El Síndrome Venezuela - Nelson G. Rojo Y. - E-Book

El Síndrome Venezuela E-Book

Nelson G. Rojo Y.

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Beschreibung

Aquellos que cumplen bien sus labores son promocionados a puestos de mayor responsabilidad, hasta llegar al punto que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo, alcanzando su máximo nivel de incompetencia. Es el famoso concepto analizado en "El Principio de Peter", que indica:"En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse". Laurence J. Peter. Fin de la cita.Medio siglo antes José Ortega y Gasset dijo: "Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes". Fin de la cita.Peter merece ser estudiado con profundidad, especialmente cuando las consecuencias de la incompetencia, llegan al Estado, que es un territorio donde todos tenemos interés por nuestra condición de ciudadanos. Estamos ante una verdadera tragedia, cuando las personas que conducen los destinos del país, no cuentan con la capacidad necesaria, para hacer funcionar el entorno donde están actuando. Entonces ya no hablamos de empleados en un puesto determinado de una empresa o funcionarios en el gobierno, se trata de la operación de una nación entera, que termina en manos ineptas y muchas veces bellacas.Hoy es absolutamente evidente que el Estado no puede manejar operaciones gerenciales de ninguna naturaleza que se le pongan por delante. Aquellos que sigan dándole la oportunidad para que lo haga, son responsables y particularmente cómplices de la incompetencia, la anarquía y el caos, que hoy son causantes del desaguadero de la Republica y el daño infinito al devenir ciudadano.

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Seitenzahl: 552

Veröffentlichungsjahr: 2014

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El Síndrome

Venezuela

¿Qué hiciste cuando se

perdía tu país?

Teoría de la construcción de un estado moderno

Un ejercicio inevitable para guiar a Venezuela al progreso.

La irresistible ascensión del Chavismo y sus métodos.

Sus armas, el paralelismo con otros procesos.

Su influencia negativa en paises del área.

Rojo Y., Nelson G.     

El síndrome Venezuela : ¿qué hiciste cuando se perdía tu país? . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014.         E-Book.

Indice

Prólogo

Prólogo del autor

Capítulo 1. Los antecedentes

Los pueblos nunca saben lo que pasa

La ruta al abismo

Los sistemas políticos

Regímenes extremistas

Regímenes moderados

¿Qué sistema nos gobierna actualmente?

Ensalada rusa en la política venezolana

Capítulo 2. ¿Son los partidos un mal necesario?

Todo por el partido

De las constituciones a los estatutos de los partidos

Estatutos del Partido Socialista Unido de Venezuela

Estatutos de Acción Democrática

¿Podemos vivir sin partidos políticos?

Ideologías, doctrinas, dogmas y fundamentalismos

La conquista de objetivos y programas

Las malas enseñanzas bien aprendidas

Capítulo 3. Dura lex sed lex

¿Qué Constitución nos rige?

Secretos a voces de la Constitución de 1999

Intervención del gobierno en la legislación

La descentralización

La Asamblea Nacional Constituyente

Solo el pueblo debe convocarla

Las consecuencias de la Constitución de l999

Capítulo 4. El dominio público

La tierra

Dar la tierra a quien “no” la trabaja

El Estado debe vender sus tierras

Sector Agropecuario

Capítulo 5. Los grandes recursos nacionales

Minas e hidrocarburos

Actividad petrolera y otras industrias

¿Quién es el dueño de PDVSA?

Capítulo 6. Grandes monopolios del Estado

El turbio negocio de las aduanas

Puertos, aeropuertos y su infraestructura

Vialidad y ferrocarriles

Electricidad

Agua

Gas

Capítulo 7. La economía marcha por la izquierda

La sumisión de Banco Central

Sistema monetario nacional

El Banco Central de Venezuela

Capítulo 8. Carencia de teoría fiscal

La gran presión tributaria

La tributación es absolutamente injusta

¿Qué impuestos deben quedar?

La Unidad del Tesoro y la descentralización

Normas para operar el Tesoro Público

Macroeconomías y finanzas

Capítulo 9. Limosnas para la deuda social

La seguridad social es muy insegura

La ilusión de las misiones y el asistencialismo pernicioso

La impostergable distribución equitativa de la riqueza

Capítulo 10. Los poderes del Estado

Consejo Federal de Gobierno

Duración de los períodos presidenciales

Atribuciones del Presidente

La Ley Habilitante para el Presidente

Facultad de reglamentar leyes

Creación de los ministerios y otros organismos

La disolución de la Asamblea

Convocar referendos

Facultades del Vicepresidente Ejecutivo

Moción de censura al Vicepresidente

El Consejo de Estado

Capítulo 11. ¿Poderes de contrapeso o a favor?

El Poder Legislativo Nacional

La elección de los magistrados de T.S.J.

Remoción de los magistrados

El Poder Ciudadano

Misión del Poder Ciudadano

Las sanciones del Tribunal Moral Republicano

La Defensoría del Pueblo

El Fiscal General de la República

La Contraloría General de la República

El Poder Electoral

Capítulo 12. Elefantiasis gubernamental

La Burocracia del Estado

Organigrama del Estado megalómano

¿Cuántos ministerios se necesitan?

Capítulo 13. La economía marcha por la izquierda

La economía es un desastre

No emitir dinero sin respaldo

Control de cambio perentorio y transitorio

Agregándole aire a las reservas

No financiarse con endeudamiento externo

Deudas para gastos y proyectos sin retorno

Mantener artificialmente el tipo de cambio

Estado disfrazado de importador

Precios artificiales atacan a la producción

Exportación paralizada por cambio sobrevaluado

Quemar divisas importando productos locales

Mercados artificiales de productos importados

El Estado fracasó

Capítulo 14. Las grandes obligaciones olvidadas

Educación muy ignorante

La salud está muy enferma

Una medicina privada

Capítulo 15. ¡Póngame donde “haiga”!

El flagelo de la corrupción

La Policía Nacional

El problema penitenciario

Capítulo 16. Una luz al final del túnel

Los caminos posibles para el desarrollo

Realidades para el devenir macroeconómico

La reconstrucción de la industria

Comercio, pequeña industria y servicios

El olvidado mundo agropecuario

Petróleo en última oportunidad

Un aumento de 4 millones de barriles

El dilema de las industrias básicas

¿Cuánto dinero hace falta?

¿Qué hacer ante este panorama?

Etanol, energía renovable generadora de empleo

El regreso al campo

El futuro de mediano plazo

9 millones de empleos y 12 años para lograrlo

Prólogo

Nelson G. Rojo Y., estimado amigo, con quien comparto espacios en las páginas de opinión del decano de la prensa venezolana, el diario El Impulso fundado en 1904 por mi pariente don Federico Carmona, que circula primero en Carora y luego muda su sede a Barquisimeto, capital del Estado Lara – con breve pasantía por Caracas hasta que el dictador Juan Vicente Gómez lo clausura, en 1933 – me pide unas palabras a modo de introito para su último libro, El síndrome de Venezuela.

Lo deja como su legado para los venezolanos de las presentes y futuras generaciones y es la consecuencia de un ejercicio disciplinado de observación, estudio y reflexión sobre la situación social y económica, en lo particular política, de esta república doliente que lleva por nombre Venezuela. Se encarga de dibujarla, de fijarla sin concesiones en su estado presente, la remienda intelectualmente para explicarla en su cotidianidad y desencuentros, hasta desandarla, buscando los caminos perdidos. Mira hacia el pasado y más allá de nuestra localidad para luego otear, a su manera y con juicios muy propios, el sendero que podría empujarnos como colectivo hacia mejores derroteros que los conocidos.

No hay cuestión, tema o argumento de interés para la vida pública nacional que el autor subestime o deje al paso; tanto que, metodológicamente, ancla sus anotaciones en el punto firme de cada una de las normas constitucionales que definen la organización de nuestro Estado y precisan las distintas políticas públicas en cuya ejecución se encuentra comprometido.

Pero el libro, que en modo alguno es un ejercicio de abstracción especializada, jurídica o de ciencia política, tiene la virtud de someter el andamiaje de nuestro texto fundamental en vigor, el de 1999 y sus predicados, para cuestionarlos a la luz de circunstancias que toma de la experiencia cotidiana; esas que privan y forjan el “derecho vivo” o padecen el común de los mortales, sobre todo quienes medramos sobre esta Tierra de Gracia, sobreviviendo y sorteando las muchas calamidades que hoy nos tienen como presa.

El Síndrome de Venezuela, escrito para todo lector y que no ha de ser extraño a quienes presumen de eruditos, refresca conceptos elementales y precisa palabras, que son las primeras que sufren la conspiración de la opacidad venezolana para dividir voluntades y polarizar, hasta llevarnos a un punto común en el que todos entendamos la naturaleza y alcances de la realidad que se instala en el país a partir de 1999. Despeja las apariencias y explica, en términos coloquiales, ese síndrome que nos acompaña – diría yo, esas taras constitutivas de nuestro ser como nación inacabada – que se prorroga históricamente, sin solución de continuidad, reclamando de mucho coraje para revertir sus nocivos efectos.

Nos pide o sugiere Rojo un esfuerzo de autocrítica sobre lo que hemos sido y no debimos haber sido como pueblo; de lo que hemos de aprender y acerca de la reorientación necesaria de nuestros comportamientos como hombres – varones y mujeres – y como ciudadanos, sin que ello, en modo alguno, signifique un salto en el vacío, es decir, nos invita a asumir, sin complejos y como patrimonio intelectual valioso nuestra historia de errores y aciertos, mirando siempre hacia el futuro.

Nelson G. Rojo Y. nos habla de la ensalada que es la política venezolana. La juzga con acritud y cuestiona el papel ejecutado por los partidos políticos; compara incluso estatutos y prédicas programáticas, hasta poner el dedo sobre la llaga de la corrupción administrativa y la venalidad del funcionariado. Desbroza el régimen de explotación social que se oculta tras verdaderas luchas amorales por el poder, que a la vez explican la elefantiasis estatal que caracteriza a Venezuela.

Se puede o no estar de acuerdo con lo que el autor dice o afirma o conjetura a lo largo de su libro; pero nos presenta una explicación razonada, de suyo válida, escrita con honestidad y la sinceridad de quien no tiene más propósito que dejar constancia de su legítima preocupación por el país, obviando lo subalterno. Hace saber que no se ha dormido en los laureles mientras la república atraviesa una de sus circunstancias más agoniosas y agonales, y que de sus vivencias queda luz para alumbrar el camino de quienes lo siguen.

Algunas afirmaciones, a guisa de lo narrado, llaman mi atención y a ellas quiero referirme como notas al margen, no obstante tratarse de un texto que no reclama de apostillas o muletas para acreditarse en su valía.

El síndrome de Venezuela parte de un desencuentro sostenido con lo que es y ha sido históricamente el Estado venezolano, “cárcel de ciudadanía” según la expresión que tomo en préstamo de otro autor, de origen europeo. Y no puedo menos que convenir con Rojo al respecto, pues a la luz de nuestra evolución constitucional, transida de revoluciones cotidianas así como por constituyentes y reformas constitucionales orientadas de conjunto a la afirmación del poder personal del César Democrático de turno, la emancipación social sigue siendo la tarea pendiente para nuestra madurez democrática. Tanto es así que al imponerse aquella, por obra de la ilustración sostenida que reciben sin discriminación, durante la última mitad del siglo XX, amplias capas de la población venezolana, éstas – como lo afirmara el historiador y ex presidente Ramón J. Velásquez – abandonan las casas o refugios donde medran sedentarias hasta entonces, y deciden de improviso tomar las calles para no abandonarlas en lo sucesivo; pero, eso sí, al romper ello con todo molde conductual u ordenador de la vida colectiva precedente, se han creado dos realidades humanas ambivalentes: una sobrevive aún en medio de la anomia establecida y ha vuelto sus brazos al gobernante de turno y a él o al Estado que personaliza le entrega sin condiciones su destino; y la otra, defendiendo su entidad propia o dignidad alcanzada y alegando la mayoridad política, reclama respeto y acatamiento de las reglas constitucionales en vigor, sin percatarse que no son distintas de su patrón histórico, que encumbra al gendarme por sobre el Estado y el pueblo, autorizándole para distribuir derechos y libertades a su conveniencia.

Las constituciones de 1811 y de 1947, como amagos, y las de 1830 y 1961, que logran trasponer ampliamente el límite promedio de vigencia de nuestros textos fundamentales y, dentro de la jungla de nuestro nominalismo constitucional, son excepciones que pergeñan horizontes de civilidad y rechazo al gobierno de las espadas; el resto, en efecto, son trajes cortados a la medida del autócrata civil o militar de circunstancia.

La Constitución de 1999 y su reforma de 2008 no pueden ser más contestes al efecto. Ésta se contenta con asegurar la reelección a perpetuidad de su autor hasta que la muerte – como así ocurre – se lo impida, y aquella, tras un desbordamiento e inflación en materia de derechos y libertades, su régimen de garantías, a saber, la organización del propio Estado, los vacía de contenido y transforma en privilegios. Quien gobierna lo hace sin balances institucionales ni sometimiento al Estado de Derecho, pues para eso están los jueces aliados a quienes les impone la tarea de adecuar el mismo a sus necesidades, haciendo mutar hasta la Constitución sin enmendarla, si ello es el caso.

El jurisconsulto suizo Ernesto Wolff, reputado estudioso de nuestro decurso político e institucional y autor de un tratado sobre la materia constitucional que hace público a la caída del general Isaías Medina Angarita, dice bien, incluso sin saber que asimismo profetizará, que “el período desde 1811 a 1935 se caracteriza en Venezuela por una multitud de constituciones con carácter de programas y por un gobierno unipersonal a pesar de disposiciones contrarias… gobierno de un Jefe de cuya sola voluntad dependerá si se puede o no realizar cualquier disposición constitucional, sin sanción alguna en caso de violación abierta o disfrazada de la mayoría de sus disposiciones”. De modo que, en uno de mis recientes libros – Historia Inconstitucional de Venezuela (Editorial Jurídica Venezolana, 2013) – reseño los 178 atentados que sufre la Constitución vigente desde antes de entrar en vigor – en pleno proceso para su aprobación mediante referéndum y su publicidad – y hasta la muerte de nuestro último caudillo, a comienzos del citado año.

El autor del presente libro, por lo demás, al solicitarme estas palabras a guisa de liminar, muestra su estatura de hombre probo y cultor de la controversia racional. Es crítico de la etapa final del siglo XX, de su última década, en la que me corresponde ser testigo de excepción y actor de primera fila, y le atribuye la responsabilidad de la actual deriva totalitaria y del primitivismo que acusa Venezuela. Y debo admitir que el juicio de Rojo no es extraño a la percepción común, por lo que merece ser atendido y desbrozado cuidadosamente, pues algo de cierto ha de tener para haberse transformado en voz del pueblo.

No obstante, aun cuando escapa a los límites de estas palabras prologales el desarrollo de mi apreciación particular sobre esa última década del siglo XX venezolano, situándola en otro contexto y purgándola de simplificaciones – opto por remitir a cuanto ya escribiera en la obra De la Revolución Restauradora a la Revolución Bolivariana (UCAB, diario El Universal, 2009, pp. 15-340), debo decir que comparto a cabalidad el principio de la alternabilidad democrática. Sin embargo, mal cabe revisar el fenómeno de la reelección que beneficia a Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, como el producto de la mera arbitrariedad o mezquindad de éstos para con las generaciones políticas que les siguen.

El tema de la reelección, en efecto, fue debatido cuidadosamente por los constituyentes de 1961, ajenos a toda sospecha antidemocrática o ambiciones personales anticipadas, quienes optan por una moratoria decenal al respecto luego de considerar que la inhabilitación a perpetuidad de un ciudadano electo gobernante pecaría de extrema; opinando sobre la materia Arturo Uslar Pietri, Jóvito Villalba, Martín Pérez Guevara, Ramón Escovar Salom, Orlando Tovar, Mauro Páez Pumar, Elpidio La Riva Mata, Guillermo García Ponce, y el mismo Caldera.

Asimismo, el reformador personal de la Constitución de 1999, caudillo y autócrata a cabalidad, estableció la reelección continua y a perpetuidad, imponiéndola incluso a sus seguidores: esa mayoría nacional pendiente – como lo digo – de su emancipación ciudadana.

Lo que cabe analizar, aquí sí y desde la perspectiva social y política, es la razón o las razones por las cuales, de espaldas al andamiaje partidario que se afirma a partir de 1959 y detenta el control de los hilos de nuestra experiencia democrática civil durante los 30 años posteriores, a saber, algo más de una generación, dos individuos de experiencia, ex presidentes, fueron democráticamente electos por el pueblo sin que ello lo pudiesen impedir ni los partidos ni sus respectivos dirigentes.

¿Acaso, el carisma o la auctoritas, que respectivamente acopian las personalidades de Pérez y Caldera, vinieron a llenar un vacío institucional sobrevenido en el país, en un momento de quiebre histórico y general en el Occidente del mismo Estado, producto del racionalismo, sobre la anomia que tal quiebre dejara a su paso, y dada la mora, responsabilidad de los propios partidos y sus dirigentes, en la implementación a profundidad de una reforma del Estado y constitucional que se sabía urgente, y que propusieron los movimientos de “ilustrados” que condujesen el mismo Velásquez y Caldera, antes del 27 de febrero de 1989 y una década antes de la aventura o salto al vacío que significó la constituyente de 1999?

Cualquier estudioso de la historia y la ciencia política ha de convenir que es una constante la emergencia de liderazgos fuertes y personalistas cuando las mismas instituciones constituidas son ineficaces, o habiéndolo sido no alcanzan renovarse a tiempo.

¿La no reelección de Pérez, quien es electo de forma mayoritaria 60 días antes de la inflexión que le arranca su popularidad y se origina con el llamado Caracazo y el posterior golpe del 4 de febrero de 1992, no habría ocurrido de haber sido electo, en su defecto, algún miembro de la generación política que le seguía?

Y en el caso de Caldera, un octogenario y afamado catedrático a quien los venezolanos eligen como presidente, en 1993, a despecho del conjunto de los partidos, ¿el sobreseimiento que le otorga al golpista Hugo Chávez Frías, fue acaso la causa cierta de la elección del último como gobernante a partir de 1999? ¿Ello no habría ocurrido si no es reelecto Caldera y en su defecto hubiese gobernado Andrés Velásquez, Claudio Fermín, u Oswaldo Álvarez Paz, quienes, todo a uno, prometieron durante sus campañas – no lo hizo Caldera - la amnistía de los golpistas de 1992? ¿No fue la propia víctima de éstos, Pérez, quien decide no abrirles juicio militar o sobreseerlos, con una audaz política de “pacificación” que apenas continuaron Velásquez y Caldera?

Lo cierto es que, siendo necesario e impostergable analizar y debatir acerca de lo ocurrido durante la última década del siglo XX, como lo propone Rojo y que paradójicamente, como espacio temporal, coincide con la caída del Muro de Berlín, el “aparente” fin de la bipolaridad internacional, y el derrumbe o atomización de los grandes partidos ideológicos o populistas en parte de Europa y América Latina, tal reflexión no puede partir de conjeturas; pues una de ellas sería, sin lugar a dudas, que las cosas pudieron ser distintas en Venezuela si el propio Chávez hubiese honrado su discurso como candidato y luego como presidente electo, en 1998, antes del zarpazo que le da a la democracia al apenas asumir el poder sin jurar, prosternando la Constitución de 1961.

Creo que los análisis y enseñanzas a que nos conduce el libro cuyas páginas siguen a continuación y que puede leerse reposadamente, con la comodidad de la lectura que propicia la escritura suelta y muy clara de su autor, a fin de cuentas busca sacar de su letargo la dignidad y madurez de los venezolanos y empujarlos para que asuman con valentía sus propias responsabilidades en los yerros y aciertos que nos depare el porvenir.

Intentar explicar nuestra circunstancia a la luz de lo que hizo o no hizo alguno de nuestros mandatarios o debió impedir, en el fondo nos devuelve a esa condición de incapaces, necesitados de la tutela de ese padre bueno y fuerte, que describe e impuso para nuestra tragedia el pensamiento constitucional de Simón Bolívar, al cuestionar la obra de nuestros verdaderos Padres Fundadores, los congresistas de 1811.

Concluyo, pues, felicitando de corazón a Nelson G. Rojo Y. al dejar en nuestras manos un texto pedagógico, que ilumina horizontes y es testimonio de su profundo amor a Venezuela. Si cabe alguna orientación de mi parte para el lector acerca de este, prefiero hacerlo con las palabras de Étienne de La Boétie, pues mejor explican el desafío que se impuso el autor al cuestionar todo lo que somos para mejor aquilatar lo que hemos de aspirar ser todos los venezolanos: “De lo que aquí se trata es de averiguar cómo tantos hombres, tantas ciudades y tantas naciones se sujetan a veces al yugo de un solo tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar; que sólo puede molestarles mientras quieran soportarlo; que sólo sabe dañarles cuando prefieren sufrirlo que contradecirle”.

Caracas, 26 de junio de 2014

Asdrúbal Aguiar

Académico Correspondiente de la de la Real Academia Hispanoamericana de la Ciencia, Artes y Letras.

Miembro de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos.

Gobernador de Caracas.

Ministro de la Secretaria de la Presidencia

Ministro del Interior

Prólogo del autor

Aquellos que cumplen bien sus labores son promocionados a puestos de mayor responsabilidad, hasta llegar al punto que no pueden formular ni siquiera los objetivos de un trabajo, alcanzando su máximo nivel de incompetencia. Es el famoso concepto analizado en “El Principio de Peter”, que indica:

“En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”. Laurence J. Peter. Fin de la cita.

Medio siglo antes José Ortega y Gasset dijo: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”. Fin de la cita.

Peter merece ser estudiado con profundidad, especialmente cuando las consecuencias de la incompetencia, llegan al Estado, que es un territorio donde todos tenemos interés por nuestra condición de ciudadanos. Estamos ante una verdadera tragedia, cuando las personas que conducen los destinos del país, no cuentan con la capacidad necesaria, para hacer funcionar el entorno donde están actuando. Entonces ya no hablamos de empleados en un puesto determinado de una empresa o funcionarios en el gobierno, se trata de la operación de una nación entera, que termina en manos ineptas y muchas veces bellacas.

Hoy es absolutamente evidente que el Estado no puede manejar operaciones gerenciales de ninguna naturaleza que se le pongan por delante. Aquellos que sigan dándole la oportunidad para que lo haga, son responsables y particularmente cómplices de la incompetencia, la anarquía y el caos, que hoy son causantes del desaguadero de la Republica y el daño infinito al devenir ciudadano.

El Estado moderno aquí y en casi todo el mundo, solo sirve a quienes acceden al poder, no a los habitantes a quienes debe servir, son éstos quienes tienen que reducir drásticamente el poder descomunal que se ha acumulado, a través del presidencialismo populista, que no produce mandatarios ni estadistas, apenas excelencias más parecidas a reyes, emperadores y zares.

Estos personajes no han cambiado su objetivo de dominación absolutista, que en la práctica cotidiana, se traduce en la reivindicación de una nueva visión de la soberanía monárquica, como un principio subyacente e ignoto para los modernos siervos de la gleba, que jocosamente sus opresores llaman pueblo liberado o en proceso revolucionario.

Por eso la estancia en el poder es disimulada en sus tronos pseudo constitucionales, con discursos rimbombantes, apelando al nacionalismo de tono profundamente patriótico, al fundamentalismo político como herencia del joven Karl Marx de 1848 y su mecenas Friedrich Engels, ambos autores del “Manifiesto del Partico Comunista”.

Como toda causa que se suponga a sí misma justa y además pretenda así demostrarlo a su auditorio político, el actual proceso merece enfrentar a los enemigos perennes, a los dragones de fuego, a los bellacos gigantes, a las brujas, los demonios, también a los oligarcas, los opositores, los apátridas y el “imperio”, pues ellos y no otros, son los únicos culpables de los mal llamados errores del gobierno. Jamás se escuchará decir: “fue mi culpa, por mi grandísima culpa”.

Para la llamada revolución, el punto de apoyo de la palanca de Arquímedes, fue la Constitución de 1999, que si bien es cierto no movió al mundo, puso mover a toda Venezuela al compás de sus dictados. En ella se corrigió y aumentó la tendencia de sobredimensionar al Estado y desmejorar en consecuencia al ciudadano, a pesar de prometer todo lo contrario, en los discursos preelectorales.

Estos males ya venían de la Constitución de 1961, se detallaron y reforzaron claramente los infinitos dones y atribuciones de la figura principal del proceso: el líder fundamental. Fue entronizado para regir cada paso que daba la República en su nuevo camino y con su fuerza infinita, otorgada por una Ley Suprema que fue vieja al nacer, se sobredimensionó el culto a la personalidad, que es aun hoy a pesar de su muerte, usado por quienes detentan la suma del poder público.

Cada resquicio del documento fundamental de 1999, da la pauta precisa de cómo se traslada la decisión a las manos del líder fundamental, para la designación de todos los cargos de los distintos poderes, por decisiones que pasan por el arbitrio de su voluntad, nada se puede hacer si él no lo aprueba o lo decide entre bambalinas. Se trata de una burla permanente al soberano irredento, cuando hasta se invita a universidades, ciudadanos y expertos a participar, para luego desechar su opinión.

Esto ocurre con la decisión de poderes intermedios, obedientes y subordinados al líder, para finalmente poner al energúmeno que les da la gana en cada cargo del poder público, de la talla que sea y sin mediar antecedentes justificantes. Los méritos quedaron aparte para esas designaciones, solo funciona el compadrazgo y la sumisión, para lograr el éxito del latrocinio del patrimonio económico y democrático, como acervo sustancial de la República.

El venezolano no es amigo de la lectura, la media cultural del país tampoco permite que eso ocurra, la constitución se la cuentan todos los días con la propaganda oficial y parece que fuera algo extraordinario, muy pocos han decidido estudiarla detenidamente: “eso es mucho trabajo”, “no tengo tiempo”, “estoy muy ocupado”. Simplemente no pueden leer por falta de costumbre, entonces consumen la propaganda de primera plana y repiten como loros: “tenemos la mejor Constitución del mundo”.

Aun siendo tan “ocupado”, el hombre sencillo de la calle, utiliza enorme tiempo viendo los juegos de béisbol, las películas por cable y hablando tonterías con los amigos, acompañado de su mejor amiga: “la Negra Fría” (Cerveza). La mujer en cambio, no está para eso, su destino es la casa y los hijos, regañarlos, lavar ropa, cocinar y “formar peos” al hombre por bebedor, vago y mujeriego. La política no va con ella, aunque se enoja en la puerta de cada abasto, cuando el dinero no le alcanza para comprar lo elemental.

Han mordido un anzuelo en el que se les va la vida de éxito posible, pero no lo saben, lo ignorarán hasta que aprendan a leer y discernir críticamente. Esa es la función y objetivo del Estado megalómano, omnipresente, omnipotente, demagógico, populista y asistencialista que los agobia y domina: lograr que la gente crea todo lo que se le dice, que no comprenda nada profundamente, que se someta pasivamente pues no encontrará nada mejor para alivio de su suerte.

Por esa causa ha de seguir viviendo de las dádivas miserables del gobierno, que les garantizan un mendrugo de pan, pero no un trabajo que les dignifique económicamente, que los libere políticamente terminando con la abyecta sumisión para no perder su paupérrima ayuda oficial. Están condenados a ser forraje de fundamentalismos y dictaduras, perdiendo su futuro inmediato e hipotecando el lejano que pertenece a sus hijos y esto es así porque no conocen otra cosa, de allí que es bueno que no aprendan a leer, para que no intenten cambiar. Para objetar situaciones grotescas y hacer críticas muy fuertes, no es necesario insultar o descalificar, solo basta con decir la verdad que no ofende ni teme, aunque la verdad sea distinta de la verdad oficial, algo que pudiera convertirla en mentira para quien ha de juzgarla desde las alturas del poder, si en realidad fuera “verdad verdadera” y esto, por obra de la fuerza que todo lo puede.

Conocí el monstruo por dentro, a los quince años fui conquistado por la juventud comunista, estudié profundamente el marxismo en su teoría, sus procesos históricos, tanto los tradicionales como los modelos alternativos de China, Corea, Camboya, Cuba y los países satélites logrados por el convencimiento de los tanques soviéticos, al triunfar en la Segunda Guerra Mundial. Visité muchos paraísos del proletariado, también “mares de la felicidad”, comprendí el horror que encerraban esos sistemas, donde el ser humano es apenas un simple tornillo, al que se ajusta o afloja a voluntad del partido.

Completé la enseñanza durante varios años visitando 82 países, allí la comparación no permitió dudas ni posibilidades de error, cuando supe la verdad, me opuse con todas las fuerzas posibles a la dominación comunista, también llamada socialista para no asustar a la gente, pues como sentenciara el tirano Fidel Castro: “Comunismo y socialismo es lo mismo”.

Mis ideas por un mundo mejor y mi vida en el partido comunista durante diez años, nunca fueron suficientes para abjurar del Dios de mis padres, apenas si el sectarismo de la severa ideologización doctrinaria, me impidió ser un practicante fervoroso durante esos tiempos, fue la presencia del Espíritu Santo que pudo guiarme a playa serena, cuando finalmente asumiendo los hechos, retomé mi condición de católico practicante.

He estudiado con profundidad y rigor la situación política y económica de Venezuela, durante años realicé más de 1800 publicaciones con mis ideas, en diversos medios de prensa, principalmente en EL IMPULSO, el Decano de la prensa nacional, un periódico al que lo único que le falta, es una ciudad con 10 millones de habitantes.

Ahora creo que estoy en situación de decir lo que no había dicho, justo cuando vivo el momento en que el hombre empieza a pensar más en su partida, que en su permanencia, cuando la mentira no sirve como recurso, cuando los odios se aplacaron dando paso a la razón, cuando el miedo murió de miedo. Es una confesión con el valor de la herencia, que quizás sirva a otros, los que llegaron después, los que no saben qué fue lo que pasó, por qué están aquí, de esta manera y no de otra, por qué no somos iguales a Suiza o Aruba y cada vez nos parecemos más a Zimbabwe. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

El concepto de Estado que hoy tenemos en Venezuela, es totalmente obsoleto y merece su destrucción, entendiéndose por el término que se trata de la forma y fines en que está concebido, que no satisfacen las necesidades del ciudadano moderno. Destruir el actual Estado no significa plegarse a los conceptos del anarquismo que proliferaran por siglos bajo distintos aspectos, por los cuales se pretendía simplemente vivir sin Estado. Se trata de algo más profundo y práctico, como reemplazar este sistema que ha demostrado que no sirve, por otro que pudiera servir, al menos en el desarrollo teórico, que es la esencia de este ensayo. Si la medicina es mala, no se trata de acabar con la farmacéutica, sino mejorarla y adaptarla al momento distinto en que vivimos. El hombre no ha de permanecer igual a sí mismo a través de los tiempos, tampoco sus acciones y mucho menos sus métodos para gobernarse.

Se lo voy a decir a mi manera, tratando de que puede meterse en cada arista del problema, viendo la interrelación de cada acción con los hechos políticos y económicos, la concatenación perversa de los procesos coadyuvantes, para la permanencia del Estado que nos gobierna y todo lo que emana de él. Quizás Ud., que tiene la mitad de mi edad y el doble de mis fuerzas, se decida a hacer algo por Venezuela, simplemente por amor a su vida, la de sus hijos y la que representarán sus nietos, que algún día pudieran preguntarle: ¿Abuelo, qué hiciste tú cuando se perdía Venezuela?

El autor.

Capítulo 1. Los antecedentes

Los pueblos nunca saben lo que pasa

Los problemas que condenan a la miseria y marginación a la casi totalidad de los habitantes de las naciones americanas (con excepción de las anglo sajonas), no tienen solución bajo las actuales condiciones y propuestas que elevan al electorado la dirigencia tradicional, los distintos militantes de las más variadas toldas políticas, ya sean de centro derecha, centro o izquierda. Por eso el caso de Venezuela, aun con sus particularidades, se parece en mucho al de otros países, incluso aquellos que se consideran desarrollados.

Los motivos son muy sencillos, todos los habitantes en mayor o en menor medida, creen en la institución “Estado”, como fuente de toda razón y justicia, invocando luego su protección que nunca llega. Sencillamente en nuestro caso, el país nacional le ha cedido el espacio que corresponde a Dios, a un grupo de políticos profesionales, constituyendo un sofisma depravado en el cual un sistema de administración de la “Res Pública”, se ha constituido en una plaga que asola a la región con mayor potencial de desarrollo del mundo.

Tantas justificaciones le han metido en la cabeza a los ciudadanos, los mecanismos de propaganda oficial, que hasta los liberales declarados, aceptan que el gobierno debe manejar el petróleo y la minería como industrias básicas, también la educación y la salud pública, la producción de alimentos, la operación de los puertos y aeropuertos, la infraestructura, la seguridad y de todo cuanto le venga en gana. Esta Patente de Corso, impuesta para azote del ciudadano por medios incruentos, siempre ilegales e inconstitucionales, termina siendo una renuncia de los derechos de hombres y mujeres de a pie, plasmados por el Constituyente en el año 1999.

El mal ha ido avanzando lentamente a todos los tejidos de la Republica, generando metástasis hasta hacer imposible un cambio razonable del rumbo. Ni el desastre que está palmariamente a la vista, es suficiente para convulsionar a un ciudadano sumiso que ha desarrollado el síndrome del avestruz, terminando en el doloroso debate entre: “todo el poder para el Estado” o solo “casi todo el poder”, siendo favorecidos de esta trágica realidad, apenas los integrantes inescrupulosos de los partidos triunfadores.

La satanización permanente de los medios privados de producción y generación de riqueza, han conformado una matriz de opinión, en la cual hace falta un Estado que dirija, que corrija, que inspire, que marque rumbos, aunque la verdad indica que no es posible que algo así ocurra, por multitud de razones limitantes preexistentes. En Venezuela los políticos profesionales sienten que es oportuno tener a un sector de la sociedad a quien descargarles las culpas: “son los empresarios los responsables” o quizás “los fascistas apátridas”, también sirve “los especuladores”, sin olvidar “el imperio” y toda una sarta interminable de disparates, operados como simple descalificación, proyección de culpas y responsabilidades.

Mientras “ellos” sean los culpables, nadie reparará en los políticos profesionales, sean de gobierno o de la oposición. Nunca se preguntan los votantes si no sería mejor un grupo de ciudadanos que asuman esa función eficientemente; pareciera que están dispuestos a aceptar el destino de sumisión sin protestar, tal como lo hacían los esclavos que Spartacus quiso insurreccionar en el año 73 A.C., pero no aceptaron seguirlo, pues decían; “somos esclavos por designio de Dios” y tenían docenas de dioses distintos, traídos desde sus derrotadas naciones.

A Spartacus no lo venció Roma, fue la conformidad de quienes en ventaja numérica de cuatro a uno, debieron conseguir su libertad militarmente, pero no tuvieron la convicción de luchar por ella. La gente cree que el derecho de gobernar, pertenece a la caterva constituida por los políticos profesionales de todo color, pelaje y época. No han comprendido que gobernar es un derecho inmanente al ciudadano, que no puede aceptarse como un negocio de otros, que es una necesidad de todos y si algunos son los elegidos, ellos deben poseer los más grandes méritos y capacidades, pues ya es suficiente con tantos buitres cuidando carne.

Analizando el problema de Venezuela, se observa que el mismo es común a todos los países latinoamericanos, también africanos, de Medio Oriente, Asia y sorprendentemente Europa, pues en ese mecanismo perverso de usar los dineros públicos en favor de las candidaturas, los partidos y finalmente el bolsillo propio, ellos llevan ventaja y sus grandes desfalcos están a la vista. No puede salvarse U.S.A., el gigante que fue la primera democracia moderna del mundo y hoy pelea con los enemigos que el mismo ayudara a desarrollar.

Si se pregunta a un norteamericano cuáles son las consecuencias políticas por la inexistencia de la representación proporcional para las elecciones de los delegados para la elección presidencial, no sabrá contestarle. Esta poderosa nación nunca pensó que Venezuela instaló ese principio con la democracia en 1958, pero actualmente ha sido vuelto papilla por el régimen comunista. No solo lo eliminó, sino que sobregiró cargos a favor de su partido, para lograr más diputados, más gobernadores, más alcaldes y más concejales con menos votos, teniendo además el beneficio de contar los votos y decir cuál fue el resultado, configurando una perversión horrorosa que indigna a los demócratas.

A Stalin sus comisarios políticos le recomendaron no hacer elecciones por el riesgo de perderlas y él decía: “hagamos elecciones, pero yo cuento los votos”, jamás perdió ninguna contienda. Tampoco los europeos saben por qué sus países están financiando bancos y naciones quebrados, teniendo que padecer serias penurias por ello y si lo saben (son países cultos) les importa un rábano, mientras le sigan pagando sus prebendas y beneficios hasta para ir al baño, hayan sido éstas bien o mal ganadas.

Mi idea es dar una explicación, en la cual se muestran los hechos que la prensa no puede hoy presentar con claridad por razones de riesgos conocidos, menos aún los medios masivos de comunicación, que ya son una sombra triste y alargada de la libertad de expresión. Para confesarse hay que conocer la naturaleza del pecado o falta cometida, luego tener el propósito de enmienda, finalmente pagar la penitencia, de manera que Ud. ciudadano, si está dispuesto a acompañarme en la aventura de conocer detalles de algo que no le dijeron a tiempo, lo hicieron en forma incompleta o sencillamente le mintieron, regáleme un poco de su tiempo.

Ud. deberá acceder a ideas, principios y acontecimientos históricos que le han sido escamoteados y que seguramente abofetearán sus creencias y costumbres, pero siendo Ud. el que manda en su condición de ciudadano, si no está dispuesto a la entrega de ese derecho, actuando en nombre suyo y de su herencia física representada por sus hijos y nietos, a quienes les legará lo que quede de este bochinche, le aconsejo recuerde las palabras de Simón Bolívar dirigidas a la cúspide del poder: “El que manda debe escuchar hasta las más duras verdades”. Eso es con Ud. ciudadano, pues es Ud. el que en realidad manda (o al menos el que debería mandar), el otro es el que ocupa el lugar de millones como Ud.

La habilidad para faltar a la verdad es un ejercicio que se aprende desde el manejo de los hechos más intrascendentes. Los oficialistas denominan a los opositores “fascistas”, cuando sin duda alguna no lo son, pero los opositores también llaman a los oficialistas “fascistas”, cuando en realidad son “comunistas”. ¿Por cuál motivo ningún bando está dispuesto a decir la verdad? Los venezolanos creen que viven en Sudamérica y así se ha aceptado desde tiempos inmemoriales, en realidad están situados en Norteamérica, el único país de Centroamérica es Ecuador, pero los países Caribeños de Norte América son llamados de América Central. Podrían denominarse países tropicales a los establecidos dentro de los trópicos de Cáncer en el norte y Capricornio en el sur.

Para los fanáticos del futbol, este absurdo criterio geográfico, más precisamente esta falacia irredenta, determina que Venezuela tenga que medirse en cada eliminatoria para el mundial, contra tres equipos que poseen 9 campeonatos del mundo y 4 subcampeonatos, pudiendo hacerlo en condiciones parejas con las naciones caribeñas, como en realidad deberían ser llamadas, que nunca llegaron a una semifinal.

Si para esta tontería se observa la forma retorcida cómo se maneja la historia y la información, que son las herramientas ideales de sometimiento de las sociedades modernas, se comprenderá por qué ya no se acostumbra a salpicar las paredes, con pinceladas de sangre de presos políticos con tanta facilidad como en el pasado lo hacían Somoza, Trujillo o Gómez. La razón práctica deriva de que no se puede ser tan grotesco en la persecución, cuando existen fotos, periódicos, televisión, Internet, videos y muchos periodistas fastidiosos, de manera que si se va a perseguir, será por medios menos cruentos, pero más efectivos y la mentira mezclada con desinformación, es una herramienta de uso cotidiano y de resultados formidables.

Es mi pretensión mostrar en esta obra ejemplos muchos más relevantes de esa conducta mentirosa y las consecuencias habidas, que amenazan con permanecer en el presente y en futuro, para desdicha que los pueblos que creen que viven en libertad y en democracia, de igual modo la burla permanente a Leyes y la Constitución. Obsérvese que después de tantas veces que se denuncia la violación de las mismas, el efecto de advertirlo reiteradamente, ya no es noticia y no sorprende a nadie, pues el país está moralmente acostumbrado a ello, pues como dijera Arturo Uslar Pietri “nos hemos convertido en una sociedad de cómplices”.

La ruta al abismo

Cuando vemos el resultado de las gestiones de los gobiernos de muchos países, especialmente en África y Latinoamérica, cabe preguntarse el motivo de la minusvalía patente en el concierto mundial del desarrollo de las naciones. Sorprendentemente se conjuga una ecuación perversa, cuando a mayor potencial de sólido desarrollo, se consiguen peores resultados. ¿Cuál es la causa que diferencia entre el éxito de las naciones anglosajonas, europeas y asiáticas, con el fracaso de los países subdesarrollados?

Algunos fácilmente argumentan que se trata simplemente del producto obligado de un grupo de brutos sin oficio, que están incapacitados de lograr metas profundas en la vida de las naciones, por lo tanto están condenados a la miseria eterna, constituyendo ésta una explicación elemental y racista de los hechos, cuando se presume las superioridad por generación espontánea, de algunos grupos humanos sobre otros, como un elemento desencadenante del subdesarrollo, por ser inmanente a la calidad de la especie. Bajo este esquema reduccionista donde unos son exitosos por ser blancos y otros son fracasados por ser negros o indios, no encontraremos explicación alguna.

Veamos en Venezuela si apenas hurgamos nuestro acontecer diario: ¿Quién no ha escuchado decir?: “somos un país lleno de negros de m…”, “estamos invadidos de indios del c…”, “tenemos estos gobiernos porque la población es ignorante”. Aunque sin duda la ignorancia es un factor determinante, no son los desposeídos de escolaridad los culpables, dado que quienes mandan sustentan el poderoso interés de mantener a la población con escaso nivel de instrucción, para poder someterla fácilmente con la demagogia y otros instrumentos de dominación política, propagandística y cultural.

Frente a Venezuela están las ex colonias Holandesas, con una población negra de ancestros africanos, con marcada raíz en los procesos esclavistas; hoy tienen un nivel de vida comparable a Europa, quedando por contestar si esos negros son buenos y eficientes por generación espontánea o recibieron los beneficios de la educación, planificación y el orden administrativo de sus gobiernos.

También están aquellos que creen que la culpa es del capitalismo y el “imperio” como calificara Chávez a U.S.A., o el sionismo, el cristianismo, el islamismo y otras causas traídas por los cabellos, dando lugar a la trillada versión que exculpa a los dirigentes de las naciones, de sus responsabilidades por el incumplimiento de sus deberes, primordialmente las de servir apegados a planes inteligentes, desprovistos además del interés rapaz que nutre casi toda actividad política.

Pienso firmemente que en realidad, todo se debe a que la política es fundamentalmente una forma de vida extremadamente lucrativa en los países en vías de desarrollo, de manera que una importante mayoría de buenos para nada, terminan adueñándose de todos los espacios que corresponden a la sociedad civil, desacostumbrada a ocupar su lugar.

La sociedad está convencida por los hechos, que la política es un lodazal donde los ciudadanos honestos tienen todo que perder, de manera que terminarán apartándose y dejando libre el camino, a quienes medrarán con el ejercicio espurio del poder, haciendo de sus actividades una forma de vida, una profesión, una especialización.

En el mundo civilizado, los que se acercan a la política generalmente van por la gloria, tal como hizo Bolívar que tenía todos los bienes de fortuna posibles, cuando se unió a la gesta libertadora. En nuestros países subdesarrollados la política es un camino de liberación personal, que permite generalmente a los marginales de espíritu, acopiar experiencia, perder el rubor y asaltar la cosa pública, primero en beneficio del partido que es padre y gestor de vagabunderías, luego cuando se empieza a escalar posiciones, será para el beneficio propio.

Cuando se está en la militancia, hay que hacer de todo y exento de santidad o escrúpulos, la costumbre hace al modelo del político profesional, al final solo se diferencia de los comienzos por el volumen de sus actos, pues se corrompió robando un par de votos de una mesa, para terminar en un ministerio desfalcando fortunas al erario público. Busque honestidad en la política y verá qué pocos ejemplos encuentra, revise a su alrededor y pregúntese si conoce algún político que viva de su profesión, sus empresas o simplemente de su sueldo.

El alcance y consecuencias de esta realidad han doblegado a la mayoría de las naciones en desarrollo, que no tienen instituciones sólidas que garanticen el camino al futuro. Evidentemente que existen variadas excepciones de servidores públicos, pero que en realidad, finalmente terminan siendo destrozados por un sistema sólo mata gente, donde no queda títere con cabeza, después de largos años de dura batalla por el poder. Solo los inescrupulosos siguen en carrera, para ser ellos lamentablemente quienes terminarán detentando el poder al estilo bellaco del subdesarrollo, quizás con algunos justos cayendo en el mimetismo y la vorágine nauseabunda, siendo las consecuencias lo que hoy vemos ante nuestros ojos.

¿En qué nos diferenciamos de aquellos países que verdaderamente se encuentran en procesos de desarrollo y bienestar? Simplemente ocurrió que ellos quemaron las etapas que nosotros todavía no hemos cumplido, pero los aportes propios del avance del conocimiento y de ciertas bondades del desarrollo que pueden ser copiadas o simplemente importadas, no son suficientes para marcar un parecido sustantivo.

Sin educación, salud y trabajo digno, no habrá solución a largo plazo, el actual asistencialismo dirigido por el Estado con un interés político antes que de redención, es el seguro al fracaso más absoluto. El sistema político decadente en los países sin desarrollo, está diseñado para robar, la legalidad que debería enfrentar el delito, está diseñada para no ver y en consecuencia para no culpar. Para los romanos la frase era “Dura lex sed lex”, sirvió para aplicarla a Jesucristo, pero no así para quienes llevaron con sus desmanes al fin del Imperio de Rómulo y Remo.

Los Ingleses hicieron de la disciplina un sistema de orden brutal y despiadado, el terror del sistema feudal y la infalibilidad de la monarquía absoluta para imponer sus intereses, generó un miedo patológico al poder establecido, tanto que sirvió para crear mitos y leyendas como la del Rey Arturo, encarnado al monarca justo o Robín Hood, como el paño de lágrimas de los desposeídos. La Marina Real distribuyó el castigo por todo el mundo donde se impuso la voluntad imperial, sus naves surcaban los mares en nombre de Su Majestad aplicando la justicia despiadada.

El sistema carcelario y punitivo fue tan terrible que hasta un niño de 12 años era confinado a las prisiones de Australia, por haber robado una onza (28 gramos) de pan, llegando a la ejecución de menores por ahorcamiento y todos los castigos físicos inimaginables. Por ese camino de sangre, dolor e injusticia, aunado al progreso económico que devino de la revolución industrial, los anglosajones llegaron a tener una población de muy baja incidencia delictiva, siendo las cárceles tiempo después, un verdadero ejemplo de funcionamiento. Ahora eso está cambiando, la Corona se aterra de ver el crecimiento del delito urbano, constituido por una mayoría abrumadora de inmigrantes de países subdesarrollados y de sus propias excolonias, generalmente indios y negros, para dar la razón a los racistas.

Los árabes dominaron España por 700 años, hicieron un aporte fundamental a la ciencia y la cultura, fueron capaces de integrarse y de legar conocimiento. También se caracterizaron por su crueldad infinita, hoy son países que viven atrasados en una valoración general de su población, continúan con un sistema penal y represivo basado en el escarmiento más atroz, que no es otra cosa que la tortura legal, la flagelación hasta la muerte, las amputaciones de miembros y por supuesto incluyendo la cabeza, entonces concluimos que la justicia en la forma que la conocemos occidentalmente, no existe. Mantienen un bajo nivel de delincuencia, pero su sistema político es atrasado, brutal e injusto, careciendo de las más elementales libertades y derechos, donde las mujeres son un poco más que animales de carga.

Se ha ensayado mucho en teorías que justifiquen el peso de la herencia en nuestros pueblos latinos (Ej.: Dr. Francisco Herrera Luque en “Viajeros de India”, que plantea la psicopatía heredada de los conquistadores y transmitida de generación en generación), donde la viveza, la flojera, la rapacidad, el delito, la contumacia, la apología de la inmoralidad y todo lo se quiera anexar, justifican ampliamente lo que somos y por qué fracasamos.

Todo eso puede haber sido un factor desencadenante, aunque no se ha podido probar científicamente, siendo una teoría rayana con el racismo, pero la realidad tangible está en los sistemas de gobierno como causales determinantes, en la forma en que los ciudadanos se unen para organizar la operación de un país. Todo se puede hacer si existe el deseo de lograrlo, es muy difícil el éxito cuando quienes están en la posición de decidir los cambios, se someten a la disyuntiva de aportar una solución para el colectivo o en su defecto, intentar el beneficio personal en cualquier de sus formas posibles, recurriendo al individualismo absoluto para saciar necesidades.

Los sistemas políticos

El mundo supo darse infinidad de sistemas políticos, muchos han fracasado y ya no existen, otros persisten con sus fallas, todos tienen un lugar común, fundado en la representación del pueblo en los sistemas de poder que es siempre injusta, que pareciera sólo reservada a los que ofrecen mejores condiciones de villano para estar al mando. La diferencia radica que en algunos países este efecto es dramáticamente acentuado y en otros apenas perceptible, unos son desarrollados y otros subdesarrollados o simplemente “subpaises”, como observara peyorativamente mi viejo profesor de historia.

Simplemente como una pequeña visión retrospectiva de lo que se ha hecho en materia política, pero sin el ánimo de abundar en las características de la clasificación, por la extensión que acarrearía a esta obra, pueden considerarse más de una veintena de sistemas políticos que con sus diferencias y particularidades dentro de su propia condición, pudieran llegar hasta cinco docenas. Venezuela ha sido campo propicio para muchos intentos y por razones históricas, se hizo contacto con variadas formas de control político, que terminaron conformando una masa de conceptos, casi irreconocible, que hoy es razón del sistema en que vivimos.

Los distintos modelos políticos, pueden considerarse principalmente en una clasificación donde se observe antes que principios, ideologías o dogmas, la acumulación de violencia extrema o la moderación de convivencia política, pues cualquiera sea su signo, es por esos contornos por donde se delimitan sus acciones. Cuando se leen las características principales de cada uno de ellos, es fácil percibir qué matices o principios de las más variadas tendencias, se encuentran hoy vigentes en el devenir político de nuestro país. Por el lado de los regímenes donde opera la fuerza más despiadada y enunciados por orden alfabético se encuentran:

Regímenes extremistas

Anarquía: Es un estado sin gobierno formal, donde no existe una autoridad definida, ni un orden político y menos un orden público. Los anarquistas crearon el caos político en Europa, utilizando los atentados y asesinatos como método de expresión de sus ideales. El anarquismo opera de hecho cuando los estados, entran en procesos de disolución y emergen multitud de fuentes de poder político, en luchas intestinas, disponiendo actos que se contraponen al resto.

Venezuela fue anárquica (sin saberlo) en las épocas del caudillismo y las montoneras, que repartía poderes locales apenas se conseguía un “parque” (lote de armas) y unos cuantos campesinos para portarlas. Gómez terminó con ese régimen polifacético y atomizado, se dijo que pacificó a los “alzados” y organizó el país bajo la bota de su tiranía. Hoy no existen en el mundo ejemplos de anarquías.

Autocracia: Es un sistema de gobierno absoluto, en el que se rige la voluntad de una sola persona, por lo que esta misma pasa a ser la suprema ley. La más famosa autocracia fue el zarismo en Rusia que se inició en 1547, donde la familia Romanoff gobernó con Miguel I desde 1613 hasta Nicolás II en 1917.

Comunismo: Plantea la abolición de la propiedad privada, la colectivización de los medios de producción y la instauración de una sociedad sin clases, a través de la captura del poder político por la clase obrera y el establecimiento de la dictadura del proletariado. Se trata de la gran utopía de la comunidad de bienes, desde los conceptos Griegos de Antístenes y Diógenes (Siglo IV a C). Aunque hubo grandes aportes previos, fueron Marx y Engels quienes crearon el comunismo, con la interpretación filosófica materialista. Buscaban resaltar las llamadas contradicciones del capitalismo, abogaban por su exterminio, sustituyéndolo por la colectivización de los bienes de producción.

Se instaló en Rusia en 1917, con Lenin como líder que lo puso en práctica. Una vez capturado el poder, el sistema terminó violentando todas las promesas de liberación del hombre, produjo millones de muertos por las persecuciones que desató. La férrea doctrina y su operación colapsaron y acabó con la U.R.S.S. (1991), luego cayeron todos los países satélites. Ha sido el más grande fracaso de redención social de la historia de la humanidad, partiendo de un concepto teórico diseñado con una base científica de análisis.

Dictadura: Prescinde del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad que se concentra en un solo individuo. Se instalan generalmente con un golpe de estado, también ocurren por transposición, pasando de una democracia a una dictadura paulatinamente, violentado la constitución y las leyes. Se neutraliza la división de poderes, se gobierna sin participación ciudadana, pueden permitirse los partidos políticos pero limitados en su acción o ser prohibidos, llegando al dominio total del escenario político.

Distraen a la población con manifestaciones históricas, revisionismos y ataques al pasado representado por otros sectores políticos. Acostumbran a dictar leyes arbitrarias por medio del líder, de allí la palabra “dictador”. Pueden ser autoritarias, pero que permiten algunos márgenes de movimientos de la sociedad y oposición o las totalitarias, que dominan absolutamente el escenario político, educativo, moral, comercial y gremial del país, restringen las libertades civiles a riesgo de la cruel persecución por desobediencia.

Fascismo: Ideología y movimiento político creado por Benito Mussolini, de corte corporativista estatal, con economía dirigida, severamente nacionalista que dominaba a la razón por la fuerza, desarrollando el revanchismo social, adoctrinando con la violencia para someter a los “enemigos” del Estado, apoyado por un fuerte aparato de propaganda, soportado por una fuerza armada al servicio del régimen. Mussolini era en principio socialista y vio una oportunidad de una “tercera vía”. Persiguió a los comunistas, liberales, masones, populistas católicos, judíos y todo aquel que hiciera la menor oposición.

Participó en el “eje”, junto con Alemania y Japón. Como pensamiento político fue el mentor del nacionalsocialismo alemán (nazis) y del falangismo español de Franco. Hitler admiraba a Mussolini y terminó despreciándolo al descalificar la incapacidad de los italianos para la guerra. El fascismo se atribuye la autoridad del Estado todopoderoso, con un partido único, manejado por una sola persona. Aunque existen muchos nostálgicos en el mundo, no se encuentra ningún gobierno en el poder con esta doctrina, que está prohibida especialmente en Europa.

Militarismo: Es la universalidad de la fuerza militar, para dominar la política, justificando la intervención de los poderes públicos, para asegurar el orden y la paz, a costa de suprimir todos los derechos. Latinoamérica fue terreno fértil para el militarismo durante toda su historia hasta los años ochenta. Brasil, Argentina, Perú, Chile, Uruguay, Bolivia y Paraguay, padecieron fuertes dictaduras.

Venezuela padeció el 72% de su historia republicana gobiernos dirigidos por militares, las dictaduras ocurrieron en todos los países con excepción de U.S.A. y Canadá, que siempre guardaron formas constitucionales. El militarismo nació en Esparta en la antigüedad, en el Siglo XX surgió en Japón, Alemania, Italia, España con corte fascista, también en la U.R.S.S. y China comunista e Irak. El militarismo niega la democracia y la excluye, impidiendo su desarrollo por vía de la fuerza.

Nacionalsocialismo “Nazis”: Se inició a comienzos de los años veinte en Alemania, Hitler asumió rápidamente el poder del partido, formado para explicar los desatinos que llevaron a la pérdida de la Primera Guerra Mundial. Buscó la frustración del pueblo alemán y la conquistó a su favor, se hizo idolatrar y convertido en líder supremo, controló el partido y asesinó a quienes le molestaban. Se instalaron grupos de choque armados llamados los camisas pardas, que fueron tomando con violencia el control de la sociedad alemana, mientras se ganaban mayores puestos de representación política en el Reichstag (Congreso).

Hitler escribió “Mi lucha”, un mentor con sus ideas, que se convirtió en el ideario de sus partidarios. Nombrado Canciller de Alemania, Hitler quien era austríaco, desató una persecución contra sus opositores políticos y contra los judíos, a quienes culpaban de todos los males. Se predicó la superioridad racial de los arios, con teorías que jamás han sido probadas científicamente, realizaron sobrecogedores experimentos con humanos, como si fueran ratas de laboratorio.

Comenzó a rearmar a su ejército violando los tratados existentes y cuando estuvo fuerte, comenzó su expansión por toda Europa, instaló los campos de concentración dedicados a sacrificar masivamente a sus enemigos y principalmente a los judíos, a quienes asesinaba con gas “Zyklon B”. Provocó una guerra que costó 60 millones de vidas. Hoy sus teorías políticas están prohibidas en Alemania y Europa, siendo consideradas delito, al igual que la negación del holocausto.

Monarquía Absoluta: Se instaló a finales de la edad media, el rey concentraba los poderes del ejecutivo, legislativo y judicial, los cuales se argumentaba que había recibido por la voluntad divina, pero que regulaba como una ley a su vez al rey, así como el derecho natural y las leyes del reino preexistentes, pero todo esto era violado o cambiado según conviniera al rey. Operaba con asistentes que actuaban en nombre del rey, quien era vitalicio en el cargo y se trasladada el mandato hereditariamente a los hijos, según fuera si la línea sucesoria lo permitía.

Era un poder legítimo y arbitrario llamándose rey, emperador, zar, káiser, etc. Eran gobiernos brutalmente autoritarios y despiadados, con un manejo centralizado, proveniente de la nobleza de cada lugar y también del resultado de las armas en las luchas intestinas. Fueron sistemas que se desgastaron con sus excesos, empezando su derrumbe con la Revolución Francesa. Aún quedan monarquías absolutas como la de Arabia Saudita.

Teocracia: La teocracia es “el poder de Dios” instalado como partido político, el gobierno se confunde con los líderes religiosos o depende de ellos. La religión decide sobre las leyes. En la actualidad pueden identificarse al Estado Vaticano, aunque en él existe el estado de derecho absoluto y no se practica el fundamentalismo. Irán que es fuertemente fundamentalista y donde los clérigos se encuentran a cargo del poder, aplicando la justicia islámica, aunque se confunde también como una república con cierta representación de partidos, pero que no pueden negar la teocracia.

Arabia Saudita que es también teocrática fundamentalista, pero al mismo tiempo es una monarquía absoluta, donde los derechos humanos y la igualdad de sexo, prácticamente no existen. En ambos sistemas se aplican castigos corporales descomunales que merecen el desprecio de los países civilizados. Algunos consideran a Israel como teocrático, pero esto no es admisible en un sereno análisis, pues se trata de una democracia con representación de diferentes posiciones políticas y los clérigos aunque, son muy considerados y respetados, no toman las decisiones políticas, económicas o militares. Adicionalmente los israelíes tienen diversas religiones, que son de libre práctica, a diferencia de Irán o Arabia Saudita, donde existen fuertes limitaciones y se aplica la “Sharia” o ley islámica.

Tiranía: Es un sistema de poder absoluto, generalmente unipersonal que se desprende de un golpe de estado, ejerciendo el poder apartado de las leyes y el derecho, con marcada crueldad y violencia contra los derechos humanos. Existe un abuso del poder, se impone un solo criterio, se aplica el terror como advertencia a los ciudadanos, se abusa del uso del aparato del estado en favor de la causa tiránica, manejando la propaganda y la demagogia. Hitler fue el tirano más devastador de la historia.

En América los tiranos se contaban por docenas en casi todos los países y en Venezuela pueden sobresalir Cipriano Castro, Juan V. Gómez y Marcos Pérez Jiménez. La tiranía se diferencia de la dictadura, en que para cumplir sus fines desarrolla brutalmente la persecución, tortura y muerte de sus adversarios.

Regímenes moderados

En los Siglos XIX y XX los sistemas políticos fueron humanizándose, se desarrollaron nuevos conceptos de participación, se ampliaron los derechos y se establecieron distintos sistemas moderados, con marcadas libertades en algunos casos, según se detalla a continuación.

Capitalismo: Erróneamente se habla de él como si fuera una forma de gobierno, en realidad se trata de un sistema económico, que es desarrollado en una democracia. Por razones netamente políticas se hace referencia a U.S.A. como el país capitalista por excelencia, se trata de una herencia de la propaganda comunista, reforzada en plena “guerra fría”, pero es sólo un país de una larga lista, a la cual ahora se incorpora China y hasta Vietnam del Norte.

Conservadurismo: Nació en Francia como respuesta a la Revolución Francesa, Se trata doctrinas tendientes a mantener las posiciones históricas en una sociedad, generalmente son corrientes de derecha, que favorecen las tradiciones y se oponen a los cambios políticos, sociales o económicos de corte radical, sus valores son de orden familiar, religioso y económico, asociado al nacionalismo y el patriotismo como estandartes.

Los conservadores fueron suavizando posiciones, pasando a confundirse con el liberalismo, con diversas fusiones entre partidos, dado que el acceso al voto popular les restaba escaños año tras año. Hoy coexiste con el abanico de opciones políticas y no son abiertamente conservadores en ningún lugar. En Inglaterra existe el Partido Conservador, totalmente adecuado a la democracia.

Democracia directa: