El traslado - Gustavo Bargellini - E-Book

El traslado E-Book

Gustavo Bargellini

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Beschreibung

Años después del Éxodo, un joven encuentra un trasladador olvidado en la Tierra destruida y devastada. Sin intención es dirigido al planeta 8, donde es recibido por un grupo en el que se encuentran Sandra, Rocío y Eduardo. La sorpresa ante el presente de felicidad e igualdad y la decisión de intentar traer a sus seres queridos a ese nuevo mundo dan comienzo a la aventura. ¿Podrán conseguirlo? ¿La bondad y la justicia podrán vencer a la crueldad y el odio inculcado durante generaciones? Un epílogo que llama a la reflexión.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Bargellini, Gustavo Daniel

El traslado : visitantes II / Gustavo Daniel Bargellini. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2024.

258 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-897-4

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. 3. Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A860

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2024. Bargellini, Gustavo Daniel

© 2024. Tinta Libre Ediciones

Para Claudia, Florencia y Lucía,

mi esposa y mis hijas.

Los tres amores más grandes de mi vida.

La utopía está en el horizonte.

Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos,

y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Entonces, ¿para qué sirve la utopía?

Para eso, sirve para caminar.

Eduardo Galeano

EL TRASLADO Visitantes II

Prólogo

Octubre del 2320 - Planeta 8 - Constelación Delta

(Extracto de la novela Visitantes)

Eran las diez de la mañana de un día luminoso.

El cielo, de un azul turquesa profundo, estaba totalmente despejado. Era uno de esos días que no podemos dejar de definir como espectaculares.

Por eso los chicos habían decidido reunirse en el jardín del colegio en lugar de tener la clase-charla en el aula.

Como siempre que querían hacer algún cambio en lo anteriormente acordado, habían elegido entre todos a un delegado para que hablara con la profe. Podía pasar que justo ese día se necesitara algún elemento del aula para la clase y no se pudiera estar afuera.

Pero no. Rocío, que era la profesora de Memoria Activa, una de las materias troncales del currículo educativo, recibió encantada la petición.

Rocío ya tenía treinta y cinco años. Sus padres, Sandra y Eduardo, a pesar de sus más de setenta años continuaban con sus actividades. Su madre era una científica renombrada y su padre continuaba dando clases en la Facultad de Historia de la Humanidad. Poder estar frente a los alumnos intercambiando opiniones acerca de esa materia lo fascinaba.

Ellos, antes del nacimiento de Rocío, habían sido una de las tantas parejas de receptores en el proyecto que se llamó Visitantes, y un poco sobre eso sería la clase-charla que quería impartir Rocío ese día.

—¡¡¡Hola, profe!!! —dijo Tatiana con su eterna sonrisa cuando vio que Rocío se acercaba.

—¡Profe! ¡Profe! —corearon en broma el resto de los chicos.

Rocío no pudo resistir la risa. El ver a un grupo de adolescentes de quince o dieciséis años todos alegres, todos felices, sentados en el césped un día fabuloso como ese, era una de esas imágenes que se guardan en la memoria para siempre.

—¡Hola, chicos! ¡Qué hermoso día! ¡Qué buena idea la de estar hoy en el jardín!

La asignatura Memoria Activa que impartía Rocío era una de las materias que se veían, de distintas formas y adecuando los contenidos a la edad de los alumnos, en todos los niveles educativos.

—Bueno —dijo Rocío mientras descargaba sus apuntes—. Les propongo que nos sentemos en el césped formando una ronda, así todos nos vemos las caras y nos podemos escuchar… ¿Les parece?

—¡Buenísimo, profe!

Las pibas y los pibes, que eran once en total, se sentaron junto a Rocío formando una ronda.

—Arranquemos… A ver… ¿Quién se anima a contarnos qué fue lo que siempre recordamos como la Gran Revolución?

Celeste levantó la mano.

—Dale, Cele, contanos —la alentó Rocío.

—Fue una guerra de hace más de doscientos años —comenzó Celeste—, en la que se pelearon las fuerzas rebeldes contra las fuerzas grises. Las fuerzas rebeldes representaban a la gente como nosotros, y las fuerzas grises representaban a los que querían que las cosas tuvieran dueños porque ellos eran los dueños de las cosas.

—¡Buenísimo, Cele!, ¡muy buen resumen! —la felicitó Rocío—. ¿Y qué más podemos aportar?

Los chicos de a poco se fueron animando a participar.

—Yo nunca pude entender el tema ese de los dueños —dijo Nacho—, me lo explicaron un montón de veces pero no la agarro… ¿Qué es serdueños?

El resto de los chicos hicieron gestos afirmativos, porque en realidad ninguno podía comprender cabalmente qué significaba ser dueños después de haber pasado dos siglos en los que se vivía con el criterio de todo para todos.

—¿Vos alguna vez te enamoraste, Nacho? —preguntó Rocío.

Nacho se puso de color uva cabernet. Claro, él era el novio de Celeste, de quien estaba enamoradísimo… Y Celeste de él, cabe aclarar.

—Sí, profe… Estoy enamorado de Celeste —dijo mientras abrazaba a su novia y sonreía.

—¡Un aplauso para los novios! —gritó Nahuel.

Todos aplaudieron.

—Bueno —dijo Rocío tras recomponerse de los aplausos—, vos sos dueño de ese amor, Nacho. Pero sos su dueño porque ese amor está en tu corazón. Además ese amor es correspondido, porque Celeste también está enamorada de vos.

—¿Y qué tiene de malo? —peguntó Nacho, que entendía un poquito menos que antes.

—¿El amor? Por supuesto que nada… al contrario. Es algo hermoso y también es uno de los motores que dan sentido a nuestra vida.

Todos se quedaron callados reflexionando. Ninguno entendía del todo lo que se estaba planteando. Todos se callaron, menos Agostina.

—Pero, profe, entonces no entiendo la relación… Parece que eso no tenía nada de malo… No sé… La verdad me quedé colgada…

Rocío sabía que al principio sería muy confuso comprender el concepto.

—Vamos de a poquito —dijo.

Rocío estaba encantada de haber creado esa duda entre los chicos. Cuando se duda se reflexiona, y es a través de la reflexión como se debe llegar a las ideas.

—Algunos hombres de la antigüedad —continuó— implantaron entre la gente la creencia de que las cosas debían tener una equivalencia. Era como si yo dijera que este cuaderno —dijo mostrando un cuaderno— es igual a cuatro lápices.

La atención de los chicos era absoluta... Roció continuó:

—Entonces, si vos necesitabas el cuaderno, me tenías que dar cuatro lápices y yo te daba el cuaderno.

—Y vos, profe, ¿a quién le habías dado los cuatro lápices para tener el cuaderno? —preguntó Tatiana.

—A nadie, Tatiana… Y ahí está la trampa inicial. Cuando se decidió la equivalencia entre cuadernos y lápices, ya había montones de cuadernos en posesión de esa gente.

Rocío hizo una pausa mientras agarraba el mate que le ofrecía Facundo, tomó un sorbo y continuó:

—Además, también se inventó la idea de que si vos te dabas cuenta de que no necesitabas el cuaderno y lo querías devolver, ya no te daban los cuatro lápices; se decía que el cuaderno era de segunda mano. Capaz que te daban solo dos lápices, si tenías suerte.

—Y… Pero… ¿Por qué la gente lo aceptaba? —Agostina lo preguntó medio enojada.

—Eso, Agostina, es algo que yo tampoco entiendo —respondió Rocío—. Tendríamos que charlar algún día con algún experto en Historia de la Humanidad… La verdad no sé por qué los seres humanos tardaron tantos siglos en darse cuenta de algo tan simple.

La mañana se ponía cada vez más bella. El clima invitaba a hacer cualquier cosa al aire libre menos estar en una clase, pero los chicos estaban totalmente absortos en la charla.

El mate, que era una costumbre arraigada desde hacía siglos en lo que antes se llamaba Sudamérica, circulaba constantemente. En realidad había tres mates dando vueltas entre todos.

—Esos hombres —continuó Rocío—, que en realidad eran una minoría en cuanto a la cantidad pero eran los que poseían la mayoría de las cosas, inventaron algo que llamaron moneda…. Supongo que ustedes ya habrán hablado de eso otras veces. Yo les planteaba el tema del cuaderno y los lápices solo a título de ejemplo. Lo que hicieron fue inculcar entre el resto de la gente que todo debía tener su correspondencia, su equivalencia, en eso que habían inventado… Y la gente lo aceptó, digamos que hasta lo naturalizó.

Como se había creado tanta curiosidad por lo que se estaba contando, Rocío preguntó si alguien quería aportar algo a la charla. Nahuel levantó su mano.

—Por lo que sé —dijo—, todo tenía su equivalencia en una cantidad de esas monedas que vos decías. Pero la cantidad variaba de acuerdo con la necesidad de la gente de usar las cosas… Parece que cuanto más se necesitaba algo, más monedas había que entregar para usarlo.

—Y según un libro de historia que leí —agregó Tatiana—, para obtener esas monedas tenías que hacer algo para el que tenía las cosas… Así recibías un sueldo, creo que le decían, o salario, o algo así.

—Sí… Yo también leí algo —apuntó Facundo—, pero parece que las monedas que recibías con ese salario o como se llame no te alcanzaban para todo lo que necesitabas para vivir.

La charla entre los chicos se había puesto excelente. Rocío optó por callarse y animar a los pibes a continuar.

—Y si no te alcanzaba, como decís vos, Facundo —consultó Celeste dirigiéndose a Facundo—, ¿cómo hacías para usar lo que necesitabas?

—Te jodías, Cele… No lo podías usar —le respondió Tatiana levantando los hombros.

Rocío consideró que era momento de intervenir para aclararle el concepto a Nacho. Ese concepto de los dueños que había generado la conversación y que había producido el intercambio de ideas que se estaba dando.

—Fijate, Nacho, a dónde nos va llevando todo esto —le dijo—. El que tenía las cosas, ese al que vos tenías que darle las monedas para poder usar lo que necesitabas, bueno, ese era el dueño. No se trata de algo puro y sano como el amor que emitís desde tu corazón, no… Estamos hablando de cosas materiales.

Nacho parecía haber comprendido el concepto.

—Sí… creo que lo agarro —dijo, aún con un poco de dudas—. De todas maneras, sigo sin entender por qué había gente que decía que era dueña de algo cuando nunca había dado monedas por ello.

—Buena pregunta —dijo Rocío—, y una pregunta con muchísimas respuestas… A veces era por la fuerza de eso que tenían antes, que se llamaba arma; a veces, por eso a lo que le decían robo… De hecho, sobre eso del robo estaría bueno que buscaran información… ¿Saben que había gente que se dedicaba a hacer papelitos que decían que vos eras el dueño de tal o cual cosa? Creo que les decían escritura o algo parecido…

—Qué loco vivir así, ¿no? —agregó Agostina—. Además, qué feo para el que tenía poca moneda… ¿Cómo te podías arreglar? ¡Malísimo!

—A mí me dijo mi viejo que hasta la comida tenía moneda —comentó Facundo.

Rocío se calló. Ese punto era interesantísimo e importante para dar inicio al tema de la Gran Revolución que quería tocar ese día.

—¡Pero no, bola! ¿Cómo va a tener moneda el alimento? —dijo Celeste en tono de burla.

—¡Ahhh, claro! ¿No te das cuenta, Facundo, de que si la comida hubiese tenido moneda y vos no tenías, no podrías comer? —agregó Tatiana—. Y si no comés, te morirías… ¡No seas zapallo!

Sí, evidentemente se había creado el clima necesario… Era el momento de comenzar con la clase-charla.

—Había mucha gente que se moría de hambre, chicos. —Esas, sin anestesia, fueron las palabras de Rocío.

Fue como si hubiera caído una tonelada de agua fría sobre las cabezas de los pibes. Quedaron atónitos, sorprendidos, incrédulos… Se hizo un silencio de esos que hacen muchísimo ruido.

—Y las diferencias entre los que tenían y los que no tenían se fueron acrecentando con el tiempo —continuó Rocío—, fueron cada vez más grandes… Todo tenía moneda; precio, le decían. Llegó un momento en el que hasta el agua tenía precio. Los que tenían querían que los que no tenían tuvieran cada vez menos, porque al no tener lo suficiente para poder usar los elementos básicos para la vida de ellos y de sus familias se doblegaban a hacer actividades cada vez más humillantes. Por eso no quedó otra opción que el uso de la violencia, y así se llegó a la Gran Revolución. Fue una guerra cruel, cruenta, murieron millones de personas y se destruyó gran parte del planeta donde antes vivíamos… Se llamaba planeta Tierra. Las fuerzas que luchaban por nuestro modo de vida se llamaban fuerzas rebeldes, los enemigos se llamaban fuerzasgrises.

Celeste rompió el silencio que se había creado.

—Pero si las fuerzas rebeldes vencieron en esa guerra —preguntó—, ¿por qué tuvimos que irnos del planeta Tierra?

—Cuando culminó la guerra de la Gran Revolución con la victoria de las fuerzas rebeldes, se expulsó a los grises hacia un planeta que quedaba a cinco años luz de la Tierra. Se pudo vivir más de ciento setenta años en paz y felicidad. El problema fue que los grises, con su odio y sus deseos de venganza, continuaron avanzando en cuanto a la tecnología de sus armas. En el 2285 despegó una flota gigante desde su planeta para invadir la Tierra y retomar su forma brutal de vida.

Los chicos escuchaban atentos el relato de Rocío.

—Al enterarse de eso con bastante tiempo de anticipación, los habitantes de la Tierra decidieron no traicionar sus ideales de paz y no enfrentar a los grises. Por eso se organizó lo que recordamos como el Éxodo, y nos vinimos a vivir a este planeta al que nunca llegarán los grises… No olvidemos que estamos a cien años luz de la Tierra.

—¿Por qué decís que los grises no van a llegar? —preguntó Tatiana con un cachitín de preocupación

—Primero porque ellos consideraban que nosotros les habíamos robado la Tierra, y ya la tienen —respondió Rocío—. Y segundo, y creo que más importante, porque estamos muy lejos para ellos. No tienen la tecnología de transporte necesaria para encarar ese viaje.

Entre los chicos se desparramó la sensación de tranquilidad que provocaba el saberse protegidos de esas barbaridades que habían estado escuchando.

Así y todo, continuaron preguntando. Querían saber de qué se trataba y qué objetivo tenía un experimento del que les habían hablado en otra clase. Era un experimento o proyecto que se había llamado “Visitantes”.

Rocío quería llegar a ese punto, por lo que le vino de perillas que le preguntaran.

—Un tiempo antes del Éxodo, chicos, se organizó y se llevó a cabo ese proyecto llamado “Visitantes”. La idea fue traer dos oleadas de cinco mil personas cada una desde el pasado, desde el año 2020. Era gente que moría en su mundo por algún accidente: se los traía, se los sanaba y se les pedía que recorrieran y observaran cómo se vivía aquí. Luego se los retornaba a su tiempo. Se tenía la tranquilidad de que aunque pasaran un par de meses en el 2285, cuando regresaran al 2020 habrían pasado segundos. El objetivo era que cuando ya estuviesen en su tiempo, contaran todo lo que habían vivido. Se pensaba que, tal vez, si se supiera cómo se vivía en nuestro mundo se podría evitar la guerra, o al menos el regreso de los grises. Alguna vez se verá si resultó.

—¿Y cuándo se podrá ver el resultado, profe?

—Eso nosotros nunca lo vamos a saber, chicos. Puede que los resultados se vean dentro de dos siglos… No se puede calcular con exactitud. Nosotros vivamos tranquilos y en paz, como lo hicimos hasta ahora… Será cosa de varias generaciones futuras.

Arrancó una nueva ronda de mates mientras las chicas, los chicos y la profe continuaban disfrutando del sol y del olorcito a césped recién cortado.

CAPÍTULO 1

Planeta Tierra – Año 2301

El planeta Tierra estaba devastado.

Todo estaba arrasado… Todo era ruinas y destrucción.

Lo que alguna vez fueron grandes ciudades, hoy eran enormes cementerios al aire libre con esqueletos de edificios semidestruidos.

Las calles se habían transformado en un muestrario de escombros, vidrios y vehículos desvencijados y ennegrecidos por el fuego y las explosiones.

Los incendios forestales producto de las deflagraciones de las bombas de destrucción masiva utilizadas por los dos grupos en contienda provocaron que se eliminara la protección natural ante temperaturas extremas y diluvios, lo cual ocasionó temperaturas que llegaban a los sesenta grados e inundaciones periódicas que contribuían con el cataclismo.

Cuando once años atrás, en el año 2290, llegaron las tropas de invasión de las fuerzas grises al mando del general Smith, se encontraron con que el planeta estaba vacío. Sus pobladores se habían retirado, buscaban evitar un enfrentamiento que además de suponer sangriento consideraban inútil. Quedarse y luchar implicaba romper con sus principios de paz y solidaridad mutua. Por eso decidieron retirarse a otro planeta, para continuar con su vida de bienestar que tanta sangre les había costado conseguir.

Sabían que los grises no tenían enmienda posible, que la coexistencia con ellos no era realizable.

Los habitantes de la Tierra decidieron organizar un movimiento comunitario que llamaron el Éxodo. Ese movimiento consistía en que todos, con muy pequeños márgenes de tiempo de diferencia y utilizando la avanzada tecnología de la que disfrutaban, abandonaran la Tierra y se dirigieran a otro planeta para poder continuar con sus vidas de bienestar. De esa manera desaparecieron del planeta y lo dejaron totalmente deshabitado, para desagradable sorpresa de los invasores.

Ellos, las fuerzas grises, habían realizado un viaje de cinco años con la ilusión de encontrarse con gente a la que poder masacrar, con mujeres a quienes poder violar, con futuros esclavos que estarían a su servicio… Pero la realidad fue distinta. Solo encontraron soledad.

El personal que integraba las tropas del general Smith fue elegido según los mismos criterios de selección utilizados por los pueblos europeos al invadir América y otros continentes hacía milenios. Es decir, se elegía entre lo peor de la sociedad de los grises. La tropa estaba conformada por asesinos, ladrones, violadores, gente de la peor ralea que cambiaba sus años en prisión —la mayoría tenía cadena perpetua o condena a muerte— por viajar durante cinco años e invadir un planeta que para casi todos ellos generaría un nuevo mundo en el que poder vivir sin el peso de la ley.

Pero a diferencia de los integrantes de las invasiones europeas, como las españolas en América, los grises no encontraron con quienes saciar la sed de sangre… Entonces se rebelaron entre ellos.

Iniciaron una guerra atroz contra la oficialidad y la tropa que aún le era leal al general Smith, quien antes de fallecer había delegado su mando en el teniente coronel Jones.

La contienda fue brutal. El poderío del armamento que se trajo en la expedición invasora era enorme, y se utilizó prácticamente en su totalidad.

Al poco tiempo de iniciada la guerra que transformó en ruinas todo el planeta, las tropas que se rebelaron contra el teniente coronel Jones obtuvieron la victoria. Exterminaron a todos los varones y niños de las fuerzas leales a Jones y repartieron a las mujeres sobrevivientes como trofeos.

Antes de fallecer, el general Smith había dado aviso al planeta de los grises de que se había recuperado la Tierra. Por ese motivo partió una gigantesca expedición que trasladaba a los colonos que poblarían el planeta una vez eliminados o esclavizados los rebeldes. Esa expedición estaba al mando del general Baker, y tardaría cinco años en arribar.

Los grises, victoriosos en la guerra, esperaron pacientemente la llegada de la expedición de colonos que ya había salido de su planeta al recibir la noticia del general Smith sobre que se había recuperado la Tierra. Los colonos arribaron a la Tierra en el 2295.

Llegaron en enormes naves de transporte que aterrizaron en superficies adecuadas a su tamaño. Para esto se utilizaron mayoritariamente campos de sembrado o de pastoreo, ya que cada nave tenía una superficie de unas ocho mil hectáreas.

La ansiedad y la alegría de los viajeros eran desbordantes. Por fin volverían a pisar aquel planeta donde habían vivido sus antepasados hasta ser injustamente expulsados por los rebeldes. Sentían una mezcla de orgullo y emoción por cumplir con un sueño, realmente creían que estaban haciendo justicia.

Cuando se abrieron las compuertas de las naves, descendieron con orgullo los recién llegados. Ellos esperaban tener una bienvenida acorde con el sacrificio realizado en esos últimos cinco años de viaje a través del espacio.

Eran cincuenta y seis mil personas entre hombres, mujeres y niños.

Como estaba acordado, los anfitriones se mantuvieron en sus puestos hasta asegurarse de que había descendido la totalidad de los colonos y se habían cerrado las compuertas.

A partir de ese momento se desató el infierno.

En todos los lugares de aterrizaje, que eran varios debido a la cantidad de naves, se procedió de la misma manera. Todos los hombres, los niños varones y las mujeres mayores fueron brutalmente asesinados, usando los medios más bestiales imaginables. Fue una orgía de sangre terrorífica que duró más de dos horas.

Luego les tocó el turno a las mujeres y las niñas. Fueron todas violadas por manadas humanas. Las que sobrevivieron fueron repartidas entre los clanes, para aumentar el número de mujeres sobrevivientes del reparto del 2290 realizado luego de la guerra contra el teniente coronel Jones.

Terminado el festín de sangre, los clanes acordaron volver a reunirse si llegaba una nueva oleada de colonos. Tal vez en cinco años pudieran renovar el grupo de mujeres que utilizaban para divertirse.

Una vez terminados los acuerdos entre los jefes de los clanes, los grupos decidieron separarse y tomaron rumbos distintos.

Para continuar con las creencias y el sistema organizativo de los grises, cada clan debía tener un jefe máximo y un séquito de autoridades subalternas. Esa necesidad de dar órdenes por parte de algunos y de obedecerlas por parte de otros estaba asentada desde hacía milenios en la sociedad gris.

En los seis años transcurridos desde entonces no se tuvo novedad sobre la llegada de nuevos grupos de colonos. Tal vez al no recibir el aviso del general Baker y tener en cuenta los cinco años de viaje hasta la Tierra se hubiera decidido no salir con más expediciones.

Los habitantes del planeta de los grises no podían estar seguros de la estabilidad que ofrecía la Tierra. Además no existía la posibilidad de retornar, ya que el combustible no hubiera alcanzado para otros cinco años de viaje. Por eso decidieron quedarse unos años a la espera de alguna información y luego realizar alguna expedición de reconocimiento.

Sea como fuere, no arribaron más seres humanos al planeta Tierra.

Muchas de las mujeres esclavas que integraban los clanes fueron quedando embarazadas. Los jefes y sus séquitos decidieron que los bebés fueran separados en varones y mujeres: los varones serían criados como futuros cazadores y las mujeres serían los futuros reemplazos de las esclavas actuales.

Como ancestralmente habían planteado los grises sus sociedades, los clanes se organizaban con un sistema patriarcal llevado al extremo. Las mujeres solo servían para cocinar, limpiar y divertir a los hombres.

Por esta situación de esclavitud, maltrato y actividades que las llevaban a un agotamiento extremo, las mujeres fueron muriendo poco a poco. El sexo femenino se fue extinguiendo, y se llegó al 2301 sin mujeres en los clanes.

Las relaciones sexuales entre hombres se hicieron habituales. Algunas de ellas eran consensuadas, y otras — la gran mayoría— obligadas por la organización de superiores e inferiores que llevó a la raza humana gris a la soledad y la autodestrucción.

Existía la creencia de que había grupos de personas que habían podido escapar de la masacre del 2295. Pequeños grupos de personas que huyeron sin ser vistos. Se comentaba que la vorágine de sangre de esos momentos había ocultado la huida.

Si eso era real, en algún lado estarían escondidos, y seguramente en esas tribus habría mujeres. Un poco por este motivo y otro poco por el tedio imperante, algunos grupos se separaron de los clanes. Formaron tribus de poca cantidad de hombres fuertemente armados que se dedicaban a recorrer lo que había quedado en pie del mundo en la búsqueda de esa ilusión que constituía la existencia de los sobrevivientes.

Estos grupos se hacían llamar los solitarios.

Para la tropa que había sobrevivido a la guerra que tuvo lugar cuando los grises arribaron a la Tierra y que ahora integraba los clanes, la existencia de mujeres era una obsesión. En la vida desarrollada en su planeta de origen habían sido criminales, violadores, psicópatas asesinos y muchas otras bestialidades indecibles que los transformaban en sádicos que disfrutaban del dolor ajeno. Sabían que no existía futuro entre tanta destrucción, eran conscientes de que morirían en poco tiempo y de que ese proceso era imposible de detener. Cualquier enfermedad o accidente los dejaría en una situación insalvable. En sus mentes enfermas era imperante encontrar algún objeto de diversión, alguien a quien poder esclavizar y con quien regocijarse durante el poco tiempo que sobre seguro les quedaría de vida.

Los solitarios tenían razón, era cierto que existían esos grupos de sobrevivientes. En realidad eran dos colonias. Una estaba en lo que antes se llamaba África, en el desierto del Kalahari; esa colonia se extinguió rápidamente por no poder protegerse del clima extremo del lugar y por la escasez de alimentos. La otra colonia estaba bien al sur, en un lugar que hasta el 2111 se llamaba Argentina: si se miraban con atención los rompecabezas de esa época, esos a los que en el pasado denominaban mapas políticos, la colonia estaba en un lugar llamado El Calafate.

Era un lugar que antes de la guerra del 2290 había poseído una belleza natural inigualable.

La colonia estaba asentada en un sitio que supo ser un bosque frondoso, cercano a una impresionante e imponente masa de hielo que otrora ostentaba miles de tonalidades entre el celeste y el turquesa. Cuenta la historia que antes lo llamaban glaciarPerito Moreno. Hoy, a pesar de haberse reducido y de que hubieran cambiado sus colores hacia una amplia gama de grises producto de las explosiones e incendios generalizados, continuaba con su majestuosa presencia.

Esa ostentación de grandeza quiso dar mensajes en el pasado, mensajes que jamás pudieron ser comprendidos por la sociedad gris.

Cerca de donde estaba afincada la colonia, a unos ochenta kilómetros, existió en el pasado la ciudad de El Calafate. Se trataba de una coqueta villa turística emplazada a orillas de un lago que antes de ser el charco amarronado de la actualidad era un esplendoroso espacio de aguas azules.

Hacia ese lugar que ahora estaba en ruinas se hacían expediciones periódicas para revolver ente los escombros en busca de algo útil para la colonia. Las expediciones duraban unos diecisiete días. Se tardaba una semana para llegar y otra para retornar, más unos dos o tres días de estadía en el lugar. Los miembros de la colonia no tenían vehículos, generalmente se movilizaban a caballo o caminando.

Una de las esperanzas que movía cada viaje era encontrar entre las ruinas algún auto o camioneta que aún funcionara. Se corría el rumor de que los vehículos que se utilizaban en el planeta Tierra antes de la invasión no usaban combustibles. Por eso el poder encontrar alguno que aún funcionara transformaría esos interminables viajes en algo de pocas horas, y eso sería fantástico.

Lamentablemente, aún no habían tenido suerte; siempre se encontraron con chatarras de hierros retorcidos y vidrios estallados.

También se comentaba que cuando los rebeldes se fueron en eso que algunos decían que se había llamado Éxodo, o algo así, se habían llevado con ellos la mayoría de los vehículos, y por eso se encontraban tan pocos. De todas maneras valía la pena el intento, los beneficios que se obtendrían serían enormes.

CAPÍTULO 2

Planeta Tierra – Año 2301

Era la primera vez que Juan Carlos participaba en una expedición a la Ciudad Destruida, como llamaban a la antigua villa turística de El Calafate.

Había embarcado a los tres años con el grupo que comandaba el general Baker. Su madre y su padre eran unos de los tantos cocineros que había en las naves y que durante los cinco años de viaje prepararon las comidas para los futuros colonos.

Con ocho años de edad, cuando en el 2295 llegaron a la Tierra pudo huir junto a sus padres de la masacre que los esperaba. Ahora, con sus catorce años, era parte de la colonia de sobrevivientes.

Habían llegado el día anterior a última hora de la tarde. Amaron un pequeño campamento con sus carpas construidas con pieles de animales dispuestas alrededor de una fogata. La fogata era peligrosa, porque podría ser vista desde lejos por algún grupo de solitarios que estuviera en las inmediaciones. Si fuera así los atraería directamente hacia ellos, pero no había otra alternativa; con las bajas temperaturas imperantes en el lugar, o encendían una hoguera para proveerse de algo de calor a pesar de los riesgos o morían de frío.

La mañana siguiente amaneció con un cielo totalmente despejado y soleado.

La temperatura era agradable y no soplaba nada de viento, cosa extraña para esas latitudes en las que el que el viento siempre era parte del entorno.

Juan Carlos se quitó el abrigo que su madre le había hecho con la piel de un puma que habían encontrado muerto en el bosque y, como todos los demás, se puso a rebuscar entre una montaña de escombros.

Estaba trabajando junto a su amigo Daniel, un chico de quince años con el que había creado una amistad entrañable en esos seis años de vivir en la colonia.

—Dany, ayudame a sacar esta piedra… Es pesada, che… No puedo yo solo.

—Dale… Vos agarrá de esa punta, yo agarro de acá y a la cuenta de tres la hacemos rodar para abajo. —Tras decir esto, Daniel tomó un extremo de la piedra.

—Bueno… ¡A la una! ¡A las dos! ¡Y a las… tres!

La piedra rodó hasta abajo de la pila de escombros y dejó un espacio de tierra húmeda llena de gusanos.

—Nada interesante, Juanchi. Sigamos por otro lado.

Juan Carlos estaba un poco decepcionado. Tal vez fuera su imaginación fantasiosa, pero lo que había debajo de las piedras siempre le parecía algo misterioso.

Tal vez por eso le dio una última mirada y algo le llamó la atención.

—Pará… Pará… Mirá lo que encontré, Daniel.

Usando un palito de madera que sacó de entre los escombros, Juan Carlos desenterró su tesoro. Era como un pen drive de los grandes. Un aparatito con tres botones de colores, uno rojo, otro amarillo y el otro verde.

Atado con una especie de bandita elástica, tenía ligado un rollito de papel.

—¡¿Qué carajo será esto, Dany?! —A Juan Carlos ya lo había picado la ansiedad.

—No tengo idea… Fijate si podés sacar el rollito de papel.

Juan Carlos, despacito y con extremo cuidado, sacó la bandita elástica para liberar y desenrollar el papelito.

—¡Mirá! En el papel está escrito algo.

—¡¿Qué dice?! Dale, boludo, ¡leelo! —Daniel, evidentemente, también estaba ansioso, pero respetaba que el hallazgo hubiera sido exclusivamente de Juan Carlos.

Juan Carlos limpió como pudo el papel. Tantos años enrollado en la tierra habían hecho que las letras fueran casi ilegibles, pero permitieron que el texto se conservara.

—“Planeta 8, Constelación Delta, ubicación 3572”. —Mientras leía, Juan Carlos no se dio cuenta de que tenía oprimido el botón amarillo. Tampoco sabía que lo que sostenía con su mano era uno de los trasladadores1 que utilizaban los rebeldes—. ¡Uy! Tenía apretado este botón… el amarillo —dijo mientras soltaba el botón.

—¿Pasará algo? —Daniel había puesto un tono de voz que translucía un poco de preocupación y ansiedad.

—No creo, Dany… Pero fijate que a pesar de la mugre que tienen, los botones están blanditos… ¿Ves? —Para ejemplificar lo que decía Juan Carlos oprimió nuevamente el botón amarillo.

—Planeta 8, Constelación Delta, ubicación 3572. —El audio salió del aparato con una voz algo metálica.

Los chicos se quedaron atónitos al escuchar la voz. Era evidente que el aparatito, a pesar del lugar y el estado en el que estaba, seguía funcionando.

Juan Carlos y Daniel estaban bastante asustados. No sabían de qué se trataba lo que estaban viendo. ¿Qué les podía hacer la cosa esa?, ¿sería un llamador para los solitarios?