice Dios, es la esperanza.

Y no me retracto.

Esa pequeña esperanza que parece de nada.

Esa niñita esperanza.

Inmortal.

Porque mis tres virtudes, dice Dios.

Las tres virtudes, criaturas mías.

Niñas hijas mías.

Son también como mis otras criaturas.

De la raza de los hombres.

La Fe es una Esposa fiel.

La Caridad es una Madre.

Una madre ardiente, toda corazón.

O una hermana mayor que es como una madre.

La Esperanza es una niñita de nada.

Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado.

Que juega todavía con el bueno de Enero.

Con sus pequeños pinos de madera de Alemania cubiertos de escarcha pintada.

Y con su buey y su asno de madera de Alemania. Pintados.

Y con su pesebre lleno de paja que los animales no comen.

Porque son de madera.

Pero esa niñita atravesará los mundos.

Esa niñita de nada.

Sola, llevando a las otras, atravesará los mundos concluidos.

Como la estrella condujo a los tres reyes desde el fondo delicado de Oriente.

Hacia la cuna de mi hijo.

Así una llama temblorosa.

Conducirá ella sola a las Virtudes y a los Mundos.

Una llama traspasará las tinieblas eternas.

El sacerdote dice.

El sacerdote ministro de Dios dice:

¿Cuáles son las virtudes teologales?

El niño responde:

Las tres virtudes teologales son la Fe, la Esperanza y la Caridad.

—¿Por qué se llaman virtudes teologales la Fe, la Esperanza y la Caridad?

—La Fe, la Esperanza y la Caridad se llaman virtudes teologales porque se refieren directamente a Dios.

—¿Qué es la Esperanza?

—La Esperanza es una virtud sobrenatural por la que esperamos confiadamente de Dios su gracia en este mundo y la gloria eterna en el otro.

—Haz un acto de Esperanza.

—Dios mío, yo espero, con una firme confianza, que me daréis por los méritos de Jesucristo vuestra gracia en este mundo y, si guardo vuestros mandamientos, vuestra gloria en el otro, porque me lo habéis prometido y porque sois soberanamente fiel a vuestras promesas.

Demasiadas veces se olvida, hija mía, que la esperanza es una virtud, que es una virtud teologal, y que de todas las virtudes, y de las tres virtudes teologales, es quizá la más agradable a Dios.

Que es seguramente la más difícil, quizá la única difícil, y sin duda la más agradable a Dios.

La fe va por sí misma. La fe marcha sola. Para creer no hay sino que dejarse ir, no hay sino que mirar. Para no creer habría que violentarse, torturarse, atormentarse, contrariarse. Oponerse. Darse la vuelta, ponerse al revés, nadar contra la corriente. La fe es muy natural, muy simple, viene y va por sí misma. Viene y va obviamente. Es una buena mujer conocida, una buena mujer anciana, una buena anciana feligresa, una buena mujer de la parroquia, una vieja abuela, una buena feligresa. Nos cuenta las historias de otros tiempos, que sucedieron en otros tiempos.

Para no creer, hija mía, tendrían que taparse los ojos y los oídos. Para no ver, para no creer.

La caridad marcha desgraciadamente sola. La caridad camina por sí misma. Para amar a su prójimo no hay sino que dejarse ir, no hay sino que mirar tanta miseria. Para no amar a su prójimo habría que violentarse, torturarse, atormentarse, contrariarse. Oponerse. Hacerse daño. Deformarse, darse la vuelta, ponerse al revés. Nadar contra corriente. La caridad es natural, simple, brota, viene obviamente. Es el primer movimiento del corazón. El primer movimiento es el bueno. La caridad es una madre y una hermana.

Para no amar a su prójimo, hija mía, tendrían que taparse los ojos y los oídos.

A tantos gritos de angustia.

Pero la esperanza no marcha sola. La esperanza no camina por sí misma. Para esperar, hija mía, hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, recibido una gran gracia.

La fe es fácil y no creer sería imposible. La caridad es fácil y no amar sería imposible. Pero esperar es lo difícil.

(en voz baja y avergonzadamente:)

Y lo fácil y la inclinación es a desesperar y es la gran tentación.

La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y no se la toma en cuenta.

Por el camino de la salvación, por el camino carnal, por el camino escabroso de la salvación, por la senda interminable, por la senda entre sus dos hermanas la pequeña esperanza.

Avanza.

Entre sus dos hermanas mayores.

La que está casada.

Y la que es madre.

Y no se le presta atención, el pueblo cristiano no presta atención sino a las dos hermanas mayores.

A la primera y a la última.

Que van a lo más urgente.

En el tiempo presente.

En el instante momentáneo que pasa.

El pueblo cristiano no ve sino a las dos hermanas mayores, no tiene ojos sino para las dos hermanas mayores.

La que está a la derecha y la que está a la izquierda.

Y no ve casi a la que está en medio.

A la pequeña, a la que va todavía a la escuela.

Y que camina.

Perdida entre las faldas de sus hermanas.

Y cree fácilmente que son las dos mayores las que arrastran a la pequeña de la mano.

En medio.

Entre ellas dos.

Para hacerla seguir ese camino áspero de la salvación.

Los ciegos no ven, al contrario.

Que ella en medio arrastra a sus hermanas mayores.

Y que sin ella no serían nada.

Sino dos mujeres ya de edad.

Dos mujeres de cierta edad.

Ajadas por la vida.

Ella, esa pequeña, arrastra todo.

Porque la Fe no ve sino lo que es.

Y ella ve lo que será.

La Caridad no ama sino lo que es.

Y ella ama lo que será.

La Fe ve lo que es.

En el Tiempo y en la Eternidad.

La Esperanza ve lo que será.

En el tiempo y por la eternidad.

Por así decir en el futuro de la eternidad misma.

La Caridad ama lo que es.

En el Tiempo y en la Eternidad.

A Dios y al prójimo.

Como la Fe ve.

A Dios y a la creación.

Pero la Esperanza ama lo que será.

En el tiempo y por la eternidad.

Por así decir en el futuro de la eternidad.

La Esperanza ve lo que todavía no es y que será.

Ama lo que no es todavía y que será.

En el futuro del tiempo y de la eternidad.

Por el camino ascendente arenoso, difícil.

Por la senda ascendente.

Arrastrada, colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,

Que la llevan de la mano,

La pequeña esperanza

Avanza.

Y en medio entre sus dos hermanas mayores aparenta dejarse arrastrar.

Como una niña que no tuviera fuerza para andar.

Y a la que se arrastraría por esa senda a pesar suyo.

Y en realidad es ella la que hace andar a las otras dos.

Y las arrastra.

Y hace andar a todo el mundo.

Y lo arrastra.

Porque solo se trabaja por los niños.

Y las dos grandes no andan sino por la pequeña.

Mis tres virtudes, dice Dios.

Señor de las Tres Virtudes.

Mis tres virtudes no son sino hombres y mujeres en una casa de hombres.

Nunca los niños trabajan.

Pero todos trabajan solo por los niños.

El niño no va a los campos, ni ara ni siembra, ni cosecha ni vendimia ni poda la viña ni derriba los árboles ni sierra la madera.

Para el invierno.

Para calentar la casa en el invierno.

Pero ¿iba a tener el padre valor de trabajar si no tuviera sus hijos?

¿Si no fuera por sus hijos?

Y en el invierno cuando trabaja duro.

En el monte.

Cuando trabaja muy duro.

Con la podadera y con la sierra y con el hacha y con el machete.

En el monte helado.

En el invierno cuando las víboras duermen en el bosque porque están congeladas.

Y cuando sopla un cierzo agudo.

Que le traspasa los huesos.

Que le pasa a través de todos los miembros.

Y está aterido y le castañetearían los dientes.

Y la escarcha le hace carámbanos en la barba.

De pronto piensa en su mujer que se ha quedado en casa.

En su mujer que es tan hacendosa.

Cuyo hombre es delante de Dios.

Y en sus hijos que están bien tranquilos en la casa.

Que juegan y se divierten a esa hora junto al fuego.

Y quizá pelean.

Entre sí.

Para divertirse.

Pasan delante de sus ojos, en un relámpago delante de los ojos de su memoria, delante de los ojos de su alma.

Habitan en su memoria y en su corazón y en su alma y en los ojos de su alma.

Habitan en su mirada.

En un relámpago ve a sus tres hijos que juegan y ríen junto al fuego.

Sus tres hijos, dos niños y una niña.

Cuyo padre es delante de Dios.

El mayor, su niño, que ha cumplido doce años el mes de septiembre.

Su hija que ha cumplido nueve años el mes de septiembre.

Y el más pequeño que ha cumplido siete el mes de junio.

Así la hija está en medio.

Como conviene.

Para que sea defendida por sus dos hermanos.

En la existencia.

Uno delante y el otro detrás.

Sus tres hijos que le sucederán y que le sobrevivirán.

Sobre la tierra.

Que tendrán su casa y sus tierras.

Y si no tienen casa ni tierras tendrán al menos sus herramientas.

(Si no hay casa ni tierras ellos no las tendrían tampoco.

Eso es todo).

(Él se las ha arreglado para vivir.

Ellos harán como él. Trabajarán).

Su hacha y su machete y su podadera y su sierra.

Y su martillo y su lima.

Y su pala y su pico.

Y su azadón para cavar la tierra.

Y si no hay casa ni tierra.

Si ellos no heredan su casa y su tierra.

Al menos heredarán sus herramientas.

Sus buenas herramientas.

Que le han servido tantas veces.

Que están hechas a su mano.

Que han cavado tantas veces la misma tierra.

Sus herramientas, de tanto usarlas, le han hecho la mano callosa y brillante.

Pero él de tanto usarlas, también ha puesto el mango de sus herramientas pulido y brillante.

Y de tanto trabajar tiene la piel tan dura y tan curtida como el mango de sus herramientas.

En el mango de sus herramientas sus hijos volverán a encontrar, sus hijos heredarán la dureza de sus manos.

Pero también su habilidad, su gran habilidad.

Porque él es un buen labrador y un buen leñador.

Y un buen viñador.

Y con sus herramientas sus hijos heredarán, sus hijos heredarán.

Lo que él les ha dado, lo que nadie les podrá quitar.

(Casi ni el mismo Dios).

(Tanto ha dado Dios al hombre).

La fuerza de su raza, la fuerza de su sangre.

Porque han salido de él.

Y son de Francia y Lorena.

Hijos de buena raza y de buena casa.

Y buena raza no puede mentir.

Hijos de buena madre.

Y por encima de todo lo que está por encima de todo con sus herramientas y con su raza y con su sangre sus hijos heredarán.

Lo que vale más que una casa y un pedazo de tierra que dejar a sus hijos.

Porque la casa y la tierra son perecederas y perecerán.

Y la casa y la tierra están expuestas al viento del invierno.

A ese cierzo agudo que sopla en el monte.

Pero la bendición de Dios no es arrastrada por ningún viento.

Lo que vale más que las herramientas, lo que es más laborioso, más obrero que las herramientas.

Lo que realiza más trabajo que las herramientas.

Y al fin y al cabo las herramientas acaban por gastarse.

Como el hombre.

Lo que vale más, lo que es más duradero que la raza y la sangre.

Más que ellas mismas.

Porque aun la raza y la sangre son perecederas y perecerán.

Exceptuada la sangre de Jesús.

Que será derramada por los siglos de los siglos.

Y aun la raza y la sangre están expuestas al viento del invierno.

Y puede haber un invierno de las razas.

Con su casa quizá si la tiene y su tierra.

Con sus herramientas seguramente y su raza y su sangre sus hijos heredarán.

Lo que está por encima de todo.