El sistema representativo - Felipe Rey - E-Book

El sistema representativo E-Book

Felipe Rey

0,0

Beschreibung

«Hace tiempo, en su clásico sobre la representación, Hanna Pitkin reconoció que no podemos entenderla plenamente sin adoptar una perspectiva sistémica. Sin embargo, ni Pitkin ni yo, al defender un enfoque sistémico, profundizamos en el tema. Felipe Rey ha elaborado la obra definitiva hasta la fecha». Así introduce la Profesora Emérita de Harvard Jane Mansbridge esta obra. Su autor nos sugiere que la democracia representativa como la conocíamos, localizada en las estructuras parlamentarias, ha dejado de existir. Rey introduce y desarrolla un concepto nuevo, el de los «sistemas representativos», en los cuales la representación política es una práctica mucho más extensa que es ejercitada tanto en los órganos oficiales como en la esfera civil. Una nueva y refrescante teoría de la representación para entender mejor nuestros mundos políticos contemporáneos.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 547

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Felipe Rey Salamanca

El sistema representativo

Serie Cla•De•Ma

Filosofía del derecho

El sistema representativo

Las representaciones políticas y la transformación de la democracia parlamentaria

Felipe Rey Salamanca

Prólogo de Jane Mansbridge

© Felipe Rey Salamanca, 2023

© Del prólogo, Jane Mansbridge

© De la imagen de cubierta: Joseph Mallord William Turner, The Burning of the Houses of Lords and Commons, 16th October, 1834, 1834-1835, óleo sobre lienzo, Museo de Arte de Filadelfia, The John Howard McFadden Collection, 1928.

Corrección: Carmen de Celis

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: junio de 2023

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

www.gedisa.com

Preimpresión:

Moelmo, S.C.P.

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-19406-13-2

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Para Indira Latorre

Índice

Agradecimientos

Prólogo por Jane Mansbridge

Prefacio. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la crisis de la representación?

1. Los sistemas representativos

2. La representación sistémica

3. El giro representativo

4. La aproximación sistémica a la representación

5. Itinerario

Capítulo 1. «¡No nos representan!»

1. Tres aristas para «llegar» a la representación

1.1. La arista lingüística

1.2. La arista descriptiva

1.3. La arista democrática

1.4. La representación política: un concepto normativo

2. Qué no es representación o por qué los ricos no pueden comer en representación de los pobres

2.1. Representación no es sustitución

2.2. La representación siempre es parcial e incompleta

2.3. La equivalencia relativa representante/representado

2.4. Representación no es protección

3. El acto de atribución

4. Obama y Bono, ¿nuestros representantes?: las teorías positivistas de la representación

4.1. La representación de audiencias de Rehfeld

4.2. La representación como reclamación de Saward

4.3. Los límites de la representación de Schweber

Capítulo 2. De los reyes y los parlamentos a los influencers y los minipúblicos: las teorías normativas de la representación política

1. La representación como mandato: la representación formal

1.1. Sorteo

1.2. Concurso

1.3. Consenso

1.4. Membresía

1.5. Autorización legal

2. La representación como reflejo: la representación descriptiva

2.1. Representación descriptiva de ideas: la representación proporcional

2.2. Representación selectiva o de grupos

2.3. Representación aleatoria

3. La representación como actuar por: la representación sustantiva

3.1. Fideicomisarios o delegados

3.2. La representación receptiva de Pitkin

3.3. Nuevos modelos de representación sustantiva

3.3.1. Los cuatro modelos de Mansbridge

3.3.1.1. Representación promisoria

3.3.1.2. Representación anticipada

3.3.1.3. Representación giroscópica

3.3.1.4. Representación subrogada

3.3.2. La representación indicativa de Pettit

Capítulo 3. El giro representativo: la defensa de la representación política

1. La democracia participativa: «el cuadro electrónico de mandos al lado de la cama no es la solución»

2. «Atenas, con la representación, ¿habría superado su propia democracia?»: las virtudes democráticas de la representación

2.1. Inclusión

2.2. Mediación

2.3. Deliberación

2.4. Parcialidad

3. De la representación a las «representaciones» en la teoría de la representación contemporánea

3.1. La versión estándar de la representación

3.2. Primer desafío: la representación al revés; son los representantes los que crean a sus representados

3.3. Segundo desafío: representación particular versus representación general

3.4. Tercer desafío: representación extraterritorial versus representación territorial

3.5. Cuarto desafío: representación no electoral versus representación electoral

Capítulo 4. La aproximación sistémica a la representación

1. Dos aproximaciones a la representación

2. La aproximación reduccionista: la fascinación con el representante individual

3. La aproximación sistémica: una nueva cartografía para el mundo de la representación

4. Mujeres representativas

4.1. El giro sistémico de Hanna Pitkin

4.2. El redescubrimiento del enfoque sistémico por Jane Mansbridge

5. Los dos usos de la aproximación sistémica

Capítulo 5. El concepto de sistema representativo

1. Trump, ¿solo «con el resplandor azul de su pantalla de televisión»?

2. ¿Qué es un sistema?

3. Sistemas no democráticos

4. Los sistemas representativos democráticos

5. Cuatro condiciones de los sistemas representativos democráticos

5.1. Que exista una oferta amplia y plural de representación política, formal e informal

5.1.1. Representantes formales

5.1.2. Representantes informales

5.2. Que el sistema haya sido popularmente autorizado

5.3. Que los actores del sistema sean diferenciados e interdependientes

5.4. Que el sistema sea encargado de las políticas públicas

6. ¿A qué gobiernos se puede aplicar este concepto y a cuáles no?

Capítulo 6. Los niveles de la representación política

1. Representación individual

1.1. La disputa acerca de quién es un representante

1.1.1. Representantes políticos

1.1.2. Otros roles en el sistema

2. Representación colectiva

3. Representación plural

3.1. Representación cooperativa

3.2. Representación compartida

3.3. Representación delegada

4. Representación sistémica

Capítulo 7. Las normas de la representación individual

1. Análisis normativo inferior: ¿representa la Asociación Nacional del Rifle?

1.1. Juzgando a actores

1.2. Juzgando las representaciones

1.3. Criterios sistémicos

1.3.1. Criterios posicionales: el representante «en» el sistema

1.3.2. Criterios funcionales: el representante «para» el sistema

1.3.3. Criterios generales: el representante «gracias» al sistema

2. Análisis normativo intermedio: el bicameralismo, los «frankenestados» y los partidos xenófobos, el constitution-making, ¿cómo se complementan o cancelan las representaciones?

3. Análisis normativo superior: evaluar el sistema como un todo

Capítulo 8. La función de autogobierno de los sistemas representativos

1. El representante del pueblo

2. Tres modelos de representación sistémica en la literatura empírica

2.1. Representación congruente

2.2. Representación responsiva

2.3. Representación receptiva

3. ¿El gobierno de la mayoría o de todos?

3.1. El gobierno de las mayorías

3.2. El gobierno de todos

3.2.1. La paz en Colombia

3.2.2. ¿Brexit suave o fuerte?

3.2.3. La guerra de Irak

4. Conclusión

Capítulo 9. Las funciones inclusiva, deliberativa y educativa de los sistemas representativos

1. La función inclusiva

2. La función deliberativa

2.1. El sistema como «foro»

2.2. El sistema como «filtro»

2.3. El sistema como «freno»

3. La función educativa

3.1. El gobierno como institución educativa

3.2. Los valores educativos de las representaciones

3.2.1. El respeto recíproco y las elecciones

3.2.2. La igualdad y el azar

3.2.3. Méritos y competencia

Epílogo. El argumento

Referencias

Agradecimientos

Deseo en primera instancia dar las gracias al teórico político y del derecho de la Universidad Pompeu Fabra José Luis Martí, quien me introdujo en la teoría de la representación política, presentándome sus principales textos y debates, entre estos el que me pareció el más fascinante: la apertura del concepto de representación y la variedad de las formas de representación, que condujo, inevitablemente, al desarrollo de la idea del sistema representativo que dibujo en este libro y que él me ayudó, de principio a final, a dibujar. Otros «mundos» importantes para el libro me fueron revelados por él, incluyendo el republicanismo cívico y la teoría de la democracia deliberativa, así como los nuevos mecanismos políticos de la innovación democrática. Pero lo que más subrayo es la revelación de nuevos mundos afectivos, comenzando por el de Jane Mansbridge. Como ella afirma en su prólogo, la elección del tema se realizó a partir de un artículo suyo. Después nos conocimos y avanzamos mediante una primera colaboración sobre el sistema representativo, que presentamos en el Congreso de la Asociación de Ciencia Política que tuvo lugar, en 2015, en Aix-en-Provence (Francia). Más tarde, en múltiples ocasiones, discutimos fragmentos del libro, en particular la parte normativa vinculada a las funciones de la representación sistémica. Su amistad y mentoría son unos de los tesoros de mi vida.

Este libro se originó en el Law and Philosophy Group de la Universidad Pompeu Fabra, el cual se ha convertido, bajo el liderazgo del filósofo del derecho, exrector de la Pompeu y, para mí, un modelo de generosidad académica, José Juan Moreso, en una de las mejores escuelas europeas de filosofía analítica, tanto de la política como del derecho. En Princeton, tuve la fortuna de trabajar con el filósofo político del republicanismo cívico Philip Pettit. Él leyó y comentó algunos trabajos preliminares de la aproximación sistémica y desde entonces no he dejado de sentir su apoyo. Quiero agradecer, asimismo, a Annie Stilz y a Victoria McGueer su supervisión y hospitalidad durante mi estadía en la Universidad de Princeton. En Barcelona, me beneficié de comentarios y buenos consejos de Íñigo González desde mi primer trabajo sobre representación, sobre el mandato imperativo. La filósofa Victoria Camps presidió el tribunal de tesis en septiembre de 2018, que finalizó la primera etapa de este libro en Barcelona. Quiero dar las gracias a Roberto Gargarella y a Claudio López-Guerra, quienes realizaron agudas observaciones y críticas. La segunda etapa, que todavía se prolongó cinco años más, se llevó a cabo en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Quiero expresar mi honda gratitud a los decanos Juan Carlos Botero y Carolina Olarte, al Departamento de Derecho Público y a su director William Barrera, al director de la Escuela Javeriana de Gobierno y Ética Pública Luis Fernando Álvarez S. J., a las profesoras María Clara Jaramillo y Tania Luna, al equipo de profesores de la Facultad de Ciencias Jurídicas y a mis alumnos de los cursos de Derecho Constitucional Colombiano, quienes me han permitido poner a prueba, en la práctica constitucional, los aprendizajes más abstractos que intento plantear en este libro.

En sus diferentes etapas, el manuscrito se benefició de su presentación en varios encuentros académicos. Presenté las ideas iniciales en los seminarios de filosofía política de la Universidad Pompeu Fabra y la Universidad de Barcelona. Los aspectos sobre el sorteo se vieron enriquecidos en la conferencia del ICON-S en Santiago de Chile en 2018, las reuniones de aprendizaje de la red Democracy R&D y el panel sobre «innovaciones en los minipúblicos» en la reunión de la APSA de 2022. El capítulo cuarto acerca de la aproximación sistémica se nutrió de intercambios en la conferencia de teoría política de la Universidad de Princeton y en la conferencia general de la ECPR, en Hamburgo, en 2018. Pude discutir el manuscrito, casi en su versión definitiva, en el coloquio de la UK-Latin America Network for Political Philosophy, por el cual agradezco a sus organizadores, Julio Montero y Moisés Vaca, y a los cinco comentaristas, Nalleli Delgado, M. Victoria Kristan, Sebastián Linares, Pablo Magaña y José Luis Martí, quienes me comprometieron a una última revisión del manuscrito, sobre todo acerca de aspectos relacionados con el concepto de sistema de representación. Sus críticas y mi respuesta han sido incluidas en un número dedicado al libro en la Revista Latinoamericana de Filosofía Política, a cuyos editores quiero dar las gracias. El capítulo octavo, que además es el más reciente, se benefició de su presentación en la conferencia sobre «aproximaciones sistémicas a la democracia», organizada por la Universidad de British Columbia en 2022, en el semillero de Derecho Constitucional y Deliberación Política de la Pontificia Universidad Javeriana y en el ICON-Colombia, en la Universidad del Norte, en 2022. Quiero agradecer a los organizadores y participantes de estos encuentros.

En su fase editorial, quiero dar las gracias a Alfredo Landman, editor general de Gedisa, por dar su apoyo a este proyecto, y a su equipo en Barcelona, muy particularmente a Selene Manjón. También quisiera mostrar mi gratitud a los pares ciegos que realizaron la evaluación del libro para Gedisa.

Por haber transitado por la historia de este libro, quiero agradecer a Victoria Alsina, Claudia Patricia Alvarado, Marcos Andrade, Antonio Barbosa, Alberto Carrió, Paula Casal, Andrea Celemín, Alejandro Cortés, Claudia Dangond, Diana Delgado, Carlos Escobar, José Fernando Flórez, Santiago García, Ana María Henao, Juan Camilo Herrera, Marisa Iglesias, Andrej Kristan, M. Victoria Kristan, Nathalie Latorre, Alba Lojo, Nahuel Maisley, Pablo Magaña, Jorge Malem, Rubén Marciel, Pablo Martí, Mario Roberto Molano, Julio Montero, Hernán Navarro, Santiago Niño, Serena Olsaretti, Carlos Ortiz, Rafael Prieto, Jahel Queralt, Manuel Quinche, Águeda Quiroga, Javier Rincón, Jorge Roa, David Schecter, Chiara Valentini, César Vallejo, Andrew Williams y Gustavo Zavala. Deseo muy especialmente expresar mi afecto y agradecimiento a Gloria González por todo su apoyo.

Este libro está dedicado a Indira. A Indira, de este libro, hasta los espacios en blanco le pertenecen, o sea, el libro que no se ve y únicamente ella conoce: los años de escritura, las preguntas y las dudas, los caminos que no llegaron a ninguna parte, nuestros viajes de evasión, los seis años en Europa y Estados Unidos, nuestros amigos, los «viajes dentro del viaje dentro del viaje»; en suma, «mis procesos», como socarronamente los llama ella. Indira y Alejandro representan para mí el amor y la alegría. En este último año también he escrito en el amoroso recuerdo de Pilar Salamanca. Doy las gracias a la vida de que aún pueda disfrutar del afecto y la compañía de mi padre, Germán Rey, y de mis hermanos, Santiago y María.

Prólogo

Hace tiempo, en su clásico sobre la representación (1972), Hanna Pitkin reconoció que no podemos entenderla plenamente sin adoptar una perspectiva sistémica. Sin embargo, ni Pitkin ni yo (Mansbridge, 2011), al defender un enfoque sistémico, profundizamos en el tema. Felipe Rey ha elaborado la obra definitiva hasta la fecha.

Este libro será de interés para lectores muy diversos. Lo recomiendo tanto a los expertos en representación política como a los que están empezando a interesarse por este concepto. Lo recomiendo a profesores y estudiantes de ciencias políticas y jurídicas. Lo recomiendo a todos aquellos que, en uno u otro de los múltiples espacios que conforman el sistema de representación —los medios de comunicación, las organizaciones civiles, los movimientos sociales—, deben en ocasiones soportar la carga de hablar en nombre de otros. Lo recomiendo a los expertos en diseño institucional para que orienten sus reflexiones sobre qué posibles nuevas instituciones representativas, formales o informales, mejorarían sus diseños. Por último, se lo recomiendo a cualquier persona que se preocupe por la democracia y quiera encontrar una salida a la actual crisis democrática.

Una nueva teoría democrática para un mundo nuevo

Hoy la democracia necesita nuevas ideas, y las nuevas ideas surgen a menudo de la interacción de la teoría y la práctica. Rey es un magnífico ejemplo de esta creatividad. Gran parte de su trabajo es inductivo y se basa en prácticas democráticas innovadoras. Rey ayudó a diseñar el Modelo de Asamblea Ciudadana Itinerante, una de las ocho formas de institucionalización de la democracia deliberativa en el mundo reconocidas por la OECD (2021). Ha sido un importante impulsor de algunas de las primeras experiencias de selección aleatoria en América Latina. Trabajó en el clúster español de la Asamblea Ciudadana Global sobre cambio climático, que entregó sus recomendaciones a la COP26 en el Reino Unido en 2021. Es miembro de Democracy R&D, la principal red mundial de profesionales de la democracia deliberativa. Actualmente dirige un proyecto global en el que participan varias organizaciones de todo el mundo sobre las nuevas fronteras de la democracia deliberativa.

La representación política ha evolucionado de manera espectacular en el pasado y lo seguirá haciendo. Las primeras prácticas representativas no eran electorales. En Atenas, hace más de dos milenios, los miembros de los órganos de decisión más importantes se elegían por sorteo, no por elección. La representación liberal moderna apenas tiene dos siglos. Reemplazó a un sistema de selección, no de elección, mediante el cual algunas circunscripciones medievales y de principios de la modernidad elegían a sus delegados ante el rey por aclamación. Hasta mediados del siglo xvii en Inglaterra, las decisiones parlamentarias se tomaban por consenso y no por mayoría de votos. Los partidos políticos en su forma moderna no evolucionaron hasta el siglo xix. Del mismo modo, el voto secreto fue ganando aceptación solo poco a poco. A finales del siglo xix y en el siglo xx, los sindicatos, los grupos de interés y los movimientos sociales empezaron a desempeñar un papel importante en la representación política. A principios del siglo xx, Estados Unidos conoció las innovaciones de la iniciativa, el referéndum y la revocatoria, los gobiernos municipales no partidistas y la institución de los «administradores municipales». Sin embargo, es posible que el interés por las nuevas formas de representación en nuestro siglo no tenga precedentes. Algunas formas de representación están en «crisis», pero otras están emergiendo. Aunque hace dos siglos los redactores de la Constitución estadounidense concibieron la representación explícitamente como una limitación de la democracia, en nuestro siglo las nuevas formas de representación que están surgiendo están inyectando más profundamente en la fibra representativa aspectos de «autoría propia» democrática.

Creo que Rey está en lo cierto al argumentar que muchos aspectos de nuestras teorías democráticas clásicas se han quedado obsoletos. Como una vez dije, esta no es la democracia de tu abuela (Mansbridge, 2021). El mundo ha cambiado y seguirá cambiando. Las teorías normativas tienen que correr deprisa. Nuestra creciente interdependencia humana requiere cada vez más regulación, y la coerción que hay detrás de esa regulación no recibe de los procesos democráticos que hemos heredado la legitimidad suficiente para que los ciudadanos vean todas esas regulaciones como «nuestras» (Mansbridge, 2023). Nuestras instituciones representativas, con dos siglos de antigüedad, no pueden continuar dos siglos más sin creatividad e invención. Hoy en día, la creatividad procede de muchos frentes diferentes. Desde los años sesenta no habíamos asistido a oleadas como estas de innovación democrática, con las dos diferencias de que hoy las innovaciones se centran en la democracia representativa, no directamente participativa, y de que hoy las principales instituciones gubernamentales están recogiendo y aplicando estas innovaciones en busca de una mayor legitimidad. Las asambleas ciudadanas, elegidas por sorteo, están proliferando. Algunas han evolucionado desde la forma original de innovaciones ad hoc, aplicadas a un solo tema, a consejos quizás permanentes de ciudadanos elegidos al azar, establecidos por las legislaturas para asesorar y quizás incluso decidir sobre un amplio espectro de políticas públicas que se han presentado, o podrían presentarse, ante la legislatura (OECD, 2021). La representación descriptiva de las mujeres y los miembros de etnias anteriormente subordinadas también ha aumentado a ritmos que habrían desconcertado a muchos parlamentarios en la década de 1990. Teóricos y profesionales se esfuerzan por defender la representación de los animales, el medio ambiente y las generaciones futuras, sabiendo que dicha representación requiere nuevos diseños institucionales.

En ocasiones por diseño consciente y en otras por evolución social, algunas de estas nuevas formas de representación eluden el paradigma anterior del consentimiento electoral. Esta nueva expansión de nuestros sistemas de representación se deriva de las crecientes limitaciones de las elecciones como fuente de legitimación. A medida que las elecciones pierden eficacia a la hora de captar la necesidad de los ciudadanos de sentirse propietarios de las leyes que los coaccionan, esos ciudadanos encuentran otras vías para hacer oír su voz en el sistema representativo. La gente sigue queriendo ser representada, pero puede no estar satisfecha con la forma de representación jerárquica y a veces disfuncionalmente contestataria del modelo electoral. En los próximos años pueden surgir formas de representación aún más igualitarias en los espacios formales y sociales del sistema representativo que Rey describe. Con su fuerte representación social de trabajadores y empresas, y con la transparencia y la capacidad de respuesta mutua bidireccional de lo que he denominado «representación recursiva» en los sectores administrativo y legislativo (Mansbridge, 2019, 2021), Dinamarca ejemplifica una salida a la crisis de la representación que experimentan otros países. El análisis de Rey nos proporciona un nuevo aparato conceptual con el que empezar a entender estos cambios e innovaciones.

El argumento del libro

El argumento de este libro se basa en la distinción entre la representación de ciudadanos individuales por legisladores o partidos individuales y la representación de todos los ciudadanos por el sistema representativo en su conjunto. Desde una perspectiva normativa, podemos preguntarnos, en el primer caso, hasta qué punto cada representante o partido representa a su electorado de forma precisa y generativa, y, en el segundo caso, hasta qué punto el sistema en su conjunto representa al pueblo en su conjunto. La primera representación suele denominarse diádica (Rey también la llama reduccionista, porque reduce la representación a sus unidades individuales), la segunda sistémica. Este es el primer libro con un tratamiento normativo completo de la representación sistémica.

La representación sistémica ocupó un lugar destacado en los orígenes del gobierno representativo en el siglo xviii. Los redactores de la Constitución estadounidense, por ejemplo, trataron conscientemente de crear formas de gobierno en las que la interacción de partes a veces enfrentadas pudiera proporcionar una representación mejor que la simple representación de ciudadanos individuales por legisladores individuales. Para lograr este fin, crearon un poder legislativo con dos cámaras, un poder ejecutivo con su correspondiente administración, un poder judicial y la protección mediante las libertades de expresión y asociación de los numerosos espacios de contestación en el sector informal de la sociedad. La teoría subyacente de un gobierno constitucional es que un sistema, compuesto de muchas partes articuladas de forma diferente, que actúan de forma diferente y que a veces compiten entre sí, puede proporcionar una mejor representación que una sola legislatura. Los ciudadanos de muchos países desde el siglo xviii han ratificado, tanto implícita como explícitamente, estas primeras opciones conscientes por un sistema complejo de representación.

A medida que Rey desarrolla el concepto de sistema representativo, se basa en esta visión del siglo xviii, pero va mucho más allá para abarcar la multiplicidad de elementos y las numerosas reglas de coordinación que hoy en día producen la política gubernamental. En su visión, el sistema representativo engloba a individuos y grupos que realizan reclamos representativos en muchos ámbitos diferentes. Incluye representantes legislativos y administrativos, representantes electos y no electos, representantes locales, nacionales, transnacionales y globales, representantes formales como los partidos políticos e informales como las organizaciones civiles, los sindicatos, los grupos de interés, los movimientos sociales, los líderes de opinión en los medios de comunicación y los miembros del público.

Rey deja claro que vivimos en un mundo en el que las asambleas legislativas elegidas deben compartir su espacio representativo con las instituciones significativamente desarrolladas de los otros poderes del Estado y con una densa panoplia de organizaciones sociales. En ese mundo, la elección ha perdido su monopolio de la representación y ha cedido terreno a otros métodos de reclutamiento, como la selección aleatoria. En ese mundo, otras entidades, como las generaciones futuras y los animales, merecen representación. En ese mundo, la representación nacional tiene que competir con la representación global, tanto en las organizaciones internacionales como en las redes sociales globales creadas por los nuevos medios de comunicación. Este mundo es radicalmente distinto del que, por ejemplo, Edmund Burke trató de entender cuando, en un discurso de 1774, expuso la distinción entre representantes instruidos (más tarde llamados «delegados») y representantes que seguían su «juicio maduro» y su «conciencia ilustrada» (más tarde llamados «fideicomisarios»), ninguno de los cuales podía estar en comunicación continua con sus electores. La conceptualización de Burke se basa en el hecho fundamental de que en aquellos días los miembros del parlamento estaban, en sus palabras, «quizás a trescientas millas de distancia» (al menos tres días de viaje en carruaje) de sus electores, sin posibilidad del tipo de comunicación mutua entre representante y elector que es posible hoy en día. El análisis de Rey, por el contrario, trata de explicar y evaluar un nuevo mundo de representación política: el nuestro.

Rey delinea un concepto mucho más refinado del sistema de representación que cualquiera de los existentes hasta la fecha en la literatura de la ciencia política o la filosofía. Examina las principales teorías actuales de la representación, que divide en teorías normativas y constructivistas (capítulos 1 y 2). Desarrolla los modelos «clásicos» de representación y sus evoluciones contemporáneas. Analiza las ideas emergentes en el «giro representativo» (capítulo 3). Distingue entre los enfoques diádico y sistémico de la representación política (capítulo 4). El enfoque sistémico, nos dice, tiene dos usos: uno descriptivo (sirve para describir nuestro mundo representativo) y otro normativo (sirve para juzgar ese mundo). En los capítulos 5 y 6 desarrolla una descripción completa de un sistema de representación, mientras que en los capítulos 7, 8 y 9 hace su aportación normativa. El capítulo final recapitula convenientemente todo el argumento del libro.

Rey sostiene que la representación se practica en cuatro «niveles» diferentes en los sistemas representativos: el nivel de la representación individual por individuos como los legisladores; el nivel de la representación colectiva por instituciones como los parlamentos; el nivel de la representación plural por «equipos» de individuos e instituciones que la ciudadanía en su conjunto o diversos segmentos de la ciudadanía autorizan, tácitamente y a veces de forma más explícita, a realizar tareas públicas específicas; y el nivel sistémico: la representación política del sistema en su conjunto. La representación individual y colectiva son bien conocidas en la teoría democrática. Famosamente enmarcada en la teoría normativa por Pitkin (1972) y medida empíricamente en la década de 1960 por Miller y Stokes (1963) y otros, la representación individual ha sido el principal foco de atención de la teoría política y la ciencia política empírica. En la década de 1970, Robert Weissberg introdujo el concepto de representación colectiva al observar que en Estados Unidos, además de los legisladores individuales que representan a sus electores, «el Congreso en su conjunto representa al pueblo estadounidense» (1978: 535). Rey añade dos niveles más. En su análisis, los ciudadanos, a través de sus derechos constitucionalmente garantizados a la libertad de expresión y asociación y a través de sus elecciones dentro de estructuras formales e informales para la toma de decisiones, también crean tácita o explícitamente «equipos» de individuos e instituciones para diversas tareas públicas. En muchos sistemas representativos contemporáneos, la elaboración de las leyes es producto de un gran trabajo en equipo, en el que actúan conjuntamente partes del poder legislativo, del ejecutivo, sectores del ámbito informal o social y, a veces, incluso los tribunales. Por último, en el nivel más amplio, debemos mirar más allá de las tareas específicas para juzgar el sistema en su conjunto. La elaboración de políticas en general suele requerir múltiples actos individuales, actos en equipo y una miríada de influencias en los sectores formal e informal. No puede considerarse que la actuación de un solo elemento represente al pueblo en su conjunto: solo su actividad conjunta puede representarlo conjuntamente y como un todo.

Desde una perspectiva normativa, ¿cómo podemos saber que un sistema, a través de sus políticas públicas agregadas, representa «al pueblo»? Los teóricos empíricos tienen una respuesta: «responsividad», que en la aplicación empírica significa «concordancia entre la votación legislativa y la opinión ciudadana» (Weissberg, 1978: 4). Rey quiere ir más allá de este estrecho significado. También yo. Para Rey, las normas de una buena representación sistémica deberían incluir otros criterios, como la inclusión, la deliberación y la educación.

Para que un sistema de representación sea inclusivo, las perspectivas destacadas y los intereses en conflicto dentro de la población deben estar representados descriptivamente, así como representados de otras formas, en las partes pertinentes del sistema. Por ejemplo, en la medida en que las experiencias vitales y las perspectivas de las mujeres sobre cuestiones importantes difieran en general de las de los hombres, las mujeres deberían estar representadas descriptivamente de forma proporcional no solo en los órganos legislativos, sino también en los tribunales, en los organismos ejecutivos, en el mundo académico, en los colectivos de defensa y en los medios de comunicación. La representación descriptiva en todo el sistema ayuda a comunicar con precisión perspectivas variadas, a reforzar las líneas de comunicación entre ciudadanos y representantes, a elevar el estatus del grupo representado y a legitimar las eventuales decisiones. Todas estas funciones sirven para incluir a ciudadanos anteriormente marginados.

Para que un sistema de representación cumpla adecuadamente su función deliberativa, lo ideal es que dicho sistema seleccione los mejores argumentos a favor de una política, deseche los peores y someta tanto los buenos como los malos argumentos a impugnación y escrutinio público. Para que las políticas públicas representen bien a la opinión pública a largo plazo, los medios de comunicación y la sociedad civil deben desempeñar un papel importante en este proceso, junto con las instituciones políticas. Especialmente en este momento histórico, en el que las redes sociales han empezado a hacer tan fácil y eficaz mentir, necesitamos entender cómo todas las partes del sistema representativo, incluidos los medios de comunicación, generan un resultado deliberativo final.

Para que un sistema de representación cumpla debidamente su función educativa, debe abrir una variedad de espacios para que ciudadanos de distintos ámbitos desempeñen funciones representativas y se eduquen en la tarea de tener que hablar y actuar en nombre de otros. Hoy en día, esta función educativa implica hablar por los demás no solo en el ámbito institucional, como hacen los legisladores, sino, lo que es igual de importante, en la sociedad, en Twitter, Facebook y otras redes sociales.

Al desarrollar las implicaciones de estos requisitos para una buena representación sistémica, Rey se basa en una distinción que hice en los años ochenta, en Beyond Adversary Democracy (Mansbridge, 1983, 2021), entre democracia «adversaria» y democracia «unitaria»: una democracia diseñada para el conflicto y una democracia que se nutre de y alimenta tanto los intereses comunes como las cualidades de la amistad. La democracia diseñada para el conflicto domina en nuestra práctica democrática nacional actual y en el pensamiento democrático. Sin embargo, mi investigación empírica cualitativa para ese libro me ayudó a ver que, en algunas democracias más pequeñas, los miembros del sistema político podían tener principalmente intereses comunes y, por lo tanto, eran capaces de organizarse de manera diferente a las democracias nacionales, haciendo hincapié en el consenso (y siendo capaces de vivir normativamente con un cierto grado de poder desigual, siempre que la protección de los intereses, la igualdad de respeto y la oportunidad de desarrollarse plenamente provinieran de otras fuentes). Argumenté que las democracias más grandes también podrían tener momentos de intereses comunes, aunque concluí que la democracia adversaria podría y debería predominar en los sistemas políticos de mayor tamaño, con su más fuerte asidero en los intereses en conflicto. Rey aplica esta distinción adversario/unitario a la representación sistémica. Al desarrollar las normas apropiadas para un sistema representativo, llega a la conclusión de que, aunque un sistema puede y debe incluir muchos tipos de representantes adversarios que representen a públicos diferentes y a menudo en conflicto, el objetivo normativo del sistema es representar al pueblo en su conjunto. Para lograr esa representación holística, el sistema debe incorporar negociaciones y compromisos explícitos o implícitos a nivel agregado, cuyos resultados puedan ser aceptados por personas racionales que se consideren a sí mismas y a los demás como iguales. En la representación sistémica, nos dice, el objetivo no es simplemente ganar. La otra parte también debe ganar. El sistema debe ofrecer políticas agregadas que reflejen lo que la mayoría quiere, pero también lo que las minorías necesitan. Desde el punto de vista normativo, la representación sistémica debe basarse en la deliberación, la negociación, el compromiso e incluso la empatía, no en el tipo de política de «el ganador se lo lleva todo» que suele dominar nuestra práctica y pensamiento democráticos. Desde esta perspectiva, las normas de la representación sistémica se acercan más a la amistad que al conflicto.

La teoría de la representación ha experimentado grandes avances en los últimos cincuenta años. Hanna Pitkin revolucionó el campo con su clásico conceptual de 1972. Pero en aquella época, gran parte de los trabajos pioneros se centraron en la democracia participativa como alternativa a la representación. En su influyente tratado sobre la democracia participativa, por ejemplo, Benjamin Barber afirmaba sin rodeos: «La representación es incompatible con la libertad, la igualdad y la justicia social» (1984: 145-146). Desde la década de 1990, sin embargo, los trabajos sobre la representación política, tanto normativos como empíricos, se han ampliado exponencialmente, en consonancia con la importancia del tema; Plotke (1997) puede marcar un punto de inflexión. En mi propio trabajo, he desarrollado criterios sistémicos para juzgar instancias individuales de representación, he contemplado otros lugares para la representación y he abogado por mejorar la calidad de la representación en los tres ámbitos de cualquier sistema representativo contemporáneo: el legislativo, el administrativo y el social (Mansbridge, 2019). Tras haber advertido la importancia de la representación informal en el trabajo empírico para mi primer libro (Mansbridge, 1983: 251), ahora reconozco su importancia sistémica (Mansbridge, 2011, 2019; véase Salkin, de próxima publicación, para un tratamiento completo de la representación informal). He cuestionado los modelos que dominaron la teoría representativa durante los dos últimos siglos —la distinción fideicomisario/delegado y el modelo de sanciones— no solo porque son descriptivamente obsoletos o parciales, sino también porque un sistema de representación democráticamente útil debe combinar representantes y formas de representación de diferentes tipos —por ejemplo, la promisoria, la anticipatoria, la giroscópica y la subrogada—, apropiados en diferentes circunstancias y que encarnan distintos incentivos, tanto externos como internos (Mansbridge, 2003, 2009). He argumentado que el valor de la representación descriptiva también depende de los contextos dentro de un sistema de representación, lo que hace que la representación descriptiva sea más importante en algunas circunstancias que en otras (Mansbridge, 1999).

En una ocasión, Rey me contó que la idea de escribir este libro, hace diez años, se le ocurrió al leer un artículo de 2011 en el que yo había escrito:

Desde una perspectiva sistémica, los ciudadanos están representados en la legislatura tanto por sus propios representantes electos como por representantes subrogados de otros distritos. En una comprensión más amplia del sistema representativo más amplio, cada ciudadano está representado en todo el sistema por representantes no electos y no legislativos en partidos, grupos de interés, organizaciones no gubernamentales (ONG), medios de comunicación y la ciudadanía, con diversos grados de accountability formal e informal. [...] Un tratamiento completo del sistema representativo más amplio en el ámbito político tendría en cuenta estas numerosas relaciones disputadas y superpuestas, formales e informales, legislativas y no legislativas (Mansbridge, 2011: 626).

Rey recogió el testigo, y el resultado es este libro, que ofrece exactamente ese «tratamiento completo» del enfoque sistémico de la representación. Su concepto de sistema representativo va más allá de las elecciones para incluir otras formas de representación no electoral. Va más allá de las instituciones gubernamentales para incluir a los actores sociales. Va más allá de la representación diádica de cada representante y el electorado del representante para preguntarse cómo el gobierno en su conjunto puede representar al pueblo en su conjunto. Va más allá de la democracia adversaria para incluir los valores unitarios de la amistad y la empatía.

Por aquel entonces, Rey y yo aún no nos conocíamos. Ahora puedo imaginar a otros jóvenes estudiosos leyendo su libro y eligiendo un tema para su propio trabajo. La evolución humana ha creado afortunadamente algunas instituciones, como las universidades, que dan tiempo a algunas personas para reflexionar y ayudar a refinar nuestros ideales. Rey nos entrega el resultado en este libro. Nuestra práctica de la democracia necesita urgentemente estas ideas.

Jane Mansbridge1

Profesora Emérita de la Universidad de Harvard

Referencias

Barber, B. (1984). Strong Democracy: Participatory Politics for a New Age, University of California Press.

Mansbridge, J. (2023). «The future of political theory: Lippincott lecture», en Contemp Polit Theory. https://doi.org/10.1057/s41296-02300615-7

— (2021). Democracia: amistad y pugna (Rey, F., ed.), Gedisa.

— (2020). «The Evolution of Political Representation in Liberal Democracies: Concepts and Practices», en Rohrschneider, R. y Thomassen, J. (eds.), The Oxford Handbook of Political Representation in Liberal Democracies, págs. 16-54, Oxford University Press.

— (2019). «Recursive Representation», en Castiglione, D. y Pollak, J. (eds.), Creating Political Presence: The New Politics of Democratic Representation, págs. 298-338, University of Chicago Press.

— (2011). «Clarifying the Concept of Representation», en American Political Science Review, 105(03), págs. 621-630. https://doi.org/10.1017S0003055411000189

— (2009). «A “Selection Model” of Political Representation», en The Journal of Political Philosophy, 17(4), págs. 369-398. https://doi.org/10.1111j.1467-9760.2009.00337.x

— (2003). «Rethinking Representation», en American Political Science Review, 97(4), págs. 515-528.

— (1999). «Should Blacks Represent Blacks and Women Represent Women? A Contingent “Yes”», en The Journal of Politics, 61(03), pág. 628.

— (1983). Beyond Adversary Democracy, University of Chicago Press.

Miller, W. E. y Stokes, D. E. (1963). «Constituency Influence in Congress», en The American Political Science Review, 57(1), págs. 45-56.

OECD (2021). «Eight ways to institutionalise deliberative democracy», en OECD Public Governance Policy Papers, vol. 12.

Pitkin, H. F. (1972). The Concept of Representation, University of California Press.

Plotke, D. (1997). «Representation is Democracy», en Constellations, 4(1), págs. 19-34.

Salkin, W. (de próxima aparición). Not Just Speaking for Ourselves: The Ethics of Informal Political Representation, Harvard University Press.

Weissberg, R. (1978). «Collective vs. Dyadic Representation in Congress», en The American Political Science Review, 72(2), págs. 535-547.

1. Es profesora emérita de la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard. Fue Presidenta de la Asociación de Ciencia Política de los Estados Unidos. Su trabajo abarca más de un centenar de libros y artículos sobre democracia, feminismo y movimientos sociales. En 2018, recibió el Premio Johan Skytte, considerado el «Nobel de la Ciencia Política», por «haber dado forma a nuestra comprensión de la democracia en sus formas directas y representativas, con agudeza, compromiso profundo y teoría feminista».

Prefacio. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la crisis de la representación?

1. Los sistemas representativos

Mi argumento es que estamos bajo sistemas de representación en los cuales el rol de representar políticamente es desempeñado por un número mayor y más variado de actores dentro de estos sistemas en otras ramas del gobierno y cuerpos independientes, y especialmente en la sociedad civil. Si bien las asambleas legislativas continúan siendo un lugar esencial para la representación formal, hay otras instituciones representativas formales y sociales. En el campo de la representación informal, se asume que una persona, en una causa como la del medio ambiente o el comercio justo, o en una condición como la de víctima o consumidor, puede estar representada por una variedad de organizaciones y agentes. El portafolio de opciones para consentir la representación trasciende las elecciones. Existen también el sorteo, el concurso, el consenso, la membresía y la autorización legal. La representación puede ser formal e informal, electoral o no electoral. La representación puede ser también aleatoria o meritocrática.

La democracia representativa se nos ha enseñado como un gobierno de instituciones representativas formales, muy concretamente legislativas, entre otras razones, para oponerla a la democracia participativa. Esta descripción ha cobrado más confusiones que aclaraciones y también ha perdido atractivo para describir realmente cómo nuestras democracias operan desde el punto de vista de la representación, es decir, cómo se representa en nuestras sociedades actuales. El papel representativo crucial, al mismo nivel de los partidos políticos, de oenegés representantes de los derechos de los inmigrantes bloqueando el veto migratorio de Trump, del activismo social para detener el brexit, de medios digitales y de personalidades que en las redes sociales asumen nuevas vocerías. El País editorializa preocupado: «Mientras el Parlamento languidece, o peor, imita a la calle, cae sobre la calle la tentación de imitar al Parlamento y así usar las avenidas y plazas de nuestras ciudades para interpelar al Gobierno y al Parlamento para que actúe o legisle en favor de las demandas que allí se expresan» (El País, 2018). Otros cambios son perceptibles en esferas formales. El rol representativo de los ejecutivos y las oficinas independientes, los reclamos representativos de los jueces, el lugar que los minipúblicos se están tratando de abrir en los procedimientos estatales en todo el mundo. Los puestos ejecutivos no elegidos de representación, como los ómbudsman, y los organismos autónomos para proteger intereses de grupo han proliferado, como también se ha comenzado a usar el sorteo para convocar ciudadanos a fin de decidir sobre temas políticos. Emergen nuevos representados, como las generaciones futuras, los animales y los ríos, y nuevos representantes, como las asambleas ciudadanas, los medios de nicho, los influenciadores locales y los movimientos y activismos globales.

Como nos enseñan historiadores de la representación, como Manin (2010), Conti (2020) y Rosanvallon (2004), el gobierno representativo ha sido un universo en expansión, en el cual otros actores, como los sindicatos y las organizaciones civiles, ingresaron en el siglo xix a disputarse la representación del pueblo. Y, antes que ellos, los partidos y los manifiestos, que tampoco existían en los orígenes. Y, después, el papel de hoy en día de las redes sociales, del activismo, de los medios focalizados (Fundación Gabo, 2022), que renuncian en parte al ideal de la imparcialidad para recibir el de la representación de un grupo (medios feministas, animalistas), es una muestra de que esta expansión continúa. Y de que la representación merece ser considerada como un sistema complejo y no simplemente como un gobierno representativo, ni, aún menos, como unas estructuras parlamentarias, por más que estas estructuras conserven, después de dos siglos, un lugar primordial.

Propongo hablar, por tanto, sobre «sistemas de representación» en un sentido más amplio; en una forma que, además, puede ser perfectamente compatible con elementos participativos y directos que no son ajenos a otras maneras de representación no estrictamente electorales. Busco hacer énfasis, como punto de partida, en que la representación es una forma más amplia de practicar la política o expresar los reclamos de índole política.

Estos sistemas, discuto, existen en nuestro mundo. No en todas partes, pero sí en muchas partes. Hay un sistema de representación español. Los estadounidenses se autogobiernan por intermedio de un sistema de representación. Muchas ciudades y regiones tienen sus propios sistemas. Asimismo, hay sistemas internacionales, como la Unión Europea. Eso no significa que la representación de esos lugares funcione adecuadamente. Esta cuestión es diferente. En un sistema representativo pueden interactuar muchos tipos de representantes, pero de manera caótica y sin asegurar una mejor representación de los ciudadanos. Un sistema caótico puede provocar la sobrerrepresentación de algunas personas, colectivos e intereses, y la subrepresentación de otros.

Tampoco en todas partes existen estos sistemas como los defino. En los regímenes no democráticos no se cumplen dos requisitos que la noción tiene: la pluralidad de elementos libres y una autorización del pueblo. Otra noción que deforma el carácter pluralista y sistémico de la representación es el populismo. «Los populistas siempre son antipluralistas: los populistas afirman que ellos, y solo ellos, representan al pueblo» (Müller, 2016: 62). Una simple constelación, sin importar cuán compleja o poderosa pueda ser, de actores desconectados entre ellos no es un sistema de representación. A escala global actual, podemos hablar de representación múltiple (Besson y Martí, 2018), pero aún no de un sistema de representación mundial.

Uno de los grandes hallazgos empíricos de las décadas recientes en el campo de la representación es que las voces de todos no pesan igual (Bartels, 2017). Las clases altas están mejor representadas que las bajas. Los gobiernos representan a las mayorías, pero en la formación de esas mayorías inciden desproporcionadamente más las clases altas que las bajas. Y esto es por el dominio sobre grupos de presión, medios y también formas de mediación «alternativas», pero igualmente desequilibradas, como los blogs, las redes sociales, el activismo y la sociedad civil organizada. Una visión de la representación que se agote en el gobierno no verá estos otros lugares donde se producen una cantidad de déficits de las representaciones, que ayudan a detonar, aunados con los de los actores propiamente políticos, la crisis de la representación.

Reconocer esta variedad no significa reconocer su equivalencia. Aun, si admitimos que estos y otros actores sí representan, podemos advertir que lo hacen de maneras distintas y que deberían obedecer a estándares diferentes. Pero mientras sigamos pensando que solo representa un puñado de partidos y legisladores, pasarán por debajo del radar normativo los actores representativos centrales de nuestros sistemas políticos. Esta investigación, además, puede ser estimulante para el rediseño institucional. A la actitud de simplemente ver pasar el mundo que se fuga a las instituciones, hay que acelerar el diseño institucional para que pueda abarcar las nuevas prácticas de la representación. Es necesario también revelar todas las miserias de estas nuevas representaciones, mostrar la sobrerrepresentación que existe en el «debate» en redes, las cancelaciones debidas o indebidas, y pensar en nuevas instituciones que permitan a la gente construir representación política en las mismas condiciones de igualdad que dieron origen a las instituciones representativas de corte electoral y que aún las justifican sobre sus alternativas.

Cuando los pueblos están diciendo que no se sienten representados y hablamos con tanto ahínco de la «crisis de la representación», yo no creo que se estén refiriendo únicamente a unos legisladores, a unas instituciones formales. El sentido de exclusión es particularmente doloroso también en otras esferas. Cuando los medios están dominados por hombres, cuando las clases intelectuales son más cerradas que las políticas, cuando se forma una costra de sociedad civil organizada que impide el ingreso de otros pensamientos, se hiere tanto o más la representación política que cuando un congreso funciona mal. La crisis de la representación no es la crisis del parlamento ni la de las instituciones políticas siquiera. Un gran problema de nuestro tiempo es no poder identificar muy bien dónde está el poder, quiénes son los poderosos. Olvidamos que el contrapoder también es poder. Muchas élites tan recalcitrantes obtienen un pase gratis en la crisis de los «indignados». A veces los desbalances de poder no están donde pensamos.

Por eso no me conformo con el término de los «gobiernos» representativos. Porque creo que la representación política es una práctica más extensa. En este libro introduzco otro: los sistemas representativos o los sistemas de representación. La noción de gobierno representativo es demasiado formal y no capta la pluralidad de agentes políticos que ejercitan la representación fuera de las instituciones gubernamentales en la sociedad civil (oenegés, influenciadores, opinadores, periodistas, movimientos sociales, grupos de protesta, etcétera) o en los contextos internacionales (organizaciones internacionales, redes de agencias, oenegés internacionales, etcétera). De nuevo, el teórico de la representación es interpelado por otras preguntas. ¿Qué pensar de todos los otros actores que hoy hablan por otros? ¿Qué decir acerca de la actividad representativa que se surte en las redes sociales? ¿Qué opinar sobre los roles representativos que asumen otros actores en el gobierno, desde agencias independientes hasta funcionarios y jueces? ¿Cómo emprender un juicio certero sobre todos estos actores que permita evaluar adecuadamente sus conductas? ¿Cómo dar sentido a la representación que sucede más allá de las fronteras, ya sean físicas o intergeneracionales?

Una de las últimas masacres por armas de fuego en Estados Unidos fue en Uvalde, Texas: 19 niños y dos profesores fueron asesinados. Estas matanzas se vienen repitiendo desde hace veinte años y la respuesta del sistema americano siempre es la misma: no hacer nada. Esto es, exactamente, lo que perciben los ciudadanos. Todo cambia para que nada cambie. Muchos problemas de la representación son sistémicos en ese sentido. «Crisis», precisamente, insinúa una naturaleza estructural o sistémica del problema con la representación. El concepto de crisis a veces es una resistencia insoportable a los cambios a nivel individual, es decir, a la elección de nuevos representantes. Cualquiera que haya votado diligentemente cada cuatro años ha experimentado este sentimiento de letargo en algún momento. La liturgia de cuatro años se vuelve aburrida: aunque elegimos cada cuatro años, todo sigue igual. Los problemas de la representación no se resuelven en las urnas, en parte debido a que ahí no están, sino, también, en una variedad de cargos de representación, formales e informales, que no son votados. Juntos, forman lo que, siguiendo a grandes escritoras como Hanna Pitkin y Jane Mansbridge, denomino los «sistemas representativos», el tema de mi trabajo, y que, como pienso explicar, tienen sus dinámicas propias. Si pensamos que la inactividad en el control de las armas ha ocurrido porque las actitudes de ciertos individuos se combinaron de esta manera, nos equivocaríamos en el punto fundamental: podemos cambiar las personas o sus acciones particulares muchas veces sin cambiar el resultado. Hay comportamientos generales de un sistema representativo que se forman mediante la actividad de múltiples individuos e instituciones durante lapsos más prolongados. Y que son sistémicas porque son robustas al cambio individual representado por el acceso de gente nueva a los puestos de representación. Bajo estándares apropiados, argumento, pueden juzgarse como representativas o no de la voluntad general.

2. La representación sistémica

En una democracia, a los ciudadanos se nos atribuyen no únicamente las acciones y los votos del representante que hemos elegido. Las leyes, que son el fruto de las tres ramas y de una infinidad de actores de la sociedad civil que ejercen presión sobre esta actividad, son atribuidas al pueblo. Su legitimidad descansa en que son las leyes que el propio pueblo se da a través de sus representantes. Los ciudadanos tenemos el deber de obedecerlas porque, en seguida del operativo de la representación política, son «nuestras». Supuestamente, en una democracia el pueblo tiene el control del gobierno y el pueblo está representado por su gobierno. Lo que efectúe el gobierno debe reflejar de algún modo lo que quiera la gente, debe representarla. Para esto se realizan las elecciones. Se supone que lo que el gobierno haga en una democracia debería tener un correlato popular. Todo el sueño democrático se sostiene sobre esta fórmula.

En este libro me ocupo de describir y evaluar otra representación política que no es la de los legisladores ni la de los parlamentos, ni la de los jefes de Estado y sus gobiernos. Me ocupo de abordar el fenómeno de la representación sistémica. La representación individual es la de cada representante (un diputado, un alcalde, un senador) y su representado (su distrito, circunscripción o electorado). La representación sistémica es la del gobierno visto como un todo. Trato, por lo tanto, con una representación que muchos actores forman. La pregunta que me interesa responder es si los gobiernos representan a sus pueblos, no si unos cuantos legisladores representan a sus electorados respectivos. No es la representación del gobierno ejecutivo, sino la del gobierno en un sentido más amplio. Creo que esta es la representación más vital en términos democráticos. No tiene que ver con votos ni con discursos, sino más bien con los resultados de todas esas cosas en el nivel agregado. No se ocupa de lo que los representantes políticos dicen que hacen, sino de lo que a fin de cuentas hacen (Caughey y Warshaw, 2017). No todos estos actores son «representantes», ni tienen que serlo. Los jueces no son representantes, pero sí tienen un papel en la representación sistémica. De un plumazo pueden cambiar la respuesta de todo un gobierno democrático. También lo hacen las empresas y los medios de comunicación.

No quiero menospreciar la relación individual con el representante. Pienso que esta relación es crucial y lamento que no exista en casi la totalidad de las democracias. En la mayoría de las democracias, hay representantes, pero no hay representación, es decir, no hay una relación de comunicación y servicio estrecha entre el representante y sus electores del tipo que mi tía pudo utilizar en Canadá cuando su representante la ayudó a obtener un permiso para viajar a Australia a acompañar a su hija en su tratamiento contra el cáncer durante el COVID. Lo que sí hay es un gobierno que se dice democrático y que hace cosas en nombre del pueblo, incluidas las leyes, los acuerdos internacionales, la guerra y la paz, las políticas públicas. ¿Nos representa? ¿Las leyes que promulgan las tres ramas nos representan? ¿Nos representan las grandes políticas que pueden ser formadas a partir no de una ley, sino de varias, junto con decisiones judiciales e incluso influencias internacionales? ¿Nos representan, en un siguiente nivel de agregación, el gobierno en el tiempo, los grandes ciclos, liberales o conservadores, que adoptan los gobiernos en décadas?

Mi contribución no consiste en «descubrir» este sistema ni esta representación. Primero, porque, como decía un teórico sistémico de los sesenta, los sistemas no son realidades naturales que están aguardando a que algún emprendedor los «descubra»2 (Easton, 1969). Pero, además, lo digo porque esta representación sistémica está siendo estudiada por los teóricos empíricos de la representación desde hace cuarenta años. Este es, precisamente, el gran tema de la literatura empírica de la representación: la pregunta acerca de si los gobiernos, como conglomerados de actores, representan a sus pueblos.

La historia es esta: a finales de los sesenta, agotados con la especulación acerca de la representación, los académicos comienzan a «medir» la representación (Achen, 1978; Miller y Stokes, 1963). Con números y cifras nos comienzan a decir si los representantes «representan». Pero lo hacen para legisladores individuales, en concreto para los representantes de los Estados Unidos. Después, en los setenta, otro teórico empírico cae en la cuenta del problema de esta aproximación: resulta que los legisladores individuales pueden representar a sus distritos respectivos, pero eso no significa necesariamente que el Congreso, como un cuerpo colectivo, represente al pueblo estadounidense (Weissberg, 1978). Porque en el camino pueden pasar cosas. En el lento y engorroso trámite legislativo, puede que unos votos representativos (de sus circunscripciones) sean derrotados, que otros que no representen resulten triunfantes, que los célebres discursos que los esmerados legisladores exhiben como medalla de su buena representación tampoco lleguen a nada, y que las leyes finalmente aprobadas después de un sinnúmero de negociaciones no sean representativas de la ciudadanía. Es un relato conocido en cualquiera de nuestras democracias.

Una década más tarde, otros teóricos comienzan a ampliar esta constatación. De que el congreso represente no se deriva que el gobierno represente. Las leyes pueden ser vetadas por el ejecutivo o declaradas inconstitucionales por una corte. Y, además, las grandes decisiones de política pública pueden requerir muchas leyes, actos del gobierno y sentencias (Stimson et al., 1995). Los gobiernos representativos están constituidos de tal modo que lo que finalmente se lleva a cabo es el resultado de una variedad de intervenciones. Esto los hace muy lentos, «buques» y no «yates», como decía Obama, aunque también muy seguros (buques y no yates). Y no son únicamente los actores institucionales, sino, igualmente, muchos actores informales que presionan en un sentido o en otro. Una gran ley que beneficie al pueblo choca con los sesgos de élite de una corte. O, también puede suceder, una corte progresista recuerda al gobierno que las leyes también han de cobijar a las minorías. Ninguna gran idea llegará a buen puerto si no es con el concurso de las tres ramas. Tampoco las organizaciones ambientales permitirán que cualquier política sea ley, ni una reforma tributaria pasará si tiene las protestas en su contra. Pero se nos olvida que todos esos representantes son una parte, a veces insignificante, de un conjunto más grande. Bertolt Brecht se burlaba de los nazis, diciendo «sin estadistas el trigo crecería hacia abajo, en vez de hacia arriba», pero en una democracia tampoco cada político se puede dar ínfulas. Aunque el presupuesto de la política electoral sea que los políticos pueden «hacer», esto apenas es una realidad. Cualquier política pública es un trabajo en equipo y ni qué decir de lapolítica, en la cual se agregan muchas políticas sectoriales. La cuestión es si al terminar todas estas interacciones hay algo que podamos llamar representación, o si, más bien, como en un tubo con desagües, la representación se ha venido agotando por el camino. Porque ese es, al menos, el credo democrático. Y la representación que más le importa a la gente no es la de cada actor, sino la que resulta después de las interacciones de todos esos actores. No nos va a consolar un técnico automotriz que nos garantice que la caja de cambios funciona si a continuación dice que con el freno está causando una interferencia, porque lo que nos importa no es tanto la caja como que el coche, como un todo, ande.

Así es como aparece en la literatura empírica la representación sistémica. Pero, mientras tanto, el trabajo normativo de la representación se va quedando atrás. Quizás la muestra más rotunda de este desacuerdo sea que la mayor parte de la literatura empírica nos dice que sí hay representación (Erikson et al., 2002; Soroka y Wlezien, 2010; Stimson et al., 1995; Wlezien, 2020). De entrada, yo veo un problema normativo. El trabajo normativo no se encarga de medir, se encarga de decir qué es lo que debe ser medido. Y no sabemos muy bien qué debe ser medido, o sea, qué significa que un gobierno, normativamente hablando, sea representativo. Es sorprendentemente poco lo que la teoría de la representación ha dicho acerca de la representación sistémica. Ni siquiera Pitkin (2014), que no dejó un cabo suelto, le dedicó mucha atención.

Alguien puede decir entonces: «Qué bueno que no representen, para eso están. Las leyes no deben ser impuestas por una mayoría. Para eso creamos los gobiernos representativos».

No exactamente. Desde luego, creo, existen maneras más complejas de pensar la representación sistémica que esa, que puede ser la primera que se nos viene a la cabeza para descartarla. Entiendo que esta es una crítica bien dirigida a la representación sistémica mayoritaria, que tampoco yo comparto, la idea de que el gobierno, para representar, debe hacer lo que la mayoría quiere siempre. Esto está mal, pero no significa que el gobierno no deba representar. Significa, si acaso, que la representación sistémica no es lo mismo que la representación de las mayorías. Espero convencer al lector de que es perfectamente factible que un sistema represente si no hace lo que desearía una mayoría. Como argumentaré en el capítulo 8 de este libro, los sistemas representativos sí deben ser sensibles a las mayorías, aunque eso signifique alcanzar compromisos que sean sensibles también a las minorías. No instauramos gobiernos representativos para bloquear mayorías, sino para alcanzar compromisos difíciles que representen a las mayorías y a las minorías. La razón de ser de estos sistemas es que puedan alcanzar compromisos complejos que se pueda decir que representan a todo el pueblo. Pero nuestro individualismo y el de nuestra teoría de la representación adversaria nos han hecho perder de vista que la representación también obedece a un criterio de unidad. Que la democracia también es amistad (Mansbridge, 2021) y que la representación política sistémica, siempre que esté bien organizada, puede permitirnos alcanzar estos acuerdos sociales a gran escala. Y que podemos ser empáticos políticamente, y nuestros sistemas producir empatía, así como ya producen, en demasiadas cantidades, egoísmo. La mayoría, sostengo, debe poder respaldar el compromiso. Solo en este sentido es una representación mayoritaria. Argumento, luego, que estos sistemas están para alcanzar compromisos difíciles, no para garantizar resultados mayoritarios que hoy nos podría arrojar cualquier aplicación de Internet.

3. El giro representativo

La teoría de la representación ha evolucionado también. Lo ha conseguido transformando y dinamizando en las dos últimas décadas un área de la teoría democrática con mala fama de estática, de anclada en el pasado y reacia a la innovación, de debates cerrados y de instituciones políticas muy difíciles de modificar.

Este gesto de sacudirse el polvo se conoce en la literatura especializada como el giro representativo, el tema de mi tercer capítulo. El giro representativo es un esfuerzo teórico de las dos últimas décadas por entender el mundo en el que vivimos, desde el punto de vista de la representación. Está compuesto por nuevas e interesantes teorías de la representación (Disch, 2021; Manin, 2010; Mansbridge, 2003; Montanaro, 2017; Pettit, 2009; Phillips, 1995; Rehfeld, 2006; Rey, 2020; Rosanvallon, 2010; Salkin, 2021; Saward, 2010).

Una teoría es el constructivismo (Saward, 2010). El constructivismo, en la teoría de la representación, aboga por considerar la representación como un reclamo que alguien dirige a una audiencia, que acepta o rechaza el reclamo. El reclamo representativo es una estructura que se puede aplicar a cualquier caso de representación. La estructura es exactamente la misma para la representación de Obama o de Bono. Obama y Bono hacen reclamos representativos o alguien más hace reclamos representativos sobre Obama y Bono y estos reclamos son aceptados o no por alguna audiencia. La representación no es algo que dependa de una autorización o de la entrega de un mandato de un representado a un representante. Cualquiera puede realizar un reclamo de representación y dirigirlo a una audiencia determinada. Las teorías constructivistas no definen la representación a priori porque consideran que la representación es una práctica que se construye socialmente a través de intercambios entre creadores de reclamos y audiencias.

No todo el mundo acepta ese pensamiento. Los teóricos de la representación que no renuncian a una definición operativa de representación buscan maneras novedosas para explicar y regular las prácticas representativas emergentes. En British Columbia, Irlanda e Islandia, entre otros lugares, ya se han designado asambleas ciudadanas por sorteo para participar en procesos cuyo objetivo es reformar constituciones nacionales o locales (OECD, 2020). En numerosas democracias se ha ensayado con minipúblicos similares a los jurados con rango legislativo o ejecutivo. Tanto formal como informalmente, podemos ser representados por género, raza, condición económica, orientación sexual, profesión o intereses. Oficinas de ómbudsman para representar intereses especiales han sido creadas alrededor del globo. Cada día, asociaciones tanto nacionales como internacionales practican nuestra representación para diferentes áreas de nuestra vida (como consumidores, trabajadores, etcétera). Muchos otros actores, desde medios hasta activistas sociales y grupos de protesta, se autonombran representantes de intereses especiales, como los de inmigrantes, víctimas de la violencia de género, generaciones o, más generalmente, del interés público.