El taller de los sueños - Mario Bustillo - E-Book

El taller de los sueños E-Book

Mario Bustillo

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SIEMPRE HE PENSADO QUE ALGUNOS libros de origen académico pueden ser densos en su lectura y se tornan aburridos por pretender un aprendizaje formal. El taller de los sueños nace a partir de hechos de la vida real que me inspiraron para escribir una novela breve en la que relato tres historias, con ellas le doy forma a la necesidad de solución de continuidad en la cadena de valor de las familias empresarias que tienen directivos, fundadores o emprendedores. No quise enredarme con academicismos ni citas bibliográficas. Esta novela me ha servido para entrelazar de forma narrativa mis experiencias como miembro de una familia empresaria y en mi práctica profesional, como consultor de gobierno empresarial y familiar. En paralelo a mi vocación profesional, la pasión por escribir vivía en mí y de repente despertó durante el primer año de la pandemia por el COVID-19. Me lancé a escribir sin parar y descubrí que al mismo tiempo exorcizaba mi pasado. Tuve que detenerme y dejar de escribir durante algunos meses; después supe que esta era una práctica recomendada por filólogos y escritores. Recuerdos, emociones dormidas, secretos no revelados, frustraciones vividas y otros tantos demonios se arremolinaron en mi mente de forma desmesurada. Ya en calma, la esperanza revivió y pude continuar con mi empeño por escribir. Escarbé en los textos y mientras los depuraba observé cómo se amalgamaban con otras historias que aparecían como si hubieran estado alineadas en una inusitada fila de espera.

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Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Bustillo, Mario, autor

El taller de los sueños : una empresa de familia / Mario Bustillo -- Primera edición -- Bogotá : Taller de Edición Rocca, 2022

160 páginas. -- (Ex-Libris. Novela)

Incluye datos biográficos del autor

ISBN 978-628-95293-0-2

1. Novela colombiana - Siglo XXI 2. Empresas familiares - Novela

CDD: Co863.5 ed. 23

CO-BoBN - a1099896

© Mario Bustillo© Taller de Edición Rocca® SAS

Colección Ex-Libris

Primera edición: TALLER DE EDICIÓN ROCCA®, octubre de 2022

Bogotá, D. C., Colombia

ISBN: 978-628-95293-0-2

ISBN (digital)978-628-95293-2-6

Edición y producción editorial: TALLER DE EDICIÓN ROCCA® SAS / COLECCIÓN EX-LIBRIS

Carrera 4A No. 26A-91, oficina 203

Teléfonos: (57+601) 243 2862 - 284 8328

[email protected]

[email protected]

www.tallerdeedicion.com

Bogotá, D. C., Colombia

Director:

Luis Daniel Rocca Lynn

Coordinación editorial:

Juanita Rocca Toro

Edición al cuidado de:

Liza Johanna Ariza Tarazona

Diseño y diagramación:

Juan Pablo Rocca Barrenechea

Fotografía de solapa:

Camila Bustillo

Fotografía de cubierta:

Luisa Fernanda Guerrero

Conversión:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en su todo o en sus partes, ni registrada o transmitida por un sistema de recuperación, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico o fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor y del editor, Taller de Edición Rocca®.

ÍNDICE DE CONTENIDO

PRÓLOGO

LAS HISTORIAS DE LAS EMPRESAS SE CUENTAN POR LAS HISTORIAS DE SUS FUNDADORES

PRIMERA PARTE

DEL MAR CARIBE A LOS ANDES

EL TALLER DE LOS SUEÑOS

LA PRIMERA REPÚBLICA

PA’ ZARAGOZA O PA’L CHARCO

LA SEGUNDA REPÚBLICA

LA TERCERA REPÚBLICA

BLANCA

SEGUNDA PARTE

LA PRIMERA ENTREVISTA

ILONA

EL CONTRATO

DE LOS ALPES A LOS ANDES

LA SEGUNDA ENTREVISTA

LEVEN ANCLAS

LA BRUJA Y EL OGRO

ENTRE DOS CORRIENTES

LA TERCERA ENTREVISTA

LA NOTICIA

LA TERCERA GENERACIÓN

LA RECOMPENSA

LA CAJA DE PANDORA

LA HORA CERO

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

El hombre que no sueña, no está en la realidad.

POLICARPO BUSTILLO SIERRA

PRÓLOGO

SIEMPRE HE PENSADO QUE ALGUNOS libros de origen académico pueden ser densos en su lectura y se tornan aburridos por pretender un aprendizaje formal. El taller de los sueños nace a partir de hechos de la vida real que me inspiraron para escribir una novela breve en la que relato tres historias, con ellas le doy forma a la necesidad de solución de continuidad en la cadena de valor de las familias empresarias que tienen directivos, fundadores o emprendedores. No quise enredarme con academicismos ni citas bibliográficas. Esta novela me ha servido para entrelazar de forma narrativa mis experiencias como miembro de una familia empresaria y en mi práctica profesional, como consultor de gobierno empresarial y familiar.

En paralelo a mi vocación profesional, la pasión por escribir vivía en mí y de repente despertó durante el primer año de la pandemia por el COVID-19. Me lancé a escribir sin parar y descubrí que al mismo tiempo exorcizaba mi pasado. Tuve que detenerme y dejar de escribir durante algunos meses; después supe que esta era una práctica recomendada por filólogos y escritores. Recuerdos, emociones dormidas, secretos no revelados, frustraciones vividas y otros tantos demonios se arremolinaron en mi mente de forma desmesurada. Ya en calma, la esperanza revivió y pude continuar con mi empeño por escribir. Escarbé en los textos y mientras los depuraba observé cómo se amalgamaban con otras historias que aparecían como si hubieran estado alineadas en una inusitada fila de espera.

Todos, en grado mayor o menor, guardamos en nuestro interior ese Geppetto, ese alquimista que nos hace fabricar sueños refugiados en el taller de nuestras mentes, los elaboramos por horas, días, semanas y años. Artistas, escritores, empresarios, todos tenemos siempre un proyecto en mente con el cual soñamos: ese proyecto que nos sacará de pobres, que nos llevará a la cima, que nos hará trascender, porque vivimos para soñar y soñamos para existir.

LAS HISTORIAS DE LAS EMPRESAS SE CUENTAN POR LAS HISTORIAS DE SUS FUNDADORES

—BUENOS DÍAS, ALEIDA. GRACIAS por atender nuestra invitación —saludó Rafael Giraldo, CEO de Central de Aceites La Palma, mientras se quitaba sin prisa los anteojos y los limpiaba con un paño antes de guardarlos en el bolsillo de la solapa.

—Para mí es un placer acompañarlos en el proceso de sucesión de la empresa —respondí con la mirada puesta en Rafael.

—He revisado su propuesta y me parece muy interesante, pero…

Tragué saliva con esfuerzo, cuidando que mi lenguaje corporal no me delatara.

—… Pero veo con sorpresa que nuestra familia sería su primer caso y esa falta de experiencia…, me hace dudar. Para serle honesto, no sé si usted sería la persona indicada para acompañarnos en este proceso. —Después de terminar su frase, Rafael fijó su mirada en mí a la espera de una respuesta, mientras lanzaba la tan trillada como inútil mención—. Con el mayor respeto, Aleida.

La ocasión me retaba a recibir un «no» devastador que, por supuesto, no quería escuchar. Decidí enfrentar mis miedos y, sin rodeos, interrumpir.

—Es cierto lo que usted afirma, Rafael. Sin embargo, le puedo asegurar que será muy difícil encontrar un consultor que, además de tener los conocimientos profesionales, haya vivido el proceso en carne propia.

—¿En carne propia?

—Sí, viví muy de cerca la experiencia. Mi padre y sus hermanos, a pesar de sus esfuerzos por permanecer vigentes en la arena empresarial, no pudieron avanzar de la segunda a la tercera generación.

—Bueno, ¿y en qué parte se encuentra usted?

—Soy testigo o, mejor, la coprotagonista de «un estudio de caso» —le dije mientras recreaba con mis dedos las comillas.

—Pero ¿qué pasó con la empresa? ¿Quebró?

—La empresa se salvó de la quiebra, pero la familia quedó hecha pedazos —afirmé.

—Ya veo.

Rafael abrió los ojos de par en par y, para esconder su sorpresa, se echó hacia atrás un mechón de canas hirsutas, mientras decía:

—Me llamó la atención su intervención como panelista en el congreso sobre familia y empresa. Usted decía que la sucesión en las familias empresarias ocupa el vagón de cola, nadie o casi nadie se preocupa por ese tema.

—Eso es una realidad —interrumpí. Las familias se preocupan por el crecimiento de sus empresas sin prestar atención al valor de la familia.

—Aleida, ¿dónde nació?

—En Bogotá.

—¿Y su familia paterna y materna?

—Ellos migraron de diferentes lugares de Colombia: Santander, Bolívar y Nariño.

—Esos son los orígenes de la gran mayoría de los bogotanos de hoy —ratificó Rafael con una sonrisa medio cómplice.

—A veces pienso que soy un mosaico, una paleta de muchísimos colores —le dije mientras miraba una fina porcelana multicolor con motivos moriscos que adornaba una de las bibliotecas de la oficina.

—¿Le gusta el arte marroquí? Esa pieza la traje de mi último viaje.

—Sí, es muy interesante, sobre todo por la presencia del cuero repujado que le da un toque especial. Por algo el arte de la marroquinería viene de allí.

Esa era yo, Aleida Cabrales, consultora novata que intentaba conversaciones profesionales e inesperadamente personales, a la espera de la muy posible negativa por parte de mi primer cliente potencial.

—Lo que le sucedió a la anterior generación de mi familia me dejó lecciones de vida que quiero compartir con otros, porque hay situaciones que se pueden prevenir y errores que se pueden evitar.

Rafael apoyó los codos sobre la mesa de juntas y sostuvo su cara con las manos.

—Creo que en la familia hemos esperado demasiado para darnos cuenta de los problemas que debemos enfrentar. El futuro de la empresa está en juego.

Dirigí la mirada a un retrato que parecía del fundador o de alguien importante. El hombre de la imagen era de aspecto grueso, canoso, con una nariz de Cyrano de Bergerac que por poco cabía en el cuadro; abrazaba con afecto a un trabajador. La escena sucedía en lo que parecía un cultivo de palmas. Me sentí más relajada, sobre todo después de escuchar el comentario de Rafael. Proseguí:

—Las familias empresarias tienen valores importantes que deben definir. En ocasiones desconocen que lo esencial y, a veces, lo menos común es reconocer sus errores y con humildad. Ahora, no basta con eso, aunque es un paso importante el que ustedes han dado, debemos identificar qué es lo que cada miembro de la familia quiere y hacia dónde quieren llegar como colectividad. El objetivo será que la familia logre establecer un plan de vida como núcleo, con el propósito de diseñar una solución de continuidad.

—Mi padre fue un empresario y un gran soñador —dijo Rafael acercándose al inmenso lienzo que gobernaba la sala—. La muerte lo sorprendió a sus setenta y ocho años, la noche previa a la celebración de la kora.

—¿La kora? Disculpe, Rafael, no conozco el término.

—La kora es la famosa peregrinación budista alrededor del monte Kalash, la montaña más sagrada del Tíbet. Mi padre gozaba de una salud envidiable y su contextura atlética le aseguraba cumplir su sueño. Era afecto a algunos principios filosóficos del budismo y se había obsesionado con vivir la experiencia de la kora, pero, antes de comenzar la travesía, a cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar, mi padre falleció. Su partida dejó a la empresa en una situación muy complicada.

Al escucharlo reafirmaba de nuevo que las historias de las empresas se cuentan por las historias de sus fundadores.

—¿Quiénes trabajaban en la empresa antes de la muerte de su padre? —pregunté.

—Mi hermana y yo, pero nuestras relaciones se tornaron conflictivas por mi cuñado. Ocurrieron hechos desafortunados —dijo.

Me sentía reconfortada, por lo que me recliné poco a poco en la silla mientras escuchaba a Rafael. Era mi primera entrevista como consultora sin aún haber recibido la aceptación formal de este potencial cliente. Recordaba las palabras de uno de mis profesores: «Tu primera entrevista no será tu primer cliente», por eso pensé durante los días previos a ese momento en una estrategia para lograr el famoso clic. Cada yo en la familia tiene una parte emocional y otra financiera, mi labor consistía en encontrar ese balance, porque «somos consultores de familias, no de empresas», como me decían en clase. Somos facilitadores de una solución para nuestro cliente, es decir, la familia empresaria. Nos suelen confundir con terapistas de familia, pero en realidad planeamos y ejecutamos técnicas y métodos de un modelo de intervención que busca cambiar el paradigma familiar y demostrar que el sistema implementado era parcial o por completo disfuncional. Las familias y, en especial, los padres fundadores o miembros líderes de una segunda generación, por lo general, no piensan en planear la futura sucesión de la familia en la empresa. De manera consciente o inconsciente, esperan a que estalle un detonante en el grupo para buscar ayuda y así comenzar a trabajar en el fondo del problema. El recuento de Rafael esbozaba un conflicto y me reafirmaba que una empresa siempre debe estar protegida contra las desavenencias de sus miembros para no atentar contra su solución de continuidad. No dudé en sentirme capaz de asumir este reto con los Giraldo. Tengo en mi haber valiosos antecedentes, cargo con los sabores y sinsabores de mi familia que todos los días me confirman quién soy y de dónde vengo.

PRIMERA PARTE

DEL MAR CARIBE A LOS ANDES

«ERA EL AMANECER. NIEBLA FUGAZ cubría los altos montes y la sierra. A lo lejos se escucha el canto de un joven labrador en su plantío y…», recitaba al amanecer el bisabuelo Marcos, frente a la ventana, los versos que le llegaban a la mente, inspirado en el paisaje de las sabanas de Bolívar.

—Marcos, deja ya tus versos y ven a desayunar.

La bisabuela no podía aceptar la pasividad del marido frente a sus responsabilidades familiares. Aunque en ese momento la actitud del marido le ofuscaba, esos versos y muchos otros permanecieron vivos en su memoria. De vez en cuando escucho una grabación de ella, en la que recita varios poemas del bisabuelo, con una facilidad sorprendente.

Marcos se contempló las manos antes de responder.

—¿Pero qué sentido tiene la vida sin la poesía, María? El alma habla a través de los poetas y el corazón se me ensancha de alegría al ver la sonrisa con la que escondes el embeleso que te producen mis versos.

María terminó por ceder, por regalar una sonrisa sin tapujos. Sabía que nadie en el mundo, aparte de su hombre, podría enamorarla.

—¡Me refiero a que no sólo de poesía vive el hombre! En esta casa se necesita comida, escuela y deberes de padre que no puedes reemplazar con esas poesías —exclamó.

La bisabuela María, no podía escapar de la realidad, estaba presa entre el amor por su marido, la admiración por el poeta y la escasez. De niña fue educada para tocar el piano, hacer tejidos de punto, casarse con alguien de apellidos pomposos, criar hijos y nada más.

De familia de grandes ganaderos, los Tamara eran una estirpe de colonizadores que llegaron hasta Santander, futuro fortín petrolero. Viajaban a caballo acompañados de peones y bestias, que abrían caminos de herradura a lo largo y ancho de los sabanales bolivarenses y la cordillera. Se apropiaban de cuanta tierra baldía encontraban, para regresar una vez por año a Sincelejo, base principal de sus patriarcados, a preñar a las esposas y retomar las rutas para llegar cada vez más lejos con el mismo empeño colonizador.

Mi bisabuelo, en cambio, pertenecía a una de las familias más ilustres de San Martín de la Sierra, cuna de poetas, letrados y juristas insignes. Su padre, Pedro Pablo Cabrales, descolló como gran abogado y escritor de textos académicos, además de ejercer una prestigiosa carrera como funcionario público; su madre, Carmen, pertenecía a la dinastía de los Lavalle, un apellido que ostentaba la familia como símbolo de pureza española, muy ajena a cruces accidentales con indígenas o esclavos de la región. Los genes Cabrales aportaron al bisabuelo Marcos la genialidad artística y literaria que ha marcado durante décadas al Caribe colombiano, así como la depresión o la bipolaridad, denominaciones que se le dieron a esta enfermedad afectiva muchos años después. En esa época las personas como el bisabuelo eran tratadas con infusiones de toronjil, quinina e ipecacuana o maceraciones de hierba de San Juan con manzanilla, menjurjes con los que se creía librar a las mentes brillantes de esa maldición. Pedro Antonio, mi abuelo, tampoco sería ajeno a los males y genialidades de su padre.

En los albores de 1930, ya radicado con su familia en Cartagena de Indias, a Marcos Cabrales Lavalle, hecho todo un intelectual, abogado y poeta, le gustaba disfrutar la bohemia a plenitud. Recitaba los poemas que componía su amigo, el Bizco Torres, que no era bizco sino tuerto, con el sabor del ron añejo que libaban porque, según mi bisabuelo, esos poemas eran un deleite con sabor metafísico. Ante las ausencias prolongadas del esposo, María tenía que alimentar a sus hijos. Ya estaba cansada de los cotilleos de la sociedad cartagenera sobre su caída en desgracia y debía tomar una decisión que pusiera fin a la relación con el poeta.

Un día, bajo el inclemente sol de una tarde de agosto, llegaba María a la casa después de haber fiado otra vez en la tienda de la esquina los alimentos de esa noche. Al abrir la puerta no pudo ver nada dentro, le llevó un tiempo esperar que el cambio de la claridad de la calle a la oscuridad al interior le permitiera a sus pupilas adaptarse nuevamente. Pero el tiempo pasaba y no veía nada, creyó haberse quedado ciega pero en realidad la casa estaba vacía, Marcos había apostado todos los muebles y enseres del hogar.

María, sin pensarlo un segundo, llamó a sus hijos y entre todos recogieron lo poco que había quedado para emprender un viaje a Barranquilla donde, con la ayuda de algunos familiares, emprendió una nueva vida como dueña de una tienda de barrio. A Marcos poco le importó, se dedicó a tocar la guitarra, al juego, a declamar poemas y, junto con otros ilustres bohemios, a avivar las noches aburridas de Cartagena en El Bodegón: imprenta y tertuliadero de la intelectualidad local.

Al otro extremo del país, en el invierno de 1901 en Vélez, entre los ríos y las montañas de Santander, nacía Helena, mi bisabuela materna, hija natural de Consuelo Visbal. Su marca fue la templanza y una personalidad inquebrantable. Después de una larga travesía a lomo de mula, madre e hija llegaron a Cajicá, una población en Cundinamarca, proscritas por su pueblo natal. Helena sólo aprendió a leer, a escribir y los rudimentos matemáticos de rigor, pues desde muy pequeña debió hacerse cargo de los demás hijos de su madre, nacidos del segundo matrimonio con un gamonal del pueblo. Sólo tenía tiempo para cuidar de sus hermanastros y cruzar la plaza principal para asistir a la misa dominical y a los días de precepto. En una de esas misas, una mirada se posó sobre ella de manera reveladora. Helena descubrió el amor a primera vista por culpa de los ojos azules de Manuel de la Pava. El Kaiser, como le llamaban en el pueblo, la cortejaba con sonrisas y guiños que lanzaba desde el ala de su sombrero. No sabía si responder a aquellos galanteos, en especial cuando a Helena, de apenas trece años, le era prohibido tener algún pretendiente. Sin embargo, las cartas de amor que él le dejaba en el balcón de su alcoba la enamoraron y un año más tarde —según las versiones del chismerío local y para hacerlo más romántico—, desesperada por el infierno de vida que llevaba, aceptó que el Kaiser «la raptara». La historia oficial resolvió afirmar que Manuel de la Pava se llevó a Helenita después de que ella saltara del balcón al caballo del que sería el padre de sus cuatro hijos. Pero Helenita tuvo que inventarse la manera de sobrevivir para darles de comer, luego de que su príncipe de pueblo, un rubio bueno para nada, la hubiera abandonado en una Bogotá que crecía a pasos agigantados en los albores de la década de 1920. Al principio vendió sombreros que ella misma fabricaba, y un buen día resolvió montar un pequeño hostal que llegó a convertirse en la pensión más importante de la capital, y que, años más tarde, sería tan prestigiosa como los famosos hoteles Granada y Regina. Siempre he pensado que la bisabuela Helena fue una mujer muy avanzada para su tiempo.

Un día, a su regreso de la misa de seis en la Iglesia de la Veracruz, a la bisabuela Helena la esperaba un sobre con el membrete del arzobispo de Bogotá. Abrió la misiva cuando estuvo sola. Se trataba de una citación al despacho del arzobispo Manuel de Brigard con el fin de recibir una notificación. Helena llevaba varios años con su hostal en una hermosa mansión de estilo colonial en La Candelaria que había sido la residencia del virrey Solís y Folch de Cardona, último representante de la monarquía española. El arzobispo de Brigard ya había mostrado interés por la propiedad, pero don Antonio había preferido continuar con el alquiler que sagradamente pagaba Helena todos los meses. Tanto era el interés del arzobispo por la casa que se aprovechó de los rumores que le llegaban de las damas de la sociedad bogotana sobre la mala reputación de la propietaria, por lo que resolvió iniciar un proceso de excomunión en contra de Helena.

La fe era traicionera. Helena, creyente y seguidora del dogma católico, no entendió que ser una mujer abandonada, obligada a arrendar piezas para sobrevivir con sus hijos, sería la causa de su condena. Al poco tiempo, como era de esperarse, la casa pasó a manos del arzobispo. A Helena, desterrada y creyente, sólo le quedó volver con sus hijos al pueblo de la familia postiza. Una vez más el periplo de la vergüenza, sólo que esta vez no llegaba de la mano de su madre, sino con sus hijos. Pero este regreso no duraría mucho, pues no se rindió y un par de años después volvió a dejar su pueblo para comenzar una nueva aventura empresarial en la capital. Fundó el «Star Boarding House», nombre que le sugirió el señor Vives, su contador, por aquello de darle un valor diferenciador frente a negocios similares. Para los coterráneos era la «Pensión Estrella» y el «Star Boarding House» para los arribistas de la época o los primeros gringos que visitaban la capital. La pensión, instalada en una nueva y moderna zona de la ciudad, ganaba prestigio y acreditación por parte de la nueva clase dirigente del país que decidió adoptarla como lugar de residencia, gracias al carisma de la propietaria y a la atmósfera familiar que le transmitía al lugar. Allí se alojaban senadores y representantes del país que gestaban grandes debates que luego pasarían al hemiciclo y a los salones del Congreso de la República.

Mi abuelo paterno, Pedro Antonio, hijo de María y Marcos, llegó a esa misma pensión una tarde gris de junio, luego de un viaje de trece días en barco de vapor por el río Magdalena desde Barranquilla. Después de atracar en el último puerto, tomó el tren que lo trajo a la estación de la Sabana en Bogotá, en donde la gente se protegía bajo paraguas elegantes; todos vestían de color oscuro.