El precio del deseo - 5 excitantes historias eróticas - Camille Bech - E-Book

El precio del deseo - 5 excitantes historias eróticas E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

«Esa noche, cuando iba de camino a casa desde el teatro, donde se había pasado las últimas dos horas viendo cómo actuaban otras personas, vio que el apartamento de Ulrik en el distrito de Østerbro tenía las luces encendidas. Tenía el manuscrito en el bolso y, de repente, sintió un deseo vehemente de verlo. Le encantaba sentarse en su sala de estar y que él se sentase en el sillón y la corrigiese atentamente mientras ella andaba hacia delante y hacia atrás frente a él y le mostraba su progreso. Casi sin darse cuenta, tocó el timbre con un dedo.»Celia es actriz y está preparando su próximo papel con la ayuda de Ulrik, un experimentado actor mucho mayor que ella. Su relación es estrictamente profesional y sienten admiración mutua por la dedicación que profesan por su trabajo. Sin embargo, parece que hay mucho más que eso y conforme sus clases van avanzando, Celia no es capaz de ocultar el deseo que siente por Ulrik.Esta colección contiene:El precio del deseoCeciliaLa casa de veranoLos deseos secretos de JulieA solas en Casa-

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Camille Bech

El precio del deseo - 5 excitantes historias eróticas

LUST

El precio del deseo - 5 excitantes historias eróticas

Original title:

El precio del deseo - 5 erotic stories

 

Translated by Marta Cisa Muñoz, Adrián Vico Vazquez, Raquel Luque Benitez, Cymbeline Nuñez

Cover image: Shutterstock

Copyright © 2021 Camille Bech and LUST, Copenhagen.

All rights reserved ISBN: 9788726965292

 

1st ebook edition, 2021 Format: Epub 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

El precio del deseo

 

Cuando Celia recibió su primer papel en el teatro, decidió estudiar sus diálogos con un actor mayor danés. Se llamaba Ulrik, tenía sesentaipocos años, estaba divorciado y era empecinadamente difícil de llegar a conocer bien, según le habían dicho otras personas.

—Bueno, eso no es a lo que voy —había respondido Celia cuando sus amigos y compañeros le habían recomendado que buscase a otra persona.

Había quedado con él un par de veces en los últimos tres meses y les iba muy bien: se complementaban el uno al otro y él se había quedado impresionado con ella, aunque no la elogiase. Habían hecho amistad; ella era seguramente la única persona del mundo que se sentía segura con él, a pesar de haber entendido de qué hablaban sus compañeros, y podrían haber terminado mal si no fuese por el vínculo invisible que los unía y por el hecho de que disfrutaban de la compañía del otro.

Esa noche, cuando iba de camino a casa desde el teatro, donde se había pasado las últimas dos horas viendo cómo actuaban otras personas, vio que el apartamento de Ulrik en el distrito de Østerbro tenía las luces encendidas. Tenía el manuscrito en el bolso y, de repente, sintió un deseo vehemente de verlo. Le encantaba sentarse en su sala de estar y que él se sentase en el sillón y la corrigiese atentamente mientras ella andaba hacia delante y hacia atrás frente a él y le mostraba su progreso. Casi sin darse cuenta, tocó el timbre con un dedo. Se había colado por el hueco de la escalera cuando uno de los otros residentes se había marchado.

—Hola… Ah, es usted. Pase —estaba algo desorientado; no la esperaba y ella se sintió como si le debiese una explicación.

—Sí, estaba por el barrio y vi que tenía las luces encendidas, así que pensé que tal vez podía oírme leer… He estado practicando todo el día. ¿Le importaría, Ulrik?

Su expresión denotó que se sentía derrotado; era tarde y había colocado sus pastillas en la mesa junto a un vaso de agua. Tenía problemas cardíacos. Ella le preguntó si iba de camino a la cama.

—De hecho, sí… Es el tipo de cosas que hace la gente mayor a esta hora.

Él la examinó. Celia tenía un atractivo inusual, con su larga melena rubia y unos ojos azules que cambiaban de tono y reflejaban su estado de ánimo de un modo que hacía que resultase difícil desviar la mirada. Cuando separó los labios carnosos y sensuales para sonreír, le resplandecieron los ojos con una luz que casi le hizo olvidarse de lo que le había preguntado.

—Lo siento —dijo en voz baja y abrió el bolso para volver a guardarse el manuscrito.

En realidad era una tontería, pero la habían liado para participar en la obra y ella pensó que controlaba el material. Le hubiese gustado demostrárselo, pero era demasiado tarde y, por supuesto, podía esperar hasta el día siguiente.

—No, no… Puedo oírle leer siempre y cuando no vaya a tomarnos toda la noche.

A ella le gustaba él y lo respetaba profundamente: él mismo había actuado en el teatro, pero la enfermedad había puesto fin a su actividad y ahora solo aceptaba papeles muy de vez en cuando. Era un modelo a seguir para muchos de los estudiantes jóvenes y, tras graduarse y volver a Copenhague de Nueva York, Celia lo había ido a buscar deslumbrada por su persona. Lo había conocido en el teatro justo después de regresar a la ciudad. Él había acudido allí para encontrarse con antiguos compañeros de trabajo. Cuando ella fue a buscarlo más adelante para preguntarle si quería trabajar con ella de vez en cuando, él se había negado firmemente y de un modo casi malhumorado. Celia casi tuvo que ponerse de rodillas antes de que él se rindiese y reparó en la ligera irritación que desprendía su voz ronca cuando él le dio su número con renuencia. La había mirado con una mezcla de desprecio y admiración, dividido a partes iguales entre sus ambiciones por convertirse en una actriz avezada y en su aspecto.

—No creo que así sea… Se lo agradezco, Ulrik.

Se sentó en el sillón al lado de la ventana. Ella se percató de que su mirada de ojos grises azulados manifestaba su cansancio, así como el modo en que respiró al tomar asiento. Casi se había quedado calvo. Su rostro peculiar todavía revelaba que una vez fue un hombre apuesto. Tenía unos labios bonitos y ella pudo entrever una pequeña funda dorada en uno de sus dientes bien cuidados. No era muy alto, probablemente medía metro setentaipoco, y todavía tenía buen cuerpo, a su juicio, a pesar de que llevase tejanos y una camisa. Tenía el cuello de la camisa desabrochado, lo que permitió que Celia le viese el pelo del pecho gris que surgía de su piel morena. Todavía tenía un cuerpo musculoso y ella pensó que era extraño que no tuviese novia, aunque seguramente fuese por su temperamento intrincado.

Ulrik se encendió un cigarrillo y se puso las gafas de leer.

—¿Empezamos, Celia?

Iba a interpretar el papel de la cocinera, Cristina, en la obra La señorita Julia de Strindberg. Ulrik debía oírle interpretar la escena en la que Cristina acaba de enterarse de que Juan le ha sido infiel con la promiscua Julia. Él estaba fascinado por la joven, quien, con gran comprensión, lo daba todo como Cristina. Ulrik intentó centrarse en su tarea, pero dijo lo primero que se le pasó por la cabeza:

—Usted debería interpretar el papel de la señorita Julia… ¿Quién demonios la vio como una cocinera?

Ella se detuvo a media frase; él se había movido al borde del sillón. Ella sintió una ternura arrolladora por el viejo actor y, casi sin darse cuenta, se arrodilló ante él.

—¿Por qué dice eso, Ulrik? Debe guiarme como mentor, ¿verdad?

Él acercó una mano a Celia y le apartó un mechón del rostro antes de volver en sí y reclinarse en el sillón de nuevo.

—Sí, por supuesto. Sería usted la Julia perfecta, pero si dejamos eso de lado… Entonces sí, es usted buena, Celia.

Ella se puso en pie y él volvió a observarla en su papel de Cristina gritando a Juan, que se había pasado la noche haciendo el amor con la oprobiosa hija del conde.

—Tiene lo necesario para alcanzar el éxito, querida amiga. La próxima vez, pida que le den un papel más importante, ¿de acuerdo?

Ella volvió a guardarse en manuscrito en el bolso. No quería irse, pero era obvio que él estaba cansado y no quería importunarlo.

—De acuerdo.

Le sonrió seductoramente y, por primera vez en mucho tiempo, él sintió que todavía era un hombre.

—Hale, márchese ahora.

Intentó pronunciarlo de un modo divertido, pero ella percibió la seriedad del comentario en sus hermosos ojos cuando se despidió y cerró la puerta tras ella.

Cuando llegó a su apartamento, la inquietud le invadía el cuerpo. Era casi medianoche y Miguel podría volver en cualquier momento, así que se fue al baño deprisa para poder meterse en la cama antes de que él llegase. Por algún motivo, no le apetecía contarle dónde había estado. Evidentemente, él sabía que quedaba con Ulrik, pero no a estas horas, y se haría preguntas con mucha razón.

 

Miguel y Celia vivían en el apartamento de ella, que estaba en un barrio precioso, que se embellecía incluso más en verano, cuando hacía muy buen tiempo y todos los clientes de las cafeterías se sentaban en las terrazas. Era un oasis en medio de la gran ciudad; un barrio afrancesado de artistas con las casas antiguas encorvadas y los adoquines desiguales. Mientras volvían del cine el viernes por la noche, él la arrastró a un callejón cerca de una cafetería.

—¿Por qué vamos aquí? —le preguntó ella, sorprendida, cuando él le alzó ligeramente el vestidito de verano por encima de las nalgas.

—Quiero tenerte… Aquí y ahora…

Miguel la besó vigorosamente y ella se dejó llevar por el momento y su entusiasmo mientras él le empujaba las nalgas desnudas contra la fría pared.

—Quítate las bragas, nena…

Él la examinó atentamente mientras se desabrochaba los tejanos despacio. Se sacó el pene duro de los calzoncillos y ella se puso de rodillas en el callejón oscuro para metérselo en la boca. Él le agarró la cabeza firmemente y se movió con brío entre los bonitos labios de ella. Pensar que el sexo de su novia estaba al descubierto le excitaba todavía más y en poco tiempo hizo que ella se levantase. La besó con excitación mientras la erguía y la empotraba contra la pared. Estaba mojadísima y cuando notó la erección contra su hendidura depilada, soltó un gemidito. Él dejó que ella se deslizase sobre él y empezó a respirar con más dificultad al sentir su coño. Era espectacular; nadie más existía en ese momento y nada podría haberlos detenido en su búsqueda de la liberación.

Miguel la movió hacia arriba y hacia abajo encima de él mientras se besaban apasionadamente, pero no estaba muy cómodo, así que la puso contra un contenedor de basura que había cerca de la pared. Le agarró las pequeñas nalgas con firmeza y volvió a penetrarla. Le había cubierto la boca con la mano para que no despertase al barrio entero mientras le metía el pene en su vagina húmeda. Él notó cómo ella empujaba contra él y supo que estaba tan cachonda como él, mojada hasta los muslos. Celia no tardó en estar cerca del clímax y él tuvo que ponerle la mano en la boca con incluso más firmeza cuando la invadió un orgasmo. Ella explotó frente a él con la respiración entrecortada; era tan intenso, tan genial que él no pudo contenerse y en ese frío y oscuro callejón eyaculó en lo hondo de ella intentando reprimir un rugido ronco.

Luego la besó tiernamente y le preguntó si lo había disfrutado.

—Ha sido genial, cielo… Eres un chico malo, ¿eh?

Él se rio y le rodeó la cintura con los brazos mientras ella se metía las bragas en el bolsillo de la chaqueta ya que estaban muy cerca de casa y no las iba a necesitar.

—Tú sí que eres una chica mala, preciosa… Te quiero —le respondió cuando llegaron a su calle, entrelazados.

Una hora después, cuando se sentaron en su pequeña cocina y comieron bocadillos de camarones, ella pensó en el inminente estreno que esperaba que le abriese las puertas a otros trabajos.

—¿En qué piensas, preciosa?

Ella no pudo evitar sonreír: era tan atento y se sentía tan atraído por ella que a veces la conmovía.

—En el estreno.

—¿Qué piensa Ulrik? ¿Está contento con tu trabajo?

—Sí, dice que soy buena… Bueno, obviamente me corrige de vez en cuando porque es su trabajo, pero está contento.

—¡Ojalá supiese lo buena que eres! —le dedicó una sonrisa seductora, se levantó y la atrajo hacia él—. Creo recordar que no llevas bragas…

Él la subió al borde de la encimera de la cocina mientras se desabrochaba los pantalones.

—¿Listo para repetir?

Ella abrió las piernas para que él pudiese introducirse en ella y jadeó con fuerza cuando él se la metió.

—Siempre estoy listo… ¿Y tú, nena? ¿Quieres que repitamos?

Ella lo rodeó con las piernas y se restregó contra su pene mientras le susurraba que siempre lo deseaba. Él le quitó el vestido por la cabeza y lo dejó caer al suelo. Luego le sacó los pechos por encima del sujetador. Él le chupó los pezones vigorosamente y ella se restregó contra él incluso más, suplicándole que se la metiese.

Ella le quitó la camisa, le besó el cuello y le mordisqueó los pezones cuidadosamente con los labios. Era maravilloso. Ella hacía que se empalmase en cuestión de segundos cuando quería. Él se quitó los pantalones junto a los calzoncillos para tener más libertad para moverse. Notó cómo él le rodeaba las nalgas con las manos a medida que se introducía en ella lentamente. Él la rodeó con los brazos y la acercó más, se aferró con firmeza a sus largos rizos rubios y le inclinó la cabeza hacia atrás. Luego la besó con voracidad mientras se movía dando pequeñas y cortas embestidas. Él la levantó sin salir de ella y la llevó al dormitorio, donde se sentó al borde de la cama.

—Móntame, nena…

Él se tumbó manteniendo los pies en el suelo y ella empezó a moverse vigorosamente mirándolo fijamente. Ella se masajeó sus pequeños y redondos pechos delante de él, se pellizcó los pezones suavemente con las puntas de los dedos húmedas y él la sujetó de las finas caderas firmemente mientras se movía bajo ella.

—¡Eres preciosa! —le susurró mientras miraba cómo se le movían los pechos con excitación al subir y bajar con sus fuertes embestidas.

Ella se tumbó encima de él y le susurró al oído:

—Quiero darte una mamada…

—Mmm… Suena bien —gimió y ella se irguió lo suficiente para que él saliese de ella.

Ella se arrodilló a su lado y se apartó la melena a un lado para que él pudiese ver lo que hacía. Lo acarició con la lengua desde la base del glande varias veces antes de cerrar los labios a su alrededor y bajar por su erección.

Dejó que su saliva cayese por el miembro erecto y se lo metió incluso más hondo en la garganta mientras Miguel gemía roncamente. Con los dedos, empezó a jugar con sus testículos. Los acarició suavemente antes de dejar que su pene saliera de entre sus labios para poderle lamer los huevos. Se los puso en la boca, primero uno y luego el otro, y él jadeó excitado cuando empezó a mover la lengua alrededor de ellos mientras subía y bajaba la mano con vigor.

Sabía que él iba a correrse pronto, así que se tumbó de espaldas a su lado.

—Tómame, Miguel… Dame duro…

Él se puso de rodillas entre sus piernas y se las separó. Él le miró la vagina, cubierta de fluidos relucientes en la oscuridad y oyó su sonido al deslizarle un dedo en su abertura. No podía ocultar su sonrisa. Le encantaba cuando ella le suplicaba, quería ver su excitación y quería oír lo mucho que lo deseaba. Ella se masajeó los pechos redondos ferozmente y se arrastró por las sábanas cuando él le rozó el clítoris con un dedo.