El Principito - Antoine de Saint-Exupéry - E-Book

El Principito E-Book

Antoine de Saint-Exupéry

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Beschreibung

El libro favorito de todos los tiempos. Una historia sencilla con enseñanzas inolvidables sobre la amistad, el tiempo, las pérdidas, el amor. Esta edición del clásico cuenta con una cuidada y exclusiva traducción de la especialista Laura Estefanía e ilustraciones de la artista contemporánea Sofía Eugeni, junto con las originales de Antoine de Saint-Exupéry. Incluye una autobiografía ilustrada y datos curiosos sobre el autor, la obra y los personajes de esta novela leída por más de 150 millones de personas en todo el mundo. También encontrarán: • Enlaces para ver películas, escuchar el audiolibro y leerlo en otros idiomas. • Fotos de la época, estampillas y billetes que homenajean al autor y su obra. • Juegos y actividades para realizar de a uno o en grupos. "Solo vemos bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".

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@editorialelateneo

A Léon Werth

Les pido perdón a los niños por haberle dedicado este libro a una persona grande. Tengo una buena excusa: esa persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esa persona grande entiende todo, hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esa persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Necesita mucho que la consuelen. Si todas estas excusas no son suficientes, me gustaría dedicarle este libro al niño que fue esa persona grande. Todas las personas grandes fueron niños primero. (Pero pocas se acuerdan). Entonces, corrijo mi dedicatoria:

A LÉON WERTH CUANDO ERA NIÑO

I

Cuando tenía seis años, en un libro sobre la selva virgen que se titulaba Historias de la vida real, vi una impresionante ilustración. Representaba una serpiente boa que se estaba tragando a una fiera. Esta es una copia del dibujo.

En el libro decía: “Las serpientes boa se tragan a su presa entera, sin masticarla. Después no pueden moverse y duermen durante los seis meses que dura la digestión”.

En ese momento pensé mucho en las aventuras de la jungla y, con uno de mis lápices de colores, pude hacer mi primer dibujo. Mi dibujo número 1. Era así:

Les mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les daba miedo. Me contestaron:

—¿Y por qué nos daría miedo un sombrero?

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería a un elefante. Por lo tanto, dibujé el interior de la serpiente boa, para que las personas grandes lo entendieran. Siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas grandes me recomendaron que dejara de dibujar serpientes boas, abiertas o cerradas, y que me interesara más por la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Fue por eso que abandoné, a la edad de seis años, una carrera prometedora como pintor. Me desmotivaron el fracaso de mi dibujo número 1 y el de mi dibujo número 2. Las personas grandes nunca entienden nada solas, y es muy cansador para los niños tener que darles explicaciones todo el tiempo.

Tuve que elegir otro oficio y entonces aprendí a manejar aviones. Volé por casi todo el mundo. Y la verdad es que la geografía me sirvió muchísimo. De un solo vistazo podía diferenciar China de Arizona. Es muy útil si uno está perdido en medio de la noche.

A lo largo de mi vida, también conocí un montón de gente seria. Viví muchas cosas entre gente seria. La vi muy de cerca. Eso no mejoró mucho mi opinión sobre ella.

Cuando me encontraba con una persona que me parecía un poco más despierta que el resto, le hacía el experimento de mi dibujo número 1, que siempre guardé. Quería saber hasta qué punto entendía las cosas. Pero la respuesta era siempre la misma: “Es un sombrero”. Entonces yo ya no le hablaba de serpientes boas ni de selvas vírgenes ni de estrellas. Me ponía a su nivel. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y la persona grande se ponía contenta de haber conocido a un hombre tan razonable.

II

Así que viví solo, sin nadie con quien hablar de verdad, hasta que sufrí un desperfecto en el desierto del Sahara, hace seis años. Algo se había roto en el motor. Y como el mecánico no venía conmigo y tampoco llevaba ningún pasajero, me preparé para intentar yo solo un arreglo muy difícil. Era una cuestión de vida o muerte para mí. Tenía agua para apenas ocho días.

La primera noche me quedé dormido en la arena, a mil millas de cualquier lugar habitado. Estaba más aislado que un náufrago sobre una balsa en el medio del océano. Entonces, se pueden imaginar cómo me sorprendí cuando, mientras salía el sol, me despertó una vocecita extraña que me decía:

—¡Por favor…, dibújame una oveja!

—¿Eh?

—Dibújame una oveja…

Pegué un salto como si me hubiera alcanzado un rayo. Me froté los ojos. Miré bien. Y vi a un hombrecito de aspecto extraordinario que me observaba muy serio. Este es el retrato que mejor me salió de todos los que hice.

Mi dibujo, por supuesto, es mucho menos encantador que el modelo. No es culpa mía. A la edad de seis años, la gente grande me había desalentado en mi carrera de pintor y nunca aprendí a dibujar nada, salvo las boas abiertas y las boas cerradas.

Miré, como les decía, esa aparición con los ojos redondos por el asombro. No olviden que me encontraba a mil millas de cualquier lugar poblado. Sin embargo, mi hombrecito no parecía perdido, ni muerto de cansancio, ni muerto de hambre, ni muerto de sed, ni muerto de miedo. No parecía un niño perdido en el medio del desierto, a mil millas de cualquier región habitada.

Cuando por fin pude hablar, le dije:

—Pero… ¿qué estás haciendo en este lugar?

Entonces repitió, muy lentamente, como algo muy serio:

—Por favor…, dibújame una oveja.

Cuando el misterio es demasiado impresionante, nadie se anima a desobedecer. Por absurdo que me pareciera a mil millas de cualquier región poblada y en peligro de muerte, saqué del bolsillo una hoja y una lapicera. Pero en ese momento me acordé de que yo había estudiado más que nada geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al hombrecito (de bastante mal humor) que yo no sabía dibujar. Me respondió:

—No importa. Dibújame una oveja.

Como nunca había dibujado una oveja, volví a realizar, para él, uno de los dos únicos dibujos que sabía hacer. El de la boa cerrada. Y quedé pasmado cuando el hombrecito me dijo:

—¡No, no! ¡No quiero un elefante en una boa! Una boa es muy peligrosa y un elefante es muy corpulento. Es muy pequeño el lugar donde vivo. Necesito una oveja. Dibújame una oveja.

Entonces, dibujé.

La miró con atención y luego:

—¡No! Esa ya está muy enferma. Quiero otra.

Dibujé:

Mi amigo sonrió amablemente, con condescendencia.

—¿Lo estás viendo?… No es una oveja, es un carnero. Tiene cuernos…

Entonces volví a hacer el dibujo:

Pero fue rechazado, como los anteriores:

—Esta es muy vieja. Quiero una oveja que viva mucho.

Así que, ya con muy poca paciencia, porque quería empezar a desmontar el motor, garabateé este dibujo:

Y le solté:

—Esta es la caja. La oveja que quieres está adentro.

Me sorprendió ver cómo se iluminaba la cara de mi joven juez.

—¡Es exactamente lo que quería! ¿Crees que esta oveja necesita mucha hierba?

—¿Por qué?

—Porque donde vivo es muy pequeño.

—Te alcanzará, seguramente. Te di una oveja muy pequeña.

Inclinó la cabeza hacia el dibujo.

—No es tan pequeña como crees. ¡Mira! Se quedó dormida.

Y así fue como conocí al principito.

III

Tardé mucho en entender de dónde venía. El principito, que me hacía demasiadas preguntas, no parecía oír las mías. Ciertas palabras que decía por casualidad me iban revelando todo muy de a poco. Por ejemplo, cuando vio mi avión por primera vez (no voy a dibujar mi avión, es un dibujo demasiado complicado para mí), me preguntó:

—¿Qué es esa cosa que está ahí?

—No es una cosa. Vuela. Es un avión. Es mi avión.

Me sentí orgulloso de decirle que yo volaba. Entonces, exclamó:

—¡Cómo! ¿Caíste del cielo?

—Sí —dije con humildad.

—¡Ah!, qué extraño…

Y el principito estalló en una carcajada que me irritó mucho. Me gusta que se tomen en serio mis desventuras.

Después, agregó:

—Entonces, ¡tú también vienes del cielo! ¿De qué planeta?

En ese momento vi algo de luz dentro del misterio de su presencia, y lo interrogué bruscamente:

—¿Entonces vienes de otro planeta?

Pero no respondió. Asintió despacio mientras miraba mi avión:

—Claro que, viajando en esto, no puede ser de muy lejos.

Y se enfrascó en un ensueño que duró mucho tiempo. Luego, sacó mi oveja del bolsillo y se sumergió en la contemplación de su tesoro.

Pueden imaginarse cuánto me intrigó esa confesión a medias sobre “los otros planetas”. Me esforcé por saber más:

—¿De dónde vienes, hombrecito? ¿Dónde queda tu casa? ¿Adónde vas a llevar a mi oveja?

Me respondió luego de un silencio pensativo:

—Lo bueno de la caja que me diste es que le servirá de casa por la noche.

—Claro. Y si eres cuidadoso, te daré también una cuerda para que la ates durante el día. Y una estaca.

La propuesta pareció molestar al principito:

—¿Atarla? ¿A quién se le ocurre?

—Pero, si no está atada, puede irse a cualquier parte, puede perderse…

Y mi amigo estalló en una nueva carcajada:

—Pero ¡¿adónde podría irse?!

—A cualquier parte. Derecho, para adelante…

Entonces, el principito observó muy serio:

—No importa, ¡es todo tan diminuto donde vivo!

Y, tal vez, con un poco de melancolía, agregó:

—Derecho para adelante no llegaría muy lejos…

IV

Así fue como me enteré de una segunda cosa muy importante: ¡su planeta de origen era apenas más grande que una casa!

Eso no podía sorprenderme mucho. Sabía muy bien que, sacando los planetas grandes como la Tierra, Júpiter, Marte y Venus, a los que les hemos puesto nombre, hay cientos de otros planetas que a veces son tan minúsculos que apenas podemos verlos con un telescopio. Cuando un astrónomo descubre uno de estos, le pone un número de nombre. Lo llama, por ejemplo: “el asteroide 3251”.

Tengo serios motivos para creer que el planeta del que venía el principito es el asteroide B-612. A este asteroide lo vio una sola vez con un telescopio, en 1909, un astrónomo turco.

Organizó entonces una gran exhibición en torno a su descubrimiento en el Congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó debido a su traje. Las personas grandes son así.