El tener. El arte de sentirse y hacerse rico - SUH YOON LEE - E-Book

El tener. El arte de sentirse y hacerse rico E-Book

Suh Yoon Lee

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Beschreibung

Una gurú surcoreana comparte su innovadora solución para labrar tu fortuna utilizando tus emociones, y abre la puerta a un nuevo mundo lleno de esperanza y prosperidad. Cuando Jooyun Hong, que obtuvo el título de máster en Administración de Empresas por la Universidad de Wharton, se dispuso a buscar la clave para aumentar su riqueza, no esperaba acabar estudiando con una famosa y fascinante gurú, conocida por haber asesorado al 1 por 100 de la población de Corea del Sur. Ahora comparte lo que aprendió de su maestra en esta narración que te cambiará la vida. En destinos que van desde París a Kioto, este viaje filosófico construye un marco de referencia para lograr una relación empoderada con el dinero. La gurú ha descubierto que prácticamente todo el mundo tiene la capacidad de ganar de 3 a 7 millones de dólares, y algunos mucho más. A medida que Jooyun aplica las ideas prácticas, pero revolucionarias, a su vida cotidiana -incluyendo seguir un diario sobre las emociones que acompañan al acto de gastar dinero-, experimenta una transformación en su estado de ánimo, su plenitud y, en último término, su valor neto. Transformando nuestras emociones hacia el dinero podemos conseguir que todas las compras sean un paso hacia la conversión en nuestro verdadero yo. 'Tener' es el poder que atrae la riqueza, y esta increíble serie de lecciones te guiará para reclamar ese poder en tu propia vida. Aprende a sentir lo que ya tienes y podrás tener mucho más.

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SUH YOON LEE y JOOYUN HONG

EL TENER

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Colección Éxito

EL TENER. EL ARTE SECRETO DE SENTIRSE Y HACERSE RICO

Suh Yoon Lee y Jooyun Hong

1.ª edición en versión digital: junio de 2019

Título original: The Having: The Secret Art of Feeling and Growing Rich

Traducción: Juan Carlos Ruiz

Corrección: TsEdi, Teleservicios Editoriales, S. L.

Diseño de cubierta: BuffStudio

© 2019, Suh Yoon Lee y Jooyun Hong

Título publicado por acuerdo con Harmony Books, sello editorial de Crown Publishing Group, división de Penguin Random House LLC.

(Reservados todos los derechos)

© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-510-6

Maquetación ebook: leerendigital.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

El tener

Créditos

Agradecimientos

Prólogo

Parte I

1. La gurú

2. Encontrando a la gurú

3. Reunión

4. Tener

5. El secreto de Tener

6. Cualquiera puede ser rico

7. No se necesita tanto tiempo

8. Despilfarro y alardeo

Parte II

9. La luz del sol en Verona

10. Rico de verdad

11. Falso rico

12. La vida del verdadero rico

13. Gui-in

Parte III

14. Empezar a «Tener»

15. Comprar zapatos con el Tener

16. La palabra clave

17. Emociones

18. Señales de Tener

Parte IV

19. Una luz roja

20. Sentirse cómodo

21. Entrenar los músculos de nuestra mente

22. Cuando no podemos evitar ponernos nerviosos

23. Si queremos algo demasiado, no lo conseguiremos

24. Notas sobre el Tener

Parte V

25. Cambios vitales

26. Buena suerte

27. Bali

28. ¿Qué es la buena suerte?

29. El flujo de la suerte

30. La encrucijada de la buena suerte

31. El poder de la mente inconsciente

32. Coexistencia

Parte VI

33. Bosque de bambú

34. El fin de la espera

35. El retorno de Saturno

36. Ideas fijas

37. ¿Es difícil hacerse rico en este mundo?

38. Escapar de Matrix

39. Lo que quiero de verdad

40. Haciendo el camino

Referencias

Acerca de las autoras

AGRADECIMIENTOS

Nos gustaría expresar nuestro agradecimiento a las siguientes personas: a Jane Dystel y a libros Harmony por su dedicación para publicar nuestro libro, y a Laura Kingdon por traducir nuestro trabajo; a nuestras familias por su apoyo y comprensión infinitos; a los lectores de YooooN Magazine (www.yoooon.com) por su apoyo valioso e infatigable, y por los ánimos que nos dieron. Os damos las gracias.

PRÓLOGO

«Ella es una mujer destinada a hacer ricos a otros».

Estas palabras resonaban en mi mente mientras veía por la ventanilla del avión una interminable serie de montañas. Supuse que debíamos estar cruzando Asia. Me encontraba de camino para conocer a Suh Yoon Lee, llamada «la gurú de los ricos». Mi padre había pasado toda su vida ahorrando dinero antes de morir hacía unos meses. Antes de fallecer, me pidió que encontrara una forma de hacerme rica sin sacrificar el presente por el futuro. Yo, que anteriormente había sido periodista, había preguntado por ahí y me había dado cuenta de que sólo esta gurú podría darme la respuesta. Mientras miraba por la ventana, me preguntaba a mí misma: «Cuando la conozca… ¿podré también yo hacerme rica?».

Maestra de Mentalidad (M.d.M.), Reina del Conocimiento, La Divina, Oasis de los Desesperados, Visionaria Jefe… Era una lista de apodos dignos de Daenerys Targaryen (personaje de Juego de tronos), y la propietaria de todos estos nombres era Suh Yoon, una mujer atractiva y fascinante de treinta y tantos años.

A sus seis años emprendió el trabajo de su vida: observar las vidas de los demás y estudiar el secreto de la riqueza. Había aconsejado a los ricos durante su adolescencia, y a sus veintitantos años ya era famosa como gurú de empresarios bien conocidos, corporaciones inmobiliarias e inversores. Se decía que había que esperar más de un año para oír sus consejos, y que incluso había asesorado a candidatos presidenciales y líderes de multinacionales. Había analizado más de cien mil casos de personas adineradas y había integrado los resultados para descubrir el secreto de la riqueza.

Un artículo de periódico sobre su destino fue especialmente memorable. Los comerciantes chinos normalmente se informaban sobre la suerte de otros antes de emprender empresas. La abuela de Suh Yoon había aprendido los estudios de la suerte de los comerciantes chinos con los que trabajó en sus negocios de telas, y prosiguió leyendo la fortuna de sus nietos. Se sorprendió con Suh Yoon. Esa nieta de seis años de edad tenía el extraordinario don de conceder riqueza y suerte a muchas personas. Incluso se decía que había dicho: «Esta chica está destinada a hacer ricos a los demás. Suh Yoon llevará la riqueza a muchas personas y curará sus corazones».

Cuando llegué a ese punto, de repente empecé a preocuparme. ¿Qué sucedía si Suh Yoon me decía que era imposible hacerse rico en este nuevo mundo y que dejara de soñar con ello? ¿Qué sucedería si me diera consejos que no funcionaran en absoluto, que me dejaran peor de lo que estaba en ese momento? ¿Qué sucedería si yo hubiese malinterpretado sus palabras y ella en realidad no quisiera que viajara para verla?

Para eliminar estas molestas ideas, encendí la luz de arriba y saqué un cuaderno. Escribí las preguntas que quería hacerle cuando conociese a Suh Yoon:

¿Qué puedo hacer para ser rica?

Es decir, si es que puedo hacerme rica. ¿Puedo llegar a ser rica?

¿Cuándo seré rica?

¿Cuánto dinero podré tener?

¿Puedo llegar a ser rica sin sacrificar el presente?

Mientras tanto, el avión estaba descendiendo. Mis manos y mis pies de repente temblaron con las vibraciones.

«No estoy segura, pero creo que toda mi vida está a punto de cambiar».

A mi padre le encantaba la corvina amarilla. Es un pez seco y salado, del tamaño de la palma de la mano, que se vende en grupos de diez por unos 300 dólares, y se sirve principalmente en las fiestas tradicionales coreanas. Cuando preguntaban a mi padre cuál era su comida favorita, siempre contestaba del mismo modo: la corvina amarilla. Hablaba de su sabor salado que había disfrutado en las casas de sus familiares siendo niño. Después de un momento de nostálgicos recuerdos, proseguía contando el mismo cuento tradicional:.

«Hace mucho tiempo, vivía un avaro al que le gustaba la corvina amarilla. Puesto que no quería comer esta cara exquisitez a pesar de haberse hecho rico, colgaba una corvina amarilla del techo. Tomaba un poco de arroz, miraba la corvina amarilla y decía: Vaya… “está salada”. Seguía haciendo esto día tras día, comiendo arroz mientras miraba fijamente el pez cada vez más estropeado. Por último, el pez se pudría por completo sin habérselo comido».

Tal vez creas que la moraleja de esta historia es que deberíamos disfrutar de los placeres de la vida mientras podamos, pero no es así. Mi padre me contaba esta historia porque admiraba al avaro. Quería enseñarme que el dinero debe conservarse y los caprichos reprimirse.

Cuando era niña, el lema de mi familia era: «Un penique ahorrado es un penique ganado». Durante todas las comidas, mi padre me decía que no debía dejar ni un sólo grano de arroz ni una gota de sopa. No me permitían comprar golosinas de niña, ni utilizar más de tres trozos cuadrados de papel higiénico, e incluso tenía que limitar cuánta agua utilizaba para lavarme. Mi padre era un modelo de esta austera conducta; aunque podía permitírselo, era reticente a comprar corvina amarilla.

Mi padre nació en Seúl, Corea, el año en que terminó la Segunda Guerra Mundial, y vivió la pobreza después de estallar la Guerra de Corea, en 1950. Mi abuelo se ocultó para evitar el reclutamiento, y por eso mi padre, con seis años de edad, junto con su hermano mayor, tenía la obligación de encontrar comida. De noche, los dos hermanos salían a escondidas para recoger granos y cáscaras de arroz, y durante el día ganaban unos peniques vendiendo helados en la calle. Papá casi murió de hambre por vivir a base de sopa con unas pocas migajas de arroz. Saltarse la cena era más terrible para él que la regañina de mi abuela cuando no lograba vender suficiente helado.

Él sintió miedo y ansiedad por el dinero desde aquella época. En años posteriores, papá solía decir: «Preferiría morir antes que volver a ser pobre». Para mi pobre padre, la falta de dinero conllevaba hambre, miedo y una posible muerte.

Una noche, durante su niñez, mi padre se durmió llorando, después de tener su estómago vacío durante varios días. Entonces se despertó por el ruido de alguien que lloraba.

«Siento dejarte pasar hambre. Lo siento de verdad».

Mi abuelo cogió la mano de mi padre y lloró como un niño. La cara de mi abuelo era delgada por el hambre, y en ese momento se cubrió de lágrimas y mocos. Papá decía que fue el recuerdo más triste de toda su vida.

Yo recuerdo la arrugada cara de mi padre mientras me contaba la historia, y me angustió desde entonces.

Mi padre era un trabajador diligente incluso de niño. Fue el único de los cinco hermanos en tener un título universitario, y trabajó como ingeniero en una de las más grandes empresas de industria pesada de Corea. Los setenta y los ochenta fueron épocas de rápido crecimiento económico en el sector de su trabajo. Igual que muchos otros hombres de aquel momento, mi padre trabajaba duramente, incluso por la noche y los fines de semana. No importaba lo cansado que estuviera; decía que cuidarme a mí y a mi hermano le permitía recuperar fuerzas. Tampoco dejó ninguna vez que llorásemos de hambre.

Él también compartía con nosotros lo que había entendido sobre el dinero. Me decía: «La gente puede perder su dinero y acabar sin un penique en cualquier momento. Gastar sin reprimirnos puede arruinar nuestra vida. El dinero es para ahorrarlo, no para utilizarlo».

En el momento en que se jubiló, tenía de sobra para vivir. Tenía una casa, un seguro de vida y dinero suficiente para viajar al extranjero siempre que quisiera. Sus hijos eran independientes económicamente. Pero papá siempre sintió ansiedad porque su dinero pudiera desvanecerse, y prestaba atención a las historias de bancarrotas y fracasos para seguir vigilando sus gastos.

En sus últimos años, su rutina diaria era muy sencilla. Mi padre se levantaba por la mañana, hacía un poco de ejercicio ligero y jugaba con el ordenador. Almorzaba gratis en el centro de servicios sociales para mayores y salía a pasear al lado del río por las tardes. Nunca hacía nada que costase dinero, y por esa razón no se unía a sus amigos cuando iban a jugar al golf o a algún viaje al extranjero. En lugar de eso, su única afición era hacer senderismo. Dos veces por semana, papá se ponía sus botas de senderismo y salía pronto de casa. Cada vez que salía para hacerlo, sonreía y decía: «No hay nada tan gratis como el senderismo. Todo lo que necesitamos son unas piernas robustas y una botella de agua».

Papá también soportaba el frío y el calor todo lo que podía. No encendía el aparato de aire acondicionado aunque hiciera calor suficiente para derretir la mantequilla. Llevaba puesto un suéter o un abrigo de invierno en los días intensamente fríos. No malgastaba el agua que utilizaba para lavarse o cepillarse los dientes, sino que la recogía en un cubo grande y la utilizaba para echarla al inodoro a fin de ahorrar un penique en la factura del agua.

Otra de las aficiones de papá era recoger cosas que la gente tiraba. Cogía ropas, zapatos, muebles o aparatos electrónicos de la basura o de las cosas que había dejando gente. Una habitación de la casa de papá estaba llena de cosas, y esa habitación, que parecía una tienda de artículos usados, era como un cofre de tesoros para él. Cada vez que abría la puerta, mi padre, con setenta años, gozaba como un niño.

Pero un día, su vida cambió de repente.

Cuando mi padre visitó el hospital para ver a un médico por su pérdida de peso, el doctor le dijo, inexpresivamente: «Es un cáncer de páncreas, y está ya bastante avanzado. No podemos operar».

La mente de mi padre se puso blanca por el impacto. Apenas podía abrir la boca y tartamudeó: «Entonces, ¿cuánto tiempo tengo hasta que…?».

Mi padre no pudo decir la última palabra. El doctor, evitando los desesperados ojos de papá, balbuceó el final de la frase: «Bueno, es un poco difícil de decir. Todo depende del paciente. Normalmente decimos de tres a seis meses en un caso como el suyo…».

Mi padre salió fatigosamente del hospital. La luz del sol de agosto aún estaba brillante y el mundo estaba lleno de energía. La gente caminaba ocupada, hablando por teléfono, y los niños jugaban alegremente. Pero el mundo de mi padre se había detenido. Caminó durante horas sin saber adónde ir. Cuando pudo reaccionar, tenía más de veinte llamadas perdidas de mamá. Él presionó débilmente el botón de llamada y dijo titubeando: «Tengo cáncer… cáncer de páncreas».

Al enterarme del cáncer de mi padre, a mí también me entró pánico. Nunca había visto en mi vida a mi padre enfermo de nada, ni siquiera de un resfriado. Para mí, mi padre era duro como una piedra, tan estable como una montaña. No podía creer que un hombre así fuera a desaparecer pronto. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía ayudar? Lo primero que me vino a la mente fue la corvina amarilla: el plato favorito de papá era demasiado caro para comerlo. Corrí a una tienda de comestibles. Cuando intenté pedir el pescado en la tienda, me brotaron lágrimas como si salieran de la profundidad de mi estómago.

Me sentí estúpida por decidir comprar este valioso obsequio para mi padre. ¿Cuántas ocasiones tendría de darle su comida favorita?

Lamentablemente, ésa fue la primera y última corvina amarilla que le envié. Mi madre sirvió el pescado en cada comida, pero papá ni siquiera pudo terminar la mitad de las diez piezas. Las células del cáncer se propagaron rápidamente y oprimían su estómago.

Incluso después de enfermar, mi padre nunca abandonó su creencia de toda la vida en el ahorro. En el pabellón del cáncer, insistió en permanecer en una habitación de seis camas que costaba menos de 10 dólares, con el respaldo de su seguro médico. Cuando otros pacientes armaban ruido, se ponía los tapones y cerraba los ojos. No le permitían ver la televisión siempre que quisiera, e incluso le resultaba difícil conversar con su familia. Pero, sin importarle que mi madre le pidiera que se trasladara a una habitación privada, mi padre insistía en permanecer donde estaba.

Allí estaba más débil cada día que pasaba. Su espalda se limitó a piel y huesos, y sus piernas se hincharon. Un día me cogió la mano y habló como si tuviera una premonición de algo.

«Quise ser rico toda mi vida, por lo que me limité a ahorrar. No me hice rico. Mirando hacia atrás, lo lamento. Tal vez me perdí algunos momentos maravillosos porque estaba preocupado por ahorrar… Me retracto de todo lo que te conté sobre ser austera. No te concentres en ahorrar; en su lugar, encuentra una forma de hacerte realmente rica. Encuentra la respuesta que yo busqué durante toda mi vida y que nunca encontré».

Era la primera vez desde que me hice una persona adulta que mi padre me cogía la mano. Las manos, que cuando yo era una niña me cogían fácilmente ahora estaban huesudas, secas y delgadas.

«Papá, te lo prometo. Encontraré una forma. Nunca dejaré que tu vida y las cosas que me has enseñado sean en vano».

Después dije lo que siempre quise decir, pero que nunca había sido capaz: «Papá, te quiero».

Sus ojos miraban al techo, pero pude ver lágrimas en ellos.

Murió una noche de enero. Cuando salí afuera, después de dejar a papá en el depósito de cadáveres, una fina nieve caía del cielo en la oscura noche. Imaginé la nevisca de copos de nieve mientras el universo aceptaba su alma. Al mirar al cielo, el duro viento del invierno me golpeó en la mejilla. Fue entonces cuando fui consciente de que papá se había ido del mundo en el que yo vivía.

Después del funeral, limpié las cosas de la casa de mis padres. Abrí el congelador y vi cinco corvinas amarillas congeladas, sin dueño.

Brotaron finalmente las lágrimas que había estado conteniendo. Me senté en el suelo y lloré amargamente, como una niña. Sentí todo lo que amaba a mi padre, y me dolió que se negara los placeres que tenía a mano. Murió sin comer su comida favorita. Y después me di cuenta de algo que pronto se convirtió en una promesa para mí: así no es como quiero vivir. Honraré la última petición de mi padre. Tengo que encontrar una forma de hacerme rica.

Parte I

1

La gurú

Poco después de morir mi padre, celebré mi cuadragésimo cumpleaños. Tras llegar a los cuarenta y sufrir la muerte de mi padre, mi vida parecía distinta. Yo procedía de una familia de clase media, estudié en una universidad prestigiosa y trabajé durante diez años como periodista en uno de los mayores periódicos del país. Terminé un posgrado en MBA en la Escuela Wharton de la Universidad de Pennsylvania y estaba entonces a cargo de las relaciones externas en una empresa americana. Mi vida no era extremadamente exitosa, ni tampoco un gran fracaso. Recibía una paga constante y suficiente reconocimiento de mis empleos, estaba casada con un hombre cariñoso que era funcionario, y tenía un hijo. No tenía que preocuparme por vivir en la pobreza, aunque tampoco llevaba una vida fácil, libre de preocupaciones económicas.

Pero estaba viviendo inflexiblemente. Mis amigas con maridos que eran doctores o abogados ricos llevaban vidas de ocio, pero yo no gastaba libremente ni siquiera 10 dólares. Cuando traían los periódicos, coleccionaba cupones para el supermercado y me apresuraba a coger la carne o el pescado de descuento cerca de la fecha de caducidad. Siempre comparaba los precios de la gasolina en diversas gasolineras mientras conducía. Cuando compraba cosas para mi hijo, pasaba horas navegando por Internet para conseguir el precio más bajo. No podía aceptar comprar productos con precios altos. Insistía en conseguir reembolsos enviando recibos al centro comercial o al hipermercado, y pasaba horas al teléfono para obtenerlos.

Aunque vivía austeramente, mi sueldo desaparecía de mi cuenta bancaria. En lugar de tener estabilidad financiera, sólo me sentía aliviada si no me encontraba en números rojos. Siempre me sentía nerviosa. Mi vida había estado siempre llena de sacrificar el hoy por el mañana. ¿Cuándo llegaría el mañana? Si alguien me preguntara si quería seguir viviendo de esta forma, recibiría una respuesta muy firme: ¡No!

Por tanto, después de morir mi padre, busqué la mejor forma para ser rica. Leí mucho y, basándome en mi experiencia como periodista, visité a expertos para preguntarles por las mejores técnicas para ganar riqueza, pero todos ellos daban la misma respuesta: la escalera para hacerse rico se había desmoronado.

«Como escribió Thomas Piketty, la tasa de crecimiento del capital ha sobrepasado la tasa de crecimiento económico. No importa lo diligente que seas, ya no puedes superar a la gente que cuenta con una buena herencia».

«El desarrollo de la inteligencia artificial o de los robots reducirán el empleo. Sólo algunos capitalistas se harán más ricos, y la gente normal se hará más pobre».

En mi búsqueda conocí a muchos adultos jóvenes. Estaban también desesperados buscando respuesta a la misma pregunta que yo.

«Las generaciones mayores dicen que deben ahorrar de sus sueldos para el período de jubilación. Pero yo no quiero sacrificar mi juventud por el futuro».

«Después de que me ingresan el salario, pagar el alquiler de la casa, pagar mi préstamo para mis estudios y los gastos de mi vida, no queda nada. Casarse y tener hijos cuesta aun más. No creo que pueda gastar mucho dinero en mí misma o comprar una casa en el futuro».

«¿Por qué hay gente que consigue ser rica de repente, aunque digan que se está haciendo difícil ser rico? ¿Cuál es su secreto? ¿Llegaré alguna vez a ser rica?».

Por último, después de afrontar el desánimo por todas partes donde miraba, alguien me dijo que había sólo una persona en el mundo que podía contestar definitivamente a mi pregunta: «la gurú de los ricos». Cuando oí la idea, quise morirme, porque había conocido a esa gurú diez años antes.

A finales de 2006, yo era una periodista que trabajaba como parte de un equipo de periódico de fines de semana, buscando noticias sobre las que podría escribir para una lectura ligera de fin de semana. En un cóctel con otros periodistas, oí una historia sobre «una gurú para las personas adineradas», llamada Suh Yoon Lee. Esta mujer, a la que toda persona rica bien conocida quería ver, tenía sólo veintitantos años y se había graduado en una prestigiosa universidad. Con seis años de edad, ya había aprendido el estudio asiático clásico del destino que predice el destino de la gente basándose en la fecha y la hora de nacimiento, llamados los «cuatro pilares». Decían que dominaba los clásicos orientales y asiáticos, y que analizaba datos de miles de personas para adquirir sus propias ideas. Y sus libros sobre la riqueza copaban las listas de éxitos de ventas.

«¡Guau! Suena fascinante. Dime más sobre esa gurú», exclamé.

Mi colega tomó un sorbo de vino y siguió hablando: «¿Sabes cuál es la parte más fascinante? Todas las personas que van a verla sienten que han conocido a alguien realmente diferente». Tuve curiosidad al oír esto. Él comentó: «Algunos dicen que se parece a una sabia maestra, mientras que otros dicen que es más como una bruja que atrae a la gente, y otros la consideran una chica inocente. Oí que unos cuantos hombres han sucumbido a su magnetismo, y que incluso adoran a esta gurú. Por supuesto, ella no les da ninguna oportunidad».

«Vaya, ¿de verdad?».

«Sí. Pero todo el mundo que la ha conocido está de acuerdo en una cosa. Dicen que sus vidas han cambiado. Según ellos, aprovecharon la suerte y la oportunidad, y llegaron a ser ricos».

Mi intuición me dijo que ésta podía ser una gran historia. Yo quería conocerla desesperadamente y averiguar qué tipo de persona era ella. El mero hecho de oír la historia me hizo pensar en un buen artículo para los lectores. Hice una llamada para concertar una cita.

El día de la entrevista, yo estaba esperándola en el vestíbulo de un edificio. Como era de esperar, alguien entró por una gran puerta de cristal. Hay momentos de la vida que puedes recordar como si hubiesen ocurrido ayer, con vívidos recuerdos del ambiente, el aire y el sonido. Nunca olvidaré el primer momento en que vi a Suh Yoon.

Al principio no pude ver claramente su cara, pero me di cuenta con un solo vistazo que era la gurú. Todo el ambiente a su alrededor era distinto, incluso místico, como si estuviera cubierto por una niebla matinal.

Ésa fue la primera y única vez que me sentí de ese modo con alguien. Subconscientemente nerviosa, me quedé quieta en mi sitio, como si me hubiera convertido en piedra.

Suh Yoon se acercó a mí y me ofreció la mano para que se la estrechara. Su mano me alarmó: era suficientemente frágil para despertar un instinto protector en mí.

«Debe de ser la señora Hong. Es un placer conocerla».

Empecé a hablar titubeando: «Oh… hola… ¿Cómo debo dirigirme a usted…?

«Puede llamarme por mi primer nombre».

Había una cualidad dulce y musical en su voz. Su postura era elegante y digna, y tenía los brazos y las piernas inusualmente delgados en un cuerpo esbelto. Tenía una cara pálida y redonda, y una nariz esculpida, y sus ojos con forma de almendra brillaban cuando sonreía. Aunque no era una belleza típica, su aspecto era cautivador. Tenía veintimuchos años, pero parecía mucho más joven y sus ojos eran penetrantes.

La entrevista de ese día pareció ser magia. Me perdí en mi conversación con Suh Yoon y apenas noté nada más a mi alrededor. Suh Yoon me asombró con sus ideas. Ella dirigía la conversación, haciendo que cada palabra importara, y ofreció respuestas sabias y un leve consuelo con palabras que eran fáciles de entender.

Cuando acababa nuestra conversación, le pregunté: «¿Cuáles son sus planes futuros?».

«He acumulado casos de personas ricas de todo el mundo y estoy analizando la correlación entre la riqueza y la actitud hacia ella».

«¡Guau!, eso suena fascinante. ¡Ese análisis podría revelar el secreto para hacerse rico!».

Suh Yoon cogió educadamente mi mano y dijo: «Tal vez no se haya dado cuenta todavía, señora Hong, pero sigue atrapada en una jaula. Si decide liberarse de esa jaula, dentro de diez años nos reuniremos».

No entendí lo que significaban esas palabras, por lo que no les presté mucha atención. Pero ahora, diez años después, la mención de un posible nuevo encuentro sonaba en mis oídos como si fuera música.

¿Dónde estaría ella ahora? ¿Recordaría aún lo que me había dicho?

2

Encontrando a la gurú

Busqué en Internet y pregunté en todas partes en un intento por tener noticias sobre Suh Yoon. Después de nuestro encuentro, se había implicado activamente en la tarea de escribir libros y dar conferencias. Su reputación creció a medida que sus ideas se hacían más profundas, y se decía que se tardaban más de dos años en poder reunirse con ella. Grandes multitudes de personas concentraban alrededor de su casa, intentando verla en momentos de crisis económica o de cambios en el consejo de administración de empresas.

Entonces, de repente, Suh Yoon desapareció.

Ya no aconsejaba a personas ricas. Su desaparición provocó mucha frustración. Una multinacional había confiando tanto en la guía de Suh Yoon que, cuando algunos miembros del consejo de administración dejaron de seguir sus consejos, fueron despedidos. Candidatos a la futura elección de la Asamblea Nacional acamparon alrededor de su casa, pero no pudieron encontrarla antes de las elecciones. ¿Podría ser una coincidencia que tuvieron que sufrir una pérdida devastadora?

Corrían muchos rumores sobre dónde se encontraba. Algunos decían que estaba preparándose para revelar secretos sorprendentes basados en datos de sus consultas y análisis, pero otros estaban seguros de que se estaba recuperando en el extranjero. Se decía que se había aislado en algún lugar de Europa, mientras que otros decían que la habían visto aconsejando a personas adineradas en Japón.

Según mi investigación, Suh Yoon había hecho su última aparición en los medios de comunicación en 2013. Su entrevista en un importante periódico coreano llenó toda una página. En la fotografía sonreía ampliamente, y se afirmó que había dicho: «Cuando analicé los datos recogidos de personas ricas, empecé a observar un secreto que tenían en común». Pero no reveló cuál era el secreto.

Ahora que me había impuesto una misión, estaba impaciente y deseosa de verla lo más rápidamente posible. Conseguí su dirección de correo electrónico y le abrí mi corazón en un mensaje. La escribí sobre nuestra reunión diez años atrás y le pregunté si me recordaba. Expresé mi pena por haber perdido a mi padre y le expliqué que quería con todas mis ganas aprender a hacerme rica para honrar su deseo. Le dije que ella era la única que podía ayudarme. En retrospectiva, era mucho para escribir en un correo a alguien que había visto sólo una vez.

Antes de cliquear el botón de «Enviar», cerré mis ojos y recé. «Por favor, por favor…, haz que Suh Yoon lea este correo…». Cliqueé sobre el botón. El correo ya estaba enviado.

Pasaron varios días. Me sentí como si estuviera esperando mi carta de aceptación en la universidad. Mi corazón empezaba a palpitar siempre que sonaba mi teléfono. Me preocupaba que ella hubiese visto mi correo y no me recordase, o que me recordara y ahora pensase que yo estaba loca. Alrededor de una semana después, vi un nuevo mensaje en mi bandeja de entrada. Salté como un muñeco sorpresa en su caja. Suh Yoon me había contestado.

«Es estupendo saber de usted. La recuerdo, y enhorabuena por haberlo conseguido».

Sus palabras parecían tranquilas, como si supiera que yo me sentía alterada por su respuesta. Me dio el pésame por la muerte de mi padre y me reveló que vivía en Europa. Lo que escribió a continuación me dejó estupefacta.

«El momento está aquí. ¿Recuerda cuando le dije que no había casualidades en este mundo? Todo forma parte de un milagro que está esperando desde hace mucho tiempo».

Me dijo que estaría encantada de que la visitara en cualquier momento. En cuanto leí esta frase, le escribí un correo para concertar una cita y compré un billete para Italia.

Mi avión aterrizó sin problemas en Milán unas doce horas después de salir de Seúl. Suh Yoon se hospedaba en un hotel cerca del lago Como, a una hora y media de la ciudad, yendo en coche. Alquilé un coche en el aeropuerto y me dirigí al lago. Cuando iba por la autopista, recordé nuestro encuentro diez años antes.

Suh Yoon y yo habíamos terminado la entrevista y bebíamos café. En ese momento, yo dudaba de si seguir trabajando como periodista o si hacer un máster MBA. Quería preguntar a Suh Yoon qué hacer, pero dudaba sobre si realizar la pregunta.

Incluso los ricos tienen que esperar mucho tiempo para ver a esta gurú… ¿Puedo de verdad ir en busca de su sabiduría si he quedado con ella sólo para esta entrevista? Esta pregunta es realmente importante para mí, y tal vez nunca tenga otra oportunidad para preguntarle sobre el tema…

Pero cuando vi a Suh Yoon, me sentí tranquila. Sus ojos, tan profundos como un lago, me permitieron reafirmarme. Parecía mirarme como si no fuese a criticar ninguna pregunta que le hiciera.

Después de explicarle mi dilema, Suh Yoon me contó una fábula de las escrituras budistas:

Hay una fábula sobre un ratán y un pozo en las escrituras budistas (). Un hombre huía de un elefante que le atacó en un campo y se topó con un pozo. Utilizó el tronco de un ratán para bajar al pozo. Cuando miró hacia abajo, vio serpientes abriendo sus bocas.

En la parte superior del pozo, ratones de color blanco y negro mordisqueaban el tronco del que colgaba. De repente, algo inesperado le cayó en la cabeza. Era miel dulce. El hombre, amenazado de muerte independientemente del camino que tomara, engulló la miel sin ni siquiera pensarlo, olvidando todos sus miedos.

Suh Yoon se dirigió a mí y me preguntó educadamente: «¿Cómo debería este hombre escapar de su crisis?».

«Bueno, él va a morir pronto, pero en éxtasis gracias a la miel… No veo cómo puede terminar excepto con su muerte».

Suh Yoon escuchó atentamente mi respuesta y después empezó a hablar. «Sólo tiene una vía de salida. Debe trepar por el tronco y enfrentarse al elefante. Una vez que tome esa decisión, vencer al elefante no será tan difícil como manejar su miedo. Para el vencedor, existe la vista espectacular de una tierra magnífica».

Después supe que yo no había entendido por completo lo que me había dicho Suh Yoon. Pero cuando la oí hablar, sentí la esperanza brillando como el sol dentro de mí. Los miedos que acechaban en mi mente desaparecieron como nubes negras que se elevan. Sentí el valor para realizar un nuevo comienzo dentro de mí, y en poco tiempo me encontraba en un avión rumbo a Filadelfia para comenzar mi posgrado en Administración de Empresas.

Durante los diez últimos años, cada vez que me encontraba en dificultades había recordado lo que me dijo. En realidad, una vez que nos decidimos, no es tan difícil vencer a un elefante. Una escalada puede parecer insuperable, pero la hacemos dando un paso cada vez, y el mundo parece un poco distinto cuando hemos vencido nuestro sufrimiento. Posteriormente me di cuenta de que su consejo había sido lo más importante que había oído en diez años, y no podía sino maravillarme de cómo esta maestra de la actitud vio a través de mí.

Cuando me desperté de mis recuerdos, estaba conduciendo por el centro de Como. Pasé pequeñas iglesias y casas con tejados rojos, con una vista del cielo azul con algunas nubes. Cuando hube pasado la ciudad, un bonito lago apareció en la parte izquierda de la carretera. Las casas se encontraban agradablemente cerca del agua, y la luz mediterránea resplandecía en la superficie del lago. Empecé a sentirme alegre. «Han pasado diez años. ¿Qué aspecto tendrá después de todo este tiempo? ¿Qué le habrá ocurrido?».

Cuando llegué al hotel, era casi la hora de nuestra cita. El hotel era muy lujoso, con el aspecto de una mansión palacial. El vestíbulo de mármol tenía una ventana que daba al lago. Me pregunté cuánto costaría pasar la noche en un sitio como ése. Me sentí subconscientemente intimidada por el aspecto del hotel sofisticado y lujoso. La chaqueta negra y la camisa blanca que me había puesto no parecían encajar con el momento. Me quedé sujetando el asa del bolso de mi portátil con ambas manos, con los hombros tensos.

Justo entonces, una voz resonó en mis oídos, tan clara como las tranquilas aguas de un lago.

«Le agradezco que haya hecho este viaje tan largo».

3

Reunión

Me di la vuelta sin pensar. Vi la elegante silueta de una mujer situada en el lugar de donde procedía la voz transparente. No pude ver su cara, ya que su espalda miraba al lago, que brillaba como un espejo, pero enseguida supe quién era. Era la gurú, Suh Yoon.

Del mismo modo que en ese momento de hace diez años, el entorno a su alrededor parecía diferente. Llevaba un vestido negro hasta las rodillas, que colgaba elegantemente de los hombros, y su cabello castaño oscuro, que le llegaba hasta el pecho, lucía unos rizos brillantes. No era alta, pero tenía una presencia muy digna contra el trasfondo del lago. Miraba como si estuviera rodeada por un halo, quizás por la luz del sol, que lanzaba rayos.

Suh Yoon se aproximó lentamente a mí. Durante los pocos segundos en que se iba acercando, de algún modo parecía diferente a cada momento. La primavera floreada, el verano apasionado, el otoño resplandeciente y el invierno frío pasaron por sus ojos.

«Ya hace mucho tiempo. Le agradezco que saque unos minutos de su agenda tan apretada para verme». Controlé mis nervios mientras decía esto.

Sus ligeros pasos se detuvieron frente a mí. Olía a una mezcla intoxicante de ylang-ylang, jazmín y almizcle. A sus veintitantos años era tan fresca como una rosa de primavera, pero ahora era como una rosa que en pleno verano se abre bajo la luz del sol. Era intensa, pero agradable.

«Tiene usted mejor aspecto de lo que esperaba. Es un alivio».

Contuve las lágrimas mientras pensaba en mi pérdida reciente.

Suh Yoon sonrió cordialmente y me llevó a su suite. Mientras encargaba café por teléfono, eché un vistazo a la habitación, con un sofá de color púrpura intenso como un brochazo de pintura dado entre el mobiliario de roble. Pude ver el lago Como por la ventana. ¿Es aquí donde se ha escondido todos estos años? «Este lugar es encantador. ¿Lleva aquí mucho tiempo?», pregunté.

Agitó su cabeza suavemente: «No. Llegué hace justo tres días».

«Vaya, ¿de verdad? La gente se preguntaba por qué no podía ponerse en contacto con usted…».