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El Purgatorio de san Patricio es un auto sacramental de Calderón de la Barca relativo a la leyenda del santo irlandés san Patricio. Según la leyenda San Patricio pidió a Dios una prueba de la existencia del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Y Cristo le mostró la entrada a una cueva en donde se podían observar los sufrimientos de los pecadores y la dicha de los justos en su paso al más allá. Allí el santo construyó un monasterio y cerró la puerta de acceso a la cueva, con la orden de permitir la entrada solo quienes lo desearan con fervor, tras someterlos a una serie de pruebas para tratar de disuadirlos.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Pedro Calderón de la Barca
El purgatorio de san Patricio
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El purgatorio de San Patricio.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica: 978-84-9816-743-6.
ISBN ebook: 978-84-9953-116-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 87
Libros a la carta 129
Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681). España.
Su padre era noble y escribano en el consejo de hacienda del rey. Se educó en el colegio imperial de los jesuitas y más tarde entró en las universidades de Alcalá y Salamanca, aunque no se sabe si llegó a graduarse.
Tuvo una juventud turbulenta. Incluso se le acusa de la muerte de algunos de sus enemigos. En 1621 se negó a ser sacerdote, y poco después, en 1623, empezó a escribir y estrenar obras de teatro. Escribió más de ciento veinte, otra docena larga en colaboración y alrededor de setenta autos sacramentales. Sus primeros estrenos fueron en corrales.
Entre 1635 y 1637, Calderón de la Barca fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Por entonces publicó veinticuatro comedias en dos volúmenes y La vida es sueño (1636), su obra más célebre. En la década siguiente vivió en Cataluña y, entre 1640 y 1642, combatió con las tropas castellanas. Sin embargo, su salud se quebrantó y abandonó la vida militar. Entre 1647 y 1649 la muerte de la reina y después la del príncipe heredero provocaron el cierre de los teatros, por lo que Calderón tuvo que limitarse a escribir autos sacramentales.
Calderón murió mientras trabajaba en una comedia dedicada a la reina María Luisa, mujer de Carlos II el Hechizado. Su hermano José, hombre pendenciero, fue uno de sus editores más fieles.
Egerio, rey de Irlanda
Leogario
Un Capitán
Polonia
Patricio
Lesbia
Ludovico
Philipo
Paulín, villano
Locía, villana
Un hombre embozado
Un Ángel bueno
Dos Canónigos Reglares
Un Ángel malo
Un viejo, de villano
Dos villanos
Salen Egerio, rey de Irlanda, vestido de pieles; Leogario; un Capitán; Polonia y Lesbia, deteniéndole.
Rey Dejadme dar la muerte.
Leogario Señor, detente.
Capitán. Escucha.
Lesbia Mira.
Polonia Advierte.
Rey Dejad que desde aquella
punta vecina al Sol, que de una estrella
corona su tocado, 5
a las saladas ondas despeñado,
baje quien tantas penas se apercibe:
muera rabiando quien rabiando vive.
Lesbia ¿Al mar furioso vienes?
Polonia Durmiendo estabas; di, señor, ¿qué tienes? 10
Rey Todo el tormento eterno
de las sedientas furias del infierno,
partos de aquella fiera
de siete cuellos que la cuarta esfera
empaña con su aliento. 15
En fin, todo su horror y su tormento
en mi pecho se encierra,
que yo mismo a mí mismo me hago guerra
cuando, en Brazos del sueño,
vivo cadáver soy; porque él es dueño 20
de mi vida, de suerte
que vi un pálido amago de la muerte.
Polonia ¿Qué soñaste, que tanto te provoca?
Rey ¡Ay, hijas! Atended: que de la boca
de un hermoso mancebo 25
—aunque mísero esclavo, no me atrevo
a injuriarle, y le alabo—;
al fin, que de la boca de un esclavo
una llama salía,
que en dulces rayos mansamente ardía, 30
y a las dos os tocaba,
hasta que en vivo fuego os abrasaba.
Yo, en medio de las dos, aunque quería
su furia resistir, ni me ofendía,
ni me tocaba el fuego. 35
Con esto, pues, desesperado y ciego,
despierto de un abismo,
de un sueño, de un letargo, un parasismo,
tanto mis penas creo,
que me parece que la llama veo, 40
y, huyendo a cada paso,
ardéis vosotras, pero yo me abraso.
Lesbia Fantasmas son ligeras
del sueño, que introduce estas quimeras
al alma y al sentido. 45
Tocan una trompeta.
Mas, ¿qué clarín es éste?
Capitán Que han venido
a nuestro puerto naves.
Polonia Dame licencia, gran señor, pues sabes
que un clarín, cuando suena,
es para mí la voz de la sirena; 50
porque a Marte inclinada,
del militar estruendo arrebatada,
su música me lleva
los sentidos tras sí; porque le deba
fama a mis hechos, cuando 55
llegue en ondas de fuego navegando
al Sol mi nombre, y con veloces alas
allí compita a la deidad de Palas.
(Aparte.) (Aunque más parte debe a este cuidado,
el saber si es Filipo el que ha llegado.) 60
Vase.
Leogario Sal, señor, a la orilla
del mar, que la cabeza crespa humilla
al monte, que le da, para más pena,
en prisión de cristal, cárcel de arena.
Capitán Divierta tu cuidado 65
este monstruo nevado,
que en sus ondas dilata
a espejos de zafir, marcos de plata.
Rey Nada podrá alegrarme.
Tanto pudo el dolor enajenarme 70
de mí, que ya sospecho
que es Etna el corazón, volcán el pecho.
Lesbia Pues, ¿hay cosa a la vista más suave
que ver quebrando vidrios una nave,
siendo en su azul esfera, 75
del viento pez, y de las ondas ave,
cuando corre veloz, surca ligera,
y de dos elementos amparada,
vuela en las ondas y en los vientos nada?
Aunque agora no fuera 80
su vista a nuestros ojos lisonjera,
porque el mar alterado,
en piélagos de montes levantado,
riza la altiva frente,
y sañudo Neptuno, 85
parece que, importuno,
turbó la faz y sacudió el tridente.
Tormenta el marinero se presuma,
que se atreven al cielo
montes de sal, pirámides de yelo, 90
torres de nieve, alcázares de espuma.
Sale Polonia.
Polonia ¡Gran desdicha!
Rey Polonia,
¿qué es eso?
Polonia Esa inconstante Babilonia,
que al cielo se levanta
—tanta es su furia y su violencia tanta— 95
con un furor sediento
—¿quién ha visto con sed tanto elemento?—
en sus entrañas bárbaras esconde
diversas gentes, donde
a consagrar se atreve 100
sepulcros de coral, tumbas de nieve
en bóvedas de plata;
porque el Dios de los vientos los desata
de la prisión que asisten;
y ellos, sin ley y sin aviso, embisten 105
a ese bajel, cuyo clarín sonaba,
cisne que sus exequias se cantaba.
Yo, desde aquella cumbre,
que al Sol se atreve a profanar la lumbre,
contenta le advertía, 110
por ver que era Filipo el que venía;
Filipo, que en los vientos, lisonjeras
tus armas, tremolaban sus banderas;
cuando su estrago admiro
y, cada voz envuelta en un suspiro, 115
desvanecí primero sus despojos,
efeto de mis labios y mis ojos,
porque dieron veloces
más agua y viento en lágrimas y voces.
Rey Pues, dioses inmortales, 120
¿cómo probáis con amenazas tales
tanto mi sufrimiento?
¿Queréis que suba a derribar violento
ese alcázar azul, siendo segundo
Nembrot, en cuyos hombros 125
pueda escaparse el mundo,
sin que me cause asombros
el ver rasgar los senos
con rayos, con relámpagos y truenos?
Dentro Patricio.
Patricio ¡Ay de mí!
Leogario Triste voz.
Rey ¿Qué es eso?
Capitán A nado 130
un hombre se ha escapado
de la cruel tormenta.
Lesbia Y con sus Brazos dar la vida intenta
a otro infelice, cuando
estaba con la muerte agonizando. 135
Polonia Mísero peregrino,
a quien el hado trujo, y el destino,
a tan remota parte,
norte vocal, mi voz podrá guiarte
si me escuchas, pues por animarte hablo: 140
llegad.
Salen mojados Patricio y Ludovico, abrazados los dos, y caen saliendo cada uno a su parte.
Patricio ¡Válgame Dios!
Ludovico ¡Válgame el diablo!
Lesbia A piedad han movido.
Polonia Si no es a mí, que nunca la he tenido.
Patricio Señores, si desdichas
suelen mover los corazones dichas, 145
sucedidas no espero
que pueda hallarse corazón tan fiero
a quien no ablanden. Mísero y rendido,
piedad por Dios a vuestras plantas pido.
Ludovico Yo no, que no la quiero; 150
que de los hombres ni de Dios la espero.
Rey Decid quién sois; sabremos
la piedad y hospedaje que os debemos.
Y porque no ignoréis quién soy, primero
mi nombre he de decir; porque no quiero 155
que me habléis indiscretos,
ignorando quién soy, sin los respetos
a que mi vista os mueve,
y sin la adoración que se me debe.
Yo soy el rey Egerio, 160
digno señor deste pequeño imperio;
pequeño porque es mío,
que hasta serlo del mundo desconfío
de mi valor. El traje,
más que de rey, de bárbaro salvaje 165
traigo porque quisiera
fiera ansí parecer, pues que soy fiera.
A Dios ninguno adoro,
que aun sus nombres ignoro,
ni aquí los adoramos ni tenemos, 170
que el morir y el nacer solo creemos.
Ya que sabéis quién soy, y que fue mucha
mi majestad, decid quién sois.
Patricio Escucha:
mi propio nombre es Patricio,
mi patria Irlanda o Hibernia, 175
mi pueblo Emptor, por humilde
y pobre sabido apenas.
Este, entre el setentrión
y el occidente, se asienta
en un monte, a quien el mar 180
ata con prisión estrecha,
en la isla que llamaron,
para su alabanza eterna,
gran señor, isla de santos:
tantos fueron los que en ella 185
dieron la vida al martirio
en religiosa defensa
de la fe; que ésta en los fieles
es la última fineza.
De un caballero irlandés, 190
y de una dama francesa,
su casta esposa, nací,
a quien debí en mi primera
edad —fuera deste ser—
otro de mayor nobleza, 195
que fue la luz de la fe
y religión verdadera
de Cristo, por el carácter
del santo bautismo, puerta
del cielo como primero 200
sacramento de su iglesia.
Mis piadosos padres, luego
que pagaron esta deuda
común que el hombre casado
debió a la naturaleza, 205
se retiraron a dos
conventos, donde en pureza
de castidad conservaron
su vida hasta la postrera
línea fatal; que rindieron, 210
con mil católicas muestras,
el espíritu a los cielos
y el cadáver a la tierra.
Huérfano entonces quedé
debajo de la tutela 215
de una divina matrona,
en cuyo poder apenas
cumplí un lustro o cinco edades
del Sol, que en doradas vueltas
cinco veces ilustró 220
doce signos y una esfera,
cuando mostró Dios en mí
su divina omnipotencia;
que de flacos instrumentos
usa Dios porque se vea 225
más su majestad, y a El solo
se atribuyan sus grandezas.
Fue, pues —y saben los cielos
que no es humana soberbia,
sino celo religioso 230
de que sus obras se sepan,
el contarlas yo—, que un día
un ciego llegó a mis puertas,
llamado Gormas, y dijo:
«Dios me envía aquí, y ordena 235
que en su nombre me des vista.»
Yo, rendido a su obediencia,
la señal de la cruz hice
en sus ojos, y con ella
pasaron restituidos 240
a la luz, de las tinieblas.
Otra vez, pues, que los cielos,
rebozados entre densas
nubes, con rayos de nieve
hicieron al mundo guerra, 245
cayó tanta sobre un monte
que, desatada y deshecha
a los rigores del Sol,
inundaba de manera