El Retorno de Luther - Tina Folsom - E-Book

El Retorno de Luther E-Book

Tina Folsom

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Beschreibung

Tras veinte años encarcelado en una prisión de vampiros, Luther por fin es libre. Pero antes de que pueda cerrar este capítulo de su vida de una vez por todas, un secuestro lo arrastra de vuelta al mundo de Scanguards y lo enfrenta con los mismos vampiros a cuyas compañeras estuvo a punto de matar dos décadas atrás. La actriz Kimberly "Katie" Fairfax le ha dado la espalda a Hollywood y ahora enseña teatro en una universidad de San Francisco. Cuando la hija de Samson, el dueño de Scanguards, desaparece durante una función, Katie se culpa de haber puesto en peligro a Isabelle sin querer. Al darse cuenta de que Luther podría ser el único capaz de rescatar a la hija de Samson, forja una frágil alianza con el inescrutable desconocido. A medida que la pasión se enciende entre ellos, no solo tendrán que enfrentarse a un enemigo desconocido, sino también a los demonios de su pasado, que podrían destruirlos antes de que puedan rescatar a Isabelle. SOBRE LA SERIE La serie Vampiros de Scanguards está llena de acción trepidante, escenas de amor ardientes, diálogos ingeniosos y héroes y heroínas fuertes. El vampiro Samson Woodford vive en San Francisco y es dueño de Scanguards, una empresa de seguridad y guardaespaldas que emplea tanto a vampiros como a humanos. Y, con el tiempo, también a algunas brujas. ¡Agrega unos cuantos guardianes y demonios inmortales más tarde en la serie, y ya te harás una idea! Cada libro puede leerse de manera independiente, ya que siempre se centra en una nueva pareja encontrando el amor. Sin embargo, la experiencia es mucho más enriquecedora si los lees en orden. Y, por supuesto, siempre hay algunas bromas recurrentes. Lo entenderás cuando conozcas a Wesley, un aspirante a brujo. ¡Que la disfrutes! Lara Adrian, autora bestseller del New York Times de la serie Midnight Breed: "¡Soy adicta a los libros de Tina Folsom! La serie Vampiros de Scanguards® es de lo más candente que le ha pasado al romance de vampiros. ¡Si te encantan las lecturas rápidas y apasionantes, no te pierdas de esta emocionante serie!" Vampiros de Scanguards La Mortal Amada de Samson (#1) La Revoltosa de Amaury (#2) La Compañera de Gabriel (#3) El Refugio de Yvette (#4) La Redención de Zane (#5) El Eterno Amor de Quinn (#6) El Hambre de Oliver (#7) La Decisión de Thomas (#8) Mordida Silenciosa (#8 ½) La Identidad de Cain (#9) El Retorno de Luther (#10) La Promesa de Blake (#11) Reencuentro Fatídico (#11 ½) El Anhelo de John (#12) La Tempestad de Ryder (#13) La Conquista de Damian (#14) El Reto de Grayson (#15) El Amor Prohibido de Isabelle (#16) La Pasión de Cooper (#17) La Valentía de Vanessa (#18) Deseo Mortal (Storia breve) Guardianes Invisibles Amante Descubierto (#1) Maestro Desencadenado (#2) Guerrero Desentrañado (#3) Guardián Descarriado (#4) Inmortal Develado (#5) Protector Inigualable (#6) Demonio Desatado (#7) La serie Vampiros de Scanguards lo tiene todo: amor a primera vista, de enemigos a amantes, encuentros divertidos, insta-amor, héroes alfa, parejas predestinadas, guardaespaldas, hermandad, damiselas en apuros, mujeres en peligro, la bella y la bestia, identidades ocultas, almas gemelas, primeros amores, vírgenes, héroes torturados, diferencias de edad, segundas oportunidades, amantes en duelo, regresos del más allá, bebés secretos, playboys, secuestros, de amigos a amantes, salidas del clóset, admiradores secretos, últimos en enterarse, amores no correspondidos, amnesia, realeza, amores prohibidos, gemelos idénticos, y compañeros en la lucha contra el crimen.

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Seitenzahl: 397

Veröffentlichungsjahr: 2025

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EL RETORNO DE LUTHER

VAMPIROS DE SCANGUARDS - LIBRO 10

TINA FOLSOM

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Orden de Lectura

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Sobre el Autor

DESCRIPCIÓN DEL LIBRO

Tras veinte años encarcelado en una prisión de vampiros, Luther por fin es libre. Pero antes de que pueda cerrar este capítulo de su vida de una vez por todas, un secuestro lo arrastra de vuelta al mundo de Scanguards y lo enfrenta con los mismos vampiros a cuyas compañeras estuvo a punto de matar dos décadas atrás.

La actriz Kimberly “Katie” Fairfax le ha dado la espalda a Hollywood y ahora enseña teatro en una universidad de San Francisco. Cuando la hija de Samson, el dueño de Scanguards, desaparece durante una función, Katie se culpa de haber puesto en peligro a Isabelle sin querer. Al darse cuenta de que Luther podría ser el único capaz de rescatar a la hija de Samson, forja una frágil alianza con el inescrutable desconocido. A medida que la pasión se enciende entre ellos, no solo tendrán que enfrentarse a un enemigo desconocido, sino también a los demonios de su pasado, que podrían destruirlos antes de que puedan rescatar a Isabelle.

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Editado por Josefina Gil Costa y Gris Alexander

© 2025 Tina Folsom

Scanguards ® es una marca registrada.

1

La celda de dos por dos metros sin ventanas había sido su hogar durante veinte años.

Luther West no miró hacia atrás mientras caminaba—por delante de Dobbs, el guardia vampiro con chaleco de Kevlar—hacia el final del largo pasillo bordeado por celdas similares. Celdas que contenían a otros vampiros; criminales, como él. Una luz intensa iluminaba los corredores de aquel enorme laberinto de concreto, situado en algún lugar en las faldas de la Sierra Nevada.

Luther alzó la vista hacia los tubos fluorescentes que había sobre su cabeza. A un visitante le parecerían ordinarios, pero Luther sabía que no lo eran. Desde una sala de control, con solo accionar un interruptor, se activaban los tubos de rayos ultravioleta ocultos en el interior de las carcasas. Cualquier vampiro que quedara atrapado en el pasillo una vez encendidas las luces ultravioletas acabaría incinerado, lenta pero inevitablemente.

Una muerte dolorosa. Y un eficaz elemento disuasorio para quien se atreviera a intentar escapar.

Aparte de ese ingenioso artilugio, una prisión de vampiros no era muy diferente de una prisión humana. La idea era la misma: castigar a los delincuentes y mantenerlos alejados de la gente decente para que no pudieran hacer daño a nadie más.

Bueno, había funcionado.

Las pistolas de rayos ultravioleta que llevaban los guardias para mantener a raya a los prisioneros cumplían su propósito. Aunque su impacto era doloroso, normalmente no dejaban marcas permanentes en los vampiros. El consumo de sangre humana y un ciclo de sueño ininterrumpido aseguraban que la piel de un vampiro sanara sin dejar cicatrices. Sin embargo, algunos guardias eran más crueles que otros. Y los prisioneros a los que les costaba someterse a la autoridad y aceptar su destino aprendían por las malas que, incluso en un cuerpo vampírico, las cicatrices podían perdurar.

Luther había sido uno de ellos.

Para enseñarle quién mandaba, redujeron sus ya escasas raciones de sangre humana hasta niveles de casi inanición y alteraron su ciclo de sueño, despertándolo cada treinta minutos para que su cuerpo de vampiro no pudiera sanar. Una semana de ese tratamiento bastó para que el tejido cicatricial creciera sobre las quemaduras causadas por los rayos UV, haciendo que las marcas fueran permanentes.

La espalda y el pecho de Luther eran testigos de sus primeros años de rebeldía. Había aprendido la lección. Posteriormente se convirtió en un prisionero modelo y guardó para sí sus verdaderos sentimientos, esperando el momento oportuno. Pero había hecho enemigos desde el principio, y algunos guardaban rencor durante más tiempo que otros.

—¿Día de liberación? —La voz procedía de una celda abierta. La reconoció como la de Summerland, otro guardia que no nunca perdía oportunidad de demostrarle a Luther quién mandaba.

Luther volvió la cabeza instintivamente, aunque sabía que la pregunta no iba dirigida a él. Detrás de él, Dobbs se detuvo, y Luther hizo lo mismo, anticipándose a la orden de esperar.

—Se acabó el tiempo de West. —Dobbs señaló con el pulgar en su dirección y luego volvió a mirar al guardia dentro de la celda—. ¿Qué haces? Creía que habían soltado a ese V-CON la semana pasada.

V-CONs. Así llamaban los guardias a los prisioneros: Vampiros Convictos.

Luther miró más allá de Dobbs hacia Summerland, quien inclinó su rubia cabeza hacia las paredes interiores.

—Sí, ya salió. Pero no se llevó todo su mugrero.

Summerland seguía arrancando pósters de las paredes. Carteles de películas, fotos de mujeres hermosas, actrices seguramente. Estrellas de cine. O quizás cantantes. Una de las mujeres le resultaba vagamente familiar. Probablemente la había visto en una pantalla. Una rubia con unas tetas como las de Raquel Welsh y unos ojos como los de un gato salvaje. Verdes como esmeraldas. Estaba claro que el vampiro que antes había ocupado esa celda tenía buen gusto en mujeres. Pero no tan buen gusto en películas, a juzgar por los carteles.

El acceso a películas y programas de televisión era un privilegio reservado para quienes tenían buena conducta. El exconvicto debió de haber sido un modelo ejemplar, ya que incluso le habían permitido ver películas desde el exterior. O había sobornado a un guardia.

Al fin y al cabo, los presos eran vampiros, y muchos de ellos ya habían vivido una larga vida y habían acumulado fortunas con las que compraban ciertos servicios. Luther sabía que algunos guardias se las ingeniaban para meter prostitutas en la prisión a cambio de grandes sumas de dinero. Ser guardia en una de las pocas penitenciarías para vampiros era un puesto codiciado. Se rumoraba que muchos guardias se habían jubilado como hombres ricos.

Aunque Luther podría haber pagado por putas, nunca pidió tales favores. Una mujer fue la razón por la que había pasado veinte años en este infierno. Las mujeres eran un problema con P mayúscula. Se aseguraría de mantenerse alejado de ellas. Otra lección que había aprendido: nunca confíes en los sentimientos de una mujer. No importa cuántas veces diga que te ama. Ni siquiera si lleva en su vientre a tu hijo.

Con un gruñido, Luther rechazó los recuerdos y la rabia que brotaban de ellos.

—¿Terminaste de charlar?

—Vigila esa boca, West —le amonestó Dobbs—. Pronto saldrás de aquí. Cuando yo esté listo. Aunque a algunos no les guste la idea. ¿Verdad, Summerland?

Summerland entrecerró los ojos y le lanzó una mirada venenosa a Luther.

—Oh, algún día volverá.

Luther levantó un lado del labio en señal de burla.

—No cuentes con ello.

Sin esperar la orden de Dobbs, giró y siguió caminando en la dirección que habían tomado.

Oyó los pasos del guardia detrás de él, pero de repente quedaron ahogados por un ruido que había más adelante. Gritos y gruñidos airados resonaron por el pasillo. En cuanto Luther dobló una esquina, vio el motivo del alboroto.

Un preso corpulento, claramente encabronado, luchaba con uñas y dientes contra sus dos guardias. Los guardias, Norris y MacKay, iban armados hasta los dientes, pero el convicto no les dio oportunidad de emplear sus armas.

Con los colmillos expuestos y los ojos enrojecidos, enfatizando su agresividad, el V-CON atacó con tal ferocidad y destreza que los dos guardias, bien entrenados, tuvieron que emplear todas sus fuerzas solo para mantenerse en pie.

—¡Ah, mierda! —maldijo Dobbs. Presionó el botón de su radio—. Corredor siete. V-CON hostil, dos guardias en apuros. Usen luces UV. Repito…

—¡Carajo! —maldijo Luther, girando la cabeza hacia Dobbs—. ¿Me estás jodiendo?

¿El día de su liberación recibiría una última dosis de rayos UV? ¿Qué carajos se suponía que era eso? ¿Un regalo de despedida?

Pero Dobbs simplemente se encogió de hombros y se tapó la cara con su pantalla protectora. El resto de su cuerpo ya estaba adecuadamente protegido por su equipo, hasta los guantes especialmente diseñados.

—¡Maldito pendejo! —Luther se lanzó hacia el tumulto. Si conseguía calmar la situación lo suficientemente rápido, Dobbs tendría tiempo para anular su orden. ¡Ningún prisionero pendejo de mierda haría que lo quemaran el día de su liberación!

—¡Sobre mi puto cuerpo carbonizado!

Lívido, Luther embistió al convicto agresivo, tomándolo por sorpresa. El idiota no esperaba ser atacado por un compañero de prisión. Craso error.

Golpeando con el puño la cara del imbécil, Luther gritó:

—¡No vas a arruinar mi día de liberación, cabrón!

Un puño voló directamente hacia él, pero el V-CON no tenía ni idea de con quién estaba tratando. Puede que Luther llevara veinte años encarcelado, y con razón, pero no había perdido ni un ápice de sus letales habilidades de combate. En el mejor de los casos, estaba un poco oxidado, pero su memoria muscular se recuperaba con cada golpe que le daba al tipo.

Con calma estoica, Luther aceptó los golpes que el otro vampiro consiguió asestarle.

Otro puñetazo, y su oponente finalmente cayó de espaldas. Ahora que lo más difícil ya estaba hecho, Norris y MacKay saltaron de nuevo a la acción y sujetaron los brazos del V-CON.

Pero someter al prisionero había tomado demasiado tiempo.

Luther escuchó el delator chasquido de los tubos de luz del techo.

—¡Carajo! —maldijo justo cuando las luces parpadearon por un instante.

Entonces sintió la quemadura.

Las luces ultravioletas lo iluminaron como si estuviera bajo el sol de mediodía.

—¡Cancélalo, Dobbs! ¡Carajo! —gritó Luther, girando la cabeza hacia el guardia.

Vio cómo Dobbs buscaba a tientas su radio y lo dejaba caer al suelo.

—¡Maldito cabrón!

Luther se abalanzó sobre el dispositivo de comunicación y lo agarró. Pulsó el botón. Detrás de él escuchó cómo Norris y MacKay se ocupaban del V-CON, quien ahora gritaba de dolor.

—Desactiven las luces UV del pasillo siete —gritó Luther por radio. Había escuchado tantas veces a los guardias que ya conocía su jerga y la forma en que daban órdenes.

—¿Quién habla? —fue la respuesta entrecortada.

El hedor a pelo y piel quemada, suya y del otro prisionero, le llegaba a la nariz y le producía náuseas.

De repente le arrancaron la radio de la mano.

—Soy Dobbs. Desactiven las luces UV en el corredor siete de inmediato. V-CON sometido.

Segundos después, las luces volvieron a parpadear. Luther se desplomó en el suelo, esta vez no de dolor, sino de alivio.

—Todo bajo control —confirmó ahora Norris.

Luther lo miró de reojo y bufó. Sí, ahora todo estaba bajo control, pero no gracias a los guardias. Esto era obra de Luther. Pero antes de que pudiera decirle al guardia lo que pensaba de su comentario, una bota brillante le impactó en el costado, haciéndolo chocar con la pared. Automáticamente, sus colmillos descendieron y sus labios se despegaron de sus dientes, mostrando su dentadura perlada al atacante.

—Summerland. —siseó Luther en voz baja—. ¡Me lo imaginaba!

Había salvado a los guardias de graves heridas y posiblemente de la muerte, ¿y así era como le agradecían?

La bota se dirigió hacia él por segunda vez. Luther intentó atraparla, pero Summerland fue apartado de un tirón.

—¡Déjalo en paz! —ordenó Norris.

Luther miró más allá del aturdido guardia, viendo cómo Norris seguía agarrado al hombro de Summerland.

—Será mejor que ayudes a acomodar al novato. —Norris hizo un gesto al vampiro sometido, que tenía la cara y las manos cubiertas de furiosas ampollas. Había recibido todo el impacto de las luces ultravioletas, ya que estaba tumbado boca arriba cuando se encendieron.

Luther había podido apartar la mirada de los rayos, pero su nuca y la parte posterior de su cabeza sufrieron daños considerables. Nada que un poco de sangre humana y un buen día de sueño no pudieran arreglar.

—Y no seré yo quien redacte el informe del incidente —insistió Norris—. Tengo que irme de vacaciones.

MacKay, que apuntaba con una pistola ultravioleta a la cabeza del V-CON, cuyas manos ahora estaban atadas con grilletes de plata, gruñó disgustado.

—Seguro que sabes elegir el momento oportuno, dejando que los demás nos ocupemos de este novato. —MacKay golpeó la culata de su arma contra la sien del prisionero—. Que no tiene ni puta idea de lo que le conviene.

—Vámonos, West —ordenó Dobbs—. A menos que te guste tanto estar aquí que quieras quedarte más tiempo.

A pesar del dolor que irradiaba por su cabeza y recorría su columna vertebral, Luther se levantó de un salto, sin querer demostrarle a esos guardias ingratos que estaba sufriendo. Hizo un gesto de reconocimiento a su carcelero y continuó su camino fuera del infierno que había sido su hogar durante veinte años solitarios.

2

—¡Se me atoró el cierre!

Katie Montgomery se arremolinó en el vestidor improvisado en que se había convertido el camerino por esa noche. Un lado estaba reservado para las actrices. Unos paneles de dos metros de altura separaban el área de la sección donde los actores masculinos se cambiaban de vestuario.

La clase de teatro de la Universidad de San Francisco, una escuela privada, iba a presentar Sueño de una noche de verano antes de las vacaciones navideñas. Como profesora de teatro, Katie era responsable de toda la producción, incluso de asegurarse de que todos lucieran perfectos y supieran sus líneas. Además, ella misma interpretaba uno de los papeles, ya que, por desgracia, una alumna se había salido a principios de semestre y Katie no pudo encontrar a nadie más que pudiera encargarse de un papel tan exigente.

El ajetreo, el cotilleo, la emoción entre los actores aficionados le recordaban los años que pasó en los sets de cine y televisión en Hollywood. En aquel entonces, no se llamaba Katie. En Hollywood todos la conocían como Kimberly Fairfax, la rubia explosiva. Bueno, ya no era rubia… de hecho, nunca lo había sido. Su color natural de cabello era un castaño oscuro intenso, como el de sus hermanos Haven y Wesley.

Se apresuró hacia Cindy, la chica de veinte años que se había lamentado sobre su cierre.

—Ya lo tengo. —Se colocó detrás de ella y examinó la parte trasera del disfraz de hada en tonos pasteles azul pastel y verde—. En el siglo XVI tenían botones y lazos —murmuró Katie para sí misma. Tiró de la cremallera, pero estaba ajustada—. ¿Subiste de peso?

Cindy miró por encima del hombro y se encogió de hombros tímidamente.

—Te juro que solo me como un pan dulce en la mañana.

Katie ladeó la cabeza, pero no dijo nada.

—Bueno, y uno en la tarde. Pero en serio, no es mi culpa. Es que siempre tengo hambre. Y todavía estoy creciendo. Además, no todas podemos tener la misma figura perfecta que tú. No sé cómo lo haces. Sigues pareciendo veinteañera, y sé de buena fuente que tu primera gran película se estrenó cuando yo nací.

Sonriendo, Katie negó con la cabeza.

—Aguanta la respiración un momento. —Subió el cierre y le dio una palmada en el hombro a la chica—. Todo bien.

Antes de que su alumna pudiera seguir comentando sobre el aspecto de Katie, esta se volteó y miró a su alrededor para ver si alguien más necesitaba su ayuda. Siempre se abstenía de hacer comentarios cuando la gente resaltaba su aspecto y su edad.

Tenía cuarenta y dos años, pero para una bruja, la edad no significaba nada. Aunque no era tan inmortal como su hermano vampiro, Haven, tanto ella como su hermano brujo, Wesley, envejecían tan despacio que fácilmente podían pasar por veinteañeros. Ese fue uno de los motivos por los que Katie había dejado Hollywood y el mundo del cine atrás. Demasiada gente había empezado a hacer preguntas, a preguntarse qué cirujano plástico la mantenía tan joven. Temía que algún día descubrieran que no era humana, sino una criatura sobrenatural.

A pesar de sus genes de bruja, no podría decirse que tenía poderes. Un ritual que su madre había realizado poco después de su nacimiento les había arrebatado a ella y a sus hermanos sus poderes de brujos. Cuando su hermano Haven sacrificó su vida humana veinte años atrás para salvar al mundo de una bruja malvada y se convirtió en vampiro, el Poder de Tres que ella y sus hermanos se suponía que debían poseer se destruyó para siempre.

Pero Wesley, su hermano ocho años mayor, quería recuperar sus poderes. Y había trabajado para conseguirlo. Estudió el oficio. Cometió errores. Practicó aún más. Ahora, veinte años después, era un brujo consumado. Usaba sus poderes para el bien y no para el mal. Y también para Scanguards, la empresa de seguridad dirigida por vampiros a la que todos le debían tanto.

Al menos la mitad de ellos estaban allí esa noche. Todos habían venido a ver actuar a Isabelle, la hija de Samson y Delilah. Instintivamente, su mirada buscó a la joven híbrida. Isabelle, hija de un vampiro y de su compañera humana, era una criatura extraordinaria. Combinaba las ventajas de ambas especies en su propio ser: tenía la fuerza y la velocidad de un vampiro sin la desventaja de quemarse con la luz del sol. Y cuando cumpliera veintiún años, dejaría de envejecer, igual que su padre vampiro había dejado de envejecer cuando lo convirtieron más de dos siglos atrás.

Isabelle llevaba un vestido del siglo XVII en un azul intenso y se veía absolutamente deslumbrante. Su largo cabello oscuro, que normalmente caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando su encantadora figura, estaba recogido en un peinado medieval. A sus veinte años, los hombres ya hacían fila para ganarse su afecto. Isabelle había heredado la belleza de su madre y la fuerza de su padre. Era una fuerza con la que no se podía jugar. Se notaba cuando ella y sus dos hermanos, Grayson y Patrick, de diecinueve y diecisiete años respectivamente, tenían opiniones distintas. Las chispas saltaban cuando los tres discutían. Los tres querían mandar. Solo uno terminaría gobernando.

Pero esa noche había algo diferente en Isabelle. No se veía tan segura de sí misma como de costumbre. Más bien parecía nerviosa e incómoda. ¿Acaso tenía pánico escénico?

Katie miró el enorme reloj de pared. En treinta minutos se levantaría el telón. No era momento para que nadie se acobardara. Se dirigía hacia Isabelle, cuando escuchó que alguien la llamaba por su nombre.

—¿Katie? ¿Tienes un minuto?

Giró y vio que Blake asomaba la cabeza por la puerta.

—¡No puedes entrar aquí! —lo reprendió mientras corría hacia él.

Se retiró inmediatamente. Cuando ella salió al pasillo, él la estaba esperando.

—Disculpa, pero nadie me escuchó tocar —dijo, con una sonrisa desarmadora.

Hace una década, Katie habría puesto los ojos en blanco y lo habría acusado de utilizar cualquier excusa para contemplar a las jóvenes hermosas en el camerino. Esta noche no. Blake había cambiado en más de un sentido.

Había madurado y se había convertido en un hombre increíblemente apuesto, con el cabello corto y oscuro, los mismos ojos azules de su tatarabuela en cuarto grado Rose, y un cuerpo tonificado hecho de puro músculo. Sin embargo, el parecido familiar con Quinn y Rose terminaba ahí. Parecía más viejo que sus ancestros vampiros de cabello rubio. Sus antepasados se habían convertido en vampiros a los veinte años, mientras que Blake lo había hecho a los treinta y dos, doce años atrás. Quinn lo había convertido por insistencia de Blake.

—¿Qué pasa? —preguntó Katie, mirando hacia arriba, pues Blake la superaba en altura.

—Solo quería repasar las medidas de seguridad contigo.

—Pero eso ya lo hicimos. En serio, no tengo tiempo. Solo tenemos…

—No te llevará ni un minuto de tu tiempo, cariño —insistió, desplegando su encanto.

—¿Cariño? —ella se rio. No había nada amoroso entre ella y el alto vampiro, ambos lo sabían—. Debes estar desesperado.

Blake se rio, mostrando sus blancos dientes.

—Me conoces demasiado bien. —Sacó un trozo de papel del interior de su moderno saco deportivo que había combinado con pantalones negros y botas resistentes—. Órdenes de Samson.

Involuntariamente, ella tuvo que sonreír. Incluso vestido de gala, Blake siempre estaba listo para la batalla.

—Tengo la sensación de que disfrutas demasiado ser el jefe de seguridad personal de Scanguards.

Él sonrió satisfecho y miró por el pasillo, asegurándose de que ninguno de los asistentes de producción que hacían los últimos ajustes pudiera escucharlos.

—Proporcionar seguridad las veinticuatro horas del día a trece adolescentes híbridos no es un paseo por el parque. Y ni me hagas hablar de los padres.

Katie sabía a qué se refería. Algunos padres podían ser sobreprotectores con su prole, y Samson no era una excepción cuando se trataba de sus tres hijos. Aunque tenía motivos para ser precavido. Scanguards tenía enemigos.

—¿Te están volviendo loco?

Blake pasó una mano por su cabello.

—No tienes ni idea. Y créeme, esos chicos nunca han estado más seguros en su vida desde que tomé las riendas de su protección hace doce años.

—¿Por eso querías que te convirtieran? ¿Para que los niños no te pasaran por encima?

Blake echó un breve vistazo al pasillo, donde un trabajador llevaba dos sillas a la habitación contigua.

—Eso, y el hecho de que no quería verme más viejo que mis propios abuelos.

Su expresión seria contradecía el tono ligero de su voz.

—Lamento haber preguntado.

Blake parpadeó y soltó un suspiro.

—Katie, no quise…

Ella levantó la mano.

—No tienes que dar explicaciones.

—Amo a esta gente —interrumpió Blake, señalando la pared. Detrás de ella estaba el escenario y, más allá, el público que esperaba a que comenzara la función—. Amo a la familia Scanguards. Son mi familia, y no quiero abandonarlos. Si hubiera seguido siendo humano, algún día habría tenido que hacerlo. No puedo con eso.

Katie apoyó una mano en su antebrazo y lo apretó con suavidad.

La miró a los ojos.

—Y si le cuentas a alguno de ellos lo que acabo de decir, te voy a chupar la vida —le advirtió.

—No quieres parecer cursi, ¿eh?

—Porque no lo soy.

— No, no lo eres. Y amar a alguien no te hace débil, te hace fuerte.

—Bueno, repasemos esto. —Blake señaló el trozo de papel que tenía en la mano, claramente avergonzado—. Marqué los momentos de la obra en los que Isabelle va a estar en escena y cuándo se supone que debe estar entre bastidores con los demás actores. ¿Te parece bien?

Katie hojeó la lista de escenas y asintió.

—Vaya, conoces a Shakespeare.

Él se encogió de hombros.

—Rose me hace leer todo eso.

Ella sonrió.

—Sí, claro que sí.

El sonido de la puerta abriéndose a sus espaldas la hizo girar la cabeza para ver quién salía del camerino.

Vio que Isabelle se quedaba paralizada como si la hubieran descubierto.

—Oh, hola, Blake —dijo Isabelle rápidamente, con un poco de entusiasmo exagerado—. ¿Vas a mirar?

—Como un halcón.

Isabelle puso los ojos en blanco.

—Me refería a la obra.

—Yo también. —La abrazó rápidamente y le dio un beso en la cabeza antes de soltarla. Luego, su mirada rebotó entre Isabelle y Katie—. ¡Si las vistieran igual, juraría que son gemelas!

Katie intercambió una mirada con Isabelle.

—¿Gemelas? —dijeron al unísono.

Blake levantó ambas manos.

—Bueno, hermanas. Pero, en serio, si no las conociera mejor, diría que salieron del mismo vientre.

—Ya basta con eso —dijo Katie, haciendo un ademán para espantarlo—. ¿No tienes trabajo que hacer? Porque yo sí.

Blake sonrió y asintió hacia Isabelle.

—Rómpete una pierna, ¿eh?

Isabelle sonrió.

—Gracias.

—Tú también, Katie. Pero bueno, tú ya eres una veterana —añadió y se volvió.

—Oye, ¿a quién llamas veterana? —protestó Katie—. ¡Sigo siendo más joven que tú!

Sin voltear, Blake alzó una mano en señal de despedida y siguió caminando por el pasillo, antes de atravesar una puerta y desaparecer de su vista.

—¡Hombres!

Un suspiro de sufrimiento escapó de Isabelle. Al instante, Katie la recorrió con la mirada.

—¿Te pasa algo, cariño?

—No es nada, es que…

—¿Pánico escénico? —preguntó Katie—. No te preocupes, a todos nos pasa.

—No es eso. Estoy lista para la obra. Me sé todos los diálogos. No solo los míos. Me sé los de todos.

Katie deslizó una mano por el cabello de Isabelle, con el orgullo hinchándose en su pecho. La hija de Samson tenía talento.

—Por eso te puse como suplente de todos los papeles femeninos principales. Nunca había visto a nadie memorizar tantos diálogos en tan poco tiempo.

Isabelle sonrió de repente, y parte de la sombra en su rostro se disipó.

—Me alegro mucho de que lo hicieras. Por eso, ya sabes, me preguntaba… Quiero decir… ¿Tú crees que…?

Katie arrugó la frente. Isabelle no solía ponerse nerviosa ni trabarse al hablar.

—¿Qué te preocupa?

Isabelle jugueteó con los lazos bajo su cintura de corte imperio.

—Es Cameron.

Por un momento, Katie no supo de quién hablaba Isabelle. Luego le cayó el veinte.

—Cameron, ¿el que hace de Lisandro?

Isabelle asintió y evitó el contacto visual cuando siguió hablando.

—Sí, el que está enamorado de Hermia.

Una suave sonrisa se dibujó en los labios de Katie.

—A quien interpreto yo.

Isabelle levantó la cabeza.

—Y al final tú besas a Lisandro.

—Y Helena, a quien interpretas tú, besa a Demetrio.

Isabelle asintió, pero no hizo más comentarios.

—Pensé que eso era lo que querías. ¿No es el sueño de toda chica, ser perseguida por dos hombres? ¿Como en la obra, cuando Helena es perseguida tanto por Lisandro como por Demetrio por culpa de la pócima de amor de Puck?

—Sí, pero el amor de Lisandro no es real. Es solo una ilusión.

—Pero es una obra de teatro. Todo es una ilusión.

Así como Hollywood había sido una ilusión. Una linda ilusión. Una que la había hecho rica, sin que le faltara nada. Pero nada había sido real en Hollywood: al final ni siquiera había podido confiar en las personas más cercanas a ella. La traición casi le había costado la vida. Esa era la verdadera razón por la que había regresado a San Francisco cinco años atrás: para volver con su familia, a donde pertenecía, y para volver a estar a salvo.

Había conseguido comprar la vieja casa victoriana en Buena Vista Park que alguna vez había pertenecido a su familia. Y la había acondicionado para que fuera segura para vampiros, para que cuando Haven y su compañera Yvette la visitaran, no tuvieran que preocuparse de que la luz del sol les hiciera daño.

—Preferiría ser Hermia, porque el amor de Lisandro por ella es real —continuó Isabelle—. Y tú misma dijiste que me sé todos los diálogos. Soy tu suplente. Sabes qué puedo hacerlo.

—¿Quieres que intercambiemos papeles?

—Por favor.

—Te gusta mucho Cameron, ¿verdad?

Isabelle asintió.

—¿Él lo sabe?

—No.

—¿Por qué no se lo dices?

—No sé si le gusto.

—¿Así que pensaste que, si lo besabas al final de la obra, podrías descubrirlo?

Isabelle se encogió de hombros.

—No hay mal que por bien no venga.

Katie tomó la mano de Isabelle.

—Bueno, entonces será mejor que nos cambiemos. Tengo todo en mi camerino privado.

No era un camerino como tal, más bien una combinación entre oficina y cuarto de utilería que había conseguido que el entrenador de fútbol le prestara durante los ensayos.

—¡Eres la mejor! —dijo Isabelle.

Sonriendo, Katie la condujo hasta la segunda puerta a la derecha y entró en la habitación sin ventanas, dejando que la puerta se cerrara tras ellas.

3

—Jamás gastaron tan mal sus palabras los burlones —dijo Katie, vestida de Helena, con el largo vestido azul que Isabelle había usado antes de la función, mientras miraba a un lado y a otro a los dos estudiantes que interpretaban a Lisandro y Demetrio.

Las luces iluminaban a los tres sobre el viejo y crujiente escenario de madera de la universidad. En las butacas del auditorio, los vampiros y sus familias se mezclaban con los humanos, quienes no tenían la menor idea de las criaturas preternaturales que había entre ellos.

Antes de la representación, Katie se había asomado entre las cortinas y echado un vistazo al público. Sus dos hermanos estaban presentes; Haven había traído a Yvette, a su hijo y a su hija. En primera fila, Samson y Delilah se sentaban con orgullo, flanqueados por sus hijos Grayson y Patrick. Zane y toda la familia Eisenberg estaban sentados al fondo, mientras que Amaury y Nina, junto con sus gemelos Damian y Benjamin, de dieciocho años, se acomodaban cerca de las ventanas, cubiertas con gruesas cortinas de terciopelo.

Quinn Ralston y su clan, que incluía a su esposa Rose, su protegido Oliver, así como a Ursula, la compañera de Oliver, y a su hijo de diez años, Sebastian, ocupaban la fila detrás de Samson. Blake, quien también era parte del clan Ralston, se mantenía cerca de la puerta de entrada, escudriñando la sala, mientras de vez en cuando hablaba en voz baja por su intercomunicador y escuchaba el micrófono que llevaba en la oreja. Encargado de vigilar a trece menores de Scanguards, con edades entre diez y veinte años, no cabía duda de que estaba muy ocupado, a pesar de que todos estaban acompañados por sus padres.

Gabriel y Maya estaban rodeados por su prole, dos chicos adolescentes y una niña. Maya era la responsable de que las mujeres vampiro pudieran concebir, aunque normalmente eran estériles. Su experiencia en medicina e investigación había dado sus frutos al desarrollar un tratamiento que permitía a las vampiras quedar embarazadas y llevar a término la gestación. Había causado sensación en la comunidad vampírica.

Su compañero Gabriel, un vampiro con una cruel cicatriz en un lado de su cara, escudriñaba la multitud. Como el segundo al mando de Scanguards, nunca olvidaba su deber. Entre la gente de Scanguards, se encontraban las familias de los demás estudiantes actores, así como muchos amigos que habían venido a apoyar la pasión teatral de sus compañeros.

—Lisandro, quédate con tu Hermia. Si alguna vez la amé, ese amor se ha ido y no quiero nada de él. Mi corazón estuvo con ella solo como un huésped pasajero, y ahora vuelve a su hogar, vuelve a Helena para quedarse aquí.

El discurso de Demetrio era un poco férreo, pero Katie tuvo que admitir que había demostrado ser fiel a su personaje, y estaba satisfecha con su actuación hasta el momento. Aunque se había metido en el papel de Helena, y por más que quisiera sumergirse en el personaje, seguía siendo consciente de su rol como directora y maestra.

—Helena, no es verdad —respondió Lisandro.

—No desacredites la fe que no conoces, a menos que la compres caro a costa tuya —replicó Demetrio, mirando hacia la izquierda del escenario y señalando con la mano en la misma dirección—. Ve ahí a tu amada que viene; ve ahí a la que adoras.

El anuncio de Demetrio fue acogido con silencio.

—Ve ahí a la que adoras —repitió, esta vez un poco más alto.

El pulso de Katie se aceleró mientras sus ojos buscaban en la oscuridad al lado del escenario, de donde Isabelle debía reaparecer como Hermia, la amada de Lisandro. Pero lo único que vio fue a una de sus alumnas, vestida de hada, esperando entre bastidores. Intercambió una mirada con la chica, pero solo obtuvo como respuesta un encogimiento de hombros impotente.

¡Isabelle había perdido su entrada! Avergonzada por su alumna estrella, Katie se encogió de hombros. ¿Había olvidado Isabelle sus líneas por el estrés de la función, o había calculado mal su próxima aparición en escena? ¿Habría ido al baño y perdido la noción del tiempo?

Desde el auditorio, los susurros llegaban hasta Katie. El público se estaba inquietando, percibiendo que algo no iba según lo previsto. Su mirada se dirigió a la primera fila. No necesitaba visión nocturna como los vampiros que la observaban para ver los ojos de Samson, porque ahora brillaban en rojo, apuntándola como dos faros.

—¿Qué está pasando? —articuló él en silencio, su rostro entero era una máscara de preocupación.

Katie no tuvo problemas para leerle los labios. Era una habilidad que había aprendido durante su carrera de actriz profesional, cuando los ayudantes fuera de cámara o del escenario le daban indicaciones.

Negó rápidamente con la cabeza hacia Samson y volvió a mirar hacia el lado del escenario por donde entraban los actores. Nada todavía.

Una incómodo escalofrío recorrió sus brazos. Algo iba mal. Isabelle era una persona responsable, a pesar de su corta edad. Era adulta y no solía incumplir sus compromisos.

Los dos estudiantes que interpretaban a Lisandro y Demetrio la miraron fijamente, en busca de orientación.

—¿Y ahora qué? —murmuró Lisandro.

Katie no respondió. En lugar de eso, se dirigió hacia donde el hada esperaba entre bastidores, saliendo del escenario. Agarró a la chica regordeta por los hombros.

—¿Dónde está Isabelle?

—No lo sé —respondió Cindy, tragando apresuradamente un bocado, con los labios cubiertos de azúcar glass—. Estaba aquí hace unos minutos.

—Ve, corre a los baños y fíjate si está allí, ¡rápido!

Cindy acató la orden al instante.

Desde el auditorio, más voces llegaron hacia Katie. La gente hablaba, preguntándose cuál era el problema. Igual que ella.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Isabelle?

Katie giró la cabeza en la dirección a la voz y vio a Blake corriendo hacia ella, entrando a la zona de bastidores desde el pasillo.

—No lo sé. Perdió su entrada. Puede que esté en el baño. Ya envié a alguien a buscarla. Tal vez se puso nerviosa.

Blake se acercó el dedo al micrófono en su oreja.

—Aseguren el perímetro. Encuentren a Isabelle Woodford. Repito: aseguren todas las salidas. Nadie entra ni sale de aquí sin que yo lo sepa. ¿Entendido?

Antes de que pudiera decirle a Blake que probablemente estaba exagerando, unos fuertes pasos atravesaron la oscuridad entre bastidores.

—¿Isabelle? —Samson pasó por delante de Blake, sus ojos color avellana clavados en Katie con una mirada que podría haber hecho que la Santa Inquisición pareciera un grupo de tímidos bibliotecarios—. ¿Dónde está mi hija?

Por un momento, Katie se quedó paralizada. El vampiro, que medía más de dos metros, era una figura imponente. Era el poder personificado. Ella siempre lo había sabido, aunque también había visto su lado amable, lo había experimentado personalmente muchos años antes. Pero esta noche era otra cosa: un padre preocupado.

—¡Revisen los camerinos y los baños! —ladró Blake por el micrófono.

—No sé dónde está, se suponía que debía volver al escenario —respondió Katie a Samson, retorciendo las manos frente a su estómago, mientras la ansiedad crecía dentro de ella.

El sonido de alguien corriendo con sandalias se acercó y Katie miró más allá del jefe de Scanguards.

—No está en el baño —gritó Cindy, con una expresión de pesar en el rostro—. No la encuentro.

Blake ladró más órdenes por el micrófono, algunas en un tono tan bajo que Katie no pudo entenderlas. Tras la cortina que separaba la zona de bastidores del escenario y el auditorio, oyó a gente corriendo de un lado para otro. Al parecer, el equipo de Blake se afanaba en revisar cada rincón del edificio.

—Cindy, reúne a todos los demás estudiantes en el camerino de hombres. ¡Vamos! —ordenó Katie—. Y quédense ahí hasta que sepamos qué está pasando.

La chica parecía asustada, pero asintió y desapareció.

Samson miró a su jefe de seguridad personal.

—¿Algo?

—Mis chicos siguen buscando. Pero no hay rastro de ella ni en los baños ni en los camerinos.

—¿Tal vez en mi camerino? Antes nos cambiamos ahí —se ofreció Katie, desesperada por ser de ayuda.

Blake salió disparado.

—¿Qué carajos está pasando? —salió una voz de la oscuridad.

Un segundo después, Grayson apareció entre las cortinas. Era la viva imagen de su padre. Tenía el cabello oscuro como el ala de un cuervo, aunque había heredado los ojos de su madre Delilah: verdes, como los de Katie. Ahora, esos mismos ojos parpadeaban en rojo, como si tuviera dificultades para controlar su lado vampírico.

—¿Dónde está mi hermana?

—Aún no lo sabemos —dijo Samson, con la voz tensa.

Blake regresó corriendo.

—Nada en el vestidor de Katie. También revisamos todos los armarios de este nivel. Mis chicos están subiendo a los otros pisos.

—¿Y las salidas? —preguntó Samson.

—Nadie entra ni salé de este edificio sin que yo lo sepa —confirmó Blake.

Grayson dio un paso hacia Blake.

—Entonces, ¿por qué carajos no puedes encontrarla? Se supone que debes saber dónde está en todo momento. ¡Se supone que debes protegerla!

Grayson era impulsivo, como Blake lo había sido en su juventud, pero en el fondo era como su padre: ferozmente protector con su familia. Si Katie alguna vez había dudado sobre la lealtad de Grayson hacia sus hermanos a pesar de su constante rivalidad, su ira contra Blake disipaba cualquier incertidumbre.

Blake despegó los labios de las encías, mostrando al joven de diecinueve años el colmillo suficiente para exigir respeto.

—Isabelle estaba interpretando un papel distinto al que se suponía que debía hacer.

Katie esperaba que Blake la señalara a ella como responsable, pero, para su sorpresa, no lo hizo. En lugar de eso, se culpó a sí mismo.

—No ajusté su equipo de seguridad a tiempo. —Entrecerró los ojos ante el joven híbrido—. Pero puedo asegurarte, Grayson, que encontraré a tu hermana. Es mi responsabilidad y no…

—Es culpa mía —interrumpió Katie, poniendo una mano en el antebrazo de Blake—. La culpa es mía. Me suplicó que cambiara los papeles con ella. Y yo accedí. —Volvió la cabeza hacia Samson—. Lo siento. Todo fue de último minuto. Yo…

Samson la interrumpió con un movimiento brusco de la mano. Luego volvió a mirar a Blake.

—Revisen cada centímetro de este edificio y los terrenos. Tiene que estar aquí. Tiene que estar.

—¡Samson! —La tensa voz de Delilah resonó detrás de él.

Él se giró de inmediato.

Katie notó su intercambio silencioso. Como pareja unida por la sangre, podían comunicarse telepáticamente. Pasaron segundos en silencio. Katie fue aún más consciente de lo que pasaba a su alrededor: los tramoyistas rebuscaban en la zona donde se guardaban los muebles de repuesto, revolviendo cada objeto. El personal de Scanguards corría por los pasillos, abría todas las puertas, revisaba todos los armarios. En todo el edificio se oían voces que llamaban a Isabelle. Katie sabía que otros estarían fuera del edificio, revisando el estacionamiento circundante, los edificios cercanos y las calles. Había muchos lugares dónde esconderse, pero Katie sabía que Isabelle no se escondía. Lo sentía en sus entrañas. Lo sentía en las venas. Igual que lo sintieron Samson y Delilah.

Con cada segundo que pasaba, la realidad se imponía sobre el mundo de fantasía del escenario detrás de ella: Isabelle había desaparecido.

Katie vio cómo Samson estrechaba a su mujer entre sus brazos y la apretaba contra él, acariciando suavemente su cabeza.

—La encontraremos, dulzura —prometió.

Más gente se agolpaba ahora entre bastidores. Zane, el vampiro calvo capaz de asustar a cualquiera, se dirigió hacia Samson, claramente agitado. Tenía una conexión especial con Isabelle: era su padrino, la primera persona a la que Isabelle había mordido. Además de sus padres, era el confidente más cercano que tenía.

Un sollozo brotó de Delilah, y Grayson intercambió una mirada con su padre. Samson asintió y transfirió a su esposa a los brazos de su hijo.

—Tiene que estar aquí, mamá —la consoló Grayson.

—Nada en el sótano —informó Zane a Samson, y luego se volvió hacia Blake—. ¿Y las cámaras de vigilancia?

—Ya mandé a Eddie a revisar las grabaciones de video —respondió Blake, justo cuando Amaury se unió a ellos.

El vampiro de complexión imponente y cabello largo hasta los hombros intercambió una rápida mirada con Samson.

—Los pisos superiores también están despejados.

Blake tocó su micrófono y escuchó un momento. Luego:

—¡Tráiganlo! ¿Qué están esperando? ¡Ahora!

Al instante, Katie pudo ver cómo todos los vampiros tras bastidores se ponían en alerta. Sus ojos empezaron a brillar y pudo ver cómo sus bocas se llenaban de colmillos.

—¿Quién? —preguntó Samson a Blake.

—Mis chicos encontraron a un vampiro desconocido merodeando en el estacionamiento. Lo están trayendo ahora.

Cuando los ojos de los vampiros reunidos se entrecerraron unos instantes después, Katie se dio cuenta de que ya podían escuchar cómo arrastraban al intruso, aunque los oídos de Katie tardaron unos segundos más en percibir el sonido del individuo que forcejeaba.

Todos se precipitaban hacia la puerta, anticipando la llegada del sospechoso. Sus anchas espaldas obstruían la visión de Katie. Ansiosa por averiguar qué ocurría, Katie se subió a un banco y miró por encima de las cabezas de los vampiros, justo cuando tres de los hombres de Blake traían arrastrando a un vampiro desafiante.

¡Dios mío! Se veía feroz. Con su cabello negro, pestañas oscuras y tez morena, parecía el mismo diablo. Tenía los ojos enrojecidos y los colmillos extendidos. Era alto, de hombros anchos y musculoso. Vestía ropa informal, pero su comportamiento no tenía nada de informal. Irradiaba poder y fuerza por cada poro de su cuerpo. Ella se sintió inexplicablemente atraída por ese poder. Atraída por el vampiro que había bajo la superficie.

El repentino silencio en la habitación la sacó de su observación y le hizo levantar la mirada, de nuevo hacia el rostro del cautivo. El extraño vampiro había dejado de forcejear y miraba fijamente a Samson.

—¡Luther! —siseó Samson.

4

Había sido una mala idea presentarse en San Francisco con la intención de arreglar las cosas, ahora Luther lo comprendía. Al parecer, veinte años no habían servido para disminuir el odio que Samson sentía por él. Ni el de Amaury. Sus dos antiguos amigos lo miraban como si estuvieran dispuestos a arrancarle la cabeza. Quizás deberían hacerlo. Quizás sería lo mejor.

—Dios mío, es él, es Luther —la voz llorosa de una mujer rompió el silencio cargado de odio.

No tuvo que romper el contacto visual con Samson para reconocer la voz: Delilah, la mujer a la que casi había matado tantos años atrás.

—¡Fue él, fue él! —ella ahora gritaba con una furia que él no acababa de comprender.

Si hubiera sabido que todos en Scanguards guardaban rencor por tanto tiempo, jamás habría venido.

—He pagado el puto precio —gritó Luther.

¿Qué más querían de él? El consejo lo había condenado a veinte años, aunque pudieron haber sido cincuenta, pero la compañera de Amaury, Nina, había pedido clemencia. Tal vez no debió hacerlo. Tal vez no merecía clemencia.

—¡Suéltelo! —ordenó Samson a los guardias que lo retenían. Cuando vacilaron, añadió—: Es una orden.

Cuando los hombres le quitaron sus garras de encima, Luther sintió que lo invadía una sensación de sorpresa. ¿Había juzgado mal a Samson?

Un puño hecho bola lo golpeó en la cara con tanta rapidez y fuerza que Luther salió catapultado hacia atrás. Perdió el equilibrio y se estrelló contra la pared. Antes de que pudiera levantarse, Samson ya estaba sobre él.

—¿Dónde está mi hija? —gritó y asestó un segundo golpe en la mandíbula de Luther.

La cabeza de Luther se inclinó hacia un lado, y probó la sangre. Su propia sangre.

—¿Cómo carajo voy a saberlo?

Cuando llegó el siguiente golpe, Luther lo bloqueó con el antebrazo y retrocedió. Pero Samson no se rindió tan fácilmente. La furia recorrió a Luther como un latigazo, dándole fuerzas. Se impulsó con un salto y se lanzó contra su antiguo amigo, asestando un gancho en la barbilla de Samson, pero aun conteniendo toda su fuerza.

Los ojos de Samson brillaban con una furia desenfrenada, mientras sus amigos se mantenían a unos pasos, dejando que su jefe hiciera lo que quisiera. Luther apretó los dientes. No había venido a enfrentarse a Samson como si fueran dos matones callejeros. Ese no era su plan. Ni de cerca.

Pero, al parecer, era lo que Samson quería.

El puño de Samson se dirigió hacia la sien de Luther. En un movimiento relámpago, levantó el brazo, impidiendo que las garras de Samson alcanzaran su objetivo, al tiempo que daba una patada contra la rodilla de su adversario. Pero Samson no cayó como esperaba. Firme sobre sus pies, apenas se tambaleó antes de echar el brazo hacia atrás para asestar otro golpe.

—¡Basta! —gritó Luther.

—¿Qué le hiciste a mi hija? —repitió Samson, mostrando los colmillos.

—¡No tengo ni idea de qué estás hablando!

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos. Las garras de Samson se dirigieron hacia él. Luther intentó moverse, pero la pared que tenía a su espalda y otro vampiro que estaba demasiado cerca le impidieron apartarse con suficiente rapidez de la trayectoria del letal instrumento. Unas púas afiladas, tan mortíferas como cuchillos, atravesaron su hombro, dejando cortes profundos de los que la sangre brotó al instante. El aroma metálico impregnó el aire del pasillo, incitando en los vampiros reunidos la necesidad de mostrar su lado vampírico.

Los colmillos relampaguearon. Los dedos se convirtieron en garras. Los ojos brillaron en rojo. Los hombres se convertían en vampiros sedientos de sangre. Lo había visto a menudo: la prisión era un microcosmos perfecto de lo que pasaba afuera.

Samson descargó todo el peso de su cuerpo sobre Luther, inmovilizándolo contra la pared. Aunque Luther podría haberlo empujado, ¿qué sentido habría tenido cuando al menos otros siete vampiros los rodeaban, dispuestos a intervenir si su jefe estaba en peligro? Ni siquiera Luther podría vencer esas probabilidades. Así que ni siquiera lo intentó.

—¡Adelante, córtame en canal! —desafió a su viejo amigo—. Pero eso no cambiará mi respuesta. No tengo ni puta idea de dónde está tu hija.

Al menos ahora podía suponer que el trato ligeramente hostil que estaba recibiendo no tenía nada que ver con lo ocurrido veinte años atrás. Más bien parecía haber tropezado con un incidente que apenas comenzaba a desenmarañarse. Y desde luego no tenía ningún interés en quedarse para averiguar de qué se trataba. Si Samson no podía vigilar a su hija, no era el maldito problema de Luther.

A través de sus ojos entrecerrados, Samson lo observó con intensidad, como si pudiera descubrir la verdad solo con mirarlo. Luther no parpadeó. No tenía nada que ocultar.

Por detrás de Samson apareció otro vampiro. Luther no lo había visto nunca, pero sabía quién era. Al fin y al cabo, era una versión más joven del propio Samson, y un híbrido. Tenía que ser su hijo.

—¡Está mintiendo! ¡Tiene que estar mintiendo! —espetó el joven híbrido—. ¡Papá, es imposible que creas a Luther! No después de todo lo que hizo. —Parecía que el vástago de Samson sabía quién era y lo que había hecho en el pasado. La desconfianza brotaba de los ojos del muchacho.

—¡Grayson! —gruñó Samson, lanzando a su hijo una mirada de advertencia—. Cuida de tu madre y de Patrick; yo me encargaré de esto.

De mala gana, Grayson retrocedió un par de pasos. Al hacerlo, permitió a Luther ver a las personas que estaban más atrás. En el marco de la puerta de lo que parecía una zona de camerinos, había una mujer vestida con un largo vestido azul de época con cintura imperio, que acentuaba sus pechos turgentes. Afuera, él había visto carteles sobre una obra de teatro cuando llegó. Al parecer, ella era una de las actrices estudiantiles.