El Principito - Antoine De Saint-Exupéry - E-Book

El Principito E-Book

Antoine de Saint-Exupéry

0,0

Beschreibung

Clásico de la literatura que cuenta la historia de un aviador perdido en el desierto, quien encuentra a un pequeño príncipe con el que inicia una larga conversación. El Principito le cuenta su paso por diferentes planetas.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 66

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Saint-Exupery, Antoine de El Principito / Antoine de Saint-Exupery ; adaptado por Katherine Martínez Enciso ; ilustrado por Gerardo Baró. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Editorial Camino al sur, 2020. Libro digital, EPUB - (Literatubers ; 12) Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-47288-5-2 1. Cuentos Clásicos Infantiles. 2. Literatura Clásica Infantil. 3. Narrativa Infantil y Juvenil Francesa. I. Martínez Enciso, Katherine, adap. II. Baró, Gerardo, ilus. III. Título. CDD 843.9283

© Editorial Camino al Sur, 2020 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533 [email protected] www.letraimpresa.com.ar Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la editorial. Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Idea y desarrollo: Diego Medina, Hector Artiles y Katherine Martínez Enciso Dirección editorial: Diego Medina Edición y adaptación: Katherine Martínez Enciso Diseño y diagramación: Estudio Cara o Cruz

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una buena excusa: esa persona mayor es mi mejor amigo en todo el mundo. Tengo otra excusa: esa persona mayor puede entenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esa persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre, frío y necesita ser consolada. Y por si todas esas excusas no fuesen suficientes, entonces dedico este libro al niño que alguna vez fue esa persona mayor. Todas las personas mayores fueron niños alguna vez, pero pocos lo recuerdan. Corrijo entonces mi dedicatoria:

a leon werth,

Cuando era niño

Cuando tenía seis años de edad vi una vez una magnífica imagen de la selva virgen, en un libro cuyo nombre era Historias vividas. Representaba una serpiente boa que engullía una fiera. He aquí la copia del dibujo.

Decía en el libro: “Las serpientes boas engullen sus presas enteras, sin masticarlas. Después, ya no se pueden mover y duermen durante los seis meses que demora su digestión”.

Reflexioné mucho acerca de las aventuras de la selva y logré, a mi vez, trazar mi primer dibujo con un lápiz de color. Mi dibujo número 1. Era así:

Les mostré mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo las asustaba.

Me respondieron: —¿por qué tendríamos que tenerle miedo a un sombrero?

Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digería un elefante. Entonces dibujé el interior de la serpiente boa para que las personas mayores pudieran entender. Ellas siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número 2 era así:

Las personas mayores me aconsejaron dejar de lado los dibujos de serpientes boas abiertas o cerradas, e interesarme más bien por la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue como, a los seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores no entienden nada por sí solas y es agotador para los niños tener que estar dándoles explicaciones una y otra vez…

Entonces, tuve que elegir otro oficio y aprendí a pilotear aviones. Volé a muchas partes del mundo, y la geografía, es cierto, me sirvió mucho para diferenciar a primera vista China de Arizona. Es muy útil si se está perdido durante la noche.

Tuve así, a lo largo de mi vida, un montón de encuentros con un montón de personas serias. Viví mucho tiempo con personas mayores. Las conocí muy de cerca, lo que no mejoró mucho mi opinión acerca de ellas.

Cuando encontraba alguna que me parecía un poco más lúcida que las demás, la sometía a la prueba de mi dibujo número 1, que guardé siempre. Quería saber si realmente comprendía. Pero siempre me respondía: “Es un sombrero”. Entonces no le hablaba ni de serpientes boas, ni de selvas vírgenes, ni de estrellas. Me ponía a su altura. Le hablaba de bridge, de golf, de política y de corbatas. Y la persona mayor quedaba feliz de haber conocido a alguien tan razonable…

Así fue como viví solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta una avería en el desierto de Sahara, hace seis años. Algo se había roto en el motor. Y como no viajaba conmigo ni mecánico ni pasajeros, me dispuse a realizar yo solo una reparación difícil. Era para mí un asunto de vida o muerte, pues apenas tenía agua potable para ocho días.

La primera noche me dormí sobre la arena, a más de mil kilómetros de cualquier lugar habitado. Estaba más solo que un náufrago sobre una balsa, en medio del océano. Así que pueden Imaginar mi sorpresa, cuando al amanecer una curiosa vocecita me despertó:

— ¡Por favor... dibújame un cordero!

—¿Ah?

—Dibújame un cordero…

Me puse de pie de un salto, como si me hubiera caído un rayo. Me refregué bien los ojos y miré. Entonces vi a un muchachito extraordinario que me observaba fijamente. He aquí el mejor retrato que, tiempo después logré hacer de él. Pero mi dibujo, naturalmente, es mucho menos encantador que el modelo. No es mi culpa. Las personas mayores me habían desalentado en mi carrera de pintor a los seis años y no había aprendido a dibujar nada, exceptuando las boas cerradas y las boas abiertas.

Miré, pues, con gran asombro, esa aparición. No hay que olvidar que estaba a más de mil kilómetros de toda región habitada. Y, sin embargo, el muchachito no me parecía extraviado, ni muerto de cansancio, ni de hambre, ni de sed, ni de miedo. Tampoco se parecía en nada a un niño perdido en medio del desierto, a más de mil kilómetros de toda región habitada. Cuando finalmente logré hablar, le dije:

— Pero… ¿qué haces tú por aquí?

Me repitió lentamente como algo muy importante:

—Por favor… dibújame un cordero…

Cuando el misterio es demasiado grande, uno no se atreve a desobedecer. Y por más absurdo que parezca, estando a más de mil kilómetros de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo una hoja de papel y un lápiz. Pero entonces recordé que yo solo había estudiado geografía, historia, cálculo y gramática. Así que le dije al muchachito (algo malhumorado) que no sabía dibujar. Él me respondió:

—¡No importa, dibújame un cordero!

Como nunca había dibujado un cordero, volví a trazar para él uno de los dos únicos dibujos que yo sabía hacer. Aquél de la boa cerrada. Quedé estupefacto al escucharlo decir:

— ¡No, no! Yo no quiero un elefante dentro de una serpiente. Una boa es muy peligrosa y un elefante es demasiado grande. El lugar donde yo vivo es muy pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.

Entonces dibujé esto:

Miró mi dibujo con atención y dijo:

—¡No! Ése está ya muy enfermo. Hazme otro.

Entonces dibujé este otro:

Mi amigo sonrió con indulgencia y dijo.

—Pero mira… éste no es un cordero, es un carnero. Tiene cuernos…

Volví a hacer mi dibujo. Pero fue rechazado como los anteriores:

—Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Entonces, impaciente, y como tenía prisa por empezar a desmontar el motor, hice este dibujo, y dije:

—Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro.

Para mi sorpresa el rostro de mi joven juez se iluminó y dijo:

— ¡Es exactamente como lo quería. ¿Crees que necesite mucho pasto?

— ¿Por qué?

—Porque el lugar donde yo vivo es tan pequeño…

—Seguro que estará bien. Te di un cordero pequeñito.

Inclinó su cabeza sobre el dibujo:

—No es tan pequeño. Mira, se quedó dormido…

Y así fue como conocí al principito.

M