El suicidio del héroe - Edgar J. Camacho - E-Book

El suicidio del héroe E-Book

Edgar J. Camacho

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¿Cómo es el individuo de la modernidad tardía? Es un individuo conectado con un imperativo categórico: sé tan libre que en la expresión de tu libertad quieras ver la libertad de los demás expresada, que tu libertad se convierta en norma universal y objetiva. Esta es la creación del capitalismo; un sujeto que se deslastró de todo contenido extraño y se quedó con la mera forma de la libertad, donde las probabilidades de ser el propio héroe exitoso se venden casi infinitas.

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El suicidio del héroe: una semblanza del individuo moderno o el triunfo del capitalismo

Edgar J. Camacho

ISBN: 978-84-19445-41-4

1ª edición, junio de 2022.

Editorial Autografía

Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

www.autografia.es

Reservados todos los derechos.

Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

Índice

Introducción

1. Descripción de una contradicción

2. Crítica a Daniel Bell y Las contradicciones culturales del capitalismo

3. Los puntos de partida de este libro

Capítulo I

Héroes, antihéroes y masas

1. Introducción

2. La Revolución francesa como punto de inflexión

3. Estudio de las mentalidades en la Revolución francesa

4. La libertad como principio y fin del individuo moderno

Capítulo II

Los héroes hacen las reglas

1. Inmanuel Kant y el individuo autónomo

2. La Ley de lo legal

3. La ley no legal

4. Un premio especial

Capítulo III

El desarrollo en la modernidad de las ideas expuestas en los capítulos anteriores

1. ¿Cómo se crea la cultura?

2. La ideología de contenido y la ideología de forma

3. La masa

4. El individuo

5. Repetición y adhesión

6. Ejemplos históricos

7. Las ideologías tradicionales como herramientas

8. Teología pascaliana

Capítulo IV

El antihéroe

1. Introducción

2. Lo apolíneo y lo dionisíaco

3. El ojo Occidental

4. El antihéroe: una definición

5. El antihéroe en el capitalismo

6. Apolo y Dioniso en las luchas modernas

Capítulo V

La frustración de vivir

1. Introducción

2. Crítica de Hegel a Kant: el inicio de la frustración del individuo moderno kantiano

3. La libertad como imperativo: una abstracción imposible

4. La relación frustrante entre subjetividad y objetividad

5. Palabras finales

Bibliografía

A mis padres, con el amor más grande.

A Fabiola, por estar siempre.

A Alberto, un primo que es hermano.

A Gregori, en la eternidad.

Introducción

El mundo entero es un teatro,

y todos los hombres y mujeres son simples actores.

Como gustéis. Shakespeare.

1. Descripción de una contradicción

En 1976 se publicó un libro muy interesante de un autor inmerecidamente olvidado en la actualidad. Ese autor es Daniel Bell y la obra es Las contradicciones culturales del capitalismo1. Bell era sociólogo, crítico de su tiempo, fue uno de los primeros en hablar del fin de la ideología, de los cambios en la sociedad industrial y los problemas internos del capitalismo, mucho antes que Fukuyama2, aunque este último habla de las ideologías (en plural). La crítica a la modernidad que hizo en esos momentos sigue manteniendo vigencia en algunos aspectos, es por ello que en el presente libro se toma como punto de partida, a manera de introducción, para el despliegue de la explicación sobre el papel del individuo y el triunfo del capitalismo en la modernidad.

El término modernidad mantiene la intención de separarse de la corriente que asegura que se vive en la posmodernidad. Para consideración de este libro realmente la modernidad aún no se ha desplegado por completo, está mostrando todo su poder en la actualidad y el capitalismo ha sido el único responsable de ello. Pero de eso se hablará en los siguientes capítulos. Para partir con el análisis de Bell hay que ver a este autor desde un principio como un sociólogo muy organizado, metódico, con claras intenciones de diferenciarse de las corrientes sociológicas de su tiempo, y con ello parte en las primeras páginas de Las contradicciones, cuando plantea que su metodología está en conflicto con los paradigmas en uso, es decir, del marxismo y el funcionalismo, a los cuales define de la siguiente forma:

ambos parten de una premisa común: que la sociedad es un sistema estructuralmente entrelazado y que solo se puede comprender una acción social en relación con este sistema unificado. Para los marxistas, economía y cultura forman parte de una “totalidad” definida mediante el proceso de producción de mercancías y el intercambio. Para los funcionalistas, desde Durkheim hasta Parsons, la sociedad se integra por medio de un sistema valorativo común que legitima, y por ende controla, todas las conductas ramificadas de la sociedad (Bell, 1976, p. 23-24).

Definidos los métodos que no pretende seguir, se propone a explicar el suyo. El método belliano (por llamarlo de alguna manera) se caracteriza por dividir la sociedad en tres órdenes. El primero de ellos es el orden tecnoeconómico. En este orden el principio axial es la racionalidad funcional, donde la estructura axial es la burocracia y la jerarquía, ya que estas exigen especialización. Aquí la utilidad es lo fundamental. Lo importante es economizar, que los recursos sean usados según la lógica de la economía donde los recursos son escasos; para ello hay que procurar ser eficaz, hacer las cosas con la mayor diligencia, por lo cual la especialización es fundamental, no importa quien sea quien lo hace, lo importante es que lo haga bien. Da igual si es mujer u hombre; joven o viejo; humano o máquina. Dice:

La estructura social es un mundo cosificado, porque es una estructura de roles, no de personas… La persona se convierte en un objeto, o una “cosa”, no porque la empresa sea inhumana, sino porque la realización de una tarea está subordinada a los fines de la organización (Ibidem, p. 24).

El segundo es el orden político. Aquí el principio axial es la legitimidad. El sistema político trabaja en función de generar legitimidad para poder gobernar con tranquilidad, para ello hace uso de una cantidad muy amplia de herramientas. Dice:

La estructura axial es la representación o participación: la existencia de partidos políticos y/o grupos sociales que expresen los intereses de sectores particulares de la sociedad, y sean un vehículo de representación o un medio de participación en las decisiones (Ibidem, p. 25).

Este orden, plantea Bell, tiene como condición implícita la idea de igualdad, esa que debe existir entre los que expresan sus intereses, como se dijo en la cita anterior. No obstante, ese concepto de igualdad ha venido cambiando con los años, de forma preocupante, pasando de igualdad ante la ley, para convertirse igualdad en muchas cosas más, hasta llegar a incluir:

la igualdad, no solo en la esfera pública sino también en todas las otras dimensiones de la vida social - la igualdad ante la ley, la igualdad de derechos civiles, la igualdad de oportunidades y hasta la igualdad de resultados- para que una persona pueda participar plenamente, como ciudadano, en la sociedad. (Ibidem, p. 24).

El tercer orden es el cultural. Aquí hay un elemento fundamental para el trabajo que se lleva a cabo en este ensayo; el principio axial es: la expresión y remodelación del yo para lograr la autorrealización. Aunque aquí Bell hace una salvedad y establece qué es lo que él entiende por cultura:

Entiendo por cultura… el ámbito de las formas simbólicas y… más estrechamente, el campo del simbolismo expresivo: es decir, los esfuerzos, en la pintura, la poesía y la ficción, o en las formas religiosas de letanías, liturgias y rituales, que tratan de explorar y expresar los sentidos de la existencia humana en alguna forma imaginativa (Ibidem, p. 25)

Bell entiende la cultura para su metodología como aquellos simbolismos artísticos que surgen de la imaginación humana y que de alguna forma tienen relación con el contexto histórico en el que se desenvuelven. Contexto que atañe a la filosofía, literatura, política, economía... pero que tiene su expresión simbólica en estas creaciones. Esta metodología, que intenta separarse de las que predominaban en su tiempo, tiene como principio que la historia no es dialéctica. Para hacer esta afirmación Bell plantea que con Hegel y Marx “se definía el cambio histórico o social como una sucesión de culturas unificadas fundamentalmente diferentes” (Ibidem, p. 21). Bell parte, entonces, de la idea de que la dialéctica de Hegel y Marx son las mismas: “La concepción hegeliano-marxista supone que la historia tiene un significado: el progresivo movimiento de la conciencia o el control del hombre sobre la naturaleza y sobre sí mismo para escapar de las restricciones de la necesidad”. (Ibidem, p. 22)3.

Obviamente, siguiendo este planteamiento, la sociedad no es una sucesión de bloques de historia que van pasando uno tras otro, “el socialismo no ha sucedido al capitalismo, y los Estados que se llaman a sí mismos socialistas han surgido, casi todos, en sociedades precapitalistas o agrarias” (Ibidem, p. 23). Estás afirmaciones guardan un sentido lógico si se entiende que Bell quería separarse del marxismo como paradigma reinante dentro de la sociología, y el marxismo utiliza como método el materialismo histórico, Bell no podía ser dialéctico entonces, por lo menos no en el sentido que él llama “hegeliano-marxista”.

Como tercer punto integrante de su metodología, Bell define sociológicamente lo que sería la población con respecto a los elementos descritos, para ello divide a los individuos en tres estratos diferenciados: creadores, transmisores (o masa cultural) y seguidores o culturati. La explicación parte de su definición de “masa cultural” que hace en el comentario 214, donde plantea que estos no abarcan a los creadores de cultura, este sitial queda para aquellos genios o talentos con habilidades especiales que surgen y deslumbran a la humanidad, “sino a sus transmisores” que son los que tienen acceso directo a esas creaciones, que tienen dinero para comprar libros y discos de música, que pueden suscribirse a revistas mensuales y que también tienen acceso a transmitir esa información, porque son profesores, trabajan en los medios de comunicación o están relacionados de alguna forma con un medio de masificación.

Por último, pero en el mismo orden de la masa cultural, solo que ya en lo específico, vienen los llamados “culturati” (Aquí cita a Tom Wolfe). Estos “culturati” son aquellos seguidores a los que llega la información transmitida por la “masa cultural”: “Los alemanes lo llaman Tendenz, es decir, girar con los vientos culturales. Lo que la moda es a la indumentaria y los caprichos a una cultura juvenil, la Tendenz o difusión de Tendenz es a los culturati” (Ibidem)5. Así, la sociedad queda conformada por un grupo especial y reducido que crea contenido, otro grupo más amplio que lo transmite y sirve como correa masificadora, y luego, el grupo de los seguidores, que en realidad sería el más amplio, el que sigue las tendencias y se adecúa a las modas creadas y llevadas a ellos por la “masa cultural”.

En resumen, la metodología de Bell parte de la idea de que la historia no es dialéctica, que la sociedad se divide en tres órdenes denominados tecnoeconómicos, políticos y culturales, y que, al mismo tiempo, está integrada por individuos que se agrupan y se dividen entre los que crean la cultura, los que la transmiten y los que la siguen. Ahora bien, sabiendo todo eso, hay que definir qué es lo que se propone demostrar Bell en este libro:

las contradicciones del capitalismo de las que hablo en estas páginas se relacionan con la disyunción entre el tipo de organización y las normas que exige el ámbito económico y las normas de autorrealización que son ahora esenciales en la cultura (Ibidem, pp. 27-28).

Esta cita queda más clara en páginas posteriores cuando dice:

El hedonismo, la idea del placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, sino moral, del capitalismo. Y en el ethos liberal que ahora prevalece, el impulso modernista, con su justificación ideológica de la satisfacción del impulso como modo de conducta, se ha convertido en el modelo de la imago cultural. Aquí reside la contradicción cultural del capitalismo”. (Ibidem, p. 33).

El problema central que se propone demostrar Bell con su libro es que existe una contradicción entre la lógica tecnoeconómica de la especialización, cuyo principio axial es la racionalidad, fundamental para el desarrollo del capitalismo; y la tendencia de la cultura a la irracionalidad, a la satisfacción de los impulsos y de la misma impulsividad como modo de vida, tendiente a la autorrealización del yo y la voluntad por encima de la racionalidad, la inmediatez por encima de la profundidad del pensamiento. En pocas palabras, la lucha entre lo apolíneo de lo económico y lo dionisiaco de la cultura. Se queja Bell de que el capitalismo ha perdido su estructura lógica debido a que ha perdido su principio ascético que tanto permitió el avance burgués en los principios del capitalismo, ese que definió Weber en la Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. Ese, según Bell, era el capitalismo sin contradicciones importantes, porque lo apolíneo (lo racional) se diseminaba por toda la estructura. Una cultura ascética es la cultura lógica para un orden socioeconómico que exige racionalidad y especialización constante para el avance y progreso. Así, la contradicción fundamental del capitalismo y que parece su sentencia de muerte, es la pérdida de esa lógica entre el orden tecnoeconómico y el orden cultural. Ahora hay que revisar todo esto.

2. Crítica a Daniel Bell y Las contradicciones culturales del capitalismo

En principio hay que decir que la palabra crítica no es utilizada con el moderno significado que expresa solo lo negativo de una proposición. Aquí la crítica tiene el sentido kantiano de límites. Lo que se plantea aquí es una limitación a las afirmaciones que hace Bell sobre las contradicciones del capitalismo. Para partir a hacer esta crítica hay que tomar el mismo camino que el autor, seguir desde su metodología hacia el objetivo mismo del libro, buscando elementos contradictorios y planteamientos interesantes con los que puede haber una conexión entre las ideas de Bell y las reflejadas en El suicidio del héroe.

2.1. Primera crítica: la historia no es dialéctica

El primer punto a tomar en consideración es la posición que tiene Bell sobre la historia, a la que considera no dialéctica. Para llegar a esa posición realiza una crítica de lo que él considera dialéctica hegeliano-marxista. Es allí donde se aprecia el primer problema en la metodología belliana: equiparar la dialéctica de Hegel con la de Marx no tiene consistencia si se entiende efectivamente la estructura de la filosofía hegeliana y la marxiana. Hay que partir de lo que dice Bell: “En esta visión, la historia es dialéctica: el nuevo modo niega al anterior y prepara el camino para el siguiente, siendo el hilo conductor subyacente el telos de la racionalidad” (Ibidem, p. 22). Bajo esta definición de la dialéctica pareciera que efectivamente la historia se trata de modos que, simplemente, se niegan a sí mismos y se suceden los unos a los otros hacia adelante. Lo que el autor no determina en esta definición escueta es que la dialéctica hegeliana no es igual a la marxiana, Zizek, por ejemplo, hace una diferenciación importante en El sublime objeto de la ideología entre dialéctica hegeliana y marxiana:

Hegel difiere radicalmente de la dialéctica marxiana (aunque es Marx el que difiere y se equivoca con Hegel, pero Zizek no lo dice así): en Marx, el sujeto (colectivo) primero transforma la objetividad dada por medio del proceso de producción efectivo-material; primero le da “forma humana” y a partir de ello, al reflexionar los resultados de su actividad, él se percibe formalmente como el “autor de su mundo”, en tanto que en Hegel el orden está invertido -antes de que el sujeto intervenga “en realidad” en el mundo, ha de captarse formalmente como responsable de aquél. (Zizek, 2014, p. 277).

La dialéctica hegeliana se diferencia de la marxiana en que el individuo no es el creador de su mundo, no hay un individuo que primero choca dialécticamente con la realidad y la moldea a través de los medios de producción, sino que es un individuo que recibe y postula la realidad como propia mientras le es dada, en la dialéctica hegeliana el sujeto es un receptor de la realidad a la que se lanza en su proceso dialéctico de conocerla y así, se funde con ella. Con Marx, este individuo es parte de una clase que forja la realidad porque es la que en realidad trabaja la materia y la crea, la hace a su imagen y semejanza. A Bell también se le olvidan elementos fundamentales para la dialéctica hegeliana que la marxiana no tiene, como lo son el concepto de Aufheben (integración-superación) que tiene tanto la connotación de abolición como de conservación. Hegel, para plantear esa superación utiliza un concepto que es el motor de su dialéctica: la negación. Esta negación de un modo sobre otro no solo tiene el aspecto abolicionista, sino conservacionista, siendo este último el que Bell olvida.

Esta negación no es absoluta, sino determinada, es decir, que al negarse un objeto se hace de forma lógica por uno que tiene su misma naturaleza, que contiene a ese objeto que se niega. Se puede pensar por un momento en un ejemplo: quiero un libro de filosofía (esta es la afirmación), voy a una librería, pero no quiero cualquier libro, quiero la Breve Historia de la Filosofía de Humberto Giannini(negación determinada). Con este ejemplo tosco se plantea la idea de lo que es la dialéctica hegeliana: una dialéctica contenedora, no solo destructiva. Entre Hegel y Marx hay un abismo en su posición dialéctica, mientras que para Marx la historia tiene un telos materialista en la que lo decisivo es la lucha de clases, y que se verá confirmada en una serie de etapas que inevitablemente pasarán (de la etapa burguesa al socialismo y de este al comunismo); hasta el momento que escribe Marx este observó un ejemplo perfecto para él: el paso del feudalismo al sistema burgués del capital. En Hegel6 la historia es automovimiento del Absoluto, es un telos que al mismo tiempo que es fin se entiende como principio y que sigue en su devenir como ese Absoluto ser que comprende tanto al sujeto como al objeto, donde ese mismo sujeto es verbo y predicado. Nada de esto se observa en la dialéctica marxiana, pero Bell pasa esto por alto sin inmutarse.

La mejor respuesta de Hegel a Bell está en el Prefacio de la Fenomenología del Espíritu donde plantea que el surgimiento de nuevas ideas siempre es problemático, que son vistas como negaciones absolutas de otras, que se quedan en la dicotomía de lo verdadero y lo falso, simplemente Hegel diría a Bell: “La opinión entiende la diversidad de sistemas filosóficos no tanto como un desenvolvimiento de la verdad en la marcha misma de tal desenvolvimiento, sino que en dicha diversidad solo ve la contradicción” (Hegel, 2009, p. 112, Prefacio). El hecho de que, como dice Bell, la historia no siga la lógica marxiana del socialismo sustituyendo al capitalismo no niega la dialéctica hegeliana, niega la visión marxiana de la dialéctica hegeliana, que es una cuestión muy diferente. Identificar la dialéctica hegeliana con la marxiana es, en el mejor de los casos, un error académico impresentable.

2.2. Segunda crítica. La contradicción entre el orden cultural y el tecnoeconómico. La visión estática de la cultura y los órdenes. La condición implícita del orden político: la igualdad

Contradicción entre el orden cultural y tecnoeconómico

La segunda parte de esta crítica tiene que ver con los órdenes en los que divide Bell a la sociedad. Estos órdenes tienen sus principios axiales bien definidos. El orden tecnoeconómico cuyo principio axial es es la racionalidad funcional; el orden político cuyo principio axial es la legitimidad y la condición implícita, la igualdad y el orden cultural, en el que el principio axial es la expresión y remodelación del yo para lograr la autorrealización. Esto es lo que hace a Bell afirmar, como lo hizo en alguna entrevista: en lo político soy liberal, en lo económico socialista y en lo cultural conservador. Entre esos órdenes existe una contradicción, tema central de este libro, especialmente entre los órdenes tecnoeconómico y cultural. Dice: “Lo que existe hoy es una radical disyunción de la cultura y la estructura social” (Bell, 1976, p. 62). Para entender esto hay que volver a lo que dice Bell de cada orden y lo que se exige en cada uno como principio axial. En el caso del orden tecnoeconómico la estructura se sostiene en la idea de funcionalidad racional, mientras que en el orden económico la exigencia es la autorrealización del yo. Estos principios axiales están en contradicción y, para demostrarlo, Bell hace uso de dos teóricos muy importantes en sociología: Weber y Durkheim. La posición es la siguiente: en la sociedad actual hay una escisión entre el rol y la persona.

Para Weber, la sociedad tiende hacia una creciente burocratización (o racionalidad funcional), en la que la mayor especialización de funciones implica una creciente separación del individuo del control sobre las empresas de las que forma parte. Regulado por las normas de la eficiencia, la calculabilidad y la especialización, el hombre, en esta concepción, es un apéndice del “ruidoso proceso de la maquinaria burocrática” (Ibidem, p. 97).

Por otro lado, está Durkheim, en el que encuentra en su definición de sociedad orgánica el otro aspecto de la sociología que le falta. Durkheim propone que estas sociedades “tienen una compleja división del trabajo, una separación de los elementos sagrados y los seculares, una mayor elección de la ocupación y fidelidad a la profesión, más que al grupo parroquial, como fuente de identidad o pertenencia” (Idem). Estas dos posiciones le sirven a Bell para afirmar su idea de contradicción en la sociedad capitalista. Por un lado, hay una despersonalización del individuo en roles que cada vez requieren mayor especialización, envuelto en un ambiente burocrático; por otro lado, hay un individuo que ahora tiene una mayor variedad de elección, más libertad y más afirmación de su individualidad.

Es así como se crea esa “radical disyunción”, ya que hay una sociedad que va por un lado, exigiendo especialización y funcionalidad al individuo, lo que se podría traducir como disciplina; y, por el otro, hay un individuo que lo único que le preocupa son sus elecciones y la diversidad que tiene en frente, retrasando el proceso de especialización que necesita el capitalismo para seguir avanzando. Es el orden tecnoeconómico y el cultural chocando. Este choque se genera por un cambio en la lógica cultural motivado por el modernismo; no es el orden tecnoeconómico el que ha cambiado, por el contrario, ha seguido un camino lógico hacia la especialización. Ese cambio en el orden cultural se debe a la entrada del modernismo hedonista con todas sus fuerzas, pero esto ha sido precisamente por el mismo capitalismo, que “paradójicamente”, genera sus propias contradicciones: “La quiebra del sistema valorativo burgués tradicional, de hecho, fue provocada por el sistema económico burgués: por el mercado libre, para ser precisos” (Ibidem, p. 67).

Bell se explaya, entonces, en una dura crítica al hedonismo sexual y la búsqueda del placer, en especial en la década de 1960, donde lo importante ahora, o de lo que la cultura se ocupa, no es “de cómo trabajar y realizar, sino de cómo gastar y gozar” (Ibidem, p. 77). Esto va por un camino, y es la defensa que hace Bell del ascetismo burgués del primer capitalismo: “Lo que este abandono del puritanismo y el protestantismo consigue, desde luego, es dejar al capitalismo sin ninguna moral o ética trascendente”. (Ibidem, p. 78). Palabras fuertes de quien parece entender la cultura como un ente estático y al capitalismo como una especie de máquina realizada con ciertas funciones y un manual de instrucciones que indica cómo se debe llevar a cabo.

El capitalismo no perdió ninguna ética trascendente, perdió su ética ascética que es otra cosa, e instaló la del culto absoluto por la individualidad, la autorrealización, el éxito y la afirmación constante de la libertad individual, en todo terreno. La ética trascendental, y esto es algo de lo que se hablará en el capítulo III, es una versión capitalista moderna de la teología pascaliana enfocada al éxito. En un pasaje muy importante de su libro, tal vez donde deja ver sus más profundas preocupaciones con la sociedad que analiza, pensando en la lógica que está tomando todo el sistema, expone:

Y no solo pone de relieve la separación de las normas de la cultura y las normas de la estructura social, sino también una extraordinaria contradicción dentro de la estructura social misma. Por un lado, la corporación de negocios quiere un individuo que trabaje duramente, siga una carrera, acepte una gratificación postergada, es decir, que sea, en el sentido tosco, un hombre de la organización. Sin embargo, en sus productos y su propaganda, la corporación promueve el placer, el goce del momento, la despreocupación y el dejarse estar. Se debe ser “recto” de día y un “juerguista” de noche. ¡Esta es la autorrealización! (Ibidem).

Y continúa más adelante: “El estatus y sus símbolos, no el trabajo y la elección de Dios, se convirtieron en el signo del éxito”. (Ibidem, p. 80). Rematando: “la ética protestante como realidad social y estilo de vida de la clase media fue reemplazada por un hedonismo materialista, y el temperamento puritano por un eudemonismo psicológico” (Ibidem, p. 81). Lo que Bell no se da cuenta en estos pasajes es que ese individuo que parece solo abocado al placer, no es más que un momento del proceso vital. ¡Los 60´s no eran, ni son para siempre! El éxito, las metas cumplidas y poder vanagloriarse de ellas, pronto se convirtió en el sustituto perfecto para la ética protestante. Siguiendo sus palabras, la estructura social tan disociada de la cultura comenzó a servirse de ese individuo loco por el éxito y ser productivo, y se potenció el mercado a niveles nunca antes vistos. El capitalismo no perdió ninguna base, por el contrario, se reforzó y armó hasta los dientes para seguir prevaleciendo. Bell, al plantear que todo se reduce al paso “del ascetismo al hedonismo” (Ibidem, p. 87), y que allí residen las contradicciones que el capitalismo debe enfrentar, cae en un Reductio ad Absurdum.

Creyó Bell que todo iba a derivar en el goce desenfrenado y la pérdida de la lógica necesaria para tener trabajadores productivos para el capitalismo; porque claro, si el capitalismo no tiene individuos productivos, no funciona. Lo que no se dio cuenta es que ese hedonismo es mucho más potente que el ascetismo, incluso tanto, que se convirtió en ascetismo interno, donde la autoexplotación del hombre está justificada en la búsqueda sin control del éxito. Es tan fuerte el capitalismo que al eliminar el ascetismo impuesto desde la estructura social por la iglesia y la comunidad, el capitalismo no eliminaba su lógica, sino que se liberaba de la dependencia a estructuras externas para controlar al individuo en su capacidad productiva. Ya el capitalismo no necesita de la iglesia para tener individuos que trabajen sin parar, ya no necesita a Calvino justificando que el trabajo dignifica, no, ahora es el individuo quien en su fuero interno se tiene a sí mismo castigándose para ser productivo, exitoso, poderoso,

Si Bell hubiese entendido a Hegel, tal vez, hubiese llegado a esta misma conclusión. Reducir el hedonismo, al sexo, y a placeres inmediatos todo esto es donde está el Reductio ad Absurdum. La dialéctica del capitalismo y el paradigma que crea es tan poderoso que el individuo, alejado del puritanismo y lanzado al hedonismo, se convierte en explotador de sí mismo, en el creador de su propio éxito, de su propio paraíso. Lo que hacía la religión, o siguiendo a Bell, lo que hacía el protestantismo, era garantizar un cielo a través de una conducta puritana. Fuera el protestantismo de escena, el capitalismo trasladó ese poder de garantizar un paraíso por parte de la iglesia al mismo individuo. ¡Ahora el cielo te lo creas tú! Le dice el capitalismo al individuo lanzado a la autorrealización. Nadie externo te va a garantizar nada, tú te creas tu propia circunstancia. ¿Cómo no le va a servir esto al capitalismo? Le vino como anillo al dedo. Ahora no necesita de la iglesia, el castigo puritano o moralista, ahora el individuo se castiga a sí mismo, se flagela si no consigue una meta, si no logra diferenciarse y alcanzar el éxito. No hay castigo externo ni infierno después de la muerte, ni ira divina mientras estamos en la tierra; hay depresión, desasosiego y tristeza patológica, porque no se es lo suficientemente bueno para alcanzar las metas propuestas, por lo que se cae en el infierno del fracaso, del no ser exitoso.

Los órdenes estáticos

El principal problema de Bell está precisamente en la división que hace de la sociedad, para la cual demuestra en muchos pasajes una visión rígida, que hace muy difícil el avance y mayor creación del modernismo capitalista. Esta visión estática se debe precisamente a su posición no dialéctica de la historia y de la sociedad en sí misma. Porque hay que dejar claro algo: los principios axiales de los órdenes tienen una estructura muy interesante. Que no se malentienda que se considera a estos principios axiales como errores absolutos, por el contrario, están muy bien definidos, el problema está en verlos como contrarios, como modos estáticos dentro de una sociedad que genera una contradicción insalvable para el capitalismo, en especial entre el orden tecnoeconómico y el cultural.

Estos dos órdenes se tocan y se relacionan constantemente. No obstante, aunque la contradicción es una realidad, no lo es en el sentido belliano, sino en el sentido hegeliano, donde la contradicción funciona como motor para acelerar, y la posterior superación no tiene el sentido solo de destrucción, sino también de conservación. El capitalismo es la más hegeliana de las ideologías, la que utiliza mejor la dialéctica y se mantiene vivo y poderoso frente a las otras. De esto se hablará mejor al final de esta Introducción. Bell en el análisis de la cultura hace un gran aporte, en especial en el análisis que hace sobre la expresiones simbólicas y sus derivaciones dentro de la sociedad misma:

la autonomía de la cultura, lograda ya en el arte, está pasando ahora al terreno de la vida. El temperamento posmodernista exige que lo que antes se representaba en la fantasía y la imaginación sea ahora actuado en la vida (Ibidem, p. 62)

¿A qué se refiere Bell con esto? Imagine un cuadro de Dalí, con sus figuras y contornos amorfos, desproporcionados e, incluso, grotescos, y observe Ud. en lo que la vida del individuo se ha convertido. Individuos que se operan, se atrofian a sí mismos. Mujeres y hombres que se ponen glúteos y tetas desproporcionados, se inyectan los labios para hacerlos más gordos, se reducen la nariz, se quitan costillas, se alargan las piernas, se alargan el pene o se lo quitan. ¡Es el sueño de la fantasía artística de Dalí convertida en realidad!

Esto es un análisis genial de Bell, entre los primeros en hacerlo, y sigue la línea de lo que se quiere hablar en el presente libro. Donde se separa totalmente es en la idea de que esto es una contradicción (en el sentido destructivo) del capitalismo, por el contrario, es el principal potenciador. Porque si bien se está de acuerdo con la autonomía del individuo entendida como constante superación y progreso sin control, no se está de acuerdo en considerarla como una “radical disyunción” con la lógica del capitalismo. En resumen, no se puede negar lo interesante de que corrientes como el dadaísmo y surrealismo se hagan realidad, esa fantasía del artista que Bell ve actuada, derivada en las transformaciones absurdas a las que los individuos se someten ahora en su vida.

Modo regulador del orden político: la igualdad

El orden político es muy poco tomado en cuenta en el análisis del libro. Bell se concentra más en los problemas atinentes a la cultura y la contradicción de esta con la lógica capitalista de la funcionalidad racional. Sin embargo, hay un punto importante que no se puede dejar pasar y que, tal vez, condiciona de alguna manera el análisis que hace de la sociedad. Volviendo al principio de este texto, Bell describe al orden político como aquel donde hay cierta representación y participación, donde existen grupos que expresan sus intereses particulares y, en sociedades con cierta apertura democrática, pueden hacerlo sin temor a represalias. El principio axial que el autor le da a este orden es la legitimidad. Este es el principio que permite a los gobernantes actuar, tiene mucho que ver con la idea de un liderazgo autorizado. La legitimidad es lo que permite a los gobernantes poder gobernar en paz. En un sistema democrático esta legitimidad viene de las elecciones, de gobernar en consenso, de mostrar resultados y, en buena medida, de la comunicación política efectiva.

Aunque este principio no deja de tener vigencia en modelos no democráticos, un gobierno, haya llegado o se haya quedado por la fuerza en el poder siempre tiende a buscar la legitimidad, a través de diferentes formas, alguna mentalidad peculiar, como dice Linz en su descripción de los autoritarismos (Linz, 1974, como se citó en Bartolini et al., 1996, p. 131). Donde, si bien puede no haber una ideología bien elaborada, hay una conceptualidad que rodea al gobierno y que lo legitima de alguna forma para seguir gobernando. Esta posición de Bell es perfectamente aceptable. Sin embargo, en el modo regulador de las relaciones políticas es donde falla, determinando a la igualdad como el modo en que se regulan las cosas en el mundo de la política. Empero, para la posición de este libro, la igualdad no representa el modo regular de la política, es, en realidad, la idea de libertad la que regula las relaciones en política, mucho más si se habla de capitalismo.

Incluso esto no tiene sentido en su análisis, ¿cómo es que el modelo regulador del orden político es la igualdad si la cultura tiene como principio axial la autorrealización del yo? Aquí también surgiría una contradicción si se entiende que para lograr esa autorrealización lo que más necesita el individuo es libertad, no igualdad. Es la libertad la condición implícita e intocable, protegida por el Estado liberal, para que ese individuo logre diferenciarse, no igualarse a los demás. Es simple, si la cultura moderna ha derivado en el impulso desenfrenado del individuo por autorrealizarse, la política, para no contradecir esto, debe tener como modo regulador la libertad, no la igualdad. El orden político que más o menos reina en la modernidad es el que permite la libertad irrestricta del individuo y en eso no hay ninguna fricción con el mundo del individuo lanzado al éxito y a ser lo que él quiera ser.

Incluso, si se entiende esta igualdad a nivel de participación política no se estaría hablando más que del modo regulador de las democracias, como un ideal que se persigue y donde todos tengan cabida. ¿Qué democracia del mundo integra efectivamente todos los intereses de la sociedad? Sería difícil responder esto, y cada ejemplo pasaría por un estudio exhaustivo de esa realidad. La exigencia de igualdad en las sociedades liberales representa para Bell una paradoja, puesto que es en estos sistemas donde los individuos se han decantado por más y más exigencias de igualdad, siendo que parten de la libertad para exigir esa igualdad, que incluso llega a la estupidez de pedir igualdad de resultados. En definitiva, el autor olvida la palabra libertad en su definición del orden político, y aquí en El suicidio del héroe tendrá una prevalencia importante.

2.3. Tercera crítica: definición tripartita de creadores-masa cultural-culturati

Como se vio anteriormente, Bell integra a los individuos en 3 grupos de menor a mayor cantidad, desde los creadores que son pocos, hasta los que siguen las tendencias que son los muchos. Los primeros son los creadores de cultura, de contenido cultural, de modas e ideas; los segundos, que él llama masa cultural, son los transmisores y su papel principal es servir como correa de transmisión entre los creadores y la masa en general. Los creadores son muy pocos, los escritores y pensadores famosos, como Foucault o Butler por ejemplo, los artistas, los músicos, los líderes de algún rubro. La masa cultural son aquellos individuos en las industrias del conocimiento y las comunicaciones que tienen alcance y pueden esparcir la voz, como un actor o profesor que lea o escuche sobre las ideas de los creadores y la lleve a la masa en general. Esa masa en general es lo que Tom Wolfe llama los “culturati”, que son aquellos que tratan de estar a la moda con las corrientes de vanguardia.

Esta estructura presentada por Bell sería la que posibilitaría la expansión de las ideas en la cultura, y sería el mecanismo que el capitalismo creó y que está agotando el impulso creador de la modernidad. No obstante, lo que no entrevió Bell fue que esa estructura que él define, y que resulta muy interesante sociológicamente para la instauración de las ideas en la masa general, no iba a durar mucho tiempo. Ese mismo impulso creador que para Bell se estaba agotando, no solo no se agotó, sino que se potenció; en la actualidad, esa división no tiene esa rigidez y límites que tal vez tenía en los 70´s y mucho antes, ya no se puede establecer una separación entre creadores y seguidores de tendencia con tanta fuerza, y el papel de los transmisores ahora es bastante difuso y errático.

El tema pasa porque el capitalismo es tan poderoso que destruyó la misma estructura definida por Bell y que, a simple vista, parece tener una lógica muy fuerte. La destruyó porque ahora se confunden creadores con masa cultural (transmisores) y seguidores de tendencias o culturati. En especial estos últimos, gracias al capitalismo y a su libertad irrestricta, lograron difuminar toda diferencia entre creadores-transmisores-seguidores. Ahora cualquier individuo es creador, transmisor y seguidor de su propia vanguardia. Esos papeles bien definidos en el pasado quedan obsoletos ante un individuo todopoderoso que se crea a sí mismo, y que no solo eso, que está obligado a hacerlo. Las jerarquías de este tipo en la actualidad no representan mucho, ni son la regla. El culturati actual no espera solo seguir una tendencia de moda y ya, además de eso se lanza a crear la suya propia, en la lucha incesante por seguirse individualizando, siendo diferente y ganar masa que le de el sitial de éxito que envidia del que lo tiene.

De allí la creación de su propio dios, su propio sexo, su propia rutina de ejercicios y dieta, hasta su propia medicina alternativa7, entre tantas otras creaciones del yo para sí mismo. La contradicción del capitalismo, tal como lo define Bell, no está en esa necesidad de autorrealización del yo y la lógica económica del mismo. El capitalismo resolvió muy bien ese problema difuminando esa jerarquía de creadores-transmisores-seguidores en el mismo individuo, que hoy tiene las posibilidades infinitas y la obligación de convertirse en esos tres, de ser los tres, incluso al mismo tiempo. Así, este otro punto metodológico resulta arcaico para la actualidad. Fue destrozado por la capacidad creadora, que el mismo Bell considera agotada, de la modernidad. Empero, de esto se va a hablar mejor en los siguientes capítulos donde se hace el despliegue de los conceptos utilizados para hablar del triunfo del capitalismo.

3. Los puntos de partida de este libro

Medir las aportaciones de Bell en su justa medida es complicado, como lo es con cualquier autor. En una cita muy peculiar y bastante justa con la realidad que se conformó y se sigue conformando en la sociedad actual dice:

Ahora la realidad se está convirtiendo en solo el mundo social, con exclusión de la naturaleza y las cosas… La sociedad se convierte cada vez más en una trama de conciencia, una forma de imaginación que debe ser realizada como una construcción social. (Bell, 1976, p. 146).

Es aquí donde se puede apreciar el alcance de esta crítica en sentido kantiano. Por un lado, plantear una sociedad donde todo parece derivar de una construcción social, donde las opiniones parecen constituir los hechos, es una afirmación que se comparte y se afirma en las ideas escritas aquí. Es algo que está llegando al paroxismo; el individuo se cree lo que se quiera creer y la sociedad debe defenderlo y aceptarlo tal cual. Esto sería muy lógico de parte de Bell si no se contradijera cuando dice que las sociedades postindustriales se organizan en forma “comunal” y que “la unidad social es la organización comunitaria más que la individual” (Ibidem, p. 145). Esto lo dice porque en la sociedad postindustrial prevalece la cooperación y reciprocidad en contra de la coordinación y jerarquía de la sociedad industrial. Entonces, ¿Cómo es que vivimos en una sociedad cuya cultura tiene como principio axial la autorrealización del yo, el desenfreno individual del propio ser, y al mismo tiempo esa sociedad tiene un sentido más comunitario? No tiene ningún sentido. En una sociedad cuya cultura exalta la libertad irrestricta del individuo la unidad social fundamental es el mismo individuo en su autocreación, en su lucha por diferenciarse y acción desbocada por ser un yo único.

Bell también plantea que las decisiones en esa sociedad postindustrial comunal no se toman por la lógica del mercado, sino a través del orden político, excluyendo la naturaleza y las cosas. Se refiere Bell a la corrección política naciente de entonces, y esta crítica es genial y muy avanzada en ese sentido; pero la idea de exclusión de las cosas es absurda, el poder de las cosas como creaciones industriales sigue moldeando aún más esa obsesión por el yo y dándole aún más fuerza para seguir su desenfreno por el progreso. El mercado sigue siendo igual o más importante que en las sociedades industriales. En cuanto a la incursión del orden político en esto, lo que atañe a la corrección política, intentando negar cosas naturales, la crítica está justificada. Pero el capitalismo es la base fundamental de todo esto, es una ideología que trabaja, como todas, para sí misma, y crea las herramientas necesarias para que el yo siga su camino. Así, las ideas comunitarias de Bell son, en el mejor de los sentidos, extrañas para el individuo actual, y de llegar a expresarse lo harían a través de las famosas políticas de identidad.

El capitalismo lo que hace es garantizar las posibilidades de obsesión del mañana, abrir el camino para nuevas transformaciones y mantener el progreso. Un individuo sin límites no puede tener como unidad fundamental lo comunal, su unidad fundamental es sí mismo, de lo contrario se estaría estableciendo límites, pues lo comunitario tiene límites, el grupo establece reglas, que si bien existen, en el caso del individuo actual se podrían expresar en la máxima: todo es posible. El mismo Bell se contradice durante todo el texto en este sentido, ve las cosas estáticas, como modos esquemáticos cuyo dinamismo es más un problema que una acción necesaria de la ideología. Su falta de visión dialéctica lo hace caer en estas cuestiones, aunque, sin saberlo, hace afirmaciones dialécticas:

La cultura moderna se define por esta extraordinaria libertad para saquear el almacén mundial y engullir cualquier estilo que se encuentre. Tal libertad proviene del hecho de que el principio axial de la cultura moderna es la expresión y la remodelación del “yo” para lograr la autorrealización. Y en esta búsqueda, hay una negación de todo límite o frontera puestos a la experiencia. Es una captación de toda experiencia; nada está prohibido, y todo debe ser explorado. (Ibidem, p. 26).

Este es el punto de partida en El suicidio del héroe, y es una posición dialéctica de la realidad. Los individuos van en constante lucha consigo mismos y lo que saben, comparándolo con lo que no han explorado y se desbocan al encuentro de todo lo que no conocen. Bell no se da cuenta que ese principio axial que define depende mucho de la ejecución axial de los otros órdenes, no como contradicciones insalvables, sino como contradicciones impulsoras, positivas para la ideología y el paradigma capitalista de libertad y búsqueda de éxito. Esa contradicción que parece agotar las fuerzas de la modernidad, esa que Bell define entre un capitalismo jerárquico y burocrático, conservador, basado en la acción humana por el interés y la utilidad; y la necesidad de autorrealización; no es más que la dialéctica del capitalismo, la que tuvo frente a sus ojos y no supo entrever a lo superficial, no se dio cuenta Bell de la capacidad potenciadora y creadora que venía luego de esa contradicción, la habilidad del capitalismo de mutar y superar sus propias negaciones, cuyo origen está en la misma ideología.

Un ejemplo para explicar esto se puede encontrar en la misma obra. En páginas anteriores venía Bell hablando de ese desenfreno del individuo por el placer, esa posición hedonista sobreestimulante que tuvo su expresión máxima en los años 60´s, lo cual concluía en el problema grave que generaba en la mente del individuo esta contradicción:

Hay un estímulo y una desorientación constantes, pero queda también un vacío, una vez pasado el momento psicodélico. Nos vemos envueltos y arrojados, recibimos un gran choque psíquico o una emoción al borde de la locura, pero más allá del torbellino de los sentidos están las opacas rutinas de la vida cotidiana. En el teatro, cae el telón y la obra termina. En la vida, hay que ir a casa, acostarse, levantarse a la mañana siguiente, lavarse los dientes, lavarse la cara, afeitarse, defecar e ir a trabajar. El tiempo cotidiano, necesariamente es diferente del tiempo psicodélico; ¿y hasta qué punto puede llevarse la escisión? (Ibidem, p. 119).

Es cierto que Bell no tenía las categorías actuales, por ello no se le hizo posible entrever que esta escisión no era definitiva y que más que destruir al individuo y agotarlo, lo iba a llevar a un estadio donde el mundo psicodélico de su época era solo un ápice del comienzo. Siguiendo el ejemplo de Bell, el mismo capitalismo resolvió esa escisión de forma muy sencilla: nunca cae el telón. El individuo actual vive constantemente en el teatro de su vida; para eso están las redes sociales. Su vida personal, su familia y su cotidianidad se convirtieron en contenido de estas últimas. Es la obra que le muestra a otros, a través de la que consigue que la masa lo siga, a través de la que consigue el éxito. ¿Qué comer? ¿Cómo cepillarse los dientes? ¿Cómo me lavo la cara para no dañar el cutis? ¿Cómo dormir mejor? ¿Cómo y con qué me afeito? ¿Cómo criar a tus hijos?.. En fin, toda la cotidianidad de las personas se ha convertido al tiempo psicodélico del que habla Bell. La escisión entre cotidianidad y tiempo psicodélico no está tan delimitada como en los 50´s 60´s o 70´s, por el contrario ahora no se sabe dónde comienza una y termina la otra.

El individuo trasladó esa hipervelocidad a su vida cotidiana, el capitalismo permitió y aupó esto. El teatro nunca cierra su telón en definitiva. La vida se acelera y el show es constante. La obra ya no termina, el teatro nunca descansa. Así, la escisión que tanto aquejaba a Bell fue también solucionada por el mismo capitalismo. Este amor por la vida acelerada, donde el teatro nunca termina tiene sus consecuencias; una de ellas es que no se permite guardar un momento para la apreciación y evaluación de dichas obras teatrales, hay que pasar a otra, seguir avanzando. Esto es simple, mientras mayor velocidad tiene la sociedad es más difícil evaluar algo con detenimiento, porque al recibir una obra, ya hay que pasar a la otra. Esto deriva en que solo la impresión de la primera vista parece ser suficiente para evaluar una cosa, y ya que todos tienen sus propios shows, porque todos quieren su propia autorrealización, ya no se sabe quién es el verdadero artista que hace una gran obra y quién es el individuo simple. En conclusión: cualquier cosa es arte.

Entonces, como cualquier cosa es arte, cualquiera es un genio. Esto responde a la pregunta ¿de dónde surgen los coach ontológicos y los nuevos héroes de la actualidad? En esto Bell tiene un punto muy interesante, que si hubiese logrado desarrollar hacia la evolución del capitalismo, se hubiese topado con el futuro justo frente a sus ojos. Este autor tiene esta bendición, y al mismo tiempo maldición; estuvo rondando el futuro, viéndolo como quien camina entre la neblina buscando algo, logra ver un poco y mientras camina disipa la densidad de las partículas de agua, pero no logró Bell disipar toda lo gris que lo rodeaba y ver lo que se venía claramente, viendo solo unas cuantas luces entre tantas sombras.

En un mundo donde lo que cualquiera fabrica puede ser considerado una genialidad, porque la masa ahora tiene el poder de juzgarlo así, un artista que escriba dos líneas sin sentido y las cante con cierto ritmo, un trap por ejemplo, ya es un genio. La democratización, tal como se plantea en las siguientes páginas, deviene en un individuo que fue tan liberado por la democracia, que hasta le dio la posibilidad infinita de envidiar y buscar ser envidiado. Otra de las consecuencias de ese mundo acelerado es la relación entre lo sagrado y lo profano. A Bell le preocupaba que la sociedad empezó a hacer borrosa también la diferencia fundamental entre lo sagrado y lo profano:

El ritual, como ha señalado Emile Durkheim, depende ante todo de una clara distinción entre lo sagrado y lo profano, acordada por todos los participantes de la cultura… En una sociedad que no parte de esta distinción fundamental entre dos ámbitos del ser y que niega toda idea de una jerarquía de valores ordenados, ¿cómo puede haber algo semejante a un ritual significativo? (Ibidem, p. 139).

Esta consecuencia de la sociedad acelerada no tiene el tono que le da Bell, la estructura que plantea Durkheim no fue eliminada por completo, en este caso lo que se hizo fue modificarla. Lo sagrado y lo profano siguen existiendo, solo que hubo un cambio en lo que son. Decir que esto no existe de forma definitiva es negar que exista el poder en la sociedad, y esto es absurdo. El tema pasa en que lo que antes era sagrado dejó de serlo en un sentido exterior dado u otorgado por alguna religión, y se lanzó al interior del individuo como poseedor de la potencialidad ritual, potencialidad que debe desarrollar (y tiene que), para llegar a lo sagrado o seguir en lo profano. Lo sagrado es ahora algo más interno, individual y libre: el éxito, la victoria, las metas logradas. Lo profano es lo contrario: la derrota, el ser perdedor; o peor, ni siquiera intentarlo, ser un pusilánime.

Un ejemplo de ritualización en estas nuevas concepciones son las fiestas que se hacen entre los influencers para celebrar que uno de ellos alcanzó cierta cantidad (por ejemplo, un millón) de subscriptores en Youtube o seguidores en Instagram, Tiktok o Twitter; y ahora forma parte del club de los que tienen esos seguidores. ¿No cumple esto la función que el mismo Bell le da al ritual de “custodio” de las puertas de lo sagrado? ¿Puedo yo, que tengo 200 seguidores en Instagram entrar a ese club? No, porque no cumplo los requisitos para el ritual de ingreso, nunca sería invitado, pertenezco a lo profano y lo profano no se puede mezclar con lo sagrado. En ese sentido, todo sigue exactamente igual que como lo describió Durkheim y viene siendo en las sociedades desde hace milenios, nada ha cambiado; o tal vez sí, pero es del tipo de cambio del Gatopardo de Lampedusa que todo cambie, para que todo siga igual. El ritual es una afirmación de la jerarquía, el poder y la diferencia, por ende, las fiestas por cierta cantidad de seguidores no varían mucho del ritual cortesano donde un individuo es aceptado en la corte del rey o cuando un joven muchacho es aceptado entre los hombres guerreros de una tribu después de pasar una serie de pruebas. Eso sí, el ritual ahora depende del individuo como poseedor de la potencialidad para lograr lo sagrado, su unción al cielo del éxito depende de él.

3.1. Las paradojas

Para entender este punto hay que volver al inicio y retomar lo que dice Bell al principio de todo, el problema grave que ve en la sociedad capitalista y que lo ve como una especie de final, donde se le está acabando el combustible al modernismo:

lo que hallo hoy sorprendente es la radical separación entre estructura social (el orden técnico-económico) y la cultura. La primera está regida por un principio económico definido en términos de eficiencia y racionalidad funcional, la organización de la producción por el ordenamientos de las cosas, incluyendo a los hombres entre las cosas. La segunda es pródiga, promiscua, dominada por un humor anti-racional, anti-intelectual, en el que el yo es considerado la piedra de toque de los juicios culturales, y el efecto sobre el yo es la medida del valor estético de la experiencia. (Ibidem, p. 48).

Es el rechazo a la ética protestante y el espíritu del capitalismo. El rechazo al carácter puritano y restrictivo, abocado al trabajo y postergador de la gratificación; por una ética del hedonismo, de la satisfacción de los sentidos y del yo. Lo que interesa de este problema belliano es lo que viene al final de este párrafo, cuando dice: “tales valores burgueses han sido rechazados de plano, en parte, paradójicamente, por la acción del mismo sistema económico capitalista” (Ibidem). Lo que no logra determinar Bell es que es en la paradoja donde está el error de su análisis. La paradoja no viene a ser aquí la anécdota o el dato curioso, viene a ser el carácter constituyente de la lógica interna del capitalismo para ir creando sus propias contradicciones e ir superándolas para seguir reinando como la ideología vencedora. Más adelante Bell sigue tratando de explicar esta paradoja, y dice: “El “yo sin barreras”... fue un producto de la sociedad burguesa, con su glorificación del individualismo desenfrenado”. (Ibidem, p. 142).

Sigue:

Los impulsos rebeldes del modernismo cultural chocan ahora con una paradoja… El modernismo, aunque aún se dice subversivo, halla acogida principalmente en la sociedad burguesa capitalista… ¿Se ha agotado el modernismo cultural, o habrá un nuevo giro, otra vuelta de tuerca en la que se levanten otras inhibiciones (contra el incesto, contra la pederastia, contra la androginia)? En este punto, la cuestión es en realidad irrelevante. Porque el hecho singular es que, como fuerza cultural creadora-creadora en forma o contenido estético-, el modernismo está acabado (Ibidem).

Decir que el modernismo está acabado, equivale a decir que el capitalismo está acabado, es decir, algo así como un final, porque nada se puede crear. Si el modernismo no puede crear nada ya, ¿qué serían entonces las RR.SS, la música electrónica, la nueva estética del sexo y del género, la libertad del individuo de crearse a sí mismo su propia realidad, el mismísimo internet, las criptomonedas, entre otras cosas, sino creaciones modernas que suceden en esas sociedades capitalistas donde esto pasa paradójicamente? No es una paradoja, no es casualidad, la modernidad como creadora no puede estar acabada, pues el capitalismo no está acabado, más bien ahora es que tiene más fuerza, porque la capacidad creadora se la otorgó al individuo común, que ahora se ve en las posibilidades de creación sin límites para alcanzar el éxito y la cosificación. La modernidad no se acabó, se desbocó. La modernidad desbocada se aceleró a niveles tan gigantes que la creación misma cambió sus parámetros. El contenido creativo ahora lo tiene el sujeto en sí mismo.

Tal vez lo que se acabó fueron los parámetros anteriores para la creación estética, los tradicionales, los que en su mente Bell consideraba estructurales del capitalismo, pero no, en eso falló rotundamente en el entendimiento de la lógica interna de la ideología, del capitalismo como contenido de la forma. La capacidad ganadora del capitalismo está precisamente en las paradojas que crea para sí mismo. El mismo Bell lo ve cuando dice “El “yo” sin barreras fue una creación de la sociedad burguesa”, pero no lo sabe interpretar. Como se dijo anteriormente, es como si se hubiese topado con el futuro frente a frente, pero tan de cerca que no pudo apreciarlo en su totalidad. La paradoja en el capitalismo no tiene esa connotación de contradicción negativa-destructora, la paradoja en el capitalismo cumple la función de potenciadora de la misma ideología, tal cual funciona la contradicción en sentido hegeliano. El capitalismo, en su lógica interna, sabe que la ideología estática muere por inanición, necesita comer constantemente y su alimento principal es el movimiento del progreso, y es allí donde el capitalismo triunfa, donde la paradoja se convierte en propulsora y no en pared impenetrable. La paradoja es la puerta al nuevo progreso y avance en la sociedad capitalista. En conclusión: las paradojas son el impulso del capitalismo.

3.2. El debate interno en las ideas de Bell: entre la contradicción aristotélica y la hegeliana. La piedra fundacional de este libro

Durante el desarrollo de esta introducción es seguro que el lector se habrá dado cuenta del debate que yace dentro de las ideas de Bell: el papel que juega la contradicción en la lógica de un sistema. El capitalismo perdió su lógica ascética y, por ende, entró en contradicción consigo mismo; hasta este punto todo va bien, el problema resulta en la definición que tiene el autor de la palabra contradicción. Este texto encierra un debate en el que el autor se posiciona en función de la contradicción como un elemento destructivo o, en el mejor de los casos, como un problema de lógica interna dentro de un sistema y/o concepto (el capitalismo). La contradicción en este caso tendría la connotación que Aristóteles le da en la Metafísica, es decir, el famoso principio de no-contradicción en el que se basa toda la lógica aristotélica.

Es esto lo que preocupa a Bell, como se pudo apreciar en el resumen y análisis que se hizo más arriba. Este principio plantea una cuestión bastante conocida: una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Aristóteles lo expresa así: “Es imposible, en efecto, que un mismo atributo se dé y no se dé simultáneamente en el mismo sujeto y en un mismo sentido” (Metafísica, IV, 3, 1005b, 19-20)8. Aplicando esto al concepto de capitalismo la cuestión sería la siguiente: el capitalismo ya no puede ser capitalismo sin su lógica ascética dentro del principio axial que debe regir el orden cultural, ya que esta es la cultura que necesita para funcionar. Hay que recordar que Bell considera que para que haya armonía entre los órdenes, estos tienen que relacionarse de forma lógica. Si el principio axial del orden tecnoeconómico es la racionalidad funcional, lo lógico es que el principio axial del orden cultural sea ese ascetismo que pospone la gratificación y que supone un individuo cuyo objetivo es, precisamente, aquella especialización paciente y coordinada.

Sin embargo, el autor entiende que hubo una ruptura lógica, a lo que él llama “disyunción entre el tipo de organización y las normas que exige” (Bell, 1976, p. 27). El tipo de organización del capitalismo exige del individuo una vida ascética, por lo cual, esa idea de la autorrealización del yo vendría a romper con la armonía entre el orden tecnoeconómico y el cultural; esto vendría a ser lo que el autor considera como la contradicción cultural del capitalismo. El capitalismo está en un predicamento, hay una disyunción que rompe con su lógica, lo que lleva a considerar que el propio sistema y/o concepto está en disyunción consigo mismo, lo que trueca su propia identidad en otra cosa. Así estaría aplicando Bell el principio de no-contradicción al capitalismo y estaría extrayendo las conclusiones de las que ya se ha hablado anteriormente. Empero, hay que analizar entonces el debate que se genera dentro del libro, a saber: el principio de no-contradicción y la contradicción hegeliana como motor.

Este debate ya tiene larga data, por lo que no es intención aquí ahondar sobre dicho debate, sino simplemente establecer una posición que se quiere defender en el resto de este libro: la contradicción en el capitalismo funciona en el sentido hegeliano, donde el término aufgehoben (integración-superación)viene a ser el concepto central para entender la forma en la que el capitalismo se impulsa con mayor fuerza con cada contradicción, como ya se planteó en el apartado anterior sobre las paradojas. El debate tiene tres posiciones, por lo menos a simple vista: los que dicen que Hegel no rechaza el principio de no-contradicción, los que dicen que sí rotundamente y el dialetheismo (que al menos 1 proposición es y no es al mismo tiempo). Se hablará de las dos primeras, siendo que la tercera, para funcionar, debe adherirse a un sistema lógico consistente que evite que caiga en el irracionalismo. Por un lado quienes niegan que Hegel rechaza el principio más firme de Aristóteles se plantan en dos ideas muy importantes: negar el principio de no-contradicción tiene una consecuencia explosiva, lo que significa que ahora todo es todo y nada es nada al mismo tiempo, en suma, irracionalismo; y la división entre diferencias simples y exclusivas9. La primera idea se entiende por sí sola, ya el mismo Aristóteles lo plantea cuando dice:

si las contradicciones son todas simultáneamente verdaderas dichas de uno mismo, es evidente que todas las cosas serán una sola. Pues será lo mismo una trirreme que un muro o un hombre, si de todo se puede afirmar o negar cualquier cosa, como necesariamente han de admitir los que hacen suyo el razo­namiento de Protágoras (Metafísica, IV, 4, 1007b, 18-23).

De la segunda lo que se plantea es que Hegel no niega el principio de no-contradicción porque para este último las cosas están determinadas, de no ser así no podrían ser entendidas, y la confusión se produce entre las diferencias simples (como la cualidad de blanco o rectangular, esto es, los universales) y las diferencias exclusivas o excluyentes, como la que existe entre un cuadrado y un octágono. Estas últimas serían las que permitirían conocer a las cosas como tal, por ende, Hegel no rechazaría el principio de no-contradicción. Por otro lado, cercana a esta idea, también se plantea que Hegel ve al Ente de una forma diferente a la de Aristóteles, no en el sentido formal sino en el sentido concreto del mismo, donde sí se puede incluir la diferencia en la misma identidad, o lo que es lo mismo, que en el Ente concreto es posible encontrar una contradicción que no es posible, y que Hegel no busca demostrar, en cuando a un lenguaje formal10. Esta idea de que Hegel no rechaza el mencionado principio porque su lógica es ontológica11 y no formal, puede encontrarse reflejada en diferentes escritos, como en la Fenomenología del espíritu, cuando dice: