El sujeto constituyente - Albert Noguera Fernández - E-Book

El sujeto constituyente E-Book

Albert Noguera Fernández

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Beschreibung

La forma política del sujeto de cambio es uno de los grandes temas de discusión ligados al ciclo de movilizaciones populares que han tenido lugar en las sociedades del sur de Europa durante los últimos años. La entrada del capitalismo actual en su fase degenerativa, unida a la desaparición de los grandes sujetos históricos y la crisis de los partidos como agentes de representación, ha abierto de nuevo, en el interior de las izquierdas de estos países, el debate acerca de cómo construir un nuevo sujeto colectivo capaz de organizar y gestionar el tránsito democratizador entre lo viejo y lo nuevo y, por tanto, de convertirse en sujeto constituyente. El presente libro pretende tratar tres cuestiones: la primera, analizar las formas que puede adoptar El sujeto constituyente. La segunda, estudiar la relación existente entre la forma del sujeto constituyente y la de la nueva Constitución política o democracia emergente. Y la tercera, partiendo de lo anterior, considerar qué tipo de sujeto constituyente y Constitución política es hoy más adecuado para configurar una alternativa democrática frente a los gobiernos neoliberales estatales, la Unión Europea y el euro en los países del sur de Europa.

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El sujeto constituyente

El sujeto constituyente

Entre lo viejo y lo nuevo

Albert Noguera Fernández

 

Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura Ministerio de Cultura y Deporte

COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Religión

 

 

© Editorial Trotta, S.A., 2017, 2023

www.trotta.es

© Albert Noguera Fernández, 2017

Diseño

Teresa Requena

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-180-5

CONTENIDO

Introducción: La unidad popular y sus críticas

1. Unidad popular, sujeto constituyente y Constitución política

2. La Constitución política del sujeto constituyente como partido o coalición de partidos políticos: la democracia parlamentaria

3. La Constitución política del sujeto constituyente como identificación del pueblo-masa con un líder: la democracia de movilización

4. La Constitución política del sujeto constituyente como agregación de luchas y movimientos sociales: la democracia corporativa de cogestión

5. Reflexiones desde y para la Europa del sur. ¿Qué sujeto constituyente para qué constitución?

Referencias bibliográficas

Índice

Introducción

LA UNIDAD POPULAR Y SUS CRÍTICAS

1. NUEVOS SUJETOS POLÍTICOS EN LA EUROPA DEL SUR: LAS NUEVAS CANDIDATURAS DE UNIDAD POPULAR

Los profundos programas de reajuste económico que la troika impuso sobre los Estados del sur de Europa, a raíz de la crisis financiera de 2007-2008, supusieron, entre otras cosas, el inicio de un ciclo de movilizaciones populares en estos países.

Estas luchas populares se han canalizado y expresado, en los últimos años, a través de la conformación de nuevos sujetos políticos, nuevos tipos de alianzas y candidaturas electorales de unidad popular para entrar a competir en el juego electoral (Movimento 5 Estrellas en Italia, Syriza en Grecia, Unidos Podemos en España, etc.). En unos casos se trata de candidaturas integradas por una coalición de partidos políticos de izquierda ya presentes en la vida institucional del país, pero que adoptan nuevos nombres y formas organizativas para conectar mejor con los sectores sociales movilizados; en otros se trata de nuevas candidaturas que emergen de la sociedad y en los demás, de candidaturas que mezclan las dos formas anteriores.

Un análisis hoy, desde la izquierda transformadora, de estos nuevos sujetos políticos o candidaturas para pensar en cómo seguir avanzando hacia procesos de transformación social exige partir de dos aspectos: 1. Reconocer los límites, hasta el momento, de estos nuevos sujetos políticos para implantar cambios estructurales en nuestras sociedades. Y, 2. Ser conscientes de que, en el marco de la nueva cultura del capitalismo, estos sujetos políticos operan como agentes flexibles y cambiantes de representación política.

1. En primer lugar, podemos afirmar que las nuevas candidaturas han conformado sujetos políticos colectivos que, en algunos casos, como en Italia o España, no han logrado aglutinar a su alrededor el apoyo social suficiente para desplazar del poder a las fuerzas defensoras del statu quo y poder gobernar con mayoría, y, en otros, como en Grecia, a pesar de haber logrado el Gobierno, no han tenido la fuerza suficiente para enfrentarse a la Unión Europea y a los capitales internacionales y poder llevar a cabo transformaciones estructurales en el país. Este último escenario ha hecho que la desproporción o contradicción entre un cada vez mayor número de demandas ciudadanas en aumento, fruto de la agudización de la «austeridad» y la imposibilidad de una izquierda institucional para responder a las mismas, está llevando a perder, en el país heleno, gran parte del apoyo social y electoral que Syriza tuvo en su momento.

2. En segundo lugar, podemos afirmar que estos nuevos sujetos políticos operan en el marco de una nueva cultura del capitalismo donde todo está en cambio continuo. No solo se ha producido una flexibilización de la estructura productiva y de la forma del trabajador tipo, sino también una flexibilización de los sujetos políticos que operan como agentes de representación política. Los grandes partidos han visto como sus viejas bases sociales sólidas se desvanecían y asistimos en cada elección a trasvases masivos de votos de una formación a otra. Asimismo, los viejos partidos son desplazados en sus feudos históricos por nuevas formaciones o siglas que aparecen y desaparecen. Ello hace que debamos ser conscientes de que ya no nos movemos en el marco de las viejas siglas y formas rígidas, tradicionales e históricas de organización de la izquierda en cada uno de los países, sino en una nueva etapa de siglas y formas de sujetos políticos y/o electorales flexibles que nos permiten e, incluso, obligan a redefinir permanentemente la forma y estrategia del sujeto político transformador.

Tener en cuenta estos dos aspectos citados: los límites, hasta el momento, de los nuevos sujetos políticos para implantar cambios estructurales, y la naturaleza flexible y cambiante que hoy caracteriza a los sujetos políticos como agentes de representación, nos conduce a una conclusión: es necesario llevar a cabo un análisis crítico y constructivo acerca de la forma de los actuales sujetos políticos de unidad popular en los países de la Europa del sur para, a partir de la crítica-propuesta en lo teórico y del ensayo-error en la praxis, poder ir redefiniendo tales sujetos políticos en términos de mayor eficacia y mayor potencialidad transformadora.

La pregunta que debemos formularnos es, en consecuencia, ¿hacia dónde deben evolucionar tales candidaturas o cómo debe redefinirse la forma de los actuales sujetos políticos para lograr mayor eficacia y potencialidad de transformación?

El análisis crítico del que partir para responder a esta pregunta se puede hacer desde lógicas distintas. Se trata de lo que llamaremos las dos críticas a las candidaturas de unidad popular: una lógica superficial formulada desde el campo de la relación entre moral y política; y otra lógica más compleja y más de fondo, formulada desde el campo de la relación entre las formas de conformación del sujeto de unidad popular y las formas de Constitución política que emergen de ellas.

2. LAS DOS CRÍTICAS A LA UNIDAD POPULAR

En 1992 se publicó en Chile un libro titulado Rebeldes, reformistas y revolucionarios. Una historia oral de la izquierda chilena en la época de la Unidad Popular. Se trata de un libro de entrevistas a todo un conjunto de militantes de izquierda que participaron en el proceso de la Unidad Popular, y a quienes se les preguntó acerca de cuáles eran sus expectativas al iniciarse el gobierno de Allende en noviembre de 1970 y su valoración, veinte años después, de la actuación del gobierno de la Unidad Popular.

Un análisis de las expectativas y críticas que los militantes plantean respecto el proceso chileno permite diferenciar, principalmente, dos focos distintos de crítica entre ellos, de los que se derivan lo que aquí llamaremos las dos críticas a la unidad popular.

Por un lado, unos señalan que en el momento de inicio del gobierno de la Unidad Popular tenían ciertas expectativas e ilusión, pero que durante el mismo quedaron defraudados por la actuación de este. Marina, una de las militantes entrevistadas, dice: durante el proceso «veíamos gente dirigiendo un proceso nuevo con estilo muy viejo» (Del Pozo, 1992, 287). El foco de la crítica se centra aquí en el comportamiento de los dirigentes, especialmente de los cuadros medios, de un Gobierno que acabó adoptando —según la entrevistada— los rasgos centralistas, verticalistas, no participativos, de amiguismo, de no tener en cuenta las iniciativas populares, etc., propios de la vieja clase política. Esta crítica centrada en la conducta de los dirigentes constituye la base de lo que aquí llamaremos la crítica a la unidad popular formulada desde el campo de la relación entre moral y política.

Por el otro lado, otros señalan que ya desde el principio tenían pocas expectativas en el nuevo Gobierno debido al hecho de su composición de los partidos políticos tradicionales de la izquierda chilena. «Los partidos de la izquierda chilena —señala otro militante— habían aceptado desde hacía varias décadas la existencia de un sistema institucional, dentro del cual se habían desarrollado como organizaciones. Esta tradición que había sido bastante estable desde 1932 (si se exceptúa la represión contra el Partido Comunista entre 1948 y 1958) hizo que el Gobierno que iba a comenzar en noviembre de 1970 realizara su programa dentro del marco institucional vigente, y que la mayor parte de sus realizaciones tuvieran como objetivo un mejoramiento económico y social que en alguna medida serían la continuación de las reformas iniciadas por el gobierno de Frei y por otros gobiernos anteriores, que habían creado desde hacía varios años un importante sector económico del Estado, que coexistía al lado de las empresas privadas» (Del Pozo, 1992, 143). El foco de la crítica se centra aquí en la forma del sujeto constituyente, partiendo de la base de que la naturaleza del sujeto político determina la forma de democracia o Constitución política emergente, a la vez que esta última determina la capacidad de llevar a cabo transformaciones estructurales o simples reformas. Esta crítica centrada en la naturaleza del sujeto político constituye la base de lo que aquí llamaremos la crítica a la unidad popular formulada desde el campo de la relación entre sujeto constituyente y Constitución política.

2.1.Críticas a las candidaturas de unidad popular desde el campo de la relación entre moral y política

El conflicto entre moral y política ha sido siempre uno de los debates no resueltos y una de las causas de mayores enfrentamientos y rupturas dentro de la izquierda. También este ha sido el campo desde donde se han lanzado las principales críticas contra algunos de los recientes intentos de crear proyectos de unidad popular.

En el ámbito del conflicto entre moral y política las posturas enfrentadas son, básicamente, dos: la de la subordinación de la moral a la política y a la inversa.

Por un lado, los defensores de la subordinación de la moral a la política sostienen que en determinadas circunstancias históricas, por la excepcionalidad del momento, la inobservancia de las reglas morales es la condición para poder ser eficaz y ganar.

Se trata de una posición defendida ya en el siglo XVI por Jean Bodin, que si bien, como cristiano, repudia en su obra Los seis libros de la república (1576) el rostro demoníaco del poder planteado por Maquiavelo, al tratar de la diferencia entre el buen príncipe y el tirano sostenía que «no puede considerarse tiránico aquel gobierno que deba valerse de medios como el asesinato, el robo o la confiscación, u otros medios violentos o de las armas, como sucede necesariamente en el momento de cambio» (Bobbio, 2009, 206).

Por el contrario, los defensores de la subordinación de la política a la moral sostienen que, a la larga, el éxito solo llega a los políticos respetuosos con los principios de la moral.

Esta última es una idea forjada también desde el siglo XVI con la obra La educación del príncipe cristiano (1515) de Erasmo de Róterdam, contemporánea a El Príncipe de Maquiavelo y del que constituye su antítesis. En un sentido totalmente inverso a la idea de príncipe maquiavélico, Erasmo le dice a su príncipe: «Si desea entrar en competencia con otros príncipes, no pensará haberlos vencido porque les haya arrebatado una parte de su imperio; solo los vencerá verdaderamente cuando sea menos corrupto que ellos, menos avaro, arrogante e iracundo» (Erasmo de Róterdam, 1996, 63). Se trata de una posición reforzada años más tarde por Kant en el apéndice de La paz perpetua (1795), donde distingue entre el moralista político al que condena y el político moral al que alaba.

De acuerdo con esta crítica, el aspecto para mejorar y redefinir de las candidaturas de unidad popular para hacerlas más eficaces y aumentar su potencial transformador sería un elemento de ética política e incorporación de buenas prácticas, horizontalidad, transparencia, asamblearismo, rotación de cargos, etc., sin necesidad de cambiar la forma del sujeto político. La coherencia procedimental sería aquí un elemento transformador por sí mismo.

Si bien se puede compartir esta crítica negando la postura de que «el fin justifica los medios», rechazando aquellos procesos de unidad popular realizados de manera verticalista, con prebendas o promesas de cargos, con asignación de cargos por amiguismo, etc., y atribuyendo a esto la culpa de sus límites; también es verdad que se trata de una posición con poco fundamento práctico. El argumento de que siempre que se usan medios inmorales se pierde a la larga y de que cuando se usan medios morales se gana, no se corrobora ni en la historia política ni en la práctica cotidiana.

Por tanto, aunque no afirmamos que no sea importante introducir elementos de asamblearismo, horizontalidad, etc., en el seno de los sujetos políticos de izquierda, sí afirmamos que esta es una crítica que se queda en la superficie sin entrar en el fondo del debate de los sujetos políticos. El análisis acerca de cómo redefinimos los actuales sujetos políticos para dotarlos de mayor eficacia y potencialidad transformadora no puede quedarse aquí sino que debe ir más allá, adquiriendo mayor grado de complejidad. Ello exige analizar y ver la relación entre las formas de conformación del sujeto constituyente y las formas de Constitución política que emergen de ellas.

2.2.Críticas a las candidaturas de unidad popular desde el campo de la relación entre sujeto constituyente y Constitución política

El centro de esta segunda crítica es la forma del sujeto constituyente. Cuando el militante chileno entrevistado afirma que desde el principio tenían pocas expectativas respecto del nuevo Gobierno debido a estar compuesto por los partidos políticos tradicionales de la izquierda chilena, está afirmando que la forma del sujeto constituyente y su mayor o menor potencialidad transformadora son elementos estrechamente vinculados en cada momento histórico concreto. En función de la forma del sujeto político que disputa el poder existirán más o menos posibilidades de transformación una vez tomado el mismo. Esta crítica parte de las siguientes tres premisas que constituirán la hipótesis de este trabajo:

La primera es que la naturaleza del sujeto constituyente determina el tipo de articulación Estado-sociedad y por tanto el tipo de democracia o Constitución política emergente del proceso constituyente.

La segunda es que la correspondencia entre tipo de Constitución política y forma del sujeto constituyente es condición para el buen funcionamiento de la democracia.

Y la tercera, que no toda Constitución política sirve en cualquier coyuntura histórico-concreta para operar transformaciones democratizadoras.

A partir de tales premisas, es necesario analizar si la canalización, en los últimos años, del ciclo de luchas políticas hacia la conformación de candidaturas con naturaleza de partido o de coalición clásica de partidos para competir en la lógica electoralista ha sido la mejor estrategia ya no para ganar las elecciones, sino incluso, y en el caso de llegar a ganar las elecciones, como sucedió en Grecia, para poder adoptar una Constitución política con potencial real de democratización de nuestras actuales sociedades.

Esta es, creemos, una crítica de fondo y útil para pensar cómo redefinir la forma de los actuales sujetos políticos para lograr mayor eficacia y potencialidad de transformación.

Tomando como base metodológica esta segunda crítica, el presente libro pretende tratar tres cuestiones: la primera, ver cómo se conforma y qué formas puede adoptar el sujeto político protagonista del momento constituyente, al que llamamos sujeto constituyente. La segunda, ver la relación existente entre la forma del sujeto constituyente y la forma de la nueva Constitución política o democracia emergente. Y la tercera, partiendo de lo anterior, ver qué tipo de sujeto constituyente y Constitución política son hoy más adecuados para conformar una alternativa democrática frente a los gobiernos neoliberales estatales, la Unión Europea y el euro en los países del sur de Europa.

1

UNIDAD POPULAR, SUJETO CONSTITUYENTE Y CONSTITUCIÓN POLÍTICA

Llamaremos «unidad popular» (UP) a aquel acontecimiento político en el que las clases populares irrumpen con fuerza en la superficie política y se adueñan de la historia con la voluntad de iniciar un proceso de construcción de una cosa pública común frente a los gobiernos oligárquicos y las exclusiones del sistema capitalista. La UP opera, en consecuencia, como acontecimiento y como sujeto.

Como acontecimiento, la UP es una irrupción rupturista de las clases populares en el orden ordinario de las cosas que contiene una posibilidad creadora. La dialéctica social hace que la historia sea siempre movimiento real, experiencia constantemente renovada a través de acontecimientos políticos que redefinen las relaciones de poder.

Además, todo acontecimiento de este tipo debe ser nominado, es decir, debe haber un sujeto colectivo que lo protagonice y que sea capaz de organizar y gestionar el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, formalizando e institucionalizando una nueva Constitución política. A este sujeto político, que, como veremos, puede adoptar múltiples formas, lo llamaremos sujeto constituyente.

Nos detendremos, a continuación, en el análisis de este doble carácter de la UP: como acontecimiento y como sujeto.

1. LA UNIDAD POPULAR COMO ACONTECIMIENTO

Aquello que convierte a la UP en un acontecimiento político o una irrupción popular con posibilidades creadoras es el encaje e interrelación dialéctica, en un único momento histórico concreto, de tres dimensiones: una dimensión organizativa, una dimensión ideológica o instituyente y una dimensión transformadora o constituyente.

1.1.La dimensión organizativa

En su dimensión organizativa la UP opera como articulación y/o integración de la heterogeneidad de las clases populares y de sus miembros.

Las llamadas clases populares están integradas, por un lado, por todas aquellas personas que no detentan capital ni medios de producción, al menos no suficientes como para depender de sí mismos para vivir, y por tanto tienen que enajenar su fuerza de trabajo de sí mismos y ponerla al servicio de otros como único o principal medio de subsistencia (Piqueras, 2011, 221). Y, por el otro lado, por aquellas personas que tienen que autoexplotarse para sobrevivir. Difícilmente se puede decir que la mayoría de trabajadores autónomos surgidos, como estrategia de subsistencia, ante la crisis o el desmantelamiento de la empresa estatal, sean empresarios. Algunos autores denominaron a estos nuevos autónomos con el término de «fundadores de una existencia» (Existenzgründer), para distinguirlos de «fundadores de una empresa» (Firmengründer). La diferencia entre estos nuevos trabajadores autónomos y un pequeño empresario son evidentes (Bologna, 2006, 49-53). Más que empresarios, Theodor Geiger los define como «proletaroides». A diferencia del trabajador asalariado, los nuevos autónomos no tienen jefe, sin embargo, ambos comparten las mismas condiciones de explotación, ambos se hallan bajo la presión de la demanda, es decir, están obligados a reproducir cada día su prestación laboral, gracias a la cual se ganan la vida. Ambos sobreviven a partir de la explotación de su fuerza de trabajo, incluso los nuevos autónomos en mayor grado, pues no tienen horarios, no tienen salario mínimo asegurado, etc. (Geiger, 1971).

Entre esta amalgama de individuos que conforman las clases populares existe una fuerte fragmentación interna y jerarquización que vienen dadas por diversas divisiones estructurales que se cruzan entre ellas. Entre otras, podemos hacer referencia a tres:

En primer lugar, divisiones estructurales dentro de la población asalariada. Son diversos los autores que desde la década de los setenta en adelante han estratificado a los trabajadores asalariados en función de su posición de privilegio dentro de las relaciones de explotación o por escalas ocupacionales (profesionales, intermedias, no manuales cualificadas, manuales cualificadas, semicualificadas, no cualificadas) que se corresponden con una amplia serie de desigualdades en los ingresos, la salud y la educación (Reid, 1981; Goldthorpe, 1967; Goldthorpe y Hope, 1974; Wright, 1979, 1980, 1985).

En segundo lugar, divisiones estructurales entre desiguales y excluidos. La crisis se ha manifestado, claramente, en la aparición de un cada vez mayor número de sujetos excluidos que viven fuera del espacio de los derechos. La diferencia entre desigualdad y exclusión planteada por Boaventura de Sousa Santos (2003) es aquí clarificadora. Ambos conceptos se refieren a sistemas de jerarquía, aunque diferentes. La desigualdad implica un sistema jerárquico de integración social de distinta posición entre los incluidos. Es un sistema de integración subordinada. Quien se encuentra abajo está dentro, y su presencia es indispensable. La exclusión, por el contrario, implica, igualmente, un sistema jerárquico, aunque dominado por el principio de exclusión. Quien está abajo, está afuera, y su presencia es prescindible (ibid., 125).

Se trata, en consecuencia, de nuevos sujetos que podríamos definir como meros «moradores», «avecindados» o «residentes» pero no como ciudadanos, pues habitan en nuestras sociedades pero en condición de sin derechos o de derechos más limitados que los ciudadanos corrientes. Ejemplos de estos «moradores» sin derechos los encontramos en la conformación de una nueva y cada vez más generalizada generación a la que autores como Guy Standing (2013) han llamado el «precariado» y que se caracterizan, no solo por tener un empleo inseguro, de duración limitada y con una protección laboral insuficiente, sino por quedar anclados en un estatus que no ofrece ninguna posibilidad de carrera profesional, ningún sentido de identidad ocupacional segura y pocos derechos, si es que tienen alguno, en comparación a las prestaciones estatales y empresariales que las viejas generaciones del proletariado industrial o de los funcionarios públicos consideraban como algo propio.

Y, en tercer lugar, existen otras divisiones que se cruzan con las anteriores y las complejizan, como son la división sexual o la división étnica o cultural que diferencian a los individuos en cuanto a oportunidades de vida a través del diferente acceso a los recursos, al prestigio social, al poder, etc. (Roemer, 1995).

En resumen, hablaremos de UP cuando se produce la integración, de manera interseccional, de todas estas heterogeneidades y divisiones en un sujeto histórico unitario con afán de historicidad y mejoras universales de sus condiciones de vida, esto es, de alternatividad sistémica al orden dado de cosas.

1.2.La dimensión ideológica o instituyente

En su dimensión ideológica o instituyente la UP opera a través de conceptos políticos constituyentes de movimiento y de acción, esto es, a través de instituir en los ciudadanos nuevos imaginarios y representaciones colectivas que confrontan con el orden económico, político y social oficial.

Gramsci utilizó la noción de «revolución pasiva», que ya había utilizado previamente Vicenzo Couco en referencia a la revolución napolitana de 1799, para referirse a la necesidad para todo grupo social que quiera tomar el poder e instaurar un orden favorable a sus intereses, de promover primero una transición o adaptación de la realidad social hacía su ideología-cultura o a sus imaginarios colectivos: «Un grupo social puede y hasta tiene que ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (esta es una de las condiciones principales para la conquista del poder)» (Gramsci, 1977, 486).

Para que se produzca una transformación mayoritaria en los imaginarios colectivos y representaciones simbólicas de una sociedad capaces de crear una situación de conflicto entre ordenes cultural-normativos donde el orden económico, político y social oficial no realice las aspiraciones sociales, no es necesario, estrictamente, que todos los ciudadanos y ciudadanas hayan pasado por un proceso previo de formación en teoría crítica y fuerte ideologización, lo que resulta imposible. La vieja concepción termodinámica y mecánica de la evolución progresiva de las estructuras sociales en paralelo a la evolución de la consciencia de los obreros, está ya hoy envejecida. Las recientes experiencias históricas han restaurado el acontecimiento como categoría instituyente de la historia y han demostrado que, sin una población mayoritariamente ideologizada y en el interior del capitalismo social, es posible activar transformaciones de los imaginarios colectivos a través de la expansión de lo que podríamos llamar conceptos políticos constituyentes.

Fueron autores como Richard Koebner (1953; 1964) y, posteriormente, Reinhart Koselleck (2012) quienes han expuesto magistralmente lo que son capaces de hacer las palabras, cómo permiten controlar formas de comportamiento, y cómo pueden provocar acciones y precipitar advenimientos; pero también cómo dependen de los intereses de los actores políticos y de los partidos. En consecuencia, los conceptos políticos son instrumentos lingüísticos de fundamental importancia para aquellos proyectos políticos que quieran incidir e influir en la realidad para transformarla.

Esto se puede entender si analizamos los conceptos de la Ilustración (libertad, igualdad, fraternidad, justicia, etc.) y los efectos que ellos tuvieron en Francia. La Ilustración no inventó estos conceptos, pero sí los convirtió en conceptos políticos constituyentes. Fijémonos en el concepto de «igualdad».

Si bien la igualdad era un concepto que ya existía y que encontramos en la obra de los clásicos, las grandes aportaciones de la Ilustración en este campo fueron: la vinculación entre igualdad y política, y entre igualdad y futuro.

En cuanto al primero, la vinculación entre el ideal de igualdad y la política, los autores de la Ilustración no inventaron un nuevo concepto de igualdad ni tuvieron ninguna intención de hacerlo. Nunca pretendieron ser originales; de hecho consideraban la originalidad en su campo como peligrosa, y siempre prevenían contra el peligro de lo que ellos llamaban l’esprit de système. No ambicionaban emular los grandes sistemas del siglo XVII de Descartes, Spinoza o Leibniz. En su doctrina de los derechos inalienables del hombre no hay nada nuevo que no apareciera ya en los libros de Locke, Grocio o Pufendorf. El mérito de Rousseau y sus contemporáneos reside en otro campo, en sacar este concepto del ámbito de la metafísica y llevarlo al de la política. El siglo XVII había creado una metafísica de la naturaleza y de la moral. Los autores de la Ilustración perdieron el interés por las especulaciones metafísicas y concentraron sus energías en la acción. No querían inventar ni demostrar los primeros principios de la vida social del hombre, sino afirmarlos y aplicarlos, convertirlos en eficaces (Cassirer, 1992, 208). El objeto de la Declaración de Independencia, escribió Jefferson el 8 de mayo de 1825 en una carta a Henry Lee, «no consistió en encontrar principios nuevos, o nuevos argumentos que nadie hubiera pensado antes, ni siquiera en decir cosas que nadie hubiera dicho; sino en presentar ante la humanidad el sentido común de la cuestión, en términos tan llanos y firmes que obligaran al asentimiento [...] No aspirando a la originalidad de principio o de sentimiento, se quiso que fuera una expresión del pensamiento americano, y que esta expresión tuviera el tono apropiado y el espíritu que la ocasión demandaba» (Cassirer, 1992, 210).

Por tanto, los autores de la Ilustración convirtieron la noción de igualdad en un concepto para la lucha política; al asociar igualdad y política convirtieron la primera en un ideal que problematiza en relación con el statu quo y pretende transformarlo.

Y en cuanto al segundo, la vinculación entre el ideal de igualdad y el tiempo futuro, para los pensadores ilustrados del siglo XVIII, el futuro de la humanidad, la formación de un potencial orden social y político donde se hagan efectivos de manera absoluta los ideales filosóficos y políticos de igualdad, libertad, etc., era su principal y verdadera preocupación. A diferencia de los románticos del siglo XIX que se caracterizarán por una idealización y espiritualización del pasado (los románticos aman el pasado por el pasado), la Ilustración articuló sus ideales en torno al futuro. «Nosotros hemos admirado menos a nuestros antepasados, dijo un escritor del siglo XVIII, pero hemos querido más a nuestros contemporáneos, y hemos esperado más aún de nuestros descendientes», decía Chetellux en De la félicité publique.

Esta asociación entre igualdad y política e igualdad y futuro convierte la igualdad en un concepto político constituyente.

Los conceptos políticos constituyentes se caracterizan por los siguientes rasgos (Koselleck, 2012, 207-214):

Son conceptos epocales, esto es, conceptos que se presentan a sí mismos como creadores de una nueva época propia en contraste con el pasado.

Son conceptos que derivan de un verbo. Esta peculiaridad genética los convierte en conceptos de acción y movimiento, caracterizados por una dinamización que pasa del verbo al sustantivo. No expresan un resultado, sino algo que conseguir.

Son conceptos que poseen una estructura temporal interna en progreso permanente. Crean una tensión que requiere no solo que haya cambios respecto al pasado, sino que estos cambios sean permanentes. En el momento en que un grupo social consigue total o parcialmente, mediante la lucha social, los objetivos apropiados al concepto, el ideal inherente en él se desplaza automáticamente en el tiempo reconstituyéndose en una expectativa más exigente.

Son conceptos que producen, directa o indirectamente, ideología. Todo concepto lleva implícito sus contraconceptos, de la oposición interna entre ambos brotan sospechas ideológicas, y cuanto más sospechoso, más debe uno esclarecerlo con el fin de poder desenmascarar la ideología. Estas contradicciones y esclarecimientos presuponen una autorreflexibilidad del concepto e incluyen la capacidad de teorización, lo que produce ideologización.

Son conceptos que se conforman como singular colectivo. Pueden ser reivindicados por todos, por segmentos o simultáneamente. Pueden personalizarse o despersonalizarse.

En resumen, estos rasgos convierten los conceptos políticos constituyentes en conceptos-guía con un gran potencial semántico y pragmático.

Cuando estos dejan de pertenecer solo al lenguaje de los doctos y se convierten también en posesión de la conciencia del hombre común, cuando estos terminan por ser empleados corrientemente, establecen un puente de unión entre la alta y la media cultura, y generan la conformación de nuevos imaginarios sociales que cuestionan la realidad y conducen a la acción colectiva.

La universalización en los imaginarios sociales, por parte de la Ilustración, de conceptos políticos constituyentes, como el de igualdad, justicia, etc., hizo que la imposición después de la Revolución francesa de los intereses económicos burgueses, la aparición del proletariado y agudización de las contradicciones de clase, solo pudiera llevar a las revoluciones de 1830 y de 1840 y al levantamiento de la Comuna de 1871. Como señala Koselleck, se trataba de insurrecciones que en cierto modo habían sido, involuntariamente, preprogramadas lingüísticamente.

Conjuntamente con los conceptos políticos surgidos de la Ilustración, los conceptos formados con el sufijo -ismo son también ejemplos que a lo largo de la historia han ejercido de conceptos políticos constituyentes (socialismo, comunismo, patriotismo, etcétera).

En consecuencia, todo proceso de UP requiere la expansión de conceptos políticos constituyentes en los imaginarios sociales que actúen como conceptos-acontecimiento o conceptos-guía de la movilización y acción colectiva. Estos conceptos puede ser la propia noción de UP en sí misma, conceptos formados con el sufijo -ismo u otro tipo de conceptos.

1.3.La dimensión transformadora o constituyente

En su dimensión transformadora o constituyente, la UP opera como institucionalización de una nueva Constitución política creadora de instituciones estatales y/o sociales específicas estables desde las que llevar a cabo la acción política estatal y/o autogestionaria capaz de adecuar el orden real al orden querido.

Esta es la fase donde el acontecimiento histórico pasa a estar representado por instituciones específicas cuya materialización más visible suele ser, en muchos casos, un gobierno provisional primero y estable después, aunque no necesariamente debe ser así.

La institucionalización del acontecimiento histórico en nuevas instituciones específicas que lo representen es imprescindible para la consolidación del mismo. En primer lugar, los acontecimientos se representan por medio del lenguaje y es necesario alguien que lo exprese. Y, en segundo lugar, la aceptación por parte de la población de la nueva realidad no puede producirse si no está representada en instituciones específicas.

Nos detendremos, detalladamente, en este tema de la institucionalización del acontecimiento histórico en el punto 3.1. del presente capítulo.

Vistas estas tres dimensiones podemos afirmar que cualquier proyecto de UP que se construya a partir de su perfecta triangulación sería un proceso óptimo. Por el contrario, aquellos proyectos de UP que pretendan construirse tomando algunas de estas dimensiones como su totalidad y rechazando las demás, tienen menos posibilidades de éxito.

Los sujetos políticos que pretendan construir la UP como concepto político constituyente y como institucionalización de un nuevo régimen, pero haciéndolo de espaldas a los movimientos sociales y al resto de organizaciones políticas de izquierdas, están condenados al fracaso. O aquellos que pretendan cerrar acuerdos entre sujetos políticos para institucionalizar un nuevo régimen, pero haciéndolo sin haber creado y universalizado en los imaginarios colectivos de la sociedad donde operan ningún tipo de concepto político constituyente movilizador, están condenados a unos resultados electorales insuficientes. O aquellos que construyan la UP como relato y como articulación y/o fusión de sujetos políticos, pero luego opten por la continuidad institucional y jurídica sin ningún tipo de ruptura, acaban perdiendo todo apoyo social.

Evidentemente, la construcción de un proceso de UP que triangule de manera óptima las tres dimensiones es siempre imposible, ya que todo proyecto político tiene siempre sus contradicciones, lo que se manifiesta claramente cuando se pasa de un análisis teórico de la noción de UP a un análisis práctico de proyectos de implementación de la misma.

2. LA UNIDAD POPULAR COMO SUJETO

Como hemos señalado al inicio, todo acontecimiento político como acto instituyente de la Historia debe ser nominado, es decir, debe haber un sujeto colectivo que lo protagonice, y que sea capaz de organizar y gestionar el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, formalizando la nueva realidad. Pero ¿cómo se conforma y qué formas puede adoptar este sujeto constituyente?

2.1.Conformación y formas del sujeto constituyente

Existen dos posicionamientos extremos y antagónicos en este sentido. Por un lado, está la que llamaremos tesis subjetivista del acontecimiento, que defiende que el sujeto político es preexistente al acontecimiento. Según esta tesis, el sujeto hace o crea el acontecimiento. Y, por otro lado, está la que denominaremos tesis objetivista del acontecimiento, que sostiene que el sujeto político surge y se construye en el propio acontecimiento. Al contrario de la anterior, según esta, el acontecimiento hace o crea el sujeto político.

2.1.1. La tesis subjetivista: el sujeto crea el acontecimiento

Es común encontrar en los textos de Marx la tesis de que «las personas hacen la Historia». Esta es una afirmación reiterada a lo largo de toda su obra, desde la Crítica de la filosofía del derecho donde escribe: «la Historia no es más que la actividad del hombre que persigue sus propios fines», pasando por La Sagrada Familia donde de manera casi idéntica señala: «la Historia no es sino la actividad del hombre que persigue sus objetivos», y terminando en El capital, texto en el que mencionando a Giambattista Vico, escribe: «la historia del hombre se distingue de la historia de la naturaleza en que hemos hecho aquella, pero no esta» (Pereyra, 1984, 13).

La frase «las personas hacen la Historia» fue usada por Marx como contraafirmación, por un lado, frente a los planteamientos teológicos y providencialistas de la Historia, según los cuales la vida de las personas viene determinada por Dios, por el azar, etc., lo que conduce a una inevitabilidad de la Historia; y, por otro lado, contra el idealismo kantiano y hegeliano según el cual la Historia se explicaría sin la praxis material, en cuanto movimiento autónomo de la conciencia. Idea expresada, entre otros, mediante el concepto hegeliano de Geist, un sujeto colectivo inmaterial y que trasciende las condiciones materiales, que es el actor de la Historia (nacional).

Frente a estos planteamientos, Marx usa la afirmación «las personas hacen la Historia» para expresar la idea de que es la acción social de los seres humanos en el interior de las relaciones de producción materiales y sociales la que constituye el punto de partida para la explicación del movimiento de la sociedad.

Ahora bien, a pesar de que toda afirmación o proposición teórica como a la que aquí nos referimos, creada para actuar en el marco de un enfrentamiento ideológico circunstancial, en este caso contra el teologismo, el providencialismo y el idealismo, debe ser relativizada una vez superado el momento de polémica ideológica; lo que hizo parte del marxismo posterior a Marx fue, por el contrario, interpretarla y aplicarla a la realidad en sentido literal y dogmático, surgiendo la versión más extrema de la tesis subjetivista del acontecimiento histórico.

Esta versión de la tesis subjetivista parte de la idea de que el acontecimiento histórico viene determinado, fundamental y unilateralmente, por factores subjetivos, por la praxis militante de las personas. Las personas crean (en sentido literal) la Historia.

Aparece aquí la famosa pareja terminológica «condiciones objetivas/condiciones subjetivas». Entre los factores objetivos o económico-sociales (grado de explotación, desempleo, pobreza, corrupción, etc.) y los factores subjetivos o ideológico-políticos (formas de la conciencia social, nivel de organización, grado de elaboración de una línea político-estratégica, etc.), el advenimiento del acontecimiento histórico depende, principalmente, de la maduración de los segundos.

Dicho en otras palabras, esta es una tesis que se construye sobre dos premisas:

La primera es la creencia de que el acontecimiento histórico se produce como consecuencia del tránsito de la clase social económica a la clase social político-ideológica, o, lo que es lo mismo, la transformación de la clase en sí en clase para sí. El marxismo usa el término «clase» en una doble significación: en un sentido estrictamente económico, el concepto clase remite a un grupo social configurado por su lugar en el sistema productivo, por su posición en el interior de las relaciones de producción; y en un sentido ideológico-político, en el que tal concepto se refiere a un grupo social constituido también por una conciencia de sí mismo compuesta por cuatro elementos: identidad, oposición, totalidad y alternativa. Cuando una amplia mayoría de los trabajadores ha hecho el tránsito de clase económica a clase político-ideológica se dan las condiciones para que ocurra el acontecimiento político transformador.

Y la segunda es que el tránsito de clase económica a clase políticoideológica se da como fruto de la acción pedagógica, formativa, educativa y organizativa que la dirección revolucionaria y sus formas organizativas (partido, sindicato, movimientos sociales, etc.) ejercen sobre el conjunto de los trabajadores. La agitación, propaganda y organización son los elementos que permiten unilateralmente instituir un acontecimiento que reabre la Historia.

La maduración de lo subjetivo (el grado de conciencia y organización de las masas, de desarrollo de la lucha de clases, de existencia de un programa político-estratégico, etc.) es, en consecuencia, lo que en última instancia acaba determinando el acontecimiento político.

Esta es una posición heredada de los planteamientos de Lenin en su folleto de 1902, ¿Qué hacer?, y de Trotsky, quien narrando el devenir de la Revolución rusa atacó las que llamaba ideas ingenuas acerca de la espontaneidad de las masas, y se adhería a la posición de un sujeto de vanguardia separado de y capaz de conducir a la sociedad hacia la revolución.

Se trata de una tesis en la que la realidad (objetividad) se percibe como lo opuesto a lo subjetivo, como lo «otro» situado frente y en contra de él, como lo «dado» a la contemplación, al análisis y a la transformación; la construcción de las condiciones subjetivas es un proceso independiente de la objetividad para transformar; y el acontecimiento es el resultado de la intervención unilateral de los protagonistas de la práctica subjetiva. El medio social es, por tanto, una pura construcción o creación del sujeto.

En resumen, esta es una concepción que parte de la idea de que el acontecimiento histórico (la revolución) se organiza unilateralmente por un sujeto político preexistente por medio de la llamada acumulación de fuerzas, esto es, la agitación, la propaganda y la organización, de manera que lo que intencionalmente se quiere que suceda, acaba, si se trabaja bien, por suceder.

2.1.2. La tesis objetivista: el acontecimiento crea el sujeto

Mientras que la afirmación «las personas hacen la Historia» ha sido interpretada literal y dogmáticamente por unos, ha sido también cuestionada radicalmente por otros. A partir de determinadas preguntas (¿son las personas las que hacen la Historia o la Historia la que hace a las personas?, ¿cómo se relaciona el «hacer» con las circunstancias dadas?, ¿cómo se explica la no coincidencia, en muchas ocasiones, entre los fines o intenciones de los que «hacen» la Historia y los resultados de este «hacer»?) se pone en duda tal afirmación y se la hace menos simple y clara. Es a raíz de este cuestionamiento como se construye la tesis objetivista.

A diferencia de la tesis subjetivista que otorga prioridad a la acción de los seres humanos como creadora del acontecimiento, la tesis objetivista concede primacía a las circunstancias prevalecientes. Los sujetos no hacen la Historia a su libre arbitrio, sino que esta es el resultado de un complejo de circunstancias y realidades no elegidas por ellos. En consecuencia, frente a la participación consciente, esta tesis opone las circunstancias determinantes y frente a la actividad voluntaria intencional, el medio condicionante.

Esta es una tesis que percibe, por tanto, las circunstancias condicionantes del acontecimiento como algo autónomo y exterior al sujeto político. Las circunstancias hacen la Historia al margen de la intervención activa de las personas.

Ahora bien, aun coincidiendo en este punto de partida, han existido distintos posicionamientos dentro de la tesis objetivista acerca de la naturaleza de las circunstancias objetivas condicionantes del acontecimiento.

Mientras que a finales del siglo XIX e inicios del XX se consideraba que estas circunstancias condicionantes tenían un carácter acumulativo y previsible, en la actualidad, los defensores de la tesis, entre los que ubicamos a Alain Badiou, plantean que las circunstancias condicionantes tienen un carácter espontáneo e imprevisible.

Uno de los ejemplos paradigmáticos de la tesis objetivista a finales del siglo XIX e inicios del XX, fueron los posicionamientos de algunos de los miembros de la II Internacional (1889-1914), especialmente los de Karl Kautsky, quien educado en las teorías naturalizantes y evolucionistas de Darwin y Herbert Spencer a las que posteriormente incorpora el marxismo, planteaba el paso del capitalismo al socialismo como un hecho objetivo inevitable predeterminado, al margen de la acción humana, por las leyes inmutables de la Historia. Las circunstancias condicionantes del acto revolucionario tenían aquí un carácter acumulativo; el propio desarrollo del capitalismo lleva asociado la agudización progresiva y acumulativa del antagonismo de clase que será la causa del derrumbe final del capitalismo. Y un carácter previsible: la autodestrucción del capitalismo es algo a medio o largo plazo inevitable y predecible.

En la actualidad, por el contrario, autores como Badiou perciben el acontecimiento político rupturista como un acto espontáneo e imprevisible que surge de la coincidencia azarosa y oportuna de determinadas circunstancias, al margen de la actividad humana.

La idea del acontecimiento como acto espontáneo e imprevisible es algo que ya encontramos en el texto Sobre la revolución de Hanna Arendt. En esta obra y refiriéndose a la Revolución norteamericana, Arendt reproduce la cita de Benjamin Franklin: «Nunca había oído en una conversación con cualquier persona, por borracha que estuviese, ni la más mínima expresión del deseo de una emancipación, o la insinuación de que tal cosa pudiese ser beneficiosa para América» (Arendt, 1988, 59). Con ello, lo que Franklin pareciera sugerir y Arendt reafirmar es que la revolución que se produjo en Norteamérica no fue un suceso pensado a priori, un proyecto preparado conscientemente por parte de algunos conspiradores que tuvieron éxito en ponerlo en marcha. En el mismo sentido, Badiou señala que el acontecimiento político «es impredecible, incalculable» y «está sujeto a la suerte» (2006, 46), al igual que con en el amor, un día, de golpe y de repente, se produce un encuentro amoroso que cambia toda una vida, sin que el mismo hubiera podido ser previsto usando reglas de conocimiento ni preparado conscientemente.

Este planteamiento del acto rupturista como espontáneo e imprevisible determina la categoría de sujeto del acontecimiento en Badiou. Para este, es el acontecimiento el que induce la aparición del sujeto político. La colectividad toma conciencia en aquel instante de la excepcionalidad del momento y se pone al servicio del mismo, conformándose entonces en sujeto constituyente. En palabras de Badiou, lo que la colectividad vendría a pensar sería: «este acontecimiento ha tenido lugar, es algo que no puedo evaluar, ni demostrar, pero respecto al cual seré fiel» (2006, 47).

Así pues, mientras que en la tesis subjetivista primero es el sujeto político y luego el acto revolucionario, aquí primero es el acontecimiento político histórico del cual nace el sujeto político.

2.1.3. Las formas del sujeto constituyente

Resulta evidente la incapacidad de las anteriores dos tesis antinómicas unilaterales para entender las relaciones de determinación dialécticas entre sujeto social y medio social. En ellas, o bien se define el medio social como pura construcción o creación del sujeto y entonces se olvida la vigencia autónoma de las instituciones, se olvida que las circunstancias educan al hombre; o bien se define el sujeto social como resultado del medio, y entonces se olvida la actividad humana, se olvida que las circunstancias son transformables por esta última (Echevarría, 1975, 61). Ninguna de ambas tesis es, por sí sola, capaz de explicar el proceso de conformación de los sujetos políticos.

Este es, sin embargo, un dualismo superado por gran parte de la teoría social. En su texto Le retour de l’événement (1972), Edgar Morin habla de la necesidad de concebir la Historia como una combinación de procesos autogenerativos y heterogenerativos, que mezclan determinismos estructurales objetivos y acontecimientos que son a la vez el producto de factores subjetivos como la lucha social o la imaginería colectiva. Un acontecimiento no es algo que surja de manera azarosa; no existe si no hay un deseo, una voluntad colectiva y un imaginario social de vivir de otro modo.

Autores como K. Kosik o C. Pereyra han desarrollado, rescatando la concepción dialéctica hegeliana del proceso como totalidad, la idea de que el acontecimiento histórico no es simplemente resultado de la situación o de la intervención de quienes actúan en ella. Depende de ambos momentos que no son independientes entre sí, ni siquiera complementarios, sino lados de una realidad unitaria (Pereyra, 1984, 21):

La situación dada no existe sin los hombres, ni los hombres sin situación. Únicamente sobre esta base puede desarrollarse la dialéctica entre la situación (dada a cada individuo, a cada generación, a cada época y clase) y la acción que se desarrolla sobre la base de premisas ya dadas y realizadas. Con respecto a esta acción, la situación dada se presenta como condición y premisa; a su vez, la acción da a esta situación determinado sentido (Kosik, 1967, 258-259).

Tomando como punto de partida esta relación dialéctica entre circunstancias y personas, podemos afirmar que el hecho de que las circunstancias materiales y culturales condicionantes y los tipos de acumulación histórica, organización, estrategia y acción de los agentes sociales sean distintos en cada territorio y época, hace que la combinación dialéctica entre ellos derive también en distintas formas de acontecimiento político y sujetos constituyentes en cada lugar histórico-concreto.

Así, pueden diferenciarse distintos tipos de acontecimiento-sujeto, entre otros aspectos, por la finalidad, por su contenido o por la dirección del proceso.

En cuanto a la finalidad, podemos distinguir, por ejemplo, entre acontecimientos-sujetos de movilización defensiva protagonizados por grupos o partidos políticos que quieren proteger sus intereses propios puestos en peligro por otros grupos o actores; y sujetos y procesos de movilización ofensiva protagonizados por grupos o actores que ven la oportunidad de convertir sus intereses en universales.

Respecto al contenido podemos distinguir entre acontecimientos-sujetos conflictivos o antirrégimen que quieren llevar a cabo una trasformación estructural del sistema; y acontecimientos-sujetos no conflictivos o antigubernamentales que simplemente pretenden un cambio de gobierno que varíe el rumbo ideológico de las políticas, aunque sin modificar el sistema.

Y en cuanto a la dirección del proceso, podemos diferenciar entre movilización desde abajo, donde esta surge de un momento organizativo de tipo democrático; y movilización desde arriba, donde un grupo de élites o un partido ya formado toma la dirección de una movilización o la crea, apoyándose en el descontento y la insatisfacción de sectores populares, para aprovecharla en su favor.

De las múltiples naturalezas y combinaciones dialécticas posibles del medio social y los sujetos sociales pueden darse experiencias de UP muy variadas. La historia política contemporánea está llena de acontecimientos de irrupción popular y sujetos constituyentes, cada uno de ellos con sus propias particularidades.

Si bien resulta imposible hacer mención de todas las formas que puede adoptar el sujeto constituyente en el marco de acontecimientos de UP, el presente trabajo tomará como referencia para su análisis lo que considera tres formas-tipo puras en que puede conformarse el sujeto constituyente: 1. el sujeto constituyente como partido o coalición de partidos políticos; 2. el sujeto constituyente como identificación del pueblo-masa con un líder; y, 3. el sujeto constituyente como agregación de luchas y movimientos sociales.

Hay que ser conscientes, sin embargo, de que lo normal es que existan formas híbridas de sujeto constituyente que mezclen elementos de dos o tres de estos formas-tipo puras.

3. SUJETO CONSTITUYENTE Y CONSTITUCIÓN POLÍTICA

3.1.La institucionalización del acontecimiento histórico: ¿qué Constitución política?

La tarea del sujeto constituyente es organizar y gestionar, en el marco del proceso abierto por el acontecimiento político, el tránsito entre lo viejo y lo nuevo, formalizando y consolidando el acto revolucionario en una nueva Constitución política.

Si bien muchos Estados latinoamericanos utilizan el concepto de Constitución política para referirse a la totalidad de su texto constitucional (Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia, Constitución Política de la República de Chile, Constitución Política de los Estados Unidos de México, etc.), con el nombre de «Constitución política» nos referiremos aquí a una parte de la constitución, concretamente a la forma de gobierno.

Se trata, sin embargo, no de una concepción restringida, sino de una concepción originaria y ampliada de gobierno. La Declaration of Rights and Frame of Government as the Constitution of the Commonwealth of Massachusetts (1780), considerada como uno de los primeros textos constitucionales de la historia, estructuró su índice en dos grandes partes: la de los derechos y la del gobierno. Gobierno no se entendía de manera restringida como solo la rama del Ejecutivo del Estado, sino que se refería a todo el complejo del sistema político regido por la norma constitucional. En el interior de la parte titulada The Frame of Government, se incluían tres capítulos dedicados a los poderes: el primero al Legislative Power, el segundo al Executive Power y el tercero al Judiciary Power.

Actualmente, en Estados Unidos, government sigue teniendo este sentido más genérico, de ahí la expresión intergubernamental como sinónimo de interestatal o la denominación de non-governmental organization (NGO/ONG) para referirse a organizaciones no dependientes del Estado. De igual modo, la Constitución española de Cádiz de 1812 tituló la totalidad del capítulo referido a las potestades con el nombre del Gobierno, refiriéndose así a todo el árbol político del Estado (Clavero, 2007, 17-18).

En consecuencia, hablaremos de Constitución política para referirnos a la forma de gobierno entendida como el conjunto de principios, valores y normas de la constitución que guardan relación con: 1. la concepción imperante de pueblo y el procedimiento de conformación de la voluntad colectiva; 2. la ordenación de la relación entre titularidad y ejercicio del poder; y, 3. el modo de ejercicio del poder.

La Constitución política es aquella parte de la constitución (escrita o no) que atañe al modo de existencia, organización política y gobierno de una totalidad social, y los modos de toma y ejecución de decisiones en su interior, es decir, un determinado tipo de democracia.

Todo acto revolucionario puede formalizarse y consolidarse en una Constitución política o tipo de democracia articulada a través de instituciones estatales y/o instituciones sociales. Esta es la eterna discusión dentro de la izquierda, cuyos dos extremos se hallan representados por Lassalle y Proudhon.

Heredero de la teoría hegeliana del Estado como expresión de la sociedad en su conjunto, Lassalle defendió la consolidación del acto revolucionario mediante la ocupación y democratización del Estado como institución desde la que organizar y controlar la producción, garantizando la justicia social. Posicionamiento que acabó manifestándose más tarde en el socialismo de Estado, también llamado socialismo real, y en la socialdemocracia.

Por el contrario, Proudhon criticó a los que tratan de reformar la sociedad por iniciativa del Estado acusándoles de caer en lo que llamó la ilusión jacobina: «en lugar de enseñar al pueblo a organizarse, le piden el poder» (Rosanvallon, 1979, 40). Para Proudhon, el objeto del socialismo es absorber el Estado en la sociedad, por lo que la única manera de consolidar la ruptura constituyente es institucionalizarla en múltiples instituciones de autonomía y autogestión popular que absorban el Estado.

Ahora bien, a pesar de esta eterna discusión entre instituciones estatales y/o sociales, es un hecho empíricamente demostrado que la casi totalidad de revoluciones modernas y contemporáneas que han triunfado han acabado institucionalizándose por medio de una Constitución política escrita de tipo estatal. ¿Es posible, en nuestras sociedades actuales, revertir esta tendencia e institucionalizar el acontecimiento político de irrupción popular en una Constitución política de tipo popular y autogestionaria que absorba el Estado?

No han faltado, más allá de Proudhon, propuestas en este sentido. Quizá las más recientes sean las que provienen de Hardt y Negri. Estos han planteado como la institucionalización estatal de la ruptura social sirve solo para domesticarla, detenerla y enterrarla. Frente a ello plantean que la única manera de extender y desarrollar de manera potente y duradera la ruptura es mediante la institucionalización de las estructuras de poder dual que cuestionaron el Estado, como nuevas instituciones de autogestión colectiva que absorban el aparato estatal.