El tren azul - Fernando Cordero Morales - E-Book

El tren azul E-Book

Fernando Cordero Morales

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Beschreibung

Esta es una novela coral, de corte realista y ameno, que reúne las experiencias de varios personajes de improbable coincidencia en el entorno de un centro educativo –ficticio– de Barcelona. A lo largo de estas páginas, y desde sus diversas circunstancias personales –familiares, sentimentales, intelectuales y espirituales–, los protagonistas tendrán que enfrentarse a diversas situaciones y problemas que provocarán un cambio sustancial en su visión de la vida, empujándolos a aprender de cada experiencia, hasta llevarlos a todos a la misma conclusión: a veces la felicidad está tan cerca que ni siquiera percibimos lo fácil que es asirla.

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A María José Navarro Jiménez,

con amor y humor.

Gaudete in Domino semper.

Prólogo

El tren azul... una inspiración del corazón

¿Qué tendrá que ver un tren azul con un libro que habla de una escuela y de lo que en ella pasa? ¿Verdaderamente es este un libro «solo» sobre una escuela cristiana de Barcelona? La respuesta está en la motivación de su autor para escribirlo: un impulso que nace del corazón y que está llamado, sin duda, a tocar el corazón de la persona que se acerque a esta obra, tan humana y profunda a la vez que cercana y ágil, como su propio autor. Esta es la razón de este libro que te atrapa por su narrativa, así como por presentarnos, a través de un tejido de experiencias e historias, un vibrante mosaico de identidades y perspectivas.

Entorno al cálido y acogedor recinto del colegio Sant Caprasi de unos religiosos en Barcelona, donde el amor es el eje de la educación, se despliega una historia única y fascinante. Los protagonistas, partícipes de una u otra manera de la vida de la comunidad educativa del centro, nos llevarán a las profundidades de la educación y, sobre todo, de la vida humana.

Desde el punto de vista educativo, la esencia de esta historia radica en la sinfonía armoniosa que se da, en una escuela de estas características, entre la enseñanza académica y la espiritualidad y la cultura cristiana arraigada en el corazón de cada realidad educativa del centro y ejemplificada por muchos de sus educadores. Esta historia nos muestra que un colegio concertado cristiano no es simplemente un lugar de educación, sino un tejido vivo de valores, fe, conocimiento y experiencias que buscan una educación integral de la persona. Al adentrarnos en su realidad, somos testigos de un viaje enriquecedor en el que el proceso educativo está iluminado por la convicción de que la humanidad se reinventa en cada niño. Un viaje que no es solo para los alumnos, sino también para los educadores y las familias que encuentran en una propuesta educativa, como la de este colegio, un lugar de crecimiento personal y profesional.

Por ello, en estas páginas, los protagonistas no solo son los profesores y los estudiantes, sino también las tradiciones arraigadas, las celebraciones que fortalecen el sentido de comunidad y los momentos cotidianos que se convierten en hitos esenciales en la historia del colegio. A través de esta crónica, nos sumergimos en el palpitar de una institución que no solo transmite conocimientos, sino que también educa a la persona completa y guía a sus estudiantes hacia una comprensión más profunda de la vida desde la fe y desde la vocación personal de cada uno. Y lo hace así porque entiende la educación como encuentro, como relación entre personas y de estas con el conocimiento. La educación se muestra como artesanía, siendo un proceso lento y cuidado, que tiene –como dice Jaime Buhigas– «un buen guía: el sentido común; un aliado: el pasado; una condición: el encuentro, y una misión: enseñar a aprender, una de las labores más nobles a las que puede aspirar el ser humano». Esto es lo que se respira en la escuela Sant Caprasi y que refleja la realidad de tantas escuelas.

En las páginas de este volumen, se despliega un tapiz de experiencias, un testimonio vivo de la vida de tantas personas, a través de las cuales nos adentramos en las grandes profundidades de la existencia humana. A medida que se desarrolla el relato, descubrimos la profundidad psicológica de los personajes y de las situaciones que viven, que nos hablan del amor, de la enfermedad y la muerte, de la inclusión y el reconocimiento de todos los individuos con independencia de su condición, de los grandes desafíos sociales y culturales del momento.

Aquí está la magia de este libro, que no es otra que la de evidenciar cómo la educación cristiana es aglutinadora de experiencias y creadora de una cultura encarnada que es capaz de dar sentido e incluso transformar la vida de las personas que forman parte de ella.

Nuestro querido Fernando, apóstol de estos tiempos, afronta a través de todas estas historias una visión cristiana de estos temas tan presentes en la realidad cotidiana: la homosexualidad, las relaciones afectivas, la vivencia de la enfermedad y la muerte, o la inclusión del diferente, y de la propia Iglesia. Es la Iglesia un eje vertebrador de esta novela. Una Iglesia que es la Iglesia de Jesús, la Iglesia de la acogida, de la apertura, de la misericordia, de la presencia entre los más necesitados; la Iglesia del gesto y la palabra oportuna frente al que sufre, se siente solo o desamparado; la Iglesia del «todos, todos, todos», la que con paso firme quiere caminar con la gente; la Iglesia que impulsa el papa Francisco. Al igual que él, Fernando, con su historia escolar, da voz a diferentes realidades y desafíos y ofrece una respuesta en la que la dignidad de la persona está por encima de todo. Una Iglesia que enamora y engancha. Y que se encarna de forma privilegiada en muchas realidades de la escuela cristiana, donde los vínculos fraternos se fortalecen y se manifiesta el amor de Dios en la cotidianeidad del día a día.

Al terminar de leer, me doy cuenta del impacto que esta obra ha tenido en mí. Pensando que iba a leer una historia sobre un colegio, me encuentro conmovida por la situación de cada uno de los personajes y la profundidad de temas sobre los que me ha hecho pensar. Y con el corazón contento de ver tanta humanidad, tanta bondad y tanto realismo en todas sus páginas. Hacen falta más personas, sacerdotes, religiosos y laicos que, con una mirada verdadera, buena y bella como la de Fernando, nos contagien la alegría del encuentro, de la vida, de la fe, del amor y de una Iglesia que es Iglesia en salida, Iglesia sinodal. Todo ello sin cursilerías, ni emotivismos, desde la profunda experiencia de la vulnerabilidad y la debilidad que genera el auténtico diálogo humano, y que consiguen el encuentro verdadero entre un yo-autor con un tú-lector. Disfrutarás con esta nueva obra de un escritor de pluma ligera y sabiduría en sus letras.

Como persona, como educadora y como cristiana, no puedo dejar de agradecer a Fernando este nuevo regalo literario para todos aquellos que creemos que la educación cristiana busca formar personas íntegras que quieran transformar el mundo. Y, además, desde la pequeñez y humildad buscamos encontrar a Dios en la sencillez de las cosas y deseamos una Iglesia abierta, plural, que escucha y acoge, que se desgasta por acercar el Reino a todos y, en especial, a los más necesitados, para que sean bienaventurados.

Adéntrate en esta historia que celebra la riqueza de la vida de una comunidad educativa, de una escuela cristiana, te conectará con las vivencias de sus personajes, te ofrecerá respuestas profundas y cristianas a las complejidades habituales de la vida, y descubrirás lo que es El tren azul. ¡Disfrútala!

BELÉN BLANCO RUBIO

Primera parte

Nacimiento

El nacimiento abre a la vida. En el caso de un bebé es el inicio. Caminos que comienzan, sueños que se entrelazan, esperanza que crece. Ríos, amistades, incluso iglesias quedan marcados con un «kilómetro 0», donde se origina todo en su particular génesis. El curso escolar nace, de alguna manera, para unos con más o menos fuerza, con más o menos ganas. En general, nos gustan los nacimientos, que vienen a ser como una aventura o una hilera, en plural, de acontecimientos que se van desplegando, posibilidades en principio múltiples que van tomando forma en las más diversas aristas.

El nacimiento despierta ternura. No se nos ocurre gritar sino balbucear. Somos más suaves y cariñosos que de costumbre. Lo frágil y nuevo despiertan sentimientos nobles y solidarios. Ante alguien que llora o nos muestra su debilidad, bajamos la guardia del propio yo. Hay una relajación muscular, intelectual y casi vital. La empatía entronca con el que emprende su itinerario. El estreno de una amistad es más fuerte que el de una peli o una serie favorita. Esperamos que nos dure varias temporadas y ojalá sea, como en las relaciones más divinas, hasta la eternidad.

El nacimiento trae regalos. Tiempo de Magos de Oriente. La vida hay que celebrarla. Es la pista de aterrizaje de nuestros anhelos. De ahí que alimentos, ropa, juguetes o lo más insospechado se den cita en torno al recién nacido. Los regalos más preciados son quizá los más inútiles, se cuelan en el corazón y los afectos. Resultan inolvidables. Aunque con los años descubrimos que hay personas que son un auténtico regalo y no necesitan ningún envoltorio especial. Emergen así, en lo cotidiano, y toman cuerpo propio en las historias de cada día, que se comparten y nos hacen soñar.

Sí, el nacimiento porta sueños. Unos, como el cuento de la lechera. Otros que buscan armonizar las propias frustraciones en el ser que inicia su andadura. Y los más nobles son los que no encadenan y desmenuzan los planes preestablecidos. A eso se le llama volar. Hay «personas-pájaro» y «personas-encadenadas». ¿Preferimos volar o caer en el ritmo agónico de Sísifo?

El nacimiento es como un árbol: un ciprés. No, no es símbolo de muerte. Alguien lo colocó en una imponente fachada. Es símbolo de vida eterna, con resistente madera y verdor que no conoce los tonos caducos. Revolotean veintiuna palomas. Números simbólicos: nosotros mismos, cuando nos abrimos al misterio más grande, el de la eternidad. ¿Quieres revolotear? Deja que los personajes de esta historia vuelen junto a ti. Déjales que desplieguen sus alas. Acércate a este ciprés que no provoca sombras, sino que anima a volar y convertirse en hogar. Es un «ciprés-obra de arte», de autor inspirado capaz de canalizar la imaginación más desbordante. Necesitamos un hogar y abrir las alas. De este modo habitaremos el misterio sin darnos cuenta o casi sin querer, porque en el fondo somos misterio, querámoslo o no, desde algo tan fundante como resulta ser, en color o en blanco y negro, nuestro propio nacimiento.

Un lápiz nunca dibuja sin una mano

La fachada siempre había estado allí y perduraba en su magnética memoria como la evocación más preciada de la infancia. Ahora recuerda que, detrás del lago camuflado en el parque, le gustaba contemplar el reflejo de aquella imponente construcción, la más grandiosa que la había acompañado desde recién nacida. Las aguas reflejaban un templo que hablaba de vida, con árboles, animales y una mujer oculta bajo un manto. En aquella época, se entretenía aproximándose con su abuela para examinar de cerca los cientos de esculturas que parecían sacadas de un cuento fantástico. Le encantaba el gallo orgulloso y casi salido del corral. Terror le producía alguien que empuñaba una espada y sesgaba vidas inocentes a su alrededor. Y, luego, sus pequeños ojos se posaban fijamente en el inmenso árbol rodeado de palomas que revolotean periféricas circunscribiéndolo en el ámbito simbólico. No entendía aún por qué aquella asombrosa edificación lucía letras esculpidas y elegantes. Lo que sí descubrió es que, gracias a ellas, aprendió a leer con un método de lectura original, mezclado con la piedad que le transmitía la abuela y el color dorado de unos penetrantes rayos de sol. No todos los niños tienen oportunidad de contar con un monumento tan emblemático. A veces resultaba misterioso, como su propia vida.

Con el tiempo había optado por dar una apariencia de normalidad a su existencia, con la salvedad de que, con frecuencia, realidad y ficción se entremezclaban armónicamente. Aitana Calvet vivía, en la antesala de los treinta, con su abuela Matilde Ferrer, a punto de cumplir los noventa, en un pequeño piso en las proximidades de la obra más conocida del arquitecto Antoni Gaudí. Enérgica y luchadora, la anciana pasaba el día en una butaca entretenida con la oferta televisiva de Telecinco. La que para algunos puede ser considerada como telebasura, para la nonagenaria era prácticamente su salvación. Cerca y atenta estaba Lluna, una tranquila y pequeña perrita que, sin hacer demasiados aspavientos, acompañaba a su anciana dueña que, de cuando en cuando, le regalaba alguna caricia. Dentro de lo que cabe, Matilde era bastante autónoma. La única cosa que necesitaba por las mañanas era que su nieta le pusiera las medias y las gotas en los ojos para dilatarlos, un ritual que se repetía, alternado en ocasiones por su propia hija y madre de Aitana, Silvia Calvet. Esta trabajaba como enfermera en la unidad de oncología del Hospital Vall d’Hebron y vivía con su pareja en un piso cercano. Silvia se quedó embarazada de Aitana antes de cumplir los veinte. Del padre de la criatura nunca se supo más. Ha criado a su hija a la sombra de su madre y han conformado una original familia, unidas por fuertes lazos, aunque quizá sin mostrar hacia fuera excesivos gestos de afecto. Matilde, mujer estricta, las había contagiado. No obstante, Aitana es una joven alegre, creativa, un auténtico torbellino a su alrededor.

Matilde es protectora al cien por cien con su nieta. Cualquier novedad la altera. Ahora hay una novedad considerable: Aitana va a comenzar a trabajar en un colegio de Secundaria como profesora de biología y ciencias. Silvia y Aitana, para no perturbar a la abuela, han decidido que no le van a contar este inicio laboral, por lo que continuará haciendo el doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Otra de las vías de escape o mentiras que sirven a Matilde, sobre todo algunos fines de semana, es la participación de Aitana en diferentes actividades de colonias y campamentos que organizan desde su antiguo colegio de los maristas, donde lleva ya más de una década de monitora. Así que, oficialmente, Aitana no tiene ni amigas ni amigos, se dedica a sus estudios universitarios y, en los períodos de vacaciones, si hace algún viaje o rompe alguna rutina, es porque está en alguna movida de campas. Esto de tenerse que inventar continuamente una alternativa a la realidad, para que Matilde no se inquiete, le ha agudizado la imaginación con la complicidad de su progenitora. No podemos sospechar cuánto. La abuela no puede ni imaginar cuántos amigos tiene su nieta, una joven sociable, atenta y detallista con aquellos que ha establecido una sinigual amistad.

—Yaya, me voy a la Uni, que hoy comenzamos los cursos de doctorado.

—La Uni se me está haciendo eterna. ¿Cuándo vas a terminar?

—El doctorado es una cosa muy seria, que requiere de mucho tiempo.

—Tiempo, eso es lo que me va faltando a mí.

—Yaya, no seas trágica...

Estos diálogos eran los típicos que mantenían nieta y abuela. Aitana es esbelta y de buena planta, envuelta en una piel fina, pelo castaño y ojos marrones, con pecas que salpican su rostro dándole un toque divertido. Lo del vestido es más complicado. Los que no entienden de moda dicen que es un estilo hippie. Pero ella es difícilmente clasificable, de un colorido radiante, donde priman los verdes y naranjas. Usa ropa que facilita el movimiento, o mejor, la libertad de movimiento, algo que paradójicamente tiene bien asumido, a pesar de las circunstancias familiares con las que ha de lidiar. No obstante, la abuela en lo relativo al vestido de la nieta no se mete. Era como una licencia que le concedía porque, aunque estricta, sabía que no podía asfixiar a su irremplazable nieta.

Hoy es 1 de septiembre y ha de incorporarse a su nuevo trabajo. Es un colegio de unos 1.200 alumnos, que va de Infantil a Bachillerato. A ella la han contratado para impartir naturales y biología en Secundaria. A Aitana la mueven las ganas de educar y actuar para cambiar el mundo, contribuyendo a que sea mejor de lo que es. Una frase del fundador de los maristas, Marcelino Champagnat, la acompaña: «Para educar a los niños hay que amarlos».

—Yaya, ¡hago un pipí y me voy!

Ahí la abuela comienza a recordarle las peregrinaciones que hacían cuando ella era pequeña a Lourdes:

—¿Te acuerdas del mosén aquel tan guapo que se acercó a mí para darme la botella de agua bendita que se me había caído al suelo?

—Yaya, tienes una memoria tan selectiva. Te acuerdas del mosén porque estaba de buen ver.

Matilde, cada vez más, acercaba el pasado al presente. Su pueblo, Pontons, aparece cada poco en su memoria: aquel castillo medieval en los que ella inventaba historias, invasiones y, en algún momento, incluso algún enlace matrimonial. Pero esas imágenes agradables desaparecieron pronto. Llegó la guerra y tuvo que salir de aquel paisaje natural único. Se acabó aquel pan con butifarra que tanto le gustaba.

—Yaya, te veo un poco traspuesta.

—¡Qué va! Que me pongo a pensar en Pontons y se me va el santo al cielo. ¡Cuántos años hace que no voy!

—Si quieres, la próxima primavera podríamos dar una vuelta por allí. A mí me gusta pasear por sus parajes. Es como estar en medio de la naturaleza. Pero ahora, ¡tengo que irme!

Aitana, como es su costumbre, sale corriendo de casa, atraviesa el parque que está delante de la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia, queda fascinada por la portada, gira por la calle Provença y directamente va a la línea 5 del metro, que la lleva hasta Diagonal. Allí hace transbordo en los Ferrocarriles de la Generalitat, los «ferrocatas», que la conducen hasta el Peu del Funicular. En lugar de ponerse a enviar mensajes por wasap a sus amistades, cosa habitual cuando accede al metro, ha decidido escuchar música de un grupo que le encanta: Lax’n’Busto. Casi sin darse cuenta se pone a tararear, bajo la atenta mirada de una señora mayor que la mira de soslayo. La canción es tan motivadora, que no es de extrañar que Aitana la comparta con su voz:

No quiero pensar en lo que llegará mañana.

Lánzate, cada instante es único, no se repetirá.

Siento que el corazón ya no para de latir,

y dice que me tire,

que no piense en todo lo que vendrá,

que un lápiz nunca dibuja sin una mano.

Un lápiz nunca dibuja sin una mano. Ella estaba acostumbrada a pensar en el pasado y a preocuparse por el futuro. Esta canción la invitaba a vivir el presente, a disfrutar de lo cotidiano. Educada para ser responsable y tomar decisiones con la cabeza, sentía que esta canción la lanzaba a seguir las intuiciones de su corazón. Así que allí estaba ella para dibujar, para contagiar entusiasmo y encauzar tantas potencialidades que la hacían sentir su profesión como una auténtica vocación. Difícilmente podía acoger tanto entusiasmo en su cuerpo. Menos mal que la realidad la apeó por momentos de sus sueños y la megafonía le indicó que su destino había llegado: Peu del Funicular. Ahora le tocaba caminar unos diez minutos hacia su lugar de destino: el colegio Sant Caprasi. Eso hubiera sido lo normal. Ve que unos chicos con uniforme escolar siguen sus pasos. ¿Serán, sin saberlo, sus próximos alumnos? Los pensamientos la transportaban a otro lugar, mientras tanto, la falda verde jungla, un tanto larga que lucía, se enganchó a unas zarzas que dominaban en una de las aceras. Resultado: falda rasgada y apariencia aún más hippie de la acostumbrada. Esto le provocó una cierta preocupación: llegó a un colegio de curas con una pinta tremenda. Detrás un joven alto, moreno y sonriente se le acerca.

—Hola, ¿necesitas alguna ayuda?

—O una falda nueva o un milagro.

—Caray, un milagro no sé. La falda nueva quizá sea más fácil de conseguir.

—¡Menuda pinta que llevo!

—Perdona, no me he presentado. Soy Oriol Valès, vengo de Sabadell y voy a trabajar en el colegio Sant Caprasi.

—¡Anda, yo también! Bueno, no me llamo Oriol, soy Aitana Calvet, vivo cerca de la Sagrada Familia y me han contratado para trabajar en la ESO en ese cole.

—¡Qué guay, yo también! Bueno, aunque ya sabes, no me llamo Aitana...

Los dos bajan la cuesta hacia la entrada del centro educativo. A Aitana con los nervios de la llegada a su nuevo lugar de trabajo y la conversación con Oriol se le ha olvidado el percance de la falda.

La fachada del colegio es antigua, como si se tratara de un torreón. Delante hay una escultura de Sant Caprasi, un santo milagroso que destacó por su fe en la época de los romanos. Fue un obispo que, estando escondido por miedo al martirio, salió de donde estaba para acompañar a sus cristianos. Murió dando un ejemplo de fe que perdura por los siglos. En la capilla del colegio hay una reliquia suya que es muy venerada y querida en la zona. Excepto esa torre central, el resto del colegio es moderno, con unas instalaciones recién remodeladas y un diseño aplicado a las más avanzadas innovaciones educativas.

—Estoy tan nerviosa, Oriol.

—No te preocupes, que este cole se distingue por su espíritu de familia. Vamos a estar com el peix a l’aigua.

De la torre central sale en ese momento un joven de unos cuarenta años, con tez morena y aire asiático.

—Hola, soy el padre Sudhir Baliar, uno de los religiosos de la Congregación de Sant Caprasi. Acabo de llegar a esta escuela. Antes he estado en una parroquia en Arenys de Mar durante tres años. Vengo de la India, de un pueblo a unos kilómetros de la ciudad de Bhubaneswar.

—Yo soy Aitana, la nueva profe de ciencias y biología de Secundaria. ¡Encantada!

—Hola, yo soy Oriol, me incorporo ahora como profesor de geografía e historia. Me encanta la bici y conocer así mejor los lugares que nos rodean.

—Creo que ahora hay una reunión con el director general, Andreu Fornt, con los profes nuevos. Seguramente nos dará algunas indicaciones y, sobre todo, nos dará la bienvenida. Vais a estar a gusto aquí. Los otros dos religiosos de la comunidad dicen que este cole tiene un toque especial.

—¡Qué bien hablas catalán y castellano –exclama Aitana–, para llevar tan poco tiempo aquí!

—Es verdad. Es muy llamativo –concluye Oriol.

—Por cierto, si quieres –señala el padre Sudhir–, puedes usar una de las batas blancas del laboratorio para disimular un tanto la rasgadura del vestido.

—¡No sabes cuánto te lo agradezco! Ya se me había olvidado, porque estoy muy nerviosa. Esa bata blanca me vendrá de perlas y me dará un toque más científico.

Los tres comienzan a reír. Aún no lo saben, pero forjarán una bonita amistad y darán un toque especial al cole con su presencia y sus ocurrencias, sin duda más variadas que los colores de la ropa de Aitana. Ahora toca la reunión con Andreu Fornt, que espera a los nuevos, incluido al padre Sudhir y a una profesora de catalán llamada Carme Puigdepons.

Con sello propio

A Andreu Fornt, director general del colegio Sant Caprasi, le quedarían unos cinco años para la jubilación. No pensaba prejubilarse. Se siente feliz en la escuela. Es un hombre educado, con un sinigual seny catalán, es decir, una gran ponderación y prudencia al hablar y al actuar. Siempre procedía de manera correcta. No se perdía un funeral de familias de alumnos o de antiguos alumnos. Ha entregado todo por la institución con la que se siente totalmente identificado. Casado con Marga Punsoda, no han podido tener hijos, por lo que el señor Fornt se ha dedicado por completo a la actividad educativa. Marga, aunque de principios religiosos fuertes, se ha volcado más en actividades teatrales y culturales. Es una gran anfitriona que se complementa a la perfección con su marido.

El señor Fornt tenía dos manos derechas, Dolors Esquerdo, jefa de estudios de Infantil y Primaria, y David Colomer, jefe de estudios de Secundaria y Bachillerato, ambos apoyados por coordinadores y una estructura que facilitaba el buen funcionamiento del centro y la calidad educativa que, junto con la acción pastoral, eran de las cosas más valoradas en toda la zona. El colegio tenía un sello propio, familiar y, al mismo tiempo, sin remover la competitividad entre los alumnos, lograba que cada cual desarrollara al máximo posible sus cualidades.

Dolors y David eran efectivamente las manos y los brazos de Andreu. Cada uno a su estilo, organizaban de la mejor manera a los profesores y, sobre todo, eran fieles al proyecto educativo y a los diferentes planes (anuales, trienales y un largo etcétera). A Dolors la caracterizan la creatividad, su capacidad de asombro, su amor por la música y la poesía. David es un hombre organizado, inteligente y, en ocasiones, puede aparecer como alguien bastante duro. Se ha hecho a sí mismo y suele medir la realidad desde su experiencia o exigencia vital, aunque al final el corazón le puede. Junto con otros profes, conforman el equipo directivo, pero ellos son la Trinidad. Aquí nos falta el padre Luis Aguado, superior de la comunidad de los religiosos de Sant Caprasi. Natural de Sevilla, Luis, que ya ha cumplido los sesenta, lleva cinco años en Barcelona. Habla un precioso catalán con acento andaluz, aunque algunos que lo oyen por primera vez piensan que es latinoamericano. Simpático y amante del arte, se siente feliz en esta comunidad educativa, junto con sus hermanos, el padre Sudhir, con cuarenta y dos años recién cumplidos, y el padre Josep, un religioso de ochenta, natural de Agramunt, el único catalán de la comunidad. Luis está más volcado en la parte de Infantil y Primaria, aunque interactúa con el padre Sudhir. El padre Josep se dedica más al jardín, a la visita de los enfermos del barrio y se hace presente en los recreos por los patios. Es el encargado de la preciosa capilla dedicada a Sant Caprasi y es el custodio de la reliquia del santo, que tiene un valor incalculable y se halla en el altar mayor, protegida en una urna blindada (de cristal antibalas, con un sofisticado sistema de seguridad). A veces sustituye a Josefina, la portera, cuando se ausenta por causas diversas.

Mientras se van saludando y encontrando los nuevos profesores de Secundaria, a los nuevos ya les han llegado algunos ecos del director general. Claro, la primera en informar de todo lo relevante de la escuela ha sido Josefina:

—El dire es una persona excelente. Solo lo saca de sus casillas la inspectora de nuestro distrito, Natalia Rocasolano. Al pobre lo marea, pidiéndole todo tipo de papeles, a ver si consigue ponerlo en un aprieto. El único aprieto es que, si se pone nervioso, le comienza un hipo que es difícil de controlar, lo que genera situaciones de lo más pintorescas.

—Intentaremos no agobiarlo demasiado entonces –indica Aitana con una sonrisa.

—En fin, no creo que los nuevos le causéis ningún tipo de ataque. Hace unos meses, en el claustro previo a Semana Santa, asistió la señora Rocasolano. En determinado momento, hizo una pregunta al director con objeto de aclarar una información. Él empezó a ponerse rojo, encendido como una hoguera, quiso responder, pero entrecortaba las palabras. Menos mal que, enseguida, terció David Colomer.

Josefina era una fuente de información ilimitada, para lo bueno y para lo malo. A Aitana y a Oriol les venían bien aquellos detalles para irse ubicando. Unos minutos después, Andreu les ha dado, por fin, la bienvenida oficial en su despacho en el primer piso de la torre. Les ha hablado de las excelencias del colegio, del proceso innovador en el que están, de los desafíos que van afrontando continuamente y de la gran familia a la que se van a sumar. Acto seguido, les ha dejado con David Colomer, que les ha informado de las asignaturas que impartirán Carme, Oriol, Aitana y el padre Sudhir, además les ha presentado al resto de compañeros del claustro de Secundaria y Bachillerato. A los profes de Primaria e Infantil los irán conociendo poco a poco, en diferentes eventos, en el claustro general y en el comedor.

A Aitana le ha caído estupendamente Sudhir. Le resultaba una persona exótica no solo por su procedencia, sino además por su manera de expresarse tan correcta, su simpatía y bondad natural para formular con transparencia aquello que piensa, ya sea delante del director general o de los propios compañeros. A veces la bondad, que no suele ser moneda de curso libre, se convierte en uno de los bienes más preciados y con mayor necesidad de cuidar o preservar.

En los primeros días del curso, entre reunión y reunión, Aitana ha ido conociendo la historia del sacerdote indio. Natural de un pueblo de Odisha (India), llamado Dharampur, antes de llegar a Cataluña ha sido párroco de la iglesia de San Damián de Molokai en Calcuta. Recuerda vivamente el trabajo durante seis años con niños, jóvenes y la atención a los pobres de la emblemática ciudad de la Madre Teresa.

Dharampur es un pueblo en su mayoría hinduista. Hace ochenta y cinco años llegó allí la familia de Sudhir. Él recuerda las historias que su madre le contaba de su abuelo y de las hostilidades que sufrió por parte de los hindúes fanáticos. O cómo su propio tío fue perseguido, apaleado en la selva y dejado a la suerte de un tigre. Pero finalmente sobrevivió y las tres familias cristianas que vivían en el lugar sintieron especialmente la protección de Dios. Cuando fue ordenado sacerdote, no pudo celebrar su primera misa en su localidad natal. Los fanáticos se lo prohibieron. Tuvo que hacerlo en un pueblo próximo, Pirigad, respaldado por la familia, otros religiosos y muchos amigos que no quisieron perderse esta acción de gracias. En total, acudieron unas mil personas. Él no entendía estas restricciones, pues había vivido una infancia de pacífica convivencia con los hindúes, incluso muchos de sus amigos pertenecían a esta religión. Ahí comenzó a intuir algo que repite de cuando en cuando:

—Nosotros tenemos un plan, pero Dios tiene para nosotros otro plan.

Sudhir hizo su formación inicial en Filipinas. Habla oriya, hindi, bengalí, inglés, italiano y ahora catalán y castellano. En su historia ha tenido que integrar lo que es sentir que los cristianos de su pueblo y de su distrito hayan sido perseguidos. En 2008 un grupo terrorista asesinó a un líder extremista hindú. La acción fue atribuida falsamente a los cristianos de la zona donde vivía la familia de nuestro hermano. Muchos huyeron a los bosques, otros fueron asesinados, vejados y brutalmente atacados. La familia de Sudhir estuvo una semana confinada en su casa. Luego escaparon a la ciudad de Bhubaneswar, donde recibieron el apoyo de otros católicos. Algunos de los cristianos asesinados están ahora en proceso de canonización. A los sacerdotes y a las religiosas les pusieron un precio de 3.000 euros, por lo que Sudhir ha estado años sin poder regresar a su pueblo. Fue recientemente, antes de incorporarse a la comunidad de Barcelona, cuando pudo pasar dos noches en su localidad, donde ahora reposan los restos de su madre.

Sudhir ha extraído muchas experiencias de vida. Ha aprendido a convivir con la preocupación por los suyos mientras vivía en Filipinas y a saber desconectar de una tensión que puede llevar a sentirte mentalmente enfermo. De ahí que tanto en Calcuta como en otras zonas de Odisha conserve a grandes amigos que son hinduistas y que sueñan con una humanidad unida y reconciliada. Así era en su infancia, cuando hinduistas y cristianos compartían sus fiestas y acontecimientos.

Aitana se ha emocionado escuchando la historia de este sacerdote y compañero de trabajo. De alguna manera, le ha ayudado a relativizar la suya: el abandono de su padre o el sentir que algo le faltaba en la vida.

—Gracias, muchas gracias por compartir todo ello, Sudhir. Me parece que tu historia es increíble. Yo creía que esto pasaba en otras épocas de la humanidad, pero ya veo que la persecución, la falta de diálogo o los radicalismos siguen poblando el mundo. Por eso a mí me gusta tanto la educación, porque creo que con ella podemos transformar el mundo.

—A mí me lo parece también, Aitana. Lo que pasa es que la educación difícilmente llega a aldeas como la mía, tan aisladas y en entornos que imposibilitan el diálogo e incluso el desarrollo.

Las clases con los alumnos van a comenzar pronto. La primera quincena de septiembre está dedicada a preparar clases, reuniones de diferentes equipos y a conocer a los nuevos compañeros. Hoy, al finalizar su jornada de trabajo, Aitana, antes de subir al piso, ha comprado unas uvas para la yaya. Es su fruta favorita, quizá por los recuerdos que le trae de su infancia en Pontons. Matilde se tuvo que espabilar bien temprano. De pequeña llevaba la comida a sus padres que trabajaban en la viña. Hacía un largo recorrido y sentía la satisfacción del deber cumplido cuando todos los alimentos llegaban en perfecto estado a sus comensales. Sacrificada y luchadora, comer uvas era para ella un ritual que la transportaba a sus orígenes, a los juegos con sus hermanos por las calles del pueblo. Enviudó antes de llegar a los cincuenta y ha tenido que sacar adelante a sus propios hijos con el reparto del vino. Nadie ha podido hablar mal de ella. Tenía bien clavado en la memoria que un santo no ha de serlo sino además parecerlo.

Mientras tomaba las uvas, comienza un diálogo con su nieta, que anda acariciando a Lluna:

—Te veo más contenta de lo normal. ¿Tan motivada estás con los cursos del doctorado?

—Ya sabes, yaya, que me encanta la didáctica, cómo hacer que los alumnos puedan comprender mejor y aplicar conocimientos que les sirvan para su día a día.

—Si no te digo que no, que me alegra. Es que te veo con un brillo en los ojos más intenso de lo normal.

—Tú es que eres un poco brujilla, yaya. Lo que me pasa es que me motiva tanto todo que creo que no voy a tener tiempo suficiente para aprovecharlo al máximo. Siento que me falta casi aire. Dirás que soy un poco exagerada, pero es así.

—Eres como tu abuelo, que en paz descanse. Era un trabajador incansable y le encantaba soñar. Una pena el infarto que sesgó de raíz tantos sueños que podrían haberse cumplido. Me hubiera encantado vivir la vejez con él en el pueblo, cuidando de alguna viña pequeña.

Va llegando la hora de otro de los programas televisivos de Matilde. Así que da por concluida, por ahora, la conversación. Aitana aprovecha para preparar algún power point para sus clases, con Lluna a sus pies sin dejar de observarla. Mientras tanto, como en un ritual, Matilde va haciendo comentarios ante la tele:

—Mira que la marquesa casarse con el joven ese, sabiendo que la va a engañar. Es que algunas no aprenden –replica la anciana delante del televisor–. Claro, eso estará todo pactado para sacar dinero y seguir viviendo del cuento. ¡Qué poco saben de lo que es luchar en la vida!

Ajetreada andaba Aitana en la elaboración de sus materiales, con el sonido de fondo de la abuela, que era como un runrún que no la perturbaba en absoluto de su concentración, cuando le llega un wasap de Oriol, que le pide que participe con él en un proyecto interdisciplinar de la escuela.

—Hola, perdona que te moleste a estas horas, Aitana. Hemos tenido unos días tan acelerados, que no me ha dado tiempo de proponerte que pensemos en algún proyecto entre los departamentos de sociales y de biología, quizá ampliable a otras materias. Tú que eres tan creativa, podrías aportar contenidos y metodologías que nuestros alumnos agradecerán.

—Hola, pues me hace mucha ilusión trabajar en red. Cuenta con ello, aunque espero organizarme bien. Ahora necesito tiempo para prepararme las clases del primer trimestre, que a mí me gusta que esté todo bien preparadito. Pero seguro que algo se me ocurrirá para ese proyecto tan chulo que me propones. Nanit!

—Bona nit, Aitana! Nos vemos el lunes en el cole.

Pedalear la vida

Oriol se sentía especialmente unido a la naturaleza. Necesitaba tiempo de calidad para disfrutar de paisajes y entornos naturales. Tiempo para respirar, sentirse unido al medio ambiente y ser consciente de la vida que le rodea y abraza como las ramas de un árbol o el serpenteo de un río. Su bicicleta de montaña le proporcionaba los fines de semana y, particularmente, los sábados, ese tiempo que tanto necesitaba para entroncar consigo mismo. Por muy cansado que estuviera del ajetreo de la semana, el sábado se levantaba temprano, se despedía de su pareja, Montse Casamitjana, y comenzaba su ruta.

Montse, en la antesala de los treinta, trabaja como guía en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, ubicado en el Palau de Montjuïc, que fue construido para la Exposición Internacional de 1929. Un museo que reúne una colección medieval y de arte románico, que es imprescindible para cualquier amante de la belleza. Además, en su tiempo libre se dedica a escribir novela erótica. Ella, que es una mujer tranquila y de no demasiados sobresaltos, canalizaba a través de la literatura sus más diversos sueños, ya que luego en la convivencia cotidiana era más bien calmada y poco soñadora, con unas perspectivas más limitadas que las de Oriol. No obstante, ambos se complementaban bien. Hicieron juntos la carrera de historia en la ciudad belga de Lovaina y ya llevan varios años de convivencia en común. No eran los más románticos del mundo, pero hablaban un lenguaje propio y trataban de sacar jugo a la convivencia diaria.

—¿Dónde irás hoy, Oriol?

—Al Puig de la Creu.

—¡Cómo te envidio! ¡Qué vistas más buenas del Montseny, Collserola y hasta de Montserrat!

—Tú eres feliz en tu Palau de Montjuïc. Así que no te quejes y disfruta igualmente de la jornada que tienes por delante.

Cuando vestía de ciclista, Oriol se transformaba. Estaba ya deseando llegar al Puig de la Creu, disfrutar de las vistas y contemplar en la cima el castillo y la iglesia de Santa María del Puig de la Creu. Normalmente sus salidas son por zonas boscosas y rurales cercanas a Sabadell. Sin embargo, también hace salidas por toda Cataluña, para conocer mejor el territorio y sus rincones, empezando por lo más próximo a casa. Estas salidas suelen ser de unos 50 kilómetros. Los senderos estrechos le encantan, sobre todo si pasan entre árboles y bosque.

—Sentirme invadido por el bosque es una sensación muy guapa de conexión con la naturaleza y conmigo mismo –suele repetir Oriol a Montse y a sus amistades.

Otra de las rutas que practica es la de pistas de tierra más anchas y alguna carretera poco transitada, porque no le gusta el tráfico rodado y ha padecido a algunos conductores que no respetan a los ciclistas. Combina las salidas solo y con un pequeño grupo que lidera, que se autodenominan Els sense presses (Los sin prisas). Compartir la salida con los amigos le permite comentar la belleza de los paisajes, si ha cogido mucha o poca velocidad en las bajadas, si se ha caído y se ha hecho daño. Después están los momentos que propician un diálogo de cosas más personales y trascendentes. Eso le gusta. A su mejor amigo, Joan Codinach, que le suele acompañar la mayoría de las veces, le cuenta ahora los desafíos que le supone comenzar a dar clase a adolescentes. Sin darse cuenta, el ciclismo favorece una conexión difícilmente transferible en el ajetreo semanal.

—Joan, tenemos que aprovechar y darnos un bañito cerca de este río antes de regresar a Sabadell.

—Hemos de tener cuidado con el río, que ya sabes lo que te suele suceder...

Joan se refería a lo que le acaeció a Oriol en una de las salidas de la pasada primavera. Cerca de Vic, intentó cruzar el río Gurri, a pesar de las advertencias de su amigo para que no lo hiciera. Tuvo tan mala suerte que, como el cauce traía poca agua y había verdín en el fondo, resbaló, cayó y acabó empapado y sucio. Además, con cierto mal olor porque el agua estaba bastante putrefacta.

Este grupo acumula anécdotas. Pau Berni, otro de los amigos ciclistas, hace memoria de un día fascinante:

—Llegamos al mirador sobre el pantano de Sau. No había nadie. Se estaba superbién, con una temperatura agradable y un silencio que solo se rompía por los pájaros y los sonidos de la naturaleza. Lo recuerdo como un momento clave, de conexión conmigo mismo.

—Estos son lugares lentos, que invitan a la contemplación –remarca Oriol–. Vivimos en una continua velocidad, como un hámster rodando en su rueda. Estos momentos de lentitud son toda una conquista.

Normalmente, cuando las salidas no comienzan en Sabadell, el grupo se desplaza en tren. Dentro del vagón les ha pasado de todo: desde no tener apenas espacio para poner las bicis, hasta problemas para bajar porque había mucha gente, o incluso pasarse de parada y tener que retroceder.

Junto a la bici, su deporte estrella, Oriol practica, cuando puede, deportes de aventura, como la espeleología, con la que disfruta de la exploración de las cuevas y el descenso por barrancos. Esta dimensión más aventurera le proporciona un punto de adrenalina que se une a su necesidad de estar unido a la naturaleza. No podemos olvidar añadir, a la lista de aficiones, el senderismo y el gusto por caminar. Aunque donde se ponga una bici y unas horas de pedaleo, es difícilmente comparable con lo demás.

El domingo será un día más relajado para Oriol y Montse. Ella aprovecha la mañana para avanzar en su novela, que tiene como protagonistas a un matrimonio que están atravesando la crisis de los cuarenta. Él, mientras prepara sus clases, lee alguna de las páginas de esta historia:

—Me gusta esa parte en la que el protagonista, después de darle vueltas y vueltas a sus pensamientos, le dice a ella: «Te quiero, pero no te amo».

—Es todo un desencadenante –afirma Montse.

—Claro que la reacción de ella es tajante cuando le espeta: «¡Qué filosofías y rollos son esos, después de siete años de novios y casi veinte de matrimonio!».

—Como para no ser tajante. Ella ya se huele que él, que físicamente está como un pan, se ha liado con alguna. Y hasta aquí puedo leer, porque ahora viene la parte más erótica.